ESPECIALES DE CRISTIANDAD – P. JUAN CARLOS CERIANI – OCTUBRE 2015

P.Ceriani---Radio

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 TEOLOGÍA DE LA HISTORIA

Formación de la Civilización Cristiana

La Revolución Anticristiana

Dedicamos los Especiales de 2015 como un homenaje a Radio Cristiandad en su 11º aniversario, y especialmente a la memoria de Don Mario Fabián Vázquez, que consagrara gran parte de estos años a la defensa y divulgación de los valores constitutivos de la Civilización Cristiana, así como a combatir el proceso revolucionario anticristiano.

***

En el hombre coexisten cuatro formalidades fundamentales, que explican las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural:

El hombre es algo, es una cosa.

El hombre es animal, es un ser sensible, que sigue el bien deleitable.

El hombre es hombre, es un ser racional, que se guía por el bien honesto.

El hombre, participando de la esencia divina, está llamado a la vida sobrenatural en comunión con Dios.

HIJO DE DIOS = formalidad sobrenatural

RACIONAL = formalidad humana o racional

ANIMAL = formalidad animal o sensitiva

ALGO = formalidad de realidad o cosa

En un hombre normalmente constituido, estas cuatro formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad:

El hombre es algo para sentir como animal

Siente como animal para razonar y entender como hombre

Razona y entiende como hombre para amar a Dios.

***

Si estas cuatro formalidades que constituyen al hombre las proyectamos socialmente, tenemos que:

A la formalidad de cosa corresponde la función económica de ejecución (trabajo manual), que cumple el obrero en un oficio.

A la formalidad de animal corresponde la función económica de dirección (el capital), que cumple la burguesía en la producción de bienes materiales.

A la formalidad de hombre corresponde la función política (aristocracia = gobierno de los mejores), que cumple el político en la conducción de una vida virtuosa de los demás hombres.

A la formalidad sobrenatural corresponde la función religiosa del sacerdocio, que se ocupa de conducir los hombre a Dios.

El sacerdocio tiene como función asegurar la vida sobrenatural del hombre, incorporándolo a la sociedad de los hijos de Dios y manteniéndolo en ella. Su dominio se extiende a todo al campo de lo espiritual; nada, que de un modo u otro tenga atingencia con el orden eterno, está sustraído a su jurisdicción.

La función política tiene como fin propio hacer virtuosa la convivencia humana. El ser humano debe vivir en sociedad para lograr su perfección; y la realización de la virtud es función propia de aquella clase social que posee la virtud y tiene en sus manos la función política. La aristocracia lleva a la realización práctica el estado de virtud, cuyo conocimiento ha aprendido de labios del sacerdote. Lo esencial a la aristocracia es la subordinación al sacerdocio, como es esencial a la política la sujeción a la teología.

La burguesía interviene en las operaciones financieras y comerciales y en la dirección de la producción. Aporta el capital.

El artesanado interviene en la ejecución de los diferentes oficios. Aporta el trabajo.

Estas cuatro funciones están articuladas en una jerarquía de servicio mutuo.

La vida del hombre ha de descansar como en primera y fundamental verdad en Dios, poseído en la divina contemplación. Hacia allí deben ordenarse totalmente todas las actividades, sean políticas, económicas, culturales o artísticas. Dios es la meta necesaria del hombre; la norma suprema y única que regula todas las acciones de su vida.

Como sin regla suprema y total no puede desenvolverse la vida del hombre, rechazar a Dios como suprema y total regla de la vida del hombre implica necesariamente colocar en su lugar otra, que será o el trabajo, o el placer, o el dinero, o el poder, es decir, una criatura.

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LAS TRES REVOLUCIONES POSIBLES

Un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico, una jerarquía de servicios. Y el orden jerárquico integra en la unidad lo múltiple: las familias se integran en la unidad de los corporaciones; las corporaciones en la unidad de la nación bajo un mismo régimen político; las naciones en la unidad de la Cristiandad por la adoración del mismo Dios.

Si el orden normal es jerarquía, la anormalidad es violación de la jerarquía y, al mismo tiempo, atomización, porque al romper la jerarquía se rompe el principio de unidad y se deja libre expansión a las causas de multiplicación, que son las inductoras de la muerte.

¿Cuántos y cuáles tipos de anormalidad son esencialmente posibles? Tres y sólo tres son las revoluciones posibles, a saber:

1ª) Que lo natural se rebele contra lo sobrenatural, o la aristocracia contra el sacerdocio, o la política contra la teología = REVOLUCION PROTESTANTE

2ª) Que lo animal se rebele contra lo natural, o la burguesía contra la aristocracia, o la economía contra la política = REVOLUCION FRANCESA

3ª) Que lo algo se rebele contra lo animal, o el artesanado contra la burguesía = REVOLUCION COMUNISTA

En la primera revolución, si lo político se rebela contra lo teológico, ha de producirse una cultura de expansión política, de expansión natural o racional monárquica y al mismo tiempo de opresión religiosa.

Es precisamente la cultura que se inaugura con el Renacimiento, y que se conoce con los nombres de:

Humanismo

Racionalismo

Naturalismo

Absolutismo.

En la segunda revolución, si lo económico-burgués se rebela contra lo político, ha de producirse una cultura de expansión económica, de expansión animal, de expansión burguesa, de expansión de lo positivo y de opresión de lo político y racional.

Es precisamente la cultura que se inaugura con la Revolución Francesa, y que se conoce con los nombres de:

Economicismo

Capitalismo

Positivismo

Animalismo

Siglo Estúpido

Democracia

Liberalismo.

En la tercera revolución, si lo económico-proletario se rebela contra lo económico-burgués, ha de producirse una cultura de expansión proletaria, de expansión materialista y de opresión burguesa.

Es precisamente la cultura que se inaugura con la Revolución Comunista, y que se conoce con los nombres de:

Comunismo

Materialismo dialéctico

Guerra al capitalismo

Guerra a la burguesía.

Revolución última y caótica, porque el hombre no afirma cosa alguna, sino que se vuelve y destruye. Destruye la religión, el Estado, la propiedad, la familia, la Verdad.

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NIHILISMO

Queda sólo una «cosa», algo que camina a la nada. El comunismo es, en definitiva, la deificación de la materia que tiende a la nada. Es la materia prima de Aristóteles que, de sí misma, no determina al ser.

DE LA CÁBALA AL PROGRESISMO

Padre Julio Meinvielle

Índice de capítulos VIII a XIII

Capítulo VIII

LA CABALA, UNA VEZ INTRODUCIDA, TRABAJA EN EL MUNDO CRISTIANO CON BOEHME, SPINOZA Y LEIBNIZ

Los precursores

Jacobo Boehme

La noción de Dios

La creación ex nihilo

La antropología

El hombre se salva a sí mismo

Juicio sobre el pensamiento de Boehme

Baruj Spinoza

Gottfried W. Leibniz

Capítulo IX

LA CABALA ACTÚA ABIERTAMENTE A TRAVÉS DEL IDEALISMO ALEMÁN

Fichte

Shelling

Hegel

Capítulo X

LA FILOSOFÍA MODERNA, EN CAMINO DE LA NEGACIÓN DE DIOS Y DE LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

  1. El principio de la inmanencia
  2. El principio de la inmanencia implica la negación del principio de contradicción y el ateísmo
  3. Descartes introduce el principio de la inmanencia como el primer principio de la filosofía
  4. Spinoza introduce la inmanencia metafísica
  5. La inmanencia metafísica y dinámica del idealismo alemán
  6. El drama del humanismo ateo
  7. Niezsche y la muerte de Dios
  8. El principio de la inmanencia en la política moderna
  9. La Revolución moderna

Capítulo XI

DIVERSOS CAMINOS MANIFIESTAN LA INVASIÓN DE LA CABALA EN EL MUNDO CRISTIANO

  1. Las líneas cabalísticas del esoterismo
  2. Las doctrinas hinduístas y el Occidente cristiano
  3. El Ocultismo
  4. La línea cabalista de la filosofía hegeliana
  5. La gnosis de la dialéctica revolucionaria comunista
  6. La línea cabalista schopenhaueriana
  7. El nihilismo de Nietzsche
  8. Freud y Jung. o la corriente psicoanalítica de la Cábala
  9. La línea cabalista de Heidegger
  10. La Cábala y la cultura de masas

Capítulo XII

LA CABALA DENTRO DE LA IGLESIA O EL PROGRESISMO CRISTIANO

  1. Relativismo en la Revelación y en la teología
  2. Se pone en cuestión el carácter histórico de la Escritura
  3. Los teólogos de la nueva teología hechos el primum movens de la Iglesia
  4. El progresismo tiende a debilitar la firme verdad de la existencia de Dios
  5. Algunos teólogos nuevos ponen en cuestión el misterio de la Santísima Trinidad y el de la Encarnación
  6. No faltan teólogos que pongan en duda la existencia de Satán
  7. Se niega el pecado original originante
  8. Se construye una imagen demasiado humana de la Persona de Cristo
  9. Se cercenan los privilegios marianos y, de modo particular, su virginidad
  10. Rebajamiento del carácter y de la autoridad de la Iglesia
  11. La nueva teología cuestiona asimismo la transubstanciación
  12. Se cuestiona el valor histórico de los relatos evangélicos, inclusive el de la resurrección del Señor
  13. El cristianismo anónimo de Carlos Rahner
  14. La justificación en Karl Barth y en Lutero
  15. Se cuestionan el cielo y el infierno
  16. Sustitución de la moral tradicional, fundada en la teología y la ley natural, por una moral fundada en la Cristología y en la situación
  17. La secularización del cristianismo, aun en los teólogos católicos
  18. Culto y oración en un mundo secularizado
  19. Algunos hechos que anticipan la nueva Iglesia secularizada

Capítulo XIII

HACIA UN CRISTIANISMO CABALÍSTICO

La esencia del error gnóstico y cabalístico

La esencia del error gnóstico expresada equivalentemente por alguna nota predominante

El progresismo de los teólogos, una primera etapa de un gnosticismo cristiano

El gnosticismo del Catecismo Holandés

El gnosticismo de Karl Rahner

El teilhardismo, una etapa plena de gnosticismo

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CAPÍTULO X

LA FILOSOFÍA MODERNA EN CAMINO DE LA NEGACIÓN DE DIOS

Y DE LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

Anteriormente hemos advertido que el corazón de toda gnosis consiste, en definitiva, en hacer de toda realidad, la divina y la humana, la buena y la mala, la verdad y el error, el sí y el no, la naturaleza y la gracia, la Iglesia y el Mundo, una única realidad, una única dimensión de la realidad. Aquí está, asimismo, el corazón de la Cabala. El Ein Sof, que por otra parte se confunde con la nada, con lo indeterminado, evoluciona y por grados más o menos insensibles se va haciendo lo más de las cosas —lo menos se convierte en más— y así se hace el universo; la naturaleza naturata sale de la natura naturans.

En la Cabala y los sistemas gnósticos pareciera haber dos procesos: primero, el uno, que se verifica en Dios mismo, en el Ein Sof, en el Pleroma. Un proceso del Ein —la nada— que se convierte en Ein-Sof —lo infinito indeterminado, las tinieblas, el Abismo, el Ungrund de Roelinie— y luego este Ein-Sof que se convierte en Ein Sof Aur, en luz, y en un Dios con atributos y personal que se desarrolla en los Sefirot —el Pleroma—. Y el proceso de este Dios —natura naturans— que se despliega luego en todo el universo hasta llegar a la materia y al mundo demoníaco -—el mundo de los Qulipolh—, la natura naturata. Pero en este único o doble proceso hay una única realidad emanante y emanada, divina y humana, espiritual y material. Por esto, toda creatura, y el hombre particularmente, es divino en lo profundo de su ser.

Es claro que pareciera dominar la duplicidad del proceso o triplicidad de los procesos. Porque primeramente hay un camino de la nada al ser, de las tinieblas a la luz, y luego de la luz a las tinieblas, y por fin, en el retorno, de las tinieblas de nuevo a la luz, al Pleroma. Pero siempre hay una única realidad que evoluciona.

Por tanto, Dios y el mundo se componen de una única realidad; Dios no es trascendente al mundo, sino inmanente. Al rechazar la creación, el mundo lejos de venir de la nada absoluta, viene de la sustancia de Dios. Por esto, la creación, lejos de ser creación, es generación, y Dios sale de Dios y se constituye en Dios. Ahora bien, un Dios que constituye al mundo, y que antes de constituirlo sale él mismo de la nada, es perfectamente inútil. Por esto, en la total inmanencia de Dios en el mundo, Dios es inútil y el ateísmo se impone. Y, por el contrario, el ateísmo implica la total inmanencia de Dios en el mundo y la divinización del hombre, que es por otra parte, como hemos visto, también una idea abiertamente expresada en la Cabala y en todos los sistemas gnósticos. De aquí que estudiar el ateísmo de la filosofía moderna, es estudiar la inmanencia de Dios en el hombre y por lo mismo la divinización del hombre. Estudiar el principio de la inmanencia equivale por lo mismo a estudiar el ateísmo de la filosofía moderna y la divinización de la creatura.

  1. El principio de la inmanencia

El principio de la inmanencia es una adquisición típicamente moderna. «Mientras hasta el Renacimiento las afirmaciones de ateísmo (y las afines de monismo, panteísmo, naturalismo…) eran la consecuencia de una «reducción» o rebajamiento del hombre al común denominador ontológico de la materia y el ser del hombre venía reducido a una u otra forma de elemento o principio de la naturaleza, el pensamiento moderno —y su ateísmo— en cambio, se constituye precisamente mediante la reivindicación de la originalidad del hombre frente a la naturaleza». Es decir, que antes del Renacimiento eran ateos los que negaban la trascendencia del hombre sobre la materia y la naturaleza, mientras que después del Renacimiento, por el contrario, son ateos quienes afirman dicha trascendencia. «La reivindicación está expresada por el nuevo principio de la inmanencia, o sea de la elevación del ser del hombre al cogito, o sea de la reducción del actuarse del ser al actuarse del cogito.

Así, la verdad no es, como para el ateísmo clásico naturalista, un simple volverse del hombre a la naturaleza, sino que brota de la posibilidad del hombre que se presenta como libertad de ser.

Es decir que en el ateísmo moderno hay una divinización del hombre, mientras que en el antiguo había un rebajamiento y una materialización del mismo. Por ello, Fabro puede añadir que esta positividad del nuevo ateísmo (sea el mismo marxista o existencialista o neopositivista o pragmatista…) está expresado en el ambicioso epíteto de «humanismo» que los ateos de la época moderna reivindican especialmente a partir de Feuerbach.

  1. El principio de la inmanencia implica la negación del principio de contradicción y el ateísmo

«La tesis de la implicancia del ateísmo en el principio de la inmanencia no es ciertamente nueva: importa retener firmemente la profunda afinidad que circula en los sistemas más opuestos del pensamiento moderno y que es la razón del combate que se traba entre los mismos. Racionalismo y empirismo, deísmo, sensismo, criticismo, idealismo, fenomenismo, positivismo. . . con los otros sistemas menores que se pueden indicar, constituyen las etapas de la autenticación del cogito. Es verdad que en la resolución atea del cogito el materialismo parece expresar un evidente desentono y un patente contrasentido, y por esto, el ala racionalista e idealista refutó siempre como indigna la calificación de ateísmo. Pero después de la obra de Nietzche, Feuerbach y Sartre, tal desdén se ha hecho siempre más raro y se puede decir que hoy ha desaparecido completamente entre los filósofos: hay que admitir que esto constituye una contribución notable de honestidad y claridad en el campo especulativo.

Para entender el principio de inmanencia y sus implicancias hay que partir del hecho de que «la filosofía moderna ha constituido sin duda la más audaz tentativa del espíritu humano, que es la autofundación y formación del pensamiento en sí mismo. El pensamiento, el cogito, se ha erigido en principio primero y único, de donde ha de salir toda realidad. Pero el pensamiento humano es vacio. Tiene que alimentarse con el ser y la realidad que le viene de fuera. Pero el pensamiento, una vez alimentado con la realidad de fuera, puede imaginar esta realidad de muy diversas maneras y según infinitas combinaciones. Puede crear estas combinaciones, entes de razón, que respetan o no el principio de contradicción.

La idea no supone necesariamente el ser. Esto lo ha visto lúcidamente Santo Tomás contra San Anselmo. La idea de Dios implica la existencia de Dios, enseñaba San Anselmo. Porque «sabido lo que significa este término, Dios, en el acto se comprende que Dios existe porque con este nombre expresamos lo más grande de cuanto se puede concebir, y más grande será lo que existe en el entendimiento y en la realidad que lo que existe en el entendimiento».

Pero Santo Tomás responde: «Aun supuesto que todos entiendan por el término Dios lo que se pretende, no por eso se sigue que entiendan que lo designado por ese nombre exista en la realidad, sino sólo en el concepto del entendimiento» (Suma, 1, 2, 1, ad 2).

Es decir que de la idea, de la idea pura, no se puede pasar al ser. No porque uno tenga la idea de una cosa se sigue que esa cosa exista. Es un principio de sentido común que a la gente se le hace evidente cuando reflexiona y cae en la cuenta de que no, porque sueña tener una fortuna, la tiene en efecto. La idea del hombre, la idea sola, no crea nada ni produce nada. Para llegar a la realidad de Dios hay que partir de otra realidad, de la realidad de la existencia del mundo. Si el mundo no es capaz de darse existencia ha de existir un Dios que saque esa existencia de la nada.

Pero el pensamiento moderno erige el pensamiento, el cogito en fuente creadora. Luego, Dios no es necesario. El pensamiento basta para crear al mundo. Si la realidad del mundo no es independiente y anterior al pensamiento, tampoco hay que buscar la explicación de esa realidad mundana y del pensamiento. En consecuencia, Dios no existe. El principio de la inmanencia implica el ateísmo.

En rigor, también puede decirse que implica la asimilación del ser y de la nada, o sea, la asimilación de los contradictorios, o del ser y el no ser. Ya que la inteligencia humana en cuanto tal, puede, aunque no con coherencia lógica, concebir como compatibles ambos términos, así como puede hacerse la noción de un círculo cuadrado.

Porque la inteligencia depende del ser, como enseña Santo Tomás, pero debidamente aplicada. Puede determinarse por un ente de razón como por un ser real, o sea engañarse o ilusionarse.

Si la inteligencia puede tomar como realidad lo que no es realidad y como no realidad lo que en verdad lo es, puede con más razón ignorar al Ser por excelencia o negarle. La afirmación intelectual de la existencia de Dios está necesariamente conectada con el conocimiento intelectual de los primeros principios de la inteligencia porque es en virtud de estos primeros principios y únicamente por ellos, que el hombre se ve constreñido intelectualmente a admitir la existencia de Dios. Al no tener el hombre intuición del ser en común y menos del Ser en sí, su conocimiento de Dios es necesariamente mediado y por vía de resolución en los primeros principios.

De aquí que toda la filosofía moderna, que se rige por el principio de inmanencia, sea una filosofía distorsionada, contra naturam, ya que fracasa en la tarea elemental de darnos a conocer a la creatura y al Creador.

  1. El drama del humanismo ateo

Henri de Lubac publicó un libro con este título, donde daba cuenta de las corrientes del ateísmo en el proceso de inmanencia iniciado por Descartes y consumado en el idealismo alemán. El verdadero autor de la corriente ateísta en el siglo xix es Hegel, quien por vez primera habla de la muerte de Dios.

Feuerbach sacó consecuencias de la dialéctica de la conciencia de Hegel y demolió esta dialéctica. Fue el gran anillo de unión entre Hegel y la corriente revolucionaria de Marx. Hegel muere en 1831 y casi en seguida se produce el gran debate con respecto al problema de Dios que divide a la izquierda de la derecha hegeliana.

«Para explicar el mecanismo de esta teogonía, Feuerbach recurre al concepto hegeliano de alienación. Pero mientras Hegel lo aplicaba al Espíritu Absoluto, Feuerbach, invirtiendo la relación de la «idea» a lo «real», lo aplica al hombre de carne y hueso.

La alienación, según él, consiste en el hecho de encontrarse el hombre desposeído de algo que le pertenece por esencia en provecho de una realidad ilusoria. La divinidad le pertenece al hombre, y he aquí que éste, sabiéndose privado de la misma, la proyecta en un ser exterior, en un sujeto fantástico, se inventa la idea de Dios.

Por un mismo acto despoja al mundo de lo que contiene y lo traslada a Dios. El hombre pobre cree en un Dios rico… y afirma en Dios lo que niega en sí mismo».

Para Feuerbach entonces «la esencia del hombre es el ser supremo … Si la divinidad de la naturaleza es la base de todas las religiones, comprendido el cristianismo, la divinidad del hombre es el objetivo final… El punto clave de la historia será el momento en que el hombre tomará conciencia de que sólo el Dios del hombre es el hombre mismo. Homo homini Deus».

Feuerbach había querido dar por título a La Esencia del Cristianismo, que es la primera de sus obras, el lema de su idea esencial: Gnothi seavton, conócete a ti mismo. El hombre era la verdadera divinidad. La gnosis se hallaba perfectamente cumplida y consumada en el materialismo sensista de Feuerbach.

En su tiempo, Feuerbach produjo una verdadera revolución.

Engels ha hablado de la extraordinaria impresión de liberación que experimentarían muchos de los jóvenes de su generación, en noviembre de 1841, en la lectura de la Esencia del Cristianismo. «El entusiasmo fue general… Todos nos convertimos inmediatamente en feuerbachianos». Pero el gran discípulo y admirador de Feuerbach fue Carlos Marx, quien ha dejado estampada en La Sagrada Familia su admiración, y así escribe: «La crítica absoluta, que jamás ha salido de la jaula de la concepción hegeliana, se enfurece aquí entre los barrotes de los muros de su prisión… Pero ¿quién ha descubierto el misterio del sistema? Feuerbach. ¿Quién ha destruido la dialéctica de los conceptos, la guerra de los dioses, lo único que los filósofos conocían? Feuerbach. ¿Quién ha puesto, no ciertamente la significación del hombre —¡como si el hombre pudiera tener otra significación además de la de hombre!— sino «el hombre» en lugar del viejo baratillo, incluso de la «autoconciencia infinita» ? Feuerbach y solamente Feuerbach».

Pero el Dios de Carlos Marx no debía ser el hombre individual de carne y hueso, sino la clase social despojada, la de los proletarios, que, en una lucha de muerte debía despojar a la clase burguesa del poder del dinero y del gobierno y erigir la sociedad perfecta y divina de la humanidad. El comunismo de Marx se presentaría como la verdadera realización concreta del humanismo y de la divinidad del hombre. Allí el problema humano encontrará solución completa. «Este comunismo, como un naturalismo completamente desarrollado, es igual a naturalismo y es la genuina solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y el hombre —la verdadera solución de la lucha entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la propia consistencia, entre la libertad y la necesidad, entre lo individual y la especie. El comunismo es la solución del enigma de la historia y el conocimiento de haber logrado esta solución».

«Y la religión de los trabajadores, escribía Marx, es sin Dios porque busca restaurar la divinidad del hombre».

  1. Nietzsche y la muerte de Dios

Nietzsche, de alguna manera, quedó impresionado por Feuerbach.

La religión sería el resultado de un desdoblamiento psicológico.

Dios no sería otra cosa que el espejo del hombre. Y la religión no sería sino un caso de alteración de la personalidad humana.

Y en el cristianismo este proceso de envilecimiento alcanzaría un grado extremo. «La muerte de Dios» había tenido una interpretación correcta en la teología tradicional, tanto católica como protestante. Pero con Hegel había comenzado a tomar otro acento. En Nietzsche ya traduce una opción. «Ahora, dice Nietzsche, nuestro gusto decide contra el cristianismo y no los argumentos».

Es un acto y acto tan neto y brutal como el de un asesino.

La muerte de Dios no es sólo para él un hecho terrible, sino que es querido. Si Dios ha muerto, «nosotros le hemos matado». Somos los asesinos de Dios». Pocas páginas se han escrito tan tremendas y tan patéticas como aquellas en que Nietzsche describe el anuncio de la muerte de Dios. En la Gaya Ciencia aparece el loco con su anuncio inusitado de la muerte de Dios.

El loco. «Quizás hayan oído hablar del loco que, en una soleada mañana, encendió una linterna y corrió a la plaza del mercado gritando sin parar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Por allí había mucha gente que no creía en Dios y les produjo un gran regocijo oír al loco. ¿Qué pasa, se ha perdido? dijo uno. ¿Se ha extraviado como un niño? dijo otro. ¿Acaso se esconde? ¿Está asustado de nosotros? ¿Quizá haya emprendido un viaje por mar? ¿Habrá emigrado? decía la gente chillando y riendo alborotadamente.

El loco se plantó en medio de ellos y los atravesó con la mirada. ¿A dónde se ha ido Dios? gritó. ¡Ahora voy a decirlo! ¡Lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos asesinos! Pero, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos sido capaces de beber en el mar? ¿Quién mordió la esponja que nos ha permitido borrar el horizonte entero? ¿Qué hicimos al separar la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿Hacia dónde nos dirigimos nosotros? Lejos de todos los soles? ¿Acaso no avanzamos sin parar? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No andamos descaminados, como si vagáramos por la nada infinita? ¿No alienta el espacio vacío sobre nuestras cabezas? ¿No hace más frío? ¿No es cierto que la noche avanza continuamente, cada vez más oscura? Tendremos quizá que encender linternas en pleno día. ¿No oímos el ruido de todos los sepultureros que están enterrando a Dios? ¿No advierte nuestro olfato la putrefacción divina? Porque los dioses mismos están sujetos a ella. ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue estando muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿De qué modo nos consolaremos nosotros, los más abyectos de los asesinos? Lo más santo y lo más alto que el mundo ha tenido hasta ahora, ha derramado hasta la última gota de sangre bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará en nosotros la mancha de esa sangre? ¿En qué agua nos lavaremos? ¿Qué lustros, qué fuegos sagrados tendremos que inventarnos? ¿No deberíamos convertirnos en Dios sólo para hacernos dignos de él? ¡Jamás ocurrió nada de mayores proporciones, y con relación a ello todos los que nazcan después de nosotros pertenecerán a una historia más alta que cualquiera de las anteriores!

