PIADOSO LECTOR Y AMIGO
Piadoso lector y amigo,
leyendo estás desengaños;
tiende la vista a tus años
y mira cómo has vivido,
no sea que estando dormido
en el lecho de la cama,
de la noche a la mañana
pases del tiempo a lo eterno,
porque no solo el enfermo
tiene la muerte cercana.
No faltara un accidente
Para darnos muerte a pausa,
O alguna contraria causa
Para morir de repente.
¡Qué caso tan afligente
Cuando todo ande turbado!
Me veré desamparado
de parientes y amigos,
y tan solo de enemigos
allí seré circulado
Cada uno dígase así
y piense como cristiano
en aquel tarde o temprano
que a la vez ha de venir.
Nadie esta cierto en vivir,
habiendo sido mortal;
pasa lo que es temporal
con ligero movimiento;
pasa el hombre, pasa el tiempo
a lo que es eternidad.
En el tremendo momento
en que se corte mi vida,
hare mi final partida
con gran estremecimiento.
Ira mi cuerpo a su centro
o masa de donde fui,
y sepultándome allí,
en aquella cama fría,
el mundo y la fantasía
se acabaran para mí.
Me sacarán de mi lecho
en fúnebre procesión,
y, mudando de mansión,
será mi cuerpo deshecho.
Y ¿quién vera con despecho
la gravedad de este asunto,
cuando, al tocar este punto,
hasta los justos temieron,
cuando obligados se vieron
a descender al sepulcro?
Daré un paso acelerado
del tiempo a la eternidad.
¡oh reino de la verdad,
a donde seré llamado
para ser examinado
de las obras de mi vida!
Estará el alma afligida
temerosa y turbulenta,
para dar estrecha cuenta
a la Trinidad divina.
Allí comenzaré a ver
regiones desconocidas,
y cosas tan escondidas
que no pensé en conocer.
Se asomará Lucifer
con su infernal comitiva,
amenazando con ira,
con furor, rabia y fiereza,
para ver si así hace presa
de un ánima redimida.
Comenzaré a preguntar
dónde está mi ángel custodio;
me responderá el demonio,
como severo fiscal:
“¿Para qué quieres buscar
a quien no le obedeciste,
ni sus consejos oíste,
siendo tu maestro y guía?”
Oyendo esto el alma mía
quedará confusa y triste.
Y llegando a los portales
del divino tribunal,
miraré la majestad
del Señor de la verdades.
Y yo con tantas maldades
¿Cómo me presentaré,
Y que disculpa daré,
Siendo tan ingrato y vil?
No tendré más que decir:
“Pequé, gran Señor, pequé.”
En la presencia del Juez
estaré todo temblando,
cuando me esté preguntando
de mi vida, como fue.
me averiguara después
de la más mínima cosa,
que ni una palabra ociosa
podrá quedar escondida;
¡oh, que cuenta tan pulida
que tremenda y rigurosa!
Me presentaran los libros,
para mayores conflictos,
donde se hallaran escritos
mis pecados cometidos.
Me probaran con testigos
para convencerme más,
dará voces Satanás,
pidiendo de su caverna
la condenación eterna
como enemigo tenaz.
Le diré al Juez soberano:
“¡Señor, detén tu sentencia,
dilátese su paciencia,
que aunque pecador yo os amo!
¡No me dejes de tu mano,
por tu nombre ruego y pido!
¡Mira que soy redimido
con el precio de tu sangre,
no es posible condenarme
si ya estoy arrepentido!”
Y recurriendo a María
le diré con voz llorosa:
“¡Madre misericordiosa,
amparad la causa mía!
¡Reina compasiva y pía,
oye, madre, mis clamores;
no me niegues tus favores,
no me deseches, por Dios,
que el cielo te destinó
por madre de pecadores!
“¡Oh Virgen pura y gloriosa
Hija del Eterno Padre,
del Hijo divina madre
y del Espíritu esposa!
¡Como eres tan generosa,
cubridme con vuestro manto
haz vos por tu padre un tanto,
otro por tu hijo divino,
no me niegues vuestro abrigo
por el Espíritu Santo!”
“De la gloria sois delicia,
de la tierra sois clemencia,
suspende con tu presencia
los rayos de la justicia.
Acábese mi malicia
y su enorme gravedad;
prevalezca tu verdad,
reina del eterno don,
que estoy cierto en el perdón,
presentando tu beldad.
“¡Ea, pues, Señora, venid!
Nos presentemos los dos,
porque, estando junto a vos,
habrá piedad para mí.
¡Dulce madre, desde aquí
que sois toda mi esperanza
yo contare tu alabanza
con los afectos más tiernos
por los siglos sempiternos
en la bienaventuranza!”
Le diré al Juez nuevamente:
“¡Ostentad tu caridad,
no me quieras castigar
que está tu madre presente,
ya no seré delincuente,
ya no volveré a ofenderte!
¡Santo Dios, inmenso y fuerte,
criador y dueño de todo,
reprendedme de otro modo
y no con eterna muerte!”
“¡Misericordia, Señor,
os pido de corazón;
tened de mi compasión
mi Jesus y Redentor!
¡Tú moriste por mi amor
en un afrentoso leño
no permitáis mi despeño,
inmenso y divino Verbo,
duélete de vuestro siervo
mi Señor y dulce dueño!”
“No me botes al infierno,
donde no te pueda ver;
hazme en tu presencia arder
en fuego de amor eterno.
¡Padre compasivo y tierno
a tu clemencia me acojo,
y, medroso y con sonrojo,
sacaré del corazón
lágrimas de contrición
para pagar vuestro enojo!”
“¡Oh, dulce Jesus, de mi alma!,
no mires lo que pequé;
mira lo que te costé
en vuestra pasión amarga.
coronadme con la palma
de tus hijos escogidos,
que, humildes y arrepentidos,
de tu gracia consiguieron
todo lo que te pidieron,
para ser vuestros amigos.”
En fin poderoso Dios,
y vos Madre del Dios vivo,
postrado en tierra recibo
la bendición de los dos.
Confirmemos a una voz
este sello de amistad,
compuesto de la piedad,
que tanto bien me acarrea,
y que su duración sea
para toda la eternidad.
Yo os prometo desde aquí,
con la gracia y fortaleza,
el pagarte con fineza
el tiempo que te ofendí.
Ya no seré lo que fui
ya detesto el mal camino,
que me llevo al desatino
a cometer tanta ofensa,
por lo tanto mí me pesa,
Señor, Dios inmenso y trino.
En tu promesa divina
pongo toda mi esperanza,
porque tu favor alcanza
al que a ella se encamina.
Y, abrazando la doctrina
con tus santos mandamientos,
concibo en mi pensamiento,
y quiero con toda mi alma
que me alcances una palma
allá en el fin de los tiempos.
Sea bendito y alabado
vuestro nombre en las alturas
de todas las criaturas,
que vuestra mano ha creado.
Y, yo, por más obligado,
te amo con amor ferviente,
siéndote fiel y obediente,
con vuestra gracia, que espero,
a tu protección me entrego
para siempre, para siempre.
Aquí concluyo de hablarte
señor Dios Omnipotente,
prometiendo firmemente
de no volver a agraviarte.
Y, para saber amarte,
mi loca pasión detén,
para lograr igual bien
cese ya mi desvarío.
¡Yo soy vuestro y vos sois mío,
por vuestro favor, Amén!
