HISTORIA DE LAS HEREJÍAS EN LA IGLESIA

CONSERVANDO LOS RESTOS II

Vigésimosegunda entrega

 

art02_img_03

LA EDAD NUEVA
Las grandes herejías revolucionarias

II. EL MOVIMIENTO HUSITA (cont.)

6. Guerra a las indulgencias. Hus en rebeldía. Muerto el arzobispo Sbinco, le sucedió el alemán Albik de Uniczow, antiguo médico de Wenceslao, varón prudente, anciano, pacífico y mal visto de los husitas, aunque no los molestó gran cosa. En su tiempo, la audacia de Hus fue creciendo y su predicación se hizo más agresiva, especialmente contra las indulgencias.

La ocasión fue que Juan XXIII había proclamado una cruzada contra Ladislao de Nápoles, protector de Gregorio XII. En Praga, la cruzada fue predicada en mayo de 1412, y no con la debida mesura, pues a son de tambor era conducida la gente a los templos donde se anunciaba la indulgencia para todos los que tomasen las armas o contribuyesen con una limosna.

Jerónimo de Praga, con la aprobación de Juan Hus, hizo quemar la bula de cruzada, y ambos predicaron contra ella con una virulencia semejante a la de Wyclif cuando la «cruzada del obispo de Norwich» en 1383.

La rebeldía de Hus, tenaz y descaradamente sostenida en sus escritos Contra bullam papae y De indulgentiis, hizo abrir los ojos a no pocos de sus amigos, como Esteban Palecz, Andrés de Brod, Estanislao y Pedro de Znaim, que prefirieron mantenerse en la fiel obediencia del Papa. Y algunos salieron valientemente a la defensa de la fe ortodoxa, siendo el más enérgico impugnador del husitismo el prior de la cartuja de Dolein (junto a Olmutz) con sus tratados Antiwiclif, Antihus, Diálogo volátil entre la oca y el pájaro, etc.

El rey Wenceslao prohibió bajo pena de muerte cualquier nuevo insulto contra el Papa, y como unos mozalbetes ultrajasen al predicador dentro del templo, gritando que la indulgencia de la cruzada era una impostura, fueron presos y decapitados: los primeros “mártires husitas”, venerados como tales en la iglesia de Bethleem (julio de 1412).

También los párrocos de Praga se querellaron ante el Papa contra el perturbador. Juan XXIII puso la causa en manos del cardenal de Sant’Angelo, el cual confirmó el anatema contra Hus y reiteró el entredicho sobre los lugares donde aquél morase.

Obedecieron los rectores de todas las iglesias. Cesó el culto en ellas. Sólo en la de Bethleem seguía predicando Hus, con asistencia de muchos cortesanos y de la misma reina Sofía. Ante una rebeldía tan manifiesta, Wenceslao pensó que el único medio de pacificar la ciudad sin castigar severamente a Hus era alejar a éste de los muros de Praga, con lo que las funciones litúrgicas se reanudarían en las iglesias. Así se lo aconsejó al rebelde, y éste, apelando al supremo juez, se retiró en diciembre de 1412 a la parte meridional de Bohemia, buscando refugio y protección en los castillos de los magnates que habían abrazado resueltamente su causa. Allí, especialmente en Kozí-hrádek, donde surgirá luego la ciudad de Tabor, plaza fuerte de los husitas, se dedicó a escribir tratados en latín y en checo, copiando o traduciendo literalmente a Wyclif; predicaba en las aldeas y campos contra la jerarquía de la Iglesia y escribía cartas a sus partidarios. Su libro más importante es el De Ecclesia, con el mismo título, las mismas ideas y a veces las mismas palabras que el de su maestro inglés.

Al arzobispo Albik, que renunció a la mitra, le sucedió otro más enérgico, el westfaliano Conrado de Vechta, quien, deseando poner orden en su diócesis, celebró un concilio en Praga en febrero de 1413. Hicieron los husitas la apología de su jefe; recapituló la facultad teológica de la Universidad los principales errores de Hus sobre la Iglesia, la Escritura y la Jerarquía, pidiendo que se procediese con rigor contra los que osasen defender tales doctrinas; se hicieron otras varias propuestas y finalmente no se concluyó nada.

