P. CERIANI: SERMÓN DEL SÉPTIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

SÉPTIMO DOMINGO DE PENTECOSTÉS

Nos encontramos en el Séptimo Domingo de Pentecostés, cuarto de un largo trabajo sobre la cuestión de la Batalla Cultural.

Terminamos el Domingo pasado diciendo:

Se dividió, pues, a los católicos: la mitad de ellos, que ya no son verdaderos católicos, están ahora de acuerdo con los revolucionarios, es decir, con los enemigos de Dios.

Con los liberales, los enemigos de Dios ya no están fuera de la Iglesia, se les abrieron las puertas y ellos la coparon.

¿Cuál ha sido la reacción del Magisterio de la Iglesia ante esta verdadera traición?

A esta revolución satánica y multiforme, el Magisterio de la Iglesia resistió.

Es lo que nos corresponde considerar este Domingo. Mañana, Dios mediante, será publicado un importante complemento, tomado del Padre Julio Meinvielle.

Cabe aclarar que se trata de las intervenciones magisteriales de los Sumos Pontífices y no de las tratativas de la diplomacia vaticana con masones, judíos y comunistas. También será publicado un interesante documento sobre esta cuestión.

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Gregorio XVI (1831-1846), Papa social y misionero, interviene firmemente en el combate doctrinal.

En Francia, Lamennais se da alas de profeta anunciando la llegada de una nueva sociedad, democrática y mesiánica. Aclamando “Dios y la Libertad”, este exaltado predica la revolución. En sus dos Encíclicas Mirari vos y Singulari nos (1834), Gregorio XVI denuncia la utopía peligrosa del visionario, que terminará miserablemente en la apostasía.

Pío IX (1846-1878), adjuntado a su gran piedad una apertura de espíritu y una bondad poco comunes, favorable a los progresos modernos, no teme conceder a sus Estados una constitución liberal. Rápido será desengañado por crueles descontentos: las revoluciones de 1848, el asesinato de su Ministro Rossi y su exilio en Gaeta, terminan por abrirle los ojos.

En la línea de Gregorio XVI, condena el liberalismo católico de los discípulos de Lamennais que, bajo el lema de Montalembert “La Iglesia libre en el Estado libre”, en el Congreso de Malinas (1863) luchan por una libertad ilimitada.

En 1864, Pío IX publica el Syllabus, catálogo de todos los grandes errores modernos. Una frase resume todo: Está condenado afirmar que “la Iglesia puede y debe reconciliarse con el mundo moderno”.

Enfrentado a los nuevos poderes nacidos de la Revolución, León XIII (1878-1903) quiso buscar con ellos un terreno de acuerdo.

En Francia pidió a los católicos, en su mayoría legitimistas, suscribir la República, fundamentalmente laica, masónica y anticlerical. ¡Las consecuencias fueron desastrosas!: la unidad de los católicos se rompió; y en adelante los sacerdotes demócratas y modernistas, en nombre del papa infalible, pretenderán imponer en la Iglesia sus ideas subversivas.

La Adhesión (el Ralliement) debía terminar diez años más tarde en el modernismo y la democracia cristiana.

Bajo el ardiente y vigoroso impulso de San Pío X (1903-1914), la Iglesia reanuda su marcha en todos los ámbitos y en todos los países. Elegido después de los últimos años delicuescentes de León XIII, San Pío X estigmatiza, desde su primera encíclica, “el crimen capital de la era moderna”, que es “querer sustituir el hombre a Dios”. Al cual opone su voluntad y su programa: “Restaurarlo todo en Cristo”.

San Pío X defiende la libertad de la Iglesia contra los Gobiernos anticlericales. Combate valerosamente a la secta modernista y su doctrina, “cloaca colectora de todas las herejías”, que separa la fe de toda realidad objetiva y de toda certeza científica, para ver allí sólo un sentimiento del corazón, evolucionando según los tiempos y las culturas.

