CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO
En aquel tiempo: El año decimoquinto del imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilatos la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilina; hallándose sumos sacerdotes Anás y Caifás, el Señor hizo entender su palabra a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. El cual obedeciendo al instante vino por toda la ribera del Jordán, predicando un bautismo de penitencia para la remisión de los pecados: como está escrito en el libro de las palabras o vaticinios del profeta Isaías: Se oirá la voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas: todo valle será terraplenado, todo monte y cerro, allanado, y los caminos torcidos serán enderezados y los escabrosos igualados. Y verán todos los hombres al Salvador enviado de Dios.
El Evangelio de este Cuarto Domingo de Adviento nos presenta la destacada personalidad de San Juan Bautista.
Y San Lucas sitúa bien la misión desempeñada por el Precursor en el curso histórico de su tiempo: “en el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, gobernando Poncio Pilatos la Judea, siendo Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconítide, y Lisanias tetrarca de Abilina; hallándose sumos sacerdotes Anás y Caifás”.
Y debemos reflexionar, ¿por qué el Evangelista hace la enumeración de todos esos personajes, príncipes, pontífices, hombres políticos, hombres religiosos? ¿Por qué pasar revista de los “Tiberio César, Poncio Pilato, Herodes, Filipo, Lisanias, Anás, Caifás”?
Tiberio César, ese Emperador fue un monstruo, que no soñaba sino en orgías y asesinatos.
Poncio Pilatos, es el prototipo del estadista despreciado por siempre por su bajeza.
Herodes, es aquél que pronto hará asesinar al Precursor y se burlará de Nuestro Señor, y cuyo padre, Idumeo, había usurpado el trono de Judea e hizo asesinar a los Santos Inocentes.
Anás y Caifás, el sacerdocio divino representado por estos dos miserables, que un día contribuirían activamente en la condenación y muerte del Hijo de Dios.
Tiberio César, Poncio Pilatos, Herodes, Anás, Caifás, ¿puede ser mayor la ruina de la conciencia humana?
Por lo tanto, no se trata de una simple localización en el tiempo, si no que es para probar, por el triste estado político y religioso de la nación judía, que los Profetas predijeron con toda claridad, el tiempo de la Venida del Mesías… y que éste había llegado.
En efecto, el cetro, es decir la autoridad soberana, había desaparecido de Judea: el Gobierno del país había pasado entero a las manos de los extranjeros; Judea no era ya en realidad sino una provincia romana, administrada entonces por Poncio Pilatos en nombre de Tiberio, sucesor inmediato de Augusto.
Los tetrarcas, o pequeños reyes de la cuarta parte de un país, aquí nombrados, no eran reyes más que de nombre; su autoridad era muy limitaba y dependía absolutamente del buen placer del emperador de Roma.
El tiempo del Mesías había llegado.
El Evangelista hace mención de Anás y Caifás, que había obtenido por dinero ejercer el cargo de gran sacerdote. San Lucas quiere mostrar en qué deshonra e ignominia había caído el sacerdocio, y anunciar, por ello, que la Antigua Ley iba a dar paso a la Nueva y que el verdadero gran Sacerdote, según el orden de Melquisedec, iba a ser consagrado y ungido por su propia Sangre.
Para nosotros, el contexto histórico donde la Divina providencia nos colocó nos obliga a predicar en medio de la relajación política y religiosa más escandalosa y más turbulenta que conocieron la sociedad civil y la Iglesia.
¡Sí!, es necesario decirlo, nos encontramos ante la mayor revolución religiosa…; debemos enfrentar la autodestrucción de la Iglesia, acompañada del mayor hundimiento político y social de la historia del mundo…
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Aquí es necesario saber y hacer resaltar que Jesucristo, en su vida terrenal, e incluso todavía hoy, es considerado de tres maneras distintas por los hombres:
1ª) Muchos no ven en Él más que un hombre cualquiera, sin llegar a penetrar en su misterio.
Se asombran por un tiempo por su predicación, pero acaban por incluirlo en el número de los iluminados o revolucionarios políticos.
2ª) Otros dirigen sobre Jesús una mirada más penetrante; disciernen en Él cualidades excepcionales; perciben en su doctrina una sabiduría superior; ven en la santidad de su vida algo realmente único.