Menos consiguió el rey Wenceslao organizando una comisión mixta con la esperanza absurda de que los dos bandos de herejes husitas y teólogos católicos llegasen a una concordia estable.

7. Salvoconducto para el viaje a Constanza. Juan Hus se había convertido en el más ardiente apóstol de las ideas wiclefitas. El culto que se tributaba al hereje inglés en Bohemia rayaba en idolatría. Los husitas mantenían el fuego sacro mediante el frecuente comercio epistolar con los lolardos de Inglaterra. Y hablan logrado irradiar el wiclefismo hacia Moravia, Polonia, Hungría, Croacia y Austria.

Las doctrinas que propalaban y sostenían con fanatismo no se fundaban en los principios metafísicos de Wyclif; dejaban a un lado aquellas especulaciones de color panteístico y fatalista, adhiriéndose firmemente a sus opiniones eclesiológicas, en particular a su concepto de la Iglesia espiritual e invisible, constituida por solos los predestinados, con lo que arruinaban fundamentalmente la jerarquía y el magisterio eclesiástico.

Un historiador protestante resume así la dogmática husita: «Hay muchos puntos en que Hus se ha apropiado las explicaciones de Wyclif palabra por palabra: en su doctrina sobre las fuentes de la fe cristiana, sobre la naturaleza y constitución de la Iglesia, y, consiguientemente, sobre la potestad papal y el sacerdocio; en su doctrina sobre el régimen eclesiástico, la predestinación y sus consecuencias, sobre el pecado y su influjo en las instituciones eclesiásticas y civiles; en su doctrina sobre los sacramentos —a excepción del de la eucaristía, aunque también en este punto le acusaron sus enemigos obstinadamente—; en su escatología, y en sus ideas sobre la Iglesia nacional, si así se quiere interpretar la Ecclesia particularis; y, finalmente, en sus serios esfuerzos por la elevación y mejoramiento del estado eclesiástico en su patria, es él un completo discípulo de Wyclif».

Con todo, Hus pensó siempre que se hallaba dentro de la fe católica; por verdadero católico lo tenían sus secuaces, sin advertir tal vez que algunas de sus opiniones iban contra la enseñanza tradicional de la Iglesia y contra los mismos Evangelios, que ellos tanto aireaban.

No faltaban en Bohemia teólogos que desenmascarasen sus errores. Y en las universidades extranjeras, en Viena y en Paris, se hablaba mucho de la herejía salida de Bohemia; tanto, que el nombre de este reino comenzó a sonar mal a los oídos católicos.

Dolíale esto profundamente al emperador Segismundo, futuro heredero de la corona de Bohemia, pues Wenceslao no tenía descendencia, y dolíale también que el país estuviese dividido en dos partidos irreconciliables. No había más que un remedio: demostrar que Hus no era hereje. Así Bohemia recobrarla su buena fama y la escisión interna cesaría.

Era el año 1414 y en el otoño debía abrirse el gran concilio de Constanza, al que asistirían representantes de toda la cristiandad con objeto de poner fin al cisma de Occidente. ¿Qué autoridad más alta y prestigiosa para hacer una solemne declaración acerca de la discutida ortodoxia de Juan Hus?

Segismundo, de acuerdo con su hermano, envió dos caballeros checos que, en nombre del emperador, invitasen a Hus a comparecer espontáneamente en el concilio de Constanza para justificarse públicamente, y lavar así la mancha de Bohemia. Hus, que ya en 1411 había apelado al papa a un concilio universal, creyó conveniente aceptar la invitación. Presentóse en Praga para proveerse de pruebas que acreditasen su ortodoxia, y el día 26 de agosto fijó carteles en las paredes protestando su fe y diciéndose dispuesto a defender su ortodoxia delante del arzobispo y del sínodo diocesano que al día siguiente celebraría la apertura. El sínodo no creyó prudente admitirlo; el arzobispo declaró que no había recibido ninguna denuncia de herejía y que ante quien debía justificarse era ante el Papa que le había excomulgado.

