Los propugnadores de la Agenda 2030 se han lucido en estos anticristianos juegos olímpicos de París 2024.
La hermética y execrable apertura de este evento ha delatado una vez más lo que los globalistas tienen en mente. Es un ejemplo del mundo que nos aguarda si esta élite –que descansa en poltronas de oro y goza de todo lo que nos quieren privar– toma las riendas de la humanidad.
El preludio a los juegos olímpicos ha sido una apología a los anticristianos valores que hoy permean nuestras sociedades y las pastorean hacia valles de sombras de muerte. Ha sido una glorificación a lo apocalíptico, a la lujuria, al pecado, al mal gusto, incluso a la pedofilia. Loco regocijo de ángeles caídos por haber sido expulsados del cielo.
El empuje de la enajenante Agenda 2030 ha plagado este evento de situaciones incómodas y molestas hacia los atletas que habrán de recordar estas olimpiadas como la peor que jamás se haya organizado. Hasta tal punto, que pareciera ser una burla a todos sus participantes, pues en nombre de la demencial agenda verde, se ha privado a los deportistas de las condiciones necesarias para rendir al máximo de su capacidad, con la consabida excusa de salvar un planeta en el que los que exigen restricciones, viven cínicamente al margen de éstas y no se privan de nada.
Los atletas se han visto sin aire acondicionado, con una deficiente alimentación y durmiendo en incómodas camas de cartón a sabiendas de que precisan una nutrición especial y un adecuado descanso. Ello ha provocado que algunos abandonaran la villa olímpica para trasladarse a hoteles donde poder reponerse y nutrirse apropiadamente.
En nombre de la inclusividad –esa falsa virtud que de virtud nada tiene y que no es más que otro fantasma surgido del marxismo cultural– se ha permitido a hombres pelear contra mujeres en la categoría de boxeo femenino, corriendo el riego de causarle a éstas daño permanente o muerte. Pero el fin de la inclusividad es evitar que las sociedades prosperen por su talento y se hundan en la mediocridad. ¡Fuera con la meritocracia y vivan la inclusividad y la diversidad!, puesto que una mediocridad carente de luces es fácil víctima de perpetua esclavitud.
El colmo del desprecio a los atletas se ha consumado en los nadadores al hacerlos competir en las aguas del río Sena, contaminadas por heces fecales, ratas, y animales muertos, habiéndose enfermado seriamente varios participantes que nunca debieron aceptar chapotear en la inmundicia. Pero así prueban estos inicuos hasta donde somos capaces de aceptar sus sugerencias y condiciones por contraproducentes y extremas que nos parezcan mientras van empujando más y más y más…
Para mayor agravante, el ataque al cristianismo ha sido abiertamente frontal. Al surfista brasileño Joao Chianca, que había impreso la imagen de Cristo en sus tablas de surfing, se le obligó a borrarla o a ser descalificado. Lástima que este joven haya accedido a esta petición que hubiera hecho a cualquier bien plantado cristiano cargar con sus tablas y volverse a casa.
Se ha llegado hasta el punto de querer retirarle su medalla de oro al tenista Novak Djokovic, quien habiendo hecho público agradecimiento a Dios, no podía quedar sin castigo: YouTube ha cancelado todos los videos donde celebra su bien ganado premio y me imagino que en otras plataformas también lo cancelarán. No lo sé porque abandoné las redes sociales hace tiempo cuando pretendieron amordazarme.
Los supuestos paladines de la democracia, la tolerancia, la diversidad, la equidad y la inclusión, son tan vengativos como cualquier delincuente barriobajero: todas las cadenas de televisión han borrado el triunfo de Djokovic haciendo habitual alarde de su poder omnímodo. Los que nos acusan de desinformar, son los que desinforman. Los que nos acusan de cancelar son los que cancelan. De todo aquello que nos acusan, son ellos la causa y el origen. La élite globalista son los campeones del engaño, la insidia y la maquinación. Al fin y al cabo, su padre es el diablo y éste es el padre de la mentira.
