NUESTRA SEÑOR DEL SANTÍSIMO ROSARIO
En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazareth, a una Virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David: y el nombre de la Virgen era María. Y, entrando a ella el Ángel, dijo: Salve, llena de gracia: el Señor es contigo; bendita tú entre las mujeres. Mas ella, cuando lo oyó, se turbó de sus palabras, y pensaba qué saludo fuese aquel. Entonces le dijo el Ángel: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; he aquí que concebirás en tu seno, y darás a luz un Hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor, Dios, el trono de David, su padre, y reinará eternamente en la casa de Jacob, y su reinado no tendrá fin. Dijo entonces María al Ángel: ¿Cómo sucederá eso? Porque no conozco varón. Y, respondiendo el Ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra y, por eso, lo Santo, que nacerá de ti, se llamará Hijo de Dios. Y he aquí que Isabel, tu parienta, ha concebido también en su vejez un hijo y, la que se llamaba estéril, está ya en el sexto mes. Porque para Dios no hay nada imposible. Dijo entonces María: He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra.
Celebramos hoy, Primer Domingo de octubre, la Solemnidad de Nuestra Señora del Santísimo Rosario, con conmemoración del Vigésimo Domingo de Pentecostés.
Después de contemplar los misterios de la vida de Jesús y de Nuestra Señora con el Padre Nuestro, el Ave María y el Gloria Patri, terminamos el Santo Rosario con las Letanías Lauretanas.
El origen de las Letanías se remonta a los primeros siglos del cristianismo. Eran oraciones breves, dialogadas entre los miembros del clero y el pueblo fiel, y tenían un especial carácter de invocación a la misericordia divina. Al principio se dirigían al Señor, pero muy pronto surgieron también las invocaciones a la Virgen Santísima y a los Santos.
Las primicias de las Letanías Marianas son los elogios llenos de amor de los cristianos a su Madre del Cielo y las expresiones de admiración de los Santos Padres, especialmente en Oriente.
Las que actualmente se rezan en el Santo Rosario comenzaron a cantarse solemnemente en el Santuario de Loreto hacia el año 1500; de donde procede el nombre de Letanía Lauretana; pero recogen una tradición antiquísima, y desde allí se extendieron a toda la Iglesia.
La Letanía Lauretana se compone de una serie de invocaciones a María Santísima; son títulos de honor que los Santos Padres le dieron, designaciones que se fundan principalmente en la única e incomunicable dignidad de la Maternidad Divina de María Santísima. Con ellas honramos su persona e invocamos su poderosa intercesión.
Recitar las Letanías es, ante todo, dar gloria a Dios que tanto ensalzó a su Madre Santísima; es darle gracias a Ella y por Ella. Es alabarla, admirarla y pedirle su protección; es reconocer y meditar sus virtudes; movernos a imitarla, en cuanto es posible a nuestra humana debilidad; es pedir a Dios y a Ella gracia y protección para llevar a cabo lo que es imposible a nuestras propias fuerzas.
Al detenernos lentamente en cada una de estas advocaciones podemos maravillarnos de la riqueza espiritual con que Dios ha adornado a su Madre Virginal. Nos produce una inmensa alegría tener una Madre así, y se lo decimos muchas veces, porque el amor nunca se cansa de expresarse y de manifestarse.
Cada una de las advocaciones de las Letanías nos puede servir como una jaculatoria en la que le decimos lo mucho que la amamos, lo mucho que la admiramos, lo mucho que la necesitamos.
Cada título nos muestra un aspecto de la riqueza del alma de Nuestra Madre. Estas invocaciones se agrupan según las principales verdades marianas, y se distinguen seis categorías:
1ª) Las tres primeras abarcan, en resumen, todas sus grandezas.
2ª) Siguen sus atributos como Madre de Dios.
3ª) Se saluda luego la Virginidad perpetua de María.
4ª) En cuarto lugar, su Ejemplaridad y sus Prerrogativas son representadas por hermosas imágenes o símbolos bien apropiados.
5ª) A continuación se exalta su Mediación Universal y sus relaciones con la Iglesia Militante.
