RELOJ DE LA PASIÓN – POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

RELOJ DE LA PASIÓN

O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos

 de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo

SAN ALFONSO DE LIGORIO

***

CAPÍTULO XI.

Via Crucix por los sacerdotes

***

De la sentencia de muerte contra Jesucristo, y de su camino hasta el Calvario.

  1. Pilato continuaba resistiéndose contra los judíos, y diciéndoles que él no podía condenar a muerte a este inocente; mas ellos le aterraron con esta sola palabra: Si tú le perdonas, no eres amigo del César [Si nunc dimittis, non es amicus Caesaris. (Joann. XIX, 12.)]. Por eso este desgraciado juez sobrecogido del temor de perder la benevolencia del César, después de haber reconocido y tantas veces declarado inocente a Jesucristo, le condena, en fin, a morir en la cruz [Tunc ergo tradidit eis illum, ut cruciflgeretur. (Joann. ib. 16.)]. ¡Oh mi amabilísimo Redentor! dice aquí suspirando san Bernardo, ¿y qué crimen habéis cometido para merecer ser condenado a muerte, y muerte de cruz [quid fecisti innocentissime Salvator, ut sic judicareris? quid commisisti?]? Mas ya entiendo, responde el Santo, la causa de vuestra muerte: ya conozco el crimen que habéis cometido. Vuestro crimen es el demasiado amor que tenéis a los hombres [Peccatum tuum est amor tuus.]; este es y no Pilato el que os condena a morir. No, yo no veo, añade san Buenaventura, otra causa fundada de vuestra muerte, ¡Oh Jesús mío! que el amor excesivo que me habéis tenido [Non video causam mortis, nisi superabundantiam caritatis.]. ¡Ah! que un tal exceso de amor, repite san Bernardo, nos fuerce, ¡Oh Dios abrasado de amor! a consagraros todas las afecciones de nuestros corazones [Talis amor amorem nostrum omnino sibi vinndicat.]! ¡Oh mi tierno Salvador! el solo pensamiento de que Vos me amáis debiera hacerme vivir olvidado de todo lo demás, para no pensar sino en amaros y complaceros en todo. Si el amor es fuerte como la muerte [Fortis ut mors dilectio. (Cant. VIII, 6.).], concededme por gracia, ¡Oh Maestro mío! en el nombre de vuestros merecimientos, un amor tan grande que me haga aborrecer todas las afecciones terrenas. Hacedme comprender bien que toda mi felicidad consiste en agradaros, Oh Dios, todo bondad y todo amor. ¡Maldito sea el tiempo en que yo no os he amado! Yo os doy gracias por el que todavía me concedéis para amaros. Yo os amo, Jesús mío, infinitamente amable e infinitamente amante, yo os amo con todas mis fuerzas, yo os protesto que deseo morir mil veces antes que dejar jamás de amaros.
  2. Intímase la inicua sentencia de muerte al ya condenado Jesús: él la oye y la acepta sin ninguna emoción. No se queja de la injusticia del juez: no apela al César, como hizo san Paulo; sino que, lleno de dulzura y resignación, se somete a la orden del eterno Padre, que le condena a la cruz por nuestros pecados [Humiliavit semetipsum, factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis. (Philip. II, 8.)]. Y por el grande amor que tiene a los hombres, se alegra de morir por nosotros.

    ¡Oh mi compasivo Redentor, cuan agradecido os estoy! y ¡cuán obligado! Yo deseo, Jesús mío, morir por Vos, ya que con tanto amor Vos habéis aceptado la muerte por mí. Más, si no me es concedido daros mi sangre y mi vida por mano del verdugo, como a los mártires, acepto por lo menos con resignación la muerte que me espera, y la acepto de la manera y en el tiempo que os agradare. Desde este momento os la ofrezco como un sacrificio debido a vuestra Majestad, y como a buena cuenta por mis pecados; por los méritos de vuestra muerte, os ruego me concedáis la dicha de morir en vuestro amor y en vuestra gracia.

