Las Parábolas de Cristo – P.Leonardo Castellani

  LOS DOS SEÑORES

(Mt. VI,4; Le. XVI,13)

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«Nadie puede servir a la vez a dos Señores»


La Parábola 17 acerca del Adversario en el Camino (Mt. V,25) junto con el difícil precepto que le precede, está explicada brevemente en nuestro Evangelio. Se podría explicar más largo, sobre todo si uno quisiera deshacer las interpretaciones rebuscadas o desenfocadas de muchos autores, incluso algunos muy grandes, que se van por la loma del diablo. Pero no es necesario: basta exponer la verdadera, obvia y literal significación para aventar las estrafalarias. Con la «exagerada» afirmación de que: «el que llamare a su hermano loco es reo de la gehenna del fuego» , Cristo indica a la vez el Purgatorio o el Infierno; y por tanto, asevera que una contumelia (o insulto lanzado a la cara) puede ser pecado grave, como falta mortal a la caridad; y eso sin necesidad de que haya «ánimo homicida» o que el insulto esté en un «proceso de homicidio», como añaden dichos intérpretes… por su cuenta. Los cuales funden este dicho temeroso con la parábola del Adversario que le sigue, de donde tienen que convertir a «la cárcel de donde se sale» (o sea el Purgatorio) en el Infierno mismo: «salir después de pagar el último cuadrante no significa (según avisa san Agustín) que saldremos del infierno… mas que no saldremos nunca, porque los que allí están, continuamente están pagando su deuda sin extinguirla jamás», dice Maldonado (In Matthaeum, V,25). Avíselo quien lo avise, Cristo dice literalmente que «se sale»; y por ende es el Purgatorio. La interpretación de san Agustín y Maldonado fuerza el texto y es inaceptable. Como dije, se van a la loma del diablo, literalmente: más allá de los cerros de Ubeda. La mayoría de los Padres ven en este texto con razón al Purgatorio; y es el único texto claro con que se puede probar el Purgatorio con la Escritura. Lo que impone este precepto es la «reconciliación» con los que «tienen algo contra nosotros», y eso en forma urgente, de modo a dejar incluso el sacrificio de Dios que uno estaba por hacer, e ir «primero a reconciliarse con su hermano». Por supuesto que si «alguien tiene algo contra nosotros» sin razón, ese alguien no tiene NADA contra nosotros. No tengo ninguna obligación de salir corriendo de la Iglesia y dejar la misa para satisfacer a José Babini, que está enojado conmigo porque dice que soy «antisemita». Después de esta parábola aparece en Mateo la primera de las parábolas contra las Riquezas, o sea, la de los Dos Señores: sigue la del Camello y la Aguja, los Cuervos y los Lirios del Campo, el Ricachón Juzgado y el Rico Epulón, más el Juicio Final; y están precedidas por la Bendición a los Pobres y la Maldición a los Ricos, que hemos visto en las Bienaventuranzas. Dedicaremos a este ataque a las Riquezas, tan importante, dos comentarios: uno al Precepto, otro al Consejo. Este «proletario hijo de una sirvienta», como lo llamó un francés (en realidad Cristo fue un artesano y un hidalgo, hijo de una reina… pobre), dijo contra las Riquezas lo que nadie ha dicho en el mundo, más aún que Carlos Marx. «¿Qué diablos le hemos hecho nosotros, pobres millonarios? -exclama Monsiú Rothschild-. ¡Que se deje de embromar! ¡Demagogo! Primeramente dijo que no se puede casar uno con Dios y con Mammona, el Idolillo Inicuo; hay que optar, el matrimonio es monógamo. Esos Dos Señores son tan exigentes que la unión con ellos es como la de Marido y Mujer. Y después aconsejó consoladoramente «amontonar tesoros en el cielo», donde no hay incendios, inundaciones ni ladrones; y «hacerse amigos en la otra vida», por medio de la limosna, a la manera del Mayordomo Camandulero; por medio del Idolillo Inicuo. Después profirió que «más fácil es que una camello (o un cable, dicen algunos traductores: kámilon en lugar de kámelon, dicen algunos códices) pase por el ojo de una aguja, que un rico entre al Reino de los Cielos» (Mat.XIX,24). «¿Entonces es imposible?», dijeron los discípulos. Cristo no había dicho «imposible», sino «difícil». Y entonces añadió, «mirándolos fijamente: Con las fuerzas humanas es imposible; con las de Dios, no; para Dios no hay imposibles». Abrió a los ricos de buena voluntad las puertas de la gracia, después de haber atemorizado a todos. Don Francisco de Quevedo, que sabía hebreo, propuso de este difícil versículo una interpretación ingeniosa: habría habido en ese tiempo en Jerusalén una puerta de la ciudad llamada Aguja, que era muy estrecha; de modo que para pasar un camello, había que despojarlo de sus cargas y aun así pasaba raspando; de donde los ricos no pueden entrar al Cielo pegados a sus riquezas, pero sí despegados de ellas. Hermosa