P. CERIANI: SERMÓN DEL DOMINGO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

DOMINGO INFRAOCTAVA DE NAVIDAD

En aquel tiempo: José y María, Madre de Jesús, escuchaban con admiración las cosas que de Él se decían. Y Simeón bendijo a entrambos, y dijo a María su Madre: Mira, este Niño que ves, está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres; lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma, a fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos. Vivía entonces una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era ya de edad muy avanzada; y la cual, casada desde la flor de ella, vivió con su marido siete años. Y se había mantenido viuda hasta los ochenta y cuatro de su edad, no saliendo del templo, y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Ésta, pues, sobreviniendo a la misma hora, alababa igualmente al Señor, y hablaba de él a todos los que esperaban la redención de Israel. Y María y José con el Niño Jesús, cumplidas todas las cosas ordenadas en la ley del Señor, regresaron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Entretanto el Niño iba creciendo, y fortaleciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en él.

El Evangelio de este Domingo Infraoctava de la Navidad nos traslada al Templo de Jerusalén, cuarenta días después del Nacimiento del Niño Dios, para hacernos meditar sobre la Profecía del Anciano Simeón.

El mismo día que la Virgen Santísima llevó a su Hijo al templo, el santo Simeón, inspirado y movido por el Espíritu Santo, fue también allá, y viéndolos entrar, conoció con luz del Cielo que aquel Niño era Cristo, y tomándolo en sus brazos, bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo ir en paz, según tu palabra, porque han visto mis ojos al Salvador

La Virgen Santísima gozaba al advertir a su Hijo conocido y reverenciado, oyendo las maravillas que de Él se decían.

Estando, pues, la Virgen en medio de este gozo, Simeón, con espíritu profético, le dijo: Mira, este Niño que ves, está destinado para ruina y para resurrección de muchos en Israel, y para ser el blanco de la contradicción de los hombres; lo que será para ti misma una espada que traspasará tu alma, a fin de que sean descubiertos los pensamientos ocultos en los corazones de muchos.

¡Qué contraste con la Salutación Angélica con que la había congratulado el Arcángel San Gabriel!: Dios te Salve, llena de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres entre todas las mujeres.

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Acerca de esta profecía, destaquemos como Dios mezcla las tristezas en los contentos de la Virgen Santísima, para que desde entonces comenzase a traer atravesado aquel cuchillo, y gustase la amargura de la Pasión.

Dios, sapientísimo y amorosísimo, suele dar a sus escogidos estas mezclas de consuelos y desconsuelos, mostrando en lo uno y en lo otro la profundidad de su sabiduría y la dulzura de su caridad…

Pero detengámonos especialmente en las dos cosas memorables que Simeón profetizó del Niño.

La primera, que está puesto para resurrección y caída de muchos; porque muchos por su causa se levantarían del pecado a gran altura de santidad, y otros, por no querer aprovecharse de su venida, vendrían a caer en el abismo de la maldad; de lo cual ellos tienen la culpa, porque Cristo Nuestro Señor, cuanto es de su parte, para todos quiere ser resurrección, y no piedra de tropiezo.

La segunda es que sería señal nueva, prodigiosa y admirable; pero señal a quien contradirían sus enemigos, resistiendo su doctrina, calumniando sus milagros y persiguiendo su vida, hasta ponerle en una cruz a donde sería señal de vida para los escogidos y de condenación para los reprobados.

De esta contradicción de los espíritus, que lucharán desde campos opuestos, Jesús será como la señal visible, que excitará la contradicción.

De hecho, Contradicción es el gran misterio de todo el Evangelio. La narración evangélica es la historia de la contradicción de los judíos ante la persona de Jesús; y ella culmina en el Calvario, y no ha cesado, ni cesará hasta el fin de los tiempos.

Jesús, como es fuente perenne de gracia y de santificación, de bendición y de amor para los que viven conforme a la voluntad divina, así lo es de reprobación, de despecho y de odio para quienes hallan en su doctrina, en sus ejemplos, en su Iglesia, en sus discípulos, un obstáculo a su orgullo y a sus concupiscencias.

