ALEGRÍA DE MORIR
UN CARMELITA DESCALZO
CAPITULO IV
CIENCIA DE LAS COSAS EN DIOS
El dogma de la resurrección de la carne para vida de inmortalidad derrama en el espíritu alegría y luz sobre cuanto puede soñar la fantasía humana. El cuerpo que caminó con dolor durante su carrera en la vida terrestre, recibirá en la vida gloriosa inmarcesible corona según las obras realizadas durante su vida perecedera y transitoria.
Hasta las gentes más sencillas y de menos estudios comprenden perfectamente la verdad filosófica que se encierra en este dicho popular: lo violento no es duradero. La separación del alma y del cuerpo es de inmensa violencia, porque dos naturalezas creadas para formar una sola y estar siempre unidas, constituyendo la esencia del hombre, se separan.
Como el alma humana vivirá por toda la eternidad, el cuerpo humano deberá estar siempre recibiendo vida del alma, porque forma, en unión con ella, el hombre; pero Dios puso el castigo de la separación, que sólo Él podía poner, porque sólo Dios es creador de la naturaleza y de los seres.
En su infinito poder y con amor de Padre, halló remedio a esa violencia, y un día restablecerá de nuevo la naturaleza íntegra del hombre después de haber pagado el tributo y cumplido el castigo impuesto a todos los hijos de Adán (1). Su omnipotencia hará que el alma vuelva a vivificar y transmitir sus propiedades al mismo cuerpo que antes había animado.
Es el dogma preciosísimo de la resurrección de la carne, que nos enseña la fe. Este cuerpo mío resucitará y volverá a recibir la vida del alma mía. Volveré a ser yo mismo, todo vivo en el Cielo, después del Juicio Final, para nunca más morir.
Sólo el poder infinito de Dios puede realizar esta maravilla, como sólo Él pudo crear mi ser, y ha revelado que lo hará; la fe me enseña y yo lo repito gozoso todos los días cuando rezo el Símbolo de los Apóstoles, diciendo: Creo en la resurrección de la carne y en la vida perdurable.
El alma comunicará entonces al cuerpo sus propiedades, según sus obras y según la capacidad de recibir de la materia. Se reflejarán en el cuerpo resucitado las cualidades del alma, e irradiará belleza y luz correspondiente al grado de gloria y amor del alma, o mostrará fealdad y dolor en proporción del castigo merecido por sus malas obras.
Ahora, mientras vivimos aquí, no están los cuerpos en proporción con sus almas, ni aparece al exterior lo que el espíritu es en realidad ante Dios. En general, ni la hermosura ni el talento o simpatía guardan relación con la gracia. Vemos con frecuencia que almas muy santas viven en cuerpos enfermizos, contrahechos, desgarbados y débiles; en cambio, almas pecadoras, y viciosas animan cuerpos de gran belleza, de inmenso talento y atractivo admirable.
No será así cuando los cuerpos resuciten para la vida de inmortalidad. Dios dará a cada uno su merecido y su premio. Los cuerpos serán el exacto reflejo del alma. Se traslucirá el espíritu en los cuerpos y en ellos se verá su perfección, su gloria, su luz, su hermosura. Los cuerpos de los que se salvaron resucitarán llenos de cualidades gloriosas, serán claros, ligeros, sutiles e impasibles. Su gloria, brillo y perfección serán en todo como sea la bondad y luz del alma. Cada uno resplandecerá con los destellos que ganó con su amor al Señor.
Vivirá ya el hombre para siempre con las perfecciones y bellezas que le comunique su espíritu.
Dios, infinito en misericordia, pero exacto prendador, dará a cada uno su merecido.
De modo semejante será la ciencia y el conocimiento que el alma tenga de los seres de la naturaleza, de los mundos creados o creables y de los misterios y verdades de Dios, en proporción de su santidad.
Sabrá más y comprenderá mejor y verá horizontes más dilatados el alma más santa, la que más amó, la que más se ofreció y mejor hizo la voluntad de Dios. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios (2). Benditos los que todo lo dejaron por Dios, porque todo lo encontrarán en Él con infinita medida. En Dios vivirán para siempre, gozando de su gozo. En el Cielo no será el conocimiento de Dios y de las cosas según la ciencia, el estudio y el talento que se tuvo en la tierra, sino según el amor a Dios. Sabrá más y conocerá mejor y recibirá mayor luz; de gloria el que amó más, ejercitó mejor las virtudes y estuvo más perfectamente ofrecido a su Creador.
Por idéntica causa el alma que sufra el apartamiento de Dios y padezca las tinieblas y la desesperación de los condenados, comunicará a su cuerpo −el mismo cuerpo que pecó en la tierra− todo el tormento e irresistible despecho, dolor e impaciencia del infierno para siempre. El cuerpo será en todo exacto retrato y reflejo del alma.
Después de pagar el tributo a la muerte, cuando el poder infinito de Dios y su misericordia resucite a todos los muertos, viviremos eternamente y no tendrá ya poder la muerte sobre el hombre. Pero vivirán de muy distinta manera los justos y los pecadores.
Cada uno recogerá lo que sembró y tendrá la compañía que buscó en la tierra y de la cual se hizo acreedor: los buenos, con Dios entre el ejército de los bienaventurados, gozarán de la dulzura de la contemplación divina por toda la eternidad; los malos, con los malos y con el príncipe de toda malicia, para siempre.
(1) Santo Tomás de Aquino, Summa. Suplemento, Q. 75 y sigs.; Summa contra Gentes, lib IV, capítulo 79.
(2) San Mateo, V, 8.
