LAS BODAS DE CANÁ Y LAS BODAS DEL CORDERO
Una exégesis escatológica del texto
Dom Guéranguer comenta sobre esta perícopa del Evangelio de San Juan cap. II, 1-11: “El tercer Misterio de la Epifanía nos muestra la consumación de los planes de la divina misericordia sobre el mundo, al mismo tiempo que nos manifiesta por tercera vez la gloria del Emanuel…
Pero en medio del festín faltó el vino. Hasta ahora la Gentilidad no había conocido el dulce vino de la Caridad; la Sinagoga había producido sólo uvas agraces. Cristo es la verdadera Viña… Sólo Él podía dar ese vino que alegra el corazón del hombre (Ps. 103), y nos ofrece a beber este cáliz embriagante al que había cantado David (Ps. 22)…
Había allí seis tinajas de piedra, y estaban vacías. El mundo, en efecto, había llegado a su sexta edad, como lo enseña San Agustín y demás doctores en su seguimiento. Durante estas seis edades, la tierra esperaba a su Salvador, que debía instruirla y salvarla… Las figuras, los profetas del antiguo mundo (testamento) estaban representados en el agua; y ningún hombre, hasta la apertura de la séptima edad, en la que Cristo, que es la Viña, debía comunicarse, había sellado la alianza con el Verbo divino.
Pero cuando vino el Emanuel, solo resta decir: “Ahora sacad.” El vino de la nueva Alianza, este vino que había sido reservado para el fin, sólo ahora llena las tinajas. Tomando nuestra naturaleza humana, naturaleza débil como el agua, Él ha operado la transformación; Él la ha elevado hasta Sí, haciéndonos participantes de la naturaleza divina; Él nos ha hecho capaces de contraer la unión con Él, de formar el único cuerpo del cual Él es la Cabeza, esta Iglesia de la cual Él es el Esposo, a la cual Él amaba de toda la eternidad de un amor tan ardiente, que descendió del cielo para celebrar las nupcias con ella.
¡Oh suerte admirable la nuestra! Dios se ha dignado, como dice el Apóstol, mostrar las riquezas de su gloria sobre los vasos de misericordia (Rom. IX, 23). Las tinajas de Caná, figura de nuestras almas, eran insensibles, y de ninguna manera destinadas a tanto honor. Jesús ordena a sus ministros de derramar el agua; y ya, por esta agua, Él los purifica; pero Él piensa no haber hecho nada todavía hasta que no las haya llenado hasta el borde de ese vino celeste y nuevo, que no debía beberse sino en el reino de su Padre. Así la divina caridad, que reside en el Sacramento del amor, nos es comunicada; y para no deshonrar su gloria, el Emanuel, que quiere desposar nuestras almas, las eleva hasta Él. Preparémonos para esta unión; y, según el consejo del Apóstol, hagámonos semejantes a aquella Virgen pura destinada para un Esposo sin tacha (II Cor. XI)
… Pertenece al Discípulo amado revelarnos el misterio de las Nupcias divinas. Es por esto, que sugiriendo a la Santa Iglesia la intención de este tercer misterio, él se sirve de esta expresión: “Este fue el primero de los milagros de Jesús, y manifestó su gloria.
…También, a partir de este momento… sus discípulos creyeron en Él, y el colegio apostólico comenzó a formarse.”
En esta autorizada exégesis observamos que el célebre liturgista otorga a la perícopa un claro sentido mesiánico, referido típicamente a la Encarnación del Verbo.
Con lo cual nos da pie para completar el simbolismo como antitipo y proyectarlo a la Parusía, donde propia y literalmente se realizarán las “Bodas del Cordero”.
Nos limitaremos a destacar algunas pistas o marcas textuales que nos llamaron la atención, y que, conjeturamos, pueden esconder una señal profética respecto a la Parusía.
