LAS GRANDEZAS INCOMPARABLES DE MARÍA
SAN BERNARDO
Abad de Claraval – Doctor de la Iglesia
CAPITULO QUINTO
MARÍA, LA MADRE DE DIOS
Y dijo María al Ángel: Cómo puede ser esto, si no conozco varón.
Y respondiendo el Ángel la dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo y por eso lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. Y he aquí que Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, porque no hay cosa alguna imposible para Dios.
Y dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
Y se retiró de ella el Ángel (Luc., I, 34-38).
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Y dijo María al Ángel: ¿Cómo puede ser esto si no conozco varón? Primero, sin duda, María calló como prudente, cuando todavía dudosa pensaba entre sí, qué salutación sería ésta, queriendo más por su humildad no responder que temerariamente hablar lo que no sabía.
Pero ya confortada, y habiéndolo premeditado bien, hablándole en lo exterior el Ángel, pero persuadiéndola interiormente Dios (que estaba con Ella según lo que dice el Ángel: El Señor es contigo), expeliendo sin duda la fe al temor, la alegría al empacho, dijo al Ángel: ¿Cómo puede ser esto si no conozco varón?
No duda del hecho, sino que pregunta acerca del modo y del orden; no pregunta si se hará esto, sino cómo se hará.
Al modo que si dijera: Sabiendo mi Señor que su esclava tiene hecho voto de virginidad, ¿con qué disposición, con qué orden le agradará que se haga esto? Si Su Majestad ordena otra cosa, si dispensa este voto para tener tal Hijo, alégrome del Hijo que me da, pero me duele la dispensa del voto; sin embargo hágase su voluntad en todo; pero si he de concebir virgen y virgen también he de alumbrar, lo cual ciertamente no le es imposible, entonces verdaderamente conoceré que miró la humildad de su esclava.
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¿Cómo pues se hará esto Ángel del Señor, si no conozco varón? Y respondiendo el Ángel le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo.
Había dicho antes que estaba llena de gracia; pues ¿cómo dice ahora el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo? ¿Por ventura podría estar llena de gracia y no tener todavía al Espíritu Santo, siendo Él el dador de todas las gracias?
Y si el Espíritu Santo estaba en Ella, ¿cómo se le vuelve a prometer que vendrá sobre Ella nuevamente? Por esto sin duda no se dijo vendrá a ti, sino que vendrá sobre ti, porque aunque a la verdad primero estuvo con María por su copiosa gracia, ahora se la anuncia, que vendrá sobre Ella por la más abundante plenitud de gracia que en Ella ha de derramar.
Pero estando ya llena, ¿cómo podría caber en Ella algo más? Y si todavía puede caber más en Ella, ¿cómo se ha de entender que antes estaba ya llena de gracia?
La primera gracia había llenado solamente su alma y la siguiente había de llenar también su seno, a fin de que la plenitud de la Divinidad, que ya habitaba en Ella antes espiritualmente como en muchos de los Santos, comenzase también a habitar corporalmente como en ninguno de los mismos.
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¿Dice, pues, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra? Y ¿qué quiere decir y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo? ¡Ah! El que lo pueda entender que lo entienda.
Porque exceptuada acaso la que sola mereció experimentar en sí esto felicísimamente, ¿quién podrá percibir con el entendimiento y discernir con la razón, de qué modo aquel esplendor inaccesible del Verbo Eterno se infundió en las virginales entrañas, y para que pudiese sostener que el inaccesible se acercase a Ella, de la partecita del mismo cuerpo, a la cual se unió Él mismo, hiciera sombra a todo lo demás?
Quizá por esto principalmente se dijo: Te cubrirá con su sombra, porque sin duda este hecho era un misterio, y lo que la Trinidad sola por sí misma en sola y con sola la Virgen quiso obrar, sólo se concedió saberlo a quien sólo se concedió experimentarlo.
