OCTAVO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado delante de él como disipador de sus bienes. Y le llamó y le dijo: ¿Qué es esto que oigo decir de ti? Da cuenta de tu mayordomía porque ya no podrás ser mi mayordomo. Entonces el mayordomo dijo entre sí: ¿Qué haré porque mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo, de mendigar tengo vergüenza. Yo sé lo que he de hacer, para que cuando fuere removido de la mayordomía me reciban en sus casas. Llamó, pues, a cada uno de los deudores de su señor, y dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi señor? Y éste le respondió: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu escritura, y siéntate luego, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: ¿Y tú, cuánto debes? Y él respondió: Cien coros de trigo. Él le dijo: Toma tu vale y escribe ochenta. Y alabó el señor al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo, son más sabios en su generación, que los hijos de la luz. Y yo os digo: Que os ganéis amigos con las riquezas de iniquidad, para que cuando falleciereis, os reciban en las eternas moradas.
El Evangelio de este Domingo pone a nuestra consideración esta importante sentencia de Nuestro Señor:
Y alabó el señor al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo, más sabios son en su generación, que los hijos de la luz.
Hace, pues, Jesús esta triste reflexión: los hijos de este siglo, los mundanos, por oposición a los hijos de la luz, son más sabios, son más astutos y prudentes cuando tratan entre sí de lo que atañe a sus intereses y negocios, que los hijos de la luz cuando tratan de la gloria de Dios, de la propia salvación, del bien de las almas.
Debe quedar claro que Jesucristo solamente alaba la habilidad del administrador en salvar su existencia.
El mundano no se detiene ante ningún sacrificio para conseguir su fin; no se contenta con probabilidades, no descuida ningún medio para conseguirlo; desafía las fatigas, los peligros y la muerte misma…
Y los que se dicen cristianos se encuentran débiles y cobardes, cuando se trata de su salvación; la quieren, pero haciendo lo menos posible; las menores dificultades les arredran, el trabajo les atemoriza….
Sería deseable que los discípulos de Jesucristo pusiesen tanta solicitud, tanta actividad y tanta prudencia para obtener la posesión de los bienes eternos, como los mundanos en adquirir riquezas y bienes tan vanos como pasajeros.
Por desgracia, ¡no es así!
¡Qué vergüenza para nosotros, hijos de la luz!…, comprobar que los hijos de las tinieblas nos superan en la práctica diaria en inteligencia y sabiduría…
Nuestro Señor quiere, pues, enseñarnos una lección y sacudir nuestro letargo…, para que aportemos a la obra capital de nuestra santificación tanta prudencia y tanto cuidado como este administrador infiel para asegurase el futuro y los mundanos para tener éxito en sus negocios.
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¿Cómo poner en práctica esta máxima en los días concretos que nos tocan vivir, en este tiempo de apostasía y de fornicación con los reyes de la tierra?
Ya en 1880, el Padre Emmanuel había recibido una consulta de una religiosa que le solicitaba consejos sobre cómo comportarse en el tiempo y en la hora presente.
Respondió con dos cartas, escritas en junio y diciembre de 1880, hace 135 años, las cuales no sólo no han perdido actualidad, sino que son muy oportunas.
Consideremos algunos de aquellos sabios consejos como si estuviesen dirigidos a nosotros:
1º) Debemos penetrar en la inteligencia de los designios divinos sobre nosotros; adorar en todas las cosas su conducta, a la vez justa y misericordiosa.
2º) Hemos de conducirnos en todo como católicos decididos y fieles.
3º) Y luego no nos queda otra cosa por hacer que permanecer en paz, hasta que la justicia de Dios y la injusticia de los hombres hayan pasado.
El estado al cual la exhorto e invito es el de la resignación cristiana.
Esta resignación no tiene nada en común con la actitud confitada de los estoicos respecto del dolor; antes bien, es un concurso sumiso a la ejecución de los designios de Dios, conocidos o desconocidos.
Muchas veces usted habrá escuchado que se dice que “un día sigue a otro día sin que se parezcan”; pues bien, yo le digo que “muchas veces las horas se parecen sin que se sigan”.
Debemos ante todo velar, como en aquella “hora” de la cual habla Jesús.
Un cierto día, a una cierta hora, las tinieblas reinaban sobre la tierra, y hombres de tinieblas llevaban a cabo obras de tinieblas…
Nuestro Señor les dijo: “Esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas”.
