PADRE LEONARDO CASTELLANI: DIRECTORIALES DE JAUJA

N° 25-26-27 – Enero-Marzo de 1969
II

Leí estos días de verano de pe a pa dos macizos libros ingleses que heredé del P.Juan Santos Gaynor.

Son dos copiosas biografías del Barón Von Hugel (Hueguel) y del P. George Tyrrell, en dos grandes tomos este; que incluye en apéndice la Autobiografía y la Carta al General de los Jesuitas del irlandés. Comprendí por qué el buen amigo Gaynor me los había dejado con una sonrisa misteriosa y la pregunta: «¿Ud. cree que Tyrrell ha sido un hereje?», —lo cual me habían enseñado en Teología.

El P. Gaynor me los dejó porque ahí está la clase del actual desasosiego de la Iglesia. Él tiene su raíz en el llamado «Modernismo religioso» de principios de siglo; y es un simple rebote-agravado. Vulgarmente se daba por muerto y enterrado con la Encíclica «Pascendi» (1910) y las medidas policíacas (digamos) que la siguieron.

El canónigo Monseñor Christiani, en su BREVE HISTORIA DE LAS HEREJÍAS, da por muerto «el modernismo de hace 50 años» (ahora en realidad hace cerca de 100 años) y ni siquiera cita un solo libro acerca dél en su «Bibliografía».

En realidad el modernismo no estaba muerto, sino dormido y agazapado; y despertó ruidosamente con el último Concilio, rebautizado «progresismo» —como han notado Jacques Maritain («El paisano del Garona») y el actual Papa Pablo VI con la frase: «Hoy día hay más modernismo que nunca».

El modernismo (o «naturalismo moderno», que eso es en el fondo) estaba agazapado en la literatura anglosajona (la de «ficción» principalmente: Bernard Shaw, Béresford, Wells, Kipling…) y en especulaciones de teólogos poco notos —protestantes por lo más— que fueron denunciados en la Encíclica «Humani Generis» en 1950 por S. S. Pío XII; aunque en forma confusa.

Las dos muy detalladas y documentadas biografías de marras nos levantan de cuerpo entero las tres figuras relevantes del prístino «modernismo», iluminando desa manera al actual. A saber, el Barón Von Hueguel (un germano-escocés-católico, ¡qué combinación!) y los dos íntimos amigos dél, el ex jesuita Tyrrell y el apóstata Loisy. Conviene conocerlos.

Von Hueguel (Hugel) era hijo de un noble austríaco tronado y una heredera escocesa; ¡nacido en Florencia! muy recto, muy piadoso, muy aplicado, muy devoto o chiflado de la «Ciencia» (sin poseerla), siempre enfermucho, sordo desde muchacho, muy afectuoso y leal con sus amigos, asiduo en viajes, poseedor de cinco idiomas, padre de tres hijas que no fueron muy venturosas.

Es muy apreciable, pero no acaba de serme simpático: escribe mal, oscuro y embolismado; es un poco pedante, es sentimental, demasiado cándido y blando de carácter. No fue modernista, lo pareció un poco; y si fue modernista un breve trecho (más tentado que consentido) lo fue con buena intención y por tres causas: una porque tenía el berretín de la «Ciencia” (la Historia y la Crítica) y de la libertad intelectual, que creía amenazada por el Vaticano; dos porque deseaba reformas en la Iglesia, lo que hoy llamamos «Aggiornamento» y entonces llamaban «Rinnovamento»; tres, porque se ligó de amistad con Tyrrell, Loisy y con otros modernistas menores o simplemente presuntos, como el novelista Fogazzaro, los filósofos Blondel y Laberthonnieré; y por lo demás, con medio mundo en media Europa, protestantes, judíos, panteístas, ateos, y qué no; y por supuesto con muchos católicos, como el santazo francés Huvelin, su director espiritual, y el gran arquéologo Monseñor Duchesne.

Y por amistad con ellos, y por ciertas audacias escritas de menor cuantía, fue sospechado; y después de la aparición del decreto «Lamentabili» (65 proposiciones condenadas por modernistas) y la Encíclica «Pascendi» (engorrosa condena ex-cathedra de la herejía) en los «años amargos», se angustió, dudó, se perplejó acerca del «juramento antimodernista», si se podía rehusarlo o no; hasta que después de la muerte de Tyrrell, se serenó y asentó hasta su deceso en la más completa ortodoxia; aunque siempre le quedó un poco de sangre en el ojo contra Pío X —al cual hoy llamamos Santo.

