SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA
En aquel tiempo, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos; su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. En esto, se les aparecieron Moisés y Elías que conversaban con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, bueno es estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle. Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra llenos de miedo. Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: Levantaos, no tengáis miedo. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.
Este Segundo Domingo de Cuaresma presenta a nuestra consideración el misterio de la Transfiguración de Nuestro Señor.
Con ocasión del Cuarto Domingo de Adviento, el pasado 22 de diciembre, hice un paralelo entre la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y la Pasión de la Iglesia.
El Domingo pasado, Primero de Cuaresma, hice otro tanto con las Tentaciones de Nuestro Señor y las de la Santa Iglesia.
Me parece muy importante y conveniente desarrollar hoy el misterio de la Transfiguración de Jesús estableciendo también un paralelo y una comparación con lo que podemos llamar la Transfiguración de la Iglesia…
Para comprender mejor lo que quiero decir, debemos colocar este episodio en su contexto histórico, considerando lo sucedido poco antes.
Jesucristo, por medio de obras portentosas, confirmaba las enseñanzas dadas con su doctrina a sus discípulos, a fin de que le reconocieran por Unigénito de Dios e Hijo del hombre.
Por consiguiente, había preguntado a sus discípulos, qué creían de Él, entre las muchas opiniones existentes. A esto, Pedro, elevándose por revelación del Padre celestial sobre lo corpóreo y humano, vio con los ojos del alma al Hijo de Dios vivo y confesó la gloria de la Divinidad, ya que no atendió solamente a la sustancia de la carne y de la sangre.
Y agradó tanto al Salvador esta sublime confesión de fe, que confirió a Pedro la sagrada firmeza de la piedra inviolable sobre la cual está edificada la Iglesia.
Mas era necesario que Pedro fuera instruido en el misterio de la sustancia inferior unida al Verbo, no fuera que la fe de los Apóstoles, elevada a la gloria de la confesión de su Divinidad, juzgara que las ignominias de la naturaleza humana eran indignas de un Dios impasible, y creyeran que de tal manera la naturaleza humana estaba glorificada en Cristo que ni podía sufrir ni morir.
Por esto el Señor les anunció que tenía que ir a Jerusalén, y allí padecer muchas cosas por parte de los ancianos y de los escribas y príncipes de los sacerdotes; que debía morir y resucitar el tercer día…
Sin embargo, los discípulos no comprendieron lo que les decía. Esta palabra les estaba como velada, y se envolvían sus ojos en una noche tan gruesa que les impedía ver nada; y Pedro rechazó, con una libertad y repugnancia que creía religiosa, la idea de que su Maestro pudiera sufrir todos esos ultrajes y el oprobio de una muerte cruel.
Jesús le corrigió con firmeza, animándole a participar con Él de su Pasión.
Seis días después, tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y habiendo subido juntamente con ellos a un monte excelso, les manifestó el esplendor de su gloria. Pues, si bien habían entendido que era Dios, ignoraban aun de qué era capaz aquel cuerpo en el cual la divinidad estaba encubierta. Quiso, pues, el divino Jesús que algunos de sus discípulos entreviesen la gloria de su divinidad, escondida bajo la tosca cubierta de su humanidad santísima.
Enseñará más tarde San Pablo que “En Jesucristo habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente”.
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Con esta transfiguración se proponía principalmente Nuestro Señor substraer el corazón de sus discípulos al escándalo de la Cruz. Se proponía, asimismo, fundar las esperanzas de la Iglesia, haciendo que todo el Cuerpo de Cristo conociera la transformación que le está reservada, ya que cada uno de los miembros puede prometerse el participar de la gloria con que resplandeció de antemano la Cabeza.
Enseña San Pablo: “Esperamos la venida de Cristo Nuestro Señor, que transformará nuestro cuerpo, bajo y humilde, a semejanza del suyo glorificado”.
¡Admirable reflexión del Apóstol, escribiendo a los Filipenses! La gloria de Cristo, por breves momentos revelada durante su vida mortal a los Apóstoles maravillados, no es más que imagen de lo que será la gloria, no ya sólo de nuestras almas, sino incluso de nuestros viles y miserables cuerpos después de la resurrección de ellos.
Sí, resplandeceremos con toda la claridad del Unigénito de Dios, seremos como Él gloriosamente transfigurados… Su Transfiguración anuncia nuestra transfiguración.