El primer versículo del capítulo dos, donde da inicio el relato histórico de las bodas de Caná de Galilea, en el evangelio de San Juan, comienza con una precisión justamente temporal: “Al tercer día hubo unas bodas en Caná de Galilea…”
Y poniendo la narración en su contexto, vemos en el capítulo anterior, luego del testimonio del Bautista, donde da cuenta de su misión ante la comitiva oficial de los enviados de las autoridades religiosas, en el versículo 29: “Al día siguiente vio a Jesús que venía hacia él…” Esta primera indicación temporal introduce el primer testimonio de Juan Bautista al ver a Jesús.
En el versículo 35: “Al día siguiente Juan estaba otra vez allí, como también dos de sus discípulos; y fijando su mirada sobre Jesús que pasaba dijo…” Esta segunda indicación temporal enmarca el episodio del legado o traspaso de los discípulos de Juan a Jesús. También hay una alusión al cierre de esa jornada y a la hora precisa: “… y se quedaron con Él ese día. Esto pasaba alrededor de la hora décima”.
En el versículo 42: “Al día siguiente resolvió partir para Galilea…” Esta es el tercer hito temporal y último antes del que mencionamos al principio con el que se abre el relato de las bodas.
Barruntemos una tabla a modo de esquema con esta información:
1er día: testimonio de Juan ante la comitiva de la Sinagoga.
2º día: primer testimonio de Juan delante de Jesús presente.
3º día: segundo testimonio de Juan de Jesús, delante de sus discípulos. Y seguimiento de los discípulos en pos de Jesús.
4º Partida hacia Galilea. “Al tercer día…”
7º día: Bodas de Caná: “hasta la apertura de la séptima edad” (vide supra)
Sabemos que el evangelista San Juan, fue uno de los dos primeros discípulos, junto con San Andrés, hermano de Pedro, que siguió a Jesús a instancias de San Juan Bautista. Y tenemos el dato, por San Juan Crisóstomo, que las bodas de Caná, fueron las del mismo San Juan evangelista.
Asomémonos al salón de la fiesta de bodas y veamos los concurrentes que nota el Evangelio: la madre de Jesús, Jesús, y sus discípulos. Estos son, nada más ni nada menos, que los integrantes principalísimos de la Iglesia o el Reino. El resto eran otros judíos, parientes y amigos de María, pero desconocidos para nosotros.
Y el acontecimiento decisivo de la escena: “y llegando a faltar vino”.
Podemos decir con cierta seguridad que ese momento, en que se había acabado el vino, se parece mucho al momento actual, el de la gran apostasía posterior al concilio Vaticano II.
Es a lo que parece aludir Dom Guéranguer al citar el capítulo IX de la carta de San Pablo a los Romanos, donde San Pablo trata sobre la elección y reprobación de judíos y gentiles.
Citemos nosotros el capítulo XI, donde el tema ya está más desarrollado y surge con mayor claridad: “De la misma manera que vosotros en un tiempo erais desobedientes a Dios, mas ahora habéis alcanzado misericordia, a causa de la desobediencia de ellos, así también ellos ahora han sido desobedientes, para que, con motivo de la misericordia a vosotros, a su vez alcancen misericordia. Porque a todos los ha encerrado Dios dentro de la desobediencia, para poder usar con todos de misericordia.”
Y Straubinger comenta, citando a San Jerónimo: “Por el delito de los judíos la salud pasó a los gentiles; por la incredulidad de los gentiles volverá a los judíos”.
Dice Dom Guéranguer que el vino simboliza la Caridad y la Gracia que nos hace hijos de Dios, y que estaba reservada para el fin, es decir para la séptima edad en la que debía bajar el Verbo de los Cielos a redimir la humanidad.
Seguimos esta pista del monje de Solesmes para extender la significación del vino también a la Fe, y recordar la pregunta de Nuestro Señor en el Evangelio: “¿Acaso cuando vuelva el Hijo del hombre, encontrará Fe sobre la tierra? Y aquel otro del discurso escatológico donde vaticina que en aquellos tiempos se enfriará la caridad.