Y volviendo a Djokovic, recordemos que este valiente se negó rotundamente a vacunarse cuando la plandemia a pesar de haber sido sancionado por ello, y que además de cristiano ejemplar es patriota y antiglobalista. Pero la desfachatada hipocresía liberal no puede consentir tal bofetada en su abominable rostro. Cualquier manifestación para glorificar a Dios en público es sancionable para la élite canalla, pero cualquier afrenta al cristianismo es aplaudida y debe ser pasto de la caballería liberal.
Estos juegos olímpicos son la indisputable muestra de la basura que llena el alma de los globalistas, esta turba que no para de atemorizarnos vaticinándonos crisis tras crisis (creadas por ellos mismos). Pero la crisis son ellos. Ellos son el problema. Ellos son el enemigo número uno del ser humano y su odio a éste es la réplica del de Lucifer a la criatura forjada por las manos por Dios.
Las polémicas olimpiadas de Francia han sido un desastre porque el globalismo es un desastre y una mentira gigante. Es un caballo de Troya aguardando el cansancio de los vigías en las almenas. El mundo no requiere un único gobierno mundial para hallar soluciones mundiales. La repetición de esta afirmación por parte de los voceros del mal no la vuelve real. Sigue siendo un bulo tras el cual se oculta la obsesión de una opulenta minoría para obtener poder omnímodo.
Tengamos presente que no estamos lidiando aquí con mentes sanas sino con almas enfermas y voluntariamente consagradas al mal. De ahí su pasión por la simbología esotérica tras la cual se esconde su adhesión a oscuras fuerzas surgidas del abismo y a falsos dioses primitivos como Moloc, Ishtar y Baal –al que se ofrecían como sacrificio niños vivos arrojados a las llamas– y que en su forma bovina muestran con frecuencia en sus satánicos espectáculos.
Este olimpo de anticristos globalistas, formados por entidades tales como el Foro Económico Mundial, la Comisión Trilateral, el Consejo de los 300 y el grupo Bilderberg, es un ejército de sociópatas tapujados bajo un embelecador manto de filantropía universal que busca destruir los cimientos y pilares históricos, sociales y morales en que el mundo se sostiene para “reformatear” la humanidad a las expectativas de sus dictatoriales ambiciones.
Es por eso que quieren hombres hechos mujeres. Quieren mujeres hechas hombres. Quieren niños sin padres y padres sin niños. Quieren que comamos, que nos traslademos y que vivamos donde y como ellos quieran y cuando quieran. Quieren premiar al criminal y pisotear al justo; quieren condenar al patriota tras destruirle su nación. Quieren inmoralidad y vicio, perdición y animalismo. Quieren aborto y pederastia. Quieren sacar del ser humano lo peor de sí mismo para matar en éste toda aspiración a la trascendencia, a la belleza, a la bondad, a Dios. Quieren, en su propias palabras, convertirnos en animales “jaqueables” destinados a servir de alfombra, de pasamanos, de escupidera, a estos prepotentes que no escatiman en manifestar su visceral desprecio hacia nosotros en entrevistas y conferencias en las que alardean de la podredumbre y de las malas intenciones que llevan dentro.
Esta satánica mafia detesta a honestos líderes que desenmascaren y se opongan a sus agendas y trata de destruirlos implacablemente. Por eso buscan corruptos, para extorsionarlos y agregarlos como útiles piezas a su tablero infernal. Todo el que no se venda, es repudiable y se convierte en su mortal enemigo.
Por eso a ellos, mejor que a nadie, aplica la cita de San Pablo:
No hay justo, ni aun uno;
No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.
Sepulcro abierto es su garganta;
Con su lengua engañan.
Veneno de áspides hay debajo de sus labios;
Su boca está llena de maldición y de amargura.
Sus pies se apresuran para derramar sangre;
Quebranto y desventura hay en sus caminos;
Y no conocieron camino de paz.
No hay temor de Dios delante de sus ojos.
–Romanos 3:10-18.
Sí, hermanos. El globalismo es el gobierno del anticristo; es su ejército abriéndole paso a la bestia hasta que ésta ocupe su trono y cumpla hasta la última tilde de las escrituras.
Y con ello su propia destrucción.

