ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA
En aquel tiempo: Llena Isabel del Espíritu Santo levantó la voz con gran clamor y dijo: Bendita Tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿Y de dónde a mí el que venga la madre de mi Señor a mí? Porque he aquí que como sonó la voz de tu salutación en mis oídos, dio un salto de alborozo el niño en mi seno. Y dichosa la que creyó que tendrán cumplimiento las cosas que le han sido dichas de parte del Señor. Y dijo María: Mi alma engrandece al Señor, y se regocijó mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava. Pues, he aquí que desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones; porque hizo en mi favor grandes cosas el Poderoso y cuyo nombre es Santo; y su misericordia por generaciones y generaciones, para con aquellos que le temen.
Celebramos hoy la magnífica Solemnidad de la Asunción de María Santísima en Cuerpo y Alma a los Cielos.
Sabemos que dicho dogma ha sido declarado por el Papa Pío XII el 1° de noviembre de 1950.
Siendo tan tardía dicha proclamación, es interesante investigar por qué vías pudo probarse la Asunción de la Santísima Virgen, más allá de la infalibilidad de la declaración.
Una vía es la histórica, por los testimonios humanos; otra teológica, esto es, por la razón teológica a partir de la Revelación, la Sagrada Escritura y la Santa Tradición.
Además, una vía puede ser directa, es decir, por testimonios explícitos alegados, que ascienden casi hasta el tiempo en que el hecho tuvo lugar; y otra sólo indirecta, esto es, por signos posteriores de los cuales se deduce.
Teniendo en cuenta estos prenotandos, el hecho de la Asunción:
1°) No puede demostrarse directamente por la vía histórica, porque no existe ningún testimonio explícito, o, por lo menos, ellos no son suficientes.
Las narraciones divulgadas sobre el Tránsito de la Santísima Virgen están tomadas de los Apócrifos, que no exigen fe, como declaró el Papa Gelasio respecto del libro De transitu Mariæ, que se atribuía falsamente a Melitón.
2°) Ni puede demostrarse por la Sagrada Escritura.
a) No, ciertamente, por las Profecías o figuras del Antiguo Testamento, porque no se prueba, sea por testimonio de la Iglesia, sea por el consentimiento unánime de los Padres, que hayan de interpretarse en sentido literal típico, sino que parece más bien se sirven de ellas en sentido acomodaticio; de tal manera que no demuestran de suyo el hecho de la Asunción, sino que la Asunción es cosa conocida por ellos.
b) No por la cita del Génesis III, 15 (Ella te aplastará la cabeza); porque allí se anuncia la victoria sobre el demonio, pero se deja, como veremos más adelante, para ser determinado cómo se realiza y hasta dónde se extiende.
c) Ni por el texto de San Lucas I, 18 (Dios te salve llena de gracia…, bendita tú entre las mujeres), pues debe determinarse por otro sitio a qué privilegios de gracia, o a qué bendiciones se extienden esas palabras.
Antes de la definición dogmática, podía afirmarse que esta verdad está contenida implícitamente en estos textos; pero no podía deducirse solamente de estas palabras de la Sagrada Escritura.
Y así pudo decir Alejandro III “María concibió sin infamia, dio a luz sin dolor y salió de este mundo sin corrupción, para que, según las palabras de Dios por medio del Ángel se demostrase que estaba llena, no semiplena de gracia”.
3°) De donde se infiere que podía probarse por la Tradición, por la autoridad de los Padres, por la Liturgia, o por el sentir de la Iglesia; pero no directamente, sino indirectamente, o también por razones teológicas.
+++
La doctrina a probar expresa lo siguiente: La Santísima Virgen, después de su vida terrena, fue elevada al Cielo, no sólo en cuanto al alma, sino también en cuanto al cuerpo.
La primera parte (en cuanto al alma) es completamente cierta, porque es de fe, por definición de Benedicto XII y del Concilio de Florencia, que las almas de los Santos, limpias de toda mancha, son recibidas en el Cielo inmediatamente después de la muerte; y por otra parte es cierto que la Santísima Virgen no estuvo manchada jamás con mancha alguna de pecado, por lo que su alma fue recibida en el Cielo inmediatamente después de la muerte.
La segunda parte (sino también en cuanto al cuerpo) era sentencia común, de tal manera que no podía negarse por lo menos sin temeridad, y más bien parecía ya teológicamente cierta.
¿Cómo se probaba?
A) Por la Tradición, con tres pruebas:
1ª) Por la doctrina y el consentimiento de los Padres y de los Teólogos, por lo menos desde el siglo V. Antes únicamente es San Epifanio quien, no obstante dudar de la muerte de María Santísima, parece reconocer implícitamente la Asunción.