El Niño que viene como Salud de Dios, se presenta a Israel como una Señal de Dios. Ante esta señal, los judíos reaccionaron de muy diferente manera, conforme a los pensamientos y sentimientos de sus corazones. Los que en su corazón pensaron y sintieron rectamente, acogieron la señal de Dios; y resurgieron, y se salvarán. En cambio, los que en su corazón pensaron y sintieron perversamente, no sólo no admitieron la señal, sino que le hicieron toda clase de contradicción y guerra; y cayeron y se perderán irremediablemente.

La historia confirmó trágicamente esta predicción. Y la misma crónica ha ido repitiéndose a través de los siglos, y se repetirá invariablemente hasta el fin de los tiempos. En cuanto aparezca Jesús como Mesías, los hombres ya no serán indiferentes respecto de Él: tomarán sus posiciones, ideas y hechos de toda especie, que manifestarán los más íntimos pensamientos y afectos de los hombres que tomen partido en pro o en contra de Jesús.

Veinte siglos de historia han confirmado plenamente la predicción del Santo anciano… Y lo que vivimos la sigue ratificando.

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Todo esto nos recuerda que Nuestro Señor es la piedra escogida, la cual puede ser de salvación o de condenación…, piedra fundamental, piedra angular… o piedra de escándalo y de tropiezo…

De la parábola de la piedra se habla en Isaías (28: 16); se trata de la primera venida del Mesías, y de las consecuencias terribles para Israel. He aquí que yo pondré en los cimientos de Sión una piedra, piedra escogida, angular, preciosa, fundada en el cimiento.

El Profeta ya había anunciado (8: 14) que el Mesías sería para Israel, por su incredulidad y por su iniquidad, como una piedra de tropiezo y de escándalo, y como un lazo y una ruina para los habitantes de Jerusalén.

Mas esta piedra preciosa, electa, probada, que bajó al vientre de la Virgen, no bajó con ruido ni terror, sino con una blandura y suavidad admirable; no bajó para hacer mal a nadie; sino antes para hacer bien a todos porque no envió Dios su hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. Decía el mismo Señor, que lo envió Dios a este mundo para que sobre esta piedra, como sobre el más firme y sólido fundamento, se levantase hasta el cielo el grande edificio de la Iglesia.

Así, lejos de hacer daño alguno con su bajada del cielo, lejos de caer sobre alguna cosa, y quebrantarla con el golpe, fue por el contrario, y lo es hasta ahora una piedra bien golpeada y bien martillada; una piedra sobre quien cayeron muchos, y caen todavía con pésima intención, con intención de quebrantarla, y desmenuzarla, y reducirla a polvo, si les fuese posible.

Y no obstante la experiencia de su dureza, de lo poco que se avanza y de lo mucho que se arriesga en golpear esta piedra preciosa, hasta ahora no ha faltado, ni faltará, gente perversa que quiera tomar sobre sí el empeño inútil y vano de perseguirla y dar contra ella.

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Y llegamos al gran texto de la visión de la Estatua, explicada por el Profeta Daniel a Nabucodonosor (2, 34-35 y 44-45): “Tú estabas mirando, cuando de pronto una piedra se desprendió, sin intervención de mano de hombre, vino a dar a la estatua en sus pies de hierro y arcilla, y los pulverizó. Entonces quedó pulverizado todo a la vez: hierro, arcilla, bronce, plata y oro; quedaron como el tamo de la era en verano, y el viento se lo llevó sin dejar rastro. Y la piedra que había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra (…) En tiempo de estos reyes, el Dios del cielo hará surgir un reino que jamás será destruido, y este reino no pasará a otro pueblo. Pulverizará y aniquilará a todos estos reinos, y él subsistirá eternamente: tal como has visto desprenderse del monte, sin intervención de mano humana, la piedra que redujo a polvo el hierro, el bronce, la arcilla, la plata y el oro”.