6ª) Finalmente, se celebra su Realeza Universal y su Gloria en la Iglesia triunfante.
Las que destacan su Ejemplaridad y sus Prerrogativas son las siguientes: Espejo de justicia, Trono de la sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso digno de honor, Vaso de insigne devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la Alianza, Puerta del cielo, Estrella de la mañana.
Detengámonos hoy sobre algunas de ellas.
+++
TORRE DE DAVID
La Torre de David era una construcción fuerte y muy hermosa que se elevaba sobre la cumbre de un monte entre dos profundas vertientes. Esta Torre estaba formada por gruesos bloques cuadrados, unidos entre sí con hierro y plomo, construida por el Rey David para defensa de la ciudad de Jerusalén.
Hermosa imagen de María Santísima que se eleva sublime sobre la cumbre de toda belleza y perfección, para defensa de la Santa Iglesia de Dios, la mística Jerusalén.
En el antiguo concepto de las obras de defensa, la torre debía tener tres cualidades principales:
– Belleza, porque servía de ornamento y era expresión de genio artístico.
– Fortaleza, que la hiciera resistente a todo asalto enemigo.
– Elevación, para que se ensanchara y se extendiera el campo de observación.
Dejando la belleza para la explicación del título siguiente, consideremos ahora las otras dos cualidades: fortaleza y elevación.
La elevación y la sublimidad de la Virgen María es tan excelsa que no hay ninguna igual.
Cuanto más alta es la torre, tanto más se extiende el radio de observación y más difícil es para los enemigos la escalada y más fácil de descubrir al adversario. De la misma manera, si nos acercamos a María Santísima, si nos esforzamos en penetrar en lo más íntimo de su Corazón, ¡cuánto se extienden los horizontes del alma! Las verdades de la Fe reciben mayor luz; se aprecia el valor de las cosas del Reino de los Cielos; se tiene más clara conciencia de los propios deberes y de la hermosura de la vida, que es el germen de la eternidad; se descubren con más claridad los propios defectos, las malas tendencias, los peligros y las propias debilidades.
¡Qué tranquilidad y seguridad en esta Mística Torre!, refugio y defensa de la Iglesia militante.
La segunda cualidad de una torre es la fortaleza, porque debe servir de defensa y de seguridad. Tal es la Mística Torre, María Santísima.
El libro de los Cantares compara el cuello de esta Mujer sublime a la Torre de David, torre fortísima. De esta alegoría, sacó la Santa Iglesia esta Invocación a María, escudo y defensa de toda alma que recurre a Ella.
La virtud de la Fortaleza nos hace vencer, por amor a Dios, las más arduas dificultades que se oponen a la práctica del bien y nos da valor para soportar los grandes males y para tolerarlos con paciencia.
El Divino Maestro declara que el Reino de los Cielos lo alcanzan los esforzados. El primer instante en el que lleguemos a la presencia del Padre, a la Patria eterna, nos compensará sin medida y nos hará olvidar completamente todo sufrimiento pasado. Dios secará toda lágrima.
Con el auxilio de la fortaleza de Nuestra Madre Santísima, Torre de David, podremos vencer siempre el mal, soportar las penas y dolores propios de esta vida y alcanzar los bienes futuros.
+++
TORRE DE MARFIL
El marfil es uno de los objetos más bellos de la naturaleza. Su blancura no lastima la vista, como sí lo hace la blancura de la nieve; al contrario, es agradable y tranquila como la blancura de la lana, del armiño o de una flor, dulce, apacible y amorosa.
El marfil es símbolo de belleza, pureza y generosidad; representa el alma limpia de culpa, discreta, amable, indulgente, que sabe compadecer y tolerar porque es humilde y ama a los pecadores. La verdadera alma limpia es la que en el instante en que ve las miserias ajenas, sin mancharse con ellas, se compadece para sanarlas.
Comentando el Cantar de los Cantares, Fray Luis de León dice La torre de Marfil representaría la rectitud y firmeza de los limpios de corazón, que no dejan de decir claramente lo que deben, ni obscurecen con palabras afectadas la pureza y la sencillez del Evangelio.
