ALEGRÍA DE MORIR
UN CARMELITA DESCALZO
INSPIRACIONES Y LUCES
DE DIOS AL ALMA ESPIRITUAL
¿Qué será Dios? Preciosa y al alcance de todos es la respuesta del Catecismo de la Doctrina cristiana:
Es la cosa más admirable que se puede decir ni pensar; un Ser infinitamente bueno, poderoso, sabio, justo; principio y fin de todas las cosas; premiador de los buenos y castigador de los malos.
Aun sin tener estudios de ninguna clase, todos pueden entender muy bien esta definición. Ni la teología dice más.
Dios es Creador y último fin, es sobre todas las cosas y está todo en todo. Dios es la altísima y bellísima verdad por esencia y tan soberano bien, que la inteligencia criada más alta, aunque sea de un Serafín, no puede formarse idea proporcionada del Señor. Dios es el bien total y actual. Ni el mismo entendimiento divino puede pensar nada ni perfección alguna que actualmente no tenga.
¿Qué luz pondrá Dios en las inteligencias cuando las ilumina para darles conocimiento especial de sus atributos y perfecciones? ¿Qué efectos producirá la mirada de Dios en el alma? ¿Qué sentirá de Dios y de sí misma el alma con esta luz? Los hombres doctos, para enseñar, explican las ciencias, que ellos mismos aprendieron de otros maestros y de la experiencia; siembran conocimientos en los discípulos que les siguen. Pero los hombres no pueden dar inteligencia a quien no la tiene, ni pueden aumentar la capacidad de entender más de lo que el Señor haya dado, ni ellos mismos pueden enseñar, con frecuencia, más que opiniones, no verdades ciertas, porque no alcanza su entender a dominar la verdad. Es muy corto el entendimiento del hombre, aún del que parece más capacitado.
Sólo Dios es poderoso y sólo Él es la sabiduría y la verdad.
Las comunicaciones de Dios no pueden tener comparación apropiada con otras comunicaciones; sólo por analogía y muy impropiamente pueden compararse con otras noticias criadas, como solamente así pueden estudiarse las ideas que el hombre llega a tener de Dios.
Las comunicaciones de Dios son verdad y misericordia, son luz y vida de amor. Como Dios es infinitamente mayor y mejor de lo que se puede pensar, del mismo modo las comunicaciones de Dios a las almas son sobre cuanto se puede soñar.
El Rey David cantaba la maravilla de estas divinas misericordias diciendo: Alabarte he, oh Señor, en medio de los pueblos, y te cantaré himnos entre las naciones. Porque es más grande que los cielos tu misericordia y más elevada que las nubes la verdad tuya (1). El mismo David pedía al Señor: Haz brillar de un modo maravilloso tus misericordias, oh Salvador de los que en Ti esperan (2), y daba gracias diciendo: Bendito sea el Señor que ha ostentado maravillosamente sus misericordias para conmigo (3).
Dios comunica maravillosamente sus misericordias más altas a sus Santos.
Las almas escogidas que han recibido alguno de estos favores especiales, los han estimado sobre todos los honores y tesoros de la tierra; se han deshecho en acción de gracias al Señor por esa inmensa bondad, y, algunas veces, intentaron darlas a conocer, pero no encontraban palabras para expresar su grandeza y suavidad ni modo de compararlo con las bellezas de la tierra. Viviendo esas misericordias de Dios, se consideraban felices, pero con ello sentían crecer en sí las ansias de llegar pronto a la posesión de toda felicidad en el Cielo.
¿Cuáles serán los efectos de las misericordias del Señor? Santa Teresa de Jesús nos dice de su experiencia que la alegría y el goce que se siente por sola una lágrima vertida en la oración por amor de Dios no pueden comprarse con todos los trabajos del mundo (4).
¿Qué altas y cuán llenas de luz no estarán las noticias de inteligencia que Dios pone en el alma y qué intensidad y dulcedumbre de amor no producirán?
¿Y cómo ha de ser posible comparar la ciencia encerrada en los libros de los hombres con la ciencia enseñada por Dios? ¿Qué puede ser la sabiduría humana, casi siempre vacilante, siempre rectificándose sin salir de errores, ante la ciencia comunicada por Dios, toda verdad clarísima y esencial?