Aquella hora pasó hace ya muchos siglos y, sin embargo, la hora presente tiene con ella muchas semejanzas.
Aquella fue la hora de la traición, esta es la hora de la mentira.
La hora presente es la hora en que la fe se calla.
Cuando la palabra pertenece a la mentira, la verdad permanece en silencio.
La hora presente tendría necesidad de escuchar y de comprender la palabra de Nuestro Señor: “¡Velad!”…
Cuando Nuestro Señor pronunció esta divina palabra, los apóstoles dormían…
¡Cuántos sobre este punto se asemejan hoy a los apóstoles! La cosa más fácil y menos comprometedora hoy parecería ser la de dormir.
No podemos evadirnos de nuestra responsabilidad ante la realidad concreta que nos toca enfrentar.
Debemos velar, sin compromisos con el error y el mal.
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¿Cómo traducir estas máximas del Padre Emmanuel, cómo adaptarlas a nuestra situación?
Respondo con el Programa para vivir en la inhóspita trinchera…
El que desee leer el texto completo y escuchar su comentario, puede remitirse el siguiente enlace:
Repasemos hoy tan sólo algunas de sus consignas:
¿NO HAGO NADA?
Luchando sin más armas que mi triste
Corazón contra el mal peor que existe
¿No hago yo nada? Lucho,
Sangro y no caigo al suelo.
No hago mucho,
Pero hago más de lo que puedo…
Centinela aterido,
No dejo sospechar que estoy herido,
Ni dejo conocer que tengo miedo…
Herido, helado, aguanto la bandera;
No deserto la inhóspita trinchera.
Y aunque sé que la muerte me ha podido,
Estoy de pie y estoy ante ella erguido,
Marcando el SOS de la brega
A un auxilio que no me llegará
Sino un momento tarde, si es que llega,
Y que muerto de pie me encontrará…
FORTALEZA Y PACIENCIA
El gran escollo del hombre ético es el dolor; no se entiende bien el dolor.
Se entiende el dolor como castigo de faltas, como estímulo para la lucha, como alimento vital de la energía; pero no se entiende el dolor sin esperanza, el dolor sin compensación, el dolor perpetuo.
El hombre ético hoy día sucumbe al dolor. Esto no lo entiende bien el hombre ético, que sucumbe a la persecución.
El hombre religioso sufre persecución; y su vida está bajo el signo del dolor; no del dolor como accidente o prueba pasajera, sino del dolor como estado permanente, estado interno, más allá de la dicha y la desdicha.
Pero, ¿por qué? Porque la vida del hombre religioso, está dominada por la Fe. La Fe es algo así como un injerto de la Eternidad en el Tiempo; y por tanto la vida del hombre de fe tiene que ser una lucha interna continua, como la de un animal fuera de su elemento.
MÁXIMAS
* La doliente esperanza en el Segundo Advenimiento.
* Acepto por Cristo la vida más triste que existe en la tierra: La vida que es lucha perdida, continua derrota.
* La nota distintiva del verdadero cristiano reside en las derrotas previsibles.
* Porque sabes que no llegarás, por eso eres grande.
* Embarcarse en canoas escoradas.
PACIENCIA
La hora se volvió propicia para la tentación… Las dudas, los cansancios, las tibiezas, como un enjambre de desdichas alrededor de nuestro corazón, bordonean los aires fúnebres de su desaliento: “es demasiado duro, es demasiado largo, es demasiado doloroso, es demasiado doloroso”…
Es en la paciencia que es necesario poseer su alma; y los tres cuartos de los cristianos lo olvidaron; y esto explica las traiciones y las defecciones…
Sustinere, sostener, soportar, con alegría, en la esperanza y con la sonrisa de la alegría.
– Allí donde vemos de razones para cesar, el Espíritu Santo ve razones para seguir…
– Allí donde buscamos razones para huir de nosotros mismos, el Espíritu Santo ve razones para permanecer…
– Allí donde quisiéramos encontrar razones para ceder, el Espíritu Santo ve razones para resistir…
– Allí donde el sufrimiento clama a la rebelión, el Espíritu de amor convoca a la aceptación…
JAUJA
Bajo la alegoría de un viaje arriscado por mar a una de las Islas Afortunadas.
Van extractos.
