PADRE LEONARDO CASTELLANI: DIRECTORIALES DE JAUJA

N° 33 – Septiembre de 1969

Hay algunos prójimos que son mucho mejor para enemigos que para amigos.

Hay que tener enemigos; o por lo menos saber que eso no se puede evitar.

Ese Luis Veuillot, que leía yo con afán en un momento de mi juventud, yo me considero igual que ese periodista antipático; aunque todavía no haya llegado a la gloria de ser «biografiado» por Juan P. Ramos —¡qué enemigos tuvo! Sainte Beuve, Menéndez y Pelayo, León Bloy… Parece mentira: él tenía una misión y la cumplía; y era un hombre de gran humildad y tierno corazón. Si le hubiesen contado que Menéndez Pelayo lo increpaba de no tener gusto, hubiese respondido: «Y yo ¿para qué necesito eso?» Si le hubiesen reprochado haber atacado a Goethe, un «genio» (dudoso) —hubiese dicho muy tranquilo: «Es un blasfemo». Si hubiese sabido (lo supo) que Sainte Beuve lo tenía por mal escritor, se hubiese encogido de hombros. Y si le aconsejaran hablase bien de Renán, hubiese respondido: «Ha vilipendiado a Jesucristo».

Él era el Director del único diario católico de Francia y su misión era defender la Iglesia: rudamente, porque ella era rudamente atacada, con saetas, piedras y barro; y porque estaba en su natura de obrero parisino, recién convertido y de talento mediocre, si se quiere. «Yo no soy un gendelettres, hubiese dicho a Sainte Beuve y a Renán (que lo calificó de «perro rabioso») el mundo de ustedes no es el mío. No dudo de que ustedes escriben muy bien; pero no me toquen a mi Rey Jesucristo. La estética no es todo; para mí es casi nada». Venía del trabajo manual, no tenía formación académica ni escuela tan siquiera, los refinamientos del mundo le eran ignorados. Era un católico francés, si no demasiado católico, ciertamente demasiado francés.

Aunque he tenido formación académica, yo soy como él, por más que tan grandes enemigos todavía no me he echado encima. A mí Voltaire me parece escribe bien pero es un canallita; Rouseau me ha inspirado siempre una mezcla de lástima y asco; Anatole France es aburrido y papanatas «comme tout», etcétera; y lo que es en España… bueno en España no ha habido desos, los herejitos de España ni se ven en el suelo. Ningún genio heterodoxo ha salido en España. Esa es la gracia que Dios concedió a Santa Teresa, antes de decirle la famosa palabrota que ustedes saben. Los herejotes españoles del siglo pasado, Galdós, Clarín, Campoamor, Núñez de Arce… morían confesados y a veces iban a Misa —por acompañar a sus mujeres.

Esto digo con respecto a la revista JAUJA que a veces produce reacciones violentas —pocas; y lo más curioso es que no son de los de enfrente sino de los (como si dijéramos) de casa.

Yo quisiera no saberlas pero a veces no se puede evitar; quisiera poder parar con un estentóreo ¡Alto! al que comienza: «Fulano de tal ha dicho de usted…». Pero mi mala suerte hace que siempre me tomen de sorpresa; y me insultan y zahieren en la cara, pues es sabido que el que viene con un chisme desos es que no le ha disgustado decírnoslo él; de acuerdo al enérgico proverbio español que dice: «El que te la cuenta, ése te la dice».

Por algo San Ignacio recomendaba a sus hijos hiciesen fuerza en su interior por amar la «librea de Cristo»; o sea, vilipendios, contumelias y humillaciones. Yo no la amo como debiera; pero me basta su recuerdo para sosegarme, a la corta o a la larga. Y al fin, todas esas «reacciones» son provocadas, en parte al menos, por fallas mías. Todo se puede decir con tal de cuidar el modo. A veces me falla el modo.

El santo Juan Santos Gaynor («a quien la Argentina no ha hecho justicia», dice el P. Benítez. ¿A quién hace justicia la Argentina?) quería que yo escribiese una «Historia de los Heterodoxos Argentinos». Pero yo, agradeciendo el honor con una sonrisa, decía para mis adentros: Sí y me tendré que leer a Sarmiento, a Echeverría, a Ingegnieri, a Agustín Alvarez y ¡a Barrotaeveña! No se embroma el gobierno».

Ni siquiera como «heterodoxos» (aquí «anticlericales») se levantan mucho del suelo. Él había estudiado algunos; pero su paciencia era mucho mayor que la mía. Monseñor Franceschi quiso poner el freno a Lisandro de la Torre; y se llevó un revolcón. Por suerte terció Steffens Soler, y en breves plumazos, hizo callar al desaforado y liquidó la polémica.

Pero en fin ¿íbamos a hablar de JAUJA, o no? Es un experimento. Nació por casualidad, y se prolongó por obstinación, o quizás, como dijo… bueno, un señor, por vanidad mía; aunque ese pequeño monstruito debe andar ya tan mortecino como mis brazos reumáticos y mis lomos neuríticos.

Por supuesto que a mí me reveló mucho bien en el país, y muchos aprecios, estimas y querencias, muchísimo más que lo contrario —como a Luis Veuillot justamente. ¿Cómo habrán sabido en Neuquén, por ejemplo, que JAUJA existe? La revista deja infinito que desear; pero prueba que eso se puede hacer; y aún mucho más que eso.

En su gran libro «La crisis de nuestra civilización” el insigne Hillaire Belloc deja de golpe el gran hilo que iba tejiendo y propone para la minoría católica inglesa la fundación de una revista, cuyo plan y condiciones estudia minuciosamente. Una gran revista de interés general, no clerical, con un buen Director, pagado, con una «fundación» que le asegurara permanencia; que se ocupara de todo lo que llama la atención aquí y ahora al pueblo, visto todo con criterio católico, pero no con gafas católicas; es decir, no con la tónica devota del feligrés sino con el tenor tranquilo y objetivo del entendido. Esa revista creía él era lo mejor que se podía hacer para «promocionar» (hablando feo, como ahora) la fe católica en Inglaterra; y el Director estaba allí patente y corriente, el mismo Belloc. No acogieron la idea, le negaron los fondos, que gastaron copiosamente en obras de dudosa beneficencia y en subsidiar una especie de «Criterio» inglés.

Pues bien, sin subsidios de la Curia y sin deudas ni déficits hemos sostenido mal que bien esta revista pobre; y si la abandonáramos, será solamente por déficit de fuerzas físicas. Ahí está. Lo que haya hecho de bien no lo sabemos ni podemos medir. Sabemos que ésta y otra mejor son posibles.

Lo esencial es tratar de «servir a Su Divina Majestad» (como decían Ignacio y los suyos) y «a todos querer ayudar»; y el éxito y los resultados dejarlos a esa misma «Divina Majestad».