  3. Pilato entrega el inocente cordero a aquellos lobos furiosos para hacer de él lo que quieran [Jesum vero tradidit voluntati eorum. (Luc. XXIII, 15.)]. Los verdugos lo agarran con violencia, le quitan el pedazo de púrpura de las espaldas, como se lo habían aconsejado los judíos, y le ponen sus propios vestidos [Exuerunt eum clamyde, et induerunt eum vestimentis ejus, et duxerunt eum ut crucifigerent. (Matth. XXVII, 31.)]. Esto hicieron, dice san Ambrosio, a fin de que Jesús fuera reconocido a lo menos por sus vestidos, puesto que ya su hermoso rostro estaba tan desfigurado por la sangre y por las heridas, que sin aquellos difícilmente hubiera podido conocerse quien era [Induerunt eum vestibus, quo mellus ab omnibus cognosceretur; quia cum facies ejus esset cruentata et derormata, non poterat facile ab omnibus agnosci]. En seguida toman dos leños toscos, hacen de ellos apresuradamente una cruz larga de quince pies, según el testimonio de san Buenaventura y de san Anselmo, y la ponen sobre las espaldas del Salvador.

    Pero Jesús no esperó, dice santo Tomas de Villanueva, a que la cruz le fuera impuesta por el verdugo: él mismo con sus propias manos la tomó con presteza, y la puso sobre sus espaldas cubiertas de llagas [Non expectavit ut imponeretur sibi a milite, sed laetus arripuit]. Ven, dijo entonces, ven a mí, cruz amada: treinta y tres años ha que suspiro por ti y que te busco: yo te abrazo, yo te estrecho contra mi corazón, pues que tú eres el altar sobre el cual he resuelto sacrificar mi vida por el amor de mis ovejas.

    ¡Ah mi Señor! ¿Cómo habéis podido hacer tanto bien a quien os ha hecho tanto mal? ¡Oh Dios! cuando considero que habéis llegado hasta morir a fuerza de tormentos para alcanzarme la amistad divina, y que después de esto yo la he perdido voluntariamente por mi culpa, quisiera morir de dolor. ¡Cuántas veces me habéis perdonado ya, y cuántas he vuelto a ofenderos de nuevo! ¿Cómo pudiera ya esperar el perdón, si no supiera que Vos habéis muerto para perdonarme? Por esta muerte, pues, que habéis sufrido por mí, espero el perdón y la perseverancia en vuestro amor. Me arrepiento, Salvador mío, de haberos ofendido. Perdonadme por vuestros merecimientos; ya prometo no desagradaros más; ya aprecio y amo vuestra amistad más que a todos los bienes del mundo. ¡Ah, no permitáis que yo la pierda de nuevo! Imponedme, Señor, cualquiera otro castigo antes que aquel. Jesús mío, no quiero perderos ya más, antes quiero perder la vida; quiero amaras siempre.

  4. La justicia sale con los condenados, y en medio de estos camina también a la muerte el Rey del cielo, el Hijo único de Dios cargado con su cruz. Y vosotros, Serafines bienaventurados, salid también del paraíso, y venid a acompañar a vuestro Señor, que va al Calvario a ser ajusticiado con dos malhechores sobre un infame madero.

    ¡Oh espectáculo horrible! ¡Un Dios ajuiciado! Ved aquí al Mesías que pocos días antes había sido proclamado Salvador del mundo, y recibido entre los aplausos y bendiciones del pueblo que le aclamaba: Gloria al Hijo de David, bendito el que viene en el nombre del Señor [Hosanna filio David, benedictus qui venit in nomine Domini. (Matth. XXI, 9)]. Y vedle ahora caminar atado, abofeteado, y maldecido de todo el mundo, con una cruz sobre las espaldas a morir como un malhechor. ¡Oh exceso del amor divino! un Dios ajusticiado por los hombres! ¡y se hallará todavía algún hombre que no ame a Dios! ¡Eterno amigo de mi alma! he comenzado demasiado tarde a amaros: haced que mientras me dure la vida yo recobre el tiempo perdido. Bien conozco que será poco todo cuanto yo haga en comparación del amor que me habéis tenido, pero a lo menos quiero amaros con todo mi corazón. Demasiado grande seria la injuria que os hiciera, si después de tantos excesos de amor, yo dividiera mi corazón y diera una sola parte de él a otro cualquier objeto fuera de Vos. Yo os consagro desde ahora toda mi vida, mi voluntad, mi libertad: disponed de mí como fuere de vuestro agrado. Os pido el paraíso, a fin de amaros en él con todas mis fuerzas. Ya quiero amaros en esta vida, a fin de amaros mucho más por toda la eternidad. Ayudadme con el auxilio de vuestra gracia. A nombre de vuestros merecimientos lo demando, y lo espero.

