PADRE LEONARDO CASTELLANI: HOMENAJE EN EL 125° ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO

16 de noviembre de 1899

Segunda Entrega

LOS PAPELES DE BENJAMÍN BENAVIDES
Parte Cuarta
Capítulo V

LOS DOS CARDENALES

El día que llegó a Roma la noticia de la quema de Juana de Arco, una tarde de invierno de 1432, el cardenal Orsénigo, joven arzobispo de Venecia que se calentaba al hogar las manos, le dijo al cardenal Orsini, obispo de Elatea, que hacía lo mismo con sus dos gruesos borceguíes forrados de gamuza blanca sobre el parafuego.

— El obispo Cuchone o Cochone ha quemado por fin a esa curiosa mujer guerrera de Francia.

— Ah, ¿sí? ¿Aquella hechicera? Yo dudo mucho, eminencia, que haya sido en realidad una hechicera. Hacía la guerra a favor de su país natal con el fin de salvarlo de la anarquía.

— Bien. En todo caso, ¿quién le manda meterse en política?

— Con una santa intención.

— El infierno está lleno de santísimas intenciones. El hecho real, material y tangible, es que se metió en política. Tengamos sentido común, sentido de la realidad. Cuentan que andaba vestida de varón, ¡qué ridículo! Todas las mujeres son así, cochinas o alocadas. Vestida de varón ¡qué cochina! Así lo he leído, por lo menos en el diario. No hay que creer todo lo que dicen los diarios, pero este es un diario católico. Si la mitad de lo que dice es cierto, esa mujer Arca o de Barca era una loca de atar. Loca de mal género por añadidura.

— Para andar vestida de hombre, podía tener una razón.

— ¿Qué razón posible puede haber? Eso solamente ya es pecado mortal, según los teólogos. La angurria de meterse en política, como si fuese un hombre, ¡un hombre preparado! El que se mete en política debe saber lo que hace, y los riesgos que corre.

— Quemar viva a una persona por meterse en política, eminencia… Si quemáramos a todos los que, no debiendo, se meten en política…

— Ta, ta, ta, ta, ta, ¡En este momento quisiera ser quemado vivo! Tengo los pies helados. Nunca se ha visto en Roma invierno más riguroso… Yo no digo que me alegro de ese hecho desagradable faccio per ridere; pero mucho peor es el infierno, caro mío colega.

— Es un hecho atroz. Esos sucesos violentos no le convienen mucho a la Iglesia…

— De acuerdo. Pero uno que otro de vez en cuando, para poner en su sitio a los alocados, es necesario. Su eminencia sabe lo que es la natura humana. La inmensa mayoría de los hombres se gobierna por el temor. Evidentemente yo no soy un tigre; y como hombre, y como galantuomo, preferiría que se hubiese retractado la mujercita, y que se hubiera podido salvarla. Mala voluntad contra ella no había. Puede que la hubiese de parte de los ingleses, pero no de la Iglesia. La Iglesia es madre tiernísima de todos… Si se hubiese retractado…

— ¿Y si no podía retractarse?

— ¡Tatatatata! ¡Cómo! ¡Mi joven amigo! Usted me asombra. Dos buenos teólogos le aseguraban que podía remitir su conciencia rústica a la de ellos, más preparada; y firmar la retractación tranquilamente. ¡Una mujer ignorante, que pretende gobernarse por visiones! ¡Y visiones imaginarias, no intelectuales! ¡Voces!

— ¿Y si decía la verdad? ¿Si realmente Dios le hablaba a través de su imaginación?

— Dios no puede, mi caro muchacho, hacer visiones ni voces con el fin de dar a las mujeres encargos terrenales en procura de fines políticos… franceses. ¿No es eso lo que nos han enseñado en la Gregoriana? Sabemos por la teología que tal es el criterio de las visiones veras: Honestatem finis in spiritualibus.

— De todos modos, si acaso fue una mujer engañada, no fue ciertamente una mujer perversa.

— Y eso ¿cómo lo sabemos?

— El obispo Guillermo de Noth…

— ¿Está aquí ese?

— …, que es de sus partidarios…

— ¿No le habían vetado el acceso a Roma?

— … me informó detenidamente de todo el caso; y aseguro a su eminencia que es una cosa muy oscura…

— Oscuras son siempre todas esas cosas francesas. Hay que gobernarse por el buen sentido italiano. ¡Al hecho, a lo material, a lo tangible! ¿Podría subsistir la Iglesia si se permitiera al pueblo gobernarse por su cabeza, y que cualquier visionario del demonio, sin la menor consulta a la Iglesia docente, fuese el propio juez de sus relaciones con la Divinidad? ¡Qué locura! Eso es justamente el principio y el almácigo de todas las herejías: la conciencia propia, el juicio propio, como dice San Bernardo.

— De todos modos, yo encuentro también esto de real, material y tangible: el castigo ha sido riguroso, cruel, aun dando que haya sido una pobre mujer engañada por el diablo o enferma de la cabeza. El fuego es demasiado… tangible.