Agradeció Hus al emperador Segismundo el salvoconducto que le había prometido para el viaje, y antes de recibirlo —de hecho no lo tuvo en sus manos hasta que llegó a Constanza— se puso en camino el 11 de octubre con la ilusión de que convencería de sus ideas a los Padres del concilio y los convertiría al wiclefismo. El salvoconducto, firmado en Spira el 18 de octubre, decía así: «Segismundo, por la gracia de Dios rey de romanos, siempre augusto…, a todos y cada uno delos príncipes eclesiásticos y seculares, duques, marqueses, condes… y oficiales de todas las ciudades, poblaciones, villas y lugares…, la gracia real y todo bien. Con el mayor afecto os recomendamos al honorable maestro Juan Hus, bachiller en sagrada teología y maestro en artes, portador de la presente, que se traslada del reino de Bohemia al concilio general que se celebrará próximamente en la ciudad de Constanza, y a quien hemos recibido bajo nuestra protección y tutela y la del sacro imperio, deseando que cuando llegue a vosotros le recibáis bien, le tratéis benignamente, y en todo lo concerniente a la celeridad y seguridad de su viaje, por tierra o por agua, le mostréis favorable voluntad a él y a sus sirvientes, con los caballos, arneses, bagaje y demás cosas…, sin exigirle tasa alguna, ni peaje, ni alcabala, ni otro cualquier tributo, permitiéndole a él y a los suyos sin ningún impedimento pasar, detenerse, permanecer y volver libremente cuando sea necesario y proveyéndole de salvoconducto seguro para honor y reverencia de nuestra regia majestad».

Escoltado por tres caballeros checos que Segismundo puso a su disposición y por otros amigos y admiradores que se ofrecieron a acompañarle, Hus entró en Alemania, siendo muy bien acogido especialmente en Nuremberg, y llegó a Constanza el 3 de noviembre de 1414.

8. Hus en prisiones. Noticioso Juan XXIII de la llegada de Hus a Constanza, le levantó inmediatamente (6 de noviembre) la excomunión y el entredicho; mas, a fin de evitar escándalos en el pueblo, le prohibió asistir a las funciones religiosas, así como predicar él mismo o celebrar.

Alojábase Hus en casa de una viuda (Paulsgasse, núm, 328) y escribía frecuentes cartas a sus amigos de Praga, manifestándoles sus esperanzas de salir triunfante («timent meam publicam responsionem et praedicationem»), contándoles noticias de actualidad, la gran cantidad de parisienses e italianos que se ven por la ciudad, el número respetable de cardenales que se pasean montados en sus muías, la penuria en que pronto se encontrarían él y los checos (había en Constanza cerca de 2.000), las palabras que le dijo el Papa: «Yo no puedo impedir tu proceso; son tus compatriotas los que lo promueven», etc.

Se había diferido el proceso para cuando viniese el emperador, mas las graves acusaciones que Esteban de Palecz y Miguel de Causis (Deutschbrod) presentaron contra él fueron causa de que el 28 de noviembre fuese citado ante el Papa y los cardenales. Defendióse Hus bastante bien, aseverando que prefería morir antes que errar en la fe; que, si le probaban una herejía, dispuesto estaba a retractarse y hacer penitencia. Interrogado sobre la doctrina eucarística, no dijo nada contra la ortodoxia. Pero, en vista de que, no obstante la expresa prohibición del papa, celebraba misa todos los días y discurseaba ante la multitud de amigos y curiosos que lo visitaban, ordenó el obispo de Constanza recluirlo en casa de un canónigo y luego en el convento de los dominicos (6 de diciembre).

Indignóse Segismundo cuando al llegar a Constanza se enteró de la prisión de Hus y rogó a los cardenales lo pusiesen en libertad. ¿De nada había de valer el salvoconducto imperial? Explicáronle el motivo «del aprisionamiento, que era la desobediencia del acusado, y pidiéronle permiso para instruirle al reo proceso formal, a lo que respondió el emperador que él no pretendía impedir al concilio; que procediese canónicamente contra las personas acusadas de herejía (1º de enero 1415).

