Padre Juan Carlos Ceriani: SERMÓN DEL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

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SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

Y Juan, al oír en su prisión las obras de Cristo, le envió a preguntar por medio de sus discípulos: “¿Eres Tú «el que viene», o debemos esperar a otro?” Jesús les respondió y dijo: “Id y anunciad a Juan lo que oís y veis: Ciegos ven, cojos andan, leprosos son curados, sordos oyen, muertos resucitan, y pobres son evangelizados; ¡y bienaventurado el que no se escandalizare de Mí!” Y cuando ellos se retiraron, Jesús se puso a decir a las multitudes a propósito de Juan: “¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Acaso una caña sacudida por el viento? Y si no, ¿qué fuisteis a ver? ¿Un hombre ataviado con vestidos lujosos? Pero los que llevan vestidos lujosos están en las casas de los reyes. Entonces, ¿qué salisteis a ver?, ¿un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Éste es de quien está escrito: “He ahí que Yo envío a mi mensajero que te preceda, el cual preparará tu camino delante de ti.”

El tiempo litúrgico del Adviento nos invita a meditar en la Venida de Nuestro Señor Jesucristo.

Como nos enseñan los Santos y Doctores, este Advenimiento tiene tres realizaciones:

En primer lugar, el Adviento histórico, en cuya espera vivieron los hombres que ansiaban la Venida del Salvador prometido; transcurrió desde Adán hasta la Encarnación del Verbo y su manifestación.

Esta espera abarca, pues, todo el Antiguo Testamento; y meditar en ella nos deja una enseñanza importante para prepararnos a la llegada del Señor.

Debemos identificarnos con aquellos hombres que deseaban con vehemencia la llegada del Mesías y la liberación que esperaban de Él.

Luego tenemos el Adviento escatológico o Parusía, que nos prepara para la llegada definitiva de Jesucristo al final de los tiempos en gloria y majestad, cuando vendrá para coronar su obra redentora.

No hemos de esperar esta Venida con temor y angustia, sino con la esperanza de que ella sea para la felicidad eterna de los hombres que hayan aceptado a Jesús como su Salvador y Rey.

Entre ambas Venidas se intercala el Adviento espiritual, la preparación moral a la Venida diaria de Nuestro Señor. Es un Adviento actual que dispone las almas para aceptar la salvación que viene de Jesucristo.

De este modo, la celebración del Adviento nos manifiesta que todo tiempo y cada época giran alrededor de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre; Él es el Principio y el Fin, Alfa y Omega; a Él pertenecen el tiempo y la historia.

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El Primer Domingo de Adviento nos exhortaba a la vigilancia, en espera de la Segunda Venida del Señor. Las lecturas bíblicas y la liturgia de esta semana pasada son una constante invitación: ¡Velad! ¡Estad preparados! Porque no sabéis cuándo llegará el momento…

Los restantes Domingos de Adviento tienen por nota predominante la predicación de San Juan Bautista y su exhortación: Preparad el camino a la Venida del Señor.

Ocupa, pues, nuestra atención y meditación la figura de este gran Santo, cuya misión se desarrolló en el período que enlaza y, al mismo tiempo, separa las dos grandes épocas de la historia de la humanidad.

En efecto, San Juan Bautista fue elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar al pueblo, que estaba sumergido en las tinieblas, la llegada de la Luz del mundo: Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte. Así profetizó su padre, San Zacarías, el día de su circuncisión.

Debemos tener en cuento que el momento en que se manifiesta San Juan y la sociedad a la cual predica se caracterizaban por la tibieza y las tinieblas.

Una obscuridad muy densa se cernía respecto de los valores religiosos, filosóficos, morales, artísticos. Sombras de muerte, dice el pasaje evangélico que enmarca su prédica.

Su misión consistió en anunciar, preceder al Verbo, del cual el otro San Juan, el Evangelista, dice que Él era la Vida, y la Vida era la Luz de los hombres. Era la Luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

Y el mismo Jesucristo dirá de sí mismo: Yo soy la Luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida… Mientras estoy en el mundo, soy la Luz de este mundo… Yo, la Luz, he venido al mundo para que todo el que cree en Mí no quede en tinieblas.

Y más enérgica y significativamente agregará: Fuego he venido a echar sobre la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté encendido!

Fuego, es decir: calor y luz… Ardor que calienta la tibieza…, y Claridad que disipa las tinieblas.