Dígase, pues, el Espíritu Santo vendrá sobre ti, el cual con su poder te hará fecunda, y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo, esto es, aquel modo con que concebirás del Espíritu Santo a Cristo (que es virtud y sabiduría de Dios), lo encubrirá y ocultará en su secretísimo consejo haciendo sombra, de tal suerte, que sólo será conocido de Él y de ti.
Como si el Ángel respondiera a la Virgen: ¿Por qué me preguntas a mí lo que experimentarás en ti dentro de poco? Lo sabrás, lo sabrás y felicísimamente lo sabrás, siendo tu Doctor el mismo que es el Autor. Yo he sido enviado a anunciar la concepción virginal, no a crearla. Ni puede ser enseñada sino por quien la da, ni puede ser aprendida sino por quien la recibe. Y por eso también lo santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios; esto es, no sólo el que viniendo del seno del Padre a ti, te cubrirá con su sombra, sino también lo que de tu sustancia unirá en sí, desde aquel instante, se llamará Hijo de Dios, y el que es engendrado por el Padre antes de todos los siglos, se reputará desde ahora Hijo tuyo.
De tal suerte lo que nació del mismo Padre será tuyo y lo que nacerá de ti será suyo, que no serán dos hijos, sino uno solo. Y aunque ciertamente una cosa es de ti y otra cosa es de Él, sin embargo ya no será de cada uno lo suyo, sino que un solo Hijo será de los dos.
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Por eso lo santo que nacerá de ti, será llamado Hijo de Dios. Atiende, oh hombre, con cuánta reverencia dijo el Ángel: Lo santo que nacerá de ti. Dice lo santo absolutamente sin añadir otra cosa, y esto sin duda porque no encontraba palabras con que nombrar propia y dignamente aquello tan singular, aquello tan magnífico, aquello tan venerable, que formado de la purísima carne de la Virgen, se había de unir con su alma al Único del Padre.
Si dijera carne santa u hombre santo, o cualquiera cosa semejante, le parecería poco. Por eso dijo, Santo indefinidamente, porque cualquiera cosa que sea, lo que la Virgen engendró, es santo sin duda, y singularmente santo, así por la santificación del Espíritu, como por la asunción del Verbo.
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Y he aquí que Isabel, tu parienta, ha concebido un hijo en su vejez. ¿Qué necesidad había de anunciar a la Virgen la concepción de esta estéril? ¿Por ventura por estar dudosa todavía e incrédula la quiso asegurar el Ángel con este prodigio? Nada de esto. Leemos que la incredulidad de Zacarías fue castigada por este mismo Ángel, pero no leemos que María fuese reprendida en cosa alguna, antes bien, reconocemos alabada su fe en lo profetizado por Isabel: Bienaventurada eres por haber creído, porque todo lo que te ha sido dicho de parte del Señor será cumplido en ti (Luc., I, 45).
Se participa a la Virgen la concepción de su prima para que, añadiéndose un milagro a otro milagro, se aumente su gozo con otro gozo. ¡Ah! Ciertamente era preciso fuese inflamada anticipadamente con un no pequeño incendio de amor y de alegría, la que había de concebir luego al Hijo del amor paterno en el gozo del Espíritu Santo. Ni podía caber sino en un devotísimo y alegrísimo corazón tanta afluencia de dulzura y de gozo.
O tal vez se notifica esto a María porque era razón que, un prodigio que se había de divulgar después por todas partes, lo supiera la Virgen por el Ángel antes que lo oyese de los hombres, para que no pareciese que la Madre de Dios estaba apartada de los consejos de su Hijo, si permanecía ignorante en las cosas que tanto le interesaban.
O bien para que, siendo instruida, así de la venida del Salvador cómo de la venida del Precursor, y fijando en la memoria el tiempo y el orden de las cosas, refiera después mejor la verdad a los Escritores y Predicadores del Evangelio, como quien ha sido informada, desde el principio, por noticias que el Cielo le ha comunicado de todos los misterios.