— Esos «pobres engañados” pueden engañar a miles, así es de loco y de ciego el pueblo; y hacer temblar el armazón de la Iglesia. Mejor que muera uno a tiempo que no muchos después. Si muere un poco más penosamente de lo que merece, paciencia. El purgatorio todos tenemos que pasarlo; ¡y es mejor pasarlo en esta vida!, como dijo Santa Catalina de Génova. El fuego es luminoso. Al pueblo, para hacerle entrar las cosas en la cabeza —no es fácil sabusté— hay que dárselas mondas y lirondas, sin complicaciones. Hechicera, y ya está. ¡A la hoguera!, porque el desobedecer a la Iglesia Visible es pecado mortal; y pecado es igual a infierno: basta. Así se enseña a las masas. El arte del gobierno consiste en los grandes gestos, en las grandes actitudes significativas.

— Significativas ¿de qué? ¿De la verdad, supongo?

— De lo que el populacho puede pispar de la verdad, de una aproximación o imitación de la verdad, potable a la plebe, mi caro amigo, convénzase; usted es joven y sin experiencia; yo he tenido que luchar en Piamonte con los catarinos; al pueblo, para hacerlo feliz, a veces hay que engañarlo. Sin mentir, por supuesto. Dejarlo que él se engañe. La verdad pura no es potable a todos.

— Orsini, eso yo no creeré jamás. Dios es la verdad. Y su Verbo, que es su sabiduría, corre las plazas y en las calles habla, como está escrito.

— ¿Eso es lo que dice su amigo el franchute?

— Sí. También yo lo digo.

— Dios es la verdad, pero, ante todo, Dios es el Poder, sin el cual no se puede enseñar precisamente la verdad; que por eso en el Credo lo llamamos Padre Todopoderoso y no precisamente Padre Verdadero o Veraz. También yo se citar la Escritura.

— Mi Dios no es otro que la Subsistente Verdad.

— Su Dios de su eminencia será muy Hermoso, pero no construye. Lo único que hace es poner escrúpulos y tropiezos. El mío es el Dios verdadero, porque construye. Verá usted el Orfanatorio de San Miguel que voy a levantar yo en el Transtevere, y que por siglos recordará los Orsiri y la calidad de la Iglesia Romana. Caro jovenzuelo. Usted es muy joven y todavía no entró en la dignidad que le ha sido conferida. Un cardenal debe resguardar el bien general de la Iglesia, principalmente el bien espiritual. Si un cardenal tuviera que preocuparse de una bruja que queman en Francia, en Alemania, o en el país que descubrió el otro genovés, que llaman Brasile o Buonos Airess, lucida estaba la Iglesia. El principio de la jerarquía al suelo. No se puede imaginar, su eminencia, la masa enorme de intereses de todas clases que hoy día están pendientes de nuestra dirección. ¡Eh, eh! La iglesia ya no consiste en doce pescadores, y un profeta que siendo Hijo de Dios puede hacer milagros… ¡Las obras, las obras! ¡El equilibrio de toda la Cristiandad, las relaciones diplomáticas! El bien más universal es el bien más divino; y el bien más universal se hace por medio del poder.

— Yo amo más la verdad que el poder. Yo no amo el poder sin la verdad.

— J’aime plus ceci, j’aime plus cela… etcétera. El trato con ese francés le está haciendo daño, mi caro cofrade nuevo. Déjelo en paz a éste. Mi consejo. Los franchutes son románticos y noveleros, no tienen si sentido de la realidad y de la diplomacia que tiene nativamente un italiano. Eso mismo que han hecho en Ruana o Rueno es típicamente francés. En Italia lo hubiésemos evitado con una pequeña combinazione. El obispo Cuchoue es mentalidad francesa pura; y la actitud de esa mujer De Arca es típicamente francesa: noveleros todo. Y cuándo topan dos franceses, ¿qué otra cosa puede nacer sino una botaratería?

— Orsini, el vicario Noth es un hombre inteligente y pío. Es una ánima santa.

— Orsénigo, yo le digo a usted que ese es un tergiversador y un hombre peligroso, que dará mucho que hacer si no lo frenamos a tiempo. Si ese llega a ser cardenal, que es lo que anda buscando sin duda, hará mucho daño en la Iglesia. Créame, hay que hacer lo que yo dije en el consistorio; conseguir que el rey de Francia le impida estos sospechosos viajes a Roma.

— Pero, ¿no es nuestro hermano? ¿El Papa no le llama hermano? ¿Cómo podemos en conciencia impedirle la libre comunicación con el Papa?

— No seremos nosotros a impedírselo, sino el rey de Francia.

— Y ¿eso no es política?

— ¿Cual?

— Eso. Cortarle el paso al obispo Noth porque no es amigo del partido Orsini. ¿No es eso meterse en política lo mismo que la mujer quemada en Roana?

— ¡Oh! ¡Santísima Madonna del Prato de Monteveltro! ¡Miren por dónde sale este! (Cayendo de golpe en el dialecto). ¿Ma que le pasa hoy a Sua Echelenza? Osté sta male de la testa. Esto sará política o no sará política como la de la moquere loca de Roana. Ma eya ayá e una moquere; e nosotro acá… somo nosotro!