Una comisión de tres prelados (el patriarca latino de Constantinopla, el obispo de Lubeck y otro italiano) recibió el encargo pontificio de examinar los escritos, en especial las tesis denunciadas, y oír los testigos. Después de la fuga de Juan XXIII, el obispo de Constanza mandó encerrar a Hus en el castillo de Gottlieben, donde permaneció desde fines de marzo hasta principios de junio. El 6 de abril entraron en la comisión examinadora, por orden del concilio, los cardenales Pedro de Ailly y Fillastre; el 17 de abril fueron creados nuevos comisarios con mayores facultades.

Después de la condenación de Wyclif y de sus escritos, solemnemente pronunciada el 4 de mayo, pocas esperanzas se podían concebir sobre el principal de sus discípulos. En favor de Hus intercedieron el 31 de mayo los nobles de Bohemia y Moravia, remitiendo a los delegados de las naciones y al mismo emperador un memorial en que decían haber sido Hus acusado solamente por odio de sus enemigos, los cuales extractaron de sus libros y lecciones algunos artículos truncados y sincopados e inventaron otros completamente falsos; por lo cual y por la deshonra que esto significa para Bohemia suplican instantemente lo pongan en libertad y escuchen despacio sus explicaciones.

Sus ruegos fueron atendidos. En los primeros días de junio, Hus fue conducido de Gottlieben al convento de los franciscanos, en el que se tuvieron por su causa algunas congregaciones generales.

9. Proceso y condenación. El primer interrogatorio tuvo lugar el 5 de junio. Antes de que Hus compareciese se leyeron pasajes de sus obras tan claramente heterodoxos, que algunos amigos del hereje, temiendo no fuese condenado en el acto, corrieron al emperador, el cual —si hemos de creer a la relación de Pedro Mladenowicz— rogó a la asamblea conciliar que primero se oyese pacientemente al reo. Conducido Hus a la congregación general, admitió como suyos los libros que le presentaron, mas luego se empeñó en justificar con interpretaciones sofisticas y con desviaciones interminables los artículos censurados.

El día 7 de junio, a las diez de la mañana, reunióse de nuevo la congregación general en el refectorio de los franciscanos, asistiendo el emperador con algunos nobles checos. Se le presentaron a Hus nuevas listas de artículos extractados de sus escritos para que respondiese taxativamente si los había defendido y si persistía en defenderlos. Esto era lo único que le importaba al concilio antes de sentenciar, pero Hus esquivaba en lo posible cualquier respuesta comprometedora. Lo que afirmó rotundamente fue que él no admitía la doctrina wiclefita de la remanencia del pan y vino en el sacramento eucarístico por más que algunos testigos de oídas depusieron en contrario.

Usó de mil subterfugios para explicar su fiel adhesión a Wyclif, ya condenado por hereje, sin que a nadie convencieran sus palabras. Tampoco supo defenderse de los testigos que le achacaban las rebeldías y violencias de sus adeptos en Praga.

Rogóle Pedro de Ailly se sometiera humildemente al concilio. En vano. El mismo emperador le aconsejó que no se empecinase más; que confesase francamente los puntos ya demostrados contra él; «y en atención a nosotros, a nuestro hermano y al reino de Bohemia, el concilio se mostrará misericordioso y sólo os impondrá ligeras penitencias; mas, si persistís en sostener con obstinación vuestras opiniones, ¡desgraciado de vos!, el concilio sabe bien lo que ha de hacer y yo declaro que no tomaré la defensa de un hereje; al contrario, si alguien se obstinase en la herejía, yo mismo arrimaría el fuego al montón de leña».

«Ilustrísimo príncipe —contestó después de agradecerle el salvoconducto—, sepa Vuestra Majestad que he venido aquí libremente no para obstinarme en ningún punto, sino para corregir humildemente los errores que se me demuestren».

Esto significaba que quería entrar en discusión con el concilio, o sea, que no admitía la autoridad de la Iglesia, y que sólo cedería ante los argumentos de la Sagrada Escritura interpretada según su juicio.

