Las Parábolas de Cristo – P.Leonardo Castellani

PARÁBOLA DE LA MANO EN EL ARADO

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«El que anda con la mano en el arado, y vuelve la vista atrás, no es apto para el Reino de los Cielos» (Lc.IX,62).


Explicaré la semejanza de la mano en el arado junto con otras pequeñas parábolas que visan todas ellas «las condiciones de la vocación a la Fe». Este proverbio hebreo (probablemente) que hoy es proverbio en todas las lenguas, es claro: el hombre que está arando tiene que tener los ojos fijos en el surco para hacerlo parejo y no debe andar volviendo el rostro a ver a su mujer que se va, después de traerle el vito, o las gaviotas que revolotean detrás, o una culebra que ha desenterrado; así el que es llamado por Dios a la fe, o a la gracia (arrepentimiento) o la vida monástica, no debe ni acordarse más del mundo que ha repudiado, ni de los bienes terrenos que ha sacrificado, ni siguiera, si es necesario, de su patria, de su familia, de su padre muerto, ni aun de su madre viva, como lo hizo Cristo; aunque Ella no lo dejó, y Él tuvo que acordarse por fuerza. Lo siguió por donde fue; y Cristo veía su rostro hermoso y modesto enfrente suyo entre los pobrecitos doquiera predicaba. «¡Gauchaza la Señora!» -decía el Cura Brochero.La frase proverbial está dicha después de tres casos de «llamado» rehusado, como el del Joven Rico que ya hemos visto (Lc.XVIII, 23) que le dan gran relieve. Uno de los llamados, («Sígueme») respondió: «Señor, permíteme primero que vaya a enterrar a mi padre». Respondió Jesús: No. Dejad a los muertos que entierren a sus muertos: tú ve, y anuncia el Reino de Dios. Asombrosa respuesta a una modesta y decente demanda. Recuerdo que una vez mi finado hermano Luis me preguntó: «¿Qué quiere decir eso: deja a los muertos que sepulten a sus muertos?» Respondí, como era obvio: «Quiere decir que si Dios llama no hay que aplazar, diferir, ni siquiera demorar, porque puede ser que no llame otra vez; como decían en el Medievo: «Time Jesum semel ambulantem et non revertentem»: teme a Jesús que pasa y no vuelve, o más exacto: teme que no pase (por tu vida) sino una sola vez, como es muy dueño de hacerlo. De hecho en este caso Jesús estaba de camino y de prisa («factum est autem ambulantibus illis in via») pues es el viaje para su última Pascua, el último viaje a Jerusalén; y el joven revertía el orden pretendiendo que Cristo se acomodase (como no podía) a sus comodidades; y la frase de Cristo significa que no faltará quien entierre a su padre, entre los que no tienen un llamado formal, urgente y único al Apostolado -como era aquí el caso.

Recuerdo que mi hermano dio un grito que tembló el auto (íbamos por un camino polvoroso de Córdoba) diciendo: «Pucha, jamás explican esto». Bueno, por mí que no quede.

«¡Cuántas veces el Ángel me decía:

-Alma, asómate agora a la ventana

Verás con cuanto amor llamar porfía…

Y cuántas ¡Hermosura Soberana!

-Mañana le abriremos… –respondía

¡Para lo mismo responder mañana!»

Cristo a este joven, lo mismo que al Joven Rico, lo llamó una sola vez, y no muchas, como al volvoreta de Lope de Vega; bueno, en cuanto nosotros podemos saber, por supuesto. «Time Jesum transeuntem et non revertentem».

Parece que a algunos los llama Dios una sola vez a la fe -en cuanto podemos saber: ya que los caminos de Dios se los sabe Él solo. Hay una poesía de Alfred de Musset (que no tengo a mano) en cuartetas enneasílabas (está en la antología Nelson) que me parece un llamado a la fe con el cual el poeta hizo un poema, para lo cual Dios no se lo dio: gran peligro de los poetas «bajar la religión al plano estético» que dijo Kirkegor. El toque levísimo de la luz de Dios («gracia actual» que llaman los santos) parece que está allí convertida en versos… malos de adehala: pues son afines aunque en especie diversas, la emoción estética y la emoción religiosa. El mismo caso me parece la satánica aunque exacta «mimesis» de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio que hace James Joyce en su «Retrato del artista como adolescente».

