De profundis
Perdóname Dios mío por mis muchas caídas,
por mis indiferencias, por mis horas perdidas,
por mis pasos gastados en yermos laberintos,
por mis ingratitudes, por mis bajos instintos.
Perdona si he franqueado sucias y oscuras puertas
y el vergonzoso acopio de tantas obras muertas.
Si ayer fui un fugitivo de tu gracia y tu amor
hoy mi alma te reclama con profundo fervor.
Vuelve hacia mí tu rostro y olvida mi pasado
y guíame a la sombra, pastor, de tu cayado.
Dirígeme a los pastos de luz y de infinito
donde no hallan cabida ni el infiel ni el maldito.
Yo me abrazo a tus clavos desesperadamente,
a tu cruz, a tus llagas, a tus pies y a tu frente
y en la profunda herida que late en tu costado
humildemente pido refugio.
Mi pasado –Señor, tú bien lo sabes–
es una estela amarga
que curva mis espaldas al peso de la carga
de errores y pecados, de olvidos y de ausencia
de abiertas cicatrices de luz en mi conciencia.
Perdóname, Dios mío; bien sé que no merezco
ni una mirada tuya, mas sin embargo crezco
cuando pones tus ojos sobre mí con ternura
pues tu misericordia es la inefable cura
del fatídico estigma de la humana caída.
Y por eso en tus manos hoy entrego mi vida.