O quizá para que oyendo hablar de una parienta suya anciana y en estado avanzado, piense ella que es joven en obsequiarla; y dándose prisa a visitarla, se dé, de este modo, lugar y ocasión al niño Profeta de ofrecer las primicias de su oficio a su Señor, y fomentándose mutuamente la devoción de ambas madres, excitada por uno y otro infante, se haga más admirable un milagro con otro milagro.
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Pero mira cristiano, estas cosas tan magníficas que escuchas anunciadas por el Ángel, no las esperes cumplidas por él. Y si preguntas por quién, oye al mismo que te dice: Para Dios nada es imposible. Como si dijera: Esto, que tan firmemente prometo, lo presumo en el poder de quien me envió, no en el mío: Porque para Dios nada es imposible.
¿Qué será imposible para aquel Señor, que hizo todas las cosas con el poder de su palabra? Y fíjate, que llaman la atención las palabras, el no decir expresamente, porque no será imposible para Dios todo hecho, sino toda palabra. Tal vez se dijo toda palabra porque así como pueden hablar los hombres tan fácilmente lo que quieren, aun aquello que de ningún modo pueden hacer, así también y aún sin comparación con mayor facilidad, puede Dios cumplir con la obra todo lo que ellos pueden explicar con las palabras.
Dirélo más claramente: si fuera tan fácil a los hombres hacer como decir lo que quieren, tampoco para ellos sería imposible toda palabra. Mas porque como dice el vulgar proverbio, del dicho al hecho hay un gran trecho, no respecto de Dios sino respecto de los hombres; para solo Dios, en quien es lo mismo hacer que hablar y lo mismo hablar que querer, no será imposible toda palabra.
Pudieron prever y predecir las Profetas que la Virgen o la estéril había de concebir y alumbrar, ¿pero pudieron hacer por ventura que concibiese y alumbrase? Mas Dios que les dio a ellos el poder predecirlo, con la facilidad con que entonces pudo predecirlo por medio de ellos, pudo ahora, cuando quiso, cumplir por sí mismo lo que había prometido. Porque en Dios, ni la palabra se diferencia de la intención, porque es Verdad, ni el hecho de la palabra, porque es Poder, ni el modo del hecho, porque es Sabiduría, y por eso no será imposible para Dios toda palabra.
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Oísteis, oh Virgen, el hecho, oísteis también el modo, Lo uno y lo otro es cosa maravillosa, lo uno y lo otro es cosa agradable. Gozaos, pues, hija de Sión, alegraos hija de Jerusalén (Zacarías, IX, 9). Ya que ha dado el Señor a vuestros oídos gozo y alegría, oigamos de vuestra boca la respuesta que deseamos, para que con ella entre la alegría y gozo en nuestros huesos afligidos y humillados.
Oísteis, vuelvo a decir, el hecho y lo creísteis: creed lo que oísteis también acerca del modo. Oísteis que concebiréis y daréis a luz un hijo; oísteis que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo.
Mirad que el Ángel aguarda vuestra respuesta, porque ya es tiempo que se vuelva al Señor que le envió. Esperamos también nosotros, Señora, esta palabra de misericordia, a los cuales tiene condenados a muerte la divina sentencia, de la que seremos librados por vuestras palabras.
Ved que se pone en vuestras manos el precio de nuestra salud, al punto seremos librados si consentís. Por la palabra eterna de Dios fuimos todos criados y con todo eso morimos, pero por vuestra breve respuesta seremos ahora restablecidos para no volver a morir.
Os suplica esto, oh piadosa Virgen, el triste Adán desterrado del paraíso con toda su miserable posteridad. Abraham y David con todos los otros Santos Padres, los cuales están detenidos en la región de la sombra de la muerte. Esto mismo os pide el mundo todo postrado a vuestros pies.
Y no sin motivo aguarda con ansia vuestra respuesta, porque de vuestra palabra depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salud finalmente de todos los hijos de Adán, de todo vuestro linaje.
Dad, oh Virgen, la respuesta. ¡Ah! Señora, responded aquella palabra que espera la tierra, que espera el infierno, que esperan también los ciudadanos del Cielo. El mismo Rey y Señor de todos, cuanto deseó vuestra hermosura, tanto desea ahora la respuesta de vuestro consentimiento, en la cual sin duda se ha propuesto salvar al mundo.
