RELOJ DE LA PASIÓN
O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos
de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo
SAN ALFONSO DE LIGORIO
***
CAPÍTULO XIII.
***
De las últimas palabras de Jesús sobre la cruz, y de su muerte.
- Dice san Lorenzo Justiniano que la muerte de Jesús fue la más amarga y la más dolorosa que los hombres pueden sufrir, pues que el Salvador murió sobre la cruz sin ningún género de consuelo, aun el más pequeño [Crucifixus fuit carens omni doloris temperamento]. En las demás personas que sufren la pena es siempre de algún modo mitigada, a lo menos por un pensamiento consolador; mas el dolor y la aflicción de Jesús fue un dolor puro, una tristeza pura sin ningún alivio [Magnitudo doloris Christi patientis potest considerari ex doloris et tristitiae puritate. (S. Tom. III part. q. 46. art. 6.)]. Por eso san Bernardo, contemplando a Jesús muriendo en la cruz, le dice suspirando: ¡Oh mi amado Jesús! al miraros sobre esa cruz desde los pies a la cabeza, yo no hallo sino dolor y aflicción [A planta pedis usque ad verlicem capitis non invenio nisi dolorem et moerorem]. ¡Oh dulcísimo Redentor! ¡oh amor de mi alma! ¿por qué habéis querido derramar toda vuestra sangre, sacrificar vuestra vida divina por un gusano de la tierra tan ingrato como yo? ¡Oh Jesús mío! ¿Cuándo llegará el momento de que yo me una a Vos de tal suerte, que nada pueda ya separarme de Vos, ni hacerme cesar de amaros? ¡ah! Señor, mientras yo vivo sobre la tierra estoy expuesto a negaros mi amor y a perder vuestra amistad como ya lo he hecho hasta aquí, yo os pido, mi tierno Salvador, y os conjuro por vuestra pasión que si permaneciendo en este mundo he de recaer en tan gran mal me hagáis morir ahora mismo que creo estar en vuestra gracia. Yo os amo y quiero amaros siempre.
- Jesús se lamenta por boca del profeta de que muriendo sobre la cruz, y buscando alguno que le consuele no lo encuentra [Et sustinui qui consolaretur, et non invenir (Psalm LXVIII)]. Aún más en el momento mismo en que iba a espirar, lanzaban todavía contra Él los judíos y los romanos toda suerte de maldiciones y blasfemias, es verdad que María su santa Madre se mantenía al pie de la cruz a fin de procurarle algún consuelo si hubiera podido; pero esta madre tierna y afligida por el dolor compasivo en que estaba sumergida, contribuirá a aumentar más y más la pena de este Hijo a quien tanto amaba. San Bernardo dice positivamente, que los dolores de María contribuían todos a afligir más el corazón de Jesús [Repleta Matre, ad Filium redundabat inundatio amaritudinis.]. Él vio es cierto que el Salvador, cuando dejaba caer sus miradas hacia esta Madre tan afligida, sentía su corazón más traspasado de los dolores de María que de los suyos, como la misma bienaventurada Virgen se lo reveló a santa Brígida [Ipse videns me plus dolebat de me quam de se. (Ap. P. Spinisc. conc. 28.)]
Sobre lo cual exclama san Bernardo: ¡Oh buen Jesús! Vos sufrís grandes dolores en vuestro cuerpo, pero los sufrís todavía mayores en el corazón compadeciendo los de vuestra Madre [O bone Jesu, tu magna pateris in corpore, sed multo magis in corde ex compassione Matris.].
¡Qué amarguras sobre todo no debieron experimentar los enamorados corazones de Jesús y de María, cuando llegó el momento en que poco antes de espirar el Hijo se despidió de su Madre! Ved aquí las últimas palabras con que Jesús dio el postrer a Dios en este mundo a su Madre: Mujer, he ahí vuestro Hijo [Mulier, ecce filius tuus. (Joann XIX, 26.)] Mostrándole a san Juan a quien en su lugar le dejaba por hijo.
