EL ARTE DE APROVECHAR NUESTRAS FALTAS

Jose Tissot, Misionero de San Francisco de Sales

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SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO V

DEBEMOS APROVECHAR NUESTRAS FALTAS PARA AFIRMARNOS EN LA PERSEVERANCIA

1. La materia de este capítulo ha sido tratada implícitamente en las páginas anteriores; y, en realidad, no es más que la consecuencia de los dos últimos capítulos. Nuestras caídas, al proporcionarnos un conocimiento más acertado de nuestra flaqueza, y al darnos de algún modo mayores derechos a la divina misericordia, nos llevan de un modo natural a que estemos más en guardia y a que recurramos con humildad más confiada a Aquel sin el que nada podemos, y con el que lo podemos todo. Es sabido que la desconfianza en nosotros mismos y la confianza en Dios son dos prendas de victoria en el combate espiritual.

Además, nuestras faltas, en los designios de Dios, están llamadas a prestar a nuestra perseverancia servicios no menos señalados, desde puntos de vista especiales. En primer lugar, es evidente que deben hacernos más vigilantes; éste es uno de los sentidos que os intérpretes dan al texto sagrado: Una grave enfermedad hace al alma sobria Infirmitas grabáis sobriam facit animara (Ecles 31, 2).

«Sin duda—dice San Juan Crisóstomo—, debería bastarnos ver que hombres muy superiores a nosotros en santidad no han estado libres de flaquezas, para hacernos más circunspectos, para andar con mayores precauciones, y para observar una mayor prudencia .Pero nuestras desgracias personales nos proporcionan un mejor escarmiento. Nuestra naturaleza es así; tiene necesidad de tropezar ella misma con los escollos para enterarse de su existencia»

Esta verdad está confirmada por el Espíritu Santo: ¿Quien no ha sido tentado, qué es lo que puede saber? (Ecles 34, 9). Y un Padre, comentando este texto, dice: «Una felicidad tranquila es muy peligrosa; pero el temor de caer otra vez en los lazos en que antes se ha caído, hace al hombre más vigilante. Por eso, el marinero que se ha visto ya en peligro está más en guardia, y el recuerdo de un sólo naufragio sufrido por su imprudencia la aleja, a veces para siempre, de os puertos peligrosos».

Esta es la primera lección que nuestra vigilancia debe sacar de nuestras caídas: reconocer y combatir las causas, evitar la imprevisión y la ligereza; y, sobre todo, evitar las ocasiones voluntarias; éste es el demonio de los demonios, como se las ha llamado, y que tantas almas pierde. Los navegantes tienen sus cartas marinas en las que señalan
cuidadosamente los arrecifes de que tienen noticia; a la luz de nuestras faltas pasadas, hagamos también nuestra carta de navegación, en la que deben estar señaladas las causas de nuestras anteriores caídas, las inclinaciones, las ilusiones vanas, las faltas de precaución que han traído nuestros extravíos: instruidos por nuestra triste experiencia, evitaremos en lo sucesivo los escollos señalados por nuestros naufragios.

2. San Francisco de Sales no se olvida de darnos estos consejos: «He visto por vuestras cartas vuestras pequeñas caídas e imperfecciones, por las cuales ni usted ni yo debemos de ningún modo asombrarnos. Son pequeños avisos para que nos mantengamos humildes ante los ojos de Dios, y para que estemos despiertos mientras hacemos centinela en esta vida»

«Las fiebres espirituales, así como las corporales, van ordinariamente seguidas de algunas molestias útiles para quien se cura por varias razones, pero principalmente porque destruyen los residuos de los humores malignos, que habían causado la enfermedad, hasta que no queda rastro de ellos; y porque nos traen el recuerdo de ]a enfermedad pasada, para que tengamos miedo a la recaída, en la que con frecuencia incurriríamos por excesiva despreocupación y libertad, si esos resabios no nos tirasen de las riendas, poniéndonos en guardia hasta que la salud esté bien consolidada».