Después lo afirman clarísimamente, y no sólo el hecho sino también la doctrina; a saber, que la Santísima Virgen no pudo ser aherrojada por los lazos de la muerte, que no estuvo sujeta a la esclavitud de la misma, ni, por tanto, a la corrupción del sepulcro; que obtuvo, juntamente con Cristo, la plena victoria sobre el demonio, y por esto también de la muerte, y que, Virgen, perpetuamente incorrupta, no estuvo sujeta a ninguna maldición, ni siquiera a la reducción a cenizas o polvo.
2ª) Por la Liturgia:
a) Por la Fiesta que ya desde muchos siglos se celebraba en la Iglesia universal, y que tomó su origen en la antigüedad.
b) Por el Objeto de dicha Fiesta, que no es solamente la Asunción del alma, sino también del cuerpo, como es claro por las oraciones litúrgicas, por las homilías de San Gregorio de Tours, de San Andrés de Creta, de San Juan Damasceno, de San Odilón, y por los Sacramentarios Gelasiano y Gregoriano; que tienen en cuenta el misterio de su gloria y el de su exaltación.
Y así no sólo la Liturgia Romana, sino también la Griega, Siríaca, Copta, Siro-Maronita, Armenia, la Galicana, la Mozárabe y la Gótica.
3ª) Por el sentir de la Iglesia, esto es, por la predicación universal y por el sentir y piedad de los fieles.
Por este motivo, en el Concilio Vaticano, casi 200 Padres introdujeron un postulado en el que se pedía que fuese solemnemente declarado y definido que “María Santísima se halla a la diestra del Hijo de Dios, con su alma inmaculada y con su cuerpo virginal, como mediadora nuestra poderosísima”.
B) Por las razones teológicas; de las cuales las principales son cinco:
1ª) La dignidad eminente de Madre de Dios, que pide sea glorificada por su Hijo, principalmente en el cuerpo en el que se encuentra impreso el sello de la maternidad más que en el alma, de tal manera que en el estado de la gloria aparezca la dignísima Madre de Dios.
2ª) La santidad eminente de María, concebida inmaculada e inmune de todo pecado original y actual, y llena de gracia, por lo que debió ser preservada de todas las consecuencias del pecado que producen infamia y humillación, esto es, de toda corrupción y del reino de la muerte.
La resurrección anticipada y la Asunción a los cielos pertenecen a la plenitud de la gracia consumada, que constituye principalmente la gloria del alma; pero a la que pertenece también la gloria del cuerpo, que redunda del alma en la carne.
3ª) La bendición singular por la que María fue proclamada bendita entre las mujeres, esto es, partícipe de una bendición perpetua y no sujeta a maldición alguna. Por lo tanto, así como fue inmune de la maldición del pecado y de la concupiscencia (por la Concepción Inmaculada), y de la maldición de la corrupción en la concepción y en el parto (por la Virginidad milagrosa), así debió ser también inmune de la maldición de la corrupción del sepulcro y de la reducción a cenizas o polvo por la Resurrección anticipada del cuerpo y por la Asunción gloriosa del mismo.
Dice Santo Tomás, en la Exposición sobre la Salutación Angélica: “Tres maldiciones han sido dadas a los hombres a causa del pecado.
La primera fue dada a la mujer, a saber: que concebiría con corrupción, gestaría con molestia y pariría con dolor. Pero de ésta fue inmune la Virgen Santísima, porque concibió sin corrupción, gestó con consuelo y dio a luz con gozo al Salvador.
La segunda fue dada al varón, a saber: que comería el pan con el sudor de su frente. De ésta fue inmune la Santísima Virgen, porque, como dice el Apóstol, las vírgenes están libres del cuidado de este mundo y se consagran solamente a Dios.
La tercera fue común a hombres y mujeres, a saber, que vuelvan al polvo. Y de ésta estuvo libre la Virgen Santísima, que fue llevada al Cielo con su cuerpo; pues creemos que después de la muerte fue resucitada y llevada al Cielo”.
4ª) La excelencia de la virginidad del alma y del cuerpo. Su carne, que fue fuente de vida y, por esta causa, fue conservada por un milagro maravilloso en perfecta integridad, dio a luz sin dolor y permaneció perfectamente incorrupta hasta la muerte, no debía padecer la corrupción del sepulcro; pues no podía Dios permitir que la corrupción destruyese el milagro de su omnipotencia.
5ª) La asociación de María Santísima con Jesús en la Redención; por lo cual debe estar asociada en la triple victoria del Hijo alcanzada sobre el pecado, la concupiscencia y la muerte, por la Resurrección y Ascensión gloriosa.
