PARÁBOLA DEL HIJO EXENTO
«¿Qué te parece Simón? ¿Los Reyes de la tierra de quién reciben tributo, de sus hijos o de los otros? Dijo Pedro: De los otros. Dijo Jesús: Así pues, los hijos están exentos. Sin embargo por el buen parecer, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que suba, ábrele la boca y hallarás una statera; tómala, y paga el impuesto por mí y por ti» (Mt. XVII, 23). El siervo no queda en la casa para siempre; mas el Hijo para siempre queda (Jo. VIII,35).
El hombre que escribe sobre religión debe hablar de sí mismo, o al menos tiene permiso; pues dice el Cardenal Newman en su Grammar of Assent, pág. 384, en no menos de 2 páginas, que el que escribe de religión debe usar y aducir su propia experiencia; y él se obedeció tanto que escribió un libro entero de 326 páginas (en la edición Everyman ‘s) sobre sí mismo. Esto contesta a una carta, que tiene derecho a ser «contestada»: en los dos sentidos de la palabra. Pero hoy lo evitaré, y en lo sucesivo, si Dios quiere.
En este pasaje de san Mateo hay una breve parábola no desarrollada, y una extraña parábola en acción, que no se sabe muy bien lo que significa: un milagrito «talismánico» de Cristo en favor de los cobradores de impuestos; como si Cristo me hiciera sacar esta semana la lotería para pagar a la CADE. Vinieron los cobradores, probablemente del impuesto «al Templo» (que se cobraba en didracmas y no en denarios) y le dijeron a Pedro: «Tu Maestro, seguro, no paga el impuesto» (así como no respeta el Sábado). Pedro sabiendo que Cristo cumplía correctamente la religión oficial (Pascuas, fiestas, y asistencia a la sinagoga) respondió sin más: Sí paga. Cristo le preguntó si el impuesto a los Reyes los pagaban los hijos o los súbditos; y se declaró exento, es decir, Hijo. Y mandó a Pedro se proveyese de dos didracmas, una statera (una dracma de plata era un cuarto de statera; una statera era un «sueldo», lo que gana un obrero por día; que ahora en la Argentina no se sabe cuánto es) del singular modo arriba puesto; y pagó también por Pedro -y supongo le regaló también el pescado, que seguramente era una viejadelagua, que tragan de todo. De hecho, conjeturan hoy los zoólogos que era una «hemichromis sacra», que es la viejadelagua del Mar (o Lago) de Tiberíades.
¿Por qué hizo Cristo esta maravilla de mago? -que Maldonado devotamente exagera diciendo que» creó» la moneda en la boca del pez; y Eutimio más devotamente, que creó allí mismo el pez y todo. No. Estos peces andan con pedruscos y cosas en el gaznate. Ingeniosamente Papini dice que para mostrar que si no tenía monedas era porque despreciaba esas «cagarrutas de Satán», pues las entrañas de la tierra y los abismos del agua están llenos de tesoros que Él con una palabra podía mandar a sus bolsillos o al de Judas el Tesorero; como dijo también el Crisóstomo, quien también le tenía rabia al dinero; el cual es, empero, si vamos a ver, «la sangre del pobre», o por lo menos el sudor. Más ingeniosamente aún, el sutil Orígenes dijo que Cristo fabricó un fino símbolo: al someterse a las potestades terrenales y a sus impuestos y exacciones, no sólo Él sino la cabeza de su Iglesia, después de haber declarado exento; libremente y para «evitar escándalo» él «asumió nuestra mortalidad»; incluso con sus cargas abusivas, lo mismo que se sometió al frío, al calor, al dolor, al espanto y a la muerte; y también a las pejigueras, pesadumbres y prosaísmos de nuestra existencia cotidiana; y para eso hizo un milagro; que alude quizá al milagro de la Encarnación, por el cual Él tomó sobre sí la carga de nuestra mortalidad, y «todo, excepto el Pecado», dice san Pablo. Sí, pero ¿y Pedro? Pedro representaba a su Iglesia. ¿Está exenta la Iglesia de los impuestos? Sí, de derecho, en cualquier país cristiano. Cuando Perón intentó cobrar los impuestos a la Iglesia, mucha gente murmuró que los curas se conmovieron porque les tocaron la plata. Será así si ustedes quieren; pero tenían derecho a conmoverse en virtud de una razón muy superior. ¿Estamos también los cristianos, que somos indudablemente hijos de Dios, exentos de los impuestos? No. Cristo pagó por Pedro, y no por los demás discípulos. ¡Quisiera yo estar exento! Mas la Iglesia paga hoy día de hecho los impuestos, por la misma razón que Cristo, «por bien de paz» y porque la fuerzan los actuales Príncipes «cristianos». Y ¿por qué Jesús en otra ocasión, cuando le avisaron que se escandalizaban los fariseos, respondió: «Dejadlos que se escandalicen; son ciegos guías de ciegos»? Porque en aquella ocasión no se trataba de dinero.