Al llegar aquí, el loco guardó silencio y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también estaban callados y lo miraban con sorpresa.

Al final tiró su linterna, de modo que se rompió y dejó de alumbrar. «Llego demasiado pronto», dijo entonces, «no he venido en momento oportuno». Este acontecimiento prodigioso está todavía en camino; no ha llegado todavía a los oídos de los hombres.

El rayo y el trueno, la luz de las estrellas y las hazañas tardan un tiempo en ser vistos y oídos. Esta acción, por ahora, está más alejada de ellos que la estrella más lejana —y sin embargo, ¡son ellos quienes la han llevado a efecto!—. Se dice que después el loco se encaminó hacia varias iglesias aquel mismo día y que dentro de ellas entonó el Requiem aeternam Deo. Cuando se le invitaba a salir y a dar una explicación, siempre respondía: ¿Qué otra cosa pueden ser ahora estas iglesias sino las tumbas y mausoleos dedicados a Dios?

  1. El principio de la inmanencia en la política moderna

El principio de la inmanencia que pone en el hombre mismo al Creador y que por lo mismo diviniza al hombre, al tiempo que seculariza y humaniza a Dios, debía dar un contexto secularizado y humanizado a todo un movimiento gnóstico y cabalístico que se venía operando en Occidente, y del cual dimos cuenta ya al ocuparnos de Juan Scoto Eriúgena y de Joaquín de Fiore. De este movimiento se ocupa particularmente uno de los pensadores más advertidos en política de la actualidad, en su valioso libro «The New Science of Politics», Eric Voegelin.

Eric Voegelin arranca de la Civitas Dei de San Agustín, que había dedivinizado el mundo pagano y había creado los fundamentos sanos de la Cristiandad, que se mantuvieron mil años en la sociedad occidental, para ser luego alterados por la intromisión de elementos gnósticos y cabalísticos que volvieron a redivinizar, aunque en contexto secularizado, la sociedad.

El planteo de Eric Voegelin. El choque entre los diversos tipos de verdad en el Imperio romano acabó con la victoria del cristianismo. La desacralización de la esfera temporal del poder fue el resultado inevitable de la misma. Ya hemos adelantado que los problemas de representación específicamente modernos tendrían relación con una redivinización del hombre y de la sociedad. Estos dos términos necesitan especialmente una más extensa definición, dado que el concepto de la modernidad, y con él, la periodización de la historia, dependen del significado que se dé a la redivinización. Por ello, debe entenderse por desacralización el proceso histórico en que la cultura del politeísmo murió de atrofia y la existencia del hombre en la sociedad se reordenó, a través de la experiencia del destino del hombre y por la gracia de Dios que trasciende al mundo, hacia la vida eterna en visión beatífica… la redivinización moderna tiene más bien su origen en el mismo cristianismo y se deriva de componentes que fueron eliminados como heréticos por la Iglesia universal. Habrá que concretar con mayor precisión la naturaleza de esta tensión interna del cristianismo.

En la vida de la Iglesia hubo, en los primeros siglos, algunos fermentos cabalísticos que especulaban con una nueva especulación y apocalipsis dentro de la historia. Pero esto fue rechazado firmemente por los Padres y Doctores y definitivamente en la Civitas Dei de San Agustín. Este abandonó claramente la creencia en el milenio como fábula y audazmente declaró que el reino de los mil años será el reino de Cristo en su Iglesia en el presente siglo que debía continuar hasta el juicio final y el advenimiento del reino eterno en el más allá.

La concepción agustiniana de la Iglesia, sin cambio sustancial, permaneció efectiva hasta el final de la Edad Media. La expectación revolucionaria en la Segunda venida, que había de transfigurar la estructura de la historia en la tierra, fue descartada como «ridicula1′. . . La sociedad cristiana única quedó articulada en los órdenes espiritual y temporal. En su articulación temporal aceptaba la «conditio humana» sin fantasías kiliásticas, pero a la vez sublimaba la existencia natural con la representación de su destino espiritual por medio de la Iglesia… La Iglesia en cuanto representación históricamente concreta del destino espiritual del hombre encontró su paralelo en el Imperio romano como representación históricamente concreta de la temporalidad humana.

«La sociedad cristiana de Occidente se articulaba, pues, en los órdenes espiritual y temporal, con el Papa y el Emperador como sus representantes supremos tanto en el sentido existencial como en el trascendental. De esta sociedad, con su sistema establecido de simbolos, surgieron los problemas específicamente modernos de la representación con la nueva aparición de la escatología del Reino .. . Joaquín de Fiore, cuya concepción hemos estudiado ya 88 rompe la concepción agustiniana de la historia e introduce un nuevo reino del Espíritu dentro de la historia misma hacia donde converge todo el devenir histórico».

«Como variación de este símbolo son reconocibles la periodización humanística y enciclopedista de la historia en antigua, medieval y moderna; las teorías de Turgot y Comte sobre la sucesión de las fases teológica, metafísica y científica; la dialéctica de Hegel sobre los tres estadios de la libertad y plenitud autorefleja; la dialéctica marxista con sus tres fases del comunismo primitivo, la sociedad de clases y el comunismo final, y por último, el símbolo nacional-socialista del Tercer Reich. . . S9.

«El segundo símbolo es el del caudillo. Cobró realidad inmediata en el movimiento espiritual de los franciscanos, quienes vieron en San Francisco el cumplimiento de la profecía de Joaquín. Las especulaciones del Dante sobre el «Dux» de la nueva edad espiritual vinieron también a reforzar su eficacia. Luego es identificable en las figuras paracléticas, los «homines espirituales» y «homines novi» del final de la Edad Media, el Renacimiento y la Reforma; puede discernírsele como uno de los componentes del «príncipe» maquiavélico; en el período de la secularización surge de nuevo en los superhombres de Condorcet, Comte y Marx, hasta llegar a dominar la escena contemporánea con los dirigentes paracléticos de los nuevos reinos» 40.

El tercer símbolo es el del profeta de la nueva era . . . Por ello el profeta gnóstico o, en las últimas fases de la secularización, el intelectual gnóstico es un elemento de la civilización moderna 41.

El cuarto símbolo es la fraternidad que se realiza en la historia con el descenso del Espíritu Santo. Joaquín concebía la nueva edad como fraternidad de monjes; los puritanos como iglesias de santos y ‘el misticismo marxista como un reino de la libertad sin la compulsión del Estado.

La estructura de la historia queda cambiada. «El movimiento de la historia no se realiza en ciclo, como expusieran Platón y Aristóteles, sino que adquiría dirección y destino. En la elaboración de su visión teórica, San Agustín distinguía entre la esfera profunda de la historia en la que los imperios se levantaban y caían y una historia sagrada que culminaba con la aparición de Cristo y el establecimiento de la Iglesia. Además situaba la historia sagrada en una historia trascendental de la Civitas Dei que incluía los acontecimientos de la esfera evangélica y los del sábado eterno trascendental. Sólo la historia trascendental, incluyendo el peregrinaje de la Iglesia, tenía dirección hacia un cumplimiento escatológico. La historia profana, por otra parte, no tenía tal dirección; era un esperar para el fin; su modo presente de ser era el saeculorum senescens, una edad que envejecía.

Con la especulación joaquímica, el proceso histórico se inmanentiza y saca de sus mismas entrañas una edad nueva del Espíritu.

«La idea de un cumplimiento radical inmanente creció más rápidamente en un largo proceso que puede ser llamado «del humanismo al Iluminismo»; sólo en el siglo xvni con la idea del progreso, tuvo crecimiento la significación en la historia y se hizo un fenómeno completamente intramundano, sin irrupciones trascendentales.

Esta segunda fase de inmanentización puede ser llamada de «secularización»».

La inmanentización de un objetivo cristiano se seculariza porque se da en el contexto de negación de Dios que hemos estudiado más arriba en este mismo capítulo. Eric Voegelin advierte que en esta historia inmanentizada se da un tñdos histórico que dirige la marcha de la historia y el resultado es una interpretación progresista de la historia, que puede asumir la forma de una utopía, como en el caso de Santo Tomás Moro, o de las varias formas de idealismo que sueñan con la abolición de la guerra y de la desigual distribución de la propiedad, del miedo y de la necesidad o finalmente pueden vestirse en una total transfiguración revolucionaria del hombre como en el marxismo.

Eric Voegelin muestra cómo esta inmanentización de un eschaton cristiano —un estado de perfección ideal, realizado dentro de la historia, aunque sea secularizado— se opone a la fe cristiana, que es un asentimiento intelectual a la palabra de Dios y descansa en cambio en una «falsa experiencia, en una iluminación o gnosis, que debe ser históricamente ligada con los antiguos sistemas gnósticos o cabalistas». «La experiencia gnóstica —escribe Voegelin— ofrece un firme asidero y es una expansión del alma al punto de que Dios es dibujado en la existencia humana. Esta experiencia puede comprometer las facultades humanas, y de aquí, en efecto, es posible distinguir varias clases de facultades gnósticas de acuerdo a la facultad que predomina en la operación de alcanzar a Dios.

La gnosis puede ser primariamente intelectual y asumir la forma de una penetración especulativa del misterio de la creación y de la existencia, como por ejemplo, en la gnosis especulativa de Hegel y de Schelling. Puede ser primeramente emocional y tomar la forma de una habitación de la divina sustancia en el alma humana, como por ejemplo en los líderes de las sectas paráclitas. O puede ser primariamente volicional y tomar la forma de una redención activista del hombre y de la sociedad, como por ejemplo en los activistas revolucionarios como Comte, Marx o Hitler».

Y aquí añade Voegelin una advertencia muy importante: «Estas experiencias gnósticas, en la amplitud de su variedad, son el centro de la redivinización de la sociedad4** porque los nombres que caen en estas experiencias se divinizan a sí mismos sustituyendo cada vez más la fe en el sentido cristiano por los modos pasivos de participación en la divinidad46.

Las experiencias gnósticas que alimentan al hombre de hoy, experiencias secularizadas, son el humanismo, el ilummismo del siglo de las luces, el progresismo, el liberalismo, el positivismo y el marxismo. Y finalmente, con su prodigioso avance desde el siglo xvn, la ciencia puede llegar a ser, está uno inclinado a decir inevitablemente, el vehículo simbólico de la verdad gnóstica. En la especulación gnóstica del cientificismo esta variante particular alcanza su punto extremo cuando la perfección po si ti vista de la ciencia reemplaza la era de Cristo por la era de Comte. El cientificismo ha quedado como una de los movimientos gnósticos más fuertes de la sociedad occidental; y el orgullo inmanentista de la ciencia es tan fuerte que aun las ciencias especializadas han alcanzado un sedimento distinguido en las variantes de salvación por la física, economía, sociología, biología y psicología.

  1. La Revolución moderna

Con la inmanentización del eschaton cristiano dentro del curso mundano de la historia —lo cual es típicamente gnóstico o cabalista, como hemos advertido— la sociedad se convierte en cambiante y revolucionaria. Eric Voegelm estudia con detención el caso de los puritanos, que fueron sin duda los primeros revolucionarios gnósticos que lograron el dominio político de una nación. Con ellos, la Revolución triunfa en la sociedad occidental, rechazando el destino sobrenatural del hombre que se aseguraba en la Iglesia Católica dando lugar primero a una expansión naturalista del hombre, y luego a una liberal que será seguida luego por la expansión comunista.

La Revolución Británica es la primera revolución de un país que en su totalidad entra en la sociedad revolucionaria de la modernidad. Por esto, Isaac Ddsraeli, padre de Benjamín, conde Beaconsfield, comienza la vida de Carlos I publicada en 1851 con estas palabras: «Estaba predestinado que Inglaterra había de ser la primera de una serie de revoluciones que todavía no está terminada».

La revolución inglesa fue hecha por los puritanos, que eran «gnósticos revolucionarios, empeñados en la lucha por la representación existencial que tuvo como resultado el derrocamiento del orden social inglés, el control de las universidades por los puritanos y el reemplazo de la ley común por la ley escriturística. Hooker comprendió perfectamente lo que hoy no se entiende acerca de que la propaganda gnóstica era acción política y no la búsqueda de la verdad en el sentido teórico. Con sensibilidad infalible diagnosticó el componente nihilístico del gnosticismo en la creencia puritana de que su disciplina, siendo el absoluto mandamiento del Dios todopoderoso, debía ser recibida como de lo alto; aquí estribaba el peligro mayor». En la cultura política del tiempo era harto claro que el gobierno, no los súbditos, representaba el orden de la sociedad.

La revolución gnóstica de los puritanos procedía, a su vez, de la formulación sistemática operada por Calvino en sus Instituciones, que con ellas había creado un Corán gnóstico.

Después de esta primera gran revolución habían de venir otras, la francesa, la rusa y la mundial, operadas todas ellas con la misma estructura y configuración, con los mismos métodos y por los mismos poderes. A este respecto, las obras de Nesta H. Webster, World Revohítion, The plot against civilization y Secret Societies and subversive movements son definitivas para demostrar que el proceso está afectado por una total dependencia de un foco central que hay que situar principalmente en la Cábala. La Revolución Mundial procedería de este foco y tendría como objetivo fundamental la destrucción del poder de la Iglesia Católica romana y de su obra civilizadora, es decir, de la civilización cristiana. Este intento cabalístico se habría perpetrado a través de las sectas gnósticas como los albigenses, los templarios, el ocultismo y en la edad media y edad moderna a través de las innumerables sociedades secretas que, a su vez, impulsan los movimientos comunistas y anárquicos. El peligro judeo-masónico-comunista no sería sino la ejecución, en el plano práctico y político, de la Cábala. Para el conocimiento de estos planes y de su realización hay que acudir a los autores expertos en la materia como Barruel, Cretineau-Joly, Dom Benoit, Drummont, Deschamps, Mons. Jouin, Henri Fordt, León de Poncins, Henry Costón, Pierre Virion, Mauricio Carlavilla y tantos otros.

CAPÍTULO XI

  1. La línea cabalista de la filosofía hegeliana

Hemos mostrado en el capítulo nueve cómo Hegel es un autor típicamente gnóstico. El famoso sistema no es sino una gnosis con el vocabulario de la filosofía alemana. Con la muerte de Hegel en 1831, el sistema se rompe en pedazos. Por un lado, la famosa derecha hegeliana y por el otro la aún más famosa izquierda. Los distintos sistemas gnósticos no indican sino lineamientos generales que luego cada autor va a llenar y determinar según sus gustos y preferencias.

Así pasa también con Hegel. Ya en vida de Hegel, Herbart, en 1822, había advertido sobre la profunda contradicción que atravesaba todo el sistema hegeliano del derecho. «Hegel, decía, quiere reconciliar lo inconciliable, esto es, el monismo espinocista y la libertad kantiana». Pero la verdadera división se iba a establecer, después de la muerte del gran filósofo, con motivo de la polémica en torno de la religión. «La escuela hegeliana se dividía entonces, como el parlamento francés, en una derecha que aplicaba la idea de la unidad de la naturaleza divina y humana, considerando toda la historia evangélica como auténtica historia; a ésta pertenecían Goschell, Garbler y Bauer; en un centro que cumplía aquella aplicación tan sólo en parte, en el sentido de la derecha, al que pertenecía Rosenkranz; y una izquierda representada por Strauss, que la aplicaba en el sentido de no considerar enteramente como historia al relato bíblico».

La izquierda no hacía sino resaltar la posición gnóstica de Hegel, que consideraba la vida divina manifestándose en las grandes personalidades históricas, pero de ningún modo plena y absolutamente, y como el grado más alto que podía ser alcanzado por la persona humana en el de la propia conciencia en una unidad propia en Dios. Jesucristo habría poseído esta conciencia en grado que ningún otro mortal tubo. Detrás de Strauss, Feuerbach y Marx debían llegar a posiciones más radicales, pero siempre dentro de la línea gnóstica o acentuando sus caracteres.

Los momentos de la dialéctica hegeliano-comunista como una trasposición profana de los misterios cristianos. Para comprender a Marx hay que comprender a Hegel, y para comprender a Hegel hay que comprender los misterios más profundos del cristianismo.

Porque tanto Hegel como Marx no han hecho sino trasponer los misterios cristianos: el primero en un plano filosófico, y el segundo en un plano económico social.

El cristiano eleva su mirada hacia un Dios trascendente, infinitamente trascendente. Aunque reconoce que con su presencia Dios se hace inmanente en las creaturas, sabe que su modo especialísimo de ser —Ser subsistente— está fuera y por encima de todo lo creado. Dios —plenitud de ser— no ha creado al hombre por una necesidad intrínseca de complementarse sino por un acto completamente gratuito de la sobreabundancia de su bondad.

El Dios trascendente, plenitud de Ser, sin mezcla de finitud o imperfección, encierra en su Deidad dos comunicaciones de su misma esencia: una, por vía de inteligencia; otra, por vía de amor —dos procesiones—, la del Verbo y la del espíritu. Pero ellas se cumplen en la inmanencia de la Divina Esencia. El Padre ingénito desde la eternidad engendra al Hijo, comunicándole su mismísima esencia y el Padre y el Hijo dan procedencia al Espíritu Santo por vía de amor. El misterio de la Trinidad es el misterio más augusto e impenetrable de todos los misterios. Pero hay otro misterio también augusto e impenetrable, y es el de la Encarnación del Verbo: «Y el Verbo —el Logos— se hizo carne». Cierto que Dios se basta a sí mismo y no tiene necesidad de la creatura. Sin embargo se comunica libremente a ella. La comunicación más grande se realiza en Cristo. El Hijo, la Segunda Persona, sin dejar de ser Dios toma en unidad de persona la naturaleza humana. El Hijo se hace hombre. En el misterio de la Encarnación, dos naturalezas, la divina y la humana se unen en la misma persona. San Pablo nos describe este misterio como la negación de Dios y así nos dice en la Carta a los filipenses, 2, 5: «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios; antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló, obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre».

En esta enseñanza de San Pablo hay que poner atención especialmente en este «se anonadó», que en latín la Vulgata traduce por «exinanivit», se hizo nada, y el original griego por ECCUTÓV éxé-

VWCTEV, se vació. Porque de aquí procede toda la interpretación teológica falsa que había de introducir el luteranismo, y que influiría sobre Hegel para la creación filosófica de la dialéctica que, como hemos señalado, descansa de modo particular sobre el principio del «segundo momento», el de la «antítesis» o «negación», o «contradicción», o «alienación».

San Pablo, cuando habla de este «anonadamiento», o «vaciamiento» de Cristo, no lo hace ontológico como si Cristo dejara de ser Dios y se hiciera otra cosa, sino simplemente quiere llamar la atención de los cristianos sobre el ejemplo de humildad que nos dio Jesús, el cual siendo Dios se mostró como un simple hombre escondiendo la gloria y el poder de la divinidad.

La doctrina cristiana adulterada por el luteranismo. Estos dogmas cristianos van a ser adulterados por el movimiento protestante que nació en la reforma de Lulero.

El catolicismo mantenía una actitud especulativa y sapiencial de los misterios cristianos. Los consideraba en sí mismos, en su realidad «especulativa». Pero con Lulero comienza un movimiento teológico de la acción y del conocimiento práctico. Los dogmas no interesan como verdades en sí, verdades objeto de pura contemplación, sino como verdades para nosotros, y en cuanto se refieren a nuestra justificación. Lutero presla atención a lo que él llama Theologia crucis, en contraposición a la Theologia gloriae. El aspecto metafísico de la Cristología tampoco le interesa, pero sí su aspecto dramático. Poco le importa que Cristo tenga dos naturalezas: en cambio le interesa que haya venido a tomar nuestros pecados y a darnos su justicia. Y así también concibió de una manera práctica lo que los teólogos llaman la communicatio idiomatum, es decir, el hecho de que a un sujeto concreto único, Cristo, Verbo Encarnado, puedan aplicársele indistintamente las propiedades de la naturaleza humana y de la naturaleza divina. «Dios murió por nosotros», se dice y con propiedad. Y ello en virtud de esta «communicatio idiomatum» sin que ello signifique que haya sufrido y muerto, en cuanto Dios, en su Deidad. Sufrió y murió en su humanidad, la cual es creada y pasible, pero como esta humanidad pertenece a la Persona Divina del Verbo, legitimo es afirmar que Dios —la Persona Divina del Verbo— ha sufrido y muerto en la Cruz.

Lutero, en cambio, comienza a entender esto de que «Dios se hizo hombre y pecado» en Jesucristo como si se efectuara «un cambio» de las virtudes y de la situación de las dos naturalezas tomadas como realidades concretas. Dios, tomando en Jesús nuestras debilidades y aun tomando nuestro pecado, pero atribuyéndonos su Justicia, y después, ulteriormente, su Gloria 44.

Este defecto de rigor especulativo y de consideración sapiencial va a determinar que aquel texto del Apóstol a los Filipenses en que se habla de que Dios se anonadó, se interprete como si Dios al encarnarse se despojara de sus atributos de esencia divina, de su inmutabilidad, y adquiriese condiciones creaturales. Se inicia entonces un movimiento teológico que va a culminar en lo que se conoce como la teología de la Kenosis, y en la cual los teólogos protestantes de los siglos xvni y xix van a sostener que el Locos tiene facultades para limitarse en cuanto a su ser y actividad y que en la carrera de Cristo en la tierra la divinidad ha estado limitada, y así la «‘communicatio idiomatum» se interpreta como »Logos non extra carnem nec caro extra Logos»; a saber, como si el Verbo no tuviera ser fuera de la humanidad y la humanidad fuera del Verbo.

Debajo de estos errores puramente teológicos hay en el luteranismo un error fundamental filosófico proveniente del nominalismo.

El nominalismo no tiene una noción exacta sobre el ser, que se predica no unívoca sino analógicamente de los distintos seres que lo realizan diversamente. Dios es el Ser por esencia, y la creatura es ser por participación. Hay una predicación analógica.

La diversidad del ser permite su unidad. En cambio, en el nominalismo el ser es unívoco, de modo que hay, diríamos, una única masa de ser que se distribuye, parte a unos seres, parte a otros; parte a Dios y parte a las creaturas. No hay dos modos esencialmente diversos de poseer el ser —en el caso de Dios, Ser por esencia, y en el caso de la creatura, ser participado y derivado de Dios— sino una única manera, de donde se sigue que lo que tiene Dios no lo tiene la creatura y lo que tiene la creatura no lo tiene Dios.

La filosofia de la univocidad del Ser tiende a oponer la creatura con el Creador; tiende a extremar la trascendencia divina sobre la creatura, como si para exaltar a Dios hiciera falta humillar y despreciar a la creatura.

La gnosis hegeliana. Sobre esta teología adulterada elabora Hegel su sistema filosófico. Hoy está suficientemente comprobado que Hegel recibió una fuerte impregnación de teología luterana.

Paul Asveld, en su excelente estudio La pensée religieuse du jeune Hegel, afirma que «Hegel no adhirió nunca a la ortodoxia luterana, aunque fue literalmente asediado por ella».

Todo el fondo del sistema de Hegel es profundamente teológico.

Después de los estudios de Nohl, Dilthey, Enrico de Negri, Jean Wahl, Hippolite, Asveld, Grégoire, nadie duda al respecto. El dominico Georges M. M. Cottier ha hecho una demostración de esta tesis en las primeras cien páginas de L’Athéisme du Jeune Marx, que causa una impresión de sobrecogimiento.

Y en efecto, todo el sistema de Hegel está construido sobre la noción de Entausserung que los autores traducen por el término alienación. Enrico de Negri en su excelente artículo L’elaborazione hegeliana di temí agostiniani, dice de entausserung: «El automovimiento de la idea o del espíritu absoluto o del sistema en tanto que el sistema se desarrolla o debería desarrollarse sobre un terreno limpio de toda impureza».

Este término entausserung es la forma sustantivada de la palabra hat sich selbs geeussert con que Lulero traduce de la Vulgata aquel «se anonadó» de San Pablo a los filipenses de que hablamos más arriba.

Así como en la Encarnación, interpretada en la doctrina de la kenosis, el Logos se vacía de la divinidad y se reviste de la humanidad para ser exaltado en la comunidad de la Iglesia por el Espíritu, así en el sistema hegeliano, el Logos, el Espíritu se va vaciando en diferentes figuras hasta alcanzar su completa realización en el Espíritu Absoluto, que comprende lo infinito y lo finito, la identidad de la identidad y de la no identidad.

En este proceso que cumple el Logos podemos considerar un doble movimiento, un movimiento de negación, de alienación, en que el Logos se va despojando de toda trascendencia, y un segundo movimiento, negación de la negación o apropiación —aufheben— en que el Logos se apropia en su inmanencia de la divinidad representada en la anterior trascendencia.

Primer movimiento, la negación. Aquí tenemos que considerar que Dios se hace Cristo, Menschwerdung, se encarna, entendido como una acción o devenir incesante, o mejor, «Dios se identifica con la historia, que es un continuo proceso de revelaciones, manifestaciones, encarnaciones. Aquí tenemos el sentido de la fenomenología del Espíritu, que se desarrolla en sucesivas figuras» 54.

En estas sucesivas figuras Dios muere, o sea que la muerte de Cristo es la negación, lo que en Hegel constituye el alma vivificadora del movimiento.

La muerte de Cristo —alienación— es también mediación, porque una figura nos hace llegar a una figura superior y así a través de la serie de figuras llegamos al saber absoluto. Las figuras que son negación del Logos, el otro del Logos, son también su negación.

Pero Hegel quiere negar primeramente un Dios trascendente; por esto, en este proceso de entausserung, kenosis, que se cumple en la totalidad del sistema hegeliano, se va realizando una serie de alienaciones. Hegel rechaza al Dios trascendente de la tradición judeo-cristiana, se ensaña con el Dios de Abraham. Y en la célebre figura del amo y del esclavo, el amo es el Dios trascendente y el esclavo es la conciencia; pero el esclavo acabará por ser amo de su amo, cuando logre reabsorber la divinidad en la imanencia de la conciencia.

