Las Parábolas de Cristo – P.Leonardo Castellani

PARÁBOLA DE LAS OVEJAS Y LOS CHIVOS

(Mt. XXV, 31) 

juicio-final-fray-angelico

«Cuando viniere el Hijo del Hombre en su majestad, y todos los ángeles con Él, entonces se sentará en el trono de su Majestad; y se congregarán ante Él todas las gentes; y Él los separará unos de otros, como el pastor segrega las ovejas de los chivos, y constituirá a las ovejas a su derecha, a los chivos a su izquierda… «


 

Con la parábola del Juicio Final cierra Cristo su predicación pública; después sigue la larga Despedida con la llamada Oración Sacerdotal, y la Pasión y Muerte.
No hay que engañarse: es una parábola, no es una descripción fáctica del juicio de Dios: este Juicio, que es inefable, está representado a la manera de los juicios humanos, con la requisitoria, la defensa y la sentencia; con esta altamente sugestiva variante, que la sentencia es pronunciada al comenzar, al revés de los juicios humanos… normales, pues hoy día conocemos también sentencias de hombres anticipadas al juicio, sin tener los hombres el derecho que tiene Dios de anticiparla.

Así pues, no se amontonarán los millones de almas o resucitados en el Valle de Josafat, no se sentará Cristo sobre una nube en un trono de oro rodeado de los Doce Apóstoles, con María Santísima a su derecha como abogada y Satán a su Izquierda como fiscal; no pasaremos de uno en uno delante de Él, ni en grupos de 50 o de 100, como en las reuniones campestres de las turbas en Palestina; no se abrirá un libro más grande que la luna con las faltas y los méritos de todos; no habrá alegación, testigos de cargo y descargo, ni pruebas semiplenas y contraprueba plena. Eso podrá creerlo Mark Twaín, que escribe una payasada satírica de esta escena, pero nosotros no. «Non debemus intelligere corporaliter», dice santo Tomás; o mejor dicho, todo el mundo que ha leído con inteligencia. «¿También vosotros andáis aun sin inteligencia?», dijo Cristo.

La Escritura le dio a Cristo la pauta de esta parábola, como todas. Copiaré simplemente los textos, antecedentes que este cuadro recuerda: Congregaré a todas las gentes y las conduciré al valle de Josafat (Joel III, 2). El Hijo del Hombre volverá en gloria y majestad (Mt. XVI, 27). ¡Ojalá que así fuera juzgado con Dios el hombre, como el hijo del hombre es juzgado con su colega! (Job XVI, 22). Verán al Hijo del Hombre viniendo sobre una nube con potestad y majestad magna (Le. XXI, 27). El Señor vendrá a juzgar y todos sus Santos con Él (Is. III, 14).

Su marido será visto noble en las puertas de la ciudad cuando se siente a juzgar con los senadores de la tierra (Prov. XXXI, 23). Tú que te sientas sobre los Querubines (Ps. LXXIX, 3). Te sentaste sobre el trono, Tú que juzgas con justicia (Ps.IX, 5). Vosotros que me habéis seguido os sentaréis sobre doce tronos para juzgar a las doce tribus de Israel (Mt. XIX, 28). Como el relámpago que sale del Oriente y llega al mismo tiempo al Ocaso, así será la (segunda) Venida (Mí. XXVII, 27).

Verá toda carne al Saludador del Dios nuestro (Is. XLV). Discernirá las ovejas de los chivos (Eeeli. XXXV). Mis ovejas escuchan mi voz (Jo. X, 27). Los caminos que son a la derecha los reconoce Dios; mas los que son a la izquierda son perversos (Prov. IV, 24).

Con esta nube de imágenes tradicionales compuso Cristo su simple y dramático cuadro que afirma simplemente la existencia de un destino definitivo, la excelencia de la misericordia humana, y las dos postrimerías, cielo o infierno eterno; pero la forma real del inmenso hecho es la que precisó san Pablo: «Dando testimonio la conciencia y lidiando entre sí los pensamientos que acusan y también defienden, en el día en que juzgará Dios lo oculto de los hombres» (Rom. 11, 15).

En el instante de morir las almas se vuelven transparentes a sí mismas; y no es necesario que los diablos vengan con unas sogas a llevarse a los condenados, como había en un cuadro en mi cabecera cuando yo era chico: el condenado se condenará a sí mismo, y cubriéndose los ojos como si dijéramos, entrará de por sí en las tinieblas incapaz de soportar la luz de Dios. Lo cual es otra imagen, por supuesto; y las imágenes, como el trampolín, sirven en el momento en que se dejan. Pero son necesarias. «Vemos actualmente como en espejos y por enigmas; algún día veremos cara a cara».