¡Oh Reina de dolores! las recomendaciones de un hijo muy amado que esta para morir son demasiado cariñosas para poderse borrar jamás de la memoria de una madre: acordaos pues, que vuestro Hijo a quien tanto habéis amado me ha entregado a Vos por hijo vuestro en la persona de Juan. Por el amor, pues, que tenéis a Jesús, apiadaos de mí. Yo, no os pido bienes en la tierra: al ver a vuestro Hijo que muere por mí, en medio de tanto padecimiento; al veros a Vos, Madre mía que siendo del todo inocente como lo sois padecéis también por mi tan grandes dolores; y al ver que yo miserable, después de haber merecido el infierno por mis pecados, nada he padecido aun por vuestro amor, quiero sufrir alguna cosa por vos antes de morir os pido esta gracia, Señora, y os digo como san Buenaventura que si os he ofendido es justo que yo parezca por pena y si he servido es justo que padezca yo por premio. Alcanzadme, oh María, una gran devoción a la pasión de vuestro Hijo y una continua memoria de sus padecimientos; y por aquella amargura que experimentasteis viéndole espirar sobre la cruz, obtenedme una buena muerte. Asistidme, Oh Reina mía, en este último momento, haced que yo muera amando y pronunciando vuestros santos nombres, Jesús y María.
- Viendo Jesús que no hallaba alguno en la tierra que le consolara, eleva sus ojos y su Corazón hacia su Padre para pedirle consuelo; mas el Padre eterno viendo a su Hijo cubierto con el manto de pecador: No, Hijo mío, le dice, yo no te puedo consolar; pues que tú al presente satisfaces a mi justicia por todos los pecados de los hombres; justo es que te abandone a tus padecimientos y que te deje morir sin ningún consuelo. Entonces fue cuando nuestro Salvador lanzando un grande y lastimoso grito profirió estas sentidas palabras: Dios mío, Dios mío ¿por qué tú también me has desamparado [Clamavit Jesus voce magna, Deus meus. Deus meus, ut quid dereliquisti me? (Math. XXVII, 46.)] ? El bienaventurado Dionisio Cartujano explicando este pasaje, dice que Jesús prefirió con grande clamor estas palabras, a fin de hacernos entender a todos cuál era el exceso del dolor y de la profunda tristeza en que moría. Y san Cipriano añade, que nuestro muy amado Redentor quiso morir privado de toda consolación para mostrarnos su amor y arrebatar el nuestro todo entero hacia si [Derelictus est ut amorem suum erga nos ostenderet, et amorem nostrum ad se raperet. (De Pass. Dom.)]. Pero, ¡Oh mi dulce Jesús! Vos no os quejáis con razón cuando decís: ¿Por qué, Dios mío, me habéis abandonado? ¡Por qué! ¿Decís Vos? y ¿por qué, os diría yo, habéis querido encargaros de pagar por nosotros? ¿No sabíais que nosotros merecíamos por nuestros pecados ser abandonados de Dios? Con razón, pues, os ha abandonado vuestro Padre, y os ha dejado morir en un mar de dolores y de amarguras. ¡Ah, Salvador mío! vuestro abandono me aflige a la vez y me consuela: me aflige, porque os veo morir entregado en presa a tantos padecimientos; mas también me consuela, porque me hace esperar que por vuestros merecimientos yo no seré abandonado de la divina misericordia, como lo merecía por haberos abandonado tantas veces para seguir mis caprichos. Hacedme comprender bien que si os fue tan penoso el veros privado por algunos momentos de la presencia sensible de la divinidad, cuál sería mi suplicio si yo debiera ser privado de Dios para siempre. Yo os suplico por este cruel abandono que Vos padecisteis, que no me abandonéis, oh Jesús mío, sobre todo en el artículo de la muerte. Cuando ya todos me hubieren abandonado, no me abandonéis Vos, Oh Salvador mío. Yo os conjuro, Señor, abandonado de todos, que seáis mi consuelo en mi desolación. Yo sé bien que, si os amo sin ninguna consolación, también contentaré mejor a vuestro corazón. Mas Vos conocéis toda mi debilidad; fortificadme con vuestra gracia, concededme en aquel último momento perseverancia, paciencia y resignación.