La encíclica Pascendi (1907) expone tan perfectamente el sistema y el programa de infiltración en el clero que los modernistas se creen traicionados por uno de ellos. Desenmascarados y perseguidos, se escondieron para reanudar, a partir de la muerte del santo pontífice, su trabajo de zapa diabólico.

San Pío X denuncia también la utopía reanudada de Lamennais de los democratacristianos del Sillon de Marc Sangnier, que sueñan trabajar con los hombres de todas las creencias en el establecimiento de la democracia universal.

El 25 de agosto de 1910, San Pío X muestra este error religioso-político y lo rechaza firmemente: “El Sillon desea ardientemente el socialismo, el ojo fijo sobre una quimera”. La continuación de los hechos le dará toda la razón.

San Pío X muere, quebrado de tristeza por la declaración de guerra del 2 de agosto de 1914, de la cual había tenido muchas visiones proféticas.

EI modernismo es el fondo común de dos herejías contrarias, que algún día, que ya vemos venir, las englobará por obra del Pseudo-Profeta…

El modernismo no es más que el núcleo explícito y pedantesco de un impalpable y omnipresente espíritu que permea el mundo de hoy. Su origen histórico fue el filosofismo del siglo XVIII, la herejía del Anticristo, la última herejía, la más radical y perfecta de todas.

“La nueva herejía pone el hacha no en las ramas sino en la misma raíz”, dijo San Pío X en la Encíclica Pascendi.

Desde entonces hasta acá ha revestido diversas formas, pero el fondo es el mismo, dice siempre lo mismo: es más un ruido que una palabra; pero es un ruido mágico, arrebatador, demoníaco, lleno de signos y prodigios; atrae, adormece, entontece, emborracha, exalta.

LA IGLESIA TENTADA POR LA APOSTASÍA

Fue San Pío X quien denunció esa nueva proyección de los enemigos de Dios: en adelante no están más fuera de la Iglesia, sino dentro, y es pues adentro que será necesario combatirlos.

Pero los católicos no escucharon a San Pío X y no le obedecieron. Entonces, poco a poco, estos sacerdotes que se ocultaban en la Iglesia bajo buenas apariencias, extendieron sus errores y su influencia. Algunos se convirtieron en obispos. Estos obispos a su vez favorecieron a tales sacerdotes; algunos se convirtieron en cardenales…

Benedicto XV (1914-1922), secretamente liberal, se aprovecha de la guerra para estigmatizar el “integrismo” al igual que el modernismo, y para alejar insensiblemente los fieles de San Pío X, preparando así la vuelta del péndulo hacia la izquierda.

La falsa paz de 1918 se manifiesta tal por los malos Tratados de Versalles y Trianon, inspirados en las ideas y objetivos anglosajones. Los países católicos resultan destartalados o frustrados. Alemania permanece un Estado centralizado, Rusia es entregada al bolchevismo, e Inglaterra sostiene a las dos.

Retomando la política de León XIII, la de acuerdos con los Gobiernos, Pío XI (1922-1939) se adapta a todos los poderes, masónicos e incluso bolcheviques. Aceptaría, decía él, “tratar con el diablo, si fuera necesario para salvar almas”…

Esto le conducirá a rechazar a los mejores católicos, sobre denuncia y requerimiento de los francmasones: de este modo ocurre con la Acción Francesa en 1926, y los Cristeros de México en 1929.

Para distraer a los sacerdotes y a la juventud funda una “Acción católica especializada”, “apostolado del medio por el medio”, con tendencias esencialmente sillonistas, cuyo resultado será la parálisis progresiva de todo el aparato apostólico de la Iglesia.

Tras la terrible guerra, Pío XII (1939-1958) bloquea en arte el ascenso del neo-modernismo, que ya no se oculta, por la Encíclica Humani generis. Rechaza también los malos catecismos pretendidos progresivos, los sacerdotes trabajadores comunistas y el reformismo de los Padres Congar, de Lubac, Chenu, sin hablar de Teilhard el pan-cristiano.