Vemos similitudes con el estado actual de la Iglesia, que ha vuelto a un estado embrionario o germinal, sin aspecto superficial, y con el único sustento de raíz. Pero sabemos “que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” Entonces, aunque la Iglesia no aparezca en su aparato externo ordinario, que ostentó hasta Pio XII, al cual identificábamos con Roma, sabemos por revelación, que lo esencial de la Iglesia permanece, aunque eclipsado: en Ella permanece Jesucristo (en el Sacrificio del altar), su Santísima Madre y algunos apóstoles, pero estos, no constituidos como jerarquía, sino en la etapa previa de simples discípulos.
En el versículo 4 vemos la intervención de la Virgen: “…la madre de Jesús le dijo: no tienen vino” María es la gran intercesora en este momento, como lo fue cuando quedó sola al pie del Calvario.
Tiene el privilegio de ser, podríamos decir, la única que es escuchada,
Es la singular Mujer que aplasta la cabeza del dragón, la Mujer vestida de sol y con la luna bajo sus pies del capítulo XII del Apocalipsis.
Todas las grandes apariciones marianas modernas (por lo menos a partir de Guadalupe), así lo atestiguan. Todas son apocalípticas.
Nuestro Señor parece resistir e incomodarse ante el lacónico pedido de su Madre: “¿Qué a ti y a mí mujer? Mi hora no ha venido todavía.”
Tenemos una dramática escena, en donde se muestra un choque entre la presura tierna de las entrañas maternales, por socorrer a los necesitados, que no admite dilaciones, y la serena prudencia de la Sabiduría encarnada, que tan bien describe la antífona mayor de vísperas del diecisiete de diciembre: “¡Oh Sabiduría, que saliste de la boca del Altísimo, alcanzando de uno a otro confín, y dispones todas las cosas con fuerza y con suavidad! ¡Ven a enseñarnos el camino de la prudencia!
Pero, como ocurre de ordinario, las madres siempre se salen con la suya, sus deseos son órdenes.
“Su madre dijo a los sirvientes: “Cualquier cosa que Él os diga, hacedla”” (versículo 5).
Estos “sirvientes” ya no son la jerarquía de la Iglesia, ni los cristianos, que hacemos todo lo contrario a lo que nos dice Nuestro Señor Jesucristo (salvo honrosas excepciones de estricta observancia).
Y es aquí donde empieza a ponerse peliaguda la cuestión.
Porque a esos “sirvientes”, en las circunstancias actuales, no se los ve por ningún lado, hoy en día, brillan por su ausencia.
Nos encontramos en tan patética situación que ni siquiera nos damos cuenta que nos falta el vino…
Arriesgamos la hipótesis de que esos “sirvientes” están todavía por aparecer. Y tienen que ver, tal vez con Elías, Enoch, Moisés, el mismísimo San Juan, y algunos otros, entre aquellos que resucitaron después de la Resurrección de Cristo, y que se aparecieron en Jerusalén, y hasta Melquisedeq, si me apuran…
Estos predicarán con gran eficacia y convertirán a un núcleo de judíos, como los familiares, que ayudaban en las bodas de Caná, llenando hasta el borde las tinajas de agua.
Dom Guéranguer, citando a San Agustín y otros Padres, también intenta buscar algún simbolismo en cifra para las “seis tinajas de piedra para la purificación de los judíos” (vers. 6).
Nos preguntamos porque de piedra y no de barro.
Y nos contestamos que debían ser más tipo reservorio duradero e inmóvil, que cántaros de transporte.
Y aquí no podemos resistirnos a aventurar que simbolizan el tercer templo reconstruido “para las purificaciones de los judíos” que a su vez deberán pasar por el Sacramento del Bautismo: me imagino un baptisterio al estilo de la piscina probática.
O sea, una fusión o complementación entre los ritos del Nuevo y Antiguo Testamento, conforme a la descripción del profeta Ezequiel, a partir del capítulo XL, y que deja entrever Straubinger en sus comentarios pertinentes. Y según también lo asevera Lacunza.