- Cuando Jesús se aproximaba ya a su fin, dijo: Sed tengo, Sitio. Señor; pregunta León de Ostia, decidme: ¿de qué tenéis sed? nada decís de los dolores infinitos que padecéis en la cruz, ¿y os quejáis de la sed? Mi sed, le hace decir san Agustín, es el deseo de vuestra salvación [sitis mea salus vestra. (In Psalm: XXXIII)]. ¡Oh almas! dice Jesús, esta sed no es otra cosa que la grande ansia que tengo de vuestra salvación. Con. efecto, inflamado en el amor más puro este divino Salvador deseaba con un ardor incomprensible poseer nuestras almas , y por eso se abrasaba en el deseo de dársenos del todo por medio de su muerte. Esta fue su sed, dice san Lorenzo Justiniano [Sitiebat nos, et dare se nobis cupiebat], san Basilio de Seleucia añade que Jesucristo dijo que tenía sed, para darnos a entender que por el amor que nos tenía moría con el deseo de padecer aún más de lo que había padecido. ¡Oh deseo todavía más grande que su pasión [O desiderium passione majus!] Oh Dios infinitamente amable, porque Vos nos amáis tanto, deseáis que nosotros tengamos sed de Vos [Sitit sitiri Deus.], como nos lo recuerda san Gregorio. ¡Ah, divino Maestro mío! Vos tenéis sed de mí, despreciable gusanillo, ¡y yo no tendré sed de Vos, Dios mío, que sois infinito! Por vuestra bondad, por los méritos de aquella sed que padecisteis en la cruz, dadme un ardiente deseo de amaros y de agradaros en todas las cosas. Vos habéis prometido concedernos todo cuanto os pidiéremos: Petite et accipietis; yo no os pido sino está sola gracia, el don de vuestro amor. Soy indigno de él, mas esta será la gloria de vuestra sangre el abrasar ahora con vuestro especial amor a un corazón que en otro tiempo os hizo tantos menosprecios; el hacer un horno de caridad de un corazón todo lleno de inmundicia y de pecado. Mucho más que esto habéis hecho ya muriendo por mí. ¡Oh Señor infinitamente bueno! yo quisiera amaros como Vos lo merecéis. Yo me regocijo del amor que os tienen las almas de vuestras enamoradas esposas, y más aún del amor que Vos mismo os tenéis, al cual reúno yo el mío, aunque tan débil como él es. Yo os amo, Dios eterno, yo os amo, ¡Oh amabilidad infinita! haced que sin cesar vaya creciendo en vuestro amor, multiplicando los actos de amor, y esforzándome a agradaros en todo, continuamente y sin reserva. Haced que aunque tan miserable y tan pequeño como soy, sea todo para Vos.
- Nuestro buen Jesús, tocando ya el momento de rendir el último suspiro, dijo con una voz moribunda: Todo está consumado. Al pronunciar esta palabra repaso en su pensamiento toda la serie de su vida, vio todas las fatigas que había experimentado, la pobreza, los dolores, las ignominias que había sufrido , y todas las ofreció de nuevo a su eterno Padre por la salud del mundo. En seguida, volviéndose a nosotros, repitió: Consummatum est, como si dijera: Oh hombres, todo está consumado, todo cumplido; la obra de vuestra redención está acabada, la justicia divina satisfecha, el paraíso abierto. Y ved aquí vuestro tiempo, el tiempo de los que aman. Ya es tiempo, en fin, oh hombres, que os rindáis a mi amor. Amadme, pues, amadme, porque yo nada más tengo que hacer para llegar a ser amado de vosotros. Ved lo que he hecho para granjearme vuestro amor: por vosotros he pasado una vida llena de toda suerte de tribulaciones; al fin de mis días, antes de morir, he consentido en dejarme desangrar con azotes, escupir en la cara, desgarrar todo mi cuerpo, ser coronado de espinas, sufrir, en fin, los dolores de la agonía más cruel sobre este madero en que ya me veis. ¿Qué más me resta que hacer? Una sola cosa; ¿el que yo muera por vosotros? pues bien, yo quiero morir: ven, oh muerte, yo te lo permito, quítame la vida por la salud de mis amadas ovejas. Y vosotras ovejas mías, amadme, amadme, porque no me es posible hacer más para obligaros a amarme. Todo está consumado, dice el bienaventurado Taulero, todo lo que la justicia exigía, todo lo que la caridad demandaba, todo lo que podía hacer brillar el amor. [Consumantum est quidquid justitia exigebat, quidquid caritas poscebat, quidquid esse poterat ad demonstrandum amorem] ¡Oh, mi amantísimo Jesús, si yo pudiera decir también al morir: Señor, todo está consumado, yo he hecho todo lo que Vos me habéis mandado! ¡Yo he llevado mi cruz con paciencia, yo me he esforzado a agradaros en todo! ¡Ah, Dios mío! si me fuera preciso morir al presente, yo moriría bien descontento de mi mismo, puesto que no podría decir nada de esto con verdad. Pero ¿viviré así, siempre ingrato para con Vos? Yo os ruego me concedáis la gracia de agradaros durante los años que me restaren de vida, a fin de que cuando me llegue la muerte pueda deciros que al menos desde ahora he cumplido vuestra santa voluntad. Si hasta aquí os he ofendido, vuestra muerte me anima: en adelante ya no quiero haceros traición. Más solo de Vos es de quien yo espero mi perseverancia: por vuestros méritos, oh Jesús mío, yo os la demando, yo la espero.