Sí, esta carne que nos da tan frecuentes congojas, estos miembros que nos fatigan con tantas enfermedades, esta ruin vestidura de podredumbre de que estamos cubiertos, estos nuestros nervios, huesos, piel, fibras y tejidos, todo eso que la tierra aguarda para pasajeramente consumirlo, también le espera poco después el Señor para glorificarlo.
¡Somos polvo y hediondez, pero un día seremos plena luz!
Alcemos los ojos al Cielo, qué allí ha de ser un día nuestro Tabor. Lícito será entonces exclamar con Pedro: ¡bien se está aquí!… Era prematura en el Tabor tal pretensión… Por eso el Señor nada respondió a esta proposición, como indicando que, sin ser malo lo que Pedro deseaba, era improcedente, ya que el mundo no podía salvarse sino con la pasión y muerte de Cristo.
Lo hizo, además, para conducir la fe de los creyentes a comprender que, aunque en medio de las tentaciones de esta vida no hay que dudar nunca de las promesas de la bienaventuranza, es preciso, con todo, implorar la paciencia más bien que la gloria.
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Vengamos, pues, a la Transfiguración de la Iglesia, debiendo Ella sufrir previamente su Pasión, al igual que Nuestro Señor…
El Padre Emmanuel, en su libro sobre El Drama del Fin de los tiempos, en el Primer artículo, de marzo de 1885, escribió:
“La Iglesia, como debe ser semejante en todo a Nuestro Señor, sufrirá, antes del fin del mundo, una prueba suprema que será una verdadera Pasión”.
Y en el artículo sexto, La iglesia durante la tormenta, de agosto de 1885, completa con lo visto ya hace dos domingos, en Quincuagésima:
“San Gregorio Magno, en sus luminosos comentarios sobre Job, abre las más profundas perspectivas sobre toda la historia de la Iglesia … Contempla a la Iglesia, al fin de los tiempos, bajo la figura de Job humillado y sufriente … La Iglesia, dice muchas veces el gran Papa, hacia el término de su peregrinación, será privada de todo poder temporal; incluso se tratará de quitarle todo punto de apoyo sobre la tierra. Pero va más lejos, y declara que será despojada del brillo mismo que proviene de los dones sobrenaturales”.
Y el Cardenal Pie, también en el siglo XIX, dijo:
“Finalmente, habrá para la Iglesia de la tierra como una verdadera derrota: “se dará a la Bestia el poder de hacer la guerra a los santos y vencerlos”. La insolencia del mal llegará a su cima”.
Como sabemos, el libro del Padre Emmanuel está prefaceado por Monseñor Lefebvre, y allí leemos:
“La lectura de estas páginas sobre la Iglesia entusiasma, se siente en ellas el soplo del Espíritu Santo. Algunas de ellas incluso son proféticas, cuando describe la Pasión de la Iglesia. Este año de 1884 es también el año en que León XIII redacta su exorcismo por intercesión de San Miguel Arcángel, que anuncia la iniquidad en la Sede de Pedro”.
Pero hay más, en su momento, el seminario de Ecône publicó unas conferencias registradas sobre CD de Monseñor Lefebvre. El primer CD se consagró a Cristo-Rey. El tercero se titula: “La Pasión de la Iglesia. Homilías y alocuciones de Mons. Lefebvre”.
En la primera parte de este último CD, Mons. Lefebvre desarrolla los siguientes puntos:
– El misterio de la Pasión de la Iglesia,
– Fundamentos filosóficos de esta Pasión,
– Las raíces doctrinales,
– Las causas próximas de esta Pasión,
– La revolución de Vaticano II,
– La aplicación de Vaticano II,
– La negación práctica de la Divinidad de Cristo,
– La pérdida del espíritu de la Iglesia.
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Respecto del momento actual que vive la Santa Iglesia, poseemos un dato preciso, pues la Santísima Virgen María dijo en La Salette: La Iglesia será eclipsada.
La Virgen María nos dice que el astro que es eclipsado es la Santa Iglesia. Por lo tanto, el astro que eclipsa no es la Iglesia Católica, y no puede emanar de la Santa Iglesia, que es una.
La secta conciliar es la que eclipsa a la Santa Iglesia Católica. Esta es la razón por la que no puede haber vinculación con la secta conciliar, con la iglesia oficial, con la Roma modernista y anticristo.