Al día siguiente, 8 de junio, tuvo lugar el tercer interrogatorio. Presentáronle 39 artículos extractados de sus obras, algunos de ellos más suaves y mitigados —según hizo notar Pedro de Ailly al emperador— que en el texto original. Al emperrarse Hus en sus ideas, reafirmando que la Iglesia es la totalidad de los predestinados; que, si un papa o un obispo cae en pecado mortal, ya no es papa ni obispo, y lo mismo se diga de un rey, volvióse Segismundo hacia la ventana y dijo al conde palatino: «No hay en toda la cristiandad hereje mayor que Hus», y dirigiéndose al reo: «Hus, nadie está sin pecado». Al salir, añadió el emperador: «Reverendísimos Padres: de tantos artículos censurados en los libros del acusado, y que él ha confesado o claramente se le han demostrado, uno solo bastaría para condenarle».

Después de esto, Hus tenía el presentimiento cierto de su muerte, y así lo escribió en varias cartas a sus amigos y partidarios de Bohemia, exhortándolos a permanecer fieles a la palabra de Dios, asegurándoles que él estaba tranquilo esperando la sentencia de muerte y confiando en Dios, que no podía abandonarle ni permitir que renunciase a la verdad o que retractase errores que le imputaban falsamente.

A fin de moverle a que abjurase y sometiese su juicio al del concilio, trataron de impresionarle echando a las llamas sus escritos, pero él escribía a sus amigos el 24 de junio que también los libros de Jeremías y de otros santos habían corrido igual suerte. Y, como perseverase en su terquedad después de nueva admonición, el 6 de julio, en la quinta sesión del concilio, fue condenado como hereje, degradado de su dignidad de sacerdote con impresionantes ceremonias en la catedral y entregado al brazo secular.

10. Hogueras en Constanza. Desde la iglesia hasta el lugar ordinario de los suplicios, que estaba en las afueras de la ciudad, se organizó una procesión de más de 3.000 soldados y de una turba innumerable. Juan Hus, vestido de sus largos hábitos negros, con una coroza de papel, en la que se veían pintados tres diablillos y una inscripción que decía: «Hic est haeresiarca», avanzaba pausadamente entre dos guardias y precedido de dos alguaciles.

En el trayecto iba repitiendo: «Iesu Christe, Fili Dei vivi, miserere mei» Cuando al llegar vio la leña, la paja y el fuego, cayó de rodillas, exclamando: «Iesu Christe, Fili Dei vivi, qui passus es pro nobis, miserere mei».

Se le preguntó si deseaba confesarse. Respondió que sí. Un sacerdote checo facultado para ello se dispuso a absolverlo, mas antes le exigió la retractación de sus errores. Hus respondió que no tenía necesidad de confesión, porque no había cometido pecado mortal. Quiso entonces predicar en alemán, pero se lo impidieron, apresurando la ejecución. Atado a un poste y rodeado de leña, respondía con nuevas protestas de su inocencia a los que le exhortaban a retractarse. Al ser envuelto por las llamas, manifestó su dolor, según un testigo, con gritos y contorsiones; según otro, cantando «Christe, Fili Dei vivi, miserere nobis» hasta que la asfixia lo sofocó.

Que una viejecita arrimase ingenuamente un leño a la hoguera y que Hus exclamase: «O sancta simplicitas», es una piadosa leyenda; como es legendario el vaticinio anunciador de Lutero: «Hoy asáis un ánade (hus en checo), pero de mis cenizas nacerá un cisne a quien no podréis asar».

El suplicio de Hus produjo en sus secuaces y en muchos fieles católicos profunda impresión. Conocidas son las palabras admirativas de Eneas Silvio Piccolomini que en seguida citaremos. La estoica fortaleza con que afrontó la muerte ha conmovido la sensibilidad de los historiadores, que más de una vez han exaltado el heroísmo de la víctima y la crueldad apasionada de los verdugos.

Heroica fue ciertamente su actitud ante la muerte. Y sería mucho más admirable si en ella se trasluciese un poco menos de presunción y un poco más de humildad. Contra los teólogos más sabios que entonces tenía la cristiandad, él solo estaba en posesión de la verdad. Pero es que no estaba él solo. Había un pueblo, una nación, su patria, que le estaba mirando con ojos anhelantes, y a la que no podía traicionar. Él mismo lo había dicho en el proceso: «Estos obispos me incitan a abjurar y retractarme, pero yo no lo haré, porque sería mentir a la faz de Dios… Y otro motivo que me impide la retractación es el escándalo que yo daría a las grandes multitudes a quienes he predicado». El fanatismo religioso y el fanatismo patriótico le cegaron, endureciendo su voluntad.