Ahora bien, en el Santo Evangelio, tanto en San Mateo (21, 42-46) como en San Lucas (20, 15-19), leemos:

“Y, echándole fuera de la viña, le mataron. ¿Qué hará, pues, con ellos el dueño de la viña? Vendrá y dará muerte a estos labradores, y entregará la viña a otros. Al oír esto, dijeron: De ninguna manera. Pero él clavando en ellos la mirada, dijo: ¿Qué es aquello que está escrito: La piedra que desecharon los que edificaban, ésta he venido a ser cabeza de esquina? Todo el que caiga sobre esta piedra, quedará hecho pedazos, y a aquel sobre quien ella caiga, lo hará polvo. Los escribas y los sumos sacerdotes trataron de echarle mano en aquel mismo momento; pero tuvieron miedo al pueblo, porque habían comprendido que aquella parábola la había dicho por ellos”.

Vemos, entonces, claramente las dos venidas del Mesías, y las consecuencias inmediatas de la una y de la otra; lo que ha hecho y hace con la primera, y lo que hará cuando baje del monte contra la estatua y contra todo lo que en ella se incluye.

De manera, que habiendo bajado la primera vez pacíficamente, sin ruido ni terror, habiendo sufrido con infinita paciencia todos los golpes que le quisieron dar, se puso luego por base fundamental del edificio grande y eterno que sobre ella se habría de levantar.

El que cree, de fe no fingida, el que quiere de veras ajustarse a esta piedra fundamental, el que para esto se labra a sí mismo, y se deja labrar, devastar y golpear, etc., este es salvo seguramente, este es una piedra viva, infinitamente más preciosa de lo que el mundo es capaz de estimar; éste se edifica sobre fundamento eterno, y hará eternamente parte del edificio sagrado. Como dice San Pedro (I Pe. 2, 6-8):  Al cual allegándoos, que es la piedra viva, desechada en verdad por los hombres, mas escogida de Dios, y honrada. Y sobre ella como piedras vivas sed edificados casa espiritual.

Al contrario, el que no cree, o sólo cree con aquella especie de fe, que sin obras es muerta; mucho más, el que persigue a la piedra fundamental y da contra ella, él tendrá toda la culpa, y a sí mismo se deberá imputar todo el mal, si se rompe la cabeza, las manos y pies…

A todos aquellos, individuos, familias o sociedades que no han querido fundarse en Jesucristo y le dijeron: “No queremos que reines sobre nosotrosnos escandalizamos de tu doctrina, de tus mandamientos, de tu moral, de tus exigencias…”, a todos ellos Nuestro Señor responde a su turno: “La piedra que los constructores desecharon, se ha convertido en piedra angular. Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos… Todo el que caiga sobre esta piedra, se destrozará, y a aquel sobre quien ella caiga, le aplastará…”

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Esto es puntualmente lo que sucedió a los judíos. Después de haber reprobado y arrojado de sí esta piedra preciosa; después que, no obstante su reprobación, la vieron ponerse por cabeza de esquina; después que vieron el nuevo y admirable edificio que se iba levantando sobre ella, llenos de furor diabólico comenzaron a dar golpes a la piedra fundamental, pensando romperla y hacer caer sobre ella misma el edificio que sustentaba; mas vio verificada en estos perseguidores la primera parte de la profecía del Señor; el que cayere sobre esta piedra será quebrantado…

Salieron de aquel empeño tan descalabrados, que todo el mundo ve el estado miserable en que han quedado; no han podido sanar, ni aun volver en sí en tantos siglos.

Siguieron los Gentiles con el mismo empeño, armados con toda la potencia de los Césares; y habiéndola golpeado durante tres siglos, nada consiguieron al fin, sino hacerse pedazos ellos mismos, y servir, sin saberlo, a la construcción de la obra, labrando piedras a millares, para que creciese más rápido.