La primera revelación de esta parábola es que habrá realmente el día de la definición y fijación de todas las cosas en su lugar; cuyo desorden actual es el escándalo de la inteligencia. Eso lo presiente la misma razón natural, a la cual es nativo que el movimiento del mundo y del hombre va hacia alguna parte y algún día debe arribar. Si la vida no es un camino y un andar hacia una Verdad y una Plenitud, entonces es un cruel error; y cada paso della pululación de error y miseria multiplicada, lo cual sería blasfemar maniqueamente contra el Creador de la Vida. Que hay «designio» en la creación es patente; y esa patencia, puesta de mil maneras, constituye la prueba más común de la existencia de Dios; mas la palabra designio encierra en sí la palabra «fin»; y uno de los significados de fin es «término».

Arriba puse unos versitos que dicen: «y allí donde han caído y así como han quedado – Quedarán, in aeternum, las cosas»; lo cual es exacto solamente del hombre: «las cosas» no caerán de su peso sino serán ordenadas; el hombre caerá de su peso; esos versitos hacen eco a versos del viejo Homero, de Ovidio, de Virgilio; lo cual nos hacer ver que la misma razón natural, sin la revelación, presiente lo que llamamos el «juicio final»: la resolución del gran proceso, el desenlace del drama del mundo:

Maintenant j’ ai fini de parler: seul, captif,
Comme un troupeau vendu aux mains de Qui l’ ammène
J’ ècoute seulement, j’ attends, tout prêt, que vienne
L’Heure dernière avec l’Instant définitif.

Pero la Eternidad me pesa. ¿No es posible que después de media eternidad Dios haga alguna cosa que no sabemos, se compadezca de la pena de los condenados, los aniquile, o los convierta en árboles, satisfecha su Justicia? Usted sabe que el agudo Orígenes, y también Papini…
-¡Ay Papini! ¡Ay Papini!
-Bueno, Orígenes, Newman, el Dante que pinta a los suicidas convertidos en árboles, algunos lingüistas modernos… Cristo usó la palabra «ápeiron», y ¿significaba acaso «ápeiron» la eternidad de los cristianos, esa «interminabilis vitae tata simul et perfecta possessio»? Para los griegos significaba literalmente «sin límites», indefinido, y concretamente un larguísimo espacio de tiempo …

-Ud. es santo, caro amigo: la falsa compasión es la tentación de los santos. Yo no soy santo. La filosofía se opone a sus dos hipótesis: Dios no aniquilará nada, y el alma del hombre no puede convertirse en árbol. Si el alma es inmortal, y el alma pierde a Dios definitivamente, no se ve salida posible del infierno. Si Cristo pudiese «perdonar» a los condenados después de «un largo espacio de tiempo», los perdonaría después de un corto; o mejor dicho, al instante. No se engañe con la «Justicia»: no se trata de la justicia de los hombres, sino de «estados», basados en la misma esencia de las cosas.

-Pero no sabemos lo que Dios puede hacer…
-No sabemos. Pero basado en ese «no sabemos», yo no haré el más leve pecado venial, porque en el no saber no se puede basar nada. Me atengo a la revelación de Cristo: Cristo dijo, en griego o en arameo, «sin fin», y Ud. anda buscándole un fin. Esto, para los lectores de Papini. ¡Qué idea la de Papini (cierto que no la afirma) que el diablo puede salvarse al fin, yeso, por medio de un amor de mujer! Los diablos desprecian a las mujeres, las llaman «hembras idiotas»; y a los varones también por supuesto… También es un estado esencial el del diablo: es un ángel, no es Papini ni el romántico Lamartine o Alfredo de Vigny.

Podemos aplicarnos la misericordia de Dios que vige eternamente, sólo mientras andamos en la tierra; porque el «camino» del hombre no vige eternamente: termina un día.
Seremos juzgados por la Misericordia… nuestra.
«Seréis juzgados por lo que habéis comido. Cristo fue un vegetariano: comió pan, leche, miel, higos, olivas, dátiles, aceite, pescado, uvas; jamás probó cadáveres de cuadrúpedos, ni siquiera consta que haya comido un óvulo fecundado de gallina. Jamás fumó, ni tomó vino… » La última frase es falsa lo mismo que la primera.
Este era un letrerito que había en un restaurante vegetariano de la calle Rivadavia, donde concurrí una temporada (y allí encontré al «teósofo» lector de Papini) porque se comía por tres o cuatro pesos; pero a las dos horas uno tenía un hambre bárbara y dolor de cabeza. La «Munishpaldá» (como pronunciaba el mucamo alemán) hizo obra de misericordia cuando lo cerró.
Seremos juzgados por la misericordia.

