JUICIO CRÍTICO SOBRE LA EDUCACIÓN ANTIGUA Y LA MODERNA

CONSERVANDO LOS RESTOS II

 

Undécima entrega

 

“La buena educación de los jóvenes es, en verdad, el ministerio más digno, el más noble, el de mayor mérito, el más beneficioso, el más útil, el más necesario, el más natural, el más razonable, el más grato, el más atractivo y el más glorioso”

San José de Calasanz

 

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SEGUNDA PARTE

DEL SISTEMA ANTIGUO

CAPÍTULO II

OTRAS RAZONES QUE COMPRUEBAN LA IMPORTANCIA DE LOS ESTUDIOS CLÁSICOS

§ I

Expondremos en este Capítulo dos razones, a cual más poderosa, en favor de los estudios clásicos. Se ha hablado muchas veces entre nosotros de elevar el nivel de la instrucción a la altura que hoy alcanza en las naciones de mayor nombradía; y quizás no se ha tenido en cuenta que dichas naciones consideran los estudios clásicos como base de la enseñanza secundaria, a pesar de la obstinada guerra con que se les ha combatido: si emulamos, pues, su gloria, imitemos también su ejemplo.

Mas, aunque esta práctica universal pasase por capricho de la rutina, como algunos equivocadamente pretenden; todavía juzgamos que nosotros debiéramos adoptarla y fomentarla con decidido empeño, por ser indispensable para poseer el castellano, que es nuestro idioma nacional.

Procedamos por partes en el esclarecimiento de estas pruebas.

Roma, centro de la civilización, porque es centro del catolicismo, es eminentemente clásica, y sobre todo, eminentemente latina. Cuanto hay en ella de grande y de durable habla latín: latín habla la Roma pagana con sus monumentos de arte que todavía subsisten; latín habla la Roma subterránea de las catacumbas, ciudad de los mártires y primer asilo del cristianismo naciente; los monumentos que ahora mismo levanta allí la piedad cristiana hablan igualmente ese latín de las inscripciones, cuyo uso está consagrado por la veneración de todos los siglos; latín hablan todos los documentos emanados de la Santa Sede; y hablan también latín los estudios de Filosofía y Teología de sus insignes Universidades.

Alemania, que tanta preponderancia tiene hoy en los asuntos europeos, cultiva las lenguas clásicas con ardor infatigable. Testigos son esos trabajos continuados durante todo el siglo con asombrosa perseverancia para hacer adelantar la filología; testigo el crecido número de obras gramaticales y lexicológicas de latín y griego que se publican en esta nación, y los ocho años que dedica al estudio de las mismas lenguas sabias en la enseñanza de sus gimnasios.

En Inglaterra esta tendencia es, si cabe, más manifiesta. Las Universidades de Londres, Oxford y Cambridge, que son los centros de donde parte allí el impulso para toda la instrucción, dan una importancia extraordinaria al latín y al griego, señalando cada año temas para los concursos sobre los clásicos. Los trabajos deben hacerse por escrito, y después de examinados por tribunales establecidos a este efecto, se publican los nombres de los autores que merecen los premios, por el orden de su mérito. Los actos públicos compuestos en su mayor parte de ejercicios sobre los clásicos, son frecuentes en los establecimientos de enseñanza y suelen honrarlos con su asistencia las personas más instruidas. No hace mucho tiempo que en cierto Colegio un jovencito de 16 años salía en uno de estos actos a dar muestra de sus adelantos en griego ante un auditorio de tres a cuatrocientas personas ilustradas: preguntado sobre la explicación de un pasaje de Homero lo recitó de memoria sin tomar siquiera el libro en la mano; de memoria expuso la construcción y luego tradujo, analizó y explicó de aquel fragmento cuanto era necesario, sin tener necesidad de recurrir al libro ni aun para guiar el hilo del discurso. Interrogado al momento sobre otro pasaje diferente y luego sobre otro y otros más, respondió siempre con la misma expedición y sin abrir jamás el libro, que todo sabía de memoria. (1) Y no es maravilla que se obtengan tales resultados, porque se toman estos estudios por lo serio. A la vista tenemos varios temas de los que en el acreditado Colegio de Stonyhurst (2) se han señalado en algunos años para optar a los premios de fin de curso, y con rubor confesamos que habría con ellos para dar un susto superlativo a los jovencitos que frecuentan las aulas en nuestra República. Recuérdese también que, habiéndose suscitado tiempo atrás en la Universidad de Cambridge cierta discusión sobre la importancia del griego como medio de disciplina mental, una gran mayoría sostuvo su utilidad y logró que se conservarse en los estudios.