Indicaré aquí brevemente las diversas parábolas «del llamado».

«De verdad os digo que si tuviereis fe y no dudareis, no solo haríais esto de la higuera (maldecida) sino a esta montaña que está allí (el monte Oliveto) le diríais: Levanta y échate al mar, sucedería. (Lc.XVII, 6; Mt.XXI, 21; Mc.XI, 22). «En verdad os digo que si no os hiciereis COMO estos niños, no entraréis en el Reino» (Mt.XIX, 13). ¿Podéis beber vosotros el cáliz que yo he de beber? (Mt.XX, 22). ¿Cuál de estos dos hijos hizo la voluntad de su Padre? (Mt.XXI, 28). Como el relámpago, que parte del Oriente y al mismo tiempo está en el Occidente, así será la venida del Hijo del Hombre. Como en los días de Noé, que trabajaban los hombres y negociaban y se emborrachaban, y de impensado les sobrevino el Diluvio… (Mt.XXIV, 27-37). Y dijo el Esposo a las vírgenes bobas; No os conozco. Y cerró la puerta (Mt.XXV, l1). Los potentes de la tierra se autollaman benéficos y mandan con prepotencia, vosotros empero como siervos… Cuando hayáis hecho todo lo mandado, entonces decid: Siervos inútiles somos (Lc.XXII, 26). He aquí que yo estoy entre vosotros como un siervo (Jo.XIII, 16). No es mayor el siervo que el Señor; si a mí me persiguieron, a vosotros os perseguirán (Jo.XV, 20).

Las condiciones de la respuesta a la vocación son pues en definitiva: Prontitud en percibirla – Decisión en abrazarla – Gran vigilancia en guardarla – Fuerza en obrarla y decirla – Y paciencia en aguantarla. Las comparaciones transcritas describen la «buena tierra» de la parábola del Sembrador: un ánimo dócil como un niño, atento y decidido como el que ara, fuerte para soportar la tribulación y la persecución y sumamente vigilante: es increíble las veces que Cristo encareció la «vigilancia», con las metáforas del relámpago, del diluvio, del patrón ausente que cae a su casa de imprevisto, del ladrón nocturno, de las diez doncellas, las buenas y las bobas. Sabía que la propensión general del hombre respecto a lo sobrenatural, es adherirse a lo natural. Sé que me voy a morir, pero no lo creo. Sé que si falto, Dios puede no darme más la gracia, pero… «por una vez más, ¿qué le hace a Dios? ¡Estarnos en la lucha!», dijo Parreño y se murió desa borrachera.

La fe es un acto de conocimiento, cierto, oscuro, sobrenatural y libre: es pues algo especial, una «paradoja». No es una emoción, ni una mera opinión, ni una «ciencia», ni un asentimiento natural, ni forzoso, como los asensos científicos, las «evidencias». La confianza es un acto de voluntad no de entendimiento; la ciencia es un acto infalible pero ni oscuro ni libre; la opinión es un acto libre pero no cierto; la creencia en un testimonio humano puede ser cierta (como creer que Rusia existe) pero no es sobrenatural ni oscura.

La fe es asentir a cosas de suyo portentosas y desconcertantes por la autoridad de Dios revelante, para lo cual naturalmente hay que saber primero que Dios reveló eso: la razón es el paje de hacha de la fe. Anoche oí por radio a mi amigo Koremblit, que es un hombre religioso: «Lo importante es creer en Dios; no es saber si Dios existe». No se puede. En realidad no «creemos en Dios» sino «creemos a Dios» una vez sabido por la razón natural que Él existe. Se puede sin embargo, si se quiere, salvar la verdad de Koremblit; yo sé lo que quiso decir: una vez que uno cree a Dios, ese creer a Dios es más importante, aunque posterior, a la pura noción natural de Su existir. El acto-corona es más valioso que el acto-cimiento.

