P. CERIANI: SERMÓN DEL NOVENO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

DOMINGO NOVENO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Y cuando estuvo cerca, viendo la ciudad, lloró sobre ella. Y dijo: “¡Ah si en este día conocieras también tú lo que sería para la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, y tus enemigos te circunvalarán con un vallado, y te cercarán en derredor y te estrecharán de todas partes; derribarán por tierra a ti, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no conociste el tiempo en que has sido visitada.” Entró en el Templo y se puso a echar a los vendedores, y les dijo: “Está escrito: «Mi casa será una casa de oración», y vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones.” Y día tras día enseñaba en el Templo.

El Evangelio de este Noveno Domingo de Pentecostés consta de dos partes: el anuncio de la destrucción de Jerusalén y la segunda purificación del Templo.

Respecto de la primera, San Gregorio dice:

“Lo que llorando predice el Señor es aquella destrucción de la ciudad de Jerusalén que llevaron a cabo los príncipes romanos Vespasiano y Tito. ¿Por qué falta sufrió el castigo de la destrucción? También lo dice nuestro Señor: Por cuanto has desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado. En efecto, el Creador se dignó visitar esta ciudad por el misterio de su encarnación, pero ella no se acordó de demostrarle respeto ni amor: mi pueblo no ha conocido el tiempo del juicio del Señor. Se anticipó, pues, el Redentor a llorar la ruina de la pérfida ciudad, cuando ella no sabía todavía lo que le iba a suceder. Por esto le decía, con razón, el Señor, derramando lágrimas: ¡Ah, si conocieses también tu!, sobrentendiendo: llorarías; tú, que ahora tanto te regocijas porque ignoras el castigo que te amenaza. De aquí las palabras siguientes: Por lo menos en este día que se te ha dado, lo que puede procurarte la paz. Porque, en efecto, cuando aquella ciudad, desconocedora de los males que iban a sobrevenirle, se entregaba a los goces sensuales, entonces, cuando era todavía tiempo propicio para ella, poseía lo que podía asegurarle la paz”.

+++

En cuanto a la purificación del Templo, es sabido que en la vida de Nuestro Señor hubo dos limpiezas del mismo. La primera, al principio de su ministerio, es narrada por San Juan; la segunda, el Domingo de Ramos o el Lunes Santo, la relatan los tres sinópticos.

Las ocasiones son semejantes: el abuso, introducido después de la cautividad de Babilonia, de convertir los espaciosos atrios del templo, especialmente el de los gentiles, con sus pórticos o galerías, en una feria inmensa, en que se vendía todo lo necesario para los sacrificios, cruentos e incruentos, numerosísimos en la semana de Pascua.

A Jerusalén confluían no sólo los judíos de la Palestina, sino también los de la Diáspora, quienes, por venir de lejanas tierras, no podían traer lo necesario para los sacrificios. Al amparo de la tolerancia de sacerdotes y levitas, que de ello sacaban pingües ganancias, se convertía el templo en público mercado, donde se vendían toda suerte de reses, bueyes, carneros, corderos, cabras; las especias de los sacrificios incruentos, aceite, sal, harina, etc.

Numerosos cambistas facilitaban las transacciones, cambiando la moneda extranjera por la judía, y facilitando el didracma que todo judío estaba obligado a pagar al Templo desde los veinte años, pues no hubiese sido digna de la santidad del tesoro sagrado la moneda acuñada por griegos y romanos, que ostentaba signos de falsas divinidades.

La primera visita de Jesús en la Ciudad Santa es al Santuario, para orar. Pero, al entrar en el inmenso recinto vio la gran profanación de aquel lugar sagrado.

Con razón habló del templo como de un mercado, porque los comerciantes, legitimados por los sumos sacerdotes, hacían buenos negocios con la religiosidad de la gente. Los historiadores cuentan que estos negociantes sólo aceptaban monedas de Tiro, que eran las que más porcentaje de plata contenían. Cuando un judío venía con monedas de plata romanas, tenía que cambiar las monedas donde los cambistas, con recargo que oscilaba entre el 5 y el 10 por ciento, para después poder comprar en otra sección el animal que quería sacrificar.

Los líderes religiosos ganaban lo suyo con este sistema casi mafioso, al igual que los cambistas y los tratantes de ganado. Una mano lavaba la otra.

La venta de animales en el templo no estaba prohibida por Dios; pero este servicio permitido y útil, con el tiempo se hizo un negocio lucrativo. La religiosidad era comercializada por los buitres y su afán de lucro.