A quien agradasteis por vuestro silencio, agradaréis ahora mucho más por vuestras palabras, pues Él os habla desde el Cielo diciendo: ¡Oh, hermosa entre las mujeres, hazme que oiga tu voz! Si vos le hiciereis oír vuestra voz, Él os hará ver el misterio de nuestra salud. ¿Por ventura no es esto lo que buscabais, por lo que gemíais, por lo que orando días y noches suspirabais? ¿Qué hacéis, pues? ¿Sois vos aquella, para quién se guardan estas promesas, o esperamos otra? No, no, vos misma sois, no es otra.
Vos sois, vuelvo a decir aquella prometida, aquella esperada, aquella deseada de quien vuestro Santo Padre Jacob, estando para morir esperaba la vida eterna, diciendo: Vuestra salud esperaré Señor (Génesis, XLIX, 18). Vos, en fin, sois aquella en quien y por la cual Dios mismo, nuestro Rey dispuso antes de los siglos obrar la salud en medio de la tierra. ¿Por qué esperaréis de otra lo que a vos misma os ofrecen? ¿Por qué aguardaréis de otra lo que al punto se hará por vos, como deis vuestro consentimiento y respondáis una palabra?
Responded, pues, presto al Ángel, o por mejor decir al Señor por el Ángel, responded una palabra y recibid otra Palabra, pronunciad la vuestra y concebid la divina, articulad la transitoria y admitid en vos la eterna.
¿Qué tardáis? ¿Qué receláis? Creed, decid que sí, y recibid.
Cobre ahora aliento vuestra humildad y vuestra sencillez confianza. De ningún modo conviene que vuestra sencillez virginal se olvide aquí de la prudencia. En este negocio no temáis, Virgen prudente, la presunción, porque aunque es agradable la sencillez en el silencio, sin embargo más necesaria es ahora la piedad en las palabras.
Abrid, Virgen dichosa, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las castas entrañas al Criador. Mirad, que el deseado de todas las gentes está llamando a vuestra puerta. ¡Ay! si deteniéndoos en abrirle pasa adelante, después volveréis con dolor a buscar al amado de vuestra alma. Levantaos, corred, abrid. Levantaos por la fe, corred por la devoción, abrid por el consentimiento.
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He aquí, dice la Virgen, he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Siempre suele ser familiar a la gracia la virtud de la humildad; Dios resiste a los soberbios y a los humildes da su gracia. Responde María humildemente, para preparar de este modo conveniente trono a la divina gracia. He aquí, dice, la esclava del Señor.
¡Qué humildad tan alta, que no se deja vencer de las honras, ni se engrandece en la gloria! Es escogida por Madre de Dios y se da el nombre de esclava. No es pequeña muestra de su humildad no olvidarse de ella en medio de tanta gloria, como la ofrecen. No es cosa grande ser humilde en el abatimiento, pero es muy grande y muy rara ser humilde en el honor.
Y, sin embargo, a vista de esto, yo hombre miserable y de ningún mérito, si la Iglesia engañada de mis disimulos me eleva a algún honor aun que no sea de los mayores, permitiéndolo Dios así, o por mis pecados o por los de mis súbditos, me olvido al momento de quien he sido y me creo tal en mi interior cual me han creído los demás hombres que no conocen el corazón.
Creo a la fama, no atiendo a la conciencia, y juzgando no la virtud honor, sino el honor virtud, me tengo por más santo cuando me veo más elevado.
Verás a muchos en el mundo que hechos nobles de innobles, ricos de pobres, se ensalzan repentinamente y se olvidan de su antigua bajeza, aun se avergüenzan de su mismo linaje y se desdeñan de sus humildes padres.
Verás también hombres adinerados volar a cualesquiera honores y luego aplaudirse a sí mismos de santidad, precisamente por haber mudado los vestidos y no el alma y juzgarse merecedores de la dignidad a que llegaron por la ambición, y lo que alcanzaron, si me atrevo a decirlo con el dinero, atribuirlo a su mérito.
