DÍA QUINTO
Acto de contrición
Señor mío Jesucristo, Criador y Redentor de mi alma; lleno de confusión me presento al pie de vuestra Cruz, conociendo y confesando con todas veras ser yo la causa de vuestra dolorosa pasión y muerte afrentosa. Por mis pecados, Señor, habéis muerto en esa Cruz, después de haber sufrido las mayores penas. Solo por vuestra bondad infinita debía yo amaros sobre todas las cosas: y sobre ellas habéis añadido el grande beneficio de morir por mí, para obligarme más a amaros.Pero yo, desconocido e ingrato me he atrevido contra vos, despreciando a un Ser perfectísimo, sumamente amable, olvidando el inestimable beneficio de la Redención, y repitiendo los pecados que han sido la causa de vuestra muerte. ¡Oh ingratitud de mi alma! ¡Oh malicia de mis culpas! Yo conozco, Señor, toda su gravedad por haber sido contra un Dios tan santo y perfecto, contra un Padre y Redentor tan dulce y amable. Me pesa con un vivo dolor de haberlas cometido, me pesa por haber sido ofensas contra Vos. Propongo firmísimamente enmendar mi vida con el favor de vuestra gracia, seguro de que desde ahora me restituís a vuestra amistad.
Todo lo espero de la grande propensión que tenéis por vuestra bondad a perdonar a los pecadores, y mantenerlos en vuestra gracia. Y para más obligaros añado la poderosa intercesión de vuestra Santísima Madre, que, junto con Vos ha obrado también mi Redención al pie de ese árbol.
¡Oh Madre dulcísima! Por los inmensos dolores con que me hicisteis hijo vuestro en el Calvario, no despreciéis mi petición. Alcanzadme de mi Redentor el perdón de mis pecados, un firme propósito de enmienda y una continua perseverancia en el bien.
A este efecto consagro estos días en memoria de vuestros más acerbos dolores, deseando imitar las virtudes que en ellos me enseñáis, a gloria vuestra y bien de mi alma. Amén.
QUINTO DOLOR
¡Oh Madre de dolores! Yo considero vuestro quinto dolor en el Calvario, viendo a vuestro Hijo clavado en la Cruz, levantado en el aire entre dos infames ladrones, muriendo con la mayor ignominia y tormento.
También Vos, Señora, quedáis crucificada, morís con vuestro Hijo por el afecto de compasión que penetra vuestra alma. No hay pena que Él sufra, que no hiera también a Vos. Los clavos que traspasan sus manos y pies, traspasan también los vuestros, y aquella dura lanza que abre su pecho difunto, hiere solamente al vuestro que está muy vivo para el dolor.
Mayor es vuestra pena, ¡oh Madre afligida! Viendo padecer y morir al Hijo, que si Vos padecierais y murierais. Más amabais al Hijo que a Vos misma: y menos sensible os hubiera sido padecer vos todos los tormentos, que verlos padecer a Él.
Con todo asistís inmóvil, al pie de la Cruz; y cuando el sol se cubre para no ver un espectáculo tan funesto, Vos no le perdéis de vista, no deseando otro consuelo ni alivio que padecer y morir con Él. Yo me compadezco, oh dulce Madre, de vuestro dolor: y desde ahora quiero negarme en todo a mí mismo, no buscando jamás mi utilidad propia, sino solamente la voluntad del Señor.
Unid mi corazón con el de Cristo crucificado, para que en medio de todas las tribulaciones, y aun en la mayor desolación del espíritu, conforme en todo a la voluntad del Señor, ponga siempre mi alma y todos mis deseos en sus manos, para obrar únicamente lo que convenga a su gloria. Amen.
Aquí se pedirá el favor particular que se desea conseguir, a cuyo efecto se rezará un Padre nuestro y siete Ave Marías en memoria de este dolor, y se concluirá con el Ofrecimiento que sigue, Antífona, Verso y Oración.
Ofrecimiento
¡Oh Madre llena de angustias! Corredentora y abogada del linaje humano, ofrezco este corto obsequio en memoria de vuestros dolores, como un tributo debido al maternal afecto con que los sufriste por mi salvación. Mi alma se llena de amargura por la compasión que os debo. Yo os venero por Madre, y deseo corresponder a la obligación de hijo: pero nunca lo seré verdaderamente hasta que imprima en mi alma y en mi cuerpo la imagen de las penas de vuestro hijo y las vuestras por una perfecta práctica de las virtudes.
A este efecto, pues, imploro vuestro patrocinio, particularmente para lo que me propongo en este día y para conseguir el favor que deseo por este Septenario. No os neguéis, oh buena Madre, a mi petición. La salvación de mi alma ha de ser el premio de vuestros dolores. Así lo espero del encendido amor que siempre habéis mostrado a los hombres, y del deseo ardiente que os asiste de que en todos se logre el fruto de la Redención. También, Señora, os pido derraméis vuestras bendiciones sobre todo el mundo. Confundid la herejía y el espíritu de error, convertid a los infieles, exaltad a la Iglesia y extended el nombre cristiano; mirad con ojos benignos a todos los mortales, para que vuestro hijo y Dios verdadero sea de todos conocido, servido y glorificado eternamente. Amen.
Aquí se saludará a María Santísima con tres Ave Marías en memoria de los dolores menos principales que sintió y de las lágrimas que derramó en la Pasión de su hijo dulcísimo.
Antífona
Cum vidisset Jesus Matrem stantem juxta Crucem, et Discipulum, quem diligebat; dicit Matri suæ: Mulier, ecce filius tuus; deinde dicit Discipulo: Ecce, Mater tua.
- Ora pro nobis Virgo Dolorosissima.
- Ut digni efficiamur promissionibus Christi.
Oremus
Deus, in cuius Passione, secundum Simeonis prophetiam, dulcissimam animam gloriosæ Virginis et Matris Mariæ doloris gladius pertransivit: concede propitius; ut qui transfixionem ejus et passionem venerando recolimus, gloriosis meritis et precibus omnium Sanctorum Cruci fideliter adstantium intercedentibus, passionis tuæ effectum felicem consequamur. Qui vivis et regnas in sæcula sæculorum. Amen.