Por todo esto Kirkegor, en su precioso librito «Nonadas filosóficas» llamó certeramente a la Fe sobrenatural «la Paradoja».

Con esto pueden interpretar ustedes mismos las parábolas del Llamado, fácilmente. La parábola de los niños ha dado lugar a malentendidos: san Pablo la interpretó de oficio cuando dijo: «Quiero que seáis como niños pero no quiero que seáis pueriles». Las niñas que se hacen las bebas, tengan cuidado de no dar en bobas. Un amigo mío poeta que anda haciendo ingenuidades, dice que obedece a Cristo; una vez en un restorán casi me hizo llevar preso con todos los que estaban en la mesa. Cristo no exigió aquí expresamente ni la castidad o inocencia del niño (que Freud dice que es filfa) ni su falta de conocimientos, ni su mansedumbre natural (¿mansedumbre? que vengan a vivir al barrio Sur y «dejad que los niños se acerquen a vosotros ¡y veréis qué cascotazo os encajan! -dijo uno) ni en fin, su alegría ni sus puerilidades. Quiso decir: «dócil, abierto, sencillo», puesto que los niños creen a sus padres y a cuantos les merecen confianza; y por eso san Lucas precisa la frase de san Mateo: «hacerse como estos niños» poniendo: «si no recibís el Reino -o sea la Revelación- a modo de niños… «

Una pregunta común es: «¿cómo puede un niño cristiano tener» fe sobrenatural», que es tan difícil?» -Es difícil a los sabios, no a los sencillos. «Gracias te doy Padre mío, de que escondiste estas cosas a los sabios y prudentes de este mundo y las descubriste a los pequeños». Kirkegor ilustró mucho esta verdad, de que el «salto» de la fe le es más difícil a los muy letrados o cultivados, porque ven más claro la «oscuridad» y por el natural engreimiento o hinchazón que trae consigo de suyo, como gusano propio, la Ciencia. Esa pregunta de la fe sobrenatural-o «sea basada en la autoridad de Dios revelante» (yo creía de chico porque así lo decían la «nonna Maddalena» y el Padre Olessio; Dios revelante, un corno) es un problemita teológico, al cual respondí brevemente en El Evang. de Jes. pág.367. Aunque sospecho que yo creía en el fondo, sin saberlo, por fe divina. Mas si un niño tiene por el momento la «fe mitológica», eso le basta como comienzo.

La fe puede ser «fe mitológica», fe propiamente dicha o adulta, y la fe milagrera o taumatúrgica. Esta última, aunque nace de la fe, es una» gratia gratis data» inferior en valor a ella: el don de hacer milagros. Las «gracias gratis datas» como la profecía, el hablar en lenguas y las curaciones -que abundaban en la primitiva iglesia-, son dones de Dios en orden al bien de los demás, y no a la salvación propia: Judas hizo milagros probablemente; pues contaron los Apóstoles al volver de su misión que «habían hecho curaciones y lanzado demonios». El don de hacer milagros, al que alude la desaforada metáfora de «arrancar el monte Oliveto y echarlo al mar» («arrancar este árbol de mora y echarlo al mar», dice Lucas, pero es lo mismo) consiste en una especie de confianza enorme de ser escuchado por Dios, la cual confianza me puede curar de una enfermedad; y puede ser» contagiada» directamente a otros, como lo son todas las emociones; como es patente en la vida de los santos. Claro que a un muerto no se le puede «contagiar» nada; y en el caso de las resurrecciones aparece neto el poder directo de Dios -sobre toda causa natural.

Pero los Apóstoles jamás hicieron alzarse un cerro y echarse al mar ¿no tuvieron pues fe ni «como un granito de mostaza»?