  5. Imagínate, alma mía, que ves pasar a Jesús por este doloroso camino. Como un cordero es llevado al matadero, así tu amable Redentor es conducido a la muerte [Sicut ovis ad occisionem ducetur. (Isai. LIII, 7)].Tan exhausto de sangre y tan debilitado por los tormentos camina, que apenas puede mantenerse sobre los pies. Mírale todo descarnado por las heridas, con una corona de espinas en la cabeza, con un pesado madero sobre los hombros y con un verdugo que le tira de un cordel. Mírale cómo anda con el cuerpo inclinado, las rodillas trémulas, goleando la sangre, y caminando con tanta pena, que a cada paso parece va a rendir la vida.

    Pregúntale: ¡Oh cordero divino! ¿No estáis ya harto de dolores? Si con vuestros padecimientos pretendéis ganar mi amor, ¡ah! no queráis sufrir ya más, porque yo quiero amaros como lo deseáis. No, te dice él, yo no estoy contento aun, ni lo estaré sino cuando me vea muerto por tu amor. Y ¿a dónde vais ahora, Oh Jesús mío? Yo voy, te responde, a morir por ti, no me lo impidas: yo no te pido ni te recomiendo sino una sola cosa: cuando me vieres ya muerto sobre la orna por ti, acuérdate del amor que te he tenido; acuérdate de él y ámame.

    ¡Oh Señor mío! ¡En qué estado tan triste os veo! ¡Qué caro os ha costado el hacerme comprender el amor que me habéis tenido! Mas ¿qué ventaja tan grande podía procuraros mi amor, que para obtenerlo hayáis querido dar vuestra sangre y vuestra vida? ¿Y cómo obligado con tanto amor he podido yo vivir tanto tiempo sin amaros, y en tan gran olvido de vuestras bondades? Yo os doy gracias por haberme dado al presente la luz, que me hace conocer cuánto me habéis amado. Os amo, bondad infinita, más que a ningún otro bien; quisiera sacrificaros mil vidas si pudiera, puesto que Vos habéis sacrificado vuestra vida divina por mí. ¡Ah! os conjuro me concedáis para amaros aquellas gracias que me habéis merecido con tantos padecimientos; comunicad me aquel fuego sagrado que habéis venido a encender sobre la tierra muriendo por nosotros, Recordadme siempre vuestra muerte, para que yo no me olvide jamás de amaros.

  6. Sobre sus hombros se ve la señal de su principado [Factus est principatus ejus super humerum cjus. (Isai. IX, 6.)].La cruz, dice Tertuliano, fue el noble instrumento con que Jesucristo conquistó tantas almas, porque muriendo en ella por nosotros expió nuestros pecados, y nos rescató así del infierno haciéndonos propiedad suya [Qui peccata nostra ipse pertulit in corpore suo super lignum. (I Petr. 11, 24.)]  Pero ¡Oh Jesús mío! si Dios os cargó con todos los pecados de los hombres [Posutt in eo iniquitatem omnium nostrum. (Isai.  LIII, 6).], yo os he hecho con los míos más pesada todavía la cruz que llevasteis al Calvario.

