Las Parábolas de Cristo – P.Leonardo Castellani

PARÁBOLA DE LA HIGUERA MALDITA

PARÁBOLA DE LA HIGUERA MALDITA.-ICONO

«No era tiempo de higos… Nunca más nazca fruto de ti en sempiterno… Maestro, mira la higuera que maldijiste, se secó… » (Mt. XXXI, 18 Y Me. XI, 12… ).


Al comienzo de la Semana del Deicidio, hace Jesús una curiosa «parábola en acción»: maldice el Lunes Santo una higuera que no tenía higos para Él, mas «no era tiempo de higos»; y el Martes Santo, san Pedro le muestra que ella se ha secado; y Cristo responde oscuramente hablando de la fe, de la oración, del milagro y del poder de Dios; y del poder que tendrían ellos mismos. Frente a esta parábola en acción se han secado también los exégetas, que no logran hallarle el higo, fuera de conclusiones «longepetitas» o vagas consideraciones morales.

Cuando callan, están mejor. ¿Por qué castiga Cristo a una higuera que se está allí quieta cumpliendo su deber? No la castigó, dice Orígenes. ¿Qué hizo entonces? Hizo una palabra. ¿Qué palabra, oh Doctor? Una palabra misteriosa. Menos mal. Orígenes se queda con los Apóstoles; que “se asombraron», dice dos veces el Evangelista.

Ella debe ser interpretada de acuerdo a la de la Higuera Infructuosa (Le. XIII, 6) Y la Higuera Reverdeciente (Mt. XXIV, 32 y paralelos) que designan la misma realidad, y de las cuales esta «ficción» (como la llama Maldonado) con su inciso desconcertante («no era tiempo de higos») da la clave. Es la conducta y la suerte de la Sinagoga la que está representada aquí: aquella higuera de que los Profetas habían repetidamente predicho que perdería sus frutos: «Yo corromperé su viña y su higuera» (Oseas, Il, 12); «No hay uva en la viña ni higos en la higuera» (Jer, VIII, 13).

Hemos, dicho que casi todos, si no todos, los milagros de Cristo son también parábolas en acción, pues encierran un simbolismo: muy manifiesto a veces, como en las dos Pescas Milagrosas, las dos Multipanificaciones, las dos «Limpiezas» del Templo, que recuerdan la que hizo Nehemías; de las cuales dice san Jerónimo humorísticamente que fueron el mayor milagro de Cristo. Incluso la primera resurrección de un muerto, el llamado con el nombre largo (que serviría para una calle de Buenos Aires) «El hijoúnicodelaviudadenaim»; tan limpia y descarnada, que Cristo hizo bruscamente sin ser rogado en un encuentro casual… significa Su Poder sobre la Muerte y la futura presea de todos los mortales, quienesquiera sean, en virtud de ese Poder resucitador. En ese gesto simple y aparentemente apresurado («y lo devolvió a su madre») Cristo dijo simplemente a los mortales: «Hay remedio para todo», en contra del refrán que dice: «Para todo hay remedio, menos para la muerte… » Pero en estotro milagro de la higuera no hay ninguna otra utilidad ni fin alguno, fuera de su simbolismo: y es el único en el cual Cristo destruye algo.

¿Qué quiso simbolizar? Con reverencia lo escudriñaremos. Descartemos las interpretaciones vagas o tontas. Dicen que simboliza que: los que no dan frutos de buenas obras, son castigados por Dios (Beda). Resabido es eso y está ya redicho; mas aquí estaría mal dicho: pues esta higuera no da higos porque no es tiempo de higos. Dicen otros (Eutimio) que significa que: cuando Dios pide, aunque sea imposibles, hay que hacerlos (?) porque Dios si lo pide, nos dará el poder… Desatino es ése; y en todo caso, si Cristo hubiese querido representarlo, tenía que haber hecho así: pedir higos a la higuera, la higuera no darlos en abril, Cristo hacerla fructificar de milagro, comer el fruto (“tenía hambre», dice el Evangelista y Maldonado dice que ¡»fingía hambre»!) y después decir a los Apóstoles: «Cuando Dios pide una cosa a un hombre, aunque sea imposible… etcétera».

Francamente hablando, estas son macanas.

La higuerita estaba allí santamente cumpliendo la ley de su Creador, de dar frutos en junio y no en abril: a nadie hacía injusticia, al contrario. Ver a un hombre castigado en esa higuera, es disparate. También es macana lo que dice J. A. Flynn citando la Catena Aurea (Crisóstomo y Teofilacto) de que fue hecho el esperpento con el fin de mostrar a los Apóstoles que Él tenía poder de destruir; y que podía destruir si quisiera a sus enemigos y autores de su sangrienta Pasión, a la cual caminaba; que si no lo hacía, no era porque no podía. Es macana, porque muchos signos aun más grandes de su poder ya les había dado; y éste, si fuera para eso, es más oscuro que medianoche. No. La Higuera representa la Sinagoga (y pagó por ella en esta ocasión) y no ninguna otra cosa; y en eso sí está acorde la tradición patrística.