«Es preciso no olvidar jamás lo que hemos sido, para no llegar a ser peores»

3. De este primer provecho que saquemos de nuestras faltas, resultará, naturalmente, otro segundo: la fidelidad a los medios para perseverar. Cada una de nuestras caídas será como un predicador irresistible de la necesidad de la gracia, y del deber de atraerla por medio de la oración y de la frecuente recepción de los sacramentos. Estos recuerdos humillantes despertarán nuestra somnolencia, y estimularán nuestro amor para servir a Dios y para conquistar la virtud.

San Juan Crisóstomo comprobaba este feliz resultado en su amigo Teodoro: «Así como el cazador, cuando sólo hace un rasguño en la piel del león, no consigue sino que se ponga más furioso e irresistible, el enemigo del género humano, intentando heriros, ha redoblado vuestra generosidad y vuestra abnegación para las obras buenas».

San Epifanio expresa la misma idea con un apólogo: «Cuando el ciervo conoce que va siendo viejo, busca entre las rocas un nido de serpientes y, metiendo en él el hocico, se traga uno de los reptiles; inmediatamente, con un esfuerzo reavivado por la mordedura venenosa, y estimulado por una sed abrasadora, se lanza a buscar un manantial de agua pura y, si lo encuentra antes de tres horas, bebe en él cincuenta nuevos años de vida. De la misma manera, ¡Oh hombre espiritual!, si la serpiente del pecado ha entrado en tu corazón, corre a las fuentes de la gracia y en ellas, haciendo penitencia, no solamente será borrado tu pecado, sino que serán restauradas tus fuerzas».

«El niño que cae por haberse separado un poco de su madre y haber querido andar solo, vuelve a ella con más amor para que le cure del daño que se ha causado, y aprende con su caída a no separarse ya más. La experiencia de su debilidad y de la bondad con que su madre le recibe le inspiran mayor apego a ella».

4. Todos estos pensamientos, en el fondo, los encontramos también en nuestro Santo Doctor: «Tomad vuestro corazón y ponedlo suavemente en manos de nuestro Señor, suplicándole que lo cure; por parte vuestra, haced todo lo que podáis, renovando los propósitos, leyendo libros adecuados para vuestra curación, y empleando los demás medios convenientes; haciéndolo así, ganaréis mucho con vuestra pérdida y lograréis más salud con vuestra enfermedad»

«En cuanto os deis cuenta de que os habéis descaminado, reparad la falta con cualquier acción contraria»

«¡Dios mío! ¡Qué feliz es el reinado interior cuando en él reina este santo amor! ¡Qué bienaventuradas son las potencias de nuestra alma cuando obedecen a un Rey tan santo y tan sabio! No, amada hija mía, bajo su obediencia y en ese estado, Dios no permite que habiten los pecados, ni siquiera el más pequeño afecto a ellos. Es verdad que les deja acercarse a la frontera, con el fin de que ejercitemos en la guerra las virtudes interiores y así se hagan más valientes; y permite que los espías, que son los pecados veniales y las imperfecciones corran arriba y abajo en su reino, pero es para darnos a saber que sin El seríamos víctimas de todos nuestros enemigos»

«¿Qué queréis que os diga, amada hija mía, acerca de la reincidencia en vuestras miserias, sino que, cuando vuelve a atacar el enemigo, es preciso volver a tomar las armas y tener valor para combatir con más denuedo que nunca?… Pero, por Dios, guardaos bien de caer en la desconfianza, porque la bondad divina no permite estas caídas para abandonaros, sino para humillaros y hacer que estéis más fuertemente asida a la mano de su misericordia»

«Querida hija, sucede a veces que, pensando quc ya están completamente derrotados enemigose antiguos sobre os que habíamos conseguido victorias, de pronto les vemos reaparecer por donde menos los esperábamos. El mayor sabio del mundo, Salomón, que tantas maravillas hizo en su juventud, creyéndose seguro por la grandeza de su virtud y con la confianza en sus años pasados, cuando parecía estar libre de asaltos, fue sorprendido por un enemigo que, a su edad, parece que debía ser el menos temible, según el curso normal de las cosas.