La tuvieron, of course. Y tuvieron el don de milagros. Pero la expresión de Cristo es metafórica e hiperbólica. Corresponde a lo que dice en otra parte (Jo.xIV, 12) que también parece mentira: «Todos estos milagros (mas Cristo no dice aquí milagros, sino «obras») de que os asombráis, vosotros los haréis también y aun mayores»; y no consta que los Apóstoles hayan hecho milagros mayores que Cristo; anoser Felipe que convirtió a un eunuco, o san Pablo que volvió sesudo a un necio, digo yo. El único sentido que puede tener este inciso «y aun mayores» es que los Apóstoles harían milagros espirituales mayores (pues es mayor convertir a un español que resucitar a un muerto) y en un número mayor que Cristo: pues Cristo operó solamente en Palestina y convirtió pocos -y ningún español; mas Pedro convirtió en Pentecostés cinco mil judíos de un saque; y Santiago el Menor fue a España y convirtió cinco españoles republicanos y se murió.

Esto no es ningún efugio de la dificultad, como parece a los fieles cuando lo dicen los predicadores, pues Cristo dijo «haréis las obras que yo he hecho (como de hecho las hicieron) y aun (con el aumentativo griego que puede significar cambio de plano) MAYORES; es decir, espirituales.

Como la vocación a la fe, es la vocación o llamado a la gracia perdonante (o sea «santificante»). Hay que andar barba al hombro y haldas en cinta. Dios no tiene ninguna obligación de darnos la gracia de arrepentirnos; y no podemos arrepentirnos sin la gracia de Dios. Qué quieren, es así: «Sine Me, NIHIL potestis fácere». Mi maestro de teología en la Gregoriana de Roma, el petiso Charles Boyer S.J., se espantaba de que el hombre con fe pudiera pecar mortalmente, por esta sola razón: ese tal hace una perdición para sí que no la puede remediar POR SÍ, mas solamente por el favor de Aquel a quien HIERE, haciéndola. Sin la gracia previniente, no podemos ni llegar a la fe, ni cumplir todos los mandamientos largo tiempo, ni dejar de caer, ni arrepentirnos y levantarnos después, ni perseverar en el bien hasta la muerte… uno verbo, no podemos SALVARNOS. Todo eso depende puramente de Dios, no podemos «merecer» la gracia, que entonces no sería «gracia»; es decir, gratuita. Todos esos son dogmas de fe, defendidos 30 años por Agustín contra los pelagianos -y después, hasta nuestros días; aunque exagerados por los jansenistas y calvinistas. No cabe de ello la menor duda. El que peca mortalmente, pues, sería como si yo (Dios me libre) estuviese trepando por una soga de mudos, y de repente le soltase un pistoletazo al que está en la almena sosteniéndome la soga… y por tanto me fuese de cabeza al foso. ¿Me tiraría de nuevo la soga el herido para salvarme? Mas Dios nos devuelve su gracia una, dos, tres, siete y hasta setenta veces siete -a algunos; no sé si a todos. Otro que no fuera Dios (yo por ejemplo) no lo haría… siempre.

Cristo no lo hizo siempre, como parece en estas parábolas. El Joven Rico («príncipe» lo llama Lucas) reculó ante el sacrificio y «se marchó triste»; al que se fue a enterrar a su padre, Cristo materialmente no lo pudo llamar más. Pilato tuvo una ocasión en su vida de conocer la Verdad, cuando Cristo le dijo que Él había venido al mundo para descubrirla, y eso con certeza (martyreuesein) y Pilato le volvió las espaldas diciendo (en latín): «¿Y qué es la Verdad?»

-QUID EST VERITAS? 

-EST VIR QUI ADEST.

Los medievales (Alanus de Insula, Alain de Lille, se cree) compusieron con las mismas letras de la pregunta desdeñosa de Pilatos la respuesta posible de Cristo, en un «anagrama»:

EST VIR QUI ADEST 

(Es el varón que está presente). «Perdió el pobre Pilato la bolada

  Vio a Dios presente y no le sacó nada»…

escribió Ducadelia en un poema extravagante:

Pilato, ¡agarra la ocasión de un pelo!