Muy grande y firme era la ciencia de Santo Tomás de Aquino. Su entendimiento ha sido quizá el más vigoroso y ordenado, el más profundo y claro, el más disciplinado y transparente. Pues cuando Santo Tomás de Aquino se encontraba en la cumbre de la ciencia, en toda la activa plenitud de su entendimiento portentoso, con el dominio del idioma para la expresión más exacta de sus ideas y en plena madurez y pujanza, recibió una noche en la capilla donde acudía a orar delante del Señor, en el silencio y oscuridad de recogida y profunda oración, recibió, digo, una ráfaga de luz celestial o especial noticia de ciencia divina comunicada por el mismo Dios, y ante la claridad y mundos nuevos de la ciencia desconocida, ante la belleza y altísima verdad divina y calor de vida amorosa nunca pensada, que en ese momento recibió y brilló en su entendimiento, vio y sintió -y así lo dijo- que cuanto hasta entonces había aprendido, entendido, explicado y escrito (con ser tan profundo y encerrar las más altas y hondas verdades de la teología y de la filosofía) era todo como paja sin sustancia ni peso, y se llenó de tanto asombro ante tanta luz y tanta magnificencia, que no se atrevió a escribir más de la ciencia humana ni del conocimiento de Dios, dejando sin concluir su Suma de Teología, tan maravillosa y admirada de los hombres de todos los tiempos, para entregarse totalmente a la ciencia práctica del amor de Dios en el continuado ejercicio de recogimiento y oración (5).
Sus enseñanzas y explicaciones en el corto tiempo que después vivió eran las lágrimas de devoción que frecuentemente derramaba y el estarse de rodillas orando ante el Sagrario y el casi continuo embelesamiento.
¡Tanto enseñan las lecciones dadas por el Señor! Sólo en el recogido y devoto silencio y quietud del espíritu pueden gustarse y agradecerse las altas y suavísimas noticias e inexplicables misericordias que Dios comunica amorosamente a las almas.
Aun el conocimiento de los mismos atributos divinos y su número, de tal manera se agranda, multiplica y embellece, que su expresión no cabe en el lenguaje de los hombres, y cuanto de alto y profundo enseña la teología, con ser la más encumbrada ciencia, es como oscura sombra ante esta luz de Dios, y el entendimiento, anonadado, sólo puede expresarse con admiraciones de alabanza.
El deleite que en el alma producen estas iluminaciones y noticias es proporcionado a la luz recibida; es gozo infinito en cuanto puede caber en el alma creada. San Pablo, recordando las noticias que Dios le había comunicado, no sabía decir cómo había sido, ni sabía cómo explicarlas; sólo podía admirarlas, alabarlas y agradecerlas, diciendo que ni ojo alguno vio, ni oído oyó, ni pasó a hombre por pensamiento cuáles cosas tiene Dios preparadas para aquellos que nos que aman (6).
Santa Teresa de Jesús expresaba la misma admiración y gratitud cuando hablaba de esta inefable luz y gozo que Dios pone en el alma, diciendo: «Allá se avengan los del mundo con sus señoríos y con sus riquezas, y con sus deleites, y con sus honras, y con sus manjares; que si todo lo pudieran gozar sin los trabajos que traen consigo, lo que es imposible, no llegara en mil años al contento que en un momento tiene un alma a quien el Señor llega aquí. San Pablo dice que no son dignos todos los trabajos del mundo de la gloria que esperamos; yo digo que no son dignos, ni pueden merecer una hora de esta satisfacción, que aquí da Dios al alma, y gozo y deleite» (7).
Altísimo es el conocimiento de Dios que ponen estas noticias, y no es menor el gozo que producen. San Juan de la Cruz nos lo dice así: «El deleite que causan en ella (en el alma) estas (noticias) que son de Dios, no hay cosa a qué le poder comparar, ni vocablos ni términos con qué le poder decir; porque son noticias del mismo Dios y deleite del mismo Dios, que, como dice David, no hay como Él cosa alguna. Porque acaecen estas noticias derechamente acerca de Dios, sintiendo altísimamente de algún atributo de Dios, ahora de su omnipotencia, ahora de su fortaleza, ahora de su bondad y dulzura, etc.; y todas las veces que se siente, se pega en el alma aquello que se siente. Que por cuanto es pura contemplación, ve claro el alma que no hay cómo poder decir algo de ello, si no fuese decir algunos términos generales, que la abundancia del deleite y bien que allí sintieron, les hace decir a las almas por quien pasa; más para que en ellos se pueda acabar de entender lo que allí el alma gustó y sintió» (8).