Cristo representó simplemente que la Sinagoga se iba a secar para siempre (y no por esta estación solamente) porque ya no tenía frutos de santidad, sino «solamente hojas», vanas observaciones externas. Esto se sabe porque poco después lo proclamó paladinamente, con otras tantas nítidas palabras, en la parábola de los Viñadores Homicidas: «Vendrá, perderá a estos colonos, y dará su Viña a otros”. Dijeron ellos: ¡No lo quiera Dios! Él los miró fijamente y añadió: ¿Qué es lo que está escrito, pues? ¿No habéis leído en la Escritura:

La piedra que desecharon los constructores

Esa será hecha llave de arco

Por Dios esto ha sido hecho

Y es asombroso a nuestros ojos…»

Así pues yo os aseguro que será quitado de vosotros el Reino de Dios, y será dado a gente que lleve fruto. Y todo el que caiga sobre esta Piedra, se descalabrará; y al que le caiga la Piedra encima, lo hará trizas.

Y oyendo esto los Fariseos y los Príncipes de los Sacerdotes, conocieron que de ellos hablaba. Y queriendo aprehenderlo, temieron a las turbas, que lo tenían por un profeta… » (Mt. XXI, 33; Le. XX, 9), pues como tal lo habían aclamado dos días antes.

En esta parábola bien clara, la Higuera está cambiada en Viña, doblete común en el Antiguo Testamento, y también en el Evangelio:

Viñas e higueras, higueras y viñas; y el acento está puesto, no en la muerte de la Sinagoga, sino en el castigo de los que entonces la gobernaban, a los cuales se incrimina: 1°, que no entregan los frutos al Dueño; 2°, no hacen caso de sus avisos; 3°, maltratan o matan a sus mensajeros (1os profetas); y 4°, van a matar al mismo Hijo, con la intención de quedar dueños de la Viña. La parábola misteriosa de la Higuera a la vera del camino está aquí declarada expresamente por Cristo.

Sí; pero, ¿y el «no era tiempo de higos», CRUX de toda la cuestión?

Pues quiere decir simplemente que llegará un «tiempo de higos» para la Sinagoga. No entonces. En otro tiempo.

¿Qué tiempo?

Pues simplemente el que la Escritura llama siempre «el Tiempo». es decir, la Parusía; la cual será o precedida o acompañada o seguida (esto no lo sé) por la conversión del pueblo judío; y por un reverdecimiento tal de la vieja Higuera «seca en sempiterno», que al leerlo en los antiguos Profetas, uno se queda bizco; y san Pablo lo llamó «resurrección del mundo».

Cristo predijo no sólo el secamiento de la Sinagoga, sino al mismo tiempo su futuro remoto reverdecer; como era digno de Él. El «no era tiempo de higos» implica «algún día será tiempo de higos». Cristo contempla desde arriba los dos tiempos con luz profética, a la luz de la presciencia divina: por encima del libre albedrío humano. Dios sabía que entonces la Sinagoga iba a perecer (por su culpa ciertamente) y que algún día iba a resucitar, también por su albedrío. Cristo hizo aquí una cosa importantísima: partió los Tiempos; que en los profetas anteriores están mezclados (por así decirlo) indistintos, indistinguibles. Isaías, Jeremías, Zacarías… hablan del Ungido o «Meshia» en sus dos Venidas en forma tal, que a veces es difícil discernir si una profecía es «mesiánica» o bien «parusíaca», como dicen los sabios: en realidad, ellas son las dos cosas a la vez, con el acento puesto en uno u otro «Tiempo». Saber esto, para los judíos, era imposible; para nosotros, ahora, no. Los vaticinios cristológicos tienen dos faces: se ha cumplido la faz mesiánica, no se han cumplido aun la faz parusíaca.

Entre los dos «tiempos», Cristo tenía que morir, y la Iglesia tenía que nacer y extenderse por un largo lapso; en el cual la higuera maldita no daría sus frutos. Así se justifica la frase: «No des fruto para siempre». El «siempre» sería aquí relativo y no absoluto.

La llamada «cuestión judía», que realmente existe, en su fondo (que es religioso) voltea en torno de tres hechos enormes (presente, pasado y futuro) que saltan a los ojos: 1°, la actual abyección del pueblo judío, moral y física; 2°, el Deicidio: los judíos crucificaron a su Mesías; 3°, la futura Conversión y Restauración vaticinada: no solamente por san Pablo en su imponente cap. IX Ad Romanos, sino también por Cristo y por los Profetas anteriores, clarificados por el Nuevo Testamento. Todo el «misterio judío», que los «antisemitas» embarran, está aquí. Veamos de nuevo la parábola anterior de la Higuera Infructuosa (76), ésta ya no obrada, sino hablada. El Patrón se queja de que año tras año su Higuera no da fruta («Vino a ella buscando fruto, y no lo encontró»), las mismas palabras que recurren luego en la Higuera Maldita. Manda pues que la corten de raíz. El Hortelano intercede, dice que la va a cavar, y alimentar con estiércol; y que después, si acaso… EL PATRÓN NO RESPONDE NADA: ni sí, ni NO.