Todo esto es María. Ciertamente, Jesucristo quiso tener como madre a la criatura más bella y excelente de cuantas han salido del poder creador de Dios.
Dice San Luis María que “No es el sol, que con la viveza de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa y apacible como la luna, que recibe la luz del sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista”. “La Santísima Virgen es Madre de dulzura y misericordia, y jamás se deja vencer en amor y generosidad”.
María Santísima con su amor maternal para nosotros pecadores, con su indulgente bondad, con la hermosura de su limpia e inmaculada alma, con la blancura es invocada como Torre de Marfil.
+++
ARCA DE LA ALIANZA
Enseña el Apóstol San Pablo que todos los personajes más ilustres, los más notables sucesos y las cosas más nobles del Antiguo Testamento eran figuras de los acontecimientos y de los personajes del Nuevo; por esto representaban a Cristo principalmente, y a María su Madre Santísima.
Así eran figuras de Ella: el Arca de Noé, el Arca de la Alianza, etc.
El Arca de la Alianza, construida por Moisés bajo el diseño dado por Dios mismo, era una caja hecha de madera incorruptible, forrada por dentro y por fuera con láminas de oro, con una cubierta llamada Propiciatorio, hecha de oro macizo y con dos querubines que la cubrían con sus alas extendidas.
Esta Arca mística fue también construida bajo el diseño Divino. San Bernardo la llama «escogida y conocida desde toda la eternidad por el Altísimo para que fuese un día su Madre».
Esta Mística Arca fue preparada para ser la Sede de la Sabiduría Increada, el Tabernáculo de Aquel que, por su Encarnación, es la Alianza sublime entre Dios y el ser humano, de la Alianza especialísima entre el Amor Infinito y Eterno de Dios y la humanidad pecadora redimida por el Verbo Divino, Encarnación Redentora.
Consideremos para nuestra edificación y gozo las principales semejanzas entre el Arca de la Alianza y María Santísima.
– El Arca simbolizaba la firmeza y la constancia de María en la práctica de las más singulares y excelsas virtudes, especialmente de la caridad a Dios y a la humanidad, que es la más preciosa de todas las virtudes, como el oro es el más precioso de los metales.
– El Arca era la mayor gloria de Israel, Dios residía en ella, desde ella daba sus respuestas y daba a conocer al pueblo su voluntad. La Virgen Santísima, es después de Dios, la gloria y la alegría de la celestial Jerusalén y de la Jerusalén terrestre: la Santa Iglesia.
– El Arca tenía dos querubines. María en el Cielo está cortejada por los Coros Angélicos, como Reina de los Ángeles.
– El Arca de la Alianza tenía el Propiciatorio que cubría el Arca y era de oro purísimo, y sobre el Propiciatorio, entre las alas de los Querubines, habitaba Dios. En el seno virginal de María puso Dios su sede por la divina obra de la Encarnación; y por este motivo Ella es nuestro Propiciatorio, nuestra Medianera de gracia ante su Divino Hijo.
– El Arca guardaba las Tablas de la Ley, un vaso con el prodigioso Maná y la vara de Aarón que floreció milagrosamente en señal de que Dios lo elegía para sumo Sacerdote.
Las Tablas de la Ley, monumento de la Sabiduría de Dios, figuran la Sabiduría de María Santísima, profunda conocedora y perfecta ejecutora de la Ley Divina. La vara de Aarón, símbolo de autoridad, indica el soberano poder que Dios confirió a María de conceder gracias. El Maná milagroso, alimento celestial dotado de todo sabor, nos recuerda la dulzura y la incomparable bondad de la Madre de Dios tanto para los justos como para los pecadores.
En resumen, en el Arca nos place ver especialmente el símbolo de María Inmaculada, que concibió al Verbo de Dios y lo dio a luz de modo inefable.
+++
PUERTA DEL CIELO
María Santísima es invocada como Puerta del Cielo porque fue por Ella que Nuestro Señor Jesucristo pasó del Cielo a la tierra.