Pasando ahora a los Estados Unidos, que tanto nos preciamos de imitar, si bien parece que no es tan grande como en Inglaterra la afición a los estudios clásicos, con todo no dejo de ser notable. Por poco que se hojee el programa de Harvard College, el decano de los colegios norteamericanos en Massachuselts, se observa que en el examen de ingreso ya se requieren conocimientos de latín y griego superiores a los que en algunos colegios de otras partes se exigen al terminar la segunda enseñanza (3), siguiéndose después varios cursos de clásicos, fácil es suponer cuánta solidez y amplitud alcanzarán al fin de la enseñanza secundaria los estudios basados sobre tales fundamentos. Lo mismo podríamos confirmar con los prospectos de otros colegios establecidos en Nueva York, Buffalo, Las Vegas, etc. Por no alargarnos más sobre este punto nos contentaremos con indicar un hecho que muestra el aprecio que actualmente se tiene de los estudios clásicos en aquel país. Conservamos todavía un número del diario The Boston Herald en el cual se describe el grandioso recibimiento que al Dr. Gould, primer Director de nuestro Observatorio de Córdoba, hicieron sus amigos cuando regresó a los Estados Unidos. Pues bien, en los discursos que hubo durante el banquete con que le obsequiaron, se hizo muy especial mención de los estudios de griego que en Harvard College había seguido el Dr. Gould con notable lucimiento; y Mr. Saltonstall dio cuenta de cómo, registrando algunos papeles antiguos, encontró un programa de 1843 en el cual se ve asignado al futuro astrónomo el papel de Pericles en un diálogo griego. Dígase ahora si en un país en donde se tuviesen en poco los estudios clásicos, se haría ni siquiera la más leve mención de este hecho. ¿Y por ventura, el tiempo empleado en tales estudios ha impedido que el Dr. Gould llegue a ocupar un puesto distinguido entre los más distinguidos sabios contemporáneos? Ahí están sus obras que contienen la más satisfactoria respuesta que cabe dar a esta pregunta.

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Es digno de advertirse acerca de las tres últimas naciones, que en ninguna de ellas son el latín ni el griego las lenguas madres y originarias de su idioma, sin que por esto disminuya, como acabamos de ver, la importancia que allí se les concede.

Mucha mayor razón hay para promover este cultivo en las naciones latinas, por el grande influjo que ha ejercido y necesariamente ha de ejercer en sus respectivas lenguas el estudio de los idiomas clásicos. Éstos han decaído considerablemente en Italia y España con harto dolor de los hombres cuerdos y sensatos, que tratan a toda costa de restaurarlos. Francia, a pesar de haber hecho en diferentes épocas guerra cruel al latín, conserva todavía en el programa de sus Liceos (4) promulgado en 1880, la friolera de siete años para el estudio de este idioma, con un término medio de seis horas semanales de clase, y cuatro años para el estudio del griego con cinco horas semanales.

