Meditaciones para el Mes del Sagrado Corazón de Jesús

Extractadas del libro

AMOR, PAZ Y ALEGRÍA”

Mes del Sagrado Corazón de Jesús según Santa Gertrudis.

Por el R. P. Dr. André Prévot, de la Congregación Sacerdotes del Corazón de Jesús

DÍA 16

Vida de reparación

Puede decirse que la vida de reparación nunca fue más necesaria que en nuestros días, pues jamás las ofensas contra Dios nunca han sido tan horribles, como ahora que la blasfemia alcanzó sus últimos límites; jamás la ruina de las almas ha sido más completa, pues es la propia fe de los pueblos la que destruyen hasta en los cimientos; jamás el escándalo se extendió tanto, pues se convirtió en escándalo nacional, ni ha sido tan desastroso, pues ataca a la misma infancia, nuestra última esperanza. Al presente, pues, más que nunca el Salvador necesita almas seria y generosamente reparadoras, que lo ayuden a satisfacer por estos ultrajes cometidos contra Dios, a reedificar estas ruinas de las almas, a reparar sus horrendos escándalos.

§1. LA VIDA DE REPARACIÓN MUY ESPECIALMENTE ATAÑE
AL ALMA EUCARÍSTICA

¿Quién responderá a esta necesidad urgente del Corazón de Jesús y de la Iglesia? Sin dudas, todas las almas de buena voluntad que quieren amar a Dios y a sus hermanos, pero muy especialmente las almas eucarísticas. La vida de reparación toca más particularmente al alma eucarística, porque ella siempre vive con Jesús-Hostia y Jesús-Hostia es el objeto principal, el modelo y el medio de nuestras reparaciones.

1. Desde luego, Jesús-Hostia es el objeto principal de la vida de reparación. En efecto, como lo explicamos en otra parte, es principalmente en la Sagrada Eucaristía donde Nuestro Señor es ultrajado del modo más cruel; la profanación de la Eucaristía, es el crimen más espantoso para el hombre, pues le hace comer y beber su propia condenación; por el desprecio o el abandono del Dios de la Eucaristía, los pueblos se alejan de las fuentes de la vida, pasan fatalmente a una cierta apostasía práctica y terminan perdiendo la fe haciendo irreparable su ruina. Por este lado, pues, deben guiarse principalmente los esfuerzos del alma reparadora.

2. Ella encuentra además, en la Eucaristía, un modelo perfecto de la vida de reparación, pues ¿qué hace Jesús en el tabernáculo? Ora, se inmola, repara; vivo está siempre para interceder en favor de los pobres pecadores; siempre ocupado en reparar el mal que hacemos a Dios y a nosotros mismos; verdaderamente vive una vida de reparación, reparación universal y perpetua, reparación obrada en el silencio y la paz, reparación humilde y oculta, reparación por la obediencia más absoluta, por la abnegación más completa, por la entrega más completa de Sí mismo. Alma reparadora, mira y haz según el modelo que se te presenta; en tus horas de adoración, contempla a Jesús vivo en la Eucaristía; ama como Él, a Dios y a los hombres; sacrifícate con Él y como Él; repara cómo Él y por Él.

3. Además, Él no es solo el modelo, sino también y sobre todo el medio de nuestra reparación. El alma eucarística debe apropiarse, por el amor y la unión, las satisfacciones de Jesús, y ofrecerlas enseguida a Dios como un bien que a ella misma le pertenece, y con el cual puede pagar las deudas de todo el Universo. Con los labios teñidos de la Sangre de Jesús, hace oír esta voz que habla más elocuentemente que la voz de la sangre de Abel, y obtiene misericordia. Ella se ofrece como una sola víctima con Jesús rociando su sacrificio con las santas lágrimas del Salvador para lavar los crímenes del mundo, y merece ser escuchada, a causa de las relaciones que Dios tiene con su divino Hijo, con Quien forma sólo Uno. Como vimos en otra parte, Jesús, cuyo tierno Corazón no puede sufrir que los deseos de un alma que ama permanezcan imperfectos, los realiza Él mismo; suple por los homenajes de reparación que quisiéramos ofrecer a su Padre, y los ofrece en nuestro nombre de modo que nada les falte. Completa así los trabajos del alma reparadora, y, sea por los méritos del Salvador, sea por los de los Santos, la tarea de esta alma se encuentra enteramente realizada (1).