Fue voluntad de Dios, que aceptara voluntariamente y con pleno conocimiento el ser Madre de Jesús y no que fuera un simple instrumento pasivo, cuya maternidad no hubiera tenido mérito ni recompensa. Dios esperó la respuesta de Ella que, con pleno consentimiento de un corazón lleno de amor de Dios. Fue por este consentimiento que se convirtió en la Puerta del Cielo, porque el Verbo Divino entró en el mundo al Encarnarse en el Seno Purísimo de María y habitó entre nosotros.
Jesús dijo de sí mismo «Yo soy la Puerta». Es la Puerta de la Iglesia y por tanto la Puerta del Cielo.
El amor y la devoción a María, después de Cristo, son el medio más eficaz y seguro para conseguir la gracia Divina y el don de la Fe.
La fe en la Humanidad de Jesucristo es tan necesaria para nuestra salvación como la fe en su Divinidad. Ahora bien, la fe en la Santísima Humanidad de Jesucristo se aclara y se afirma al reflexionar y meditar en la prodigiosa Maternidad Virginal de María. Por medio de Ella, conocemos también a Dios.
Jesucristo es verdadero Hombre y verdadero Dios; como hombre dio y continúa dando gloria a Dios; como Dios da a esta gloria un precio, un valor, un mérito infinitos.
Esta gloria es dada por la criatura y es digna de Dios: el hombre paga su deuda a Dios, y así, se hace digno de entrar en el Cielo y gozar de Dios.
María Santísima Madre del Verbo Encarnado, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Por estas consideraciones podemos entender la decisiva importancia que tiene la verdadera devoción a la Excelsa Madre de Dios, devoción sólida y perseverante de amor efectivo, de obras buenas y de constante alejamiento del pecado.
Por Ella accedemos a Jesucristo. Ella es la Puerta que nos conduce al Mediador.
Puerta del Cielo, ruega por nosotros y llévanos a Jesús.
+++
ESTRELLA DE LA MAÑANA
La Iglesia, que va recogiendo en las Letanías las más preciadas flores del pensamiento, de la naturaleza y del simbolismo para coronar a la Santísima Virgen, su Madre y Reina, le muestra su amor, combinando figuras y símbolos que expresan dignidad, elevación, fuerza, esplendor y hermosura singular, todo apropiado a la dulce Reina del Cielo. Toda aspiración del alma, todo sentimiento, todo afecto del corazón, encuentra su eco en las Letanías.
En esta Invocación, la Iglesia toma por símbolo la Estrella. María no es una estrella común, es la Estrella de la mañana, el astro más brillante del cielo, después del sol. También en esto es figura expresiva y noble de María que, por su excelsa dignidad de Madre de Dios, es el astro más brillante del Cielo, después del Divino Sol de Justicia: Jesucristo.
La estrella de la mañana anuncia el fin de la noche y la luz de la aurora, el principio del día. De la misma manera, la Virgen María anunció, al nacer, el fin de la noche y de las tinieblas en la que los hombres de tantos siglos yacían sepultados.
Ella es la bellísima aurora que anuncia un día todavía más hermoso en que el Sol divino: Jesucristo, ha de iluminar al mundo, disipando la ignorancia y el error y con aquel calor sobrenatural del fuego que trajo sobre la tierra ha de encender el corazón de los hombres y hacer germinar y crecer virtudes fecundas en frutos y en la más eminente santidad.
Antiguamente, en el mar, los navegantes se orientaban por la estrella de la mañana para llegar al puerto al que se dirigían, a su destino. Para nosotros, los mortales, que navegamos en el mar de la vida, María debe ser siempre la guía que nos conduzca al Puerto Seguro: el Corazón de su Divino Hijo, para alcanzar la felicidad eterna.
Recordemos la enseñanza de San Luis María:
“Por María ha comenzado la salvación del mundo y por María debe ser consumada. María casi no ha aparecido en el primer advenimiento de Jesucristo… Pero, en el segundo María debe ser conocida y revelada mediante el Espíritu Santo, a fin de hacer por Ella conocer, amar y servir a Jesucristo”.