Fácil es comprender, más que imaginar, la confusión y gritería de la multitud inmensa y abigarrada, hablando toda lengua, contratando y discutiendo a gritos, mezclándolos con balidos y mugidos de los animales.

Dentro del mismo recinto se celebraba el culto solemne de aquellos sagrados días…

+++

Fuego de santo celo encendió de indignación el pecho de Jesús; y haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado.

La profanación del Templo movió a santa indignación al mansísimo Jesús: ¿por qué? Porque el Templo es una parcela que Dios, creador y dueño de todo el mundo, se ha reservado en esta tierra para recibir allí los homenajes de adoración y de alabanza y las oraciones de los hombres. En el templo está Dios con una especial presencia, dispuesto a que los hombres traten con Él y a condescender con los hombres.

Todo lo que no sea el negocio de los negocios, que es el de la religión, es decir, de las relaciones entre Dios y el hombre, es una verdadera profanación, porque es falsear la naturaleza y los destinos de la Casa de Dios. Y Dios es celoso de la gloria de su Casa.

Y si esto sucedió en el Templo de Jerusalén, mayor es, como veremos más adelante, toda profanación de nuestros templos cristianos; porque aquél no era más que una sombra de la dignidad y grandeza de los nuestros. En ellos está personalmente presente Jesús; y se oye su palabra santísima, y se hace presente a diario el Sacrificio del Calvario, y se administran los Sacramentos, y viene en ellos abundante el Espíritu de Dios con sus gracias a los fieles.

No profanemos jamás nuestros templos con pensamientos, palabras y acciones ajenas a los santísimos misterios que en ellos se celebran.

La indignación de Jesús en este episodio no nos debe extrañar, pues es la manifestación de un estado de su alma santísima derivado de la visión de los abusos que se cometían en la casa de su Padre.

+++

San Francisco de Sales pregunta: ¿En qué consiste, pues, el celo que hemos de tener por la Bondad divina?

Y responde: Su primer oficio ha de consistir en odiar, huir, impedir, detestar, rechazar, combatir, si se puede, todo lo que es contrario a Dios, es decir, a su voluntad, a su gloria y a la santificación de su Nombre.

Hay personas que piensan que no se tiene bastante celo si no se expresa de modo colérico y creen que no pueden arreglarlo sin estropearlo todo.

Pero es al revés, el verdadero celo casi nunca se muestra colérico; lo mismo que no se aplica el fuego y el hierro al enfermo sino en último extremo, así el celo, no emplea la cólera sino cuando ya no es posible de otra manera.

Que Jesús se manifestara apasionado, no nos debe extrañar, porque el elemento pasional es natural en el hombre, como los sentidos, la inteligencia y la voluntad.

Sólo que en Jesús las pasiones estuvieron ordenadísimas, sujetas siempre en todo a los dictados de su inteligencia soberana y a las normas santísimas de la ley de Dios. Tomó todo lo nuestro, menos el pecado. Así pudo santificar nuestras pasiones, y dejarnos admirables ejemplos de la manera de gobernarlas o contenerlas.

Dios mediante, analizaremos todo esto el próximo Domingo.

+++

Con este hecho se revela Jesús como hombre que tiene una relación especial con Dios: se manifiesta como Hijo de Dios. Nunca en los sagrados libros usó profeta alguno este lenguaje.

En el hecho de la expulsión de los mercaderes hay una triple manifestación de Jesús como Mesías, en efecto, se declara tal:

– por la venganza que toma de la impiedad, según Malaquías (3, 1-3);

– por el poder extraordinario que manifiesta; hasta el punto que San Jerónimo llame a este hecho el milagro más admirable del Señor, cuando nadie hubo que se atreviese a resistir la faz y el gesto de un desconocido que se levanta contra tantos mercaderes, gente grosera e interesada, contra una vieja costumbre, contra los intereses de sacerdotes y levitas;

– y, en tercer lugar, porque se manifiesta Hijo de Dios.

Fruto natural de esta triple manifestación, y seguramente de la visión de la majestad de Jesús en este momento, es la impresión que hace a sus discípulos, quienes se acordaron que estaba predicho por los Profetas el ardor del celo del Mesías por el honor de la casa de Dios (Salmo 68, 10), con lo que se arraigaría más su fe incipiente. Y se acordaron los discípulos que está escrito: El celo de tu casa me comió. Es metáfora común: el celo ardiente, fruto del gran amor, abrasa y devora las entrañas.

