El globalismo, esa satánica secta de múltiples cabezas y filosos cuernos, pero de un solo cuerpo es, por su extensión y perversidad, la mayor amenaza que la humanidad haya enfrentado jamás. La que tras una hipócrita máscara de filantropía y buena voluntad, no cesa de crear el caos por doquier; la que corrompe, subvierte, engaña, desinforma, intimida… la que promueve el aborto, la pedofilia, el tráfico humano, la que destruye a la juventud, a la familia, a la patria, la que priva a obreros de su medio de subsistencia, la que reprime, cancela, censura y fomenta la corrupción moral y los valores anticristianos en todos los estamentos de la sociedad; la que compra a políticos, jueces, líderes y funcionarios públicos para obligarlos a implantar agendas inicuas, destructivas a la moral y a la ley natural del hombre, la que premia la injusticia y castiga al justo, la que aborrece lo sacro y eleva a sus negros altares toda la bajeza y podredumbre que puede surgir del ser humano cuando éste repudia a Dios.
El globalismo es una mafia criminal ávida por despojar al mundo de los bienes morales y físicos que lo han formado. Es un culto satánico que manifiesta sin remilgos sus homicidas intenciones de despoblar la tierra mediante guerras, pandemias, catástrofes, vacunas y tribulaciones planificadas. Sus miembros se perciben a sí mismos como una élite de iluminados con indiscutible derecho a dirigir los destinos de todos a pesar de no haber sido elegidos por nadie. Antiguamente laboraban en las sombras, pero conscientes de que la humanidad ha despertado a sus nefastas intenciones, se han quitado la careta y hoy se jactan de su adhesión a lucifer.
Su plan –para quienes sobrevivan a su sistemático genocidio– es una ineludible esclavitud, incluso de pensamiento, pues aspiran a controlar hasta lo más íntimo del ser humano convirtiéndolo, según sus propias declaraciones, en un ser “hackeable”, es decir, perennemente vigilado y perseguido por una tecnología que arrancará de su mente hasta los más recónditos e íntimos pensamientos impidiendo toda privacidad. Esto se logrará gracias a la obligatoriedad de llevar implantes en la piel que permitirán el rastreo y otras funciones útiles al omnipresente y controlador estado.
Globalismo y comunismo
Globalismo es un eufemismo del término comunismo. Es prácticamente el mismo viejo perro con un nuevo collar. Ideológicamente se diferencian en que el comunismo se declara a sí mismo ateo (la religión es el opio de los pueblos), sin embargo el globalismo es abiertamente satánico, pagano y rinde culto a antiguas entidades demoníacas como Baal, Moloch e Ishtar. Aparte de esto, sus características son tan parecidas que es innegable que el globalismo se ha hartado de beber de las fuentes del comunismo. He aquí algunas de sus similitudes:
• Ambas ideologías promueven dos únicas castas sociales: amos (élite) y esclavos (pueblo).
• Institución de un régimen represivo, totalitario y criminal por parte de la cúpula (élite) o partido.
• Abolición del sufragio universal (Klaus Schwab).
• Fin del derecho a la libre expresión, a la libre creencia y a la libertad de movimiento (ciudades de quince minutos).
• Confiscación de la propiedad privada (no tendrás nada y serás feliz / economía circular), y como lógica consecuencia, fin del derecho a la herencia. Si no tienes nada ¿qué podrás dejar como legado?
• Centralización del crédito en manos del estado quien determinará el derecho de cada ciudadano a comprar y a vender. (Apocalipsis 13: 16-17)
• Fin de la patria potestad.
Es esta una ideología pesimista montada sobre una crisis perpetua que culpa al hombre de todos los males de la tierra menoscabando la mención de los bienes que éste ha aportado a una civilización que pretende arrancar de raíz para construir una nefasta utopía que será el efímero reino del anticristo, donde el abuso a la humanidad (creación divina) y la brutal persecución del bien serán sus más notables características.
Si al comunismo se atribuye la extinción de cien millones de muertos en un marco parcial, da escalofríos pensar cuántos muertos produciría un comunismo a escala mundial.
El rostro del mal
La cúpula globalista se ha mostrado al desnudo en numerosos eventos mundiales en los que han hecho gala de espectáculos atestados de ancestral y demoníaco paganismo, a los que multitudes aborregadas han asistido sin comprender lo que les aguarda cuando el negro telón del nuevo orden mundial se abra; multitudes que no han sabido leer entre líneas el siniestro futuro que nos preparan si logran cerrar su pinza sobre la humanidad.
El espíritu del globalismo penetró también en la Iglesia católica, su más poderoso rival. El cancerbero que le abrió las puertas (que no simples ventanas) fue el antipapa Juan XXIII. De ahí en adelante, varios “papas” post Vaticano II dieron su beneplácito al establecimiento del nuevo orden mundial como medio para obtener la paz del mundo, dando así su espaldarazo a esta monstruosidad anticristiana que no es otra que el cuerpo místico y acéfalo del anticristo cuya cabeza parece aguardar la madurez del misterio de iniquidad para materializarse. En el cristianismo, se forma primero la cabeza (Cristo) y luego se completa el cuerpo. El anticristo primero forma el cuerpo y posteriormente llega la cabeza, reafirmando aún más su monstruosidad. Es innegable que, tal como predijera Ntra. Sra. de la Salette, Roma ha perdido la fe y se ha convertido en el asiento del anticristo, quien hará de la adoración a la tierra una obligación inexcusable a todos.