El Verbo anunciado por San Juan Bautista es Vida, es Luz y es Calor, para un mundo, para una sociedad que agonizaba en la tibieza y las tinieblas… sombras de muerte...

Apareció un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. Él vino como testigo, para dar testimonio acerca de la Luz, a fin de que todos creyesen por él. Él no era la Luz, sino que vino para dar testimonio de la Luz.

Con estas palabras se caracteriza al Precursor: testigo de la Luz… ¡Todo un programa!

Nuestro Señor dirá de su heraldo: Vosotros enviasteis legados a Juan y él dio testimonio de la verdad. Él era antorcha que ardía y lucía. Vosotros quisisteis regocijaros un momento a su luz…

Testimonio magnífico dio, pues, Nuestro Señor de San Juan: Él era antorcha ardiente y luciente.

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Y podemos preguntarnos ¿cómo reaccionó aquella sociedad ante la prédica de San Juan? ¿Qué actitud tuvo esa gente respecto de Nuestro Señor Jesucristo? Pues bien, el Santo Evangelio se expresa tristemente de este modo:

La luz luce en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron

Él estaba en el mundo, y el mundo había sido hecho por Él, y el mundo no lo conoció

Él vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron

Esta es la trágica incredulidad de Israel, que no lo conoció ni lo recibió cuando vino para ser la Luz de esa sociedad.

La Luz ha venido al mundo y los hombres han amado más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas. Porque todo el que obra mal odia la Luz, y no viene a la Luz, para que sus obras no sean reprobadas.

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Ahora bien, nuestra sociedad actual adolece de los mismos males que sufría la sociedad a la cual predicó San Juan y que no quiso recibir a Nuestro Señor.

Nuestra sociedad posmoderna padece la tibieza y está sumergida en las tinieblas de la muerte…

Tibieza por la falta de caridad, por la conformidad con el pecado, por la obstinación en la maldad, porque está contenta de sí misma, porque se revuelca en el fango de los placeres y el confort…

Tinieblas por los errores, por las mentiras y sofismas, por la inversión de los valores, por la obscuridad de la ciencia orgullosa, por la ceguera de las pasiones…

Sombras de muerte, por los homicidios, las guerras, los abortos, la eutanasia, los suicidios…

Iguales males con el agregado de veinte siglos de cristianismo. ¡El neopaganismo es más grave y más culpable que el antiguo!, pues implica la apostasía.

Pues bien, por haber rechazado a Nuestro Señor Jesucristo, la sociedad moderna se suicida.

Una densa obscuridad moral vuelve a cubrir las tierras benditas por el paso de Jesús y de María.

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Entonces, ante esta situación, cabe recordar la Epístola de este Domingo, en la que San Pablo, escribiendo a los Romanos, les decía estas palabras: Hermanos, todas las cosas que han sido escritas en los Libros Santos, se han escrito para nuestra enseñanza, a fin de que, mediante la paciencia y el consuelo que se sacan de las Escrituras, mantengamos firme la esperanza … El Dios de la paciencia y de la consolación os dé tener un mismo sentir de unos para con otros según Cristo Jesús … El Dios de la esperanza nuestra os colme de toda suerte de gozo y de paz en vuestra creencia, para que crezca vuestra esperanza siempre más y más, por la virtud del Espíritu Santo.

Tres frutos obtenemos, pues, de las divinas Escrituras: paciencia, consuelo y esperanza.

Llama San Pablo a Dios el Dios de la paciencia, de la consolación y de la esperanza… Sólo el cristianismo descubre en Dios estos atributos tan dulces para el corazón humano.

Las palabras de San Pablo no sólo no han perdido su actualidad, sino que ellas sirven de incentivo en los tiempos en que nos toca vivir… Tiempos apocalípticos…, tiempos escatológicos…, tiempos en que pululan falsos profetas…, tiempos en que un sinnúmero de pretendidas apariciones y revelaciones oscurecen aún más la situación…

La consolación que se saca de las Escrituras… En Ellas nos habla el mismo Dios, cuya Palabra es el fundamento inquebrantable de nuestra esperanza, porque está llena de promesas.

Es en Ellas, en la Tradición y en las definiciones y enseñanzas del Magisterio donde debemos buscar el fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza.

El Salmo 98 dice: Acuérdate de tu palabra a tu siervo, en la cual me hiciste poner mi esperanza. Esto es lo que me consuela en mi aflicción: que tu palabra me da vida.

Aquí vemos que las palabras de Dios son la medida de sus promesas, por lo cual nuestra esperanza en éstas crece en la proporción en que las vamos conociendo y creyendo.