    ¡Ah mi dulcísimo Salvador! bien preveíais todas las injurias que yo había de haceros, y con todo no dejasteis de amarme y de prepararme aquellas infinitas misericordias de que habéis usado después conmigo. Si, pues, tan amado os he sido yo, el más vil y el más ingrato de los pecadores, que tantas veces os he ofendido; es muy justo que a su vez seáis amado de mí, Vos Dios mío, bondad y hermosura infinita, que tanto me habéis amado. ¡Ah! ¡Quién jamás os hubiera ofendido! ahora conozco, Jesús mío, el ultraje que os he hecho. ¡Oh pecados malditos! ¿qué es lo que habéis hecho ? vosotros me habéis hecho contristar el corazón enamorado de mi Redentor, un corazón que tanto me amó. ¡Oh Jesús mío! perdonadme, porque ya me arrepiento de haberos ofendido: en adelante Vos seréis el único objeto de mi amor. Yo os amo con todo mi corazón ¡Oh amabilidad infinita! y estoy resuelto a no amar otra cosa que a Vos. Señor, dadme vuestro amor, y nada más os pido. Dadme solamente vuestro amor con vuestra gracia, que ésta me basta. [Amorem tui solum, cum gratia tua, mihi dones, et dives sum satis. (S. Ignat. in Exercit.)]

  7. Si alguno quiere venir en pos de mí, renúnciese a sí mismo y sígame [Si quis vult post me venire, abneget semetipsum, et sequatur me. (XVI, 24.)]. Si, pues, ¡Oh Redentor mío! Vos que sois inocente vais delante con vuestra cruz, y me convidáis a seguiros con la mía, yo no quiero dejaros ir solo. Si hasta aquí he rehusado seguiros, confieso que he hecho mal: dadme al presente la cruz que Vos queráis, yo la abrazo cualquiera que sea, y con ella quiero acompañaros hasta la muerte. [Exeamus extra castra improperium ejus portantes. (Hebr. XIII, 13.)]

    ¿Y cómo pudiéramos, Señor, mío amar por vuestro amor las cruces y los oprobios, cuando Vos las habéis amado tanto por nuestra salvación?

    Pues bien, ya que nos invitáis a seguiros, queremos desde luego acompañaros para morir con Vos; pero dadnos la fortaleza necesaria; esta fortaleza es la que os pedimos por vuestros merecimientos, y nosotros la esperamos. Os amo, Jesús mío digno de un amor infinito, yo os amo con toda mi alma, y no quiero ya abandonaros jamás. Demasiado tiempo he andado lejos de Vos. Ligadme ahora a vuestra cruz. Aunque he merecido perder vuestra amistad, ya me arrepiento de todo mi corazón, y la estimo más que ningún otro bien.

  8. ¡Ah Jesús mío! ¿Y quién soy yo para que Vos queráis tenerme por vuestro discípulo y me mandéis amaros, amenazándome con el infierno si no quiero? Pero ¿de qué sirve, os diré con san Agustín, amenazarme con penas eternas? ¿Qué mayor pena puede sucederme que la de no amaros, Dios mío, infinitamente amable, mi Criador, mi Redentor, mi paraíso, mi todo? Veo que por un justo castigo de mis ofensas merecería ser condenado a no poder amaros más; pero pues que todavía Vos me amáis, continuad en mandarme que os ame, repitiéndome sin cesar al corazón: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas [Diliges Dominum Deum tuam ex toto corde tuo, et ex tota anima tua, et ex tota mente tua- (Marc. XII, 30.)] Os doy gracias, amor mío, por este dulce mandamiento; y por obedeceros yo os amo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas. Me arrepiento de no haberos amado así en lo pasado. Al presente ya quiero sufrir cualquiera otra pena antes que la de vivir sin amaros, y me propongo buscar siempre vuestro amor en todo. Ayudadme, Jesús mío, a hacer toda mi vida actos de vuestro amor, y a salir de ella con un acto de amor, a fin de que yo vaya a veros cara a cara en el paraíso, en donde os amaré sin partición y sin interrupción, con todas mis fuerzas y por toda la eternidad. ¡Oh Madre de mi Dios! rogad por mí.

 

 

CAPÍTULO XII.

crucificcion

De la crucifixión de Jesús.