Nadie ha elegido a la élite globalista. Se desconoce quién dicta las reglas que buscan imponernos. Pero se han infiltrado en nuestras sociedades, nuestras vidas, nuestras esperanzas, con sus infames proyectos, con sus falsas premisas, con su torva filosofía, con los infundiosos consejos de sus supuestos “expertos” –portavoces de la mentira– que a cambio de prebendas y remuneraciones, no cesan de embaucar a la humanidad. Los globalistas son la crema de la hipocresía que exige a un mundo que solo quiere vivir en paz, todo aquello que rechazan para ellos mismos. ¡Jamás estos sepulcros blanqueados se desprenderán de todo lo que tienen para “ser felices”!
Pretenden sembrar paz en la tierra a la par que exhiben su cinismo y despotismo contra el mundo calificándonos de comedores inútiles, de seres sin alma, anacrónicos e inservibles ante el advenimiento del hombre 2.0, –el híbrido entre hombre y máquina– por lo cual solo merecemos drogas y videojuegos como consuelo, según afirma con su despectiva y habitual arrogancia el historiador y filósofo del Foro Económico Mundial Yuval Noah Harari, quien, desde luego, no se incluye entre los comedores inútiles.
Las oscura realidad del globalismo
El globalismo aborrece a la humanidad –de ahí su odio a la historia, a las estatuas y a los monumentos públicos–, detesta nuestras creencias, convicciones y sobre todo, nuestra libertad–. Como una colmena luciferina, esta secta va forjando poco a poco su utopía donde el homo sapiens dejará de existir para transformarse –con ayuda de la tecnología– en homo deus. Es decir, en un mundo donde el humano será Dios y por lo tanto, ya Dios no tiene cabida, según predice el historiador y filósofo judío antes mencionado Yuval Noah Harari, consejero del detestable Foro Económico Mundial y mano derecha del patibulario Klaus Schwab.
Como siervos de lucifer –fieles al lema de “solve et coagula” –término alquímico cuyo significado y aplicación es hoy más claro que nunca: “disuelve y coagula”, la poderosa influencia de esta casta criminal está “disolviendo” nuestras sociedades moral, económica y políticamente, para después “coagularlas” con las caracerísticas del nuevo orden mundial.
Todo lo que hoy nos parece absurdo, demencial, injusto e ilógico, proviene de esta disolución de valores físicos y morales. La inmigración indiscriminada, la permisividad hacia los criminales, el abuso contra los justos, hecho manifiesto en naciones como Canadá durante las pacíficas protestas de sus camioneros, abusados por represivas y cobardes fuerzas del orden; en Australia, donde la policía brutalizó a ciudadanos que solo reclamaban la libertad de elección ante la imposición de armas biológicas calificadas de “vacunas”; en Inglaterra, donde el gobierno criminaliza cualquier opinión que considere impropia en las redes sociales, imponiendo injustas y desproporcionadas penas a ciudadanos que solo aspiran a decir lo que sienten mientras sacan a monstruos del sistema carcelario para abrirle cupo a los decentes ciudadanos cuyo único crimen es opinar.
Con un apetito devorador, la mafia globalista carcome gradualmente nuestras libertades haciéndonos creer que cada prohibición es una protección más que nos concede por el bien común. Cada día nos privan de algo nuevo, obligándonos a vivir cada vez en un espacio más reducido de libertad y con menos medios de subsistencia hasta llegar a las ciudades de quince minutos y la ración de insectos que generosamente nos pasarán por debajo de la puerta. La amenaza del cambio climático es irrisoria comparada con el peligro que esta horda de dementes, delincuentes y anticristos representa.
Lamentablemente, las nefastas políticas globalistas han permeado todo y su poder aumenta con la cooperación de millones de tontos útiles que acatan sus dictados y contribuyen a la aniquilación de sus propias naciones, de sus conciudadanos, de su propias familias, sin temer por el futuro de sus descendencias. Este es el espíritu de aquellos que acuchillan las llantas de los camiones que reparten víveres, de los que tiran sopa o pintura a obras maestras en los museos, de los que se untan las manos con pegamento y se adhieren al piso, teniendo después que lidiar con las funestas consecuencias de tamaña idiotez. La desinformación y la estupidez de las masas son dos requisitos indispensables para el triunfo del globalismo y es por ello que, ante el despertar de muchos, los globalistas tratan imperiosamente de censurar y cancelar para impedir que el pueblo escape de la matrix.
Origen del nuevo orden mundial
Yerra aquel que piense que el origen del concepto del nuevo orden mundial es simplemente político, pues la política es solamente la herramienta que el globalismo usa para librar su gran batalla: la guerra contra Dios y contra su creación. Ell origen de esta guerra es místico y cabalístico: el odio a Cristo que comenzó en el mismo instante en que el cordero divino se sacrificara en el calvario por la humanidad.
Por eso, la batalla que hoy libramos –probablemente la última ante la imprescindible parusía de nuestro Señor– es esencialmente espiritual:
Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. (Efesios 6:12)
Los demoledores del mundo, seguirán dando mazazos a diestra y siniestra hasta destruir todo lo que ha tomado siglos a la humanidad construir con el esfuerzo de una generación tras otra, para establecer su luciferina utopía que odia a Dios, odia el mundo y odia al ser humano. Entre sus más absurdas ambiciones se encuentra la inmortalidad del hombre, meta que jamás alcanzarán pues chocarán con la barrera que Dios puso cuando dijo: “Recuerda hombre, que polvo eres y al polvo haz de retornar”. Ninguno de ellos escapará a este vaticinio.
Definitivamente el globalismo es el gran enemigo de Dios y del hombre. Es una escala de Jacob inversa que desciende a los abismos infernales para obtener de allí su inspiración. Es un cáncer terminal que pudre con su metástasis todos los rincones del orbe. Es la rebelión de los ángeles caídos llevada al plano terrenal. O sea, la rebelión del hombre caído, resentido por su finitud y pequeñez ante la creación divina y soberbio contra todo lo creado, que finalmente acaba estrellándose contra Dios.