+++
¿Qué valor tenía la demostración aducida?
Supuesta la asistencia del Espíritu Santo, que es espíritu de verdad, un consentimiento tan universal y tan constante de la Iglesia durante muchos siglos constituía un argumento teológico cierto de verdad.
Pues no se trataba de un hecho puramente histórico, sino de un hecho que contenía una doctrina, de un asunto dogmático referente a cuestiones de fe y de costumbres; en las cuales no puede equivocarse la Iglesia universal.
Objeción: Para esto debería ser propuesta por la Iglesia como infaliblemente cierta.
Respuesta: Es suficiente que sea propuesta como verdadera, y que sea universalmente aceptada en la Iglesia; pues por eso mismo es infaliblemente cierta.
La Iglesia es infalible no sólo en un sentido negativo, en cuanto que no puede declarar no revelado o falso lo que es verdaderamente revelado o cierto, sino también en sentido positivo, porque lo que propone especulativamente por la doctrina o prácticamente por el culto, como revelado, verdadero o conforme a la fe, es verdaderamente así.
De otra manera, la infalibilidad tendría muy poca utilidad. Pues entonces para conocer que la Iglesia es infalible al instituir una fiesta o al sostener una doctrina como cierta, sería necesario demostrar antes que se trata de un hecho revelado o de una verdad conexa con lo revelado.
Si la Iglesia definiera la Asunción, sería infalible en este juicio; por lo que debe decirse lo mismo si la inculca prácticamente con su Liturgia. Donde debe aplicarse el axioma: La ley de creer establece la ley de orar.
Entonces, la Asunción de la Virgen Santísima, ¿era una verdad definible solemnemente?
Era propuesta ya, no sólo como Doctrina Común, sino también como Doctrina Cierta; por lo que el que la negase, no sólo incurriría en la nota de temeridad, sino también de error. Por lo cual, podía también ser solemnemente definida. En ese caso la Iglesia solamente afirmaría de una manera solemne lo que inculcaba ya universalmente por el Magisterio Ordinario.
Esta doctrina no solamente está unida con las verdades de fe, sino que también se contiene formalmente, aunque de una manera implícita, en verdades reveladas. Por lo que nada impedía el que la Iglesia la propusiese explícitamente como Dogma de Fe.
+++
Y a eso se llegó. Como dijimos al comienzo, el Papa Pío XII, el día 1° de noviembre de 1950, rodeado de 36 Cardenales, 555 Patriarcas, Arzobispos y Obispos, de gran número de dignatarios eclesiásticos y de una muchedumbre enardecida de entusiasmo que no bajaba del millón de personas, definió solemnemente, con su suprema autoridad apostólica, el Dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma al cielo.
Las campanas de toda la cristiandad fueron lanzadas al vuelo en señal de júbilo; y los fieles del mundo católico unieron su emoción y su alegría al delirante entusiasmo que invadió el alma de los que tuvieron la suerte de presenciar aquella inolvidable escena en la Plaza de San Pedro.
En adelante ya nadie podría dudar del hecho de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo sin padecer naufragio en la fe y apartarse de la comunión con la Iglesia católica: Roma locuta est, causa finita est.
Como hemos visto, los argumentos teológicos que explican el Dogma de la Asunción son del todo firmes y seguros. Ellos solos de por sí nos llevarían a la plena seguridad moral del privilegio de María, aunque la definición ex cathedra tiene la enorme ventaja de que proporciona la certeza plena y absoluta, sin posibilidad de error.
Es, pues, un motivo de gran gozo el que se defina expresamente una determinada doctrina, aunque todo el mundo la admita sin discusión, como ocurría en todo el mundo católico con la Asunción de María aun antes de la definición dogmática.
+++
Después de insistir en el argumento de la Tradición y de la Liturgia, Pio XII expone los siguientes principales argumentos teológicos, que, como ya sabemos, explican muy bien el Dogma de la Asunción. He aquí sus palabras:
1°) Es una exigencia de su Concepción Inmaculada:
“Este privilegio resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro predecesor Pio IX, de inmortal memoria, definió solemnemente el dogma de la Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios. Estos dos privilegios están —en efecto— estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte, venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también la victoria, en virtud de Cristo, todo aquel que ha sido regenerado sobrenaturalmente por el bautismo. Pero, por ley general, Dios no quiere conceder a los justos el pleno efecto de esta victoria sobre la muerte sino cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa. Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada Virgen María. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con su Concepción Inmaculada; por eso no estuvo sujeta a la ley de permanecer en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo hasta el fin del mundo”.