Desde entonces, ¿qué máquinas no se han imaginado y puesto en movimiento para vencer la dureza de esta piedra? Tantas cuantas han sido las herejías. Con empeño, obstinación, violencia, artificios y fraudes han trabajado para arruinar lo que ya está edificado sobre piedra tan sólidaPero todo en vano, y la piedra ha quedado incorrupta e inmóvil como el edificio que sustenta.

Y no obstante la experiencia de tantos siglos, piensan todavía algunos, que se dan a sí mismos el nombre bien impropio de espíritus fuertes, que bastará su filosofía y su coraje para salir con la empresa…; veremos al fin en lo que para su coraje y su filosofía, el que cayere sobre esta piedra será quebrantado

Lo que sobre esto han visto los siglos pasados, eso mismo en sustancia deberán ver los venideros… Si muchos se han de quebrantar contra ella la cabeza, la culpa será de ellos, no de la piedra. El hijo del hombre no ha venido a perder las almas, sino a salvarlas.

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Pero llegará tiempo, y llegará infaliblemente, en que esta misma piedra, llenas ya las medidas del sufrimiento y del silencio, baje por segunda vez con el mayor estruendo, espanto y rigor imaginable, y se encamine directamente hacia los pies de la grande estatua.

Entonces se cumplirá la segunda parte de la profecía de Daniel: cuando sin mano alguna se desgajó del monte una piedra, e hirió a la estatua en sus pies de hierro, y de barro, y los desmenuzó, etc… Y también se cumplirá la segunda parte de la sentencia del Señor: sobre quien ella cayere lo desmenuzará

No tenemos, pues, razón alguna para confundir un misterio con otro. Aunque la piedra en sí es una misma, esto es Cristo Jesús, las venidas a esta nuestra tierra son ciertamente dos, muy diversas entre sí, y tan de fe divina la una como la otra.

Así, lo que no se verificó, ni pudo verificarse en la primera, se verificará infaliblemente en la segunda: Mas en los días de aquellos reinos (figurados en los dedos de la estatua) el Dios del cielo levantará un reino, que no será jamás destruido, y este reino no pasará a otro pueblo; sino que quebrantará y acabará todos estos reinos, y él mismo subsistirá para siempre.

Ahora bien, la Iglesia presente no es realmente aquel reino de Dios de quien se dice y no pasará a otro pueblo… La Iglesia presente, no es aquel reino célebre que arruinará, desmenuzará, convertirá en polvo y consumirá enteramente todos los reinos figurados en la estatua…

Comparemos las palabras que se dicen de la piedra, cuando baje del monte, que quebrantará y acabará todos estos reinos, con aquella de que habla San Pablo: cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud… Vemos que se trata de un mismo suceso, anunciado con diversas palabras.

Todo esto, y muchas más cosas que sobre esto hay en las Escrituras, es necesario que se verifiquen algún día, pues hasta el día de hoy no se han verificado. Y se verificarán cuando la piedra baje del monte; pues para entonces están anunciadas manifiestamente.

Entonces deberá comenzar otro nuevo reino sobre toda la tierra, absolutamente diverso de todos cuantos hemos visto hasta aquí, el cual reino lo formará la misma piedra que ha de destruir y consumir toda la estatua.

A lo que alude visiblemente San Pablo cuando añade, que es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies.

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Desde Nabucodonosor hasta el día de hoy, se ha venido verificando puntualmente lo que comprende y anuncia esta antiquísima profecía. Todo el mundo ha visto las grandes revoluciones que se han sucedido para que la estatua se formase y se completase desde la cabeza hasta los pies.

Lo formal de la estatua, es decir, el imperio y la dominación, ha ido bajando, por medio de grandes revoluciones, de la cabeza al pecho y brazos; del pecho y brazos al vientre y muslos; del vientre y muslos a las piernas, pies y dedos, donde actualmente se halla.