De donde suponemos que los ritos mosaicos, incluido el templo, servirán como simples tinajas de piedra para el vino del Sacrificio del Nuevo y Eterno Testamento.
Así como el cordero pascual y todos los sacrificios antiguos simbolizaban al Sacrificio de la Divina Víctima.
Pues bien: ¿qué “código de derecho canónico” impedirá que estén allí juntos a la par, uno como parábola y proscenio viviente del otro? “¡Échale un galgo!”
En cuanto a que “contenían cada una dos o tres metretas” (versículo 7), no nos animamos a arriesgar ninguna conjetura.
Solo apuntar que ambos conjuntos numéricos son la base del ritmo.
Y la alusión que hace Dom Guéranguer a que las seis tinajas representan seis edades, que es la semana genésica, y la edad bíblica y litúrgica del mundo: cuatro mil años antes de Cristo, y dos mil años después de Cristo, hasta que comience el séptimo día sabático de mil años.
Tendríamos así tres siclos de dos mil años: uno patriarcal de Adán a Abrahán; otro de la Antigua Alianza, de Abrahán hasta Jesucristo. Y otro del Nuevo Testamento (al que, dicho sea de paso, le estaría quedando poco hilo en el carretel, sino me falla la aritmética).
Se nos antojan un par de citas escriturísticas sobre los conjuntos de “dos” y “tres”: “En su angustia me buscarán: Venid, volvámonos a Yahvé, pues Él ha desgarrado, y Él nos sanará; Él ha herido, y nos vendará. Nos devolverá la vida después de dos días, y al tercero nos resucitará, y viviremos en su presencia.” (Oseas VI 1-3).
Straubinger comenta: “Véase la expresión parecida en Luc. XIII, 32. Quiere decir: dentro de poco. Israel toma la ira de Dios como una cosa pasajera, semejante a los fenómenos de la naturaleza, y su bondad como una cosa fija, análoga a las lluvias de otoño y primavera (v.4) que son propias del clima palestinense. Algunos han visto en estos dos días, que para Dios serían como dos mil años (S. 89, 4; II Pedro 3, 8) un apoyo a la idea popular de que el siglo XX vería la conversión de Israel (Rom 11, 25 s.), considerando que dos mil años vivió también Israel desde su padre Abrahán hasta Cristo, y dos mil años pasaron desde Adán hasta la elección del pueblo hebreo. Se trata, sin embargo, de meras conjeturas. “Al tercero nos resucitará”: Alude a la resurrección espiritual del pueblo de Israel y a su restauración. La piedad cristiana ve en esta expresión un vaticinio de la resurrección de Jesucristo, “y nada impide que el espíritu santo, al inspirar al profeta Oseas esa fecha de los tres días, haya querido en ella se refiriera accidentalmente al gran misterio de la Pascua cristiana” (Fillion)
Otra cita, algo bizarra por no decir jocosa, ahora del Evangelio de San Lucas XIII, 32: “En ese momento se acercaron algunos fariseos, para decirle: “¡Sal, vete de aquí, porque Herodes te quiere matar”. Y les dijo: “Id a decir a ese zorro: He aquí que echo demonios y obro curaciones hoy y mañana; el tercer día habré terminado. Pero hoy, mañana y al otro día, es necesario que Yo ande, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén”.
“Jesús les dijo: “Llenad las tinajas de agua”; y las llenaron hasta arriba” (v.7).
Esta directiva de Jesús y la perfecta obediencia por parte de los sirvientes rememora pasajes similares, algunos positivos, otros negativos, como: “¡colmad, pues, vosotros la medida de vuestros padres!” (Mt. XXXIII, 22).
“Id, pues, a las encrucijadas de los caminos, y a todos cuantos halléis, invitadlos a las bodas”. Salieron aquellos siervos a los caminos, y reunieron a todos cuantos hallaron, malos y buenos, y la sala de las bodas quedó llena de convidados.” (Mt. XXII, 9).
