FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
La Santísima Trinidad es el principal artículo de nuestra fe sacrosanta y el objeto particular de la solemne fiesta de este día; porque la Santísima y Adorable Trinidad es el fin y la consagración de todas las fiestas.
Como el objeto principal de todo el culto que tributamos a Dios es la Santísima Trinidad, un solo Dios en tres Personas, es evidente que no hay fiesta en la religión cristiana que no sea verdaderamente fiesta de la Santísima Trinidad.
En la Iglesia, todas las solemnidades, la celebración de todos los misterios, la de todas las fiestas en honor de los Santos y de la misma Reina de los Santos, todo es medio para honrar a la Santísima Trinidad y para elevarnos a Ella como al verdadero término de nuestro culto.
A esto se debe que, por espacio de muchos siglos, no se haya celebrado en la Iglesia una fiesta particularmente dedicada a la Santísima Trinidad, fijándola en un día determinado.
Siendo Dios solo es el fin principal y el objeto primario de nuestro culto, parecía innecesario establecer una fiesta particular.
De este modo, el Papa Alejandro III expuso la razón al decir que la fiesta de la Trinidad se celebraba en muchas iglesias locales, pero que la Iglesia Romana no tenía día particular para celebrarla, porque la celebra todos los días del año, siendo todo el Oficio divino un tributo de alabanza y de acción de gracias que pagamos diariamente a la Trinidad divina, terminándose todos los Salmos, todos los Cánticos, todos los Himnos por esta devota formula de doxología: Gloria sea dada al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
En el pontificado de Juan XXII, a principios del siglo XIV, la Fiesta particular de la Santísima Trinidad, establecida ya en la mayor parte de las iglesias locales, se estableció en la Iglesia universal, fijando el soberano Pontífice al domingo que sigue inmediatamente a la Fiesta de Pentecostés, siendo como el fin y la consumación de todas las fiestas, y como la celebración de todos los misterios.
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La Santísima Trinidad es un misterio. Muchos misterios tiene nuestra Santa Religión, pero el primero y principal es éste: un solo Dios en tres Personas realmente distintas entre sí, que teniendo una misma substancia, tienen la misma divinidad.
Entendemos las palabras, mas no penetramos en el misterio…
Es como si nos encontrásemos ante una cortina tejida de luz…; vemos la cortina, mas no puede atravesarla nuestra mirada; no vemos más que fulgores.
Esta misma impresión tenemos ante el misterio; vemos luz, pero nada más; nuestros ojos son débiles, hasta nos es grato bajar la mirada hacia el suelo; no somos águilas para mirar el sol.
Moisés dijo un día a Dios: Enséñame tu rostro, y Dios le contestó: En cuanto a ver mi rostro, no lo puedes conseguir; porque no me verá hombre ninguno, sin morir.
Moisés volvió a insistir en mirar; tampoco entonces pudo lograrlo; sino que vio luz y tinieblas, vio como la sombra de Dios que pasa, y hubo de contentarse con ésto.
De modo que a Dios no podemos verle tal como es… De alguna manera, de un modo oscuro, sí que podemos conocerle… Pero en su profundidad, no…
Este conocimiento oscuro nos lo da la fe sacrosanta, que empieza por decirnos: un solo Dios en tres Personas.
Una penumbra luminosa rodea al Señor; en este misterio inconcebible, espera y exige Dios el homenaje de nuestra inteligencia y de nuestro corazón.
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Para rendirle este homenaje lo más perfectamente posible, meditemos cuál debe ser la actitud del hombre frente a Dios, que se nos revela diciendo: Tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En estas tres palabras, en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, consiste todo el fondo y el tesoro de nuestra santa religión.
No hay costumbre más santa ni más religiosa que la de poner al frente de todas nuestras obras esta augusta profesión de fe: En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, haciendo sobre nosotros la Señal de la Santa Cruz, para no emprender ni ejecutar nada que no sea en virtud de estos dos grandes misterios sobre los cuales gira toda nuestra Religión, la Santísima Trinidad y en seguida la Redención, por la Encarnación del Verbo.
Cada una de las divinas Personas es Dios, y no hay más que un solo Dios en estas tres Personas divinas.
El Hijo no es el Padre, no obstante que sea una misma substancia con el Padre.
El Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, aunque no sean los tres más que un mismo Dios.
Aunque el Hijo sea tan poderoso como el Padre, y el Espíritu Santo tan poderoso y tan sabio como el Padre y el Hijo, los tres juntos no tienen ni más poder ni más sabiduría que tiene uno solo en esta Trinidad adorable: la misma eternidad, el mismo poder, la misma inmensidad.
La primera Persona engendra la segunda, sin que por esto tenga sobre Ella ninguna ventaja, ni rango, ni antigüedad; la tercera procede de las otras dos, y sin embargo no es menor que ellas.
Todo es igual aquí en perfecciones, en poder, en dignidad, en excelencia…
Todo aquí es incomprensible…, y por lo mismo todo es indudable…
Puesto que, si este Ser soberano y supremo, si este Ser increado, infinito, pudiese ser comprendido por un espíritu tan pequeño, tan limitado como el nuestro, no sería Dios.
El hombre se conmueve al oír las palabras que bajan del Cielo, y las recibe con sumisión…
Así el niño como el adulto se santiguan y confiesan el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Todos los Sacramentos, todos los juramentos, todos los decretos solemnes los confirman con el Nombre de las tres Personas divinas…
Y si a veces estamos cavilando y deseamos comprender cómo es posible que haya tres Personas en un solo Dios, pronto volvemos a la fe humilde de los pequeños y vamos repitiendo: creo…, creo…, creo…
En este punto, todos somos como aquel niño, corto de alcances, a quien le preguntó un inspector sabihondo para mofarse de él y de su fe: ¿Qué harás tú allá arriba en el cielo, siendo tan tonto ya acá bajo en la tierra? El niño contestó: Repetiré continuamente: ¡adorada y bendita seas, oh Santísima Trinidad!