«EI Hijo está exento». ¿Hijo de quién? El impuesto era del Templo, «que todos estaban obligados a pagar a Dios» decía la ley (Josefa, Antiq. 19, 9, 1) de donde Cristo se designaría aquí como Hijo de Dios, «y más que el Templo», como dijo en otra ocasión.
Para responder a Jerónimo, Beda y Maldonado que dicen no era el tributo del Templo, sino el que César Augusto echó a los judíos cuando nació Jesús, recordemos que cuando los «romanos» le cobraron el tributo, no hizo distinciones, pidió una moneda (un denario) y la entregó diciendo: «Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César» (Evang. de Jesucristo, pág.295). No era hijo del César, no había venido a fundar un reino terrenal. (Verdad es que los romanos absorbieron más tarde este tributo al Templo: Vespasiano después de quemado el Templo, dedicó la media statera por cabeza de los judíos a la edificación de un templo idolátrico a Júpiter Tonante).
¿De cuántos era Hijo Cristo? Ser hijo de muchos padres no es muy honorable. ¿De cuántos fue Cristo llamado el hijo? Pues Hijo de José, Hijo del Hombre, Hijo de David, Hijo de Dios. Ninguna deshonra, muy al contrario. Todos son padres en diversos planos, derivados de Dios, el Eterno Padre.
San José fue la sombra del Eterno Padre. Los paisanos de Cristo lo llamaron» el hijo de José el artesano», los evangelistas «hijo como se creía de José», y su Santísima Madre le dijo en público noblemente: «He aquí que tu padre (por José) y yo te buscábamos con dolor». Pero cuando Dios pone a alguno como sombra suya en este mundo, hace una sombra que es una sustancia. En todo excepto en la generación fue padre san José del Niño, en el amor, en la autoridad y hasta en el parecido, dicen las antiguas leyendas cristianas. No sería raro; pues los infantes copian en sí el hablar y el gesteo de sus padres, aunque sean putativos o padrastros. Y por lo demás, san José y la Virgen eran parientes, y digo yo que ser parecerían sin necesidad de ningún milagro. Mas el judío Sholem Asch toma esta leyenda y la convierte en calumnia. Tampoco ningún milagro.
El nombre que usó Cristo siempre para autonombrarse fue «Hijo del Hombre» (bârnasâ). Esa palabra significaba dos cosas: primera, simplemente un humano, no con el sentido despectivo de «hijo de la tierra» (harn-ha-rês) que daban a los pobretos, ni con el honorífico de «hijo de Dios» (bâr-jahwé) que usaban para sí los judíos. Y segunda, el Mesías Esperado; pues con esa palabra lo había bautizado Daniel en su gran profecía mesiánica, que Cristo se aplicó solemnemente a sí ante el tribunal de Caifás: «me veréis venir sobre las nubes del cielo», como había dicho el Profeta. Esta elección del sobrenombre por Jesús aparece de una finísima prudencia: a los que estaban en el «ajo» (como dicen en España) les decía simplemente lo que Cristo era; a los que estaban todavía lejos del secreto, les decía simplemente lo que veían, un ser humano, un hombre entero y verdadero. Unas treinta y tres veces se llama a sí Cristo en el Evangelio; y la expresión sale unas 67 veces en los Sinópticos; quiere decir que la usaba siempre. Por detrás de los enredos de los exégetas y la teología abstracta y hoy día quizá algo espesa, que borda Fray Luis sobre este nombre (por no hablar de sí mismo, por no usar de su experiencia religiosa, diría Newman), me parece ver en este nombre bisense simplemente una veracísima y misteriosísima modestia; como un milagro de acierto artístico en el escoger un pseudónimo.