Straubinger comenta: “También esta parábola se refiere en primer lugar al pueblo escogido de la Antigua Alianza. A las fiestas de las bodas de su Hijo con la humanidad convida el Padre primeramente a los judíos por medio de sus “siervos”, los profetas. Los que despreciaron la invitación perderán la cena. Los “otros siervos” son los apóstoles que Dios envió sin reprobar aún a Israel, durante el tiempo de los Hechos, es decir, cuando Jesús ya había sido inmolado y “todo estaba a punto”. Rechazados esta vez por el pueblo, como Él lo fuera por la Sinagoga y luego “quemada la ciudad” de Jerusalén, los apóstoles y sus sucesores, invitando a los gentiles, llenan la sala de Dios”.
Toca ahora comentar el episodio en el que Nuestro Señor Jesucristo manda a los sirvientes presentar el contenido de las tinajas al maestresala.
Y se nos había “sentado la burra”, sin que se nos ocurriera qué podría simbolizar esta figura del maestresala. Y en el apuro, no nos quedó otra que acudir a un método exegético modesto y popular, que consiste en buscar semejanzas alusivas, y no perderse en puntillosidades eruditas (de las que sin duda carecemos). Cuando falla el aparato crítico nada mejor que recurrir al corazón; no en el sentido que le da Luis Miguel en sus boleros, sino el que le da el evangelista cuando dice que “María conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.
“Maestresala” evoca a administrador, mayordomo, sobrestante, encargado. Y son numerosas las célebres figuras de estos en toda la Escritura: desde Adán hasta San Juan Bautista, amigo del Esposo, pasando por José, Mardoqueo, y el centurión del Evangelio.
Pero también el Divino Maestro se adjudica este papel en la parábola de los siervos que trae Lucas XII “Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; y vosotros sed semejantes a hombres que aguardan a que su señor regrese de las bodas, para que cuando llegue y llame, le abran en seguida. Bienaventurados aquellos siervos a los cuales su señor, cuando venga, halle velando; de cierto os digo que se ceñirá, y hará que se sienten a la mesa, y vendrá a servirles.”
Esta parábola y el recuerdo del lavatorio de los pies en la Ultima Cena, nos permite interpretar, sin temor a equivocarnos, que podemos ver, también a Él representado en el maestresala, como, sin lugar a dudas, en el Esposo por antonomasia.
Esto sin perjuicio de que detenten tal función otros personajes, como los ángeles, y “el Señor de la tierra” u otros ungidos del Señor, como lo fueron David y otros reyes, hasta el mismo Ciro; o también algún sacerdote o autoridad religiosa.
Apoc. XIV, 15. “Entonces salió del templo otro ángel clamando a gran voz al que estaba sentado en la nube: Mete tu hoz y siega, porque la hora de segar ha llegado, pues la mies de la tierra está madura.”
Apoc. XIV, 18. “Mete tu hoz aguda, y vendimia los racimos de la tierra, porque sus uvas están maduras”.
La gran conclusión, pues, que sacamos, es que es de una intervención directa de Jesucristo, aunque pudiendo servirse dispositivamente de ministros, de quien debe esperarse la preparación de un pueblo fiel, santo e intachable, para el Reino en su Venida.
Es Él incluso, quien, como maestresala, gusta el vino y lo juzga ya en sazón. No obstante, invita y dispone tronos para sus amigos y servidores, para que caten y juzguen con Él.
Y como el vino milagroso de las bodas de Caná, pensamos que la Iglesia militante después de Su Venida, durante el Reino mesiánico, se compondrá de un pueblo sacerdotal y real mucho más santo, perfecto y numeroso que en todas las edades precedentes.
Y eso se deberá principalmente a una nueva y eficaz presencia del Señor entre su pueblo, como lo sugiere el cierre del relato: “Este principio dio Jesús a los milagros en Caná de Galilea. Y mostró su gloria y creyeron en él sus discípulos”.