Y paso en silencio a otros a quienes ciega la pasión y el mismo honor les sirve de materia para su soberbia.
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Veo también a algunos, que después de haber dejado la pompa del siglo, aprenden a ser soberbios en la escuela de la humildad y bajo las alas del manso y humilde Maestro, muestran mayor altivez y se hacen más impacientes en el claustro que hubieran sido en el siglo. Y lo que es todavía mayor desatino, muchos no sufren ser despreciados en la casa de Dios, cuando no podrían ser sino despreciables en la suya, pretendiendo sin duda así que ya que no pudieron encontrar lugar en donde los honores eran apetecidos de todos, a lo menos parecer dignos de ellos en donde por todos se menosprecian.
Veo finalmente a otros, después de haber comenzado el camino de Cristo, volverse otra vez a los cuidados pasajeros, sumergirse otra vez en los deseos de la tierra, levantar con grande cuidado muros y descuidar de las costumbres, vender con pretexto de utilidad sus adulaciones a los ricos y visitar las mujeres poderosas. Y aun, contra lo mandado por el Emperador del Cielo, codiciar lo ajeno y querer reintegrarse de lo que les parece suyo con litigios injustos.
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Oigamos, pues, todos los que hallamos algo de esto en nosotros, lo que responde aquella Señora que era escogida para Madre de Dios, pero que no se olvidaba de su humildad.
He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. La palabra hágase significa el deseo que la Virgen tenía de este misterio y no duda alguna sobre el cumplimiento de lo prometido. Pero, nada impide que digamos también, que es palabra de oración en que pide lo que le prometen, pues nadie pide orando, sino lo que cree y espera.
Dios quiere que le pidan aun aquello que promete. Y por eso acaso, muchas cosas que dispuso dar las promete primero, para que se excite la devoción por la promesa, y así lo mismo que había de dar graciosamente, sea merecido por la oración. De esta manera el piadoso Señor que quiere que todos los hombres sean salvados, saca de nosotros para nosotros mismos los méritos y anticipándose a darnos aquello con que nos recompensa graciosamente, hace que no sea graciosamente.
Esto sin duda entendió la Virgen prudente cuando al anticipado don de la gratuita promesa, juntó el mérito de su oración diciendo. Hágase en mí según tu Palabra.
Hágase en mí acerca del Verbo según tu palabra; el Verbo que en el principio estaba en Dios, hágase carne de mi carne según tu palabra. Hágase en mí, la Palabra, no pronunciada que pase, sino concebida que permanezca, vestida ciertamente no de aire sino de carne.
Hágase en mí no sólo perceptible al oído sino también visible a los ojos, palpable a las manos, fácil de llevar en mis hombros. No se haga en mí la palabra escrita y muda, sino encarnada y viva, esto es, no escrita en mudos caracteres, en pieles muertas, sino impresa vitalmente en la forma humana, en mi casto seno y esto no con el rasgo de una pluma, sino por obra del Espíritu Santo. Para decirlo de una vez, hágase para mí de aquel modo con que para ninguno se ha hecho hasta ahora antes de mí y para ninguno después de mí se ha de hacer.
De muchos y vanos modos habló Dios en otro tiempo por sus Profetas a nuestros Padres y también se hace mención en las Escrituras, de que la palabra de Dios se hizo para unos en el oído, para otros en la boca, para otros aun en la mano, pero yo pido que para mí se haga en mi seno según tu palabra.
No quiero que se haga para mí o predicada retóricamente o significada figuradamente o soñada imaginariamente, sino inspirada silenciosamente, encarnada personalmente, entrañada corporalmente.
El Verbo, pues, que ni podía hacerse en sí mismo, ni lo necesitaba, dígnese en mí, dígnese también ser hecho para mí.
Hágase desde luego generalmente para todo el mundo, pero hágase para mí con especialidad y según tu palabra.