De los jueces no hay que decir sino que procedieron según el derecho inquisitorial de la Edad Media; le aplicaron la pena que se aplicaba siempre y en todas partes a los herejes. ¿Que en su conducta y en su sentencia final se mezcló la política? Tal vez, pero no de una manera sustancial y decisiva. Creemos que, con otros jueces y en otras circunstancias, el resultado hubiera sido el mismo.

Antes de un año recibía igual muerte, en el mismo lugar, uno de los más férvidos secuaces de Hus, el maestro en artes Jerónimo de Praga, caballero seglar, fogoso, violento, de grandes dotes oratorias y mal fundado en teología.

Presentóse espontáneamente en Constanza el 4 de abril de 1415, cumpliendo la promesa que había hecho a Hus de no abandonarle hasta la muerte. Viendo el mal cariz que tomaban las cosas, regresó hacia su patria; poco antes de pisar la frontera en Hirschau fue detenido por injurias al concilio y llevado preso a Constanza. Se le entabló proceso, sin que le fuera permitido comunicarse con Hus. Debilitado por la dura prisión, abjuró de todos sus errores el 11 de septiembre con fórmula escrita de su propia mano, abjuración que hubo de repetir el día 23, anatematizando los 45 artículos de Wyclif y los 30 de Hus, declarando la culpabilidad de éste, que justamente había sido condenado por sus errores, y aceptando la autoridad de la Iglesia y del concilio.

No por eso fue puesto en libertad, como querían algunos cardenales, sino que se le retuvo en prisión más suave, ya que muchos dudaban de su sinceridad, como llegasen nuevas acusaciones contra él, se recomenzó su proceso. En los interrogatorios del 23 y 26 de mayo de 1416 trató de desviar la atención de los jueces hacia la reforma de la Iglesia, perorando sobre ello con tan brillante elocuencia, que dejó al humanista Poggio deslumbrado. Y, cuando echó la culpa de estas controversias religiosas a los alemanes, enemigos del nacionalismo checo, no faltó quien se impresionase en su favor. Desesperando de alcanzar pronto la libertad, dio rienda suelta a sus sentimientos, y se expresó con tan violenta claridad, que echó a perder su causa. Desdíjose de su anterior abjuración, arrancada por el temor a la hoguera; proclamó la inocencia de Hus, doliéndose de haberle calumniado antes, y no vaciló en adherirse públicamente a las doctrinas de Wyclif, excepto en la cuestión de la eucaristía.

Como insistiese en estas declaraciones, rechazando toda propuesta de humilde sumisión, finalmente el 30 de mayo de 1416 por la mañana (en la sesión XXI) fue condenado como herético relapso y contumaz y quemado en la hoguera.

De Juan Hus y de Jerónimo de Praga escribió Eneas Silvio que habían ido a la muerte como a un festín. Ningún filósofo soportó la muerte como éstos el fuego.

11. Utraquistas y taboritas. Los «Compactata». Al llegar a Bohemia la noticia del suplicio de Hus, grandes tumultos populares estallaron en Praga. Las casas de sus adversarios fueron saqueadas, algunos eclesiásticos cayeron asesinados y otros, como el mismo arzobispo, sólo con la fuga pudieron salvar sus vidas. La reina Sofía y otras distinguidas señoras veneraron a Hus como a un mártir y como a santo se le aclamaba por las calles.