2°) Es una exigencia moral de su excelsa dignidad de Madre de Dios y del amor hacia su divino Hijo:
“Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de María, ciertamente, como observador perfectísimo de la divina ley, no podría menos de honrar, además de al Eterno Padre, también a su amantísima Madre. Pudiendo, pues, dar a su Madre tanto honor al preservarla inmune de la corrupción del sepulcro, debe creerse que lo hizo realmente”.
3°) Por su condición de nueva Eva y Corredentora de la humanidad:
“Pero hay que recordar especialmente que desde el siglo II María Virgen es presentada por los Santos Padres como nueva Eva, estrechamente unida al nuevo Adán, si bien sujeta a Él, en aquella lucha contra el enemigo infernal, que, como fue preanunciado en el Protoevangelio, había de terminar con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte. Por lo cual, como la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y signo final de esta victoria, así también para María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo virginal; porque, como dice el Apóstol, cuando este cuerpo mortal sea revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte fue absorbida por la victoria”.
4°) Por el conjunto de sus demás privilegios excepcionales:
Pío XII añade a los citados argumentos el siguiente magnifico párrafo, que resume y compendia los sublimes privilegios de María Santísima, que estaban pidiendo el coronamiento de su gloriosa Asunción en cuerpo y alma al cielo:
“De tal modo, la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue preservada de la corrupción del sepulcro, y, vencida la muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos”.
+++
Tales son los principales argumentos teológicos en torno al dogma de la Asunción de María, tomados de la misma Bula definitoria de Pio XII.
He aquí el dogma solemnemente proclamado por el magisterio infalible de la Iglesia: la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, terminado el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.
En cuanto al estado presente de la Santísima Virgen en los Cielos, es decir, su bienaventuranza, varios son los temas que pueden considerarse.
1°) La gloria y la bienaventuranza esencial de la Madre de Dios supera la bienaventuranza y la gloria concedida a todas las criaturas, tanto intensiva como extensivamente.
La razón está en que la bienaventuranza y la gloria esencial es proporcionada a la gracia y a la caridad.
Ahora bien, la Bienaventurada Madre de Dios supera a todas las criaturas por su mayor plenitud de gracia y de caridad.
Luego, las supera también en la misma bienaventuranza y en la gloria celestial.
2°) Por lo que ve más clara e intensamente a Dios, y lo penetra y conoce de una manera más profunda y perfecta; y de ahí se sigue necesariamente un amor mayor y más perfecto, y una fruición más deleitable.
3°) Es igualmente cierto que la Madre de Dios constituye Ella sola un orden especial y una jerarquía en los Cielos por encima de todas las criaturas; es de un orden superior a todos los dones creados, y connaturalmente reina sobre todas las criaturas.
4°) También sobreviene un gozo accidental a la Santísima Virgen:
a) de la vista de la humanidad gloriosa de Cristo, su Hijo;
b) del ejercicio del reino y del dominio como Mediadora y Madre de misericordia;
c) de la gloria del honor y de la reverencia tributada por toda la corte celestial.
5°) Asimismo, suele atribuirse a la Santísima Virgen la triple aureola; a saber: de los mártires, de los confesores y de las vírgenes; no, por cierto, de una manera enteramente propia, sino de un modo eminente.
No de una manera enteramente propia, porque no le fue causada la muerte de una manera violenta, ni le compete enseñar públicamente, ni existió en ella lucha interior contra la carne.
De un modo eminente, sin embargo, porque en la Pasión de su Hijo padeció dolores más vehementes que los mismos mártires; fue también maestra privada de los mismos Apóstoles, y guardó la virginidad del alma y del cuerpo con la suma perfección.
6°) Finalmente, redundando la gloria en el cuerpo, por derivación del alma, la gloria corporal debe ser perfectamente proporcionada a la gloria del alma, de tal manera que a la Santísima Virgen le competa, también en cuanto al cuerpo, una gloria mayor que a todos los Bienaventurados.
Esto vale lo mismo respecto de las dotes del cuerpo glorioso, a saber, la claridad, la agilidad, la espiritualidad o sutileza, y la impasibilidad; las cuales son en Ella mayores en la misma proporción.
Por esto es manifiesto cómo la Santísima Virgen fue ensalzada de una manera especial con su Hijo por encima de los Órdenes y Jerarquías de los Ángeles a una cuarta y nueva jerarquía.
Gocemos desde ya, aquí, en este valle de lágrimas, la gloria de Nuestra Reina y Madre, esperando poder hacerlo eternamente gracias a su omnipotente intercesión ante su divino Hijo.