Pero, retenido vaya uno a saber por qué escrúpulos de conciencia…, Pío XII no condena a nadie nominalmente, permitiendo así que los herejes y heretizantes triunfen más tarde.

EL DERRUMBE DE LAS DEMOCRACIAS OCCIDENTALES

La política incide ahora con todo su peso sobre la vida de la Iglesia. Después de la derrota de los países del Eje, el gran vencedor aparente es el mundo anglosajón.

Es el final de las dictaduras, el triunfo de la democracia, en realidad es una dimisión de los Estados, dejando a su pueblo ir a la decadencia.

Pero el gran vencedor real de la espantosa convulsión de la Guerra Mundial, es el Imperio soviético. Ocupa en adelante la mitad Este de Europa.

China cae en el comunismo en 1948, se destruye su cristiandad, perseguida; un cisma es allí introducido.

Las antiguas colonias caen en la anarquía y de allí en el comunismo.

Comenzando a partir de los días siguientes de la Segunda Guerra Mundial, este hundimiento irremediable de nuestra Civilización Cristiana es el hecho de la democracia ideológica y estructural, “enfermedad senil de las sociedades”. Todas las naciones alcanzadas de este mal manifiestan un desinterés estúpido por su religión, una impotencia a toda obra intelectual de envergadura, a todo político de tamaño, a todo combate heroico, a toda educación, a todo esfuerzo e incluso a la simple renovación de las generaciones.

Ya sean de derecha liberal o de izquierda socialista, se obliga a los Gobiernos democráticos a ceder a los ritos absurdos, competiciones de partidos, luchas electorales y el parlamentarismo, y a honrar los principios revolucionarios de libertad, igualdad, fraternidad, que son la ruina de la religión, de la civilización y de la propia raza…, ni qué decir de la Cultura…

Lo que el Occidente consigue mejor, como consecuencia de su extraordinaria proyección tecnológica, son las huelgas, las manifestaciones pacifistas, las vacaciones, los ocios, la sociedad de consumo. Se imaginaba que eso duraría siempre, sin preocupación de la inexorable decadencia de su potencia ni de la guerra económica que le suministraba Asia industrial, ni de la invasión que le prepara el Ejército Rojo. Y nadie le informa que debe renunciar a la democracia o prepararse a morir.

LA APOSTASÍA INMANENTE: EL CONCILIO, EL POST-CONCILIO

Ni un obispo sobre cien, ni un sacerdote sobre mil, ni un católico sobre diez mil se imaginaba a la muerte de Pío XII que diez años más tarde estaría consumada la mayor revolución religiosa de la historia de la Iglesia, acompañando al mayor hundimiento humano de la historia del mundo.

Sólo muy raros espíritus sabían que la secta secreta de los modernistas esperaba utilizar la relajación de la autoridad pontifical para dejar caer la máscara e imponerse con la ayuda del partido progresista, apoyado, a su vez, por la francmasonería y el comunismo.

Los hombres que constituyen la Iglesia son tentados de compartir las ideas del momento y sus costumbres. Mucho tiempo enfrentada contra el mundo moderno, es decir contra el humanismo anticristiano de la francmasonería y su sistema de soberanía (el régimen democrático), la Iglesia vio a sus intelectuales, luego a sus dignatarios y, por fin, a las masas de fieles dejarse implicar y deslizarse al compás de la corriente.

Contra las solemnes e infalibles condenas del Syllabus de Pío IX, las graves advertencias de San Pío X e incluso de Pío XII, un partido, cada vez más potente y organizado, quería la apertura al mundo, el acuerdo con todas las religiones, la libertad de las creencias y costumbres, el cambio permanente. En dos palabras, la reforma de la Iglesia y la revolución social.

Formuladas por minorías activas, estas pretensiones recibieron un apoyo exterior de las potencias anglosajonas y soviéticas victoriosas, que les permitió imponerse por terrorismo, en la Iglesia misma, en primer lugar, a los Obispos y a los Superiores de Órdenes, luego a Roma.