Ver completa aquí: https://radiocristiandad.wordpress.com/2014/07/05/p-castellani-jauja/
Yo salí de mis puertos tres esquifes a vela
y a remo a la procura de la Isla Afortunada
que son trescientas islas, mas la flor de canela
de todas es la incógnita que denominan Jauja.
sólo se aborda al precio de naufragio y procela
Rompí todas mis cosas, implacable exterminio…
quedé sin rey ni patria, refugio ni dominio,
mi madre y su pañuelo llorando en el balcón.
empresa irrevocable pues no hay volver atrás,
la isla prometida que hechiza y que descansa
cederá a mis conatos cuando no pueda más.
Me decían los hombres serios de mi aldehuela
“Si eso fuera seguro con su prueba segura
también me arriesgaría, yo me hiciera a la vela,
pero arriesgarlo todo sin saber, es locura…”
Pero arriesgarlo todo justamente es el modo,
pues Jauja significa la decisión total,
y es el riesgo absoluto, y el arriesgarlo todo
es la fórmula única para hacerla real.
Busco la isla de Jauja , sé lo que busco y quiero
que buscaron los grandes y han encontrado pocos,
el naufragio es seguro y es la ley del crucero,
pues los que quieren verla sin naufragar, son locos…
quieren llegar a ella sano y limpio el esquife,
seca la ropa y todos los bagajes en paz,
cuando sólo se arriba lanzando al arrecife
el bote y atacando desnudo a nado el caz.
Busco la isla de Jauja de mis puertos orzando
y echando a un solo dado mi vida y mi fortuna;
la he visto muchas veces de mi puente de mando
al sol de mediodía o a la luz de la luna.
Mis galeotes de balde me lloran: ¿Cuándo, cuándo?
Ni les perdono el remo, ni les cedo el timón.
Este es el viaje eterno que es siempre comenzando,
pero el término incierto canta en mi corazón.
UNA PARTECITA DE LA CRUZ
Hoy le pedí al Señor una partecita de su Cruz… Le pedí ayudarle en su agonía, le pedí me hiciera partícipe de su sufrimiento, le pedí una partecita… (pequeña tiene que ser, pues soy débil) de su Santísima Cruz. Jesús me escuchó. Noté la Cruz sobre mis hombros…, me pesó y lloré mi abandono y soledad.
Después del desayuno paseé mi pequeño agobio por la galería de la enfermería. Una tristeza muy grande se apoderó de mí. Me vi tan enfermo, tan solo, tan débil para sufrir lo que Jesús me pide, que sentándome cansado de todo y de todos, lloré con agobio y con pena.
Grande me parecía el abandono en que me veía, material y espiritualmente. No tengo a nadie en quien hallar un alivio. Esto a veces es un consuelo muy grande, a veces es también un dolor muy profundo. Cuando estamos enfermos, sobre todo. En estos momentos en los cuales una palabra dicha al corazón, alivia tantas penas, e incluso da fuerzas para sufrir las flaquezas y miserias de la enfermedad… Sin embargo, a mí eso me falta.
ENSÉÑAME, SEÑOR, A AMAR TU CRUZ
Dios mío…, Dios mío…, enséñame a amar tu Cruz. Enséñame a amar la absoluta soledad de todo y de todos. Comprendo, Señor, que es así como me quieres, que es así de la única manera que puedes doblegar a Ti este corazón tan lleno de mundo y tan ocupado en vanidades.
Así, en la soledad en que me pones, me enseñarás la vanidad de todo, me hablarás Tú solo al corazón y mi alma se regocijará en Ti.
¡Silencio pides!… Señor, silencio te ofrezco.
¡Vida oculta!… Señor, sea tu Corazón mi escondrijo.
¡Sacrificio!… Señor, ¿qué te diré?, todo por Ti lo di.
¡Renuncia!… Mi voluntad es tuya, Señor.
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Y alabó el señor al mayordomo infiel, porque había obrado sagazmente; porque los hijos de este siglo, más sabios son en su generación, que los hijos de la luz.
Que el Señor nos conceda la gracia de poner tanta solicitud, tanta actividad y tanta prudencia para permanecer en la inhóspita trinchera, como los mundanos se ocupan en adquirir bienes vanos y temporales.
Nuestro Señor invita a las más fervientes, espirituales y corajudos a dar el salto, a renunciar a todo osadamente, por puro amor de Dios, para imitarlo a Él, sin seguridad previa sino la de la Providencia, a sus riesgos y peligros, “a embarcarse en canoas escoradas”, como dice Kierkegaard.