Se equivocan, pues, los que creen que, suprimiendo en nuestras clases el latín y el griego, nos ponemos a la altura de las naciones civilizadas. Pudiéramos ir recorriendo algunas otras y en todas encontraríamos cómo estas materias, por más que a veces se enseñen empleando métodos que por sí esterilizan el trabajo, perseveran sin embargo en la educación y continúan siendo su primer fundamento; de modo que aun en nuestros días se verifica la exactitud de aquella frase del ilustre conde de Maistre:

Tiéndase la vista sobre un mapamundi: señálese en él la línea donde esta lengua universal (el latín) ha enmudecido, y aquellos son los límites de la civilización y de la fraternidad europeas”. (5)

Después de todo esto creemos que un acuerdo tan universal y una persistencia tan manifiesta en continuar cultivando estas lenguas, en circunstancias que les son tan contrarias y arrostrando la activa guerra contra ellas declarada de un siglo a esta parte; prueban elocuentemente las ventajas que de su estudio reportan la educación y las ciencias: y afirmar que todas las naciones proceden en este asunto por rutina y de una manera irracional nos parece una temeridad incalificable. Vamos ahora a considerar los estudios clásicos bajo otro aspecto.

§ II

Insinuarnos más arriba que en las naciones latinas hay mayor razón para promover su cultivo, a causa de la influencia que han ejercido y necesariamente han de ejercer tales estudios en la lengua y literatura patria.

Prescindimos de las extrañas, y concretando nuestra atención a la lengua y literatura castellana, no dudamos en aseverar que para poseerlas es indispensable el conocimiento del latín y del griego.

Sabemos que más de un lector fruncirá el entrecejo o se sonreirá compasivamente al ver una afirmación semejante en los tiempos que corremos. ¡Pues qué!, dirá, ¿por ventura no hablamos también nosotros el castellano, que hemos aprendido como lengua materna? ¿No nos entendemos sin dificultad con nuestros compatriotas, sin que ellos ni nosotros hayamos estudiado latín?

Empero, no por eso es menos cierta la verdad de nuestra proposición. Nótese que no decimos hablar el castellano, sino poseerlo, que es cosa muy diversa; porque el poseer una lengua, además del uso suficiente, supone el conocimiento pleno y perfecto. También el extranjero, a poco de llegado a la República hablará castellano, pero no lo hablará bien; el habitante de la campaña no lo hablará, ni mucho menos lo escribirá, con la perfección de uno que se ha dedicado al estudio especial del idioma; y por igual manera afirmamos que quien no haya estudiado bien el latín y griego, pero muy principalmente el latín, no tendrá el hábito que hace hablar y escribir el castellano con pleno conocimiento de causa y seguridad de no equivocarse en la conveniente aplicación de los vocablos y en la genuina construcción de la frase.

El castellano es una lengua derivada inmediatamente del latín. Así nos lo muestra la Historia al narrar el principio y formación de los idiomas neolatinos; y así lo comprueba el examen y cotejo de los diccionarios de ambas lenguas y el análisis etimológico, con tanta evidencia, que el Sr. Monlau, en su discurso de recepción en la Academia Española, se expresó en estos términos:

Del latín, solo del latín (y ésta es mi tesis) nació el castellano. Rebúsquese cuanto se quiera fuera del latín; de seguro no se encontrarán más que unas cuantas palabras allegadizas y caducas, ninguna de ellas de un orden importante, casi ninguna atributiva, pues rarísimos son los verbos tomados fuera del latín, como que el árabe con toda su ponderada influencia no logró aclimatar una veintena de ellos. Notad, además, que los nombres no latinos que han quedado en el castellano son casi todos infecundos, es decir, no tienen compuestos ni derivados, están como condenados a morir sin posteridad y a morir tempranamente, porque el uso los rechaza por instinto, los altera y desfigura, los sustituye y arrincona, relegándolos muy pronto a la clase de las voces históricas o anticuadas: todavía más, ni esa vida precaria se le concede, si no van resellados por el latín”. (6)

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En cuanto al griego, aunque no sea origen inmediato del castellano, está fuera de duda que es la lengua más culta de la misma familia etnográfica que el latín, que en el latín ha ejercido notable influjo, y que, sin contar con muchas voces del uso común que sólo en el griego tienen su etimología, constantemente ha sido y es empleado para la formación de voces técnicas, así de las ciencias, como de las artes.

Siendo, pues, estas lenguas los orígenes de la lengua patria, es manifiesto que en ellas se ha de encontrar la explicación de muchísimos puntos de nuestro idioma, que en vano pretenderíamos aclarar si nos redujésemos meramente a conocerlo en su actual estado.