Vaticano II duró cuatro años. Un enorme Concilio de 2400 obispos, inaudito por el número de sus Padres y expertos, por el alcance de sus cuestionamientos, por la longitud de los debates y la pesadez del procedimiento, por el número de las votaciones y las trampas de las Comisiones. Las Actas que promulgó, expresamente largas, tediosas y ambiguas, retoman una y otra vez los lemas revolucionarios, que saben recordar con precisión.

Es la apertura al mundo, la reconciliación ecuménica, la puesta al gusto del día de los dogmas, de las costumbres y de las instituciones católicas. Extraordinario cambio, que termina el 7 y el 8 de diciembre de 1965 por la proclamación, de la boca misma del papa Pablo VI, del “Culto del hombre”.

San Pío X lo había visto claramente: es el hombre que ocupa el lugar de Dios. El santo Papa, sin embargo, no se había atrevido a decir lo que quizá sabía por conocimiento profético: que el nuevo dios sería establecido en San Pedro, donde descansan los cuerpos de tantos Papas, incluido el suyo.

¿Cuáles fueron los frutos de esta reforma, anunciados como los de un “nuevo Pentecostés”? Frutos descompuestos, frutos de muerte. Todas las estadísticas concuerdan con el sentimiento popular, contra el optimismo oficial y las intensas propagandas: “Se cambió la religión” y la Iglesia muere de ello.

El mismo Pablo VI habló de “humo de Satanás” y de “autodemolición de la Iglesia”

A MODO DE CONCLUSIÓN

¿Volverá a conocer la Ciudad Católica un nuevo florecimiento?

Una Ciudad Católica en estado de florecimiento debe encerrar los cuatro valores o formalidades indicados y en la jerarquía que los mismos valores involucran.

La Revolución Anticristiana produce los frutos mortíferos del naturalismo, del liberalismo, del socialismo, del comunismo y del modernismo, que lo invaden todo y lo penetran todo. Esta revolución es una totalidad que quiere destruir totalmente al hombre cristiano.

Si es una totalidad, hay que oponerle otra totalidad. Hay quienes quieren curar los males de la sociedad contemporánea con recetas incompletas.

La realidad es compleja y es, especialmente, una totalidad que está determinada por causas y encierra elementos que son en general humanos y, por lo mismo, religiosos, políticos y económicos.

La Iglesia tiene un programa religioso-político como solución a los males que aquejan e incluso amenazan al mundo moderno, para comprender el cual es necesario tener presente el carácter de la sociedad en que vivimos.

Porque a pesar de la degradación deletérea de la Revolución Anticristiana, los cimientos de nuestra civilización occidental han sido construidos sobre la base de la Europa cristiana, la cual, a su vez, ha recogido lo mejor de la civilización grecorromana e incluso del mundo germánico, bajo la inspiración de la Iglesia.

Tenemos un patrimonio que conservar: el concepto de Dios trascendente, de Cristo y de la Iglesia; el concepto del hombre, de la familia y de la sociedad; el concepto del derecho y de la propiedad, etc.; todos pilares firmes heredados de la Europa cristiana.

San Pío X ha dicho: “La Iglesia no tiene que separarse del pasado, y le basta volver a tomar, con el concurso de los verdaderos obreros de la restauración social, los organismos rotos por la revolución y adaptarlos, con el mismo espíritu cristiano que los ha inspirado, al nuevo medio creado por la evolución material de la sociedad contemporánea, porque los verdaderos amigos del pueblo no son ni los revolucionarios ni los innovadores, sino los tradicionalistas”.

Hay dos organismos rotos por la Revolución Anticristiana: uno es el Estado, en cuanto Estado; el otro es el que se refiere a la organización y regulación de la vida económica.

En primer lugar, hay que poner fin a la mentira del Estado democrático y liberal burgués. En este Estado todo se convierte en tráfico de venalidad y enriquecimiento. La administración, la justicia, la vida militar, la vida pública y la vida privada, todo tiene precio.