Cristo enumera seis obras de misericordia corporal (dejando el «sepultar a los muertos») en la fundamentación de las dos sentencias: «tuve hambre y de disteis de comer… «; y cuando le preguntan: «¿Cuándo hemos hecho eso contigo? Responde: «Cada vez que lo hicisteis con uno destos míos pequeñitos, conmigo lo hicisteis».
¿Por qué la misericordia sola?
Un Santo Padre dice (Agustín) porque satisfacemos por los pecados con la limosna (Dan. IV, 24) Y todos somos pecadores, pero no todos satisfacen. Otro (Gregorio Magno) porque el Señor indicó simplemente lo más fácil, que si ni lo más fácil hicieron los «chivos», bien condenados están (pero, ¿y las ovejas?). Otro (Sto. Tomás), que solamente a modo de ejemplo, porque todas las obras buenas y todos los pecados, no se pueden enumerar. A mí se me puso hace años que la misericordia auténtica e íntegra lo resume todo; y después, andando el tiempo, lo encontré justamente en el agudo Orígenes; sin negar las razones de los otros tres.

Vamos a ver, Kant intentó cifrar toda la Moral en un precepto («formular el Imperativo Categórico en un juicio sintético apriori fundamental» como dice él en su jerga) y lo hizo con su «Máxima Absoluta» que formuló de este modo: «Obra de manera que tu acción pueda servir de regla universal».
Esta «cifra» fue rechazada fácilmente después por Nietzsche, Brentano, Max Scheler… En su mayor alcance se reduce a la antigua regla: «No hagas a los otros lo que no quieres te hagan a ti» y es puramente negativa: queda afuera la moral del señorío, de la generosidad y de la vocación. ¡Bueno fuera que yo quisiera imponer como ley a los demás lo que a mí me exige mi vocación particular! Máximo desorden seguiría. Por ejemplo, el creador tiene derecho a la soledad, a ser Singular; si siquiera ser como todos, se destruiría; si quisiera que los demás fuesen como él, los destruiría. La generosidad consiste justamente en dar fuera de la ley, más allá de la obligación; aunque sea propinas. La generosidad es la virtud del noble y nobles no pueden ser todos, según la misma etimología de la palabra. «Da de manera que la ingratitud del otro no sea una injusticia; y que su gratitud sea un nuevo dar», es la máxima del noble. La máxima de Kant es el arquetipo de la enteca moral burguesa, no la del mundo cristiano; ni siquiera del pagano en sus cumbres. La moral burguesa ignora el amor que está arriba de la Ley, y «la bondad que no sabe ella misma que es buena». El nombre cristiano del Amor, «Járitas» significa en griego gracia gratuita, no «obligación» o deber. Pero se puede cifrar la moral cristiana en un precepto «está sujeto a Dios y ten misericordia». Pero para tener verdadera misericordia, consigo y con los demás, hay que estar sujeto a Dios; y por eso Cristo indicó simplemente: «Ten misericordia». Si recorren todos los preceptos y los pecados, verán que todo pecado hace daño a sí o a otro: «no hacer daño ni a sí mismo». Para amar a los otros como a nosotros, es necesario primero amarnos bien a nosotros. En verdad hay un mandamiento único que son tres, como la Trinidad: ama a Dios; ámate en Dios; ama a tu prójimo. Ciertamente yo no siento en mí más que UN SOLO mandato.

La palabra misericordia la usaban los romanos en el sentido de «doblarse alas súplicas»; pero etimológicamente significa tener corazón de pobre; y por tanto, sentir la pobreza en sí mismo, y en los demás. El hombre caído es en el fondo de su alma un pobre. Portarnos conforme a lo que realmente somos en el fondo, eso resume toda la Ley y los Profetas; y eso se muestra en ese sencillo gesto de abrir la mano. Si quieres que la realidad profunda se abra a ti, abre tú la mano; lo cual no puedes hacer sin abrir el alma. Y a veces a los repobres como yo, sólo les queda abrir el alma -y pedir misericordia a los demàs.

La otra fórmula de Kant: «Obra de modo que trates a la humanidad en ti y en los otros como un fin y no como un simple medio», tiene mucha más enjundia; pero indica más bien una disposición y una raíz, que una regla o criterio concreto. No sirve por demasiado vaga o bien oscura; pues para conocer cuando somos tratados (o tratamos a los demás) como cosas y no como personas, se necesita no poca intuición psicológica y moral. Ver a los demás como cosas y no como personas es la negación radical del amor, y del respeto y la simpatía que él trae consigo. Es notable ceguera. Es la actitud fundamental del fariseo.