  1. Hemos llegado ya a la crucifixión, al último tormento que da la muerte a Jesucristo: hemos llegado al Calvario, que es el teatro del amor divino, al Calvario en donde todo un Dios pierde la Vida sumergido en un océano de dolores. Habiendo, pues, el Señor llegado con mucha pena a la cima del monte, se le arrancan por tercera vez con violencia los vestidos apegados a sus sangrientas llagas, y le arrojan sobre la cruz [Et postquam venerunt in locum qui vocatur Calvariae, ibi crucifixerunt eum. (Luc. XXIII, 33.)]. El divino Cordero se tiende en este lecho de dolor, presenta a los verdugos sus manos y sus pies para ser clavados, y levantando los ojos al cielo, ofrece a su Padre el gran sacrificio de su vida por la salud de los hombres. Estando ya clavada una mano, los nervios se encogieron, y fue necesario, como se le reveló a santa Brígida, que se estirase violentamente con cordeles la otra, así como también los pies, hasta el lugar de los clavos, por cuya causa los nervios y las venas se dilataron y rompieron con un dolor espantoso [Manus et pedes cum fune trahebant ad loca clavorum, ita ut nervi et venae extenderentur et rumperentur]. Así lo dice la revelación. Por manera que se le podían contar todos los huesos, como David lo había ya predicho [Foderunt manus meas et pedes meos, dinumeraverunt omnia ossa mea. (Psalm. XXI, 18)].

    ¡Ah Jesús mío! ¿Por quién fueron clavadas vuestras manos y vuestros pies en ese madero, si no es por el amor que habéis tenido a los hombres? Con los dolores de vuestras manos taladradas quisisteis expiar los pecados que los hombres han cometido por el tacto; y con los dolores de vuestros pies quisisteis expiar todos los pasos que nosotros hemos dado para ir a ofenderos. ¡Oh amor mío crucificado! bendecidme con esas manos traspasadas. Clavad a vuestros pies este mi corazón ingrato, a fin de que no se aleje ya más de Vos. Quede ligada para siempre a vuestra cruz, permanezca inmoble delante de vuestro amor, esta mi voluntad que tantas veces se ha rebelado contra Vos. Haced que nada me afecte ya sino vuestro amor y el deseo de agradaros. Aunque suspendido de ese madero, yo os reconozco por Señor del mundo, por verdadero Hijo de Dios y Salvador de los hombres. Por compasión, Jesús mío, no me abandonéis en toda mi vida, y especialmente en el artículo de mi muerte. En esta última agonía, en este último combate contra Lucifer, asistidme Vos mismo y ayudadme a morir en vuestro amor. Yo os amo,  ¡oh amor mío crucificado! yo os amo con todo mi corazón.

 

  1. Dice san Agustín que no hay muerte más cruel que la muerte de la cruz [Pejus non fuit in genere mortium. (Trac. XXXVI in Joan.).], porque, como observa santo Tomás, los crucificados tienen agujereados los pies y las manos miembros que, componiéndose todos ellos de nervios, de músculos y de venas, son extremadamente sensibles al dolor; y porque el misino peso del cuerpo pendiente hace que el dolor sea continuado, y vaya sin cesar aumentándose hasta la muerte. Más los dolores de Jesús sobrepujaron todavía a todos los dolores de otros; porque según dice el doctor Angélico, el cuerpo de Jesucristo, estando perfectamente constituido, tenía tanta más vivacidad y más sensibilidad para el dolor, cuanto que su cuerpo le había sido preparado por el Espíritu Santo de intento para padecer como lo había predicho el mismo Salvador, y como lo atestigua el Apóstol [Corpus autem aptasti mihi. (Hebr. X, 5).]. Dice también santo Tomas que Jesucristo quiso experimentar un dolor tan grande, que fuera capaz de satisfacer las penas que merecían temporalmente los pecados de todos los hombres. Refiere Tippoli que en la crucifixión le fueron dados veinte y tres martillazos en las manos, y treinta y seis en los pies.

    Alma mía, mira a tu Señor, mira tu vida suspendida en este madero [Et erit vita tua quasi pendents ante te. (Deut. XXVIII, 66)]. Mírale sobre este madero infame, que pendiente de aquellos crueles garfios, no encuentra postura ni reposo. Unas veces se apoya sobre las manos, otras sobre los pies; más en todas partes el dolor se aumenta y llega a ser insoportable. Vuelve su cabeza dolorosa ya de un lado, ya de otro; si la deja caer sobre el pecho, las manos cansadas del peso se le rasgan más; si la inclina sobre los hombros, estos son heridos por las espinas; si la apoya sobre la cruz, las espinas penetran más adentro en la cabeza. ¡Ah Jesús mío, cuán cruel y cuán amarga es la muerte que Vos sufrís!

