MEDITACIÓN DE LA EPIFANÍA

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DE LA VOCACIÓN DE LOS MAGOS A BELÉN

Considera lo primero, como habiendo nacido Jesús en el establo de Belén, para ser el Salvador y Redentor del mundo, quiso el Eterno Padre darle avisos a los hombres.

Empezó por los Hebreos, como pueblo suyo escogido entre todas las naciones, y por medio de los Ángeles anunció el Nacimiento de Cristo a los pastores. Ni dejó a los Gentiles, sino que por medio de una estrella llamó a los tres Magos.

Mira la bondad del Señor, no excluye a alguno de la participación de la salud, y como Sol difunde y envía sus rayos por todas partes. Dale gracias por este beneficio, de que tú también eres participante, pues en la gentilidad, llamada al conocimiento del Verbo Encarnado entras también tú a gozar de este favor. ¡Cuán grande gracia es ser hecho digno de tener la fe!

Procura tener siempre para con Dios un corazón agradecido por esta luz. Aprende también tú de lo que hizo el Eterno Padre en esta ocasión, a hacer lo mismo con tu prójimo, amar a cada uno, desear que tenga todo bien, no dejarte poseer de la envidia, no ser parcial ni aceptador de personas, sino dilatar tu corazón con la caridad a ejemplo de Moisés que decía: ¿Quién me hará esta gracia, que todos profeticen y tengan el espíritu de Dios?

Considera lo segundo, el estado miserable es que estaba la gentilidad antes de este llamamiento a la fe y conocimiento de Dios Encarnado. Adoraba infeliz las criaturas inanimadas, los animales, los hombres malvados, los demonios: estos eran pues sus dioses. No conocía al verdadero Dios que la había creado, y conservaba sepultada entre oscurísimas tinieblas en medio de las sombras de la muerte y precipitada en una infinidad de abominables pecados. Por todas maneras era un pueblo que habitaba en las tinieblas.

No dejó de fijar Dios los ojos de la misericordia sobre la gentilidad, para que viese sus miserias y el infeliz estado en que yacía.

Haz reflexión a dónde llega la malicia del pecado, a qué precipicio conduce, a qué ignorancia, a qué inefabilidad; y pondera, por otra parte, a dónde llega el exceso de la caridad de Dios, que se mueve a hacer tan grande bien a quien no ha sabido hacer sino mal.

¡Oh cuánto debería yo detestar todo pecado!, que es una espiritual idolatría, con que se prefiere la criatura a Dios; ¡y cuánto debería amar a Señor tan bueno, que aun gravemente ofendido, anda solícito por salvar a quien en indigno!

Oh si supieras imitar a tu Señor, procurando a ejemplo suyo, compadecerte de tantos infieles que viven privados de la luz del Cielo, desearles una verdadera conversión, y cooperar en cuanto pudieses, para que todos los hombres conociesen y sirviesen a tan grande Dios.

Considera lo tercero, como estos Magos eran dados a la ciencia de las estrellas o a la Astrología; y qué hizo el Señor para llamarlos a sí. Acomodóse a su inclinación, hizo aparecer de nuevo en el Oriente una Estrella, que era la señal de haber aparecido nuevo Rey.

No solamente hizo que apareciese la señal y la estrella, sino que también con secreta e interior inspiración les dio su consentimiento, hizo que lo advirtiesen y que hiciesen reflexión en lo que podía significar. Quien hizo aparecer la señal, dio a entender lo que significaba, dijo San León.

Mira como para ir a Dios es necesario que su Divina Majestad sea el que llame, el que mueva, que excite, que descubra, que encienda. ¡Oh cuánta verdad es que ninguno puede ir a Él, si el Padre Eterno no le atrae!

Por tanto, clama de corazón al Señor.

Mira también como su Divina Majestad se sirvió de nuestras inclinaciones, como se acomoda con nosotros para ganarnos con suavidad y sin violencia: pídele que lo haga así contigo y procura de hacerlo así tú con los otros, para ganarlos a Dios, como hacía San Pablo.

Por último, no hubiera sido gracia cumplida la que se hizo con los Magos hacer aparecer de nuevo una Estrella en Oriente, si no hacía, por decirlo así, nacer otra estrella interna en sus corazones: sin ésta interior la exterior no hubiera conseguido su intento.

Suplica al Señor que igualmente use contigo de esta misericordia, que te haga conocer y advertir la inspiración que te envía, para que culpa tuya no quede inútil e infructuoso el llamamiento; y en vez de corresponder, quedes obligado a pagar la pena de la ingratitud por tantas inspiraciones desobedecidas.

Finalmente, toma ánimo, clama el Señor a quien no le busca. ¿Cuánto más se dejará hallar de quien le busca y le desea? Excita en ti este deseo.