Considero que nos encontramos en el Ecce homo de la Pasión de la Iglesia…
En cuanto a Nuestro Señor, San Juan nos dice que Pilato tomó a Jesús y mandó azotarle. Los soldados trenzaron una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza y le vistieron un manto de púrpura; y, acercándose a él, le decían: «Salve, Rey de los judíos». Y le daban bofetadas. Volvió a salir Pilato y les dijo: «Mirad, os lo traigo fuera para que sepáis que no encuentro ningún delito en él». Salió entonces Jesús fuera llevando la corona de espinas y el manto de púrpura. Díceles Pilato: «Aquí tenéis al hombre». Cuando lo vieron los sumos sacerdotes y los guardias, gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!»”.
De la misma manera que Nuestro Señor estaba como irreconocible al ser presentado por Pilato, ese remedo o caricatura, que es la iglesia conciliar, no es la Iglesia Católica, y no puede distinguirse en ella la Institución Fundada por Jesucristo.
Nuestro tiempo es el de la hora de las tinieblas, la hora del poder de Satanás: esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas. La secta conciliar es la iglesia de las tinieblas, la iglesia de Satán.
Las consecuencias de este eclipse son muy graves. Hay dos iglesias. Dos iglesias opuestas, adversarias, enemigas. La iglesia conciliar no es la Iglesia Católica, la Iglesia fundada por Jesucristo. Sólo podemos vivir en una, y de una. Cuando creemos en lo que siempre se ha sido creído y hecho, uno debe rechazar todo demás. No podemos, bajo pena de apostasía, aceptar cualquier parte de la otra, por pequeña que sea.
Nos guste o no, la iglesia conciliar es una estructura que se define formalmente por un culto bastardo, una enseñanza masónica y unas leyes que favorecen la herejía modernista. Ahora bien, este sistema se presenta oficialmente como si fuese la Iglesia Católica. Un católico no puede y no debe cooperar con esta impostura.
La «jerarquía» conciliar está en ruptura oficial con la Iglesia Católica en varios puntos de la doctrina. Ella impone sacramentos viciados respecto al testimonio de la fe, un código defectuoso, pastoral contraria a la práctica bimilenaria de la Iglesia…
Por lo tanto, los fieles están obligados a organizarse fuera y en contra de esta «jerarquía» para mantener la fe y los sacramentos de la fe.
Monseñor Lefebvre escribió el 21 de noviembre de 1974:
“Adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma católica guardiana de la fe católica… Nos negamos a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante…”
Todos los Superiores de la Fraternidad firmaron el 6 de julio de 1988:
“Nosotros jamás quisimos pertenecer a ese sistema que se califica a sí mismo de iglesia conciliar… No tenemos ninguna parte, nullam partem habemus, con el panteón de las religiones de Asís… No pedimos nada mejor que el ser declarados ex communione del espíritu adúltero que sopla en la Iglesia desde hace veinticinco años; excluidos de la comunión impía con los infieles. Los fieles tienen absoluto derecho de saber que los sacerdotes a los cuales se dirigen no están en comunión con una iglesia falsificada, evolutiva, pentecostal y sincretista”.
Que Monseñor Lefebvre y los Superiores de la Fraternidad hayan sido coherentes y consecuentes o no con lo escrito y firmado, no quita legitimidad a lo afirmado…
Durante un eclipse, sólo los que están en el cono de sombra son plenamente conscientes de este eclipse. Es lo mismo para las tinieblas espirituales: sólo aquellos que tienen la verdadera fe y que son perseguidos a causa de ella pueden comprender el eclipse de la Iglesia. Los otros no ven nada y no entienden nada.
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Ahora bien, cuando Nuestro Señor ha anunciado su Pasión a sus discípulos, Pedro, después de haber recibido del Padre una revelación tan excepcional, después de ser llamado “bienaventurado” por el Hijo de Dios, cayó de la cumbre donde había sido pues la Pasión de Cristo le dio miedo…
A muchos católicos la Pasión de la Iglesia les da miedo… Y puede ser que estemos entre ellos… Como Pedro, no comprendemos nada…
A nosotros también, cuando queremos ahorrar a la Iglesia su Pasión, Nuestro Señor nos dice: Apártate Satanás. Me eres un objeto de escándalo, no tienes el sentido de las cosas de Dios… Que todos los que enrojecen y se avergüenzan de la Cruz de Jesucristo escuchen estas palabras.
