EL PRÓLOGO DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
“Puesto que ya algunos han emprendido la tarea de escribir los sucesos que se han verificado entre nosotros, según nos los transmitieron quienes desde el comienzo fueron testigos presenciales y después recibieron el encargo de anunciar el mensaje. Yo también, noble Teófilo, lo he investigado todo con cuidado desde el principio, y me ha parecido conveniente escribirte estas cosas ordenadamente, para que conozcas bien la verdad de lo que te han enseñado.” (Lc. I, 1-4).
Desde hace un tiempo a esta parte, se ha convertido, para los autoproclamados custodios de la veracidad de las noticias (fact checkers), en una celosa obsesión evitarle a los “indefensos” navegantes virtuales “que les venda un buzón o gato por liebre”.
Chesterton y el Padre Castellani seguramente achacarían estos peligros a vicios inherentes al periodismo.
En realidad, el problema, aunque con distintos matices, dados por la variedad de circunstancias, es un poco más antiguo. Tanto que podemos remontarlo a la bífida mentira de la antigua serpiente que dijo a la mujer: «No es cierto que morirán. Es que Dios sabe muy bien que el día en que coman de él, se les abrirán a ustedes los ojos; entonces seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.»
Es por eso que consideramos, como inestimablemente precioso, el preventivo recaudo de San Lucas, al “abrir el paraguas” (justo está empezando a llover por acá), ante la cuasi infinita caterva de “dudadores seriales”, que pondrían en tela de juicio, a lo largo de los siglos, la veracidad histórica de los relatos evangélicos.
Consideramos oportuno y ocurrente (ya que no se nos ocurre, en este momento, hacer otra cosa) refrescar y comentar libremente tan venerable advertencia, para recaudo de quien quiera hacer un alto y reflexionar, en medio del fárrago de noticias y rumores de grandes acontecimientos, dimes y diretes.
No sea cosa que, aturdidos por tantas primicias, nos hagamos sordos a las trompetas que indican los auténticos “signos de los tiempos”.
“Puesto que ya algunos han emprendido la composición de una narración de los sucesos que se han verificado entre nosotros, según nos transmitieron los que desde los comienzos fueron testigos oculares y ministros de la palabra”.
En este primer versículo nos encontramos, nada menos, con una cabal descripción (sino definición) del concepto de “tradición”, concepto fundamental y vital a la naturaleza social humana.
Chesterton, en los primeros capítulos de su autobiografía, subraya su crucial relevancia, al aseverar que es por “tradición” que tenemos conocimiento de nuestra fecha y lugar de nacimiento, y certeza de quiénes son nuestros progenitores.
Y aunque un fatal error pudiera interponerse, la tradición no tardaría en subsanarlo inexorablemente. Como sabemos, por muchos casos históricos y legendarios, de bastardos invenciblemente agnósticos.
Por otro lado, la portación pacífica y convencida de un apellido, legitima cualquier traspié biológico.
Según afirma el gran moralista San Raymundo de Peñafort (en una obra que por desgracia no ha llegado hasta nosotros) ante la conciencia prevalece la certeza moral a la metafísica.
De hecho se permite, por cuestiones de decoro, como algo normal, incluir provisoriamente en el baúl de la tradición algunas explicaciones reñidas con la ciencia, como la resabida de que las cigüeñas son las que traen los bebés.
Si prestamos atención a las primeras palabras del versículo, notaremos que la idea de tradición implica un fino equilibrio entre imprescindibles eslabones intermedios y testigos directos, que tocan, por así decirlo, con sus propios sentidos, el objeto mismo de la tradición.
San Lucas se ha cerciorado de los hechos, por una escrupulosa investigación, que, a su vez, se apoya en una reposada confianza en el testimonio de sus fuentes.
Lo que da como resultado, el inconmovible anclaje de la verdad trasmitida.
Resaltemos una palabrita que, si bien aparece más abajo, cuadra comentarla en este lugar: “con orden”.
El hagiógrafo imita en su estilo escriturario al protagonista de su narración. Dios todo lo dispone “con orden”.
Maurras escribió un libro (que creo haber leído, pero del que no recuerdo nada), cuyo título es “El orden y el desorden”. A los franceses les encanta el orden (por eso a las computadoras les dicen ordenador). Pero me temo que es un orden un poco cartesiano.