    Redentor mío crucificado, yo os adoro sobre ese trono de ignominia y de dolor. Escrito veo en esa cruz que Vos sois rey: Jesús Nazareno, rey de los judíos [Jesus Nazarenus, rex Judaeorum. (Joann. XIX 19)]. Mas, fuera de esta inscripción puesta por menosprecio, ¿qué otra señal me dais de que Vos sois rey? ¡Ah! ¡que estas manos clavadas, que esta cabeza coronada de espinas, que este trono de dolor, que estas carnes rasgadas os dan bien a conocer por rey, pero rey de amor! Yo me acerco, pues, humillado y enternecido, para besar vuestros sagrados pies taladrados por mi amor; yo abrazo esta cruz sobre la cual, hecho víctima de amor y de obediencia, habéis querido sacrificaros por mí a la divina Justicia [Factus obediens usque ad mortem, mortem aulem crucis. (Philip. II, 8)]. ¡Oh venturosa obediencia que nos has conseguido el perdón de nuestros pecados! ¡Ay! ¿Qué sería de mí, oh Salvador mío, si Vos no hubierais pagado por mí? Yo os lo agradezco, amor mío, y por los méritos de esta sublime obediencia os pido me otorguéis la gracia de obedecer en todo a la voluntad de Dios. Yo no deseo el paraíso sino para poder amaros siempre y con todas mis fuerzas.

  2. Ved aquí el Rey del cielo que, suspendido de este madero, se va ya muriendo en él. Preguntémosle, pues, con el Profeta: Decidme, Jesús mío, ¿qué son estas llagas que están en medio de vuestras manos [Quid sunt plagae istae in medio manuum tuarum? (Zach. XIII, 6)]? El abad Ruperto responde por Jesús: Estas son las prendas, dice el Salvador, del grande amor que os tengo: son el precio con que os he librado de las manos de vuestros enemigos y de la muerte eterna [Sunt monumenta caritatis, pretia redemptionis.] Ama, pues ¡oh alma fiel! ama a tu Dios que tanto te ha amado; y si alguna vez dudas de su amor, mira, dice santo Tomas de Villanueva, mira esta cruz, estos dolores y esta muerte cruel que ha padecido por ti: tales son los testigos que te harán comprender bien cuánto te ama tu Redentor [Testis crux, testes dolores, testis amara mors quam pro te sustinuit. (Conc. 3.)]. San Bernardo añade que la cruz, y cada una de las llagas de Jesús, publican cuán sinceramente nos amó [Clamat crux, clamat vulnus quod ipse vere dilexit]

    ¡Oh Jesús mío, cómo puedo yo veros padeciendo y entristecido! ¡Ah! ¡Qué harto motivo tenéis para estarlo al pensar que Vos sufrís hasta morir de dolor en esa cruz, y que después de esto no habrá más que un corto número de almas que os amaran! ¡Oh Dios! ¡cuántos corazones aun de los que os están consagrados , o no os aman, o si os aman es demasiado poco! ¡Ah hermosa llama del amor! tú que consumaste la vida de un Dios sobre la cruz, consúmame también a mí, consuma todas las afecciones desarregladas que viven en mi corazón, y haz que en toda mi vida yo no ame ni suspire sino por este Dios tan amante que ha querido, siendo víctima de tantos suplicios, perder la vida por mi amor sobre up infame madero. Dulce Jesús mío, yo quiero amaros siempre, y no quiero amar sino solo a Vos, a Vos solo, a Vos solo, mi amor, mi Dios, mi todo.