+++

La enérgica conducta de Jesús al condenar en forma violenta un abuso que la pasividad o connivencia de los primates de los sacerdotes y levitas había hasta entonces consentido o autorizado, excitó la indignación de aquéllos. En efecto, el acto de Jesús era la pública reprobación de su conducta; la invasión de lo que juzgaban ellos jurisdicción suya exclusiva; la probable pérdida de un negocio; y todo llevado a cabo por un hombre que no había atestado sus poderes para ello; pues, para obrar como un profeta reformador, se requería la garantía de una misión divina.

Por eso los poderosos del Templo se dirigen bruscamente a Jesús y le preguntaron: ¿Qué señal nos muestras para hacer estas cosas?

No reprueban la actitud de Jesús al mirar por el honor del templo y de la religión, pero tampoco podían consentir, sin exhibición de credenciales, la intrusión de un forastero, hombre civil, en funciones que eran propias de los sacerdotes.

La pregunta encierra mala fe; y a ella responde Jesús en forma enigmática, dando a la palabra “templo” un sentido metafórico, y dejando que sus interlocutores la tomaran a la letra, del mismo Templo que ante ellos se levantaba: Jesús les respondió: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Respuesta desconcertante, porque no les niega el milagro, pero ellos deben antes derribar el Templo…

La frase de Jesús quedará profundamente grabada en el alma rencorosa de los servidores del Templo: tres años más tarde harán que reviva la frase para acusar a Jesús ante Caifás.

Pero Jesús, desde los comienzos de su ministerio, en el primer choque con ellos, ya les da la prueba más irrefragable de su divinidad, es decir, su resurrección, que tendrá lugar no lejos de aquel sitio.

Ante los oyentes que presenciaban la escena, los adversarios de Jesús se escabullen como pueden, llevando a otro terreno la cuestión, y le dicen: En cuarenta y seis años fue hecho este templo. ¿y tú lo levantarás en tres días?

En efecto, comenzadas por Herodes las obras de amplificación del Templo el año 734 de la fundación de Roma, hacía cuarenta y seis años que no se habían interrumpido, y no se terminarían hasta el año 64 de nuestra era, poco antes de su destrucción en el año 70.

Los judíos podían haber urgido su pregunta ante la respuesta enigmática de Jesús, haciéndole concretar los términos de su aserción, pero interrumpen bruscamente el diálogo…

Añade el evangelista por su cuenta: Mas Él hablaba del Templo de su Cuerpo, Templo santísimo en que mora la plenitud de la divinidad, por razón de la unión hipostática. Templo que será destruido en las horas tremendas de la pasión, y rehecho por la propia virtud divina de Jesús a los tres días, según la profecía que acaba de pronunciar.

Los mismos discípulos no comprendieron entonces el pensamiento de su Maestro. Fue providencial su ignorancia, porque así recordaron mejor los dichos de Jesús, y aumentó su fe al confirmar la promesa con el hecho realizado: Y cuando resucitó de entre los muertos, se acordaron sus discípulos que por esto lo decía; y creyeron a la Escritura y a la palabra que dijo Jesús, porque pudieron aplicar a Jesús-Mesías las antiguas profecías de la resurrección, y porque vieron que sabía las cosas antes que sucedieran.

+++

El Evangelio de hoy, tomado de San Lucas, nos relata lo sucedido tres años más tarde. En aquellos días, cercanos a la Pascua, el Templo era el corazón de la ciudad, que rebosaba de peregrinos por todas partes. Hacia allí se dirige Jesús, y comenzó a echar fuera a todos los que vendían y compraban, como lo había hecho tres años antes.

Y derribó la mesa de los cambistas que especulaban con el cambio de moneda civil por el medio ciclo, moneda Sagrada que todos los años debía pagar al Templo todo israelita desde los veinte años. Y derribó las sillas de los que vendían palomas, y no permitía que nadie transportase mueble alguno por el Templo, haciendo servir sus atrios como de lugar de paso para abreviar el camino.

Al mismo tiempo que los echaba, los instruía citando al Profeta Isaías (capítulo 56, versículo 7) diciéndoles, entre otras cosas: “escrito está que mi casa es casa de oración para todas las gentes”, ya porque había en aquel lugar uno reservado para la oración de los gentiles, ya porque debían los sacerdotes, cuidando del orden y del decoro del Templo, atraer a los gentiles al culto del verdadero Dios; aumentado, por este concepto, el crimen de quienes toleraban tales excesos.

En la Nueva Alianza no hay distinción entre los israelitas y los gentiles advenedizos; todos serán llevados al santo Monte y a la Casa de oración. San Pablo señalará también a los cristianos que, para ellos, no vale la distinción entre judío y gentil, sino la fe, la cual obra por caridad.