«Hijo de David»: lo llamó el ciego de Jericó, los fenicios como la Cananea que hemos visto, y la plebe el día del festivo ingreso en la Capital deicida, el Domingo de Ramos; Cristo nunca se autonombró así, quizá porque podía parecer afectación de linaje noble solamente, aunque para sus paisanos equivalía simplemente a Mesías; sino sólo una vez, indirectamente, en uno de esos «contrapuntos» dialécticorreligiosos que, como está dicho, usaban los doctores hebreos. ¿Por cuál de los beneficios que os he hecho me queréis apedrear? Por ningún beneficio, sino porque tú, siendo hombre, te quieres dar por Dios. ¿De quién es hijo el Mesías? De David. ¿Cómo pues dice David en el salmo 109: «Dijo el Señor a mi Señor, siéntate a mi diestra»? ¿No es David el padre del Mesías? ¿Cómo aquí le llama «mi señor»? ¿Cómo puede ser un hijo señor de su Padre? Solamente en el caso de ser Hijo de Dios. E inmediatamente desvió el sentido contencioso de «hijo de Dios», que era justamente el motivo del escándalo fariseo, con otro argumento «ad hominem»: «¿No os llamáis vosotros hijos de Dios? ¿Por qué pues no puedo llamarme yo hijo de Dios? (Reconstruyó el contrapunto con lugares paralelos; puedo errar aquí, no mucho en todo caso).
Cristo no se denominó Hijo de David, pero aceptó que otros lo denominaran. Si lo hubiese repugnado hacía ofensa a la verdad, pues era descendiente directo del Rey David; y era el Rey Mesías.
«Hijo de Dios»; lo llamaron los demonios, Pedro y Caifás; y Pelatos; en diversos sentidos empero. Cristo no se autonombró así literalmente, pero asintió cuando se lo preguntaron oficialmente Kepha Pedro y Kaiaphas Josepo; y esos dos nombramientos son la clave de su personalidad: nace la Iglesia en el uno, y es condenado a muerte en el otro.
Aquí hay un punto muy de atender: la tesis atea del racionalismo actual se apoya en algunos dichos distraídos de comentaristas católicos, como Maldonado, Salmerón, Beda y el mismo san Agustín, incidentalmente: de que Cristo nunca se llamó a sí Hijo de Dios. Ellos, los impíos asumen que «Cristo nunca pudo determinar bien lo que Él era en realidad» (Weiss), que es decir que andaba medio boleado, o mejor dicho «volado». La proposición de Maldonado «Cristo nunca dijo claramente: Yo soy el Hijo de Dios» es simple y patentemente falsa; y pido a Dios esté mal traducida del latín de Maldonado por amor a Maldonado. Naturalmente Cristo nunca dijo: «Yo soy el Hijo Único del Dios vivo, Unigénito y consubstancial al Padre, una sola natura divina, Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero», como los teólogos escolásticos y el Credo de Nicea. Cristo lo dijo en otra forma, lo menos dos docenas de veces: por ejemplo, llamó a Dios continuamente «mi Padre» (y no «nuestro Padre», como los judíos, y como nos hace invocar a nosotros el Padrenuestro) y llegado el momento dice con fórmulas inequívocas «yo y mi Padre somos uno». Esta es la fórmula breve, mas no se detiene en ella y la explica: «Nadie conoce el Hijo sino el Padre y nadie conoce al Padre sino el Hijo». «Lo que hace mi Padre yo lo hago; lo que dice mi Padre yo lo digo; mi Padre obra continuamente, y yo con Él». «Felipe, el que me ve a mí, ve a mi Padre». «Antes de que Abraham existiera yo existía…» o como dijo Jesucristo (eterno) mucho mejor: YO SOY. Que no lo haya dicho en forma directa es una cosa; pero en forma CLARA, es otra. Aquí dice en todas las formas posibles que Él es «consubstancial» al Padre. Es decir que es Hijo de Dios en ninguno de los sentidos comunes de la fórmula, sino en un sentido nuevo y tremendo, que debía ser revelado; y así fue en efecto revelado.
¿Y por qué no lo dijo también en forma directa? Esta pregunta, que hizo penar a san Agustín, es sencillísima: porque en esa forma era ambiguo; esa fórmula Hijo de Dios era equívoca; tenía dos o tres sentidos diferentes. Justamente lo hizo para hacer CLARA e inconfundible la revelación del misterio más enorme que nunca ha enfrentado la mente humana. Y aun más, no es exacto que NUNCA haya usado la fórmula directa: ver el coloquio con Nicodemos, ver el «contrapunto» dramático en el Templo antes de su Pasión.
Hay alli una pequeña parábola sobre el Hijo y el Siervo, además de la ya mentada de la «Luz del mundo «, que abre el diálogo. En la segunda parte de él, pronunciado tal vez el día siguiente, Cristo dice a una parte de la audiencia que ya creía en Él: «La verdad os hará libres». La otra parte, que no creía, interrumpe diciendo:
-¿Libres? Somos hijos de Abraham, jamás hemos sido siervos (esclavos)
-Todo el que hace pecado es siervo del pecado. (¿Qué pecado? Más tarde se los dice: «Queréis asesinarme. Si sois hijos de Abraham haced las obras de Abraham. Esto Abraham no lo hizo. Sois hijos del diablo, del que fue asesino desde el principio, porque no permaneció en la verdad, el Padre de la Mentira»).