El Hortelano es Cristo. En la Cruz intercedió: «Padre, perdónalos…

» El pueblo judío actualmente se nutre de estiércol: el Dinero es su abyección, más que su dispersión en todos los pueblos, más que los «progroms», las persecuciones y el desprecio que sufre. El Reino del Dinero, que hoy puede más que nunca, es de ellos; y con el dinero se defienden de los cristianos; y también los revientan, si pueden. La Revolución Rusa (como otras menores de nuestra época) fue financiada con dinero judío; por la Banca Loeb, según dicen, la misma que tenemos ahora entre nosotros ayudándonos a hacernos grandes («desarrollados») y austeros; sobre todo austeros. Pongo este solo ejemplo. Hay muchos que muestran al oro judío al servicio de la propaganda anticristiana, de la Revolución, de la Antiglesia; al intelecto judío (en general) al servicio de la herejía y la disolución.

La raza judía ha resistido incólume en el mundo entre las tormentas de la historia, que han hundido y sumergido pueblos, imperios y naciones. Nadie ha podido asimilarla y nadie exterminarla: persecuciones, expulsiones y las más duras legislaciones se han mellado en ella. Dios puso una señal en Caín para que nadie lo pudiera matar, dice el Génesis; y los judíos hicieron de Caín con respecto a Cristo; y Caín anduvo errante por la tierra; y sus hijos fueron industriosos y ricos… y predatores (Gen., cap. IV).  Pero esto no es para siempre. Cristo dice «in aeternum» a la Higuera; pero eso quiere decir que no reverdecerá en la próxima primavera: significa un largo tiempo; o mejor dicho, significa «hasta el fin». Mas cuando al otro día Pedro le muestra la higuera seca, Cristo responde a despropósito aparentemente que para Dios no hay imposibles, que hay que orar, y que la Iglesia (ellos) harían milagros más grandes que el secar la higuera, mayores incluso de los que Él hizo. ¿A qué viene esto ahora?, dirían los Apóstoles. Pues viene a confirmar esta exégesis que yo inventé. Esto yo lo inventé, pero es verdad lo mismo, como le dijo Colón a Fray Juan Pérez de Marchena.

Fuera de broma, la exégesis es de san Jerónimo, indicada solamente (ver Lagrange, Mk, 293-HDB2,6) Y desarrollada con magnificencia (no exenta de algunas extravagancias… perdonables) por León Bloy en La Salvación por los Judíos («Le salut par les Juifs», Mere. de France, París, 1938). Ella es la verdadera: no hay ninguna otra mejor; y ninguna otra posible.

Cuando Cristo más tarde nombró de nuevo al árbol de madera blanca, corteza mora, hojas grandes y oscuras, tallos lechosos y frutos deliciosos, al decir: «De la higuera aprended una comparación: cuando veis que las ramas se enyeman, y salen las hojitas tiernas, decís: Cerca está el verano; así cuando veáis que estos signos se cumplen… ¿quiso decimos que el Signo Principal sería el reverdecer de la Sinagoga? Puede que sí. Yo creo que sí. Pero en todo caso, es cierto que el extraño milagro de la Higuera Maldecida y al punto Aridecida, y el más extraño inciso de que «no era tiempo de higos» (situado ello en el solemne final de su vida y su lucha) no representaron otra cosa sino la Sinagoga y su sino. Toda la tradición unánime lo ha visto, aunque (como noté) no todos los Doctores ni mucho menos, hayan sabido explicar el inciso desconcertante.

Nos guste o no, es verdad que los Judíos detentan una llave de la historia del mundo, por no decir LA llave. La conversión es un acto libre; y solamente la Conversión de los Deicidas será «la resurrección del mundo», dice san Pablo. Los cristianos los han perseguido a ratos, la Iglesia ha tratado de protegerlos casi siempre, llamándolos empero «pérfidos» al mismo tiempo; es decir, errados en la fe; mas ellos, con los ojos vendados, y con los oráculos divinos celosamente conservados en sus manos, van.

En muchas catedrales góticas a ambos lados de la puerta están esculpidas la Iglesia y la Sinagoga, esta última con la Biblia en la mano y los ojos vendados: cuando comience a caer esa venda, y los judíos «miren al que enclavaron» (Zac. XII, 10; Jo, XIX, 37) el Enclavado se desprenderá de sus clavos, y bajará de la Cruz.

***