Pedro, juzgando los sufrimientos de su Maestro de una manera muy grosera y muy carnal, creía que esa muerte era vergonzosa e indigna de su grandeza. Y es por eso que Jesucristo lo reprende.
Leamos ahora al Padre Calmel, que murió en 1975:
“Por derecho, el estado de transfiguración convenía a este Cuerpo, instrumento perfectamente adaptado al Verbo de Dios y a su Alma llena de Gracia y de Verdad.
Sin embargo, el Verbo de Dios no asumió un Cuerpo humano para que esté transfigurado habitualmente durante su vida mortal, sino al contrario para que sea capaz de sufrir y morir para nuestra salvación.
Por esta razón hasta la mañana de la gloriosa resurrección de entre las muertos, excepto el día de la Transfiguración, este Cuerpo no ha conocido la gloria que le correspondía.
Si el Señor hubiese conocido esta gloria, no solamente no habría podido redimirnos de la manera que convenía, es decir, por el sufrimiento; sino que incluso los Apóstoles, los fieles que lo habrían seguido no lo habrían seguido en verdad.
Seguir un Cristo en estado habitual de transfiguración, eso no habría sido seguir a Cristo en sí mismo, sino más bien encantarse de su magnificencia”.
Podemos hacer reflexiones similares respecto del Cuerpo Místico de Nuestro Señor…
En efecto, si la Santa Iglesia hubiera conocido la gloria, no solamente ella no habría podido redimirnos de la manera que convenía, es decir, por el sufrimiento; pero incluso los fieles que la hubieran seguido no la habrían seguido en verdad. Seguir una Iglesia en estado habitual de transfiguración, eso no hubiera sido seguir a la Iglesia en sí misma, sino más bien encantarse de su magnificencia…
Si queremos tener parte a la gloria de la Iglesia en el momento de su triunfo, debemos acompañar en primer lugar la Iglesia hoy en su Pasión…
Hay quienes no quieren saber nada con la Pasión de la Iglesia. Como Pedro, dicen: permanezcamos en la Edad Media…, nada de mundo moderno, nada de revolución francesa, nada de comunismo, nada de modernismo, nada de Vaticano II…; estamos aún a la Edad Media, ¡viva Cristo Rey! Permanezcamos aquí.
No saben lo que piensan ni dicen; todo eso se terminó. Estamos en la Pasión de la Iglesia, pero queremos permanecer en la edad de oro de la Iglesia. Es utópico, es ilusorio. Como Pedro, no sabemos lo que pensamos.
El Padre Calmel escribe: “Qué de almas, cuántas almas en la vida sobrenatural comparten esta ilusión de Pedro. Aspiran a las consolaciones divinas sin querer pasar por las pruebas y las tribulaciones… No piensan que los sufrimientos conducen al consuelo y al alivio y sobre todo que es necesario buscar Dios en primer lugar, antes de buscar sus consolaciones… En cuanto a esos cristianos quienes las comodidades, la paz, las adulaciones, la seguridad del día siguiente…, en cuanto a aquellos que el éxito de la vida impediría prestar atención al Rostro del Salvador, les pido detenerse un momento y reflexionar en presencia del misterio de gloria y el misterio de la ignominia del Señor Jesús. Les pido aceptar observar atentamente a Aquel en el cual siguen creyendo. Si Él no quiso tomar el camino del éxito, de las comodidades, de la paz, de la seguridad del día siguiente y de la consideración del mundo, es que este camino no era el mejor. Entonces el Señor se revelará ellos tal como es: Señor de la gloria y Hostia de la Cruz. Entonces comenzará a estar presente en su vida, para modificarla profundamente”.
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Regresando a la Transfiguración de la Iglesia, sabemos que la desaparición debida al eclipse es momentánea. No durará incesantemente. Estamos seguros de que la luz de la Santa Iglesia volverá al final de la ocultación.