San Pablo destaca esta virtud propia de las Escrituras divinas: son un don que Dios nos envía para consuelo. Y en vano lo buscaremos igual en ningún libro humano.

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Ahora bien, el mismo Apóstol, escribiendo a los tesalonicenses, nos exhorta: No apaguéis el Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo y quedaos con lo bueno.

No apaguéis el Espíritu… San Juan Crisóstomo, comentando estas palabras, dice: “Y si el Espíritu se apaga, ¿cuál será la consecuencia? Lo saben todos aquellos que se han encontrado en una noche oscura. Y si resulta difícil trasladarse durante la noche de una parte de la tierra a otra, ¿cómo recorrer de noche el camino que va de la tierra al cielo? ¡No sabéis cuántos demonios ocupan el intervalo, cuántas bestias salvajes, cuántos espíritus del mal se hallan apostados! Mientras tengamos la luz de la gracia, no pueden dañarnos; pero si la tenemos apagada, se arrojarán sobre nosotros, nos asirán y nos despojarán de cuanto llevamos. Los ladrones tienen por costumbre echar mano cuando han apagado la linterna, ven claro en estas tinieblas, en tanto que nosotros no estamos habituados a la luz de la oscuridad”.

No menospreciéis las profecías… Hoy solemos interesarnos poco por las Profecías bíblicas, a las cuales la Sagrada Escritura dedica, sin embargo, gran parte de sus páginas.

En el Libro del Eclesiástico se nos muestra el estudio de las Profecías como la ocupación característica del que es sabio según Dios.

Doctrina y profecía tienen la misma íntima relación que conocimiento y deseo.

Lo primero es doctrina, o sea conocimiento y fe; lo segundo es profecía, o sea esperanza y deseo vehementísimo, ambicioso anhelo de unión, y que, con sólo pensar en la felicidad esperada, nos anticipa ese gozo.

Examinadlo todo… No todo lo que parece ser bueno, lo es en efecto. Hay que examinarlo a la luz de la fe, a la luz del dato revelado (Sagrada Escritura y Tradición) y de las definiciones del Magisterio de la Iglesia.

Las pretendidas apariciones, e incluso la interpretación de las aprobadas por la Iglesia, han de ser examinadas a la luz del dato revelado y de las definiciones magisteriales. La más pequeña discrepancia, ya es suficiente para dejarlas de lado.

En el Libro de los Hechos de los Apóstoles se muestran los fieles de Berea mejores que los tesalonicenses, porque recibían ávidamente la palabra de San Pablo y constantemente la comprobaban, cotejándolas, con las Escrituras: Eran éstos de mejor índole que los de Tesalónica, y recibieron la palabra con toda prontitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si esto era así.

Y Monseñor Straubinger comenta este pasaje de la siguiente manera: “Eran de mejor índole, porque no eran tan orgullosos, y creían lo que la Escritura decía sobre Cristo. Los fieles de Berea nos muestran con qué espíritu debemos leer la Sagrada Biblia, esa “carta de Dios a los hombres” (Gregorio Magno), y son un ejemplo de cómo las Sagradas Letras del Antiguo Testamento eran tenidas en máxima veneración como fuente de doctrina. “Investigad las Escrituras… ellas son las que dan testimonio de Mí”, dice Jesús. Bien se explica, pues, esta precaución de los habitantes de Berea: es la prudencia sobrenatural del que, por encima de todo, busca la verdad, para poder guardarse de los falsos profetas que siempre se presentan con piel de oveja, y de los falsos apóstoles que se disfrazan de Cristo como el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz. La indiferencia que a veces notamos, en esta materia tan grave, no es sino esa falta de amor a la verdad, que es lo que hará caer en las seducciones poderosas de la mentira, según revela San Pablo al hablar del Anticristo”.

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Todas estas cosas han sido escritas para nuestra instrucción. Pero, ¿se saca hoy mucho fruto de tantas instrucciones saludables que se contienen en las Santas Escrituras?

El Apóstol tenía razón para decirnos que es tiempo de salir de nuestro sueño profundo y despertarnos… Pero, si no nos aprovechamos de este santo tiempo, ¿cuándo despertaremos?