§ 2. FÓRMULA GENERAL DE REPARACIÓN

Para que la obra de reparación sea completa, podemos proponernos reparar todo el mal que el pecado ha hecho al mismo pecador, a Dios y a la Iglesia.

Divino Salvador, para Ti y por Ti quiero reparar de modo universal y perpetuo todo el mal que se hace en el mundo y especialmente en tu santuario:

Con respecto a los mismos pecadores, me uno:

1. a Tu contrición que repara, tanto como es posible, todas nuestras iniquidades, y se la aplico para purificarlos de todos sus pecados como faltas;

2. a tus satisfacciones para expiar todas las penas que son debidas a estos pecados y quisiera llevar todas sobre mí y Contigo.

Con respecto a Dios, me uno:

1. a la reparación que no cesas de ofrecerle para restituirle la gloria que el pecado le ha quitado;

2. al amor que Tu Corazón le atestigua para devolverle la alegría que el pecado le arrebata.

Respecto a la Iglesia, ofrezco los méritos de Tu Pasión, que me atrevo a apropiarme, en virtud de la unión que me has dado Contigo:

1. para devolver a la Iglesia que sufre, todos los méritos satisfactorios que el pecado le hizo perder;

2. para devolver a los miembros de la Iglesia militante todas las gracias que el pecado les privó;

3. para devolver a los santos todo el aumento de gloria, de amor y de alegría que el pecado les hizo perder.

Podemos profundizar en estos diversos puntos, todos basados ​​en la Teología; allí vemos, por un lado, que el pecado es un mal universal en el sentido de que causa el mal a Dios y a todas las criaturas en cierto modo; y, por otro lado, que Jesús ha sido el Reparador universal de todo mal y que uniéndonos a su Corazón divino, participamos de esta reparación general, y nos la apropiamos, en cierto modo, de manera que podemos ofrecer, con Jesús y por Jesús, una reparación completa.

§ 3. LOS MEDIOS DE SANTA GERTRUDIS PARA LA REPARACIÓN

1. Reparación por todos los desórdenes del Carnaval

El domingo de Quincuagésima, Gertrudis vio al Salvador señalando sobre el Libro de vida todas las reparaciones que ella y sus hermanas le ofrecían por los tres días que el mundo pasa durante los desórdenes del Carnaval. Le dijo Jesús: «Yo te devolveré, por todos estos servicios, una medida llena, compacta, apretada, desbordante. Pues mi Corazón humano, como el tuyo, es mucho más sensible a los buenos oficios que me prodigan en el día de mis dolores, que a aquellos que puedan hacerme en tiempo de prosperidad. Así como David quiso recibir en su palacio y admitir a su mesa a los hijos de Berzelai, que le habían acogido cuando él huía de la persecución de Absalón, y se mostró reconocido con ellos hasta la muerte, lo mismo las admitiré en la mesa de mis delicias, y seré reconocido, eternamente, hacia aquellos que me acogen en este momento en que el mundo me está persiguiendo”.

El Salvador recomendó luego que le ofreciesen todos estas obras de reparación en unión con su Pasión, que les procura todo el mérito, y al suplicarle Santa Gertrudis que le enseñara el mejor modo de hacerlo, Nuestro Señor le indicó, para esto, la oración hecha con los brazos en cruz, en la cual representamos, a los ojos de Dios, a su divino Hijo crucificado.

2. Reparación por las blasfemias

Santa Gertrudis, conmovida en lo profundo de su alma por una injuria que oyó contra Nuestro Señor, le ofreció, con todo el afecto de su corazón, esta alabanza: «Te saludo, ¡oh Perla vivificante de la divinidad, te saludo, flor siempre fresca de la naturaleza humana, mi amabilísimo Jesús, mi Soberano, mi única salvación!» (II, 100).