Estos han podido captar en los hechos de Jesús la señal de un poder que no es el poder de un simple hombre. Piensan que se trata de un Profeta. Ven el milagro de Jesús, pero tampoco penetran en el misterio del Verbo Encarnado; no comprenden la fuente de su irradiación extraordinaria.
3ª) Finalmente, otros mirar a Jesús con la mirada de la fe sobrenatural. Creen en el misterio del Dios hecho hombre.
Solamente a éstos les ha sido dada la gracia de conocer verdaderamente a Jesucristo.
Conocido es el episodio ocurrido en Cesarea: Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre? Ellos dijeron: Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas. Díceles él: Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Simón Pedro contestó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.
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Ahora bien, al igual que Jesucristo, la Iglesia, su Cuerpo Místico, es considerada por los hombres de tres modos diferentes, según sea su mirada:
1ª) Existe, en primer lugar, la mirada del observador superficial, del hombre que se dedica a la estadística, del historiador de las religiones, del que se ocupa de una mera labor descriptiva.
No hay duda de que les es relativamente fácil, al menos en un primer estadio, el aislarla del conjunto de las demás religiones. En efecto, su forma de gobierno, sus estructuras, su enseñanza, culto, etc., les asombra, pero, en definitiva, la Iglesia se presenta a sus ojos como una sociedad religiosa más entre otras.
2ª) Un observador penetrante llegará más lejos. Tal vez logre discernir en su constancia, en su unidad, en sus efectos de santidad, un conjunto en cierto sentido milagroso, de caracteres maravillosos.
Estos pueden comprender que se trata de un poder que no es una potestad simplemente humana. Ven, por así decir, el milagro de la Iglesia, pero tampoco penetran en el misterio de la Institución fundada por el Verbo Encarnado.
3ª) Existe, por último, una tercera contemplación de la Iglesia, con una mirada de fe.
Entonces, la Iglesia aparece en su misterio, en su realidad profunda, como el Cuerpo Místico de Cristo, en el que mora el Espíritu Santo, que le vivifica y dirige.
La Iglesia aparece como un misterio de fe. He aquí lo que proclama solemnemente cada domingo la feligresía católica: Credo in unam, sanctam, catholicam et apostolicam Ecclesiam.
A la luz de la fe puede explicarse el carácter milagroso de esta sociedad religiosa.
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Pero, entonces, ¿cómo explicar la situación actual de la Santa Iglesia?
Jesucristo y la Iglesia forman un todo indivisible. El destino de uno es el destino de la otra; y así como donde está la Cabeza debe estar también el Cuerpo, así los misterios que se cumplieron en Jesucristo durante su vida terrena y mortal deben cumplirse en su Iglesia durante su vida militante.
Jesucristo tuvo su Pasión y su crucifixión; la Iglesia debe tener también su Pasión y su crucifixión final.
Jesucristo ha resucitado y triunfado milagrosamente sobre la muerte; también la Iglesia resucitará y triunfará sobre Satanás y el mundo, mediante el mayor y más prodigioso de todos los milagros: el de la resurrección de los elegidos, en el mismo momento en que Nuestro Señor Jesús Cristo, abriendo los cielos, descienda lleno de gloria y majestad con su Santísima Madre y todos sus Santos y Ángeles.
No sabemos con certeza ni el día ni la hora cuando sucederán estas grandes cosas.
Lo que sabemos es que, antes de estos supremos y terribles sobresaltos que constituirán la Pasión de la Iglesia y el reinado del Anticristo, tendrá lugar la apostasía cuasi general de la fe de la santa Iglesia Romana.
Lo que sabemos es que en esta formidable época, el carácter general de la enfermedad de las almas será el debilitamiento universal de la fe y el enfriamiento del amor divino, como resultado de la sobreabundancia de iniquidades.
Los Apóstoles, habiendo preguntado una vez a Nuestro Señor con qué signos los fieles podrían reconocer la proximidad de los últimos tiempos, Él les respondió: en primer lugar, que habría grandes engaños, y que muchos falsos maestros, muchos sembradores de falsas doctrinas llenarían el mundo con errores y engañarían a muchos; que habría grandes guerras y que sólo oiríamos hablar de peleas; que los pueblos se arrojarían unos sobre otros, y que se levantarían reinos contra reinos; que habría plagas extraordinarias, enfermedades contagiosas, hambrunas y grandes terremotos por todas partes… Y todo esto, añadió el Salvador, será sólo el principio de los dolores.