La majestad de la autoridad pública al servicio virtuoso de la comunidad desaparece completamente de este Estado. Y esto es lo que es necesario restaurar: la majestad de la autoridad pública.

En la concepción cristiana, la autoridad viene de Dios y es responsable ante Dios; por eso participa de la majestad divina; por ello tiene fuerza de mando.

Pero sólo es posible restaurar la majestad de la autoridad pública cuando ésta cumple con su fin propio y específico y se pone al servicio virtuoso de la comunidad.

Es necesario, pues, reconstruir el primer organismo roto por la Revolución Anticristiana, devolviendo al Estado la majestad de su función, que consiste en el ejercicio de la autoridad para el ejercicio de la vida virtuosa en toda la comunidad.

Pero no basta con llegar al fin en lo que respecta al orden público; es necesario considerar también el ámbito del orden privado, que se desenvuelve principalmente en las relaciones económicas de unos hombres con otros en la producción y distribución de bienes y servicios.

Aquí la Revolución Anticristiana ha roto un organismo esencial que en todas las sociedades aseguraba la armonía de todos los que intervenían en el proceso económico: el régimen corporativo de profesiones, que aseguraba protección a toda la economía, en especial a los sectores más débiles.

La lucha de clases debe ser sustituida por la armonía y la colaboración. La Iglesia propicia como pieza maestra del orden económico cristiano la organización de las clases en un organismo económico regional y nacional, donde se logre la armonía de la clase empresarial y de la clase asalariada sobre la base de la justicia templada por la caridad.

La Revolución Anticristiana ha atacado las tres autoridades que mantienen el orden cristiano de la sociedad:

– la autoridad religiosa de la Iglesia, columna y fundamento de la Verdad;

– la autoridad política del Estado, que con su majestad realiza la convivencia virtuosa de la comunidad;

– la autoridad económica del orden de las profesiones, que aunando económicamente todas las fuerzas que contribuyen a la riqueza nacional, asegura la paz social.

Por ello, si se quiera sanar la actual sociedad enferma, sería necesario restaurar de manera efectiva estas tres autoridades. No es posible el funcionamiento de una de ellas sin el funcionamiento armónico de las otras. No hay paz ni orden en el plano de las relaciones de trabajo, sin paz y orden en el plano de Estado, como tampoco puede haber paz y orden en el Estado y en la vida, sin la paz y el orden de los espíritus, que sólo asegura la Iglesia.

O la humanidad retoma el camino abandonado hace cinco siglos, o se abisma más profundamente en el estado de caos y de terror en que vivimos.

Ahora bien… el deterioro es tal que, salvo un milagro a nivel social, es imposible retomar el camino abandonado hace cinco siglos…

Luego… la humanidad se abisma y se abismará más profundamente en el estado de caos y de terror en que vivimos…, hasta llegar al culmen del misterio de iniquidad y la aparición del Anticristo, exigiendo la Parusía, el retorno en gloria y majestad de Jesucristo para instaurar su Reino.

Sin embargo, cualesquiera que sean los perfeccionamientos históricos de la iniquidad, los días de prueba, por más peligrosos que sean:

– serán abreviados por causa de los escogidos;

– nadie podrá arrebatar las ovejas de la mano del Buen Pastor;

– la Redención no cesará de estar próxima y será preciso levantar la cabeza hacia Aquél cuyo Corazón está abierto para nosotros;

– el Espíritu Santo no cesará de dar testimonio de Cristo, incluso cuando la apostasía llegue a parecer sumergirlo todo.

¿Qué importa, entonces, la tribulación de los tiempos?

No hay cosa mejor para entregarse de lleno al Buen Pastor de nuestras almas, que seguir las perspectivas que nos abre el Salvador.

Por ahora, momentos de angustia…

Después, la alegría sin fin…, cuya plenitud colmará nuestros deseos y nuestra inteligencia…

Ningún poder creado es capaz de arrebatárnosla…

No temblemos, pues, ante los sacrificios; pensemos en la felicidad eterna que los recompensará…