Sus dos amigotes fueron muy diversos. El Padre Tyrrell fue un irlandés fantasioso que anduvo dando bandazos hasta morir muy joven opreso por castigos eclesiásticos que, en parte, él se buscó —sin culpa; porque no podía con el genio. Nació predestinado a la desdicha; muy pobre, muy feo, siempre enfermo y con mucho talento: resentido pues, y extremadamente sensible e irritable. Sabía escribir y era buen psicólogo; pero de teología no sabía un cuerno. No fue hereje (tenía razón el finado P. Gaynor) aunque anduvo todo el tiempo haciendo equilibrios y cabriolas al filo de la herejía, por lo cual Christiani francés y todos los Christianis del mundo lo acuestan tranquilamente como hereje. Él era sentimental, sombrío, travieso y avieso. Si lo aplastaron a sanciones eclesiásticas (que se ensañaron con él hasta después de muerto) fue más que por herejías, que no constan, por la sal y el ácido de sus respuestas impresas a sus Superiores; pues es sabido que es más grave hablar mal de un Obispo que de la Santísima Trinidad.

Tyrrell era un triple o cuádruple «converso»: de agnóstico a anglicano, de anglicano a católico, de católico a jesuita; de jesuita a renegado aparente; y renegado real por un pelo no fue pues estuvo a punto de retornar al anglicanismo, cuando estaba bajo excomunión mayor y más aporreado que un perro. Sorteó la tentación sin embargo; y murió (de 42 años) católico como siempre lo fue; y sacramentado. Inspira lástima y simpatía. Sus obras son aún hoy interesantes, sobre todo «Lex Orandi».

Más diverso aún es Loisy: éste sí fue hereje y medio. Buen escritor y muy estudioso (de crítica bíblica e historia religiosa, la «Ciencia» que arrebataba la admiración del Barón) era de temperamento duro, carácter de hierro y mañas de maula. Se extrañan algunos de ver a los dos ingleses tiernos y románticos y al francés al revés, enérgico y frío; pero eso es normal.

De la lluvia de sanciones, excomuniones, prohibiciones y expulsiones de los «años amargos» (1906-1910 ) el único que realmente las mereció fue Loisy; o digamos el que más. Consiguió con disimulo y artimañas rehuirlas mucho tiempo, e incluso estuvo a un pelo de conseguir un Obispado, cuando ya no tenía fe ni en Dios. El bendito Von Hueguel jamás le retiró su amistad y le escribió afectuosamente hasta su (propia) muerte, mientras el sarcástico francés se le reía a sus espaldas; como vemos en sus MEMOIRES. Al final, como no se puede tapar el cielo con un cedazo, el noble inglés cayó del burro, pues no podía disimular los dos «libros rojos» de Loisy: «Autour d’un petite libre” y «L’Eglise et l’Evangile»; pero continuó escribiéndole plañidero y materno diciéndole rogaba a Dios por su conversión o «corrección»; mientras Loisy escribía en su «Journal» que lo tenía por ‘ enfermo» —o loco. El mismo año de su muerte, 1925, Von Hueguel le escribe cariñosamente; cuando dos años antes, 1923, en una entrevista de la serie «Un heure ave…» de Fr. Léfevre, Loisy se había destapado increyente total, no sólo de la Iglesia, de Cristo y de Dios, sino aún de la inmortalidad del alma.

Estas son las tres figuras que se dan como adalides del Modernismo fin de siglo; cuando el único fue Loisy que se autobautizó no sin razón «fundador del Modernismo»; con su maestro Renán, si se quiere; por lo cual el Gobierno Masónico de París le otorgó la Legión de Honor y una cátedra de Historia de las Religiones en el copetudo «Collège de France».

Por desgracia, del otro lado, del lado de los «cascarudos», o «vaticanistas», o «escolásticos», no anduvo todo limpio ni hermoso; sobre todo por la lluvia de sanciones, la saña en castigar, las delaciones, el espionaje, y la labor policíaca.

Como un ejemplo pequeño, las cartas de los Generales Jesuitas (Róothan y Martín ) al emotivo y delicado Tyrrell dan grima; parecen venir de una máquina insensible y lo que es peor hipócrita.

Pero en fin, había que hacerlo; y las cosas hay que hacerlas, aunque sea mal (?) decía Sarmiento. Pero esta odiosa y casi crapulosa reacción romana contra los «herejes» reales y presuntos no se ha de atribuir ni por un momento al Santo Papa Pío X; sino a algunos de sus oficiales y adláteres, especialmente a Monseñor Benigni, que era todo lo contrario de su nombre; fue el poco feliz redactor de la «Encíclica»; necesaria, sin embargo.

Benedicto XV no siguió a los ortodoxos rabiosos —como que encontró su propio nombre, De la Chiesa, denunciado como hereje en los Archivos secretos de la Cancillería. Y luego Pío XI los despidió…

Von Hueguel era muy estudioso, muy curioso y muy trabajador, aunque no muy inteligente, según creo; su mismo modo de escribir alemanado lo descubre. Con el trabajo de toda su vida (se puede decir) escribió un único enorme libro en dos tomos sobre «El elemento místico en la religión tal como aparece en Santa Catalina de Génova y sus compañeros»; del cual dijo cáusticamente Loisy que «ningún latino le iba a poder hincarle el diente; pero quizás lo leyesen algunos ingleses protestantes».