El segundo movimiento de la entausserung. El primer movimiento, la negación de la entausserung, no constituye sino un primer tiempo de un movimiento circular. A la pérdida sucede la reapropiación; a la escisión, la reconciliación; a la negación, la negación de la negación. Al anonadamiento de que nos habla el Apóstol sucede la exaltación de que también nos habla. La negación suprime y conserva. Se niega la divinidad como trascendente, pero se la conserva en la inmanencia.

En resumen, que Hegel toma del misterio cristiano de la Trinidad la idea de proceso o procesión, la cual, aunque en buena teología no implica movimiento ni cambio, Hegel la toma como si fuera un automovimiento. ¿De dónde saca Hegel esta idea de automovimiento que se desarrolla en tres momentos? La saca del misterio de la Encarnación, entendido malamente a través de la teología de la Kenosis, como si el Logos se transformara en la humanidad de Cristo para luego transformarse ésta, en su pasión y muerte, en la exaltación de la Iglesia. Esta confusión y simplificación de los más altos misterios cristianos la traslada desde el plano de la teología al de la filosofía, al del «concepto». En el concepto se ha reabsorbido toda trascendencia y el concepto es sujeto que se automueve y se autocrea. El concepto es causa sui, no sólo con relación a sus propias determinaciones, sino que él es la efectividad.

El movimiento dialéctico interno era ya un juego de lo mismo y de lo otro. Pero también el Logos debe tener su otro, la natura.

Natura y Logos son así los dos momentos de una unidad dialéctica, pero esta victoria no puede perdurar porque señalaría la victoria de la dualidad y de la escisión. A su vez, Logos y natura son suprimidos» en el espíritu. El Logos evoluciona a través de la natura en el espíritu, que es identidad de la identidad y de la no identidad.

El espíritu se realiza históricamente en el arte, la religión y la filosofía, Dios se confunde con la historia. Y como la historia es la humanidad andando, Dios se confunde con la vida de la humanidad, con el devenir humano, vale decir que se va realizando a través de la praxis filosófica.

  1. La gnosis de la dialéctica revolucionaria comunista

Los tres momentos de la dialéctica de Hegel son una transformación en el plano de la razón humana de los misterios cristianos y, en especial, del misterio de la Encarnación falsamente entendido. Resulta así una perversa teología, y una perversa filosofía.

Los otros misterios de la Trinidad, de la Encarnación, de la Pasión y Muerte del Señor y de la vivificación de la humanidad en el Cuerpo Místico por el Espíritu Santo, son utilizados para construir un sistema ateo y evolucionista que convertirá la filosofía moderna en una divinidad, en una gnosis atea y peligrosa. Se llama gnosis, en sentido peyorativo, todo sistema que racionaliza los misterios cristianos. Es la gran herejía que trata de destruir al cristianismo desde el primer momento de su existencia y que persevera bajo diversos nombres en todas las edades cristianas. A pesar de todo, la gnosis hegeliana no será de todas las posibles la más peligrosa. Hegel mantiene la superioridad del espíritu sobre la materia. Puede discutirse la legitimidad con que Hegel admite esta superioridad del espíritu. Porque en rigor, al constituirse la dialéctica por la contradicción y por la negatividad como por su elemento esencial y constitutivo, está movida no precisamente por el ser sino por la nada. No tiende en consecuencia hacia arriba, hacia el Espíritu, sino hacia abajo, hacia la materia. Sin embargo, aunque puede cuestionarse la coherencia del sistema de Hegel, el hecho es que en él el Espíritu tiene la primacía. Marx, en cambio, con su famosa inversión de la idea en lo económico-social, creará una gnosis más perversa y revolucionaria al llevar al plano de la vida de los pueblos y de las sociedades humanas este cristianismo gnóstico como factor de disolución social. El cristianismo, en efecto, sustancialmente desfigurado y sosteniendo este engendro terrible que es el comunismo ateo de Carlos Marx y de Lenin. Hemos visto cómo Marx mantiene como pieza esencial de su sistema la de proceso, cambio y movimiento. Nada hay estable, todo es puro proceso.

Esta idea la toma de Hegel, el cual a su vez, en su transposición sacrílega, la toma de las procesiones que se cumplen en la inmanencia de la Trinidad.

Este proceso se desenvuelve en los tres grandes momentos de afirmación, negación y negación de la negación. La de Hegel es una dialéctica que se desenvuelve con ritmo triádico. Este sistema está tomado, también, como hemos explicado, del misterio cristiano de la humillación de Cristo. En la Encarnación, cuando el Verbo se hace Hombre, hay una afirmación, el Verbo, hay una negación —el hombre—, y una negación de la negación o superación —que es Cristo exaltado sobre todo lo creado—. Marx va a llevar estos tres momentos de la dialéctica al plano de la historia actual de la humanidad.

El punto central del sistema de Marx está constituido por lo que se llama la gran ley de la historia, o la profecía de Marx y que consiste, en definitiva, en el paso dialéctico del capitalismo al comunismo. Esta ley tiene tres momentos culminantes. Primer momento, la humanidad del comunismo primitivo, cuando por la falta de división del trabajo, y debido al carácter primitivo de la técnica, no hay posesión privada de los medios de producción. En la concepción marxista es éste un comunismo puramente «negativo», «pobre», «vacío», algo así como la «idea» de la lógica de Hegel. Para enriquecerse, para pasar de lo vacío a lo lleno y rico, esta humanidad tiene que alienarse, perderse; así como la «idea» de la lógica, antes de llegar a la riqueza del Espíritu Absoluto, tiene que pasar por todas las fases de la naturaleza y de la historia.

Y el factor de enriquecimiento, lo constituye la negación o contradicción. El hombre no puede enriquecerse con el progreso técnico si no se niega y se aliena. En realidad, Marx no asigna la razón de la necesidad de esta alienación. ¿Por qué el hombre del comunismo primitivo no pasa directamente y en un proceso continuo al hombre del comunismo con alto progreso técnico sin necesidad de pasar por la etapa del trabajo alienado de la época de la esclavitud, del feudalismo, y del capitalismo? Marx no asigna ninguna razón de esta necesidad. La impone el juego dialéctico.

Y, ¿por qué la impone el juego dialéctico con su movimiento triádico? Tampoco asigna Marx, como no asigna Hegel tampoco, ninguna razón. La herencia cristiana, de la cual no ha podido desprenderse el mundo moderno, aun en la época más profunda de sus aberraciones, está alimentando y sosteniendo un pensamiento que, de otra suerte, se agotaría en un puro nihilismo.

Pasamos al segundo momento de la dialéctica comunista, cuando la humanidad, cuya ‘esencia la constituye el trabajo social, se aliena o pierde por la propiedad privada de los medios de producción.

Este segundo momento tiene una larga y accidentada trayectoria histórica que recorre en el régimen de la esclavitud, en el régimen feudal y finalmente en el régimen del capitalismo. El progreso técnico determina la división del trabajo, la cual, a su vez, trae como consecuencia que ciertos hombres propietarios de los medios de producción sometan al trabajo a los que están privados de dichos medios. La sociedad se convierte en dos clases irreconciliables, la de los explotadores y la de los explotados, que en la fase actual del desarrollo dialéctico la constituyen burgueses y proletarios. Cada una de estas clases constituye a la otra dialécticamente y, a su vez, se opone a la otra y lucha y combate contra la otra.

La tragedia del drama cristiano en que el Verbo-Dios se entrega a la gran humillación de tomar nuestra humanidad pasible y de hacerle recorrer los diversos pasos de una pasión accidentada y colmada de oprobios, encuentra su correspondiente paralelo en la masa trabajadora de la humanidad —esclavos, siervos y proletarios— que con sus sufrimientos y sus luchas entabla el gran combate para liberar a la humanidad.

Esta alienación económica determinada por la propiedad de los medios de producción, ha de engendrar a su vez otra alienación en el plano social, político, filosófico y religioso. La infraestructura económica determina y engendra también la superestructura. El hombre que se siente esclavo ante el patrón, su amo, en el régimen burgués, se siente también, por una alienación puramente imaginativa, esclavo ante su amo, un Dios trascendente, sobre todo el de la tradición judeo-cristiana. Y el hombre, el proletario, no ha de entablar su lucha a muerte contra el patrón económico, su amo, si no la entabla primeramente contra su amo religioso —el Dios de la religión— pues para vencer la alienación que lo tiene perdido necesita tener confianza en su poder creador, lo cual no sería posible mientras esté acobardado y apocado poniendo su confianza en un Creador fuera de sí. Para que el proletario tome conciencia de su poder creador, de su propia vida y de la historia, debe autoconvencerse de que sólo él es su divinidad para sí mismo, de que el hombre es la esencia suprema del hombreB6 y por consiguiente como otro Prometeo debe exclamar «odio a todos los dioses» y hacer suyas las palabras del mismo Prometeo a Kermes, el mensajero de los dioses: «Jamás cambiaré mis cadenas por el servilismo del esclavo. Mejor es estar encadenado a una roca que obligado al servicio de Zeus» 67. Por aquí se ve que el ateísmo —la guerra a la religión— constituye un elemento esencial e inseparable del comunismo de Marx.

Y así podemos comprender el tercer momento de la dialéctica comunista, el de la negación de la negación, cuando el proletariado, pertrechado de la teoría revolucionaria del socialismo científico, entabla su lucha despiadada contra el mundo que él llama burgués, y que lo es en gran parte, ya que por efecto de la revolución anticristiana, la antigua ciudad católica que floreció en el medioevo se ha transformado en la sociedad cristiana aburguesada del mundo occidental. El comunismo sostiene que en este tercer momento el proletariado ha de obtener una victoria aplastante sobre la burguesía y que, después de un proceso laborioso, ha de instaurarse finalmente la ciudad mundial comunista. Así como el Verbo se humilla y obtiene la victoria sobre el pecado, así el proletariado redentor humillado salva a la humanidad.

De este comunismo, dice Marx en su famoso Manifiesto de 1844: «El es la genuina solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, y ‘entre el hombre y el hombre, la verdadera solución de la lucha entre la existencia y la esencia, entre objetivación y propia afirmación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie. El comunismo es la solución del enigma de la historia, y la conciencia misma de ser esta solución».

Así, la afirmación de la humanidad, su pérdida en el capitalismo y su recuperación y salvación en el comunismo, responde a la versión profana y económico-social del misterio cristiano de la Encarnación, de aquel «se anonadó» de San Pablo a los filipenses.

El proletariado adquiere los atributos de mesianidad que en el cristianismo corresponden a Cristo, el Salvador, y la ciudad del trabajo comunista es la versión marxista del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

El materialismo histórico de Marx es, con toda verdad, una gnosis operativa de la Revolución Anticristiana.

  1. El nihilismo de Nietzsche

Con Nietzsche nos encontramos de vuelta con el pesimismo total. «¡Ay, el hombre vuelve eternamente! ¡El hombre pequeño vuelve eternamente! Un día vi desnudos al hombre más grande y al más pequeño: demasiado parecidos el uno al otro; demasiado humanos, aún el más grande.

¡Demasiado pequeño el más grande! Esto fue lo que me asqueó en el hombre. ¡Y también la eterna vuelta del más pequeño! Esto fue lo que hizo que me asqueara todo lo existente.

¡Ay!, ¡asco! ¡Asco! ¡Asco! ¡Asco! ¡Asco! Así habló Zaratustra suspirando y estremeciéndose, porque se acordó de su enfermedad».

Si Nietzsche, con Schopenhauer, hace de la voluntad la esencia del ser, voluntad de vida, voluntad de querer, voluntad de poder, la voluntad es la fuente originaria del ser. No hay que preguntarse por un fin exterior a esta voluntad originaria; no tiene sentido preguntar: ¿por qué, de dónde y para qué? El devenir y el placer eterno de la voluntad no tiene nada que pueda trascenderla.

«Piensa en este instante, continué; desde este pórtico del momento parte hacia atrás una larga calle eterna; detrás de nosotros queda una eternidad.

«Todo lo que puede correr, ¿no tiene que haber recorrido esta calle? Todo lo que puede suceder, ¿no se habrá verificado, no habrá sido y pasado ya? Y si todo ha sido ya, que piensas tú, enano, de este momento? Este mismo pórtico, ¿no debe haber estado aquí ya otra vez?».

Retorno por tanto al monismo cósmico del ev xai itav según el cual hay una completa compenetración de ser y voluntad.

No sólo ya el insostenible teísmo, sino el panteísmo trascendental y sin sentido. Schepenhauer y Nietzsche aceptan en sustancia la crítica de Feuerbach al idealismo teológico con una leve modificación: la teología no es antropología, sino antropologismo.

No hay ninguna duda de que la negación de Nietzsche no tenía un sentido radical; Dios ha muerto, no tan sólo el Dios del cristianismo, aunque éste lo estaba de modo especial, sino también ha muerto Buda y han muerto todos los dioses de cualquier tiempo y religión. Se trata por lo tanto de una afirmación y de una comprobación en la historia del espíritu: de éste, que en la edad moderna se ha desembarazado de Dios y de la religión, que el hombre moderno se ha exorcizado de lo divino de modo radical. . .

Nietzsche hace el balance del hombre moderno y proclama como Feuerbach y la izquierda hegeliana, como Schopenhauer, que en el hombre moderno no hay ya puesto para Dios. Pero a diferencia del pensamiento quietista de Schopenhauer, Nietzsche quiere llenar este vacío dejado por Dios, el puesto de Dios no puede quedar vacante; y a esto tiende la doctrina del «superhombre» que forma el tema de Así hablaba Zaratustra.

Es claro que esta voluntad de potencia que anima al superhombre de Nietzsche en realidad tiene su fundamento y significado en la actuación de la voluntad de la Nada, ya que no se cierra en ninguna cosa determinada sino que es un devenir de una cadena sin fin de cosas movidas eternamente por la necesidad. La vida de los seres humanos y de todos los seres no tiene ningún sentido. Es el nirvana absoluto. Un infierno nirvánico. El nihilismo total. El hombre es una estructura de muerte. Nietzsche tiene conciencia de la dramaticidad que plantea a su generación y así dice: «No valía la pena sacrificar a Dios mismo por crueldad para consigo mismo y adorar las piedras, la estupidez, la gravedad, el destino, la nada. Sacrificar a Dios a la nada, este misterio paradojal de suprema crueldad, estaba reservado a la generación presente; de ello algo sabemos todos».

  1. Freud y Jung, o la corriente psicoanalítica de la Cábala

El instinto nirvánico que atraviesa las obras de Schopenhauer y de Nietzsche, invade igualmente el psicoanálisis de Freud y de Jung. Freud, en 1920, ha estudiado con cierta prolijidad el instinto de muerte en relación con la libido o instinto del placer en Más allá del principio del placer.

Sabido es que Freud se mueve dentro de la evolución darwiniana y que así imagina un estado evolutivo en que la vida habría surgido de la no vida. Y de aquí que diga: «Si como experiencia, sin excepción alguna, tenemos que aceptar que todo lo viviente muere por fundamentos internos, volviendo a lo inorgánico, podremos decir: La meta de toda vida es la muerte. Y con igual fundamento: lo inanimado era antes que lo animado». Y más adelante insiste: »El instinto de conservación, que reconocemos en todo ser viviente, se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida instintiva sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte».

Así se establecía, en opinión de Freud, una lucha u oposición entre los instintos de conservación, derivados del instinto de placer, y el instinto de la muerte, que procedería del estado originario de los seres inanimados. «Los instintos del yo proceden de la vivificación de la materia inanimada y quieren establecer de nuevo el estado inanimado». Y no se crea que este instinto de muerte puede ser secundario, sino, por el contrario, Freud estima su carácter dominante y fundamental en toda la vida psíquica del hombre.

«El haber reconocido como la tendencia dominante de la vida psíquica, y quizá también de la vida nerviosa, la aspiración a aminorar, a mantener constante o a hacer cesar la tensión de las excitaciones internas, el principio de nirvana, según expresión de Bárbara Low), tal y como dicha aspiración se manifiesta en el principio del placer, es uno de los más importantes motivos para creer en la existencia de instintos de muerte».

En este estudio, Freud sostiene que al principio la naturaleza humana era muy diferente. «Primitivamente, dice, hubo tres sexos; tres y no dos, como hoy en día; junto al masculino y al femenino vivía un tercer sexo que participaba en igual medida de los otros dos. . .». También estos seres humanos eran dobles; tenían cuatro pies, cuatro manos, dos rostros, genitales dobles, etc. Mas Júpiter se decidió un día a dividir a cada uno de ellos en dos partes, como suelen dividirse las peras para cocerlas». «Cuando de este modo quedó dividida en dos toda la naturaleza, apareció en cada hombre el deseo de reunirse a su otra mitad propia, y ambas mitades se abrazaron, entretejieron sus cuerpos y quisieron formar de nuevo un solo ser». Freud anota aquí que estas ideas sobre el mito platónico las debe al profesor Heinrich Gomperz, de Viena, y que se halla en el Brihad-Aranyaka-Upanishad. Pero es claro que estas ideas son también de la Cabala, aunque no con los detalles del mito platónico, sino simplemente del Adán primeramente celeste, que luego se hizo andrógino. La distinción entre macho y hembra coexistiría aun en Dios, según el cabalista Abulafia 78. Henri Serouj^a añade que «Adán, reflejo fiel del Adán superior o primordial, debió como su modelo unir en él el doble principio de macho y de hembra. Fue creado primitivamente andrógino, el hombre y la mujer estaban ligados dorso con dorso; Dios separó la mujer y la llevó a Adán, de modo que pudieron verse cara a cara’”

Si Freud debe ser vinculado por el instinto nirvánico de su doctrina con la corriente cabalística, Jung lo ha de ser con mucha mayor razón. En rigor, este psiquiatra famoso propone un sistema de ideas que supera el campo puramente psicológico y alcanza la metafísica y la teología. En Respuesta a Job encontramos la sistematización completa de su pensamiento.

Jung parte de un Dios que se «encuentra en contradicción consigo mismo, y esto, además, de manera tan total, que Job está seguro de encontrar un Dios protector y un abogado contra Dios mismo; un Jahvé. . . que es una antinomia, una total contradicción interna» 81, antinomia que «es el presupuesto necesario de su tremendo dinamismo, de su omnipotencia y de su omniciencia»; un Yahvé amoral y con ataques de ira devastadores; un Dios inconsciente, con tres cuartos de animalidad y sólo un cuarto de humanidad, de un comportamiento insoportable». No hace falta decir que aquí aparecen las ideas consabidas de la Cabala, de Boehme y de los gnósticos.

Este Dios contradictorio, injusto y malo, se va acercar «con la jojma hebrea», con la idea de Sofía, o Sapientia Dei, un pneuma de naturaleza femenina 8B; un pneuma cosmogónico que atraviesa el cielo y la tierra y todas las creaturas 86; con carácter de «modelador del mundo, de maya»; lo que va a determinar un status de transformación de Jahvé, transformación que se operaría ante el fracaso del intento de pervertir a Job que habría experimentado el mismo Jahvé.

Así como habría una analogía entre Adán y Yahvé, la habría asimismo entre Satán, el hijo de Dios, y Caín y la serpiente.

Adán habría tenido una escabrosa relación con lilith, que es la correspondencia satánica de la sabiduría. Satán es un embaucador y un aguafiestas, que se complace en organizar incidentes desagradables. No se ve claro hasta qué punto representa Eva a la sabiduría ni hasta qué punto representa a Lilith. Pero Adán posee la prioridad en cualquier aspecto. Eva salió secundariamente del costado, y por ello viene en segundo lugar.

En la idea de creación «de la nada» encontramos igualmente reminiscencias cabalísticas y de Scoto Eriúgena. «Cuando Yahvé, dice Jung, creó el mundo sacándolo de la «nada», no pudo hacer otra cosa que introducirse secretamente a sí mismo en la creación, cada parte de la cual es él mismo». Y recalca más adelante esta misma idea. «Estas indicaciones y prefiguraciones de la Encarnación pueden parecer a algunos totalmente ininteligibles o superfluas, ya que toda la creación, que salió ex nihílo de Dios, no consta de otra cosa más que de Dios, y por ello el hombre lo mismo que toda creatura, es Dios objetivado».

De la creación sale un mundo en que, al igual que en Dios su autor, dominan la injusticia, el engaño, la inmoralidad y la contradicción.

Pero ahora, al decidir Yahvé encarnarse, no es el mundo el que debe transformarse sino Dios que quiere transformar su propia esencia. Y ahora la humanidad no ha de ser aniquilada sino salvada. Ahora no han de ser creados nuevos hombres, sino sólo uno. El masculino Adam secundus no ha de brotar inmediatamente de las manos del creador, como el primer Adán, sino que ha de nacer de una mujer humana. Esta es la Eva segunda, que tiene la prioridad, y no sólo en un sentido temporal, sino también en un sentido sustancial96. «Es nada menos que una transformación revolucionaria de Dios; representa algo parecido a lo que significó en un tiempo la creación, es decir, la objetivación de Dios».

Esta transformación de Dios significa la victoria de Job sobre los arrebatos y la inmoralidad de Yahvé. «Job tenía mayor altura moral que Yahvé. La creatura había superado al Creador en este aspecto». En Cristo la divinidad alcanza su esencia humana, es decir, el momento en el que Dios tiene la vivencia del hombre mortal, y experimenta aquello mismo que él hizo sufrir a su fiel siervo Job» «.

Con la transformación de Yahvé en Cristo acaece la separación histórica, definitiva por el momento, de Yahvé de su tenebroso hijo. Satán ha sido desterrado del cielo y ya no tiene ocasión de convencer a su Padre a que se lance a empresas problemáticas.

«Este acontecimiento podría explicar el porqué Satán, siempre que aparece en la historia de la encarnación, tiene una función tan secundaria que no guarda semejanza con su anterior relación de confianza con Yahvé». «A raíz de esta relativa coartación de Satán, Yahvé se ha identificado con su aspecto luminoso y se ha convertido en un Dios bueno y en un padre amoroso».

«La actuación inmediata y continua del Espíritu Santo en los hombres llamados a la filiación divina significa de jacto una encarnación progresiva. Cristo, como hijo engendrado por Dios, es el primogénito, al que sigue toda una serie de humanos nacidos después de él… El hombre tiene una íntima relación de confianza con Dios como Padre y con Cristo como «hermano». Estas transformaciones radicales en el status humano son directamente causadas por obra de la redención de Cristo .

Después de esta breve exposición de la tesis de Jung no es necesario aclarar que hay en este autor una teogonía, una cosmogonía, una antropogonía en nada diferente de las de los antiguos gnósticos y misterios. La única novedad que hace valer Jung es la fuerza del inconsciente y del arquetipo en que se traducirían estas magnitudes simbólicas de Yahvé, Satán, Cristo, Eva y María.

Jung concede «al arquetipo cierto grado de autonomía, y a la conciencia cierta libertad creadora, correspondiente a su grado de conciencia. De aquí surge una interacción mutua entre dos factores relativamente autónomos, y esto nos obliga, en la descripción y aplicación de los fenómenos, o presentar unas veces a un factor y otra al otro como el sujeto actuante; esto ocurre cuando Dios se hace hombre. La solución que ha venido dando hasta ahora ha eludido esta dificultad reconociendo un solo hombre-Dios, Cristo. Pero la inhabitación de la tercera persona divina, es decir, del Espíritu Santo, en el hombre, origina una cristificación de una cantidad de hombres; y entonces surge el problema de si estos hombres-dioses lo son totalmente».

Hay en Jung, como se ve, una naturalización y aun una materialización psíquica del misterio cristiano. Por aquí se puede establecer una relación entre Jung y los ocultistas de todas las épocas. «Nada se crea y nada se destruye: es la fórmula victoriosa sobre la muerte». La Jacobi, intérprete autorizada del pensamiento jungiano, afirma textualmente: «La muerte no es menos importante que el nacimiento y es, como ésta, inseparable de la vida. La misma naturaleza, si bien la comprendemos, nos toma en sus brazos protectores. Cuanto más viejos nos ponemos, tanto más se oculta el mundo exterior, que pierde color y fascinación, y tanto más intensamente nos reclama y nos ocupa el mundo interior.

El hombre que envejece tiende a retornar a aquel estado psíquico colectivo del que emerge con gran fatiga de niño. Así se cierra el ciclo de la vida humana y el principio y el fin coinciden, como expresa de tiempo inmemorial el símbolo del Ouroburo, la serpiente que s’e muerde la cola. El espíritu de hecho no está nunca ligado a la conciencia, como el entendimiento, sino que contiene, conforma y domina toda la profundidad del inconsciente, de la naturaleza primigenia» 104.

Así, aquello que en Freud era un desesperado monismo de muerte se transforma en Jung en un monismo de vida eterna, en un verdadero y propio panteísmo. Y el inconsciente llena la función del caos en las antiguas teogonías y del Abismo y del Silencio en los primeros sistemas gnósticos.

  1. La Cábala y la cultura de masas

Toda esta expansión de la Cábala en las altas manifestaciones de la religión y de la inteligencia ha de descender como por cascadas por los grupos intermedios de la publicidad, la prensa, la radio, la televisión y el cine, hasta llegar a las masas. «El mundo se podría llamar tanto la encarnación de la música como la encarnación de la voluntad». Esta fórmula, que resume la ontología de Schopenhauer constituye también el fundamento de la cultura de masas, entendida como instrumento para la educación del hombre en la mística de lo colectivo, esto es, en la trascendencia de aquel ser superpersonal y superracional que Teilhard de Chardin define como «totalización planetaria de la conciencia humana».

Pero es «el descubrimiento del inconsciente y la reducción de su pensamiento latente en lógica, un doble de la lógica humana, lo que constituye el principio del gran sistema freudiano… Freud pretende revelar el secreto del hombre absoluto mediante la pura observación científica. Transforma en antropograma la situación y realidad del hombre y reduce al hombre a la inmanencia de la cosa, de la materia. De aquí que no sea por casualidad que un fruto visible del freudismo sea la cultura de masas. El humanismo racionalista ha sido ya sobrepasado. Hoy estamos en la civilización del consumo en que se representa el drama del renunciamiento a toda pretensión intelectual, el «eclipse intelectual», para usar una expresión de Zoila: eclipse que significa la real trascendencia de las cosas con respecto a la voluntad, y al entendimiento humano».

La gnosis racionalista fundada por Kant y Hegel confluye en la gnosis cientista fundada por el médico de Viena.