El estudio de la lengua nacional, dice Guizot, no puede ser sólido y completo, sino se enlaza con el conocimiento de las lenguas primitivas de donde se derivó la nacional.” Por tanto, para poseer con la deseada perfección el castellano, así como es necesario estudiar la lengua en sí misma, así es también indispensable el conocimiento de la latina y griega, mediante el cual nos colocaremos en el fecundo suelo que la ha hecho nacer y hallaremos siempre vivos los preciosos gérmenes que produjeron tan lozana planta; y así como del manantial se beben siempre más puras las aguas, mayor pureza, vigor y perfección redundará también al habla de Castilla cuando se estudie en sus fuentes.

Aun hoy que las letras clásicas están lastimosamente descuidadas en la patria de Lebrija, Vivez, Sánchez y Montano, y mucho más en algunos países de la América española, no es posible dudar del saludable influjo que en todas las ramas del idioma patrio ejercería la restauración completa de tan nobles estudios.

Fácil cosa es de ver que entonces la analogía y la recta derivación y desinencia, así de los vocablos que conservamos, como de los que la necesidad de designar cosas nuevas con nombres nuevos ha de ir formando con el trascurso del tiempo, se ajustarían siempre a las normas de la lengua; puesto que en el latín y en el griego encontramos las raíces, los prefijos y sufijos principales propios de la índole de nuestro idioma, las desinencias características y las leyes de la composición y derivación. Y es manifiesto que todos estos medios son un guía seguro para llegar a la práctica de aquella regla enseñada por Horacio:

Et nova fictaque nuper habebunt verba fidem, si Græco fonte cadant, parce detorta: que en tanto serán aceptables las palabras de fábrica reciente, en cuanto sean tomadas de las lenguas madres, y reciban la inflexión propia del idioma al cual se trasladan. Por medio de su comunicación con estas lenguas, el castellano, cuya sintaxis tanto se acomoda al hipérbaton, mantendría en éste el genio propio de sus variados giros, de donde le proviene en gran parte la rotundidad y armonía que por confesión de todos le caracteriza.

En ellas tiene la ortografía su fundamento, y sin ellas muchas veces no se puede practicar, pues frecuentemente observamos que la regla ortográfica no alcanza a determinar con exactitud el modo de escribir una serie entera de palabras, sino enviando al lector a consultar el origen. No menos ventajas encuentra la propiedad de las voces, conocimiento preciosísimo si es que en algo estimamos el hablar con exactitud y el percibir toda la fuerza del pensamiento de los demás y hacerles percibir la de los nuestros: innumerables voces no lograrán ser comprendidas en sus acepciones, ni en la energía de su expresión, ni en el alcance de su significado, por el que no tenga conocimiento de estos idiomas primitivos.

Estas verdades que desde luego se descubren al considerar la naturaleza del asunto, se hallan plenamente confirmadas por la experiencia. El tiempo en que la lengua castellana floreció, el tiempo en que se hizo rica, grande, sonora y majestuosa como es, y en que produjo los escritores que han merecido para su edad el renombre de siglo de oro, fue aquel en que el cultivo de las letras griegas y latinas estaba en auge: entonces se dejaron ver los Granadas, Cervantes y Rivadeneiras, los Leones, Garcilasos, Herreras y Riojas. Y si preguntamos a esos autores de dónde sacaron tanta fluidez y armonía, de dónde aquella propiedad y significación admirable de sus palabras, aquella nobleza y varonil fisonomía del idioma castellano, nos dirán señalando a sus modelos: del manejo de los más insignes oradores y poetas griegos y romanos.

En este mismo siglo, los escritores que más se han distinguido en el uso del habla castellana, no a otra cosa ciertamente lo deben, que a su buen fundamento en el estudio de las lenguas clásicas, por más que algunos de ellos, ingratos para con quien tanta gloria les preparó, hayan aumentado las filas de sus enemigos.