Satanás y todos los demonios serán la causa. Sabiendo que les queda poco tiempo, redoblarán su furia contra la Santa Iglesia; harán un último esfuerzo para aniquilarla, para destruir la fe y toda la obra de Dios. La furia de su caída sacudirá la naturaleza, cuyos elementos, como hemos dicho, permanecerán hasta el fin bajo las influencias malévolas de los espíritus malignos.
Entonces comenzará la persecución más terrible que jamás haya conocido la Iglesia; semejante a los atroces sufrimientos que tuvo que sufrir su divina Cabeza en su sacratísimo cuerpo, por la traición de Judas.
También en la Iglesia habrá traiciones escandalosas, deserciones lamentables e inmensas; ante la astucia de los perseguidores y el horror de las torturas, muchos caerán, incluso sacerdotes, incluso Obispos… “Las estrellas del cielo caerán”, dice el Evangelio. Y los fieles católicos serán odiados por todos, a causa de esta misma fidelidad.
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Entonces aquel a quien San Pablo llama “el hombre de pecado e hijo de perdición, el Anticristo comenzará su reinado satánico y dominará el universo entero. Será investido del poder y la malicia de Satanás; se hará adorar como Dios, y su religión, que no será otra cosa que el culto a Satán, se levantará sobre las ruinas de la Iglesia y sobre los escombros de todas las falsas religiones que cubrirán la tierra.
El Anticristo será una especie de César universal, que extenderá su imperio sobre todos los reyes, sobre todos los pueblos de la tierra; será una infame parodia del reino universal de Jesucristo.
Satán le levantará un sumo sacerdote, parodia sacrílega del Papa; y este sumo sacerdote hará que el Anticristo sea predicado y adorado en toda la tierra. Por virtud de Satanás, hará grandes maravillas, incluso haciendo descender fuego del cielo en presencia de los hombres; y, por medio de estos prodigios, seducirá al universo. Hará adorar, bajo pena de muerte, la imagen del Anticristo; y ordenará que todos lleven en la frente o en la mano derecha el signo de la bestia, es decir el carácter del Anticristo. Quien no lleve este signo no podrá vender ni comprar nada.
En torno a las imágenes del Anticristo, el prestigio de Satanás será tal que casi todos las tomarán por verdaderos milagros; y los propios elegidos podrían haber sido seducidos a la larga; pero, a causa de ellos, el Señor acortará estos días.
La abominación desoladora reinará en el lugar santo durante tres años y medio, durante cuarenta y dos meses, correspondientes a las cuarenta y dos horas que transcurrieron desde el comienzo de las tinieblas de la crucifixión de Jesús, el Viernes Santo, hasta la hora de la resurrección, el Domingo de Resurrección, al amanecer.
Al Anticristo le será dado conquistar a los siervos de Dios, y poner bajo su yugo a todos los pueblos y a todas las naciones de la tierra; y, salvo un pequeño número de los elegidos, todos los habitantes de la tierra le adorarán, al mismo tiempo que adorarán a Satanás, autor de su poder.
El Anticristo proclamará con orgullo la decadencia del cristianismo, y Satanás, amo del mundo, se creerá victorioso por un instante.
Para aumentar su poder, el Anticristo, imitando la ascensión triunfante del Hijo de Dios, intentará también ascender al cielo, en presencia de la élite de sus seguidores. Y es entonces cuando Nuestro Señor Jesucristo, como el relámpago que rasga el cielo de oriente a occidente, aparecerá de repente sobre las nubes, con toda la majestad de su poder, golpeando con su aliento tanto al Anticristo como al Falso Profeta y a todos sus seguidores.
Este será el Consummatum est de la Iglesia Militante, entrando en el gozo del Señor para siempre.
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Las respuestas de Nuestro Señor a las tentaciones de Satanás nos sugieren reflexiones, especialmente en presencia de los mesianismos modernos, que amenazan con extraviar a los hombres del fin de los tiempos.