interpretación, si es verdad. No la encuentro en las obras de Quevedo, no sé de dónde la tomó, no sé cómo la apoya o prueba. Maldonado la menciona y rechaza, sin indicar su origen. Probablemente es sólo poética: otra parábola nueva de algún santo Padre. No: Cristo usó un proverbio hebreo que está en el Talmud (Edersheim 11,342) y dice: «Ni en sueños ninguno ve un elefante pasar por el ojo de una aguja». En otra ocasión (Mt. XXIII,24) dijo Cristo en el mismo estilo: «Vosotros, los que coláis el mosquito, y os tragáis el camello…» Después acude Cristo a los registros fuertes, por si estos no lo fueran: todo era necesario. La Parábola del Ricachón Juzgado muestra un millonario de estos, que le habían ido bien las cosechas y todo, un nuevo acceso de dinero, quizá sin trabajar y solamente por tener ya dinero, como suele pasar; y estando en la cama, andaba haciendo cuentas y cálculos, de los nuevos campos, casas y fábricas que iba a adquirir; y muy contento diciendo: «Alma mía, ahora sí que podemos llamarnos casi ricos: descansar, holgar y comenzar a darnos buena vida». Y entonces oyó una voz (que bien pudo ser una angina péctoris o un infarto cardíaco) que le gritó: «Estúpido, esta noche te pedirán el alma; lo que has amontonado, ¿para quién será?… » No le quedaba más que abrazarse a la libreta de cheques; porque este es el absurdo de la angurria de plata, que el Malrico busca tener dominio sobre los hombres (que es lo más que pueden las riquezas dar) y para eso se vuelve esclavo de las cosas muertas. Después de la Muerte entra en acción el Infierno: la Parábola del Rico Epulón, cuya alma «fue sepultada en los infiernos», dice tranquilamente Cristo. Notan los Padres que ningún otro delito achaca el Evangelio a este cuitado, sino el lujo, quizá la gula, y sobre todo su dureza de corazón con el pobre Lázaro, al cual veía desdeñosamente cada día; mas puede haberlos tenido, pues las Riquezas son comodines de todos los vicios. Pero ello es que una tremenda dureza de corazón con el prójimo, y más con aquellos a quienes tenemos obligación (que sabiamente la lengua española llama «deudos») basta y sobra. Aquí salta nuestro imaginario Rothschild (llámenlo como quiera) y dice: ¡Qué diablos vienen aquí con macanas! Yo no he robado a nadie, mi dinero es mío, lo he hecho legalmente e incluso he ayudado con coimas a los gobernantes legítimos. Tiene que haber millonarios para que el mundo progrese; y si Dios me ha escogido a mí, por algo será. En último caso, las riquezas son útiles a pesar de los ricos, como dice mi amigo Cambó. Sin millonarios no habría progreso, adelanto, cultura, esplendidez ni refinamiento; me atrevo a decir que no habría ni arte ni ciencia ni urbanismo, como demostró el judío Ricardo, Adam Smith, Bentham y otros 10 ó 12 economistas que no recuerdo. Querer hacer cosa mala a las riquezas es cosa de estos fanáticos judíos, comunistas y resentidos. La vida del pobre es dura, sucia e inhumana; la falta de dinero hace al hombre servil, ignorante y de ánimo apocado. El pobre es vil, bajo y villano. ¿Vamos a retroceder a la Edad Media? ¿Qué diablos tienen estos envidiosos contra los ricos?» E vía dicendo, toda la economía política del Capitalismo… y del Socialismo. Un chico del Catecismo a quién pregunté: «¿Cuáles son los Malos Ricos?», respondió: «Los que se dedican a las riquezas». No está mal. Aquí en Buenos Aires cuentan que Prebisch salió al atardecer a la casa Bunge y Born y se quedó mirando a unos albañiles que trabajaban enfrente, ya casi sin luz, y exclamó: «Si estos hombres trabajan todo el día, ¿cuándo tienen tiempo para ganar dinero?» No está mal, tampoco; aunque no creo que Prebisch lo haya dicho. Son los nazis y los comunistas que inventan esos chistes. Cristo no odió a los ricos (de hecho fue amigo de alguno de ellos), odió a las riquezas. No odió a las riquezas como riquezas, sino como obstáculos a la iluminación y salvación del alma. Quizá lo más exacto sería decir simplemente que AMÓ A LOS POBRES. No era tan tonto como para creer que basta ser pobre para ser perfecto, o estar salvado: «pobres en el espíritu»; pero amó aun a los pobres a secas, pues aunque éstos puedan ser «malos pobres», casi siempre su pobreza no es su culpa; y su culpa tiene atenuantes. Seguro que hay malos pobres, y hoy día su número es inmenso: es el gran pecado de nuestra época. «Dios mío, ¡cuánta pobreza desperdiciada!», decía un santo. La impaciencia, la envidia, el resentimiento, la rebeldía, la venganza, son los vicios del Malpobre, el cual es el más mísero de los hombres; pues tiene las desventajas de las riquezas… sin las riquezas, el quemante cauterio de la plata sin la plata, el peso del Peso sin los pesos; pues como escribió un poeta en un papel moneda:

Por esto el Abad reza 

Y el asesino mata 

Se llama peso y no pesa 

Se llama plata y no es plata 

Eso de que no pesa… Pesa en el Malrico; y pesa incluso en el Buenrico, que tiene que desprenderse de ellos para hacer obras de utilidad y de limosna (de munificencia, de magnificencia y de beneficencia) y ellos son como tira emplástica. Pero en fin, ¿son un mal los bienes de este mundo, que el mismo Platón puso (aunque en último lugar) en la lista de los Bienes? De suyo son indiferentes; pero dada la condición humana, caída por la Caída Original, son un peso, un peligro y un apego. ¿Por qué tiene que tener una excelencia espiritual el ser pobre? ¿No es ese dictamen un efecto del «resentimiento», como estimó Nietzsche? El filósofo hebreo convertido Max Scheler en su precioso librito «El resentimiento en la moral» (en el que completó y corrigió a Nietzsche), dio esta razón: la pobreza en Cristo y en San Francisco (que la llamaba «su novia») no es amada por sí misma, sino por el señorío del espíritu que es necesario para despreciar la riqueza. «No es un desprecio enconado de los valores útiles o vitales; es sólo una forma paradojal de expresar que los supremos y últimos valores de la personalidad son independientes de las antítesis pobre-rico, sano-enfermo, guapo-feo… «.En suma, lo que valdría no sería la pobreza, sino el conato, la apostura, el plante, que la pobreza facilita… o necesita. Verdad es, pero esto no basta: esto lo habían predicado antes los Estoicos y los Kínicos. Si Cristo hubiera querido decir que eran bienaventurados los que tenían tanta alma que eran capaces de afrontar por la verdad o por el bien de su patria el peligro de perder sus bienes, de otro modo lo hubiera dicho. Por ejemplo: «bienaventurados los que tienen tanto vigor de mente y de redaños que son capaces incluso de jugarse sus bienes aunque no se los jueguen». Pero Cristo dijo derecho que lo mejor era dejar de hecho sus bienes -que es mucho más. Jugárselos a perder, en algunos casos. ¿Cuál es pues la excelencia espiritual de la pobreza, y ese «reino de los Cielos» que pertenece a los pobres? Diré lo que sé, que ya he indicado. La pobreza nos pone más cerca de la Realidad; de la realidad mística y religiosa, que es la realidad última y más duradera; la realidad más real. En el fondo de su alma, en el campo de lo eterno, el Hombre es un pobre, pues por el pecado original quedó el hombre «despojado de lo gratuito y herido en lo natural»; mas el fondo del alma y las cosas eternas, cosa es que el hombre no ve, impedido por el cuerpo; mas al pobre, puesto en situación análoga en su mismo cuerpo, le es más fácil verlo; y el verlo es la humildad, principio y fundamento de todas las virtudes. Las apariencias de lo material y la atracción de lo sensible nos engañan talmente, que a todo hombre puede decirse lo que el Apocalipsis dice a la última Iglesia (que mucho temo sea la nuestra) la Iglesia de los Tibios, que no son ni cristianos ni paganos del todo: «Tú dices: yo soy rico y potentado y no necesitado de nada; y no sabes que eres mísero y miserable y