Así que Cristo (secondo me) prometió en esta parábola del Juicio que ninguno que haya sido auténticamente misericordioso será condenado. Si pudo prometer a santa Margarita María que ninguno se condenará que haya hecho «los Nueve Primeros Viernes » (cosa que creo libremente, pero que es libre de creer o no) mucho más pudo prometer lo mismo a los misericordiosos. Por lo demás, la Escritura antigua hace eco a esa promesa: «Redime tus pecados con limosnas» (Dan. IV, 24), «La limosna libra de todo pecado y de la muerte y no permite que el alma caiga en las tinieblas» (Tob.IV,ll). La limosna está aun más encarecida en el N. T.: «El que diere un vaso de agua fresca a uno de estos mis pequeñitos, no perderá su galardón» (Mt. X, 42) como ya habían dicho los Proverbios: (XXV, 21) Si tu enemigo tiene sed, dale agua; si tiene hambre, aliméntalo.

La tercera revelación de la parábola es la existencia del cielo y del infierno, afirmada con fuerza intergiversable. El cielo lo admiten fácilmente todos (menos los desesperados que dije arriba), hasta los espíritus de los espiritistas; pero el infierno es duro de tragar y es negado muy frecuentemente. Reanudemos, pues, el diálogo de Borges, o mejor, con el teósofo -cuáquero- vegetariano; porque al buen Borges ¡hay que dejarlo ya en paz! Si Ud. niega el infierno, tiene que negar también el cielo: el infierno no es sino la perdida del Ultimo Fin. Bien, niego también el cielo. Entonces tiene que negar también la inmortalidad del alma. Niego la inmortalidad del alma. -Entonces tiene que negar también la Ética- ¡Alto ahí! Yo no creo en el alma, y soy un hombre honrado. -Sin mirarlo muy de cerca, si Ud. es así, la inmensa mayoría de la humanidad no puede serlo; si el alma muere con el cuerpo, ser honrado, sobre todo cuando cuesta mucho (o mejor dicho, todo) es ser sonso; y Ud. sería si no sonso, ilógico. -¿Y si niego toda la Ética? En ese caso tendría que negar la Lógica: su amigo Kant deduce toda la Ética de la simple consideración de la razón humana. -Niego toda la Lógica. -Entonces tiene que negar el lenguaje humano, y quedarse mudo. -Me quedo mudo. -Eso es lo que tendría que haber hecho al principio; y así no perdíamos el tiempo…

Dirán que esta cadena puede ser cortada en dos o tres partes… Sí, y entonces comienza allí una engorrosa discusión filosófica, de epistemología, psicología o metafísica, en la cual salgo victorioso; sobre todo si no lo dejo hablar al otro, o hablo yo en su lugar. Pero en realidad el infierno no se puede probar filosóficamente, pese a los laudables esfuerzos de Balmes en sus «Cartas a un escéptico»: lo conocemos de cierto por la revelación, es un «misterio»; misterio en que creyeron no obstante (no con certeza) los grandes pensadores paganos y casi todas las religiones. Yo lo creo simplemente (y con repugnancia) porque me fío de Cristo: Cristo lo anunció 14 veces. Y me fío de Cristo, porque me fío de sus «testigos». Desde niño tuve «testigos» de Cristo, de quienes me fié; y cuanto más de cerca los examiné de adulto, más aumentó mi fianza; sobre todo que una voz respondía en el fondo de mí mismo a las voces de ellos. La misma Razón decía: Sí, así haiser.
Si el Juicio Final es solamente una parábola y una imagen, ¿cómo será él en realidad? Allí no les puedo responder sino con otra imagen. Será un largo lapso de tiempo, no un día solar: los Profetas hablan de continuo del «día» del juicio, del día de Dios, del día de la ira; y después describen sucesos que no pueden darse sino en un lapso. El «día» del juicio será la resurrección paulatina de los salvados, unos antes y otros después, según sus méritos, en un tramo feliz de la Humanidad después de la Parusía; aunque confieso que mi maestro Lennerz, aquí no está conforme. Y después al final la resurrección simultánea y fragorosa de todos los dañados, y la transformación de cielos y tierra bajo esas dos fuerzas tremendas del espíritu asumidor de la materia; pues si los elegidos por su unión con Dios pueden mucho, también tienen poder sobre el planeta los réprobos y los ángeles malos. Hay en el Apocalipsis una lucha final que el Profeta deja oscura, y no detalla, contentándose con llamarla como si dijéramos la Batalla del Fuego: y el espíritu ya en posesión de la materia y no cautivo de ella, es fuego.

Todo ésto que insinúo problemáticamente, parecen decir esos pasajes nada fáciles del libro de la «Revelación» llenos de encuentros, sangre, batallas, meteoros y catástrofes. Pero sobre ésto, mejor será que componga yo otra imagen o parábola, y termine de una vez este libro que ya me tiene medio agotado. Pues resulta que habiendo yo destruido a Buenos Aires con una atómica (en DULCINEA) un porteño me dice tengo DEUDA de reconstruirla. La reconstruyo, pues con el VIAJE A JERUSALÉN, mansión de paz, que es una de las «Doce Parábolas Cimarronas», publicadas en volumen aparte, a la zaga de éstas.

***