Es el diablo quien propone falsos mesianismos de todo tipo; él sabe cómo hacerlo mejor a medida que nuestro mundo se apresura hacia su fin.
Él manifiesta mejor su odio y desprecio por el hombre; ese deseo de degradar nuestra raza que lo ha poseído desde el principio. Homicida fuit ab initio.
El triple rechazo del Señor significa, entre otras cosas, que todos los castigos que han caído sobre el hombre y la naturaleza desde el pecado nunca serán suprimidos mientras dure este mundo.
Estas penas no serán abolidas hasta la Segunda Venida del Hijo del Hombre. Non evacuatur crux Christi.
Ciertamente, en virtud de su Pasión, deben convertirse en ofrenda de Amor, pero esto es algo muy diferente de su eliminación gradual.
Por el contario, la lucha entre el diablo y la Ciudad Santa durará hasta la Parusía. Esta lucha no está disminuyendo. Si nos remitimos al Evangelio, encontraremos que el buen grano siempre estará mezclado con cizaña.
De la misma manera, el Apocalipsis no nos muestra una domesticación gradual de la famosa Bestia. El diablo, aunque virtualmente derrotado, sigue obrando; y, a medida que el mundo se apresura hacia el fin, perfecciona sus métodos y organiza su espantosa contra-Iglesia con más habilidad.
Quien adhiere a la palabra de Jesucristo no puede hacerse ilusiones sobre el carácter del Reino crucificado, que es el de la Santa Iglesia durante toda la vida de este mundo.
El Reino de Jesucristo no puede constituirse sino asumiendo la pena del pecado, participando en la dolorosa Pasión.
Contrariamente a lo que algunas personas sueñan, esta ley fundamental no está en proceso de variar y cambiar.
Al escuchar a algunas personas, se llegaría a pensar que el Señor nos ha traído la salvación sobre todo para hacernos esperar un futuro histórico en el que las condiciones de trabajo sean más humanas, en el que la suerte de los hombres sea más dulce. Esto sería confundir la esencia de la Salvación con sus derivaciones.
Cuando pensamos en el Evangelio en términos de su impacto en la vida social, podemos notar que Cristo no vino según el orden temporal de los reformadores sociales, sino según el orden sobrenatural de la gracia divina, y que la esperanza que nos ha dado no es, estrictamente hablando, de esta tierra.
El entusiasmo indiscreto de algunos les hace hablar como si algún día la miseria y el infortunio fueran a ser desterrados de la tierra. Ahora bien, es demasiado obvio, que la inocencia edénica se perdió para siempre. Mientras haya pecado en la tierra, siempre habrá muerte y sufrimiento para todos, pobreza y miseria para muchos.
Meditar sobre estas verdades elementales es ser inmune a los falsos mesianismos y comprender la irreductibilidad entre las cosas de César y las cosas de Dios.
Para meditar sobre estas verdades elementales, es necesario que las semillas de la Gracia y de la Eternidad hayan comenzado a tener un peso en nuestros corazones y un sabor en nuestras almas.
Per passionem ejus et crucem ad resurrectionis gloriam perducamur.
La glorificación del último día no coronará un orden económico, técnico y social particularmente exitoso.
La glorificación del último día no es la consumación de las cosas de César, sino el cumplimiento de las ocho Bienaventuranzas.
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La fe nos enseña que en el último día Jesucristo debe venir a juzgar al mundo con fuego. Este fuego vengador y santificador renovará la faz de la tierra y hará una tierra nueva y cielos nuevos.
Tal será el terrible y glorioso fin de la Iglesia Militante; tal será, al menos en la medida en que la luz siempre un tanto velada de las profecías nos permite entreverlo.
Tal será la Pasión de la Iglesia; tal será su Resurrección seguida de su triunfo. Cuerpo místico del Hijo de Dios, habrá seguido su divina Cabeza hasta el Calvario, hasta el sepulcro, y por esta fidelidad habrá merecido compartir su gloria para siempre.
Se oirá la voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo valle será terraplenado, todo monte y cerro, allanado, y los caminos torcidos serán enderezados y los escabrosos igualados. Y verán todos los hombres al Salvador enviado de Dios.