 

  1. Vuestros ojos verán a vuestro Preceptor [Erunt oculi tui videntes praeceptorem tuum. (Isai. XXX, 20)]. Habíase prometido a los hombres que verían con sus propios ojos a su divino Maestro. Toda la vida de Jesús fue un continuado ejemplo y una escuela consumada de perfección: más en ninguna otra parte nos enseña mejor que desde la cátedra de la cruz las más bellas virtudes. ¡Oh! y ¡cómo desde aquí nos enseña la paciencia, especialmente en las enfermedades, puesto que en la cruz sufría Jesús con la paciencia más perfecta los dolores de su acerbísima muerte! Desde aquí nos enseña también con su ejemplo una entera sumisión a las órdenes del cielo, una perfecta resignación a la voluntad de Dios; y sobre todo nos enseña cómo se le debe amar. El P. Pablo Señeri, el joven, escribía a una de sus penitentes, que al pie de su Crucifijo estaban escritas estas palabras: Ved aquí cómo se ama.

    Ved aquí cómo se ama, parece decirnos a todos el Salvador mismo desde lo alto de la cruz, cuando por no sufrir alguna pena, abandonamos las obras que le son agradables, y llegamos algunas veces hasta renunciar a su gracia y a su amor. Por su parte, él nos ha amado hasta la muerte, y no ha descendido de la cruz sino después de haber dejado en ella la vida. ¡Ah, Jesús mío! Vos me habéis amado hasta la muerte; hasta la muerte quiero yo también amaros. Hasta aquí os he ofendido y hecho traición muchas veces; vengaos de mí, Señor, pero sea con una venganza de ternura y de amor. Dadme un tan grande dolor de mis pecados, que yo viva siempre contrito y afligido por los disgustos que os he causado. ¡Ah! ¿Qué mayor desgracia pudiera sucederme que la de desagradaros, Oh mi Dios, mi Redentor, mi esperanza, mi tesoro, mi todo?

  1. Y yo, si fuere levantado de la tierra, todo lo atraeré a mí. Pues bien, esto lo decía para indicar de qué muerte había de morir [Et ego si exallatus fuero a terra, omnia traham ad meipsum. Hoc autem dicebat significans qua morte esset moriturus. (Joann. XII, 32).].
    Jesucristo anuncia que cuando hubiere sido elevado sobre la cruz, él atraería por sus méritos, por su ejemplo, y por la fuerza de su amor, los afectos de todas las almas [Omnes mundi gentes ad amorem sui merito suo et amore. (Joann. XII, 30).], según el comentario de Cornelio Alápide. San Pedro Damiano asegura lo mismo: Luego que el Señor fue suspendido en la cruz, dice, lo atrajo todo hacia sí por los vínculos del amor [Dominus mox ut in cruce pependit, omnes ad se per amoris desiderium traxit. (De Invent. cruc.)]. ¿Quién, pues, añade Cornelio, no amará a Jesús muriendo por nuestro amor [Quis enim Christum ex amore pro nobis morientem non redamet? (De Invent. cruc.)]? ¡Ved a almas rescatadas! nos dice la Iglesia, ved a vuestro Redentor en esta cruz, donde todo en él respira amor y todo nos convida a amarle: la cabeza inclinada para darnos el ósculo de la paz, los brazos extendidos para abrazarnos, el corazón abierto para amarnos.

    ¡Ah, mi amabilísimo Jesús! ¿Cómo ha podido seros tan amada mi alma, previendo las injurias que habíais de recibir de mí? Para cautivar mi corazón Vos quisisteis darme las pruebas más extraordinarias de amor. Venid, pues,  azotes, espinas, clavos y cruz, que atormentasteis el sagrado cuerpo de mi Maestro, venid a herirme el corazón. Recordadme siempre que todo cuanto bien he recibido, y todo cuanto espero recibir, me ha venido por los méritos de su pasión. ¡Oh Maestro del amor! Los demás maestros enseñan con palabras, pero Vos en ese lecho del amor enseñáis con padecimientos: otros enseñan por interés, y Vos solo por afecto, no queriendo otra recompensa que mi salvación. Salvadme, pues, amor mío, y que mi salvación sea la gracia de amaros siempre y de agradaros; el amaros es mi vida.

