JORGE DORÉ: LA GRAN TRAGEDIA DE LOS JUEGOS OLÍMPICOS DE PARÍS 2024

Por lo tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis lo inmundo y yo os recibiré. (2 Corintios 6:17)

Estas breves líneas no intentan desvelar más ocultos secretos del repugnante, masónico y luciferino espectáculo que dio lugar a la apertura de los juegos olímpicos de Paris 2024. Gracias a Dios, el internet ha explotado en contra de este sacrílego y blasfemo circo digno de las más hondas calderas del inframundo, condenándolo severísimamente.

Estas líneas van específicamente dirigida a los deportistas olímpicos cristianos que aún se encuentran en Francia, después de haber presenciado a una cuadrilla de réprobos burlarse de Nuestro Señor Jesucristo mientras los hacían partícipes de una ceremonia diabólica sin su consentimiento. 

¿Qué hace a estas alturas un deportista cristiano en París? ¿Cómo un seguidor de Cristo puede participar en un acto donde se ha vejado a nivel mundial a Cristo y a toda la cristianad?

No es casual el manto de sombras que cubrió la que antaño fuera la Ciudad luz, transformada hoy en un estercolero donde las jaurías de la izquierda y los sicarios de la mafia globalista persiguen todo cuanto huela a cordura, a tradición, a valores perpetuos, a Dios. 

Estimados: todo cristiano que se precie realmente de serlo, debe cancelar su participación en esta reunión perversa donde se ha barrido el suelo con Nuestro Señor Jesucristo, y en la que ha vuelto a ser abofeteado, escupido y flagelado por una canalla digna de uno de los cuadros del Bosco. 

Esta es la oportunidad del cristiano para demostrar lo que es y decirle a los organizadores de este sacrilegio globalista: ¡Hasta aquí! ¡Basta ya! Circunstancias como estas son las que nuestros mártires aprovecharon para dar testimonio de su fe otorgándole a Dios su merecida gloria.

Aquí no se habla de martirio, sino de sacar la cara por Cristo, tomar el avión de vuelta a casa y antes de subir las escaleras, sacudir el polvo del calzado contra París, ciudad cuya inevitable caída está a la vuelta de la esquina. Bien lo saben los minaretes que en ella florecen y el vibrar de las cimitarras que, en el aire, aguardan la hora de castigar a una nación que ha botado a patadas a Cristo por su arco de triunfo.

No me las quiero dar de héroe. Pero les aseguro (y mi esposa lo sabe) que si yo fuera uno de los deportistas en Francia, ya estaría en el avión de vuelta pagado por mi propio bolsillo, sin importarme si ello me iba a costar el no poder competir jamás.

Serle fiel a Cristo, es defenderlo.

La gran tragedia de los juegos olímpicos de París 2024 no es su demoníaca apertura, sino el ominoso silencio, la inacción, la complicidad y la tibieza de los deportistas cristianos que, minimizando la burla a su Maestro, han vuelto su mirada hacia otro lado por tal de ganar una miserable medalla de oro cuando más. 

Tuvieron oportunidad de dar testimonio de su fe y la rechazaron. Han peleado la batalla equivocada. No importa cuántas medallas ganen, han perdido. Y mucho.

Tras lo dicho, cualquier cristiano que vea estos juegos olímpicos por televisión, es que no ha entendido nada.    

¡Gloria a nuestros mártires y Viva Cristo Rey!