Que a este presente no lo verás más;

Y si hoy no agarras la ocasión, recelo

Que hasta de haberlo visto olvidarás… 

La fe no fue inventada para suprimir en el mundo la guerra, la pobreza, la pena de muerte, los crímenes ni las tiranías, sino para salvar a los individuos; y de rechazo aminorar todos esos males, consecuencias del pecado; o bien hacerlos integrantes de salvación. De hecho, en los siglos de la Edad Media en que la fe tuvo gran vigencia, la guerra en Europa quedó convertida en una especie de juego brutal entre caballeros, interrumpido metódicamente por las «Treguas de Dios»; que la Iglesia hábilmente multiplicaba.

José Enrique Rodó, uno de nuestros «maestros», cree entre otros disparates, que la doctrina cristiana debería haber suprimido la guerra y no la suprimió; es decir, cree en el «fracaso del cristianismo» de su maestro Renán; como si Cristo no hubiese predicado la Cruz sino el Paraíso… socialista. Me da pena empicotar a Rodó, que al fin fue mi lectura cuando mozuelo; mas Rodó fue formado por el liberalismo, y todos sus bienintencionados esfuerzos al final por volverse «cristiano» finaron solo en el catolicismo mistongo, la gran plaga rioplatense. En su ensayo «Esperanza en la Nochebuena», escrita en Turín en 1916, o sea, con un pie en la sepultura, dice:

«¿Qué será, señora? ¿Será que Jesucristo no se explicó, o que no fue entendido?… ¿O será más bien que hay en el fondo de la naturaleza humana una hez roja tan áspera y acerba, que ni aun la sangre de Dios es miel suficiente para suavizarla?… Y la estrella de Belén ha pasado, y la mancha roja ha permanecido indeleble…»

Abajo hay una nota mía cuya violencia perdonarán ustedes (y sobre todo, los uruguayos) por el estado de ánimo en que estaba entonces ( 1948):

«Badulaque. No es porque Cristo no se explicó, sino porque los hombres como tú, los maestros de la fruslería, no son los hombres «tes eudokías» (como dice el texto) a quienes se promete «la paz»; que se promete no al mundo sino a los hombres «de la fe»

(los bienenseñados, dice el texto) -y no a los de «buena voluntad» como tradujeron los latinos; y menos a los de una vaga y blandengue «buena voluntad» liberalesca. En efecto, ni los ángeles en Belén, ni Cristo nunca, prometieron que no habría más guerras, como cree este ignorante».

Al fin hay otra nota mía juvenil que dice:

«Bueno, menos mal que al final te orientas un poco, hermano Oriental, aunque echándole la culpa a «la lógica» que es inocente la pobre: y regalándonos el título de «ilógicos» a los pobres creyentes. No. La culpa si acaso la tenías tú, y tu Anatole France (canallita) y tu Renán (canallón) que impones a tus alumnos (en »Ariel») que lean… «aquellos de vosotros que aun no lo han hecho: y lo amaréis lo mismo que yo». Pobres de nosotros, qué maestritos nos tocaron a nuestra generación.

En suma, Rodó hace una exégesis imbécil del «Gloria a Dios en lo Alto, y paz a los hombres … tes eudokías»; y después intenta encarrilarse como puede en el cristianismo (mistongo) echando por la borda a la pobre «Lógica»; una noble señora que él no trató mucho que digamos.

En fin, que ni la Fe está reñida con la Lógica, ni vino al mundo para suprimir de golpe las guerras, el tiempo desapacible, Arturo Frondizi y la bahía de Guanabara; ni la culpa de las hodiernas «guerras mundiales» la tiene ella, sino al contrario, la falta délla. Se debe conceder a Rodó que la Sabiduría está más arriba de la Lógica, aunque se sirve de ella -por eso mismo; pero por desgracia Rodó no la conoció tampoco, sino, a lo más, leves barruntos.

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