«Consiste el tenerlas (estas noticias) en cierto toque que se hace del alma en la divinidad, y así el mismo Dios es el que allí es sentido y gustado, y aunque no manifiesta y claramente, como en la gloria, pero es tan subido y alto toque de noticia y sabor, que penetra la sustancia del alma, que el demonio no puede entrometer ni hacer otro semejante; porque aquellas noticias saben a esencia divina y vida eterna, y el demonio no puede fingir cosa tan alta» (9).
El Santo hace resaltar que Dios llena al alma de Sí mismo y la comunica maravillosamente sus atributos, junto con un gozo insuperable. Aquí enriquece al alma con singulares perfecciones, detalladas y concretas. «Pues como quiera que estas virtudes y atributos de Dios sean lámparas encendidas y resplandecientes, estando tan cerca del alma, como habernos dicho, no podrán dejar de tocarla con sus sombras, las cuales también han de ser encendidas y resplandecientes al talle de las lámparas que las hacen, y así estas sombras serán resplandores. De manera que, según esto, la sombra que hace al alma la lámpara de la hermosura de Dios será otra hermosura al talle y propiedad de aquella hermosura de Dios, y la sombra que hace la fortaleza será otra fortaleza al talle de la de Dios, y la sombra que la hace la sabiduría de Dios, será otra sabiduría de Dios, al talle de la de Dios, y así las demás lámparas, o, por mejor decir, será la misma sabiduría y la misma hermosura y la misma fortaleza de Dios en sombra, porque el alma acá perfectamente no lo puede comprender. La cual sombra, por ser ella tan al talle y propiedad de Dios, que es el mismo Dios, en sombra conoce bien el alma la excelencia de Dios» (10).
No son sólo San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús quienes hablan de estos subidísimos regalos que el alma conoce y gusta de Dios; son todos los autores que tratan de la vida íntima espiritual y de sus claridades y hermosura. Así, Fray Luis de Granada, haciendo referencia a San Bernardo, dice con el primor y galanura de lenguaje que él sabe que «el ánima, que ya una vez aprendió del Señor a entrar dentro de sí misma por su presencia ya gozar de ella, en su manera, no sé si se tomaría antes por partido padecer por algún tiempo las penas sensitivas del infierno que ser desterrada y carecer de la dulzura de estos pechos divinos y quedar obligada a volver otra vez a buscar recreaciones sensuales en las cosas humanas» (11).
El Venerable P. Juan Eusebio Nieremberg no dudaba en decir que «bien se pudiera pensar una hermosura tal, que por sólo verse un instante se podían padecer eternamente los tormentos del infierno; pues esto se puede pensar y Dios es más de lo que se puede pensar» (12); a tan hermosa reflexión llega el entusiasmo de dicho escritor.
Pero las almas místicas que lo vivieron y gustaron no se expresan con vaguedad, sino que lo describen con toda precisión y detalle y lo cantan como el sentimiento más noble y real que han vivido y pueden aspirar a vivir.
No sólo la prosa de San Juan de la Cruz, sino su poesía, cantaba dulcísonamente, remontando el vuelo a la luz y conocimiento de Dios, esta gloria vivida por el alma y que sólo Dios puede dar. Una estrofa recordaba Menéndez y Pelayo con profunda admiración, y decía era aún más sublime que por su belleza literaria por su contenido teológico:
Y es de tan alta excelencia
aqueste sumo saber,
que no hay facultad ni ciencia
que le puedan comprender.
Y si lo queréis oír
consiste esta suma ciencia
en un subido sentir
de la divinal esencia;
es obra de su clemencia
hacer quedar no entendiendo
toda ciencia trascendiendo. (13)
(1) Salmos 107, 5; 56, 11, y 35, 5.
(2) Salmo 16, 7.
(3) Salmo 30, 22.
(4) Santa Teresa de Jesús, Vida, cap. V.
(5) Síntesis biográfica de Santo Tomás de Aquino, por el P. Santiago Ramírez, O. R.
(6) San Pablo, II A los Corintios, II, 9.
(7) Santa Teresa de Jesús, Conceptos del amor de Dios, cap, IV.
(8) San Juan de la Cruz, Subida, lib. II, cap. XXVI.
(9) San Juan de la Cruz, Subida, lib. II, cap. XXVI.
(10) San Juan de la Cruz, Llama de amor viva, canción I.
(11) Fray Luis de Granada, Adiciones al Memorial de la Vida Cristiana, cap. IV.
(12) P. I. E. Nieremberg, De la hermosura de Dios, lib. I, cap. VI. páx. II.
(13) San Juan de la Cruz, Poesías: Coplas hechas sobre un éxtasis.