El poderoso partido husita se apoyaba en el rey Wenceslao, algún tanto receloso de su hermano Segismundo, y tenía de su parte a la nobleza, ávida de reformar la Iglesia, o sea, de apropiarse sus bienes. En septiembre de 1415 redactaron los nobles una carta de protesta contra el concilio de Constanza, llamando a Hus «varón bueno, justo y católico», y declarando hijo del diablo a quien dijese que en Bohemia pululaba la herejía. Poco después formaron una alianza con el fin de defender la libertad de predicación, oponerse a las excomuniones y no obedecer a los obispos sino cuando obrasen conforme a la Sagrada Escritura y a los teólogos de la Universidad de Praga. Esta Universidad, ganada para el husitismo, recomendó a todos la comunión bajo las dos especies (sub utraque specie, de donde vino el nombre de «utraquista»), uso introducido durante el proceso de Hus por el párroco Jacobelo y prohibido por el concilio de Constanza. El cáliz fue desde entonces como el signo distintivo y el santo y seña de los husitas, que por eso se llamaron también «calixtinos».

Favorecíales Wenceslao, a lo menos dejándoles hacer, y la liga católica que contra ellos se organizó no contaba con fuerza suficiente para reprimirlos. Cuando por fin el rey, incitado seriamente por su hermano Segismundo y por el Papa Martín V, llamó a los eclesiásticos desterrados y echó de la capital al caudillo de los husitas, Juan de Jessenicz, y a Nicolás de Pistna, conde de Husinec, otro caudillo de más prestigio y de altas dotes guerreras se puso al frente de los sectarios, iniciando su acción con un tumulto popular; se llamaba Juan Zizka y había sido chambelán de la corte.

Pasaba por las calles de Praga una procesión de utraquistas el 30 de julio de 1419 portando el cáliz, cuando de la casa del concejo partió una piedra que hirió a alguien, según se dijo; esto bastó para que los manifestantes asaltaran el palacio municipal y arrojaran por la ventana a siete concejales, matándolos atrozmente (defenestración de Praga). Actos semejantes ocurrían en otras ciudades, con incendios de conventos, violencias, pillajes. Era la señal de la terrible guerra husita, que habla de durar catorce años (1420-1434).

Wenceslao había muerto de un ataque de apoplejía el 16 de agosto de 1419. Su sucesor Segismundo, el emperador, era odiado de los husitas, que se negaban a reconocer su soberanía. En la guerra fue poco feliz.

El 1º de marzo de 1420, el Papa Martín V invitaba a todos los cristianos a emprender una cruzada contra los herejes de Bohemia, a quienes hacía fuertes el sentimiento patriótico antigermánico. El ejército cruzado de Segismundo, que puso sitio a Praga, hubo de retirarse vencido por Zizka y sus taboritas en la batalla de Witec (14 de julio).

En una colina que se alzaba a cinco leguas al sur de Praga construyó Zizka una fortaleza inexpugnable, a la que dio el nombre de Tabor, haciéndola base de sus operaciones militares. Armó como pudo a los campesinos y, rodeándolos en la batalla de cinturones de carros fortificados, los hizo sostener victoriosamente todos los ataques del ejército imperial. En 1421 conquistó, aunque ya estaba completamente ciego, la Bohemia oriental, y el 6 de enero de 1422 volvió a derrotar a sus adversarios, mientras fanatizaba a los suyos con tremenda pasión religiosa y patriótica.

No le fue fácil mantener unidos a todos los husitas, pues si los de Praga seguían generalmente un programa de moderación muy cercano al de los católicos, los de los campos eran mucho más radicales, sacando todas las consecuencias del wiclefismo. También había algunos locos adamitas que querían vivir como en el paraíso terrenal, y que fueron exterminados por Zizka a sangre y fuego. El 11 de octubre de 1424, mientras se dirigía con sus tropas en auxilio de la Moravia amenazada, murió aquel genial caudillo militar por efecto de una epidemia.

El movimiento husita se dividió y subdividió a su muerte, aunque la guerra los unió accidentalmente por varios años.

Los moderados, procedentes de Praga y de la Universidad, manteníanse fieles en lo substancial al dogma católico, mostrándose rígidos en la disciplina. Decíanse utraquistas o calixtinos y sintetizaban su programa en estos cuatro artículos, adoptados por la Universidad de Praga en agosto de 1420: 1) libertad de predicación de la palabra de Dios; 2) comunión bajo las dos especies para todos los creyentes; 3) renuncia del clero a las posesiones temporales; 4) castigo de todo pecado mortal, especialmente público.

