Es la única colección de poesías publicadas como tal por el Padre Leonardo Castellani.
Reúne composiciones que escribió desde su partida a bordo del vapor Naboland hacia Europa, en 1946, hasta su retorno a la Patria y primer año de estadía en ella, en 1950.
Son los años más tempestuosos de su existencia. En ellos se dio el conflicto con sus superiores religiosos, que dejó honda huella en su vida y en su obra.
LA ORACIÓN POR EL ENFERMO
Señor, mira los santos protectores
que en torno tuyo ruegan
por los enfermos… Lázaro, patrono
de los leprosos; Sérvula
contra la convulsión; Estanislao
de los males cardiacos; del reuma
San Babil; de la peste asoladora
San Roque; Juan de Dios, de la demencia;
Tobías y Lucía, de los ojos;
Maro, de la cabeza…
Señor, ten compasión de nuestra carne
que hiciste tuya al revestirte della;
Tú, varón de dolores
del que dijo el profeta:
“El que sabe que son enfermedades…”
Señor, ese leproso, esa sangrienta
yamoratada faz, imagen tuya
y semejanza, como dicen, sienta
que un vivo ardor su sangre purifica
de su putrefacción, y una piel nueva
tersa y rosada cual de niño, cubra
sus deshonrosas pústulas abiertas….
Que ese mudo, Señor, note que el triste
dogal que ata sus labios desenredas
y que le haces señor de su silencio
y el tesoro de signos de la idea
vuelva a hablar, misteriosos y sutiles
y que ponga su lengua
sus nombres a las cosas;
las cosas que es preciso que se sepa
para esta y la otra vida…
Que ese ciego.
que esas que inútilmente parpadean
sumidas en la noche, esas pupilas
blancas, sin expresión, pupilas huérfanas
de la luz, jubilosamente rompan
su velo atroz, y de repente vean…
y de repente vean embriagadas
vida, color, matiz, rosas, praderas
y el rostro en flor del hijo pequeñuelo
y el venerable de la madre vieja
y encima, el sol; y encima, la que hiciste
bóveda azul del cielo y sus estrellas
para que alcen los ojos los que sufren
y levanten las mentes los que piensan…
Señor, que un grito férvido
de inefable sorpresa
resuene y se repita
en medio el grupo que al tullido cerca
al ver que se alza súbito
quebrada la cadena
de sus miembros; y asiendo la camilla
como en las narraciones evangélicas
corre y se postra ante el viril dorado
mientras el grito de la turba inmensa
de “¡Milagro, milagro de la Virgen!”
hasta las márgenes del Gave llega.
Señor, que los oídos
a ese sordo devuelvas;
esas puertas del alma
por las que el alma de los otros entra
a nosotros, con alas de sonidos
y se nos une y abre, viva y trémula;
Señor, que del silencio que lo envuelve,
quiebre por fin la soledad eterna
y torne a hallar su oído
las canciones ingenuas
que su madre cantaba
frente su cabecera.
Y que ese, sobre todos, desdichado
pobre demente, buen Jesús, que brega
en triste caos de espectrales sombras
en turbio mar de alborotadas crestas
en limbo innoble, en confusión inútil
en lobreguez no conocida y tétrica
¡que retome a la vida
suave, grave, serena
del pensamiento, la razón recobre
que es todo nuestro ser, y que comprenda!…
Que comprenda… si no por qué se mueve
sereno el sol en la azulada esfera
y como de un granito sepultado
brotan del suelo las espigas densas,
a lo menos por qué le diste vida
y para qué sufrimos en la tierra
y que en Ti se hacen fruto nuestras lágrimas
y eres el sol de toda inteligencia.
Señor, consuela al triste
y sostén al que tiembla
y da alivio al dolor
pecador… Así sea.
Pero si no conviene
y si no puede ser, pues tu Presciencia
ve que … no debe ser, porque razones
inescrutables y adorables, fuerzas
que no le es dado al hombre ver, y leyes
divinas lo prescriben… ¡Tú lo ordenas
en fin y Tú lo quieres…! Si es preciso
que aguanten, como Tú, la cruz a cuestas
y tres horas agónicas, y acaten
tu voz, bajando al polvo la cabeza
y creyendo que el Padre que los hiere
no es distinto del Padre que los besa,
pero que es Dios… Señor, entonces dales
lo que es mejor aún, dales la buena
santa y divina, la inefable y mansa
la iluminada y ciega
y todopoderosa
¡paciencia…!

