ARROJAR FLORES
Jesús, Amado mío,
al pie de tu calvario quiero,
todas las tardes,
arrojarte mis flores,
deshojarte mi rosa
mi rosa primavera
y enjugar con sus pétalos
tu llanto, mi Señor.
¡Arrojarte mis flores,
ofrecerte en primicia
sacrificios pequeños,
mis suspiros más leves,
mis dolores más hondos,
y mi dicha y mis penas…,
arrojarte mis flores
y mi rosa, Señor!
De tu inmensa belleza
se ha prendado mi alma
Yo quiero prodigarte
mis flores y perfumes,
por tu amor arrojarlos
sobre el ala del viento
e inflamar corazones
para ti, mi Señor.
Y cuando sufro y lucho
por salvar pecadores,
arrojarte mis flores.
Mis flores son el arma
que me da la victoria.
Te desarmo y te venzo
con mis flores, Señor.
Mis flores con sus pétalos
acarician tu rostro
y te dicen que es tuyo
todo mi corazón.
De mi rosa en deshoje
tú entiendes el lenguaje,
miras y le sonríes
a mi amor tú, Señor.
¡Arrojarte mis flores,
repetir mi alabanza
es mi única alegría,
es todo mi placer
en este oscuro valle
de sombras y de lágrimas!
Al cielo pronto iré,
con los pequeños ángeles
iré a arrojarte flores
¡mis flores, oh Señor
NOTAS – ARROJAR FLORES
Fecha: 28 de junio de 1896. –
Compuesta para: la madre Inés de Jesús para su santo (Paulina). –
Publicación: HA 98, tres versos corregidos.
Melodía: Oui, je le crois, elle est immaculée.
Todas las noches del mes de junio de 1896, Teresa y las cinco jóvenes novicias se reúnen alrededor de la cruz de granito del patio. Recogen los pétalos que han caído de una veintena de rosales y los arrojan al Crucifijo. Este rito simbólico acaba gustándole a la madre Inés de Jesús. A pesar de algunos aciertos, el texto no tiene mayores pretensiones poéticas. Su gracia virgiliana, la ternura de la expresión, el encanto de las imágenes pueden llamar un poco a engaño acerca de la fuerza real del símbolo, tan rico de por sí en el caso presente. Tal vez se sienta también excitada la sensibilidad del lector a causa de los estereotipos asociados a esa imagen de Teresa («arrojar flores», «rosa deshojada» «angelitos»), para la que este poema es uno de los lugares privilegiados. Sería una pena que esto nos llevase a despreciar una poesía que es esencial en el repertorio teresiano, tanto más cuanto que ese símbolo de arrojar flores hunde sus raíces en la infancia de Teresa (Ms A 17rº). La última etapa de toda su vida de amor la cantará nuestra carmelita en Una rosa deshojada (P 33). El anuncio floreado de su misión póstuma, «una lluvia de rosas» (CA 9.6.3) desvela -o, mejor, no debería velar- la única pretensión de Teresa para el cielo y en la tierra: amar a Jesús y hacerlo amar.
<1> Teresa cita estos cuatro versos en CA 14.9.1. La «rosa primavera» es entonces ya ella misma, a quince días de la muerte. <2> Un deseo muy antiguo en Teresa (cf Cta 74, 95, 115, 134), un gesto que se asemeja al de la Verónica (cf Cta 98). <3> Cf Ms B 4rº/vº y CA 6.8.8. <4> Es ésta la primera de las once veces que se menciona la lucha en las Poesías en las Recreaciones Piadosas hasta marzo de 1897; cf Poésies, II, p. 260. Casi todas ellas tienen miras apostólicas. Este vocabulario guerrero es un débil eco de la obra teatral de índole muy combativa El triunfo de la humildad (RP 7), que había sido representada unos días antes (21/6/1896).