En cambio, los taboritas, así llamados por la ciudadela Tabor edificada por Zizka, eran de un radicalismo revolucionario, influido por antiguas ideas valdenses, como que echaban abajo toda jerarquía y no admitían más ley que la ley de Cristo. Rechazaban cuanto no estuviese formalmente expresado en la Biblia; negaban la autoridad de la tradición, de los concilios, de los Padres y Doctores; no admitían más sacramentos que el bautismo y la eucaristía, ésta en sentido wiclefita; ni el culto de los santos, ni el estado monástico, ni los ayunos, ni los sufragios por los difuntos; como Wiclef, fundaban el derecho de propiedad en la gracia santificante y proclamaban que no es dueño y señor quien vive en pecado mortal. Creían poseer la fuerza espiritual que había de regenerar la Iglesia y el mundo.

A la muerte de Zizka se puso al frente de los taboritas el monje apóstata Procopio Holy el Mayor; otra facción de los mismos acaudillada por Procopio el Menor tomó el nombre de orfanitas o huérfanos, pues tales se reputaban por la muerte de Zizka.

La guerra continuaba, y desde 1427 el movimiento husita se propagaba por Silesia, Sajonia, Brandeburgo, Austria, etc. Se predicó contra ellos una nueva cruzada, yendo como legado pontificio el cardenal Cesarini en 1431, pero el ejército alemán fue vergonzosamente derrotado en Taus. Aquel mismo año murió Martín V y le sucedió Eugenio IV.

Las divisiones internas y el triste espectáculo de su patria devastada por incendios, saqueos y destrucciones fueron causa de que los representantes de los principales partidos entrasen en tratos con el concilio recientemente reunido en Basilea. Fracasaron las primeras tentativas de arreglo, pero en una segunda legación del año 1433 obtuvieron del concilio basilense varias concesiones, que al principio estimaron insuficientes, pero que luego aceptaron y firmaron en la estipulación que se llamó Compactata de Praga (30 de noviembre), casi coincidente con los cuatro artículos del programa utraquista, ya referido, limando el primero y el tercero.

Aceptaron estos Compactata los utraquistas o calixtinos, únicos que verdaderamente deseaban reconciliarse con la Iglesia, no los fanáticos taboritas.

Unidos desde entonces utraquistas y católicos, derrotaron completamente a los taboritas el 31 de mayo de 1434 en la batalla de Lipany, en la que sucumbió Procopio el Mayor. Sólo después de este triunfo pudo en 1436 entrar Segismundo en Praga y aprobar los Compactata (Iglau, 5 de julio), confirmados en enero del año siguiente por el concilio de Basilea.

LLORCA, GARCIA VILLOSLADA, MONTALBAN

HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA

Primer entrega:  LAS GRANDES HEREJÍAS ¿Qué es una herejía y cuál es la importancia histórica de ella?

Segunda entrega: La herejía en sus diferentes manifestaciones

Tercer entrega: Herejías durante el siglo IV. El Concilio de Constantinopla (381)

Cuarta entrega: Grandes cuestiones dogmáticas. San Agustín. Pelagianismo y semipelagianismo

Quinta entrega: El semipelagianismo

Sexta entrega: Monofisitismo y Eutiques.  San León Magno. Concilio cuarto ecuménico. Calcedonia (451)

 Séptima entrega: Lucha contra la heterodoxia.  Los monoteletas

 Octava entrega:  Segunda fase del monotelismo: 638-668

Novena entrega: La herejía y el cisma contra el culto de los íconos en oriente

Décima entrega: El error adopcionista

Undécima entrega: Gotescalco y las controversias de la predestinación

Duodécima entrega:  Las controversias eucarísticas del siglo IX al XI

Decimotercera entrega: El cisma de oriente

Decimocuarta entrega: El cisma de oriente (continuación)

Decimoquinta entrega: La lucha de la Iglesia contra el error y la herejía

Decimosexta entrega: Herejía de los Cátaros o Albigenses

Decimoséptima entrega: Otros herejes

Entrega especial (1era parte): La inquisición medieval

Entrega especial (2da parte): La inquisición medieval

Vigésima entrega: La edad nueva. El Wyclefismo

 

Vigésimo primera entrega:  El movimiento husita