“Dios quiere revelar y manifestar a María, la obra maestra de sus manos, en estos últimos tiempos (…) porque Ella es la aurora que precede y anuncia al Sol de Justicia, Jesucristo, y por lo mismo, debe ser conocida y manifestada, si queremos que Jesucristo lo sea (…) porque Ella es el camino por donde vino Jesucristo a nosotros la primera vez y lo será también cuando venga la segunda, aunque de modo diferente (…) porque María debe resplandecer más que nunca en los últimos tiempos en misericordia, poder y gracia (…) porque María debe ser terrible al diablo y a sus secuaces «como un ejército en orden de batalla» sobre todo en estos últimos tiempos, porque el diablo sabiendo que le queda poco tiempo y menos que nunca para perder a las gentes, redoblará cada día sus esfuerzos y ataques. De hecho, suscitará en breve crueles persecuciones y tenderá terribles emboscadas a los fieles servidores y verdaderos hijos de María, a quienes le cuesta vencer mucho más que a los demás.”
“Es principalmente de estas últimas y crueles persecuciones del diablo, que aumentarán todos los días hasta el reinado del Anticristo, de las que se debe entender esta primera y célebre predicción y maldición de Dios, lanzada en el paraíso terrenal contra la serpiente: «Yo pondré enemistades entre ti y la mujer, y tu raza y la suya; ella misma te aplastará la cabeza y tú pondrás asechanzas a su talón»”.
+++
CAUSA DE NUESTRA ALEGRÍA
Cuando el Arcángel San Gabriel fue enviado a María Santísima, la saludó diciendo: Alégrate, llena de gracia, el Señor es contigo. Y Nuestra Señora vivió en la presencia de Dios, causa de su felicidad.
La Virgen María aparece ante nosotros no sólo como modelo de quien supo vivir siempre alegre, sino también como aquella que es “causa de alegría” para los demás.
Nuestra vida no está exenta de pruebas y dificultades, de dolor y sufrimientos. Sin embargo, no debemos dejarnos vencer por la tristeza, sino que, en medio de las aflicciones, tenemos que saber conservar, como Nuestra Madre, la alegría que viene de Dios.
Además, Ella, causa de nuestra alegría, quiere que también nosotros seamos portadores para los demás de este don del gozo espiritual.
Jesucristo fue y es causa fundamental y primera de nuestra alegría. María es causa secundaria e instrumental.
Nosotros amamos la alegría porque es un bien y amamos la felicidad, de la cual la alegría es un fruto. También Dios quiere que estemos alegres pues Él «ama al que da con alegría». Pero existen dos clases de alegría:
Una, la de aquellos que encuentran gozo donde tendrían motivo para entristecerse, esto es, en el pecado. También la de quienes, aunque no ponen su alegría en el pecado, pero sí se deleitan en los honores, en las riquezas, en las comodidades de la vida y en todo aquel cúmulo de frivolidades que un refinamiento insaciable va acumulando sobre los grandes caminos del progreso.
Esta alegría, aún la menos culpable, es frívola, falsa, momentánea. Es frívola porque satisface más a los sentidos que al alma. Es falsa, parece alegría, pero no lo es, llena el corazón por breves momentos, pero pronto lo deja vacío y descontento. Es momentánea, fugaz. La vida del ser humano es muy breve y con frecuencia regada de lágrimas; y los bienes materiales no pueden damos la felicidad.
La otra clase de alegría es la Cristiana, y es muy distinta porque más allá de las sombras del misterio y tras el velo de las lágrimas, alcanza y saborea una alegría verdaderamente tranquila, veraz y duradera, como los bienes en los que se funda: la tranquilidad de conciencia, la amistad con Dios, la justa apreciación de los bienes de esta vida, la paciencia en las adversidades, la esperanza de los bienes eternos, son fuentes inagotables de indecible y sólida alegría.
No hay fuerza humana o de acontecimientos que pueda arrebatar esta perfecta alegría que anida en las íntimas profundidades del alma y que se identifica con el amor de Jesucristo. Por eso María Santísima es Causa de nuestra alegría, porque nos dio a Jesús, el Verbo Encarnado.
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia. Vida, dulzura y esperanza nuestra, Dios te salve. A Ti clamamos, los desterrados hijos de Eva. A Ti suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Abogada Nuestra, vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos. Y después de este destierro muéstranos Jesús, el fruto bendito de tu vientre.