Así fue: tuvo un éxito relativo («success d’estime») en la crítica y dos ediciones; y después de un buen intervalo le comenzaron a llover al autor (cuando ya era muy tarde) distinciones y honores universitarios —Cambrige y Edimburgo, más tarde Oxford. El irrepresible Loisy escribió que la «ciencia» para el bondadoso Barón consistía en decir en 1.000 páginas lo que cabría en 100.

En lo que realmente sobresalió Von Hueguel fue en los «adresses» (conferencias o arengas) que estaban de moda; las que dio innumerables, siempre sobre religión, a todas clases de público. También excelió quizás en la dirección espiritual, oral o bien en largas cartas de estilo embolismado, pero de buen consejo o doctrina.

Su biógrafo Michael de la Boyére lo califica arreo de «santo». Puede que así sea, pero no lo vemos. Era bueno, bondadoso, limosnero, generoso, recto hasta el escrúpulo; pero excéntrico, pagado de sí y de temple demasiado blando: lo que llamaríamos «un bendito».

Que acabó como un santo, eso es indudable —casi tan bien como Don Quijote.

En su Sociedad Londinense de Estudios Religiosos Von H. se topó una vez con Chesterton.

Le dijeron: «Es un joven periodista muy funny —chusco».

Y a Chesterton: «Es el líder religioso más importante de Inglaterra» —como pone él en su Autobiografía.

Más a Belloc el Barón le tomó tirria, no sé bien por qué.

Lástima.

Todo esto va a concluir que el «Modernismo» actual se ve al trasluz en el modernismo clásico de fines del XIX° y principios XX° siglo. En efecto Telar Chardon (que es un macanero sin gracia) corresponde al férreo normando Loisy; así como el suizo Jungs y el holandés Schilleebeck a los Murri, Bonaiutti, Minocchi o Herbert de antaño.

La tendencia heterodoxa se ha sutilizado ahora y universalado; pero los núcleos son los mismos, a saber:

1) disolución de los «dogmas», que no serían sino imágenes y expresiones movibles de la «experiencia religiosa interna», que es lo válido; de modo que bien pueden cambiar, «evolucionar» —o simplemente ser abandonadas cuando el «experto» ya no los necesita. Que por allí se va derecho a la incredulidad, como fue Loisy, es obvio.

2) la «inmanencia», o sea que a Dios no hay que ponerlo fuera sino dentro de nosotros y para mejor, no entero y verdadero, sino «haciéndose» (Loisy, Hegel, Róbinson, Telar Chardon, etc.), y considerarlo como «trascendente» no es más que superstición o vulgarismo; cosa que constituye una colución con el panteísmo, como bien nota la «Pascendi»; el cual no es sino ateísmo larvado.

3) el «Gran Cambio», o sea una mutación no ya solamente EN la Iglesia sino DE la Iglesia; el cual ha de procurarse no desde afuera sino desde DENTRO de la Iglesia, como aconseja Telar; por lo cual es aconsejable el disimulo e incluso la mistificación y la falsía.

Véase Riviere, HISTOIRE DU MODERNISME.  Todo esto ha sido ya ampliamente expuesto y hoy nos quiebra los ojos.

Quiero acabar, aunque parezca larguero, con unas décimas del Cura Párroco de la Inmaculada Concepción de Belgrano, P. Virgilio Filippo, que rezan así:

Teilhard tuvo la obsesión
De físico visionario
No acató ningún ideario
Cristiano de la creación.
Crear para él es UNION
De cosas que el hombre hace
Dios se completa y perhace
Por teología hegeliana.
La Teología cristiana
La orienta como le place.

El pecado es personal
No es evolución andante
Se da en la Conciencia actuante
No en el Cosmos material.
El Mal no es algo fatal
De incesante progresar.
Teilhard rehusó aceptar
O no pudo ver su seso
Este alternado proceso
Del Bien contra el Mal lidiar.

Teilhard vive obsesionado
De Metafísica turbia
Y Teología de surbia
Mas nada nuevo ha enseñado.
El sabio que ha especulado
Sobre la vida y el mundo
Con un magín muy fecundo
Pero a la vez descarriado
En lirismo arrebatado
Es soñador errabundo.

«Encarnación» será igual
Que al Creador inmergir
Y en la Multitud diluir
Por necesidad fatal.
Cuanto al problema del Mal
Hablando en plata no existe
Ya que si el mundo subsiste
Necesariamente avanza
Hacia una total bonanza
Donde no cabe lo triste…

(Copiando estábamos estos versos del caro y antiguo amigo cuando nos llegó la noticia de su santa e imprevista muerte el 5 de enero de 1969. Descanse en paz y ruegue por nosotros.)