Mas aquí continúa: «el siervo no permanece en la casa para siempre; mas el Hijo permanece siempre en la casa». Peregrino argumento. ¿Qué quiere decir? La Sinagoga ya había sido exonerada por Él del servicio de Dios; reconoce sin embargo que ellos son «siervos» de Dios aunque hijos del diablo, pues conservaban sus oficios del servicio externo de Dios en el Templo, así como podemos respetar externamente a un mal sacerdote por razón de su investidura solamente; pero la Sinagoga iba a ser desplazada del servicio de Dios por la Iglesia; y Él, Cristo, iba a permanecer para siempre en la «casa»: iba a heredar corno dijeron los vaticinios, la «casa de David», el «Israel de Dios», la congregación que conservara la religión verdadera.
¿El argumento no hace fuerza ahora pues se apoya en un hecho futuro? Verdad es en cierto sentido; pero en aquel «ahora» también, Cristo permanece en la casa porque cumple y continúa a Moisés; mas los fariseos se han salido de la ley y la línea de Moisés -y de Abraham- como les repite allí; han entrado en el «lineaje» o linaje del Gran Homicida, mientras Cristo se mantiene integérrimo en la ley de Israel, con riesgo inminente de su vida. El argumento era comprensible. Tan bien lo comprendieron, que al fin del «contrapunto» trajeron piedras para apedrearlo. Quizá alude Cristo en esta brevísima comparación a la ley hebrea de manumitir a todos los esclavos cada siete años («año sabático») después de lo cual, se iban de la casa, los que querían. Ordinariamente «rajaban». Pero esa ley mosaica de la «manumisión sabática» dicen hoy los eruditos que en ese tiempo ya no se cumplía nunca.
Naturalmente, después de la Resurrección todos los Apóstoles comienzan a llamarlo Hijo de Dios a boca llena… hasta nuestros días. Hablando de mí, yo le digo, «Tú eres Cristo hijo del Dios vivo», todos los días: que es la mejor jaculatoria que existe, aunque no tenga «indulgencias» que yo sepa; es la única palabra que Dios pronunció ab aeterno; la palabra de la Generación Divina y de la Encarnación del Verbo. Tiene que tener miles de indulgencias.
Después de esto pueden leer si lo aguantan el diálogo sobre el nombre Hijo que ocupa la parte principal de «Los nombres de Cristo» de Fray Luis de León; con el fin de aprender la lengua. Según el hebraísta hispano, el Viejo Testamento llamó a Cristo «hijo» de cinco modos diferentes porque Isaías lo llama YELED; David lo llama BAR (Ps.2) y NIN (Ps.71) y ambos profetas BEN; y Jacob en su bendición SIL (Gen.XLIX,9). Aunque sea para aprender la lengua, que es la mejor que existe en castellano; pues lo que dice Azorín que Luis de Granada es el mejor estilista castellano, es desatino; y ni vale la pena mencionar la razón que da… y la otra que calla. Luis de León, Cervantes y Pereda son las cumbres de la prosa castellana, imparangonables entre sí. Granada es más sencillo, terso y corriente que el otro Fray Luis; pero menos inteligente, menos denso y rico.
¿Y esto qué tiene que ver con las parábolas de Cristo? Pues que esos tres fueron los más grandes «paraboleros» de nuestra raza al servicio de Cristo; y uno de ellos fue un fraile español de entonces.
Los frailes españoles de ahora son tremendos. Uno de ellos ha tomado las obras de su cofrade Granada (o sea Luis Sarriá), las ha partido en fragmentos, y los ha ensamblado de nuevo «conforme al orden de la Suma de santo Tomás» infiriendo un desmán a sus dos santos cofrades; creyendo sin duda hacer una gran hazaña. Devota barbarie. Un libro bien hecho está «compuesto», tiene una estructura propia que no se puede sustituir por otra; y si son varios libros, el atentado de los «disyecta membra» es peor, pues varía incluso el estilo del autor en sus diversos libros. Este cadáver lo ha publicado BAC; lo recomiendo de todos modos, no habiendo cosa mejor. Su deber (literario) era publicar enteras seguidas las dos obras maestras «Guía de Pecadores» y «Libro de la Oración»; y si acaso después trozos selectos de las otras obras.
Y esto, ¿qué tiene que ver con las parábolas? Ganas de alacranear y por no terminar en solemne.