- Ved aquí que ya muere Jesús: mírale, alma mía, en los dolores de la agonía, exhalando con pena el último soplo de su vida. Mira aquellos ojos moribundos; aquel semblante pálido, aquel corazón cuya débil pulsación apenas anuncia la palpitación, aquel cuerpo a quien ya invade la muerte, y aquella hermosa alma a punto de separarse de él. Ya el cielo se oscurece, tiembla la tierra, los sepulcros se abren. ¡Ay de mí! ¿Qué es lo que anuncian estas señales espantosas? La muerte del Criador del universo.
En fin, después que el Salvador hubo encomendado al Padre su santa alma, lanzando desde el fondo de su afligido corazón una grande voz, bajando después la cabeza en señal de su obediencia, y ofreciendo su muerte por la salud de los hombres, espira a violencia del dolor, y entrega su alma en las manos de su Padre muy amado [Et clamans voce magna, ait: Pater, in manus tuas commendo spiritum meum. Et haec dicens expiravit. (Luc. XXIII, 46)].
Ven, alma mía, acércate al pie de este santo altar, en el que ha muerto el cordero de Dios inmolado por ti. Acércate, y considera que ha muerto a causa del amor que te ha tenido. Pídele todo cuanto quieras a tu Señor ya espirado, y espéralo todo. ¡Oh Salvador del mundo! ¡Oh Jesús mío! ¡Ved aquí, pues, a dónde al fin os ha conducido vuestro amor a los hombres! Yo os doy gracias, Oh Dios nuestro, de que hayáis querido perder la vida para que nuestras almas no se perdieran. Por todos os lo agradezco, pero especialmente por mí. ¡Ah! ¿Quién más que yo ha percibido el fruto de vuestra muerte? Por vuestros méritos solos, y sin yo saberlo, he sido hecho hijo de la Iglesia por el bautismo; por vuestro amor he sido tantas veces perdonado y he recibido tantas gracias especiales. Por Vos tengo la esperanza de morir en gracia de Dios, y de llegar a amarle en el paraíso.
¡Amantísimo Redentor mío, cuántas obligaciones os tengo! en vuestras manos taladradas encomiendo mi pobre alma. Hacedme comprender bien este exceso de amor: ¡un Dios muerto por mí! yo quisiera, Señor, morir también por Vos. Mas, ¿qué recompensa puede ser la muerte de un esclavo culpable por la muerte de su Señor y de su Dios? Al menos ya quisiera amaros con todas mis fuerzas; mas sin vuestro socorro Jesús mío nada puedo. Ayudadme, pues, y por los méritos de vuestra muerte hacedme morir a todos mis amores terrenos a fin de que no ame sino a Vos solo, que tanto merecéis mi amor. Yo os amo, bondad infinita, yo os amo soberano bien, y os pido como san Francisco que muera a todo por vuestro amor, en reconocimiento del amor infinito que os ha llevado hasta morir por mí y para ser amado de mí [Amore amoris tui moriar, qui amore amoris mei dignatus es mori]. María, Madre mía, interceded por mí.