pobre, y ciego y desnudo… » (Ap. II1,17). ¡No sabes! Pero el pobre, fácilmente sabe. El «colirio» que dice allí san Juan que sana los ojos, es la necesidad. En suma, existe una especie de colusión metafísica entre el ser pobre y el percibir las verdades del Evangelio, que son sobrenaturales; y esto es el «Reino de los Cielos». Cristo eligió ser pobre de hecho; por algo habrá sido; Dios sabe más que nosotros. No se niega que con las riquezas se puede hacer mucho bien; como dijo el Obispo aquel; pero es dejándolas o gastándolas, no amontonándolas. Aristóteles enseña que el que no tiene bienes no puede practicar muchas virtudes, como la liberalidad, la generosidad, la munificencia y la magnificencia, y hasta casi la eximia virtud de la amistad: «para poder querer hay que poder querer sin ayudar al que se quiere -siendo impotente en su presencia, hiere- y eso ya no es querer, es padecer», dijo un aristotélico. Pero Jesucristo cambió eso. Quiere más el que lo da todo, vida incluso. Y así dijo otro poeta cristiano: «Da más el que no tiene que el que tiene», invocando el caso de que Cristo, desnudo en la cruz, dio más al mundo que si hubiese sido un Creso o un Craso. O sea, «es mejor dar que recibir». Con una sonrisa o una palabra, el pobre puede a veces dar más que el carterudo. El refrán español: «Más da el duro que el desnudo», no se aplica a Cristo… ni a sus fieles. Creo que esta razón que doy por mi cuenta que bautizaré pedantemente «la colusión metafísica entre la pobreza y la realidad mística» (que ignoró el pagano Pitágoras) está indicada nada menos que por san Ignacio de Loyola en sus Ejercicios. Pero para aducirlo, esta parábola ya es muy larga; y así terminaré con otra parábola que se me ocurrió mientras esto escribía:

JESUCRISTO. – «Siempre habrá pobres en medio de vosotros».

LOS APÓSTOLES (a una). – Qué duro es eso, Maestro!

JESUCRISTO (volviéndose a Pedro). – Tú cuida de que no sean siempre los mismos.

PEDRO. – Señor, aquí hay unos economistas científicos y socialistas que pueden hacer ricos a todos los pobres: «un poco de petróleo a cada uno».

JESUCRISTO. – No les creas: lo que quieren es hacer pobres a todos los ricos… menos ellos.

Hoy día parecerá que san Pedro en esto (en el cuidar que no sean siempre los mismos) se descuida bastante. No tanto san Pedro, mejor dicho, cuanto san Luis Rey de Francia, san Fernando de Sevilla, san Eduardo de Inglaterra, san Duce de Italia y san Mike Eisenhower -¿y por casa como andamos?-. Y así otro poeta «kínico», que era pobre (¿cuándo no?) escribió, exagerando o no, este soneto:

Dios no me ha dado pan a repartir

Templo que hacer ni enfermo que vendar…

Tan sólo la misión de hacer salir

El sol cada mañana sobre el mar. 

No me mandó enseñar a bien vivir

Sino a saber morir -y me hizo dar

El verbo inteligible que formar

Y que decir sabiéndolo decir.

Los que hacen templos y reparten pan

(Con su ración quedándose, es de ley)

Me han puesto fuera de su ley. Así…

Me quedé fuera de donde ellos van

Y devolví coraza y casco al rey…

Y espada se hizo y fuego el verbo en mí.