El de San Lucas es el orden heleno – cristiano. No olvidemos que “orden” en griego se dice “kosmos”.
Por eso muchos franceses (y alemanes) encuentran cosas desordenadas en los evangelios, y con su ciencia pretenden ordenarlos.
Nosotros preferimos creerle a San Lucas, y encontrar el orden, con el que dice haber escrito el evangelio, y, si nos cuesta encontrarlo, tratar de arreglar nuestro propio desorden.
Como le decía Castellani a los nacionalistas amigos que querían militar y arreglar el desorden político: “empiecen por poner orden en sus propias casas”.
Y estimamos muy a propósito, para ordenar nuestras propias vidas desarregladas, atenernos devota y fervorosamente al orden del Evangelio.
Siguiendo con el hilo del texto, se nos apercibe sobre el objeto de esta tradición, que son “los sucesos que se han verificado entre nosotros”.
Y queremos destacar “entre nosotros”, y “…para ti”.
Que nos sugieren una intimidad inclusiva, pertinente, y por lo tanto comprometedora.
No se trata de frías gestas lejanas, que podrán conmovernos o no, según nuestro ánimo y talante. Sino de sucesos que nos requieren como a una leva castrense y que no nos dejan opción, al menos honrosa.
Tanto derroche de honestidad intelectual y crítica discrímine no está puesto ahí para generar un efecto literario de verosimilitud en el impávido y curioso lector.
Sino que “entre nosotros” y “para ti” es una indeclinable pero delicada e íntima invitación a involucrarnos y tomar parte de tales sucesos.
Habiendo recibido en nuestros oídos tales proclamas, ya no podemos hacernos los zonzos, so pena de desavenimiento prematuro.
Difícil, a esta altura, sacarse el lazo, cuando se nos notifica de la calidad de los fiadores: “testigos oculares y ministros de la palabra”.
No estamos hablando de aburridas viejas chismosas, sino de selectos garantes, que empeñan todo en la partida.
Y que, desde los polvorientos paisajes de Judea, nos miran con ojos chispeantes de premura, como diciendo: – ¿Y? ¿Está lindo el cuentito? No seas flojo. Te invito a venir. Como nos invitó el Maestro. No te lo puedes perder…
“Ministros de la Palabra”. Tan alta dignidad no se le ocurrió a Platón, ni al más pintado.
Vaya responsabilidad.
¿Quién podría resistirse ante palabras proferidas por tales heraldos? ¿Cómo no tomar partido?
– Se nos “ha tirado el fardo y ya no podemos esquivar el bulto”, habrá pensado el “noble Teófilo”.
A sí de personal es el tema.
O después de masticarlo un rato, ¿no caemos en la cuenta de que Lucas, y el Espíritu Santo, nos interpelan sin rodeos, mirándonos a los ojos, como hacía Cristo, con quienes diligenciaba?
– ¿Seré yo Teófilo?
Y me apodan “noble” y no es lisonja.
Eso se requiere en quien pretende amar a Dios.
La vara es alta. No es para cualquiera.
No lo he verificado en el original griego. Pero sospecho, que la palabra que traducen por “noble” es “aristos,” o algo por el estilo, que evocaba el culmen de la virtud y el señorío, en la Hélade.
Pero no nos apoquemos ante tan gran compromiso. Porque no es conminatorio sino invitatorio, contagioso, comunicativo, entusiasta, amable.
No se nos exige, sino después de que se nos proveen las armas pertinentes.
Antes de enviarnos a la batalla, se nos arma caballeros, aristoi, aptos para la guerra, y se nos asegura la victoria, d’entrada nomás.
De un modo, sin embargo, singular.
Uno esperaría un llamado a la “acción católica”, al celo apostólico, a la abnegada dispensación de los sacramentos, y a la práctica de los ejercicios ignacianos, a incendiar el mundo con fuego: sí.
Pero con la acción justamente más noble, tanto para griegos como para hindúes, por ser la acción humana por excelencia: la del conocimiento.
Y, claro está, no cualquier conocimiento, sino el que da la Fe sobrenatural: “a fin de que conozcas bien la firmeza de las enseñanzas que has recibido”.
Esta es la consigna, esta nuestra suerte.