Al respecto, el Padre Emmanuel expresa con justeza:
“Podemos preguntarnos por qué los escritores sagrados han descrito tan minuciosamente las peripecias de este drama de la Iglesia, cuando sólo ocupará algunos pocos años. Es que será la conclusión de toda la historia de la Iglesia y del género humano; es que hará resaltar, con un brillo supremo, el carácter divino de la Iglesia. Por otra parte, todas estas profecías tienen el fin incontestable de fortalecer el alma de los fieles creyentes en los días de la gran prueba. Todas las sacudidas, todos los miedos, todas las seducciones que entonces los asaltarán, puesto que han sido predichos con tanta exactitud, formarán entonces otros tantos argumentos en favor de la fe combatida y proscrita. La fe se afianzará en ellos, precisamente por medio de lo que debería destruirla.
Después de haber hablado de las enseñanzas, digamos algunas palabras de los consuelos. Jamás se habrá visto al mal tan desencadenado; y al mismo tiempo más contenido en la mano de Dios. La Iglesia, como Nuestro Señor, será entregada sin defensa a los verdugos que la crucificarán en todos sus miembros; pero no se les permitirá romperle los huesos, que son los elegidos, como tampoco se les permitió romper los del Cordero Pascual extendido sobre la cruz. La prueba será limitada, abreviada, por causa de los elegidos; y los elegidos se salvarán; y los elegidos serán todos los verdaderos humildes. Finalmente, la prueba concluirá por un triunfo inaudito de la Iglesia, comparable a una resurrección. En esos tiempos, e incluso en los preludios de la crisis suprema, la Iglesia verá cómo se convierten los restos de las naciones. Pero su consuelo más vivo será el retorno de los judíos. Los judíos se convertirán, ya antes, ya durante el triunfo de la Iglesia; y San Pablo, que anuncia este gran acontecimiento, no puede aguantarse de alegría al contemplar sus consecuencias. Como se ve, podemos aplicar aquí a la Iglesia la palabra de los Salmos: «Según la multitud de las aflicciones que han llenado mi corazón, vuestras consolaciones, Señor, han alegrado mi alma»”
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Ahora estamos en condiciones de comprender qué relación hay entre la Transfiguración y la Pasión, entre el Tabor y el Calvario…
La Transfiguración pone fin al escándalo de la Pasión. La Transfiguración del Tabor ilumina y explica toda la vida de Jesús, y especialmente el Calvario… Previene y detiene el escándalo de la Pasión y de la muerte de Jesús, revelándonos por un momento su Divinidad, mostrándolo en la gloria que le es propia y natural, y que Él sólo ha velado para redimirnos y salvarnos… Este rostro, que será profanado, desfigurado e irreconocible en la Pasión, se vuelve, en el Tabor, más brillante que el sol… Todo este cuerpo, que será magullado y ensangrentado, aquí resplandece… Estas ropas, que en el Calvario se jugarán a los dados, al azar, tienen en el Tabor más brillo que la nieve… En el Gólgota, Jesús será crucificado entre dos ladrones; en el Tabor, es adorado por dos de los más venerables Santos de la Antigua Alianza… En el Calvario será burlado por todos, abandonado por sus discípulos y hasta por su propio Padre; en el Tabor el Padre celestial lo proclama su Hijo amado y ordena a todos que lo escuchen…
Más tarde, San Pedro apelará a esta escena, de la que fue testigo presencial: “No apoyamos los misterios del Hijo de Dios en fábulas o ficciones, sino en esta gloria deslumbrante, de la que nosotros mismos hemos sido testigos en el monte santo, y en el testimonio que dio entonces la voz del Padre Celestial”.
Y lo mismo hará San Juan: “Hemos visto su gloria, la gloria que corresponde al Hijo unigénito del Padre”.
Y San Pedro agrega: “Alegraos, en cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo, para que también en la aparición de su gloria saltéis de gozo”.
En cuanto a la Transfiguración de la Iglesia, recordemos la visión de la Jerusalén Celestial:
“Y vino uno de los siete ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo diciendo: “Ven acá, te mostraré la novia, la esposa del Cordero”. Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios, teniendo la gloria de Dios; su luminar era semejante a una piedra preciosísima, cual piedra de jaspe cristalina … No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso, así como el Cordero. La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren, pues la gloria de Dios le dio su luz, y su lumbrera es el Cordero. Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra llevan a ella sus glorias. Sus puertas nunca se cerrarán de día —ya que noche allí no habrá— y llevarán a ella las glorias y la honra de las naciones. Y no entrará en ella cosa vil, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que están escritos en el libro de vida del Cordero”.