«Y así Sartre saca la fórmula «categórica» de la novísima filosofía el famoso «vivir es hacer vivir el absurdo», del estudio de la obra freudiana, cuya natura estrictamente gnóstica él intuyó el primero. La filosofía humanística reconoce que la negación de la trascendencia implica necesariamente la negación de la trascendencia del entendimiento sobre las cosas. El desesperado grito sartriano, el «todo existe» no es sino la fórmula filosófica de la fórmula científica de Freud. «La vida no es otra cosa que la dialéctica del camino de la vida hacia la muerte»». También se verifica dentro de la fenomenología de Husserl y de sus seguidores la acabada síntesis de freudismo y de filosofía humanista.

El inmanentismo en la materia vincula directamente la gnosis freudiana con el marxismo. El mismo Freud busca unir, en Más allá del principio del placer, el instinto de muerte, que como instinto pertenece a la psicología, al envejecimiento, al consumo, a la irreversibilidad del tiempo, a la entropía. La satisfacción final para Freud tiende a la paz, según aquel principio que Bárbara Low llama «principio del nirvana».

La vida es un proceso que incluye la muerte. La vida es un constante camino hacia la muerte. Por otro lado, para vivir para la muerte, para exteriorizarme, para cumplirme como hombre, debo satisfacer las necesidades con los bienes. La vida es doblemente consumo: para vivir para la muerte debo consumir. La satisfacción final es el cumplimiento del instinto nirvánico.

Por esto, la gran ciencia hoy es la psicosociología, la ciencia del manejo de las multitudes, la ciencia del manejo de las masas para la muerte. Y el gran enemigo, al que hay que abatir con esta ciencia de la psicosociología, es la idea cristiana de Trascendencia.

Porque hoy no debe quedar en pie sino el inmanentismo absoluto de todas las gnosis que buscan la glorificación del hombre en sus necesidades puramente materiales de masa.

***

5ª TROMPETA Y 3ª COPA

Padre Leonardo Castellani

13 Y seguí viendo: Oí un Aguila que volaba por lo alto del cielo y decía con fuerte voz: « ¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra, cuando suenen las voces que quedan de las trompetas de los tres Angeles que van a tocar! »

Lo que viene ya es del Anticristo: herejías totales en todo sentido, la Guerra de los Continentes, la Parusía.

9 1 . Tocó el quinto Angel… Entonces vi una estrella que había caído del cielo a la tierra. Se le dio la llave del pozo del Abismo. 2 . Abrió el pozo del Abismo y subió del pozo una humareda como la de un horno grande, y el sol y el aire se oscurecieron con la humareda del pozo

El Profeta explica el oscurecimiento del sol y de la luna (el conocimiento de Dios y de Cristo) de la Tuba anterior por la caída de una “estrella del cielo”. Holzhauser dice que fue el Emperador Valente, protector de los arrianos (!) y Eizaguirre opina más plausiblemente fue Lutero. Yo diría más bien Calvino, el teorizador teológico del protestantismo, al cual en gran parte debe la herejía su triunfo sobre un tercio de Occidente. Poco importa quién fue: la humareda oscureció el conocimiento de Dios.

. 3 . De la humareda salieron langostas sobre la tierra, y se les dio un poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. 4 . Se les dijo que no causaran daño a la hierba de la tierra, ni a nada verde, ni a ningún árbol; sólo a los hombres que no llevaran en la frente el sello de Dios. 5 . Se les dio poder, no para matarlos, sino para atormentarlos durante cinco meses. El tormento que producen es como el del escorpión cuando pica a alguien. 6 . En aquellos días, buscarán los hombres la muerte y no la encontrarán; desearán morir y la muerte huirá de ellos.

El “enciclopedismo” de los sedicentes “filósofos” del siglo XVIII; o sea el naturalismo religioso que empezó por el deísmo y se prolonga en el actual modernismo: la peor herejía que ha existido, pues encierra en su fino fondo la adoración del hombre en lugar de Dios, la religión del Anticristo. Manuel Kant escribió su tratado de La religión dentro de los confines de la razón pura, diciendo que con eso por fin el hombre había llegado a su mayoría de edad (Mündigkeit).

En realidad es sujetar a Dios bajo la razón del hombre y hacer a su pobre intelecto supremo y absoluto: de hecho, aunque no formalmente, eso hacían los deístas ingleses, rechazando todo misterio y midiendo la religión por el caletre del hombre. Todo eso nació del Protestantismo. Cinco meses – de años – son 150 años.

El tormento que el veneno desos sofistas brillantes, hábiles y perversos causó, lo conocemos: dura hoy día. Propagaron, junto con la frivolidad intelectual, la angustia, el temor y la desesperación pagana. El pesimismo actual – Schopenhauer – data dellos.

Aunque Voltaire y Diderot fueron personalmente optimistas –aunque no el Cándido ciertamente – y vividores o calaveras, el Pesimismo actual, que tanto combatió Chesterton, viene dellos. Los románticos franceses, sobre todo, prosiguieron el culto de la muerte, de la tristeza y la desesperanza, que culmina en Baudelaire; por no nombrar al desdichado Lautréaumont. Basta leer Rollá de Alfred de Musset para poder aplicar al siglo pasado las palabras del Profeta, que “deseaban la muerte y la muerte huía dellos”, pues deseaban una muerte “romántica”. Pero ese veneno no afectó a “todo lo verde”, a los que tenían el signo de Dios sobre, la frente – a los cristianos practicantes. Al contrario, reverdeció la poesía y arte católicos en esos días.

7 . La apariencia de estas langostas era parecida a caballos preparados para la guerra; sobre sus cabezas tenían como coronas que parecían de oro; sus rostros eran como rostros humanos; 8 . tenían cabellos como cabellos de mujer, y sus dientes eran como de león; 9 . tenían corazas como corazas de hierro, y el ruido de sus alas como el estrépito de carros de muchos caballos que corren al combate; 10 . tienen colas parecidas a las de los escorpiones, con aguijones, y en sus colas, el poder de causar daño a los hombres durante cinco meses [de años] 11 Tienen sobre sí, como rey, al Angel del Abismo, llamado en hebreo « Abaddón », y en griego « Apolíon ». 12 El primer ¡Ay! ha pasado. Mira que detrás vienen todavía otros dos.

Buen símbolo de la manga de sofistas que atormentó al mundo más de un siglo, validos de la llamada “libertad de prensa”, que es la patente del sofista. De la Revolución Francesa a la Gran Guerra del 39 corren unos 150 años; y en ese tiempo vigió la “libertad de prensa”, que son las “alas que hacen estruendo” de los sofistas. Desde la Gran Guerra, se acabó la libertad de prensa: los Gobiernos y los Consorcios Capitalistas se incautaron fuertemente del famoso “cuarto poder del Estado”, el periodismo. Los sofistas que se desencadenan al fin del siglo XVIII se parecen realmente a caballos de guerra y a grandes carros bélicos: ver por ejemplo en La Révolution Française, de Pierre Gaxotte, el poder extraordinario que tuvieron en esa sociedad corrompida, el ruido que hacían, el “rostro de hombre” razonable y sabio que tenían, los meretricios femeninos de la gracia y el brillo literario, y la pornografía: de hecho, son considerados causa principal del descarrío de la Revolución de 1789 la cual comenzó bien, y después se envenenó.

15 1 . Luego vi en el cielo otra señal grande y maravillosa: siete Angeles, que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consuma el furor de Dios.

5 . Después de esto vi que se abría en el cielo el Santuario de la Tienda del Testimonio, 6 . y salieron del Santuario los siete Angeles que llevaban las siete plagas, vestidos de lino puro, resplandeciente, ceñido el talle con cinturones de oro. 7 . Luego, uno de los cuatro Vivientes entregó a los siete Angeles siete copas de oro llenas del furor de Dios, que vive por los siglos de los siglos. 8 . Y el Santuario se llenó del humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el Santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete Angeles.

16 1 . Y oí una fuerte voz que desde el Santuario decía a los siete Angeles: « Id y derramad sobre la tierra las siete copas del furor de Dios. »

4 . El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre los manantiales de agua; y se convirtieron en sangre. 5 . Y oí al Angel de las aguas que decía: « Justo eres tú, «Aquel que es y que era», el Santo, pues has hecho así justicia: 6 . porque ellos derramaron la sangre de los santos y de los profetas y tú les has dado a beber sangre; lo tienen merecido. » 7 . Y oí al altar que decía: « Sí, Señor, Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos ».

Esta plaga representa la corrupción de nuestra cultura; della han de beber los hombres para vivir. La cultura no es un lujo ni un divertimiento: ella es necesaria, es el tajamar contra la barbarie, siempre latente en el hombre. La Religión necesita de la cultura verdadera: la religión católica es una religión cultural, no primitiva; por eso ella conservó la cultura antigua durante el Bajo Imperio y los Siglos de Hierro amenazada. Hombres religiosos se hacían monjes para copiar manuscritos, no sólo de Cicerón y Virgilio, pero ¡de Petronio!

San Benito, padre de los monjes de Occidente, inventó una Orden y una Regla admirables: vio que era necesario algunos hombres se dedicasen al estudio, y otros trabajasen manualmente para mantenerlos; y otros, a la tarea intermedia de copiar y conservar el depósito de la antigua cultura, amenazado por los bárbaros del Norte; cubriendo así los tres puntos vitales de la civilización europeas; y al mismo tiempo cantasen todos juntos el oficio divino, y enseñasen la agricultura a los belicosos bárbaros, y toda cultura, junto con los cuatro Evangelios.

Vemos hoy cómo se corrompe la cultura; que se le puede aplicar lo que Tácito dijo de la de su tiempo: “al corromper y ser hecho corrompido, a eso llaman cultura”. Mucha música y poca lógica, decía mi tío el cura teníamos ahora los argentinos: esteticismo y no razón; y ese esteticismo no para acarrear el puro goce estético sino para divertir, distraer … hacer reír – como bestias, ver los sainetes del Teatro Porteño –; en suma, disipar; cuando no para afrodisiar. Dicen con ufanía que los argentinos somos muy dados a la música y aptos a ella, aunque no haya surgido aquí todavía ningún Mozart; pero a mí me da mala espina lo que afirma el doctor Soílier en su Psychiatrie, que los idiotas e imbéciles característicamente son aficionados a la música. Y lo malo es que a mí también la música me gusta; y también a los Santos del cielo, según parece por San Juan.

La Bestia deforme del Apokalypsis, que todos decían era impintable, e incluso se reían de San Juan (Goethe y Renán, por ejemplo), de haberla imaginado, resulta que ahora el llamado “arte moderno” pinta cosas que la recuerdan y aun la empeoran. Y callo de otras corrupciones más profundas, de la filosofía, de la enseñanza, de la literatura “espiritual” o devota.

Y existe una relación entre este veneno que corre hoy a ríos, y la sangre derramada de los profetas; pues son los profetas en última instancia los que mantienen – o mantenían – sana la cultura; pues toda gran arte y gran filosofía tiene una raíz religiosa. Suprimen a los profetas, se pudre la cultura. Hay que ver la estofa de los profetas que ahora nos imparten cultura a mares desde los diarios, las revistas, la radio, la televisión, las novelas, las poesías y las cátedras. Hay que verlos, pero un rato no más, para conocerlos. Nadie puede abrevarse allí asiduamente, y sobrevivir.

Toda la “cultura” argentina está falsificada e intoxicada. Los veramente cultos están relegados; y aun hostigados, si tienen dones proféticos. Justo eres, Dios, en esto.

Si al más grande poeta del mundo le hubieran encargado hiciese un símbolo de la cultura envenenada, creemos hubiese exclamado: “¡Aguas vueltas sangre! ¡Ríos, arroyos, vertientes potables pero tóxicos! ¡Los íntimos veneros del espíritu objetivo contaminados por el error y el vicio! … ”

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ITEMS

CREENCIA

Cristiandad: DIOS, JESUCRISTO, IGLESIA CATÓLICA.

Humanismo-Renacimiento: DIOS, JESUCRISTO, IGLESIA CATÓLICA.

Protestantismo: DIOS, JESUCRISTO, Cristo, sí; Iglesia, no.

Revolución Francesa: DIOS, Dios, sí; Cristo, no.

Comunismo: Dios ha muerto.

Nihilismo: El hombre ha muerto.

CONSECUENCIAS

Cristiandad: FERVOR, CULTURA CATÓLICA, CIVILIZACIÓN CRISTIANA.

Humanismo-Renacimiento: TIBIEZA, CULTURA HUMANISTA, SOCIEDAD NATURALISTA.

Protestantismo: CULTURA PROTESTANTE, SOCIEDAD APÓSTATA.

Revolución Francesa: CULTURA LIBERAL, SOCIEDAD LAICISTA.

Comunismo: CULTURA SOCIALISTA, SOCIEDAD ATEA.

Nihilismo: CULTURA SATÁNICA, SOCIEDAD NIHILISTA.

RELIGIÓN

Cristiandad: Verdadero culto de Dios. Prima el culto público (la liturgia) sobre el culto privado e individual.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El culto individual oscurece el culto público.

Devotio moderna.

Revolución Francesa: Culto individual del Gran Arquitecto. Deísmo. Masonería.

Comunismo: Culto del hombre. Ecumenismo. Religión universal judeo-masónica.

Nihilismo: Irreligión. Hacia el culto público de Satanás.

HOMBRE

Cristiandad: Religioso.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Medida de todas las cosas.

Revolución Francesa: Económico.

Comunismo: Trabajador.

Nihilismo: Tuerca del engranaje.

ARQUETIPO

Cristiandad: El santo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El héroe.

Revolución Francesa: El burgués – el rico.

Comunismo: El proletario.

Nihilismo: Los hippies. Los punks…

HABITÁCULO

Cristiandad: El templo, el hogar, el campo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Las academias, bibliotecas y salones.

Revolución Francesa: Las logias.

Comunismo: Los bancos. Los partidos políticos.

Nihilismo: Donde se satisfacen los sentidos,, según los gustos.

TEOLOGÍA

Cristiandad: Dios divinizado (tomismo).

Afirma la existencia de un solo Dios: personal, trascendente y providente. Uno y Trino; Creador y Redentor del mundo.

Reconoce a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Dios humanizado.

Revolución Francesa: El hombre divinizado.

(Libertad‑Igualdad‑Fraternidad).

Duda respecto de la existencia de Dios, relega este problema a la conciencia individual. Indiferentismo religioso (todas las religiones son iguales). Ateísmo pasivo.

El común denominador de los desórdenes que hoy en día advertimos, tanto en el terreno de la fe en general, como en el de la liturgia en particular, lo constituye la substitución progresiva del culto a Dios por el culto al hombre.

La creencia cristiana de que Dios creó al hombre y de que el Verbo se hizo carne se invierte, para concebir un Dios que no es otra cosa que el hombre mismo a punto de convertirse en Dios.

Adoramos al Dios que procede de nosotros.

Comunismo: El hombre sin Dios.

Niega la existencia de Dios. Afirma que la religión es “el opio de los pueblos”.

Ateísmo militante y agresivo. Amoralismo. Entre el humanismo de la ciencia y del marxismo y el humanismo de ese neocristianismo cuyo profeta es Teilhard de Chardin, no hay más que una diferencia de palabras. El primero anuncia la muerte de Dios, y el segundo su nacimiento, pero el uno y el otro no confiesan más que al hombre, que mañana será la totalidad del universo, bajo su propio nombre o bajo el nombre de Dios. Ese humanismo tiene como característica esencial la de ser evolucionista.

Nihilismo: El hombre contra sí mismo.

La Teología al servicio de la revolución = Teología de la liberación

FILOSOFÍA

Cristiandad: La Forma informante.

Filosofía realista: todo conocimiento comienza por los sentidos y termina en la inteligencia.

La razón humana es capaz de llegar al conocimiento de la verdad.

La verdad es la adecuación de la inteligencia con la realidad. Existe una verdad absoluta.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La Forma materializada.

La Materia con un poco de acto.

Dios un poco determinado.

Revolución Francesa: La Materia erigida en forma y espíritu.

Filosofía idealista: el conocimiento comienza en la inteligencia y termina en la inteligencia.

Niega la realidad de las cosas. El sujeto pensante se constituye en el principio de toda verdad. La realidad no es como es, sino como cada uno la piensa.

No hay verdad absoluta, sino opiniones subjetivas y relativas, ninguna de la cuales es superior a las otras. La unidad de la verdad es reemplazada por la multitud anárquica de las opiniones.

Positivismo. Agnosticismo.

Comunismo: La Materia sin Forma. El caos.

Filosofía materialista: reduce todo el ser a la materia evolutiva y dialéctica, que progresa por un proceso de contradicción permanente.

Niega la inteligencia humana como facultad del alma para conocer la verdad. Sostiene que el hombre se diferencia del resto de las cosas sólo por el grado de evolución.

No existe verdad absoluta; todo cambia y se transforma.

Materialismo Individual = Pansexualismo.

Materialismo Social = Marxismo.

Nihilismo: La Materia contra sí misma

CIENCIAS

Cristiandad: Filosofía de las ciencias. Ciencias naturales.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Ciencias desfilosofizadas. Ciencias aplicadas.

Revolución Francesa: Ciencias a-filosóficas. Ciencias experimentales. Positivismo.

Comunismo: Ciencias antifilosóficas y antimetafísicas. Cientificismo. El progreso como mito.

POLÍTICA

Cristiandad: Toda autoridad viene de Dios. El derecho divino del lugarteniente de Dios.

La jurisdicción de Dios se extiende no sólo a todo el ámbito de la vida privada sino también al de la vida pública del ciudadano.

Afirma que el hombre es un animal político y social por naturaleza. El Estado es una sociedad perfecta en su esfera, cuyo fin es el Bien Común temporal.

Las instituciones están subordinadas al fin de la sociedad política.

La vida humana parte del seno de una primera institución natural (la familia), y se desarrolla en el marco de la sociedad política mediante su inserción en grupos humanos intermedios.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El derecho divino del rey humano.

Soberanía = monarca

Absolutismo regio. Regalismo.

Revolución Francesa: El jefe humano se apropia el derecho divino.

Niega el origen Divino del poder político, y lo hace surgir del voto popular.

La jurisdicción de Dios queda limitada al ámbito de la conciencia individual.

El hombre no es originariamente un ser sociable, sino un ser individual. Es autosuficiente, señor de sí mismo y con una libertad ilimitada.

El Estado y las instituciones son una ficción de origen convencional y contractual, cuyo fin es la protección de la libertad individual con prescindencia del Bien Común; y se constituyen en personas morales, con fin en sí mismas y como fin de la sociedad.

Niega los grupos intermedios; la inserción del hombre en la sociedad política se realiza a través de los partidos políticos.

Comunismo: El jefe humano sin Dios ni ley. Niega la necesidad de la autoridad. Democratismo. Totalitarismo. Comunismo.

El hombre es un animal súper-revolucionario, pero nada más que un animal. Afirma que el hombre no es verdaderamente humano si no como ser social; el individuo en cuanto tal no posee en sí mismo la esencia de hombre.

El fin del hombre es su liberación en la tierra mediante la construcción del paraíso terrenal.

El estado es el instrumento de la clase dominante. Lucha mediante la dialéctica por una sociedad sin clases y sin estado, para cuya consecución es necesario pasar por el Estado Totalitario o dictadura del proletariado.

El individuo desaparece frente a la colectividad, transformándose en una tuerca del engranaje del sistema. El hombre comunista es un puro trabajador en bien de la grandeza colectiva.

Entre el individuo y el Estado sólo existe el partido comunista.

Nihilismo: Anarquía

DERECHO

Cristiandad: La Ley divina divinizada. La Ley natural sobrenaturalizada.

Afirma la existencia de un orden jurídico positivo humano, fundado en un orden jurídico natural, cuyas leyes son anteriores a las humanas, emanadas de Dios y puestas por El en la naturaleza de las cosas.

Afirma que el derecho es lo justo objetivo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La Ley divina humanizada. La Ley natural naturalizada.

Maquiavelo. Calvino.

Revolución Francesa: La Ley natural divinizada.

El derecho se reduce a algo puramente convencional, que se agota en la figura del contrato. Sostiene que el derecho objetivo, no existe. Lo único que existe son los derechos subjetivos, individuales.

Comunismo: La Ley natural desnaturalizada.

Considera al derecho como un instrumento de la clase dominante. Es una superestructura de lo económico, que tiene su respaldo en el poder coactivo del Estado y queda reducido a una simple regulación técnica de las distintas funciones sociales.

Nihilismo: La ley contranatural.

Divorcio, aborto, euthanasia.

GUERRA

Cristiandad: Cruzadas. Sentido militar y heroico de la vida. Concibe a las Fuerzas Armadas como la columna vertebral de la Patria y guardianes naturales de su soberanía y de los intereses de la Nación.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Guerras de religión.

Revolución Francesa: Guerras económico‑políticas (imperios).

Antimilitarismo burgués.

Se reemplaza el sentido heroico y militar de la vida por un sentido utilitario y práctico.

Las Fuerzas Armadas son meros custodios constitucionales de la seguridad del Estado liberal.

Comunismo: Guerras de exterminio. Antimilitarismo proletario.

Las Fuerzas Armadas son consideradas como la guardia pretoriana de la clase dominante.

Nihilismo: Guerras subversivas. Guerra de guerrillas. Se sustituye a las Fuerzas Regulares por las milicias populares al servicio de la Revolución.

ARTE

Cristiandad: Mira a Dios en función de Dios (arte anónimo al servicio de la gloria de Dios).

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Mira a Dios en función del hombre.

Revolución Francesa: Mira al hombre en función del hombre (lo que agrada; el arte por el arte).

Comunismo: Mira al hombre en función de la materia (lo que sirve; arte comprometido).

Nihilismo: Lo antiestético. Arte revolucionario.

LITERATURA

Cristiandad: El santo como ideal.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El hombre en relieve. El héroe como ideal.

Revolución Francesa: Lo divino buscado en el hombre. El hombre divinizado. Romanticismo.

Comunismo: El hombre vacío de Dios.

Nihilismo: La angustia existencial. La náusea, el suicidio.

MÚSICA

Cristiandad: Lo espiritual espiritualizado.

El canto gregoriano: la música al servicio de la palabra. Es una palabra cantada.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Lo espiritual sensualizado.

La polifonía.

Revolución Francesa: Los sentidos y pasiones erigidos en espíritu.

La sinfonía.

Comunismo: Los sentidos sin espíritu.

Sentimentalismo.

Nihilismo: Pérdida del sentido.

El rock: la palabra al servicio del ritmo.

La música al servicio de la revolución y del demonio.

PINTURA

Cristiandad: Líneas puras. La línea es lo formal. El color al servicio de la línea.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Líneas coloreadas.

Ornamentación. El Barroco.

Revolución Francesa: Colores alineados.

Impresionismo.

Comunismo: Colores sin líneas.

Cubismo: desfiguración geométrica de la figura.

Nihilismo: Negación del color y de la tela.

Muerte de la luz.

ARQUITECTURA

Cristiandad: La idea espiritualizada expresada en la piedra. Pureza de formas.

El Gótico. Las catedrales.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La materia idealizada.

El Barroco. Los palacios.

Revolución Francesa: La materia sensualizada.

El Rococó.

Comunismo: La materia informe, materializada.

Arquitectura funcional.

Nihilismo: La materia desnaturalizada.

ESCULTURA

Cristiandad: La piedra informada por la idea. La figura humana en función de lo religioso.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La piedra materializada. La figura humana humanizada.

Revolución Francesa: La piedra sensualizada. La figura humana voluptualizada: los desnudos.

Comunismo: La piedra informe. La figura humana desfigurada.

Nihilismo: La piedra desnaturalizada. La figura humana endiablada

ECONOMÍA

Cristiandad: El verdadero bienestar espiritual servido por el dinero: el ocio intelectual.

Afirma la propiedad privada como un derecho natural limitado por el recto uso y las exigencias del Bien Común. Afirma una economía al servicio del hombre. Armoniza las relaciones de capital y trabajo en el marco del orden de integración interprofesional. Combate la lucha de clases. Sostiene la iniciativa privada como fundamento y motor de la actividad económica encausada al Bien Común. El estado debe controlarla y sustituirla cuando los particulares no puedan llevarla a cabo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El bienestar obtenido por el dinero: la posesión del dinero constituye el bienestar = Mercantilismo.

Revolución Francesa: El bienestar esclavo del dinero = Economicismo, Capitalismo.

Afirma la propiedad privada como un derecho absoluto, sin ninguna limitación. Promueve la concentración de la propiedad en pocas manos.

Sostiene una economía al servicio del lucro desenfrenado y sin escrúpulos. Las relaciones entre el Capital y el Trabajo se rigen por la ley de la oferta y la demanda, reduciendo el trabajo personal a una mera mercancía.

Posibilita y fomenta la lucha de clases al promover grandes injusticias sociales. Sostiene la iniciativa privada pero sin más límite que el espíritu de lucro y el interés personal, mientras el estado es mero espectador del libre juego económico.

Protege y fomenta las sociedades multinacionales, sometiendo la economía nacional al imperialismo internacional del dinero y a la usura.

Comunismo: El dinero tirano: las grandes bancas judías (Rockefeller, Rotschild). Comunismo.

Niega la propiedad privada.

Sostiene la socialización de todos los medios de producción.

Sostiene una economía fundada en el trabajo forzado al servicio del estado.

No existen relaciones entre capital y trabajo, sino entre estado y trabajo.

Explota y exagera la lucha de clases. La economía es totalmente estatista.

Toda la riqueza está concentrada en un estado administrador: capitalismo de estado, que recibe contribuciones de las empresas multinacionales.

Nihilismo: El demonio gobierna desde abajo.

666: «El que no tiene la marca de la bestia no puede ni comprar ni vender».

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(Articulo Escrito a publicarse en los próximos días)…

TEOLOGÍA DE LA HISTORIA

Formación de la Civilización Cristiana

La Revolución Anticristiana

Dedicamos los Especiales de 2015 como un homenaje a Radio Cristiandad en su 11º aniversario, y especialmente a la memoria de Don Mario Fabián Vázquez, que consagrara gran parte de estos años a la defensa y divulgación de los valores constitutivos de la Civilización Cristiana, así como a combatir el proceso revolucionario anticristiano.