En dos clases, diremos con las palabras que un autor francés aplica a su lengua y que igualmente puede referirse a todas las neolatinas, en dos clases pueden dividirse los escritores: la primera formada por los que no saben más que su lengua patria; la segunda, por los que conocen las fuentes de donde esta lengua ha sacado sus riquezas. Los primeros, ora se expresen de palabra, ora por escrito, descubren siempre algún punto flaco, porque el uso no alcanza sino imperfectamente a suplir lo que falta a sus estudios”.

Así es cómo la lengua castellana ha sacado la perfección de aquellos mismos idiomas de donde le vino la existencia. Porque en los idiomas es donde con más irresistible fuerza se deja sentir la necesidad de las tradiciones y del recurso a los orígenes; y las naciones, sin que para eso hayan menester reflexionar, proceden como si leyesen aquella ley constante que revela la historia, enseñándolos que ningún pueblo añade elementos esenciales a la lengua que recibe; lo único que hace es modificar o perfeccionar la estructura exterior, y a veces por su descuido corrompe o trastorna y hasta llega a perder el depósito que recibió.

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Grande y noble llegó a ser la lengua castellana por su contacto con las fuentes de donde se deriva; y hoy, a medida que de ellas se va alejando, decae y desmaya, perdida ya su viril entonación, degenera en servil imitadora de giros extraños, y apenas se escribe o se oye aquel lenguaje armonioso a la par que lleno de majestad, que admiramos y saboreamos en los grandes autores de la mejor edad de nuestra literatura, los cuales fueron todos eminentes latinos y doctísimos humanistas.

Pero de esta evidente postración de la lengua ya hemos tratado en otro artículo, y fuera ocioso repetir ahora lo que allí dijimos. Bástenos recordar el mal y señalar su remedio, que en vano se buscará fuera de la restauración de los estudios clásicos, y especialmente del latín; mientras no se tome a pechos tan noble empresa, los amantes de las bellas letras tendrán que lamentar su desprestigio y abatimiento; y, como dijo D. Javier de Quinto en su discurso de entrada en la Academia Española, “cuando la falta de buenos gramáticos y la escasez de consumados latinos se extienda entre los escritores que manejen la lengua patria, el abatimiento de ésta será espantoso, porque su corrupción no encontrará ya dique, ni obstáculo, ni la más leve resistencia”. (7)

Séanos permitido, como justo desahogo de nuestro sentimiento, exclamar con el citado académico Sr. Monlau: “¿Comprendéis ahora cuánto yerran los que niegan la utilidad, la necesidad del conocimiento del latín? ¿Comprendéis ahora cuánta es la imprudencia de los que discuten y dudan si el estudio del latín debe ser la base de la instrucción clásica de la juventud? Tanto valdría discutir si nos conviene o no renegar de nuestra buena madre, hacer trizas nuestra cuna, pegar fuego a la casa paterna, perder nuestro nombre, abdicar nuestras glorias y renunciar la herencia de filosofía más sana, de la literatura más preciosa”.

Queda, pues, declarado que en las principales naciones cultas siguen formando los estudios clásicos la base de la instrucción secundaria; y que, aun dado el caso de que ellas los abandonasen, a nosotros nos tocaría conservarlos y fomentarlos, por los señalados servicios que prestan a la lengua y literatura castellana, para cuya posesión son indispensables.

Fijándonos ahora particularmente en el latín, haremos ver en el capítulo siguiente cuán importante sea su estudio para los que se dedican al cultivo de las ciencias.

Notas:

1.- Carta particular escrita al autor por un amigo suyo residente en Inglaterra.

2.- Honours examination papers, classical and mathematical, Stonyhurst College, 1869-1883.

3.- Examination papers for admission to Harvard College.

4.- Plan d´études et programmes de l´enseignement secondaire classique dans les lycées et colléges, 1883.

5.- Del Papa y la Iglesia galicana, lib I, cap. XX.

6.- Discursos leídos en las recepciones públicas de la Real Academia Española, tomo II.

7.- Discursos etc. de la Real Academia Española, tomo I, pág. 186.