MES DEDICADO A LA PRECIOSÍSIMA SANGRE
DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

DÍA NOVENO
(Oración para todos los días)
La sangre de Jesús llena el alma de paciencia
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Apenas nace el hombre, cuando empieza a llorar; y una lágrima pende de su pestaña cuando muere. Señal evidente de que nuestra vida ha de ser acompañada siempre de sinsabores y miseria. Y en verdad la vida es tiempo de pruebas y no de placeres; pues aquí abajo debemos merecer la felicidad, que para siempre nos será dada en el cielo. ¿Pero quién nos animará a soportar los trabajos? ¿Quién nos consolará en las aflicciones? Jesús crucificado. Pensemos siempre en su sangrienta Pasión, y de esta manera seremos confortados en las angustias y desventuras.
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Estando temeroso de pasar un torrente de ejército hebreo, Simón, su jefe, se arrojó primero al agua y con su ejemplo todos los demás pasaron, despreciando peligros y molestias (Macabeos, XVI, 6). Jesús, Dios nuestro, no sólo nació en una gruta y vivió fatigosamente en un taller; sino que además, entre dolores atrocísimos, derramó su sangre por nuestro bien: ¿Y rehusaremos nosotros seguirlo en el padecer? En verdad su ejemplo no puede menos que animarnos al sufrimiento.
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San Pedro de Verona, recluido en la cárcel por infame calumnia, acongojado oraba ante el crucifijo, el cual hablándole lo consoló con estas palabras: «Pedro, ¿qué mal he hecho yo para estar en la cruz?» (Marchese, Diario Dominicano, Vida del Santo, 29 de abril). Igualmente recibiremos nosotros de Jesús alivio en los trabajos y valor para padecer, si fijamos la vista en el mismo crucificado. El pensar que sufrió siendo inocente y que nosotros padecemos mucho menos de lo que hemos merecido; el reflexionar que no hemos vertido ni una sola gota de sangre por él, que toda la suya la derramó por nosotros, ciertamente ha de confortarnos en sumo grado en nuestros padecimientos.
Ejemplo: Un hombre, habiendo dejado el mundo, se hizo religioso. Mas el demonio furioso de ver encerrado en el claustro a quien en medio del siglo fácilmente habría podido vencer, lo asaltó con vehementes tentaciones. Representábale el maligno que le sería imposible llevar una vida tan austera; y poniéndole ante la imaginación las comodidades de la casa paterna, y el duro lecho y pan negro del convento, trataba de persuadirlo a que sin tantas austeridades podía salvarse fuera de la religión. Combatido así por mil dudas, aquel fuese a orar a los pies del crucifijo; y en lo mejor de la oración, vio manar prodigiosa Sangre del sagrado costado, y oyó una voz que le decía: «Mira esta Sangre derramada por ti, acuérdate de ella en las austeridades y todo te será fácil y suave» (San Buenaventura Perfección de vida, c. 6). Feliz él, que siguiendo tal consejo soportó los rigores todos de la vida religiosa! Feliz también el que lo imite, pues con este medio sufrirá en paz toda tribulación.
(Se medita y se pide lo que se desea conseguir).
Obsequio. En toda contrariedad repetid: Hágase la voluntad de Dios.
Jaculatoria
La vida mía ¡Cuán penosa es!
Dame paciencia, Sangre preciosa,
ORACIÓN PARA ESTE DÍA
¡Jesús mío, cuanto habéis sufrido por mí! ¡entre cuán fieros tormentos habéis derramado vuestra Sangre por salvarme! ¡y a mí me agrada tan poco el padecer!
Y yo, que tantas veces he merecido las penas del infierno, ¡me quejaré de las breves tribulaciones de este mundo? ¿me lamentaré hasta de la más pequeña incomodidad? Pero si a vos no me asemejo en el padecer, ¡cómo podré entrar con vos en la gloria? Ah! De hoy en adelante quiero grabar en mi mente vuestra imagen, toda bañada de Sangre, para sufrir, animado por ella, toda tribulación. Sangre Preciosa, derramada entre las más acervas penas, de vos espero las fuerzas para sufrir con paciencia en esta vida a fin de poder gozar en la otra.
(Oración final)