***

En el hombre coexisten cuatro formalidades fundamentales, que explican las cuatro etapas posibles de un ciclo cultural:

El hombre es algo, es una cosa.

El hombre es animal, es un ser sensible, que sigue el bien deleitable.

El hombre es hombre, es un ser racional, que se guía por el bien honesto.

El hombre, participando de la esencia divina, está llamado a la vida sobrenatural en comunión con Dios.

HIJO DE DIOS = formalidad sobrenatural

RACIONAL = formalidad humana o racional

ANIMAL = formalidad animal o sensitiva

ALGO = formalidad de realidad o cosa

En un hombre normalmente constituido, estas cuatro formalidades deben estar articuladas en un ordenamiento jerárquico que asegure su unidad:

El hombre es algo para sentir como animal

Siente como animal para razonar y entender como hombre

Razona y entiende como hombre para amar a Dios.

***

Si estas cuatro formalidades que constituyen al hombre las proyectamos socialmente, tenemos que:

A la formalidad de cosa corresponde la función económica de ejecución (trabajo manual), que cumple el obrero en un oficio.

A la formalidad de animal corresponde la función económica de dirección (el capital), que cumple la burguesía en la producción de bienes materiales.

A la formalidad de hombre corresponde la función política (aristocracia = gobierno de los mejores), que cumple el político en la conducción de una vida virtuosa de los demás hombres.

A la formalidad sobrenatural corresponde la función religiosa del sacerdocio, que se ocupa de conducir los hombre a Dios.

El sacerdocio tiene como función asegurar la vida sobrenatural del hombre, incorporándolo a la sociedad de los hijos de Dios y manteniéndolo en ella. Su dominio se extiende a todo al campo de lo espiritual; nada, que de un modo u otro tenga atingencia con el orden eterno, está sustraído a su jurisdicción.

La función política tiene como fin propio hacer virtuosa la convivencia humana. El ser humano debe vivir en sociedad para lograr su perfección; y la realización de la virtud es función propia de aquella clase social que posee la virtud y tiene en sus manos la función política. La aristocracia lleva a la realización práctica el estado de virtud, cuyo conocimiento ha aprendido de labios del sacerdote. Lo esencial a la aristocracia es la subordinación al sacerdocio, como es esencial a la política la sujeción a la teología.

La burguesía interviene en las operaciones financieras y comerciales y en la dirección de la producción. Aporta el capital.

El artesanado interviene en la ejecución de los diferentes oficios. Aporta el trabajo.

Estas cuatro funciones están articuladas en una jerarquía de servicio mutuo.

La vida del hombre ha de descansar como en primera y fundamental verdad en Dios, poseído en la divina contemplación. Hacia allí deben ordenarse totalmente todas las actividades, sean políticas, económicas, culturales o artísticas. Dios es la meta necesaria del hombre; la norma suprema y única que regula todas las acciones de su vida.

Como sin regla suprema y total no puede desenvolverse la vida del hombre, rechazar a Dios como suprema y total regla de la vida del hombre implica necesariamente colocar en su lugar otra, que será o el trabajo, o el placer, o el dinero, o el poder, es decir, una criatura.

***

LAS TRES REVOLUCIONES POSIBLES

Un orden normal de vida es un orden esencialmente jerárquico, una jerarquía de servicios. Y el orden jerárquico integra en la unidad lo múltiple: las familias se integran en la unidad de los corporaciones; las corporaciones en la unidad de la nación bajo un mismo régimen político; las naciones en la unidad de la Cristiandad por la adoración del mismo Dios.

Si el orden normal es jerarquía, la anormalidad es violación de la jerarquía y, al mismo tiempo, atomización, porque al romper la jerarquía se rompe el principio de unidad y se deja libre expansión a las causas de multiplicación, que son las inductoras de la muerte.

¿Cuántos y cuáles tipos de anormalidad son esencialmente posibles? Tres y sólo tres son las revoluciones posibles, a saber:

1ª) Que lo natural se rebele contra lo sobrenatural, o la aristocracia contra el sacerdocio, o la política contra la teología = REVOLUCION PROTESTANTE

2ª) Que lo animal se rebele contra lo natural, o la burguesía contra la aristocracia, o la economía contra la política = REVOLUCION FRANCESA

3ª) Que lo algo se rebele contra lo animal, o el artesanado contra la burguesía = REVOLUCION COMUNISTA

En la primera revolución, si lo político se rebela contra lo teológico, ha de producirse una cultura de expansión política, de expansión natural o racional monárquica y al mismo tiempo de opresión religiosa.

Es precisamente la cultura que se inaugura con el Renacimiento, y que se conoce con los nombres de:

Humanismo

Racionalismo

Naturalismo

Absolutismo.

En la segunda revolución, si lo económico-burgués se rebela contra lo político, ha de producirse una cultura de expansión económica, de expansión animal, de expansión burguesa, de expansión de lo positivo y de opresión de lo político y racional.

Es precisamente la cultura que se inaugura con la Revolución Francesa, y que se conoce con los nombres de:

Economicismo

Capitalismo

Positivismo

Animalismo

Siglo Estúpido

Democracia

Liberalismo.

En la tercera revolución, si lo económico-proletario se rebela contra lo económico-burgués, ha de producirse una cultura de expansión proletaria, de expansión materialista y de opresión burguesa.

Es precisamente la cultura que se inaugura con la Revolución Comunista, y que se conoce con los nombres de:

Comunismo

Materialismo dialéctico

Guerra al capitalismo

Guerra a la burguesía.

Revolución última y caótica, porque el hombre no afirma cosa alguna, sino que se vuelve y destruye. Destruye la religión, el Estado, la propiedad, la familia, la Verdad.

***

NIHILISMO

Queda sólo una «cosa», algo que camina a la nada. El comunismo es, en definitiva, la deificación de la materia que tiende a la nada. Es la materia prima de Aristóteles que, de sí misma, no determina al ser.

DE LA CÁBALA AL PROGRESISMO

Padre Julio Meinvielle

Índice de capítulos VIII a XIII

Capítulo VIII

LA CABALA, UNA VEZ INTRODUCIDA, TRABAJA EN EL MUNDO CRISTIANO CON BOEHME, SPINOZA Y LEIBNIZ

Los precursores

Jacobo Boehme

La noción de Dios

La creación ex nihilo

La antropología

El hombre se salva a sí mismo

Juicio sobre el pensamiento de Boehme

Baruj Spinoza

Gottfried W. Leibniz

Capítulo IX

LA CABALA ACTÚA ABIERTAMENTE A TRAVÉS DEL IDEALISMO ALEMÁN

Fichte

Shelling

Hegel

Capítulo X

LA FILOSOFÍA MODERNA, EN CAMINO DE LA NEGACIÓN DE DIOS Y DE LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

  1. El principio de la inmanencia
  2. El principio de la inmanencia implica la negación del principio de contradicción y el ateísmo
  3. Descartes introduce el principio de la inmanencia como el primer principio de la filosofía
  4. Spinoza introduce la inmanencia metafísica
  5. La inmanencia metafísica y dinámica del idealismo alemán
  6. El drama del humanismo ateo
  7. Niezsche y la muerte de Dios
  8. El principio de la inmanencia en la política moderna
  9. La Revolución moderna

Capítulo XI

DIVERSOS CAMINOS MANIFIESTAN LA INVASIÓN DE LA CABALA EN EL MUNDO CRISTIANO

  1. Las líneas cabalísticas del esoterismo
  2. Las doctrinas hinduístas y el Occidente cristiano
  3. El Ocultismo
  4. La línea cabalista de la filosofía hegeliana
  5. La gnosis de la dialéctica revolucionaria comunista
  6. La línea cabalista schopenhaueriana
  7. El nihilismo de Nietzsche
  8. Freud y Jung. o la corriente psicoanalítica de la Cábala
  9. La línea cabalista de Heidegger
  10. La Cábala y la cultura de masas

Capítulo XII

LA CABALA DENTRO DE LA IGLESIA O EL PROGRESISMO CRISTIANO

  1. Relativismo en la Revelación y en la teología
  2. Se pone en cuestión el carácter histórico de la Escritura
  3. Los teólogos de la nueva teología hechos el primum movens de la Iglesia
  4. El progresismo tiende a debilitar la firme verdad de la existencia de Dios
  5. Algunos teólogos nuevos ponen en cuestión el misterio de la Santísima Trinidad y el de la Encarnación
  6. No faltan teólogos que pongan en duda la existencia de Satán
  7. Se niega el pecado original originante
  8. Se construye una imagen demasiado humana de la Persona de Cristo
  9. Se cercenan los privilegios marianos y, de modo particular, su virginidad
  10. Rebajamiento del carácter y de la autoridad de la Iglesia
  11. La nueva teología cuestiona asimismo la transubstanciación
  12. Se cuestiona el valor histórico de los relatos evangélicos, inclusive el de la resurrección del Señor
  13. El cristianismo anónimo de Carlos Rahner
  14. La justificación en Karl Barth y en Lutero
  15. Se cuestionan el cielo y el infierno
  16. Sustitución de la moral tradicional, fundada en la teología y la ley natural, por una moral fundada en la Cristología y en la situación
  17. La secularización del cristianismo, aun en los teólogos católicos
  18. Culto y oración en un mundo secularizado
  19. Algunos hechos que anticipan la nueva Iglesia secularizada

Capítulo XIII

HACIA UN CRISTIANISMO CABALÍSTICO

La esencia del error gnóstico y cabalístico

La esencia del error gnóstico expresada equivalentemente por alguna nota predominante

El progresismo de los teólogos, una primera etapa de un gnosticismo cristiano

El gnosticismo del Catecismo Holandés

El gnosticismo de Karl Rahner

El teilhardismo, una etapa plena de gnosticismo

***

CAPÍTULO X

LA FILOSOFÍA MODERNA EN CAMINO DE LA NEGACIÓN DE DIOS

Y DE LA DIVINIZACIÓN DEL HOMBRE

Anteriormente hemos advertido que el corazón de toda gnosis consiste, en definitiva, en hacer de toda realidad, la divina y la humana, la buena y la mala, la verdad y el error, el sí y el no, la naturaleza y la gracia, la Iglesia y el Mundo, una única realidad, una única dimensión de la realidad. Aquí está, asimismo, el corazón de la Cabala. El Ein Sof, que por otra parte se confunde con la nada, con lo indeterminado, evoluciona y por grados más o menos insensibles se va haciendo lo más de las cosas —lo menos se convierte en más— y así se hace el universo; la naturaleza naturata sale de la natura naturans.

En la Cabala y los sistemas gnósticos pareciera haber dos procesos: primero, el uno, que se verifica en Dios mismo, en el Ein Sof, en el Pleroma. Un proceso del Ein —la nada— que se convierte en Ein-Sof —lo infinito indeterminado, las tinieblas, el Abismo, el Ungrund de Roelinie— y luego este Ein-Sof que se convierte en Ein Sof Aur, en luz, y en un Dios con atributos y personal que se desarrolla en los Sefirot —el Pleroma—. Y el proceso de este Dios —natura naturans— que se despliega luego en todo el universo hasta llegar a la materia y al mundo demoníaco -—el mundo de los Qulipolh—, la natura naturata. Pero en este único o doble proceso hay una única realidad emanante y emanada, divina y humana, espiritual y material. Por esto, toda creatura, y el hombre particularmente, es divino en lo profundo de su ser.

Es claro que pareciera dominar la duplicidad del proceso o triplicidad de los procesos. Porque primeramente hay un camino de la nada al ser, de las tinieblas a la luz, y luego de la luz a las tinieblas, y por fin, en el retorno, de las tinieblas de nuevo a la luz, al Pleroma. Pero siempre hay una única realidad que evoluciona.

Por tanto, Dios y el mundo se componen de una única realidad; Dios no es trascendente al mundo, sino inmanente. Al rechazar la creación, el mundo lejos de venir de la nada absoluta, viene de la sustancia de Dios. Por esto, la creación, lejos de ser creación, es generación, y Dios sale de Dios y se constituye en Dios. Ahora bien, un Dios que constituye al mundo, y que antes de constituirlo sale él mismo de la nada, es perfectamente inútil. Por esto, en la total inmanencia de Dios en el mundo, Dios es inútil y el ateísmo se impone. Y, por el contrario, el ateísmo implica la total inmanencia de Dios en el mundo y la divinización del hombre, que es por otra parte, como hemos visto, también una idea abiertamente expresada en la Cabala y en todos los sistemas gnósticos. De aquí que estudiar el ateísmo de la filosofía moderna, es estudiar la inmanencia de Dios en el hombre y por lo mismo la divinización del hombre. Estudiar el principio de la inmanencia equivale por lo mismo a estudiar el ateísmo de la filosofía moderna y la divinización de la creatura.

  1. El principio de la inmanencia

El principio de la inmanencia es una adquisición típicamente moderna. «Mientras hasta el Renacimiento las afirmaciones de ateísmo (y las afines de monismo, panteísmo, naturalismo…) eran la consecuencia de una «reducción» o rebajamiento del hombre al común denominador ontológico de la materia y el ser del hombre venía reducido a una u otra forma de elemento o principio de la naturaleza, el pensamiento moderno —y su ateísmo— en cambio, se constituye precisamente mediante la reivindicación de la originalidad del hombre frente a la naturaleza». Es decir, que antes del Renacimiento eran ateos los que negaban la trascendencia del hombre sobre la materia y la naturaleza, mientras que después del Renacimiento, por el contrario, son ateos quienes afirman dicha trascendencia. «La reivindicación está expresada por el nuevo principio de la inmanencia, o sea de la elevación del ser del hombre al cogito, o sea de la reducción del actuarse del ser al actuarse del cogito.

Así, la verdad no es, como para el ateísmo clásico naturalista, un simple volverse del hombre a la naturaleza, sino que brota de la posibilidad del hombre que se presenta como libertad de ser.

Es decir que en el ateísmo moderno hay una divinización del hombre, mientras que en el antiguo había un rebajamiento y una materialización del mismo. Por ello, Fabro puede añadir que esta positividad del nuevo ateísmo (sea el mismo marxista o existencialista o neopositivista o pragmatista…) está expresado en el ambicioso epíteto de «humanismo» que los ateos de la época moderna reivindican especialmente a partir de Feuerbach.

  1. El principio de la inmanencia implica la negación del principio de contradicción y el ateísmo

«La tesis de la implicancia del ateísmo en el principio de la inmanencia no es ciertamente nueva: importa retener firmemente la profunda afinidad que circula en los sistemas más opuestos del pensamiento moderno y que es la razón del combate que se traba entre los mismos. Racionalismo y empirismo, deísmo, sensismo, criticismo, idealismo, fenomenismo, positivismo. . . con los otros sistemas menores que se pueden indicar, constituyen las etapas de la autenticación del cogito. Es verdad que en la resolución atea del cogito el materialismo parece expresar un evidente desentono y un patente contrasentido, y por esto, el ala racionalista e idealista refutó siempre como indigna la calificación de ateísmo. Pero después de la obra de Nietzche, Feuerbach y Sartre, tal desdén se ha hecho siempre más raro y se puede decir que hoy ha desaparecido completamente entre los filósofos: hay que admitir que esto constituye una contribución notable de honestidad y claridad en el campo especulativo.

Para entender el principio de inmanencia y sus implicancias hay que partir del hecho de que «la filosofía moderna ha constituido sin duda la más audaz tentativa del espíritu humano, que es la autofundación y formación del pensamiento en sí mismo. El pensamiento, el cogito, se ha erigido en principio primero y único, de donde ha de salir toda realidad. Pero el pensamiento humano es vacio. Tiene que alimentarse con el ser y la realidad que le viene de fuera. Pero el pensamiento, una vez alimentado con la realidad de fuera, puede imaginar esta realidad de muy diversas maneras y según infinitas combinaciones. Puede crear estas combinaciones, entes de razón, que respetan o no el principio de contradicción.

La idea no supone necesariamente el ser. Esto lo ha visto lúcidamente Santo Tomás contra San Anselmo. La idea de Dios implica la existencia de Dios, enseñaba San Anselmo. Porque «sabido lo que significa este término, Dios, en el acto se comprende que Dios existe porque con este nombre expresamos lo más grande de cuanto se puede concebir, y más grande será lo que existe en el entendimiento y en la realidad que lo que existe en el entendimiento».

Pero Santo Tomás responde: «Aun supuesto que todos entiendan por el término Dios lo que se pretende, no por eso se sigue que entiendan que lo designado por ese nombre exista en la realidad, sino sólo en el concepto del entendimiento» (Suma, 1, 2, 1, ad 2).

Es decir que de la idea, de la idea pura, no se puede pasar al ser. No porque uno tenga la idea de una cosa se sigue que esa cosa exista. Es un principio de sentido común que a la gente se le hace evidente cuando reflexiona y cae en la cuenta de que no, porque sueña tener una fortuna, la tiene en efecto. La idea del hombre, la idea sola, no crea nada ni produce nada. Para llegar a la realidad de Dios hay que partir de otra realidad, de la realidad de la existencia del mundo. Si el mundo no es capaz de darse existencia ha de existir un Dios que saque esa existencia de la nada.

Pero el pensamiento moderno erige el pensamiento, el cogito en fuente creadora. Luego, Dios no es necesario. El pensamiento basta para crear al mundo. Si la realidad del mundo no es independiente y anterior al pensamiento, tampoco hay que buscar la explicación de esa realidad mundana y del pensamiento. En consecuencia, Dios no existe. El principio de la inmanencia implica el ateísmo.

En rigor, también puede decirse que implica la asimilación del ser y de la nada, o sea, la asimilación de los contradictorios, o del ser y el no ser. Ya que la inteligencia humana en cuanto tal, puede, aunque no con coherencia lógica, concebir como compatibles ambos términos, así como puede hacerse la noción de un círculo cuadrado.

Porque la inteligencia depende del ser, como enseña Santo Tomás, pero debidamente aplicada. Puede determinarse por un ente de razón como por un ser real, o sea engañarse o ilusionarse.

Si la inteligencia puede tomar como realidad lo que no es realidad y como no realidad lo que en verdad lo es, puede con más razón ignorar al Ser por excelencia o negarle. La afirmación intelectual de la existencia de Dios está necesariamente conectada con el conocimiento intelectual de los primeros principios de la inteligencia porque es en virtud de estos primeros principios y únicamente por ellos, que el hombre se ve constreñido intelectualmente a admitir la existencia de Dios. Al no tener el hombre intuición del ser en común y menos del Ser en sí, su conocimiento de Dios es necesariamente mediado y por vía de resolución en los primeros principios.

De aquí que toda la filosofía moderna, que se rige por el principio de inmanencia, sea una filosofía distorsionada, contra naturam, ya que fracasa en la tarea elemental de darnos a conocer a la creatura y al Creador.

  1. El drama del humanismo ateo

Henri de Lubac publicó un libro con este título, donde daba cuenta de las corrientes del ateísmo en el proceso de inmanencia iniciado por Descartes y consumado en el idealismo alemán. El verdadero autor de la corriente ateísta en el siglo xix es Hegel, quien por vez primera habla de la muerte de Dios.

Feuerbach sacó consecuencias de la dialéctica de la conciencia de Hegel y demolió esta dialéctica. Fue el gran anillo de unión entre Hegel y la corriente revolucionaria de Marx. Hegel muere en 1831 y casi en seguida se produce el gran debate con respecto al problema de Dios que divide a la izquierda de la derecha hegeliana.

«Para explicar el mecanismo de esta teogonía, Feuerbach recurre al concepto hegeliano de alienación. Pero mientras Hegel lo aplicaba al Espíritu Absoluto, Feuerbach, invirtiendo la relación de la «idea» a lo «real», lo aplica al hombre de carne y hueso.

La alienación, según él, consiste en el hecho de encontrarse el hombre desposeído de algo que le pertenece por esencia en provecho de una realidad ilusoria. La divinidad le pertenece al hombre, y he aquí que éste, sabiéndose privado de la misma, la proyecta en un ser exterior, en un sujeto fantástico, se inventa la idea de Dios.

Por un mismo acto despoja al mundo de lo que contiene y lo traslada a Dios. El hombre pobre cree en un Dios rico… y afirma en Dios lo que niega en sí mismo».

Para Feuerbach entonces «la esencia del hombre es el ser supremo … Si la divinidad de la naturaleza es la base de todas las religiones, comprendido el cristianismo, la divinidad del hombre es el objetivo final… El punto clave de la historia será el momento en que el hombre tomará conciencia de que sólo el Dios del hombre es el hombre mismo. Homo homini Deus».

Feuerbach había querido dar por título a La Esencia del Cristianismo, que es la primera de sus obras, el lema de su idea esencial: Gnothi seavton, conócete a ti mismo. El hombre era la verdadera divinidad. La gnosis se hallaba perfectamente cumplida y consumada en el materialismo sensista de Feuerbach.

En su tiempo, Feuerbach produjo una verdadera revolución.

Engels ha hablado de la extraordinaria impresión de liberación que experimentarían muchos de los jóvenes de su generación, en noviembre de 1841, en la lectura de la Esencia del Cristianismo. «El entusiasmo fue general… Todos nos convertimos inmediatamente en feuerbachianos». Pero el gran discípulo y admirador de Feuerbach fue Carlos Marx, quien ha dejado estampada en La Sagrada Familia su admiración, y así escribe: «La crítica absoluta, que jamás ha salido de la jaula de la concepción hegeliana, se enfurece aquí entre los barrotes de los muros de su prisión… Pero ¿quién ha descubierto el misterio del sistema? Feuerbach. ¿Quién ha destruido la dialéctica de los conceptos, la guerra de los dioses, lo único que los filósofos conocían? Feuerbach. ¿Quién ha puesto, no ciertamente la significación del hombre —¡como si el hombre pudiera tener otra significación además de la de hombre!— sino «el hombre» en lugar del viejo baratillo, incluso de la «autoconciencia infinita» ? Feuerbach y solamente Feuerbach».

Pero el Dios de Carlos Marx no debía ser el hombre individual de carne y hueso, sino la clase social despojada, la de los proletarios, que, en una lucha de muerte debía despojar a la clase burguesa del poder del dinero y del gobierno y erigir la sociedad perfecta y divina de la humanidad. El comunismo de Marx se presentaría como la verdadera realización concreta del humanismo y de la divinidad del hombre. Allí el problema humano encontrará solución completa. «Este comunismo, como un naturalismo completamente desarrollado, es igual a naturalismo y es la genuina solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y el hombre —la verdadera solución de la lucha entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la propia consistencia, entre la libertad y la necesidad, entre lo individual y la especie. El comunismo es la solución del enigma de la historia y el conocimiento de haber logrado esta solución».

«Y la religión de los trabajadores, escribía Marx, es sin Dios porque busca restaurar la divinidad del hombre».

  1. Nietzsche y la muerte de Dios

Nietzsche, de alguna manera, quedó impresionado por Feuerbach.

La religión sería el resultado de un desdoblamiento psicológico.

Dios no sería otra cosa que el espejo del hombre. Y la religión no sería sino un caso de alteración de la personalidad humana.

Y en el cristianismo este proceso de envilecimiento alcanzaría un grado extremo. «La muerte de Dios» había tenido una interpretación correcta en la teología tradicional, tanto católica como protestante. Pero con Hegel había comenzado a tomar otro acento. En Nietzsche ya traduce una opción. «Ahora, dice Nietzsche, nuestro gusto decide contra el cristianismo y no los argumentos».

Es un acto y acto tan neto y brutal como el de un asesino.

La muerte de Dios no es sólo para él un hecho terrible, sino que es querido. Si Dios ha muerto, «nosotros le hemos matado». Somos los asesinos de Dios». Pocas páginas se han escrito tan tremendas y tan patéticas como aquellas en que Nietzsche describe el anuncio de la muerte de Dios. En la Gaya Ciencia aparece el loco con su anuncio inusitado de la muerte de Dios.

El loco. «Quizás hayan oído hablar del loco que, en una soleada mañana, encendió una linterna y corrió a la plaza del mercado gritando sin parar: ¡Busco a Dios! ¡Busco a Dios! Por allí había mucha gente que no creía en Dios y les produjo un gran regocijo oír al loco. ¿Qué pasa, se ha perdido? dijo uno. ¿Se ha extraviado como un niño? dijo otro. ¿Acaso se esconde? ¿Está asustado de nosotros? ¿Quizá haya emprendido un viaje por mar? ¿Habrá emigrado? decía la gente chillando y riendo alborotadamente.

El loco se plantó en medio de ellos y los atravesó con la mirada. ¿A dónde se ha ido Dios? gritó. ¡Ahora voy a decirlo! ¡Lo hemos matado, vosotros y yo! ¡Todos nosotros somos asesinos! Pero, ¿cómo lo hemos hecho? ¿Cómo hemos sido capaces de beber en el mar? ¿Quién mordió la esponja que nos ha permitido borrar el horizonte entero? ¿Qué hicimos al separar la tierra de su sol? ¿Hacia dónde se dirige ahora? ¿Hacia dónde nos dirigimos nosotros? Lejos de todos los soles? ¿Acaso no avanzamos sin parar? ¿Hay todavía un arriba y un abajo? ¿No andamos descaminados, como si vagáramos por la nada infinita? ¿No alienta el espacio vacío sobre nuestras cabezas? ¿No hace más frío? ¿No es cierto que la noche avanza continuamente, cada vez más oscura? Tendremos quizá que encender linternas en pleno día. ¿No oímos el ruido de todos los sepultureros que están enterrando a Dios? ¿No advierte nuestro olfato la putrefacción divina? Porque los dioses mismos están sujetos a ella. ¡Dios ha muerto! ¡Dios sigue estando muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿De qué modo nos consolaremos nosotros, los más abyectos de los asesinos? Lo más santo y lo más alto que el mundo ha tenido hasta ahora, ha derramado hasta la última gota de sangre bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará en nosotros la mancha de esa sangre? ¿En qué agua nos lavaremos? ¿Qué lustros, qué fuegos sagrados tendremos que inventarnos? ¿No deberíamos convertirnos en Dios sólo para hacernos dignos de él? ¡Jamás ocurrió nada de mayores proporciones, y con relación a ello todos los que nazcan después de nosotros pertenecerán a una historia más alta que cualquiera de las anteriores!