No falta ya sino la última etapa, o la más grande revolución, que nos anuncia esta misma profecía con quien concuerdan perfectamente otras muchísimas.

Los siervos de Cristo, los fieles de Cristo, los amadores de Cristo, deben desear el cumplimiento de la profecía.

A estos se les dice en el Salmo segundo: Cuando en breve se enardeciere su ira, bienaventurados todos los que confían en él

A estos se les dice en el Evangelio, entonces verán al Hijo del Hombre venir sobre una nube con gran poder y majestad. Cuando comenzaren pues a cumplirse estas cosas, mirad, y levantad vuestras cabezas, porque cerca está vuestra redención

A estos les dice San Pablo: esperamos al Salvador nuestro Señor Jesucristo, el cual reformará nuestro cuerpo abatido, para hacerlo conforme a su cuerpo glorioso, según la operación con que también puede sujetar a sí todas las cosas

A estos, en fin, les enseña y exhorta el Apocalipsis: Y el Espíritu, y la Esposa dicen: Ven. Y el que lo oye diga: Ven

Estos, pues nada tienen que temer, deben arrojar fuera de sí todo temor, y dejarlo para los enemigos de Cristo, a quienes compete únicamente temer, porque contra ellos viene la piedra…

Dichosos mil veces los que la creyeren; dichosos los que le dieren la atención y consideración que pide un negocio tan grave; ellos procurarán ponerse a cubierto, ellos se guardarán del golpe de la piedra, ciertos y seguros que nada tienen que temer los amigos; pues sólo están amenazados los enemigos.

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Y si el Hijo ha de sufrir embates y persecuciones de sus enemigos, la Madre no puede ser feliz; es más: la felicidad de la Madre estará en la asociación de dolores con el Hijo…

Por la profecía de Simeón se despierta en el alma de María Santísima el presentimiento de un misterio infinitamente doloroso en la vida de su Hijo. Hasta entonces Ella no había escuchado sino las palabras de Gabriel que le anunciaba para Jesús el trono de su padre David. Simeón las confirmó, pero introdujo una espada —el rechazo del Mesías por Israel— cuya inmensa tragedia conocerá María al pie de la Cruz.

Ella comprendió el martirio que le esperaba y, sin turbarse, respondió como en otra ocasión al Ángel: Que se cumpla en su sierva la voluntad de Dios.

El divino Niño apenas nacido, celebrado y adorado con santo júbilo por Ángeles, Pastores y Reyes, es anunciado ya como blanco de contradicción, y, por lo mismo, espada de crueles dolores para su Madre, y ruina para muchos de su mismo pueblo.

¿Habrá quién, después de esto, encuentre extrañas y sin justificada explicación las persecuciones que sufre la Iglesia Santa, y el odio que hace pesar el mundo sobre todos los amigos de la verdad?

El Catolicismo no sería la verdadera religión de Jesús, si no fuese, como Cristo, blanco de contradicción…

Los buenos católicos no serían dignos de este nombre, si no fuesen objeto de contradicción por parte de los enemigos de la Iglesia…

Los verdaderos fieles no lo serían, si la fe de Cristo no les fuese, como para su propia Madre lo fue Cristo, espada de crueles dolores…

Esta misma fe de Cristo y su Iglesia, no serían las verdaderas, si no fuesen para los impíos escollos donde encuentran su propia condenación…

Consolémonos con esta reflexión, que es de suma importancia y oportunidad.

El mismo mundo le está poniendo a nuestra Sacrosanta Fe el sello de verdadera. Para ruina de él y la de sus secuaces ha encendido Cristo su luz; razón tiene el mundo para aborrecerla, pues le da en los ojos y enceguece… Razón tienen ellos para perseguirla, ya que no la pueden oscurecer…

Seamos nosotros del grupo más reducido, de aquellos para quienes, si hoy esta combatida la Fe y es blanco de persecución e instrumento de dolor, ha de ser, en cambio, medio de resurrección, es decir, de eterna victoria.