 

  1. Entre tanto que Jesús estaba muriendo en la cruz de dolor, los hombres no cesaban de atormentarle con vituperios y blasfemias. Unos le decían: a otros hizo salvos, y no puede salvarse a sí mismo [Alios salvos fecit, seipsum non potest salvum facere. (Marc. XV, 31).]. Otros: Si es rey de Israel, que descienda ahora de la cruz [Si Rex Israel est, descendat nunc de cruce. (Math. XXVII,  32)]. Y Jesús, mientras ellos así le insultan ¿qué hace desde lo alto de la cruz? ¿Pide por ventura al Padre eterno que los castigue? No, sino que les perdone [dimitte illis, non enim sciunt quid faciunt. (Luc. XXIII, 34).]. Sí, dice santo Tomás, para mostrar el inmenso amor que tenía a los hombres, el Salvador pidió perdón a Dios hasta por sus mismos verdugos. Lo pide y lo obtiene; en tanto grado que después de haberle visto espirar, muchos de ellos se arrepintieron de sus pecados. Volvíanse de allí golpeándose los pechos [Reverlebantur percutientes pectora sua. (Lucae, XXIII, 48.)] .

    ¡Ah mi dulce Salvador! heme aquí ya a vuestros pies; yo he sido uno de vuestros más ingratos perseguidores, pedid también por mí a vuestro Padre que me perdone. Es verdad que los judíos y los verdugos al crucificaros no sabían lo que hacían, al paso que yo sabía muy bien que pecando ofendía a un Dios crucificado y muerto por mí. Mas también vuestra sangre y vuestra muerte me han merecido la misericordia divina. No puedo yo dudar de mi perdón viéndoos morir para alcanzármelo. ¡ Ah, Redentor mío! yo os lo suplico, miradme ahora mismo con aquellos ojos amorosos con que me mirasteis al morir por mí en la cruz; miradme y perdonadme todas las ingratitudes con que he correspondido a vuestro amor. Me arrepiento ya, oh Jesús mío, de haberos menospreciado.

    Yo os amo de todo mi corazón, y en consideración a vuestro ejemplo, amo también por vuestro amor a todos los que me han ofendido ; les deseo toda suerte de bienes, y me propongo servirles y socorrerles en cuanto pudiere por amor vuestro, Señor, que habéis querido morir por mí, aunque tanto os he ofendido.

  1. Memento mei.Acordaos de mí, os decía desde la cruz el buen Ladrón, y mereció oír de vuestra boca aquella respuesta tan consoladora: Hoy estarás conmigo en el paraíso [Hodie mecum eris iri paradiso. (Luc. XXIII, 13.)]

    Acordaos de mí, os diré yo también, acordaos de mí, Señor, que soy una de vuestras amadas ovejas por las que habéis dado vuestra vida. Consoladme también a mí haciéndome conocer que me perdonaréis concediéndome un gran dolor de mis pecados. ¡Oh gran Pontífice! que os sacrificasteis a Vos mismo por el amor de vuestras criaturas, tened piedad de mí; yo os sacrifico para en adelante mi voluntad, mis sentidos, mis satisfacciones, y todos mis deseos. Yo creo que Vos, Jesús mío, habéis muerto crucificado por mí; os suplico que vuestra sangre divina corra también sobre mí; que me lave de mis pecados, que me abrase en el divino amor, y haga que yo sea todo para Vos. Os amo, Jesús mío; y deseo morir crucificado por Vos, que habéis muerto crucificado por mí.

    Padre eterno, os he ofendido; pero ved aquí a vuestro Hijo que, clavado en este madero, satisface por mí con el sacrificio de su vida divina que os ofrece. Os ofrezco sus merecimientos que son todos míos, puesto que él me los ha dado; y por el amor de este Hijo os conjuro tengáis piedad de mí. La mayor misericordia que os ruego queráis hacerme, es que me concedáis vuestra gracia, la que tantas veces yo miserable pecador he voluntariamente menospreciado. Me arrepiento de haberos ultrajado, y os amo; sí, os amo, mi Dios, mi todo, y para agradaros estoy dispuesto a sufrir toda suerte de males, bajo cualquier forma que se presenten, el oprobio, el dolor, la pobreza y la muerte.