Al llegar aquí, el loco guardó silencio y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también estaban callados y lo miraban con sorpresa.

Al final tiró su linterna, de modo que se rompió y dejó de alumbrar. «Llego demasiado pronto», dijo entonces, «no he venido en momento oportuno». Este acontecimiento prodigioso está todavía en camino; no ha llegado todavía a los oídos de los hombres.

El rayo y el trueno, la luz de las estrellas y las hazañas tardan un tiempo en ser vistos y oídos. Esta acción, por ahora, está más alejada de ellos que la estrella más lejana —y sin embargo, ¡son ellos quienes la han llevado a efecto!—. Se dice que después el loco se encaminó hacia varias iglesias aquel mismo día y que dentro de ellas entonó el Requiem aeternam Deo. Cuando se le invitaba a salir y a dar una explicación, siempre respondía: ¿Qué otra cosa pueden ser ahora estas iglesias sino las tumbas y mausoleos dedicados a Dios?

  1. El principio de la inmanencia en la política moderna

El principio de la inmanencia que pone en el hombre mismo al Creador y que por lo mismo diviniza al hombre, al tiempo que seculariza y humaniza a Dios, debía dar un contexto secularizado y humanizado a todo un movimiento gnóstico y cabalístico que se venía operando en Occidente, y del cual dimos cuenta ya al ocuparnos de Juan Scoto Eriúgena y de Joaquín de Fiore. De este movimiento se ocupa particularmente uno de los pensadores más advertidos en política de la actualidad, en su valioso libro «The New Science of Politics», Eric Voegelin.

Eric Voegelin arranca de la Civitas Dei de San Agustín, que había dedivinizado el mundo pagano y había creado los fundamentos sanos de la Cristiandad, que se mantuvieron mil años en la sociedad occidental, para ser luego alterados por la intromisión de elementos gnósticos y cabalísticos que volvieron a redivinizar, aunque en contexto secularizado, la sociedad.

El planteo de Eric Voegelin. El choque entre los diversos tipos de verdad en el Imperio romano acabó con la victoria del cristianismo. La desacralización de la esfera temporal del poder fue el resultado inevitable de la misma. Ya hemos adelantado que los problemas de representación específicamente modernos tendrían relación con una redivinización del hombre y de la sociedad. Estos dos términos necesitan especialmente una más extensa definición, dado que el concepto de la modernidad, y con él, la periodización de la historia, dependen del significado que se dé a la redivinización. Por ello, debe entenderse por desacralización el proceso histórico en que la cultura del politeísmo murió de atrofia y la existencia del hombre en la sociedad se reordenó, a través de la experiencia del destino del hombre y por la gracia de Dios que trasciende al mundo, hacia la vida eterna en visión beatífica… la redivinización moderna tiene más bien su origen en el mismo cristianismo y se deriva de componentes que fueron eliminados como heréticos por la Iglesia universal. Habrá que concretar con mayor precisión la naturaleza de esta tensión interna del cristianismo.

En la vida de la Iglesia hubo, en los primeros siglos, algunos fermentos cabalísticos que especulaban con una nueva especulación y apocalipsis dentro de la historia. Pero esto fue rechazado firmemente por los Padres y Doctores y definitivamente en la Civitas Dei de San Agustín. Este abandonó claramente la creencia en el milenio como fábula y audazmente declaró que el reino de los mil años será el reino de Cristo en su Iglesia en el presente siglo que debía continuar hasta el juicio final y el advenimiento del reino eterno en el más allá.

La concepción agustiniana de la Iglesia, sin cambio sustancial, permaneció efectiva hasta el final de la Edad Media. La expectación revolucionaria en la Segunda venida, que había de transfigurar la estructura de la historia en la tierra, fue descartada como «ridicula1′. . . La sociedad cristiana única quedó articulada en los órdenes espiritual y temporal. En su articulación temporal aceptaba la «conditio humana» sin fantasías kiliásticas, pero a la vez sublimaba la existencia natural con la representación de su destino espiritual por medio de la Iglesia… La Iglesia en cuanto representación históricamente concreta del destino espiritual del hombre encontró su paralelo en el Imperio romano como representación históricamente concreta de la temporalidad humana.

«La sociedad cristiana de Occidente se articulaba, pues, en los órdenes espiritual y temporal, con el Papa y el Emperador como sus representantes supremos tanto en el sentido existencial como en el trascendental. De esta sociedad, con su sistema establecido de simbolos, surgieron los problemas específicamente modernos de la representación con la nueva aparición de la escatología del Reino .. . Joaquín de Fiore, cuya concepción hemos estudiado ya 88 rompe la concepción agustiniana de la historia e introduce un nuevo reino del Espíritu dentro de la historia misma hacia donde converge todo el devenir histórico».

«Como variación de este símbolo son reconocibles la periodización humanística y enciclopedista de la historia en antigua, medieval y moderna; las teorías de Turgot y Comte sobre la sucesión de las fases teológica, metafísica y científica; la dialéctica de Hegel sobre los tres estadios de la libertad y plenitud autorefleja; la dialéctica marxista con sus tres fases del comunismo primitivo, la sociedad de clases y el comunismo final, y por último, el símbolo nacional-socialista del Tercer Reich. . . S9.

«El segundo símbolo es el del caudillo. Cobró realidad inmediata en el movimiento espiritual de los franciscanos, quienes vieron en San Francisco el cumplimiento de la profecía de Joaquín. Las especulaciones del Dante sobre el «Dux» de la nueva edad espiritual vinieron también a reforzar su eficacia. Luego es identificable en las figuras paracléticas, los «homines espirituales» y «homines novi» del final de la Edad Media, el Renacimiento y la Reforma; puede discernírsele como uno de los componentes del «príncipe» maquiavélico; en el período de la secularización surge de nuevo en los superhombres de Condorcet, Comte y Marx, hasta llegar a dominar la escena contemporánea con los dirigentes paracléticos de los nuevos reinos» 40.

El tercer símbolo es el del profeta de la nueva era . . . Por ello el profeta gnóstico o, en las últimas fases de la secularización, el intelectual gnóstico es un elemento de la civilización moderna 41.

El cuarto símbolo es la fraternidad que se realiza en la historia con el descenso del Espíritu Santo. Joaquín concebía la nueva edad como fraternidad de monjes; los puritanos como iglesias de santos y ‘el misticismo marxista como un reino de la libertad sin la compulsión del Estado.

La estructura de la historia queda cambiada. «El movimiento de la historia no se realiza en ciclo, como expusieran Platón y Aristóteles, sino que adquiría dirección y destino. En la elaboración de su visión teórica, San Agustín distinguía entre la esfera profunda de la historia en la que los imperios se levantaban y caían y una historia sagrada que culminaba con la aparición de Cristo y el establecimiento de la Iglesia. Además situaba la historia sagrada en una historia trascendental de la Civitas Dei que incluía los acontecimientos de la esfera evangélica y los del sábado eterno trascendental. Sólo la historia trascendental, incluyendo el peregrinaje de la Iglesia, tenía dirección hacia un cumplimiento escatológico. La historia profana, por otra parte, no tenía tal dirección; era un esperar para el fin; su modo presente de ser era el saeculorum senescens, una edad que envejecía.

Con la especulación joaquímica, el proceso histórico se inmanentiza y saca de sus mismas entrañas una edad nueva del Espíritu.

«La idea de un cumplimiento radical inmanente creció más rápidamente en un largo proceso que puede ser llamado «del humanismo al Iluminismo»; sólo en el siglo xvni con la idea del progreso, tuvo crecimiento la significación en la historia y se hizo un fenómeno completamente intramundano, sin irrupciones trascendentales.

Esta segunda fase de inmanentización puede ser llamada de «secularización»».

La inmanentización de un objetivo cristiano se seculariza porque se da en el contexto de negación de Dios que hemos estudiado más arriba en este mismo capítulo. Eric Voegelin advierte que en esta historia inmanentizada se da un tñdos histórico que dirige la marcha de la historia y el resultado es una interpretación progresista de la historia, que puede asumir la forma de una utopía, como en el caso de Santo Tomás Moro, o de las varias formas de idealismo que sueñan con la abolición de la guerra y de la desigual distribución de la propiedad, del miedo y de la necesidad o finalmente pueden vestirse en una total transfiguración revolucionaria del hombre como en el marxismo.

Eric Voegelin muestra cómo esta inmanentización de un eschaton cristiano —un estado de perfección ideal, realizado dentro de la historia, aunque sea secularizado— se opone a la fe cristiana, que es un asentimiento intelectual a la palabra de Dios y descansa en cambio en una «falsa experiencia, en una iluminación o gnosis, que debe ser históricamente ligada con los antiguos sistemas gnósticos o cabalistas». «La experiencia gnóstica —escribe Voegelin— ofrece un firme asidero y es una expansión del alma al punto de que Dios es dibujado en la existencia humana. Esta experiencia puede comprometer las facultades humanas, y de aquí, en efecto, es posible distinguir varias clases de facultades gnósticas de acuerdo a la facultad que predomina en la operación de alcanzar a Dios.

La gnosis puede ser primariamente intelectual y asumir la forma de una penetración especulativa del misterio de la creación y de la existencia, como por ejemplo, en la gnosis especulativa de Hegel y de Schelling. Puede ser primeramente emocional y tomar la forma de una habitación de la divina sustancia en el alma humana, como por ejemplo en los líderes de las sectas paráclitas. O puede ser primariamente volicional y tomar la forma de una redención activista del hombre y de la sociedad, como por ejemplo en los activistas revolucionarios como Comte, Marx o Hitler».

Y aquí añade Voegelin una advertencia muy importante: «Estas experiencias gnósticas, en la amplitud de su variedad, son el centro de la redivinización de la sociedad4** porque los nombres que caen en estas experiencias se divinizan a sí mismos sustituyendo cada vez más la fe en el sentido cristiano por los modos pasivos de participación en la divinidad46.

Las experiencias gnósticas que alimentan al hombre de hoy, experiencias secularizadas, son el humanismo, el ilummismo del siglo de las luces, el progresismo, el liberalismo, el positivismo y el marxismo. Y finalmente, con su prodigioso avance desde el siglo xvn, la ciencia puede llegar a ser, está uno inclinado a decir inevitablemente, el vehículo simbólico de la verdad gnóstica. En la especulación gnóstica del cientificismo esta variante particular alcanza su punto extremo cuando la perfección po si ti vista de la ciencia reemplaza la era de Cristo por la era de Comte. El cientificismo ha quedado como una de los movimientos gnósticos más fuertes de la sociedad occidental; y el orgullo inmanentista de la ciencia es tan fuerte que aun las ciencias especializadas han alcanzado un sedimento distinguido en las variantes de salvación por la física, economía, sociología, biología y psicología.

  1. La Revolución moderna

Con la inmanentización del eschaton cristiano dentro del curso mundano de la historia —lo cual es típicamente gnóstico o cabalista, como hemos advertido— la sociedad se convierte en cambiante y revolucionaria. Eric Voegelm estudia con detención el caso de los puritanos, que fueron sin duda los primeros revolucionarios gnósticos que lograron el dominio político de una nación. Con ellos, la Revolución triunfa en la sociedad occidental, rechazando el destino sobrenatural del hombre que se aseguraba en la Iglesia Católica dando lugar primero a una expansión naturalista del hombre, y luego a una liberal que será seguida luego por la expansión comunista.

La Revolución Británica es la primera revolución de un país que en su totalidad entra en la sociedad revolucionaria de la modernidad. Por esto, Isaac Ddsraeli, padre de Benjamín, conde Beaconsfield, comienza la vida de Carlos I publicada en 1851 con estas palabras: «Estaba predestinado que Inglaterra había de ser la primera de una serie de revoluciones que todavía no está terminada».

La revolución inglesa fue hecha por los puritanos, que eran «gnósticos revolucionarios, empeñados en la lucha por la representación existencial que tuvo como resultado el derrocamiento del orden social inglés, el control de las universidades por los puritanos y el reemplazo de la ley común por la ley escriturística. Hooker comprendió perfectamente lo que hoy no se entiende acerca de que la propaganda gnóstica era acción política y no la búsqueda de la verdad en el sentido teórico. Con sensibilidad infalible diagnosticó el componente nihilístico del gnosticismo en la creencia puritana de que su disciplina, siendo el absoluto mandamiento del Dios todopoderoso, debía ser recibida como de lo alto; aquí estribaba el peligro mayor». En la cultura política del tiempo era harto claro que el gobierno, no los súbditos, representaba el orden de la sociedad.

La revolución gnóstica de los puritanos procedía, a su vez, de la formulación sistemática operada por Calvino en sus Instituciones, que con ellas había creado un Corán gnóstico.

Después de esta primera gran revolución habían de venir otras, la francesa, la rusa y la mundial, operadas todas ellas con la misma estructura y configuración, con los mismos métodos y por los mismos poderes. A este respecto, las obras de Nesta H. Webster, World Revohítion, The plot against civilization y Secret Societies and subversive movements son definitivas para demostrar que el proceso está afectado por una total dependencia de un foco central que hay que situar principalmente en la Cábala. La Revolución Mundial procedería de este foco y tendría como objetivo fundamental la destrucción del poder de la Iglesia Católica romana y de su obra civilizadora, es decir, de la civilización cristiana. Este intento cabalístico se habría perpetrado a través de las sectas gnósticas como los albigenses, los templarios, el ocultismo y en la edad media y edad moderna a través de las innumerables sociedades secretas que, a su vez, impulsan los movimientos comunistas y anárquicos. El peligro judeo-masónico-comunista no sería sino la ejecución, en el plano práctico y político, de la Cábala. Para el conocimiento de estos planes y de su realización hay que acudir a los autores expertos en la materia como Barruel, Cretineau-Joly, Dom Benoit, Drummont, Deschamps, Mons. Jouin, Henri Fordt, León de Poncins, Henry Costón, Pierre Virion, Mauricio Carlavilla y tantos otros.

CAPÍTULO XI

  1. La línea cabalista de la filosofía hegeliana

Hemos mostrado en el capítulo nueve cómo Hegel es un autor típicamente gnóstico. El famoso sistema no es sino una gnosis con el vocabulario de la filosofía alemana. Con la muerte de Hegel en 1831, el sistema se rompe en pedazos. Por un lado, la famosa derecha hegeliana y por el otro la aún más famosa izquierda. Los distintos sistemas gnósticos no indican sino lineamientos generales que luego cada autor va a llenar y determinar según sus gustos y preferencias.

Así pasa también con Hegel. Ya en vida de Hegel, Herbart, en 1822, había advertido sobre la profunda contradicción que atravesaba todo el sistema hegeliano del derecho. «Hegel, decía, quiere reconciliar lo inconciliable, esto es, el monismo espinocista y la libertad kantiana». Pero la verdadera división se iba a establecer, después de la muerte del gran filósofo, con motivo de la polémica en torno de la religión. «La escuela hegeliana se dividía entonces, como el parlamento francés, en una derecha que aplicaba la idea de la unidad de la naturaleza divina y humana, considerando toda la historia evangélica como auténtica historia; a ésta pertenecían Goschell, Garbler y Bauer; en un centro que cumplía aquella aplicación tan sólo en parte, en el sentido de la derecha, al que pertenecía Rosenkranz; y una izquierda representada por Strauss, que la aplicaba en el sentido de no considerar enteramente como historia al relato bíblico».

La izquierda no hacía sino resaltar la posición gnóstica de Hegel, que consideraba la vida divina manifestándose en las grandes personalidades históricas, pero de ningún modo plena y absolutamente, y como el grado más alto que podía ser alcanzado por la persona humana en el de la propia conciencia en una unidad propia en Dios. Jesucristo habría poseído esta conciencia en grado que ningún otro mortal tubo. Detrás de Strauss, Feuerbach y Marx debían llegar a posiciones más radicales, pero siempre dentro de la línea gnóstica o acentuando sus caracteres.

Los momentos de la dialéctica hegeliano-comunista como una trasposición profana de los misterios cristianos. Para comprender a Marx hay que comprender a Hegel, y para comprender a Hegel hay que comprender los misterios más profundos del cristianismo.

Porque tanto Hegel como Marx no han hecho sino trasponer los misterios cristianos: el primero en un plano filosófico, y el segundo en un plano económico social.

El cristiano eleva su mirada hacia un Dios trascendente, infinitamente trascendente. Aunque reconoce que con su presencia Dios se hace inmanente en las creaturas, sabe que su modo especialísimo de ser —Ser subsistente— está fuera y por encima de todo lo creado. Dios —plenitud de ser— no ha creado al hombre por una necesidad intrínseca de complementarse sino por un acto completamente gratuito de la sobreabundancia de su bondad.

El Dios trascendente, plenitud de Ser, sin mezcla de finitud o imperfección, encierra en su Deidad dos comunicaciones de su misma esencia: una, por vía de inteligencia; otra, por vía de amor —dos procesiones—, la del Verbo y la del espíritu. Pero ellas se cumplen en la inmanencia de la Divina Esencia. El Padre ingénito desde la eternidad engendra al Hijo, comunicándole su mismísima esencia y el Padre y el Hijo dan procedencia al Espíritu Santo por vía de amor. El misterio de la Trinidad es el misterio más augusto e impenetrable de todos los misterios. Pero hay otro misterio también augusto e impenetrable, y es el de la Encarnación del Verbo: «Y el Verbo —el Logos— se hizo carne». Cierto que Dios se basta a sí mismo y no tiene necesidad de la creatura. Sin embargo se comunica libremente a ella. La comunicación más grande se realiza en Cristo. El Hijo, la Segunda Persona, sin dejar de ser Dios toma en unidad de persona la naturaleza humana. El Hijo se hace hombre. En el misterio de la Encarnación, dos naturalezas, la divina y la humana se unen en la misma persona. San Pablo nos describe este misterio como la negación de Dios y así nos dice en la Carta a los filipenses, 2, 5: «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios; antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló, obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre para que al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre».

En esta enseñanza de San Pablo hay que poner atención especialmente en este «se anonadó», que en latín la Vulgata traduce por «exinanivit», se hizo nada, y el original griego por ECCUTÓV éxé-

VWCTEV, se vació. Porque de aquí procede toda la interpretación teológica falsa que había de introducir el luteranismo, y que influiría sobre Hegel para la creación filosófica de la dialéctica que, como hemos señalado, descansa de modo particular sobre el principio del «segundo momento», el de la «antítesis» o «negación», o «contradicción», o «alienación».

San Pablo, cuando habla de este «anonadamiento», o «vaciamiento» de Cristo, no lo hace ontológico como si Cristo dejara de ser Dios y se hiciera otra cosa, sino simplemente quiere llamar la atención de los cristianos sobre el ejemplo de humildad que nos dio Jesús, el cual siendo Dios se mostró como un simple hombre escondiendo la gloria y el poder de la divinidad.

La doctrina cristiana adulterada por el luteranismo. Estos dogmas cristianos van a ser adulterados por el movimiento protestante que nació en la reforma de Lulero.

El catolicismo mantenía una actitud especulativa y sapiencial de los misterios cristianos. Los consideraba en sí mismos, en su realidad «especulativa». Pero con Lulero comienza un movimiento teológico de la acción y del conocimiento práctico. Los dogmas no interesan como verdades en sí, verdades objeto de pura contemplación, sino como verdades para nosotros, y en cuanto se refieren a nuestra justificación. Lutero presla atención a lo que él llama Theologia crucis, en contraposición a la Theologia gloriae. El aspecto metafísico de la Cristología tampoco le interesa, pero sí su aspecto dramático. Poco le importa que Cristo tenga dos naturalezas: en cambio le interesa que haya venido a tomar nuestros pecados y a darnos su justicia. Y así también concibió de una manera práctica lo que los teólogos llaman la communicatio idiomatum, es decir, el hecho de que a un sujeto concreto único, Cristo, Verbo Encarnado, puedan aplicársele indistintamente las propiedades de la naturaleza humana y de la naturaleza divina. «Dios murió por nosotros», se dice y con propiedad. Y ello en virtud de esta «communicatio idiomatum» sin que ello signifique que haya sufrido y muerto, en cuanto Dios, en su Deidad. Sufrió y murió en su humanidad, la cual es creada y pasible, pero como esta humanidad pertenece a la Persona Divina del Verbo, legitimo es afirmar que Dios —la Persona Divina del Verbo— ha sufrido y muerto en la Cruz.

Lutero, en cambio, comienza a entender esto de que «Dios se hizo hombre y pecado» en Jesucristo como si se efectuara «un cambio» de las virtudes y de la situación de las dos naturalezas tomadas como realidades concretas. Dios, tomando en Jesús nuestras debilidades y aun tomando nuestro pecado, pero atribuyéndonos su Justicia, y después, ulteriormente, su Gloria 44.

Este defecto de rigor especulativo y de consideración sapiencial va a determinar que aquel texto del Apóstol a los Filipenses en que se habla de que Dios se anonadó, se interprete como si Dios al encarnarse se despojara de sus atributos de esencia divina, de su inmutabilidad, y adquiriese condiciones creaturales. Se inicia entonces un movimiento teológico que va a culminar en lo que se conoce como la teología de la Kenosis, y en la cual los teólogos protestantes de los siglos xvni y xix van a sostener que el Locos tiene facultades para limitarse en cuanto a su ser y actividad y que en la carrera de Cristo en la tierra la divinidad ha estado limitada, y así la «‘communicatio idiomatum» se interpreta como »Logos non extra carnem nec caro extra Logos»; a saber, como si el Verbo no tuviera ser fuera de la humanidad y la humanidad fuera del Verbo.

Debajo de estos errores puramente teológicos hay en el luteranismo un error fundamental filosófico proveniente del nominalismo.

El nominalismo no tiene una noción exacta sobre el ser, que se predica no unívoca sino analógicamente de los distintos seres que lo realizan diversamente. Dios es el Ser por esencia, y la creatura es ser por participación. Hay una predicación analógica.

La diversidad del ser permite su unidad. En cambio, en el nominalismo el ser es unívoco, de modo que hay, diríamos, una única masa de ser que se distribuye, parte a unos seres, parte a otros; parte a Dios y parte a las creaturas. No hay dos modos esencialmente diversos de poseer el ser —en el caso de Dios, Ser por esencia, y en el caso de la creatura, ser participado y derivado de Dios— sino una única manera, de donde se sigue que lo que tiene Dios no lo tiene la creatura y lo que tiene la creatura no lo tiene Dios.

La filosofia de la univocidad del Ser tiende a oponer la creatura con el Creador; tiende a extremar la trascendencia divina sobre la creatura, como si para exaltar a Dios hiciera falta humillar y despreciar a la creatura.

La gnosis hegeliana. Sobre esta teología adulterada elabora Hegel su sistema filosófico. Hoy está suficientemente comprobado que Hegel recibió una fuerte impregnación de teología luterana.

Paul Asveld, en su excelente estudio La pensée religieuse du jeune Hegel, afirma que «Hegel no adhirió nunca a la ortodoxia luterana, aunque fue literalmente asediado por ella».

Todo el fondo del sistema de Hegel es profundamente teológico.

Después de los estudios de Nohl, Dilthey, Enrico de Negri, Jean Wahl, Hippolite, Asveld, Grégoire, nadie duda al respecto. El dominico Georges M. M. Cottier ha hecho una demostración de esta tesis en las primeras cien páginas de L’Athéisme du Jeune Marx, que causa una impresión de sobrecogimiento.

Y en efecto, todo el sistema de Hegel está construido sobre la noción de Entausserung que los autores traducen por el término alienación. Enrico de Negri en su excelente artículo L’elaborazione hegeliana di temí agostiniani, dice de entausserung: «El automovimiento de la idea o del espíritu absoluto o del sistema en tanto que el sistema se desarrolla o debería desarrollarse sobre un terreno limpio de toda impureza».

Este término entausserung es la forma sustantivada de la palabra hat sich selbs geeussert con que Lulero traduce de la Vulgata aquel «se anonadó» de San Pablo a los filipenses de que hablamos más arriba.

Así como en la Encarnación, interpretada en la doctrina de la kenosis, el Logos se vacía de la divinidad y se reviste de la humanidad para ser exaltado en la comunidad de la Iglesia por el Espíritu, así en el sistema hegeliano, el Logos, el Espíritu se va vaciando en diferentes figuras hasta alcanzar su completa realización en el Espíritu Absoluto, que comprende lo infinito y lo finito, la identidad de la identidad y de la no identidad.

En este proceso que cumple el Logos podemos considerar un doble movimiento, un movimiento de negación, de alienación, en que el Logos se va despojando de toda trascendencia, y un segundo movimiento, negación de la negación o apropiación —aufheben— en que el Logos se apropia en su inmanencia de la divinidad representada en la anterior trascendencia.

Primer movimiento, la negación. Aquí tenemos que considerar que Dios se hace Cristo, Menschwerdung, se encarna, entendido como una acción o devenir incesante, o mejor, «Dios se identifica con la historia, que es un continuo proceso de revelaciones, manifestaciones, encarnaciones. Aquí tenemos el sentido de la fenomenología del Espíritu, que se desarrolla en sucesivas figuras» 54.

En estas sucesivas figuras Dios muere, o sea que la muerte de Cristo es la negación, lo que en Hegel constituye el alma vivificadora del movimiento.

La muerte de Cristo —alienación— es también mediación, porque una figura nos hace llegar a una figura superior y así a través de la serie de figuras llegamos al saber absoluto. Las figuras que son negación del Logos, el otro del Logos, son también su negación.

Pero Hegel quiere negar primeramente un Dios trascendente; por esto, en este proceso de entausserung, kenosis, que se cumple en la totalidad del sistema hegeliano, se va realizando una serie de alienaciones. Hegel rechaza al Dios trascendente de la tradición judeo-cristiana, se ensaña con el Dios de Abraham. Y en la célebre figura del amo y del esclavo, el amo es el Dios trascendente y el esclavo es la conciencia; pero el esclavo acabará por ser amo de su amo, cuando logre reabsorber la divinidad en la imanencia de la conciencia.