¿Podrá decir otra cosa el sabio, el doctor y el que ha corrido mucho mundo?, ¿podrá creer y confesar algo más digno, más verdadero y necesario?
¡No! Todo el cristianismo se coloca en esta nube santa, en esta penumbra sagrada, que envuelve nuestra razón; y con el homenaje de la fe consciente adora a Dios, a quien no ve ni comprehende, porque es incapaz de verle y abarcarlo; pero, con todo, se alegra de su infinidad, de la vida que hay en las tres Personas divinas y del amor con que Dios se reveló al hombre.
Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam…, Te damos gracias por tu inmensa gloria…
¡Sí!, con el corazón rebosante de alegría hemos de recibir el misterio de la Santísima Trinidad y abrazarlo, porque en él se expresan la grandeza y la infinidad de Dios.
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Dios, uno en Esencia, es trino en Persona, espíritu puro, vida infinita, la misma vida; no se divide, y, sin embargo, existe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, tres Personas realmente distintas.
Para comprender a la Santísima Trinidad sería necesario comprender al mismo Dios; medir su inmensidad.
No podemos abarcar su infinita grandeza, su inmensidad; y, con todo, no son más que la superficie de la divinidad; por dentro está la Trinidad augusta, misterio de vida llena e indivisa.
Vemos que Dios ha de ser infinito, inmenso, mas no lo comprendemos; vamos a tientas, como palpando en su derredor…
Menos aún comprendemos el misterio de la Santísima Trinidad ni concebimos por qué ha de existir en tres Personas.
Incluso la grandeza infinita y la inconmensurabilidad son, en cierto sentido, un misterio; también ellas son nube, penumbra… Pero el misterio de la Santísima Trinidad es el santuario más profundo y oscuro de Dios: solamente la fe humilde tiene entrada en él.
Este misterio es tanto más creíble, cuanto es más incomprensible.
Dice San Agustín: Dios me ha mandado creer este misterio incomprensible, pero no me ha permitido profundizarle; y esta verdad muestra la necesidad de la fe en la Religión.
El misterio de la Santísima Trinidad es el rasgo más característico y expresivo del rostro de Dios.
El misterio de la Santísima Trinidad nos introduce en la infinidad de Dios, donde nuestra razón siente vértigo y donde se apaga el débil candil de la ciencia; donde el hombre no puede honrar al Infinito sino con el homenaje de la fe, diciendo: Creo, Señor mío, que a Ti no Te puede comprender ni medir nuestra razón mezquina; recibe por tanto mi homenaje, recibe mi fe; ¡Señor mío!, yo creo que Tú eres un solo Dios en tres Personas.
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Este homenaje de nuestra razón y de nuestra voluntad honra a la adorable e infinita Trinidad. Y así ha de ser, pues el principal servicio que se rinde al Dios infinito, al Señor de la luz y de la verdad eterna, no es el servicio que le presten las manos, los brazos, las máquinas, sitio la sumisión de la razón y de la voluntad; ese servicio que se llama fe.
¿Cómo vamos a demostrarle nuestro servicio a Dios? Dios es el Señor; todo es suyo; Él tiene derecho a todas nuestras fuerzas y capacidades; a Él han de servir nuestros brazos, nuestras manos, nuestros pies, nuestras fuerzas corporales…
Pero, porque Dios es el Señor, el Señor de los señores, la Majestad infinita, por esto hemos de rendirle ante todo el homenaje de nuestra razón, de nuestra inteligencia por medio de nuestra fe.
Debemos decirle: Tú eres el Señor, Dios mío, y yo soy tu siervo; y porque eres el Señor supremo, adorable, por esto te ofrezco mi homenaje más noble y más humilde. Te someto mi razón. Yo creo en Ti; creo lo que no veo y Tú me revelas. Me alegro de poder honrarte con este homenaje de mi alma y de mi corazón.
Creer un solo Dios en tres Personas, sin que la multiplicidad de las Personas multiplique la Substancia divina, la cual es indivisiblemente la misma en las tres, y sin que la distinción diga ninguna desigualdad en las perfecciones, las cuales son las mismas en las tres Personas divinas; esto es lo que creemos, y esta fe es el fundamento de toda nuestra esperanza y el principio y la raíz de nuestra justificación.
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¡Oh profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios! ¡Y cuán investigables sus caminos!
La profundidad de los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de Dios… Todo es profundidad en los misterios de la sabiduría y de la ciencia de Dios…
Dios y su Iglesia nos obligan a creer que hay tres Personas en un solo Dios. Es esta una verdad incomprensible; pero porque sea incomprensible, no es por eso menos creíble…, no deja por eso de ser una verdad…
De todos les misterios de nuestra santa fe ninguno hay que sea más incomprensible al hombre que el misterio de la Trinidad Augusta y ninguno que sobrepuje más nuestra razón; y, sin embargo, ninguno hay que sea más conforme a nuestra inteligencia, la cual nos dice que la esencia de Dios debe ser incomprensible, y que es cierto que nosotros no formamos jamás idea más alta y más digna de la grandeza de Dios que cuando confesamos que es incomprensible a todo entendimiento creado.
Así, pues, el Dios altísimo se nos presenta con fulgor deslumbrante y majestad inconcebible en el misterio de la Santísima Trinidad; el hombre baja ante Él los ojos, dobla las rodillas, inclina la frente y dice: Creo, Señor mío, que Tú eres Uno en tres Personas. Haz que así como fui bautizado en nombre de la Santísima Trinidad, pueda llegar a verla un día sin velos, cara a cara.