»Es para que aprendamos dos lecciones muy señaladas: una, que debemos desconfiar siempre de nosotros mismos, andar en santo temor, pedir continuamente os auxilios del Cielo, vivir una humilde devoción; y la otra, que nuestros enemigos podrán ser rechazados, pero no muertos. Alguna vez nos dejan en paz, pero para volver a hacernos una guerra más cruda.

»Pero, a pesar de todo, no hay que desalentarse de ninguna manera… Estos pequeños descalabros nos hacen entrar en nosotros, considerar nuestra fragilidad y acudir con más fe a nuestro Protector. San Pedro caminaba muy seguro sobre las aguas; arreció el viento y las olas parecía que iban a tragárselo. Entonces exclamó: ¡Señor, sálvame! Y nuestro Señor, asiéndolo, le dijo: ¿Hombre de poca fe, por qué has dudado? En medio de las perturbaciones de nuestras pasiones, cuando estamos alterados por los vientos y tempestades de las tentaciones, es cuando llamamos al Salvador, pues si permite que seamos agitados, es para movernos a invocarle con mayor fervor»

5. «Humillémonos mucho; confesemos que, si Dios no fuese nuestra defensa y nuestro escudo, seríamos inmediatamente heridos y traspasados por toda clase de pecados; por eso debemos estar pegados a Dios por medio de constantes prácticas de piedad, procurando que ésta sea nuestra mayor preocupación». «Aunque alguna vez tengáis sacudidas de amor propio, no os turbéis, porque Dios lo permite así para que os cojáis de su mano, para que os humilléis y le pidáis su ayuda paternal»

«No tenemos por qué dudar de si tendremos la suficiente confianza en Dios, al experimentar las dificultades para guardarnos del pecado, o porque sintamos miedo de no poder resistir en las tentaciones. No. Porque la desconfianza en nuestras propias fuerzas no es falta de resolución, sino verdadero reconocimiento de nuestra miseria y de nuestra flaqueza.

»Es mejor sentir la desconfianza de no poder resistir en las tentaciones, que sentirse seguro y presumir de tener fuerzas, con tal de que lo que no esperamos de nuestras propias fuerzas, lo esperemos de la gracia de Dios. Es esto tan cierto, que muchos de los que alegremente se prometían hacer maravillas por Dios, cuando llegó el momento desfallecieron; y, por el contrario, muchos otros que desconfiaban de sus fuerzas y tenían miedo de faltar llegada la ocasión, hicieron por Dios actos verdadera mente heroicos, porque este sentimiento de su debilidad les movió a buscar ayuda del Cielo, y a vigilar, orar y humillarse para no caer en la tentación.

»Aunque no sintamos en nosotros ni fuerzas ni ánimo para resistir la tentación si se presentara, con tal de que deseemos hacerle frente y esperemos en que Dios vendrá a ayudarnos, habiéndoselo pedido, no debemos contristaron, pues no es necesario sentirse siempre con fuerza y ánimo, sino esperar y desear tenerlo en el lugar y momento oportunos. Tampoco es preciso sentir en sí señales de que tendremos valor, sino que basta esperar que Dios nos ayudará. Sansón, que era llamado el fuerte, no sentía nunca las fuerzas sobrenaturales con las que Dios le asistía, sino cuando llegaba la ocasión; por eso, se dice que cuando encontraba a los leones o a sus enemigos, el espíritu de Dios se apoderaba de él para matarlos. Dios, que no hace nada en vano, no nos da la fuerza y el valor cuando no tenemos que emplearlos, pero jamás falla cuando llega la ocasión. Por tanto, es necesario esperar siempre que nos ayudará en todos los casos, con tal de que le pidamos su auxilio. Y debemos decir siempre aquellas palabras de David: ¿Por qué estás triste, alma mía, y por qué me conturbas? Espera en el Señor (Salm 42, 5), y la oración del mismo: Cuando mi fuerza desfallezca, Señor, no me abandones (Salm 70, 9)»