El segundo movimiento de la entausserung. El primer movimiento, la negación de la entausserung, no constituye sino un primer tiempo de un movimiento circular. A la pérdida sucede la reapropiación; a la escisión, la reconciliación; a la negación, la negación de la negación. Al anonadamiento de que nos habla el Apóstol sucede la exaltación de que también nos habla. La negación suprime y conserva. Se niega la divinidad como trascendente, pero se la conserva en la inmanencia.

En resumen, que Hegel toma del misterio cristiano de la Trinidad la idea de proceso o procesión, la cual, aunque en buena teología no implica movimiento ni cambio, Hegel la toma como si fuera un automovimiento. ¿De dónde saca Hegel esta idea de automovimiento que se desarrolla en tres momentos? La saca del misterio de la Encarnación, entendido malamente a través de la teología de la Kenosis, como si el Logos se transformara en la humanidad de Cristo para luego transformarse ésta, en su pasión y muerte, en la exaltación de la Iglesia. Esta confusión y simplificación de los más altos misterios cristianos la traslada desde el plano de la teología al de la filosofía, al del «concepto». En el concepto se ha reabsorbido toda trascendencia y el concepto es sujeto que se automueve y se autocrea. El concepto es causa sui, no sólo con relación a sus propias determinaciones, sino que él es la efectividad.

El movimiento dialéctico interno era ya un juego de lo mismo y de lo otro. Pero también el Logos debe tener su otro, la natura.

Natura y Logos son así los dos momentos de una unidad dialéctica, pero esta victoria no puede perdurar porque señalaría la victoria de la dualidad y de la escisión. A su vez, Logos y natura son suprimidos» en el espíritu. El Logos evoluciona a través de la natura en el espíritu, que es identidad de la identidad y de la no identidad.

El espíritu se realiza históricamente en el arte, la religión y la filosofía, Dios se confunde con la historia. Y como la historia es la humanidad andando, Dios se confunde con la vida de la humanidad, con el devenir humano, vale decir que se va realizando a través de la praxis filosófica.

  1. La gnosis de la dialéctica revolucionaria comunista

Los tres momentos de la dialéctica de Hegel son una transformación en el plano de la razón humana de los misterios cristianos y, en especial, del misterio de la Encarnación falsamente entendido. Resulta así una perversa teología, y una perversa filosofía.

Los otros misterios de la Trinidad, de la Encarnación, de la Pasión y Muerte del Señor y de la vivificación de la humanidad en el Cuerpo Místico por el Espíritu Santo, son utilizados para construir un sistema ateo y evolucionista que convertirá la filosofía moderna en una divinidad, en una gnosis atea y peligrosa. Se llama gnosis, en sentido peyorativo, todo sistema que racionaliza los misterios cristianos. Es la gran herejía que trata de destruir al cristianismo desde el primer momento de su existencia y que persevera bajo diversos nombres en todas las edades cristianas. A pesar de todo, la gnosis hegeliana no será de todas las posibles la más peligrosa. Hegel mantiene la superioridad del espíritu sobre la materia. Puede discutirse la legitimidad con que Hegel admite esta superioridad del espíritu. Porque en rigor, al constituirse la dialéctica por la contradicción y por la negatividad como por su elemento esencial y constitutivo, está movida no precisamente por el ser sino por la nada. No tiende en consecuencia hacia arriba, hacia el Espíritu, sino hacia abajo, hacia la materia. Sin embargo, aunque puede cuestionarse la coherencia del sistema de Hegel, el hecho es que en él el Espíritu tiene la primacía. Marx, en cambio, con su famosa inversión de la idea en lo económico-social, creará una gnosis más perversa y revolucionaria al llevar al plano de la vida de los pueblos y de las sociedades humanas este cristianismo gnóstico como factor de disolución social. El cristianismo, en efecto, sustancialmente desfigurado y sosteniendo este engendro terrible que es el comunismo ateo de Carlos Marx y de Lenin. Hemos visto cómo Marx mantiene como pieza esencial de su sistema la de proceso, cambio y movimiento. Nada hay estable, todo es puro proceso.

Esta idea la toma de Hegel, el cual a su vez, en su transposición sacrílega, la toma de las procesiones que se cumplen en la inmanencia de la Trinidad.

Este proceso se desenvuelve en los tres grandes momentos de afirmación, negación y negación de la negación. La de Hegel es una dialéctica que se desenvuelve con ritmo triádico. Este sistema está tomado, también, como hemos explicado, del misterio cristiano de la humillación de Cristo. En la Encarnación, cuando el Verbo se hace Hombre, hay una afirmación, el Verbo, hay una negación —el hombre—, y una negación de la negación o superación —que es Cristo exaltado sobre todo lo creado—. Marx va a llevar estos tres momentos de la dialéctica al plano de la historia actual de la humanidad.

El punto central del sistema de Marx está constituido por lo que se llama la gran ley de la historia, o la profecía de Marx y que consiste, en definitiva, en el paso dialéctico del capitalismo al comunismo. Esta ley tiene tres momentos culminantes. Primer momento, la humanidad del comunismo primitivo, cuando por la falta de división del trabajo, y debido al carácter primitivo de la técnica, no hay posesión privada de los medios de producción. En la concepción marxista es éste un comunismo puramente «negativo», «pobre», «vacío», algo así como la «idea» de la lógica de Hegel. Para enriquecerse, para pasar de lo vacío a lo lleno y rico, esta humanidad tiene que alienarse, perderse; así como la «idea» de la lógica, antes de llegar a la riqueza del Espíritu Absoluto, tiene que pasar por todas las fases de la naturaleza y de la historia.

Y el factor de enriquecimiento, lo constituye la negación o contradicción. El hombre no puede enriquecerse con el progreso técnico si no se niega y se aliena. En realidad, Marx no asigna la razón de la necesidad de esta alienación. ¿Por qué el hombre del comunismo primitivo no pasa directamente y en un proceso continuo al hombre del comunismo con alto progreso técnico sin necesidad de pasar por la etapa del trabajo alienado de la época de la esclavitud, del feudalismo, y del capitalismo? Marx no asigna ninguna razón de esta necesidad. La impone el juego dialéctico.

Y, ¿por qué la impone el juego dialéctico con su movimiento triádico? Tampoco asigna Marx, como no asigna Hegel tampoco, ninguna razón. La herencia cristiana, de la cual no ha podido desprenderse el mundo moderno, aun en la época más profunda de sus aberraciones, está alimentando y sosteniendo un pensamiento que, de otra suerte, se agotaría en un puro nihilismo.

Pasamos al segundo momento de la dialéctica comunista, cuando la humanidad, cuya ‘esencia la constituye el trabajo social, se aliena o pierde por la propiedad privada de los medios de producción.

Este segundo momento tiene una larga y accidentada trayectoria histórica que recorre en el régimen de la esclavitud, en el régimen feudal y finalmente en el régimen del capitalismo. El progreso técnico determina la división del trabajo, la cual, a su vez, trae como consecuencia que ciertos hombres propietarios de los medios de producción sometan al trabajo a los que están privados de dichos medios. La sociedad se convierte en dos clases irreconciliables, la de los explotadores y la de los explotados, que en la fase actual del desarrollo dialéctico la constituyen burgueses y proletarios. Cada una de estas clases constituye a la otra dialécticamente y, a su vez, se opone a la otra y lucha y combate contra la otra.

La tragedia del drama cristiano en que el Verbo-Dios se entrega a la gran humillación de tomar nuestra humanidad pasible y de hacerle recorrer los diversos pasos de una pasión accidentada y colmada de oprobios, encuentra su correspondiente paralelo en la masa trabajadora de la humanidad —esclavos, siervos y proletarios— que con sus sufrimientos y sus luchas entabla el gran combate para liberar a la humanidad.

Esta alienación económica determinada por la propiedad de los medios de producción, ha de engendrar a su vez otra alienación en el plano social, político, filosófico y religioso. La infraestructura económica determina y engendra también la superestructura. El hombre que se siente esclavo ante el patrón, su amo, en el régimen burgués, se siente también, por una alienación puramente imaginativa, esclavo ante su amo, un Dios trascendente, sobre todo el de la tradición judeo-cristiana. Y el hombre, el proletario, no ha de entablar su lucha a muerte contra el patrón económico, su amo, si no la entabla primeramente contra su amo religioso —el Dios de la religión— pues para vencer la alienación que lo tiene perdido necesita tener confianza en su poder creador, lo cual no sería posible mientras esté acobardado y apocado poniendo su confianza en un Creador fuera de sí. Para que el proletario tome conciencia de su poder creador, de su propia vida y de la historia, debe autoconvencerse de que sólo él es su divinidad para sí mismo, de que el hombre es la esencia suprema del hombreB6 y por consiguiente como otro Prometeo debe exclamar «odio a todos los dioses» y hacer suyas las palabras del mismo Prometeo a Kermes, el mensajero de los dioses: «Jamás cambiaré mis cadenas por el servilismo del esclavo. Mejor es estar encadenado a una roca que obligado al servicio de Zeus» 67. Por aquí se ve que el ateísmo —la guerra a la religión— constituye un elemento esencial e inseparable del comunismo de Marx.

Y así podemos comprender el tercer momento de la dialéctica comunista, el de la negación de la negación, cuando el proletariado, pertrechado de la teoría revolucionaria del socialismo científico, entabla su lucha despiadada contra el mundo que él llama burgués, y que lo es en gran parte, ya que por efecto de la revolución anticristiana, la antigua ciudad católica que floreció en el medioevo se ha transformado en la sociedad cristiana aburguesada del mundo occidental. El comunismo sostiene que en este tercer momento el proletariado ha de obtener una victoria aplastante sobre la burguesía y que, después de un proceso laborioso, ha de instaurarse finalmente la ciudad mundial comunista. Así como el Verbo se humilla y obtiene la victoria sobre el pecado, así el proletariado redentor humillado salva a la humanidad.

De este comunismo, dice Marx en su famoso Manifiesto de 1844: «El es la genuina solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, y ‘entre el hombre y el hombre, la verdadera solución de la lucha entre la existencia y la esencia, entre objetivación y propia afirmación, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie. El comunismo es la solución del enigma de la historia, y la conciencia misma de ser esta solución».

Así, la afirmación de la humanidad, su pérdida en el capitalismo y su recuperación y salvación en el comunismo, responde a la versión profana y económico-social del misterio cristiano de la Encarnación, de aquel «se anonadó» de San Pablo a los filipenses.

El proletariado adquiere los atributos de mesianidad que en el cristianismo corresponden a Cristo, el Salvador, y la ciudad del trabajo comunista es la versión marxista del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia.

El materialismo histórico de Marx es, con toda verdad, una gnosis operativa de la Revolución Anticristiana.

  1. El nihilismo de Nietzsche

Con Nietzsche nos encontramos de vuelta con el pesimismo total. «¡Ay, el hombre vuelve eternamente! ¡El hombre pequeño vuelve eternamente! Un día vi desnudos al hombre más grande y al más pequeño: demasiado parecidos el uno al otro; demasiado humanos, aún el más grande.

¡Demasiado pequeño el más grande! Esto fue lo que me asqueó en el hombre. ¡Y también la eterna vuelta del más pequeño! Esto fue lo que hizo que me asqueara todo lo existente.

¡Ay!, ¡asco! ¡Asco! ¡Asco! ¡Asco! ¡Asco! Así habló Zaratustra suspirando y estremeciéndose, porque se acordó de su enfermedad».

Si Nietzsche, con Schopenhauer, hace de la voluntad la esencia del ser, voluntad de vida, voluntad de querer, voluntad de poder, la voluntad es la fuente originaria del ser. No hay que preguntarse por un fin exterior a esta voluntad originaria; no tiene sentido preguntar: ¿por qué, de dónde y para qué? El devenir y el placer eterno de la voluntad no tiene nada que pueda trascenderla.

«Piensa en este instante, continué; desde este pórtico del momento parte hacia atrás una larga calle eterna; detrás de nosotros queda una eternidad.

«Todo lo que puede correr, ¿no tiene que haber recorrido esta calle? Todo lo que puede suceder, ¿no se habrá verificado, no habrá sido y pasado ya? Y si todo ha sido ya, que piensas tú, enano, de este momento? Este mismo pórtico, ¿no debe haber estado aquí ya otra vez?».

Retorno por tanto al monismo cósmico del ev xai itav según el cual hay una completa compenetración de ser y voluntad.

No sólo ya el insostenible teísmo, sino el panteísmo trascendental y sin sentido. Schepenhauer y Nietzsche aceptan en sustancia la crítica de Feuerbach al idealismo teológico con una leve modificación: la teología no es antropología, sino antropologismo.

No hay ninguna duda de que la negación de Nietzsche no tenía un sentido radical; Dios ha muerto, no tan sólo el Dios del cristianismo, aunque éste lo estaba de modo especial, sino también ha muerto Buda y han muerto todos los dioses de cualquier tiempo y religión. Se trata por lo tanto de una afirmación y de una comprobación en la historia del espíritu: de éste, que en la edad moderna se ha desembarazado de Dios y de la religión, que el hombre moderno se ha exorcizado de lo divino de modo radical. . .

Nietzsche hace el balance del hombre moderno y proclama como Feuerbach y la izquierda hegeliana, como Schopenhauer, que en el hombre moderno no hay ya puesto para Dios. Pero a diferencia del pensamiento quietista de Schopenhauer, Nietzsche quiere llenar este vacío dejado por Dios, el puesto de Dios no puede quedar vacante; y a esto tiende la doctrina del «superhombre» que forma el tema de Así hablaba Zaratustra.

Es claro que esta voluntad de potencia que anima al superhombre de Nietzsche en realidad tiene su fundamento y significado en la actuación de la voluntad de la Nada, ya que no se cierra en ninguna cosa determinada sino que es un devenir de una cadena sin fin de cosas movidas eternamente por la necesidad. La vida de los seres humanos y de todos los seres no tiene ningún sentido. Es el nirvana absoluto. Un infierno nirvánico. El nihilismo total. El hombre es una estructura de muerte. Nietzsche tiene conciencia de la dramaticidad que plantea a su generación y así dice: «No valía la pena sacrificar a Dios mismo por crueldad para consigo mismo y adorar las piedras, la estupidez, la gravedad, el destino, la nada. Sacrificar a Dios a la nada, este misterio paradojal de suprema crueldad, estaba reservado a la generación presente; de ello algo sabemos todos».

  1. Freud y Jung, o la corriente psicoanalítica de la Cábala

El instinto nirvánico que atraviesa las obras de Schopenhauer y de Nietzsche, invade igualmente el psicoanálisis de Freud y de Jung. Freud, en 1920, ha estudiado con cierta prolijidad el instinto de muerte en relación con la libido o instinto del placer en Más allá del principio del placer.

Sabido es que Freud se mueve dentro de la evolución darwiniana y que así imagina un estado evolutivo en que la vida habría surgido de la no vida. Y de aquí que diga: «Si como experiencia, sin excepción alguna, tenemos que aceptar que todo lo viviente muere por fundamentos internos, volviendo a lo inorgánico, podremos decir: La meta de toda vida es la muerte. Y con igual fundamento: lo inanimado era antes que lo animado». Y más adelante insiste: »El instinto de conservación, que reconocemos en todo ser viviente, se halla en curiosa contradicción con la hipótesis de que la total vida instintiva sirve para llevar al ser viviente hacia la muerte».

Así se establecía, en opinión de Freud, una lucha u oposición entre los instintos de conservación, derivados del instinto de placer, y el instinto de la muerte, que procedería del estado originario de los seres inanimados. «Los instintos del yo proceden de la vivificación de la materia inanimada y quieren establecer de nuevo el estado inanimado». Y no se crea que este instinto de muerte puede ser secundario, sino, por el contrario, Freud estima su carácter dominante y fundamental en toda la vida psíquica del hombre.

«El haber reconocido como la tendencia dominante de la vida psíquica, y quizá también de la vida nerviosa, la aspiración a aminorar, a mantener constante o a hacer cesar la tensión de las excitaciones internas, el principio de nirvana, según expresión de Bárbara Low), tal y como dicha aspiración se manifiesta en el principio del placer, es uno de los más importantes motivos para creer en la existencia de instintos de muerte».

En este estudio, Freud sostiene que al principio la naturaleza humana era muy diferente. «Primitivamente, dice, hubo tres sexos; tres y no dos, como hoy en día; junto al masculino y al femenino vivía un tercer sexo que participaba en igual medida de los otros dos. . .». También estos seres humanos eran dobles; tenían cuatro pies, cuatro manos, dos rostros, genitales dobles, etc. Mas Júpiter se decidió un día a dividir a cada uno de ellos en dos partes, como suelen dividirse las peras para cocerlas». «Cuando de este modo quedó dividida en dos toda la naturaleza, apareció en cada hombre el deseo de reunirse a su otra mitad propia, y ambas mitades se abrazaron, entretejieron sus cuerpos y quisieron formar de nuevo un solo ser». Freud anota aquí que estas ideas sobre el mito platónico las debe al profesor Heinrich Gomperz, de Viena, y que se halla en el Brihad-Aranyaka-Upanishad. Pero es claro que estas ideas son también de la Cabala, aunque no con los detalles del mito platónico, sino simplemente del Adán primeramente celeste, que luego se hizo andrógino. La distinción entre macho y hembra coexistiría aun en Dios, según el cabalista Abulafia 78. Henri Serouj^a añade que «Adán, reflejo fiel del Adán superior o primordial, debió como su modelo unir en él el doble principio de macho y de hembra. Fue creado primitivamente andrógino, el hombre y la mujer estaban ligados dorso con dorso; Dios separó la mujer y la llevó a Adán, de modo que pudieron verse cara a cara’”

Si Freud debe ser vinculado por el instinto nirvánico de su doctrina con la corriente cabalística, Jung lo ha de ser con mucha mayor razón. En rigor, este psiquiatra famoso propone un sistema de ideas que supera el campo puramente psicológico y alcanza la metafísica y la teología. En Respuesta a Job encontramos la sistematización completa de su pensamiento.

Jung parte de un Dios que se «encuentra en contradicción consigo mismo, y esto, además, de manera tan total, que Job está seguro de encontrar un Dios protector y un abogado contra Dios mismo; un Jahvé. . . que es una antinomia, una total contradicción interna» 81, antinomia que «es el presupuesto necesario de su tremendo dinamismo, de su omnipotencia y de su omniciencia»; un Yahvé amoral y con ataques de ira devastadores; un Dios inconsciente, con tres cuartos de animalidad y sólo un cuarto de humanidad, de un comportamiento insoportable». No hace falta decir que aquí aparecen las ideas consabidas de la Cabala, de Boehme y de los gnósticos.

Este Dios contradictorio, injusto y malo, se va acercar «con la jojma hebrea», con la idea de Sofía, o Sapientia Dei, un pneuma de naturaleza femenina 8B; un pneuma cosmogónico que atraviesa el cielo y la tierra y todas las creaturas 86; con carácter de «modelador del mundo, de maya»; lo que va a determinar un status de transformación de Jahvé, transformación que se operaría ante el fracaso del intento de pervertir a Job que habría experimentado el mismo Jahvé.

Así como habría una analogía entre Adán y Yahvé, la habría asimismo entre Satán, el hijo de Dios, y Caín y la serpiente.

Adán habría tenido una escabrosa relación con lilith, que es la correspondencia satánica de la sabiduría. Satán es un embaucador y un aguafiestas, que se complace en organizar incidentes desagradables. No se ve claro hasta qué punto representa Eva a la sabiduría ni hasta qué punto representa a Lilith. Pero Adán posee la prioridad en cualquier aspecto. Eva salió secundariamente del costado, y por ello viene en segundo lugar.

En la idea de creación «de la nada» encontramos igualmente reminiscencias cabalísticas y de Scoto Eriúgena. «Cuando Yahvé, dice Jung, creó el mundo sacándolo de la «nada», no pudo hacer otra cosa que introducirse secretamente a sí mismo en la creación, cada parte de la cual es él mismo». Y recalca más adelante esta misma idea. «Estas indicaciones y prefiguraciones de la Encarnación pueden parecer a algunos totalmente ininteligibles o superfluas, ya que toda la creación, que salió ex nihílo de Dios, no consta de otra cosa más que de Dios, y por ello el hombre lo mismo que toda creatura, es Dios objetivado».

De la creación sale un mundo en que, al igual que en Dios su autor, dominan la injusticia, el engaño, la inmoralidad y la contradicción.

Pero ahora, al decidir Yahvé encarnarse, no es el mundo el que debe transformarse sino Dios que quiere transformar su propia esencia. Y ahora la humanidad no ha de ser aniquilada sino salvada. Ahora no han de ser creados nuevos hombres, sino sólo uno. El masculino Adam secundus no ha de brotar inmediatamente de las manos del creador, como el primer Adán, sino que ha de nacer de una mujer humana. Esta es la Eva segunda, que tiene la prioridad, y no sólo en un sentido temporal, sino también en un sentido sustancial96. «Es nada menos que una transformación revolucionaria de Dios; representa algo parecido a lo que significó en un tiempo la creación, es decir, la objetivación de Dios».

Esta transformación de Dios significa la victoria de Job sobre los arrebatos y la inmoralidad de Yahvé. «Job tenía mayor altura moral que Yahvé. La creatura había superado al Creador en este aspecto». En Cristo la divinidad alcanza su esencia humana, es decir, el momento en el que Dios tiene la vivencia del hombre mortal, y experimenta aquello mismo que él hizo sufrir a su fiel siervo Job» «.

Con la transformación de Yahvé en Cristo acaece la separación histórica, definitiva por el momento, de Yahvé de su tenebroso hijo. Satán ha sido desterrado del cielo y ya no tiene ocasión de convencer a su Padre a que se lance a empresas problemáticas.

«Este acontecimiento podría explicar el porqué Satán, siempre que aparece en la historia de la encarnación, tiene una función tan secundaria que no guarda semejanza con su anterior relación de confianza con Yahvé». «A raíz de esta relativa coartación de Satán, Yahvé se ha identificado con su aspecto luminoso y se ha convertido en un Dios bueno y en un padre amoroso».

«La actuación inmediata y continua del Espíritu Santo en los hombres llamados a la filiación divina significa de jacto una encarnación progresiva. Cristo, como hijo engendrado por Dios, es el primogénito, al que sigue toda una serie de humanos nacidos después de él… El hombre tiene una íntima relación de confianza con Dios como Padre y con Cristo como «hermano». Estas transformaciones radicales en el status humano son directamente causadas por obra de la redención de Cristo .

Después de esta breve exposición de la tesis de Jung no es necesario aclarar que hay en este autor una teogonía, una cosmogonía, una antropogonía en nada diferente de las de los antiguos gnósticos y misterios. La única novedad que hace valer Jung es la fuerza del inconsciente y del arquetipo en que se traducirían estas magnitudes simbólicas de Yahvé, Satán, Cristo, Eva y María.

Jung concede «al arquetipo cierto grado de autonomía, y a la conciencia cierta libertad creadora, correspondiente a su grado de conciencia. De aquí surge una interacción mutua entre dos factores relativamente autónomos, y esto nos obliga, en la descripción y aplicación de los fenómenos, o presentar unas veces a un factor y otra al otro como el sujeto actuante; esto ocurre cuando Dios se hace hombre. La solución que ha venido dando hasta ahora ha eludido esta dificultad reconociendo un solo hombre-Dios, Cristo. Pero la inhabitación de la tercera persona divina, es decir, del Espíritu Santo, en el hombre, origina una cristificación de una cantidad de hombres; y entonces surge el problema de si estos hombres-dioses lo son totalmente».

Hay en Jung, como se ve, una naturalización y aun una materialización psíquica del misterio cristiano. Por aquí se puede establecer una relación entre Jung y los ocultistas de todas las épocas. «Nada se crea y nada se destruye: es la fórmula victoriosa sobre la muerte». La Jacobi, intérprete autorizada del pensamiento jungiano, afirma textualmente: «La muerte no es menos importante que el nacimiento y es, como ésta, inseparable de la vida. La misma naturaleza, si bien la comprendemos, nos toma en sus brazos protectores. Cuanto más viejos nos ponemos, tanto más se oculta el mundo exterior, que pierde color y fascinación, y tanto más intensamente nos reclama y nos ocupa el mundo interior.

El hombre que envejece tiende a retornar a aquel estado psíquico colectivo del que emerge con gran fatiga de niño. Así se cierra el ciclo de la vida humana y el principio y el fin coinciden, como expresa de tiempo inmemorial el símbolo del Ouroburo, la serpiente que s’e muerde la cola. El espíritu de hecho no está nunca ligado a la conciencia, como el entendimiento, sino que contiene, conforma y domina toda la profundidad del inconsciente, de la naturaleza primigenia» 104.

Así, aquello que en Freud era un desesperado monismo de muerte se transforma en Jung en un monismo de vida eterna, en un verdadero y propio panteísmo. Y el inconsciente llena la función del caos en las antiguas teogonías y del Abismo y del Silencio en los primeros sistemas gnósticos.

  1. La Cábala y la cultura de masas

Toda esta expansión de la Cábala en las altas manifestaciones de la religión y de la inteligencia ha de descender como por cascadas por los grupos intermedios de la publicidad, la prensa, la radio, la televisión y el cine, hasta llegar a las masas. «El mundo se podría llamar tanto la encarnación de la música como la encarnación de la voluntad». Esta fórmula, que resume la ontología de Schopenhauer constituye también el fundamento de la cultura de masas, entendida como instrumento para la educación del hombre en la mística de lo colectivo, esto es, en la trascendencia de aquel ser superpersonal y superracional que Teilhard de Chardin define como «totalización planetaria de la conciencia humana».

Pero es «el descubrimiento del inconsciente y la reducción de su pensamiento latente en lógica, un doble de la lógica humana, lo que constituye el principio del gran sistema freudiano… Freud pretende revelar el secreto del hombre absoluto mediante la pura observación científica. Transforma en antropograma la situación y realidad del hombre y reduce al hombre a la inmanencia de la cosa, de la materia. De aquí que no sea por casualidad que un fruto visible del freudismo sea la cultura de masas. El humanismo racionalista ha sido ya sobrepasado. Hoy estamos en la civilización del consumo en que se representa el drama del renunciamiento a toda pretensión intelectual, el «eclipse intelectual», para usar una expresión de Zoila: eclipse que significa la real trascendencia de las cosas con respecto a la voluntad, y al entendimiento humano».