Jesús increpa a los sacerdotes: vosotros, que debías conservar el respeto a la casa de Dios y el esplendor del culto, la habéis hecho Cueva de ladrones, como había profetizado Jeremías (capítulo 7 versículo 11).

Esta expresión, usada por Jesús, recuerda la costumbre de los ladrones de retirarse a lugares seguros, después de cometido el robo. Así se abusaba del Templo, para cubrir las maldades con las apariencias de piedad.

La segunda y última purificación del templo, pocos días antes de la muerte de Jesús, fue, pues, parecida a la primera, pero termina con otra expresión, mucho más fuerte: Escrito está: Mi casa, es casa de oración; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

En tres años, el carácter del templo cambió de «mercado» a «cueva de ladrones»…, explotando codiciosamente al pueblo en lo mismo que debía servir para el culto de Dios…

+++

Los judíos poseían su templo; para levantarlo se trabajó por espacio de 46 años. Pero ahora su atrio se veía invadido y profanado por los negocios mundanos.

Jesús, al verlo, fabricó un látigo de cuerdas y arrojó fuera del templo a latigazos a los vendedores y cambistas. Los judíos se sublevan; y le preguntan ¿qué señal, qué milagro realiza para hacer esto?

Él, entonces, refiriéndose a su propia persona, al templo de su cuerpo, les responde: he aquí la señal con que os pruebo que tengo poder para hacer lo que acabo de realizar: destruid este templo, y en tres días lo volveré a reedificar… Jesús es el templo vivo…

Se trata, pues, de un doble templo: el templo de piedra y el templo espiritual, el mismo Cristo.

Los judíos profanan en ese momento el templo de piedra, y bien pronto destruirán también el templo del Cuerpo de Cristo.

Pero, y he aquí la señal, lo que los judíos destruyan será reedificado por Jesús, después de tres días, con su resurrección de entre los muertos.

Los judíos no entienden sus palabras, están enfurecidos, enceguecidos.

Tampoco los Apóstoles comprenden, por el momento, el sentido de la respuesta de Jesús, pero se callan, esperan…; y se acuerdan, después de la resurrección de Jesús de entre los muertos, de que Él lo había profetizado; es decir, de que se había referido en aquella ocasión a su muerte y a su resurrección.

Los discípulos, gracias a su inquebrantable fe y a su ciega confianza en el Maestro, progresan poco a poco en la inteligencia y en la comprensión de la Persona y del Misterio de Cristo y en la plenitud de la gracia.

Los judíos, por el contrario, a causa de su incredulidad en el mismo Jesús y en sus misterios, se hunden cada vez más en su ceguera y perdición.

Y es que en Jesús se deslindan y se deciden los caminos de los hombres, el tiempo y la eternidad, el cielo y el infierno… Este ha sido puesto para ruina y resurrección de muchos

Destruid este templo… Jesús se muestra con la Cruz; primero, en el Viernes Santo histórico; después, en el Santo Sacrificio de la Misa de cada día.

La Santa Misa es una viva reproducción de la pasión y muerte de Jesús.

Hemos dicho que la profanación de nuestros Templos Cristianos es más grave que la del Templo de Jerusalén…

Pensemos en la Nueva Misa y en el Motu proprio Summorum pontificum… No tengo tiempo de analizar este tema (lo cual, por otra parte, ya he hecho de manera extensiva) … pero, verdaderamente puede decirse al respecto: Vosotros habéis hecho de mi casa una cueva de ladrones…

Por eso, nos hemos opuesto tanto a la Cena Montiniana como el Motu proprio que la declaró “expresión ordinaria de la «Lex orandi» de la Iglesia católica de rito latino”, y que pretende hacer creer que expresa la misma fe que la Misa tradicional…

Es como si tres años después de la primera purificación del Templo, el Domingo de Ramos, Caifás hubiese dicho que los usureros del recinto sagrado y los vendedores de animales expresaban la verdadera ley de Moisés y esa era la forma ordinaria de rendir culto a Dios, pero que la pureza de la casa de Dios constituía su forma extraordinaria…

¿Qué pensar de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, cuyo Superior General, en su Carta a los Fieles, del 7 de julio de 2007, ha dicho: El Motu Proprio Summorum Pontificum, del 7 de julio de 2007, restablece la Misa Tridentina en su derecho?

Al igual que los sacerdotes, escribas y fariseos del templo de Jerusalén, se trata de líderes religiosos al servicio de un sistema mafioso…, y han hecho de los templos cuevas de ladrones…

Mientras tanto, Jesús sigue llorando…