«El gran secreto para mantenerse en una buena devoción es tener humildad. Sed humilde y Dios estará con vosotros, y apreciará vuestra buena voluntad, y se os entregará sin reservas, diciéndole desde el fondo de vuestro corazón que, si hasta ahora no le habéis servido bien, tenga la bondad de perdonaros y daros fuerzas para tomar la resolución de desprenderos de todos los afectos del mundo, y de no apegaros a nada más que al amor de Dios y servirle fielmente con todo corazón… No debemos perturbarnos por nuestras ofensas, porque con frecuencia este divino Espíritu da con más liberalidad sus dones a quienes más avaros han sido en su corazón y en sus afectos»

«Espero en nuestro Señor, que os tendrá siempre de su mano y, por consiguiente, no caeréis del todo; si alguna vez llegáis a dar una caída, será para que estéis más vigilantes, y para que os acordéis de pedir ayuda a este amoroso Padre celestial, a quien suplico que os tenga siempre bajo su santa protección. Amén»

«Aunque fuésemos os más perfectos del mundo, no lo debemos creer así nunca, sino estimarnos siempre imperfectos. Nuestro examen no debe investigar nunca si somos imperfectos, ya que no debemos dudar de que lo somos. De esto se deduce que nunca debemos asombrarnos de encontrarnos imperfectos, ya que en esta vida no nos veremos nunca de otra forma; y no debemos contristarnos por ello, porque no tiene remedio. Pero sí debemos humillarnos, para de este modo reparar nuestras faltas y enmendarnos poco a poco, porque este es el ejercicio para el cual se nos dejan nuestras imperfecciones y no tendremos excusa si no procuramos la enmienda; pero sí la tendremos, aunque no consigamos enmendarnos por completo, porque no es tan fácil evitar las imperfecciones como los pecados»

6. Finalmente, el último provecho que hemos de sacar de nuestras faltas, desde el punto de vista que nos ocupa, se encuentra en el recuerdo de los remordimientos que nos han dejado, del tormento que nos han causado, y de las reparaciones que nos han exigido.
Explotemos nuestra repugnancia a sufrir de nuevo estos disgustos, con el fin de preservarnos de nuevas recaídas, y, en el momento de la tentación, digámonos: Alma mía, acuérdate de la desazón que sigue a esas faltas, cuando otras veces has tenido la desgracia de cometerlas; recuerda el esfuerzo que te costó borrar sus huellas y reparar sus consecuencias. Acuérdate de las angustias que sufriste y te atormentaban, cuando sobre ti pesaban aquellos pecados; el terror que te infundía pensar en el juicio de Dios; la vergüenza por la que tuviste que pasar en el santo tribunal de la penitencia. Recuerda todo esto y evita volver a esos malos ratos, a esos tormentos, a esas humillaciones, siendo ahora generosamente fiel a Dios.

Estos motivos están lejos de ser perfectos, se inspiran más en el temor que en el amor; pero, sin embargo, pueden ser aprovechados en más de un caso y merecen ser enumerados entre las industrias del Arte de aprovechar nuestras faltas. Nuestro Santo no insiste en ellos, pero no los omite tampoco: «El amor, aunque es valiente, tiene algún trabajo en mantenerse firme por razón del lugar donde radica, que es el corazón humano, voluble y sujeto a la rebelión de las pasiones; por eso el amor apela al temor para el combate y se sirve de él para rechazar al enemigo»

( Continuará)