La gnosis racionalista fundada por Kant y Hegel confluye en la gnosis cientista fundada por el médico de Viena.

«Y así Sartre saca la fórmula «categórica» de la novísima filosofía el famoso «vivir es hacer vivir el absurdo», del estudio de la obra freudiana, cuya natura estrictamente gnóstica él intuyó el primero. La filosofía humanística reconoce que la negación de la trascendencia implica necesariamente la negación de la trascendencia del entendimiento sobre las cosas. El desesperado grito sartriano, el «todo existe» no es sino la fórmula filosófica de la fórmula científica de Freud. «La vida no es otra cosa que la dialéctica del camino de la vida hacia la muerte»». También se verifica dentro de la fenomenología de Husserl y de sus seguidores la acabada síntesis de freudismo y de filosofía humanista.

El inmanentismo en la materia vincula directamente la gnosis freudiana con el marxismo. El mismo Freud busca unir, en Más allá del principio del placer, el instinto de muerte, que como instinto pertenece a la psicología, al envejecimiento, al consumo, a la irreversibilidad del tiempo, a la entropía. La satisfacción final para Freud tiende a la paz, según aquel principio que Bárbara Low llama «principio del nirvana».

La vida es un proceso que incluye la muerte. La vida es un constante camino hacia la muerte. Por otro lado, para vivir para la muerte, para exteriorizarme, para cumplirme como hombre, debo satisfacer las necesidades con los bienes. La vida es doblemente consumo: para vivir para la muerte debo consumir. La satisfacción final es el cumplimiento del instinto nirvánico.

Por esto, la gran ciencia hoy es la psicosociología, la ciencia del manejo de las multitudes, la ciencia del manejo de las masas para la muerte. Y el gran enemigo, al que hay que abatir con esta ciencia de la psicosociología, es la idea cristiana de Trascendencia.

Porque hoy no debe quedar en pie sino el inmanentismo absoluto de todas las gnosis que buscan la glorificación del hombre en sus necesidades puramente materiales de masa.

***

5ª TROMPETA Y 3ª COPA

Padre Leonardo Castellani

13 Y seguí viendo: Oí un Aguila que volaba por lo alto del cielo y decía con fuerte voz: « ¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra, cuando suenen las voces que quedan de las trompetas de los tres Angeles que van a tocar! »

Lo que viene ya es del Anticristo: herejías totales en todo sentido, la Guerra de los Continentes, la Parusía.

9 1 . Tocó el quinto Angel… Entonces vi una estrella que había caído del cielo a la tierra. Se le dio la llave del pozo del Abismo. 2 . Abrió el pozo del Abismo y subió del pozo una humareda como la de un horno grande, y el sol y el aire se oscurecieron con la humareda del pozo

El Profeta explica el oscurecimiento del sol y de la luna (el conocimiento de Dios y de Cristo) de la Tuba anterior por la caída de una “estrella del cielo”. Holzhauser dice que fue el Emperador Valente, protector de los arrianos (!) y Eizaguirre opina más plausiblemente fue Lutero. Yo diría más bien Calvino, el teorizador teológico del protestantismo, al cual en gran parte debe la herejía su triunfo sobre un tercio de Occidente. Poco importa quién fue: la humareda oscureció el conocimiento de Dios.

. 3 . De la humareda salieron langostas sobre la tierra, y se les dio un poder como el que tienen los escorpiones de la tierra. 4 . Se les dijo que no causaran daño a la hierba de la tierra, ni a nada verde, ni a ningún árbol; sólo a los hombres que no llevaran en la frente el sello de Dios. 5 . Se les dio poder, no para matarlos, sino para atormentarlos durante cinco meses. El tormento que producen es como el del escorpión cuando pica a alguien. 6 . En aquellos días, buscarán los hombres la muerte y no la encontrarán; desearán morir y la muerte huirá de ellos.

El “enciclopedismo” de los sedicentes “filósofos” del siglo XVIII; o sea el naturalismo religioso que empezó por el deísmo y se prolonga en el actual modernismo: la peor herejía que ha existido, pues encierra en su fino fondo la adoración del hombre en lugar de Dios, la religión del Anticristo. Manuel Kant escribió su tratado de La religión dentro de los confines de la razón pura, diciendo que con eso por fin el hombre había llegado a su mayoría de edad (Mündigkeit).

En realidad es sujetar a Dios bajo la razón del hombre y hacer a su pobre intelecto supremo y absoluto: de hecho, aunque no formalmente, eso hacían los deístas ingleses, rechazando todo misterio y midiendo la religión por el caletre del hombre. Todo eso nació del Protestantismo. Cinco meses – de años – son 150 años.

El tormento que el veneno desos sofistas brillantes, hábiles y perversos causó, lo conocemos: dura hoy día. Propagaron, junto con la frivolidad intelectual, la angustia, el temor y la desesperación pagana. El pesimismo actual – Schopenhauer – data dellos.

Aunque Voltaire y Diderot fueron personalmente optimistas –aunque no el Cándido ciertamente – y vividores o calaveras, el Pesimismo actual, que tanto combatió Chesterton, viene dellos. Los románticos franceses, sobre todo, prosiguieron el culto de la muerte, de la tristeza y la desesperanza, que culmina en Baudelaire; por no nombrar al desdichado Lautréaumont. Basta leer Rollá de Alfred de Musset para poder aplicar al siglo pasado las palabras del Profeta, que “deseaban la muerte y la muerte huía dellos”, pues deseaban una muerte “romántica”. Pero ese veneno no afectó a “todo lo verde”, a los que tenían el signo de Dios sobre, la frente – a los cristianos practicantes. Al contrario, reverdeció la poesía y arte católicos en esos días.

7 . La apariencia de estas langostas era parecida a caballos preparados para la guerra; sobre sus cabezas tenían como coronas que parecían de oro; sus rostros eran como rostros humanos; 8 . tenían cabellos como cabellos de mujer, y sus dientes eran como de león; 9 . tenían corazas como corazas de hierro, y el ruido de sus alas como el estrépito de carros de muchos caballos que corren al combate; 10 . tienen colas parecidas a las de los escorpiones, con aguijones, y en sus colas, el poder de causar daño a los hombres durante cinco meses [de años] 11 Tienen sobre sí, como rey, al Angel del Abismo, llamado en hebreo « Abaddón », y en griego « Apolíon ». 12 El primer ¡Ay! ha pasado. Mira que detrás vienen todavía otros dos.

Buen símbolo de la manga de sofistas que atormentó al mundo más de un siglo, validos de la llamada “libertad de prensa”, que es la patente del sofista. De la Revolución Francesa a la Gran Guerra del 39 corren unos 150 años; y en ese tiempo vigió la “libertad de prensa”, que son las “alas que hacen estruendo” de los sofistas. Desde la Gran Guerra, se acabó la libertad de prensa: los Gobiernos y los Consorcios Capitalistas se incautaron fuertemente del famoso “cuarto poder del Estado”, el periodismo. Los sofistas que se desencadenan al fin del siglo XVIII se parecen realmente a caballos de guerra y a grandes carros bélicos: ver por ejemplo en La Révolution Française, de Pierre Gaxotte, el poder extraordinario que tuvieron en esa sociedad corrompida, el ruido que hacían, el “rostro de hombre” razonable y sabio que tenían, los meretricios femeninos de la gracia y el brillo literario, y la pornografía: de hecho, son considerados causa principal del descarrío de la Revolución de 1789 la cual comenzó bien, y después se envenenó.

15 1 . Luego vi en el cielo otra señal grande y maravillosa: siete Angeles, que llevaban siete plagas, las últimas, porque con ellas se consuma el furor de Dios.

5 . Después de esto vi que se abría en el cielo el Santuario de la Tienda del Testimonio, 6 . y salieron del Santuario los siete Angeles que llevaban las siete plagas, vestidos de lino puro, resplandeciente, ceñido el talle con cinturones de oro. 7 . Luego, uno de los cuatro Vivientes entregó a los siete Angeles siete copas de oro llenas del furor de Dios, que vive por los siglos de los siglos. 8 . Y el Santuario se llenó del humo de la gloria de Dios y de su poder, y nadie podía entrar en el Santuario hasta que se consumaran las siete plagas de los siete Angeles.

16 1 . Y oí una fuerte voz que desde el Santuario decía a los siete Angeles: « Id y derramad sobre la tierra las siete copas del furor de Dios. »

4 . El tercero derramó su copa sobre los ríos y sobre los manantiales de agua; y se convirtieron en sangre. 5 . Y oí al Angel de las aguas que decía: « Justo eres tú, «Aquel que es y que era», el Santo, pues has hecho así justicia: 6 . porque ellos derramaron la sangre de los santos y de los profetas y tú les has dado a beber sangre; lo tienen merecido. » 7 . Y oí al altar que decía: « Sí, Señor, Dios Todopoderoso, tus juicios son verdaderos y justos ».

Esta plaga representa la corrupción de nuestra cultura; della han de beber los hombres para vivir. La cultura no es un lujo ni un divertimiento: ella es necesaria, es el tajamar contra la barbarie, siempre latente en el hombre. La Religión necesita de la cultura verdadera: la religión católica es una religión cultural, no primitiva; por eso ella conservó la cultura antigua durante el Bajo Imperio y los Siglos de Hierro amenazada. Hombres religiosos se hacían monjes para copiar manuscritos, no sólo de Cicerón y Virgilio, pero ¡de Petronio!

San Benito, padre de los monjes de Occidente, inventó una Orden y una Regla admirables: vio que era necesario algunos hombres se dedicasen al estudio, y otros trabajasen manualmente para mantenerlos; y otros, a la tarea intermedia de copiar y conservar el depósito de la antigua cultura, amenazado por los bárbaros del Norte; cubriendo así los tres puntos vitales de la civilización europeas; y al mismo tiempo cantasen todos juntos el oficio divino, y enseñasen la agricultura a los belicosos bárbaros, y toda cultura, junto con los cuatro Evangelios.

Vemos hoy cómo se corrompe la cultura; que se le puede aplicar lo que Tácito dijo de la de su tiempo: “al corromper y ser hecho corrompido, a eso llaman cultura”. Mucha música y poca lógica, decía mi tío el cura teníamos ahora los argentinos: esteticismo y no razón; y ese esteticismo no para acarrear el puro goce estético sino para divertir, distraer … hacer reír – como bestias, ver los sainetes del Teatro Porteño –; en suma, disipar; cuando no para afrodisiar. Dicen con ufanía que los argentinos somos muy dados a la música y aptos a ella, aunque no haya surgido aquí todavía ningún Mozart; pero a mí me da mala espina lo que afirma el doctor Soílier en su Psychiatrie, que los idiotas e imbéciles característicamente son aficionados a la música. Y lo malo es que a mí también la música me gusta; y también a los Santos del cielo, según parece por San Juan.

La Bestia deforme del Apokalypsis, que todos decían era impintable, e incluso se reían de San Juan (Goethe y Renán, por ejemplo), de haberla imaginado, resulta que ahora el llamado “arte moderno” pinta cosas que la recuerdan y aun la empeoran. Y callo de otras corrupciones más profundas, de la filosofía, de la enseñanza, de la literatura “espiritual” o devota.

Y existe una relación entre este veneno que corre hoy a ríos, y la sangre derramada de los profetas; pues son los profetas en última instancia los que mantienen – o mantenían – sana la cultura; pues toda gran arte y gran filosofía tiene una raíz religiosa. Suprimen a los profetas, se pudre la cultura. Hay que ver la estofa de los profetas que ahora nos imparten cultura a mares desde los diarios, las revistas, la radio, la televisión, las novelas, las poesías y las cátedras. Hay que verlos, pero un rato no más, para conocerlos. Nadie puede abrevarse allí asiduamente, y sobrevivir.

Toda la “cultura” argentina está falsificada e intoxicada. Los veramente cultos están relegados; y aun hostigados, si tienen dones proféticos. Justo eres, Dios, en esto.

Si al más grande poeta del mundo le hubieran encargado hiciese un símbolo de la cultura envenenada, creemos hubiese exclamado: “¡Aguas vueltas sangre! ¡Ríos, arroyos, vertientes potables pero tóxicos! ¡Los íntimos veneros del espíritu objetivo contaminados por el error y el vicio! … ”

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ITEMS

CREENCIA

Cristiandad: DIOS, JESUCRISTO, IGLESIA CATÓLICA.

Humanismo-Renacimiento: DIOS, JESUCRISTO, IGLESIA CATÓLICA.

Protestantismo: DIOS, JESUCRISTO, Cristo, sí; Iglesia, no.

Revolución Francesa: DIOS, Dios, sí; Cristo, no.

Comunismo: Dios ha muerto.

Nihilismo: El hombre ha muerto.

CONSECUENCIAS

Cristiandad: FERVOR, CULTURA CATÓLICA, CIVILIZACIÓN CRISTIANA.

Humanismo-Renacimiento: TIBIEZA, CULTURA HUMANISTA, SOCIEDAD NATURALISTA.

Protestantismo: CULTURA PROTESTANTE, SOCIEDAD APÓSTATA.

Revolución Francesa: CULTURA LIBERAL, SOCIEDAD LAICISTA.

Comunismo: CULTURA SOCIALISTA, SOCIEDAD ATEA.

Nihilismo: CULTURA SATÁNICA, SOCIEDAD NIHILISTA.

RELIGIÓN

Cristiandad: Verdadero culto de Dios. Prima el culto público (la liturgia) sobre el culto privado e individual.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El culto individual oscurece el culto público.

Devotio moderna.

Revolución Francesa: Culto individual del Gran Arquitecto. Deísmo. Masonería.

Comunismo: Culto del hombre. Ecumenismo. Religión universal judeo-masónica.

Nihilismo: Irreligión. Hacia el culto público de Satanás.

HOMBRE

Cristiandad: Religioso.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Medida de todas las cosas.

Revolución Francesa: Económico.

Comunismo: Trabajador.

Nihilismo: Tuerca del engranaje.

ARQUETIPO

Cristiandad: El santo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El héroe.

Revolución Francesa: El burgués – el rico.

Comunismo: El proletario.

Nihilismo: Los hippies. Los punks…

HABITÁCULO

Cristiandad: El templo, el hogar, el campo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Las academias, bibliotecas y salones.

Revolución Francesa: Las logias.

Comunismo: Los bancos. Los partidos políticos.

Nihilismo: Donde se satisfacen los sentidos,, según los gustos.

TEOLOGÍA

Cristiandad: Dios divinizado (tomismo).

Afirma la existencia de un solo Dios: personal, trascendente y providente. Uno y Trino; Creador y Redentor del mundo.

Reconoce a la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Dios humanizado.

Revolución Francesa: El hombre divinizado.

(Libertad‑Igualdad‑Fraternidad).

Duda respecto de la existencia de Dios, relega este problema a la conciencia individual. Indiferentismo religioso (todas las religiones son iguales). Ateísmo pasivo.

El común denominador de los desórdenes que hoy en día advertimos, tanto en el terreno de la fe en general, como en el de la liturgia en particular, lo constituye la substitución progresiva del culto a Dios por el culto al hombre.

La creencia cristiana de que Dios creó al hombre y de que el Verbo se hizo carne se invierte, para concebir un Dios que no es otra cosa que el hombre mismo a punto de convertirse en Dios.

Adoramos al Dios que procede de nosotros.

Comunismo: El hombre sin Dios.

Niega la existencia de Dios. Afirma que la religión es “el opio de los pueblos”.

Ateísmo militante y agresivo. Amoralismo. Entre el humanismo de la ciencia y del marxismo y el humanismo de ese neocristianismo cuyo profeta es Teilhard de Chardin, no hay más que una diferencia de palabras. El primero anuncia la muerte de Dios, y el segundo su nacimiento, pero el uno y el otro no confiesan más que al hombre, que mañana será la totalidad del universo, bajo su propio nombre o bajo el nombre de Dios. Ese humanismo tiene como característica esencial la de ser evolucionista.

Nihilismo: El hombre contra sí mismo.

La Teología al servicio de la revolución = Teología de la liberación

FILOSOFÍA

Cristiandad: La Forma informante.

Filosofía realista: todo conocimiento comienza por los sentidos y termina en la inteligencia.

La razón humana es capaz de llegar al conocimiento de la verdad.

La verdad es la adecuación de la inteligencia con la realidad. Existe una verdad absoluta.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La Forma materializada.

La Materia con un poco de acto.

Dios un poco determinado.

Revolución Francesa: La Materia erigida en forma y espíritu.

Filosofía idealista: el conocimiento comienza en la inteligencia y termina en la inteligencia.

Niega la realidad de las cosas. El sujeto pensante se constituye en el principio de toda verdad. La realidad no es como es, sino como cada uno la piensa.

No hay verdad absoluta, sino opiniones subjetivas y relativas, ninguna de la cuales es superior a las otras. La unidad de la verdad es reemplazada por la multitud anárquica de las opiniones.

Positivismo. Agnosticismo.

Comunismo: La Materia sin Forma. El caos.

Filosofía materialista: reduce todo el ser a la materia evolutiva y dialéctica, que progresa por un proceso de contradicción permanente.

Niega la inteligencia humana como facultad del alma para conocer la verdad. Sostiene que el hombre se diferencia del resto de las cosas sólo por el grado de evolución.

No existe verdad absoluta; todo cambia y se transforma.

Materialismo Individual = Pansexualismo.

Materialismo Social = Marxismo.

Nihilismo: La Materia contra sí misma

CIENCIAS

Cristiandad: Filosofía de las ciencias. Ciencias naturales.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Ciencias desfilosofizadas. Ciencias aplicadas.

Revolución Francesa: Ciencias a-filosóficas. Ciencias experimentales. Positivismo.

Comunismo: Ciencias antifilosóficas y antimetafísicas. Cientificismo. El progreso como mito.

POLÍTICA

Cristiandad: Toda autoridad viene de Dios. El derecho divino del lugarteniente de Dios.

La jurisdicción de Dios se extiende no sólo a todo el ámbito de la vida privada sino también al de la vida pública del ciudadano.

Afirma que el hombre es un animal político y social por naturaleza. El Estado es una sociedad perfecta en su esfera, cuyo fin es el Bien Común temporal.

Las instituciones están subordinadas al fin de la sociedad política.

La vida humana parte del seno de una primera institución natural (la familia), y se desarrolla en el marco de la sociedad política mediante su inserción en grupos humanos intermedios.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El derecho divino del rey humano.

Soberanía = monarca

Absolutismo regio. Regalismo.

Revolución Francesa: El jefe humano se apropia el derecho divino.

Niega el origen Divino del poder político, y lo hace surgir del voto popular.

La jurisdicción de Dios queda limitada al ámbito de la conciencia individual.

El hombre no es originariamente un ser sociable, sino un ser individual. Es autosuficiente, señor de sí mismo y con una libertad ilimitada.

El Estado y las instituciones son una ficción de origen convencional y contractual, cuyo fin es la protección de la libertad individual con prescindencia del Bien Común; y se constituyen en personas morales, con fin en sí mismas y como fin de la sociedad.

Niega los grupos intermedios; la inserción del hombre en la sociedad política se realiza a través de los partidos políticos.

Comunismo: El jefe humano sin Dios ni ley. Niega la necesidad de la autoridad. Democratismo. Totalitarismo. Comunismo.

El hombre es un animal súper-revolucionario, pero nada más que un animal. Afirma que el hombre no es verdaderamente humano si no como ser social; el individuo en cuanto tal no posee en sí mismo la esencia de hombre.

El fin del hombre es su liberación en la tierra mediante la construcción del paraíso terrenal.

El estado es el instrumento de la clase dominante. Lucha mediante la dialéctica por una sociedad sin clases y sin estado, para cuya consecución es necesario pasar por el Estado Totalitario o dictadura del proletariado.

El individuo desaparece frente a la colectividad, transformándose en una tuerca del engranaje del sistema. El hombre comunista es un puro trabajador en bien de la grandeza colectiva.

Entre el individuo y el Estado sólo existe el partido comunista.

Nihilismo: Anarquía

DERECHO

Cristiandad: La Ley divina divinizada. La Ley natural sobrenaturalizada.

Afirma la existencia de un orden jurídico positivo humano, fundado en un orden jurídico natural, cuyas leyes son anteriores a las humanas, emanadas de Dios y puestas por El en la naturaleza de las cosas.

Afirma que el derecho es lo justo objetivo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La Ley divina humanizada. La Ley natural naturalizada.

Maquiavelo. Calvino.

Revolución Francesa: La Ley natural divinizada.

El derecho se reduce a algo puramente convencional, que se agota en la figura del contrato. Sostiene que el derecho objetivo, no existe. Lo único que existe son los derechos subjetivos, individuales.

Comunismo: La Ley natural desnaturalizada.

Considera al derecho como un instrumento de la clase dominante. Es una superestructura de lo económico, que tiene su respaldo en el poder coactivo del Estado y queda reducido a una simple regulación técnica de las distintas funciones sociales.

Nihilismo: La ley contranatural.

Divorcio, aborto, euthanasia.

GUERRA

Cristiandad: Cruzadas. Sentido militar y heroico de la vida. Concibe a las Fuerzas Armadas como la columna vertebral de la Patria y guardianes naturales de su soberanía y de los intereses de la Nación.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Guerras de religión.

Revolución Francesa: Guerras económico‑políticas (imperios).

Antimilitarismo burgués.

Se reemplaza el sentido heroico y militar de la vida por un sentido utilitario y práctico.

Las Fuerzas Armadas son meros custodios constitucionales de la seguridad del Estado liberal.

Comunismo: Guerras de exterminio. Antimilitarismo proletario.

Las Fuerzas Armadas son consideradas como la guardia pretoriana de la clase dominante.

Nihilismo: Guerras subversivas. Guerra de guerrillas. Se sustituye a las Fuerzas Regulares por las milicias populares al servicio de la Revolución.

ARTE

Cristiandad: Mira a Dios en función de Dios (arte anónimo al servicio de la gloria de Dios).

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Mira a Dios en función del hombre.

Revolución Francesa: Mira al hombre en función del hombre (lo que agrada; el arte por el arte).

Comunismo: Mira al hombre en función de la materia (lo que sirve; arte comprometido).

Nihilismo: Lo antiestético. Arte revolucionario.

LITERATURA

Cristiandad: El santo como ideal.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El hombre en relieve. El héroe como ideal.

Revolución Francesa: Lo divino buscado en el hombre. El hombre divinizado. Romanticismo.

Comunismo: El hombre vacío de Dios.

Nihilismo: La angustia existencial. La náusea, el suicidio.

MÚSICA

Cristiandad: Lo espiritual espiritualizado.

El canto gregoriano: la música al servicio de la palabra. Es una palabra cantada.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Lo espiritual sensualizado.

La polifonía.

Revolución Francesa: Los sentidos y pasiones erigidos en espíritu.

La sinfonía.

Comunismo: Los sentidos sin espíritu.

Sentimentalismo.

Nihilismo: Pérdida del sentido.

El rock: la palabra al servicio del ritmo.

La música al servicio de la revolución y del demonio.

PINTURA

Cristiandad: Líneas puras. La línea es lo formal. El color al servicio de la línea.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: Líneas coloreadas.

Ornamentación. El Barroco.

Revolución Francesa: Colores alineados.

Impresionismo.

Comunismo: Colores sin líneas.

Cubismo: desfiguración geométrica de la figura.

Nihilismo: Negación del color y de la tela.

Muerte de la luz.

ARQUITECTURA

Cristiandad: La idea espiritualizada expresada en la piedra. Pureza de formas.

El Gótico. Las catedrales.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La materia idealizada.

El Barroco. Los palacios.

Revolución Francesa: La materia sensualizada.

El Rococó.

Comunismo: La materia informe, materializada.

Arquitectura funcional.

Nihilismo: La materia desnaturalizada.

ESCULTURA

Cristiandad: La piedra informada por la idea. La figura humana en función de lo religioso.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: La piedra materializada. La figura humana humanizada.

Revolución Francesa: La piedra sensualizada. La figura humana voluptualizada: los desnudos.

Comunismo: La piedra informe. La figura humana desfigurada.

Nihilismo: La piedra desnaturalizada. La figura humana endiablada

ECONOMÍA

Cristiandad: El verdadero bienestar espiritual servido por el dinero: el ocio intelectual.

Afirma la propiedad privada como un derecho natural limitado por el recto uso y las exigencias del Bien Común. Afirma una economía al servicio del hombre. Armoniza las relaciones de capital y trabajo en el marco del orden de integración interprofesional. Combate la lucha de clases. Sostiene la iniciativa privada como fundamento y motor de la actividad económica encausada al Bien Común. El estado debe controlarla y sustituirla cuando los particulares no puedan llevarla a cabo.

Humanismo-Renacimiento-Protestantismo: El bienestar obtenido por el dinero: la posesión del dinero constituye el bienestar = Mercantilismo.

Revolución Francesa: El bienestar esclavo del dinero = Economicismo, Capitalismo.

Afirma la propiedad privada como un derecho absoluto, sin ninguna limitación. Promueve la concentración de la propiedad en pocas manos.

Sostiene una economía al servicio del lucro desenfrenado y sin escrúpulos. Las relaciones entre el Capital y el Trabajo se rigen por la ley de la oferta y la demanda, reduciendo el trabajo personal a una mera mercancía.

Posibilita y fomenta la lucha de clases al promover grandes injusticias sociales. Sostiene la iniciativa privada pero sin más límite que el espíritu de lucro y el interés personal, mientras el estado es mero espectador del libre juego económico.

Protege y fomenta las sociedades multinacionales, sometiendo la economía nacional al imperialismo internacional del dinero y a la usura.

Comunismo: El dinero tirano: las grandes bancas judías (Rockefeller, Rotschild). Comunismo.

Niega la propiedad privada.

Sostiene la socialización de todos los medios de producción.

Sostiene una economía fundada en el trabajo forzado al servicio del estado.

No existen relaciones entre capital y trabajo, sino entre estado y trabajo.

Explota y exagera la lucha de clases. La economía es totalmente estatista.

Toda la riqueza está concentrada en un estado administrador: capitalismo de estado, que recibe contribuciones de las empresas multinacionales.

Nihilismo: El demonio gobierna desde abajo.

666: «El que no tiene la marca de la bestia no puede ni comprar ni vender».