Es muy triste despertarse después de la muerte…

Como nos lo hace ver el Evangelista San Lucas, Jesucristo vino a desplegar el Libro, cumpliendo perfectamente las profecías que concernían a su vida terrenal y a los comienzos de su vida gloriosa:

Como tenía costumbre el día sábado, entró en la sinagoga y se levantó a hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías, y al desarrollar el libro halló el lugar en donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, porque Él me ungió; Él me envío a dar la Buena Nueva a los pobres, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los ciegos la vista, a poner en libertad a los oprimidos, a publicar el año de gracia del Señor.” Enrolló el libro, lo devolvió al ministro, y se sentó; y cuantos había en la sinagoga, tenían los ojos fijos en Él. Entonces empezó a decirles: Hoy esta Escritura se ha cumplido delante de vosotros.”

Ahora bien, Él ha subido al Padre, donde intercede por nosotros. Él permanece en una gloriosa expectativa, y desea con un gran deseo la llegada de la hora de su regreso a la tierra para restaurar el Reino perdido por Adán, arrancar a la posteridad de la serpiente infernal su dominio actual.

El Diablo intentará, por supuesto, retrasar por todos los medios la Parusía, que es para él el momento de la derrota y de encadenamiento.

Entre las dos partes del Libro: 1ª.- profecías realizadas y llevadas a cabo por la palabra de Jesús muriendo, «Todo está cumplido»;  y 2ª.- las profecías por cumplirse, cuyo sello también será «Todo se ha cumplido», tenemos un espacio en blanco donde podríamos escribir estas dos sentencias: «¡VELAD!» y «HASTA QUE ÉL VENGA».

Este es el tiempo de la Iglesia.

Por lo tanto, se ha abierto un paréntesis maravilloso, se ha manifestado el gran misterio «oculto desde toda eternidad en Dios». Este misterio es la gloria de Dios, de su Hijo, mientras espera su regreso.

«¡Hasta que Él venga!…» Estas palabras son como la síntesis del tiempo de la Iglesia; y constituyen el puente entre la muerte de Jesús, en el sufrimiento y la humillación, y el Retorno de Cristo, en gloria y majestad…

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Entonces, de este modo, los misterios vividos por Cristo en el pasado son nuestros «hasta que Él venga».

Los Patriarcas, los Reyes, los Profetas, fueron figuras, signos, testigos del Mesías que había de venir. ¿Hemos visto ese «pergamino viviente», lleno de esperanza?

Esos grandes personajes del Antiguo Testamento eran como un puente establecido entre el Adán pecador y el segundo Adán en su Primera Venida.

Por lo tanto, nosotros debemos ser los testigos de su Segunda Venida, «hasta que Él venga», ser los puentes establecidos entre su Primer «He aquí, yo vengo» y el Segundo.

¿Cómo, de qué manera? Por nuestra vigilancia… ¡Velad!

La vida cristiana es este maravilloso drama del cual somos espectadores y actores.

Vemos a Cristo vivir, y luego… vivimos a Cristo.

Contemplamos el ejemplo perfecto, y luego… nos esforzamos, por el Espíritu Santo y la gracia Dios que actúa poderosamente en nosotros, en reproducir esta imagen sublime por una vida transformada, «hasta Él venga”…

Así es como esta página de espera, entre las dos partes del rollo del Libro, debe ser escrita en la Iglesia, por sus miembros.

Recordemos que al Profeta Ezequiel y a San Juan en el Apocalipsis se les dio a comer el rollo del Libro en momentos solemnes.

Las horas en las que estamos son graves y solemnes también; todo parece advertirnos que debemos tener cuidado, porque estamos llegando al final de la edad presente.

Nosotros, los cristianos, seremos testigos, centinelas, que gritan «¡Velad! ¡Velad! ¡Él viene!»

Seremos un puente para nuestros hermanos, para ayudarlos a pasar de una orilla a otra, de los sufrimientos a la gloria, de la meditación de los dolores de la Cruz a la contemplación de las maravillas del mundo venidero, de la compasión del Coronado de espinas al esplendor del que viene coronado en gloria y majestad…

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Como a San Juan Bautista se nos ha encomendado predicar, exhortar: Preparad el camino a la Venida del Señor.

Nuestra misión también se desarrolla en un período que enlaza dos grandes épocas de la historia de la humanidad.

Así como San Juan Bautista fue elegido por Dios para anunciar la venida del Mesías y para proclamar al pueblo, que estaba sumergido en las tinieblas, la llegada de la Luz del mundo: Y tú, pequeñuelo, serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, para iluminar a los que yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte…, del mismo modo a nosotros se nos encarga la misión de anunciar la Parusía…

Hemos de ser testigos, centinelas, que gritan «¡Velad! ¡Velad! ¡Él viene!»