TRIDUO EN HONOR A LA INMACULADA CONCEPCIÓN – DÍA 2

PARA CELEBRAR CON FERVOR Y FRUTO LA FIESTA DE LA

INMACULADA CONCEPCIÓN

DÍA SEGUNDO

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ACTO DE CONTRICIÓN

 

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Criador, Padre y Redentor de mi alma, mi primer principio y mi último fin; en quien creo, en quien espero, y a quien amo más que a todas las cosas; confuso estoy y avergonzado de ver lo mucho que Vos habéis hecho por mí sabiendo lo poco o nada que yo había de hacer por Vos.

Vos me sacasteis de la nada, dejando en ella infinitos que os sirvieran con fidelidad; me disteis las potencias que negasteis a otros, para que las emplease en vuestro servicio, y proveísteis remedios eficaces y oportunos a mi flaca y enfermiza naturaleza en la robusta y saludable gracia de los Sacramentos. Esto y mucho más hicisteis Vos por mí; pero yo, ¡oh monstruo de ingratitud!, yo me rebelé contra Vos, valiéndome de estos favores para agraviaros; y esto sin que tenga excusa que alegar en mi favor.

Porque quise, Señor, porque quise, condescendí con la tentación; porque quise, di rienda a mis pasiones; porque quise, os ofendí. No quiero excusarme, no, que fuera añadir nuevos motivos a vuestra indignación. Mía fue toda la culpa, que a no querer ofenderos yo, no os ofendiera. Por no disgustar a mis apetitos más hediondos que de bruto, no reparé en disgustaros, anteponiendo un sucio deleite, un interés mundano, un aplauso fantástico a vuestra amistad, y atropellando con todos los fueros de la razón.

Todo esto lo confieso, Señor, en presencia de vuestra santísima Madre mi Señora, por cuya intercesión espero mi remedio en el arrepentimiento; y así digo que me pesa de haberos ofendido, sólo por ser quien sois, proponiendo emplearme todo de hoy más en vuestro santo servicio. Y para que esta mi resolución tenga más fuerza, la hago en obsequio de la misma siempre Virgen María, cuyo patrocinio imploro en este Triduo para todos los días de mi vida, y especialmente para las agonías de la última hora, diciendo con el mayor afecto de mi corazón: «María, madre de gracia, madre de misericordia, defendedme, Señora, de todos mis enemigos, ahora y en la hora de mi muerte. Amen.»

Aquí se reza tres veces el Ave María en reverencia de la pureza de la Virgen, y luego se dice la siguiente:

 

DEPRECACIÓN GRATULATORIA

 

Me alegro, Señora, y con todo el corazón me regocijo, de que la segunda Persona de la Santísima Trinidad depositase en vuestra preciosísima alma los tesoros de su infinita sabiduría, sin dar lugar a que vuestro entendimiento fuese jamás ofuscado con las sombras de la ignorancia. Me alegro de que las luces sobrenaturales con que penetrasteis los más profundos arcanos de nuestra sagrada religión, hiciesen notables ventajas a las de los Profetas todos, y a todas las de los más sabios Querubines. Me alegro de la perfectísima inteligencia con que entendisteis las Sagradas Escrituras y las voces de la divina inspiración, poniendo siempre en ejecución pronta y perfecta la voluntad del que os inspiraba.

Pero ya, Señora , que yo me alegro, más que si fueran mías propias, de todas estas gracias, y os doy por ellas millares de parabienes, tomad a vuestro cargo, que yo me haga en adelante tan dócil a la inspiración de Dios, como he sido rebelde hasta ahora. Bien sé, que nada tengo que alegaros de mi parte, que pueda inclinar vuestra clemencia; pero sí alegaré de la vuestra aquellas antiguas misericordias, que habéis usado con los que se acogieron a Vos, por una serie no interrumpida de más de veinte siglos.

Alegaré que sois Madre de miserables desvalidos, y que siendo yo el mayor de todos, en ninguno estará mejor empleada vuestra benignidad. Alegaré que de la misericordia que conmigo usareis, tomarán otros fuertes alientos para acudir a Vos como a su casa de refugio. Ea, volved, Señora, volved hacia mí esos ojos, que miran con tierna compasión a los que habitan el país de las miserias. Piadosísima sois, clementísima sois, dulcísima sois, suavísima sois para los demás; pues sedlo también para mí, haciendo que en adelante busque aquel único necesario, sin cuyo logro fuera eternamente desdichado; y recabando con el brazo de vuestro poder, que me haga dócil a las voces de la inspiración, y suspire día y noche los progresos en la virtud.

Concededme, Señora y Madre mía, estas gracias, y la que particularmente pido en este Triduo, que espero sea a mayor gloria de Dios, obsequio vuestro y bien de mi alma. Amén.

Hágase aquí con devoción y pausa la petición, a la que seguirá un acto interior de especialísima confianza en el patrocinio de Nuestra Señora, diciendo después:

Dios te salve, Hija de Dios Padre; Dios te salve, Madre de Dios Hijo; Dios te salve, Esposa del Espíritu Santo; Dios te salve, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad; que yo me regocijo de todas estas gracias, y de que hayáis sido concebida sin pecado original.

 

DESENGAÑOS

 

  1. Si no sé salvarme, ¿de qué me servirá toda la sabiduría?
  2. Si yo hubiera oído siempre la inspiración de Dios, ¿cuánto me hubiera aprovechado?
  3. ¿Qué rubor me causará en el día del juicio ver que otros con menos luces y talentos que yo, adelantaron mucho más en la virtud?

FRUTOS

 

  1. Procuraré oír la inspiración divina, diciendo con San Pablo: Señor, ¿qué queréis que haga?
  2. Atropellaré todos los respetos humanos que puedan ser impedimento a mi perfección.
  3. Trabajaré mucho en que no me robe la serenidad y paz interior cosa alguna de la tierra.

ASPIRACIÓN JACULATORIA

 

Si sabes oír a Dios,
Sabio, y muy sabio serás;
Y si esto, oh sabio, no sabes,
Tu saber es necedad.