El Señor respondió: » Y Yo también, te saludo, Yo que soy tu Creador, tu Redentor, tu Esposo; Yo que te adquirí con el precio de toda mi Sangre”.

Luego le hizo tan tiernas manifestaciones de afecto, que los santos quedaron arrebatados de admiración; y agregó: «Cualquiera que me salude, como lo has hecho, para reparar las blasfemias que vomitan contra Mí, recibirá de mi parte iguales demostraciones de afecto» (IV, 32).

Concluye el libro: «Apliquémonos a bendecir al Señor con todo el ardor de nuestra alma, cuando oigamos alguna blasfemia, y si no podemos hacerlo con tanto afecto como Gertrudis, ofrezcámosle, al menos el deseo de hacerlo con todo el deseo y todo el amor de todas las criaturas, y confiemos en que su dulcísimo Corazón aceptará esta buena voluntad”.

3. Reparación por los sacrilegios

«Sucedió un día que, doblando los ornamentos, cayó una hostia que fué presentada en el altar, y de la que dudaban si estaba consagrada o no. Gertrudis enseguida recurrió al Señor, informada que la hostia no estaba consagrada, concibió una alegría extrema al ver que se evitó tal irreverencia a su Amado. Sin embargo, pensando en tantos ultrajes que Jesús recibe en el Sacramento de su amor, le dice: «Puesto que sois tan ofendido, Señor, no solo por tus enemigos, más aún por aquellos que debieran ser tus amigos, y algunas veces, lo que es más digno de lágrimas, por tus mismos sacerdotes, y aún por los religiosos, no diré nada a mis hermanas, a fin de no privarte de las satisfacciones que quieren ofrecerte, con motivo de esta hostia, y que serán un dulce consuelo para Ti».

Y añadió:» Señor, hazme saber cuál es la satisfacción que mejor aceptará tu Corazón, porque me empeñaré en ejecutarla, aunque para ello tenga que consumir todas mis fuerzas”.

Nuestro Señor le hizo saber que le agradaría que se reciten doscientos veinticinco Padre Nuestros, en honor de sus miembros sagrados, que hagan igual número de actos de caridad hacia el prójimo, como si se hicieran con Él mismo, en unión de la caridad que tiene por nosotros, y que se priven, otra tantas veces, de los placeres inútiles de la tierra para agradar a Dios «(III, 13).

¡Oh, qué grandes e inefables son la Bondad y la Misericordia de Nuestro caritativo Salvador, al aceptar estas ligeras satisfacciones de nuestra parte! Ofrezcámoselas de todo corazón, contando con que su liberalidad suplirá por lo que les falte, y que sus propias satisfacciones completarán la reparación, que hemos querido hacerle.

4. Reparación universal

«Un lunes antes de la Ascensión, Gertrudis, al prestar a una hermana enferma servicios que excedían su fuerza, los ofreció al Señor en satisfacción por todos los pecados de los hombres. Entonces le pareció que encadenaba con una cadena de oro, símbolo de la Caridad, una inmensa multitud de hombres y mujeres y que los conducía al Señor. El mismo Señor, lleno de misericordia y ternura, mostrando un contento maravilloso, aceptó esta ofrenda con gran condescendencia, como lo haría un rey que recibiera de uno de sus más queridos oficiales, todos los enemigos que éste le llevare prisioneros para hacer la paz con él y servirle enseguida según su voluntad” (II, 144).

Al día siguiente, como expusiese ella, en la misa, al Señor los defectos e imperfecciones de todos los hombres justos, orando con fervor por su enmienda, vio al dulce rocío de la gracia descendiendo sobre los corazones de todos los justos para hacerlos reflorecer con nuevo brillo y darles un nuevo vigor.

NOTA DEL AUTOR:

1) En su intención, que Nuestro Señor aprueba, en cierto modo, como si estuviera realizado completamente.