JUEVES SANTO
INSTITUCIÓN DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
Y DEL SACERDOCIO
Acabados el lavatorio de los pies de los Apóstoles y la explicación de Nuestro Señor del misterio allí encerrado, quiso dar otras mayores muestras de amor, señales de que ama hasta el fin.
Y para esto quiso instituir un excelentísimo Sacramento, en el cual quedarse verdadera, real y substancialmente, y otro para perpetuarlo.
Podemos preguntarnos: ¿por qué instituyó Jesucristo el Santísimo Sacramento la noche de su Pasión y víspera de su muerte, pudiendo dilatar la institución para después de su resurrección?
La primera causa fue para descubrir la grandeza del amor que nos tiene, pues cuando los hombres trataban de quitarle la vida con terribles tormentos y deshonras, Él estaba instituyendo un convite celestial para darles la vida.
La segunda causa fue para descubrir el entrañable deseo que tenía de estar siempre con nosotros, no sólo en cuanto Dios, sino en cuanto hombre, y así, cuando se había de apartar de nosotros, según la presencia corporal, visible y ordinaria de su humanidad, determinó quedarse con otro modo de presencia, debajo de las especies de este Sacramento.
La tercera causa fue para que nunca faltase en el mundo una representación de su Pasión sacratísima y un sacrificio ordenado para glorificar y aplacar a Dios; por el cual se nos aplicase el fruto de aquella.
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Es conveniente y útil para el alma considerar lo que hizo y dijo Nuestro Señor cuando consagró.
En primer lugar, con un semblante exterior grave, modesto, devoto y poderoso para causar reverencia y admiración a sus discípulos, tomó de la mesa un pan en sus santas y venerables manos, para significar que la mudanza de este pan en su Cuerpo era obra de su omnipotencia y liberalidad, figuradas por las manos.
El Padre puso todas las cosas en sus manos, y con ellas hizo esta mudanza tan maravillosa; de modo que Él mismo tuviese a Sí mismo todo entero en sus propias manos, y quedándose donde estaba se pusiese todo entero en las manos de sus discípulos para que lo recibiesen.
Luego, teniendo el Señor el pan en sus manos, levantó los ojos al Cielo, para significar que el pan que pretendía darnos no era pan de la tierra, sino Pan del Cielo y Pan de Ángeles, pan sobresustancial, dado por su Eterno Padre en cumplimiento de lo que había prometido en el sermón de Cafarnaúm, cuando dijo: No os dio Moisés pan del Cielo, sino mi Padre os da Pan del Cielo verdadero. Yo soy Pan vivo que bajé del Cielo.
Seguidamente, dio gracias a su Eterno Padre por esta merced tan señalada que por sus manos hacía al mundo en darle tal Pan para su comida y sustento espiritual, enseñándonos con esto que este Pan se ha de comer con grandes afectos de agradecimiento antes y después de recibirle.
Hecho esto, bendijo el pan con bendición de oración, obradora de lo que bendecía, es decir, lo bendijo comunicándole virtud divina e imprimiéndole un bien tan grande como era mudarle en su propio Cuerpo y hacerle principio y causa de las bendiciones espirituales que por su medio vienen del Cielo para nuestra salvación.
Luego partió el pan… Porque no sin gran misterio tomó de la mesa un pan entero, y después le partió y dio a sus Apóstoles, para significar que aquel pan se podía partir sin que se partiese lo que dentro de sí tenía, porque en toda parte iba su cuerpo, y con cada bocado daba a cada uno de los discípulos tanto como estaba en todo el pan.
Finalmente, partido el pan, Jesucristo lo dio a sus Apóstoles, diciendo: Tomad y comed, porque esto es mi Cuerpo.
Grande fue la reverencia y estima que los Apóstoles tuvieron de aquel divino manjar, por la luz interior de fe viva que Cristo les comunicó.
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Detengámonos aun más a meditar estos misterios.
Jesucristo tomó en sus benditas manos un pan de los que allí estaban, y diciendo aquellas palabras, en virtud de ellas mudó la sustancia del pan en su Santísimo Cuerpo; de suerte que lo que al principio de las palabras era verdadero pan, en el instante que las acabó se convirtió en su verdadero Cuerpo, cubierto con los accidentes exteriores del pan.
En esta obra Jesucristo manifiesta tres infinitas grandezas: su bondad, su infinita sabiduría y su omnipotencia.
El Hijo de Dios muestra su bondad al darnos para nuestro sustento la cosa más preciosa que tenía, que era a Sí mismo, y su preciosísimo Cuerpo, con todo cuanto dentro de Él estaba: dándonos su Cuerpo, nos da también su Sangre, su Alma, su Divinidad, así como los tesoros de sus merecimientos y satisfacciones, queriendo estar siempre con nosotros y ser nuestro compañero, nuestro convite perpetuo.
Manifiesta la sabiduría al inventar un modo tan inefable de comunicarse a los hombres y darles sustento de vida, el cual modo sólo Dios, con su saber infinito, puede alcanzar: juntar a Dios hecho hombre con especies y accidentes de pan y vino en un Sacramento para nuestro sustento espiritual.
Resplandece aquí la omnipotencia de Cristo Nuestro Señor en que con una sola palabra, en un momento, hace innumerables milagros, tanto en el pan como en su mismo Cuerpo.
Porque en un instante muda y convierte la sustancia del pan en su Cuerpo, quedándose solos los accidentes del pan para encubrirle; y le dispone de tal manera, que todo Él está debajo de una cantidad muy pequeña de una hostia, de modo que todo está en toda y en cada parte de ella, sin que se divida el Cuerpo aunque se divida la hostia.
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Y si prestamos atención a las palabras de Cristo, advertimos que no dijo: Esto es figura o representación de mi Cuerpo, sino Esto es mi cuerpo, real y verdadero; con lo cual declara la presencia real de su Cuerpo santísimo y da muestras excelentísimas de su misericordia y providencia paternal…
Porque, en realidad de verdad, para santificarnos y sustentarnos espiritualmente bastaría que este Sacramento fuera puro pan, en cuanto representase a Cristo, así como el agua pura en el Bautismo nos lava y santifica.
Pero la infinita caridad de Cristo no se contentó con esto, sino quiso Él mismo, por su propio Cuerpo y por su propia Persona, estar en este Sacramento y santificarnos, para manifestación del amor que nos tiene y del cuidado con que toma nuestro sustento espiritual.
Y dijo Esto es mi Cuerpo que se entregará por vosotros; en lo cual se nos da a entender que allí está el Cuerpo que había de ser vendido y entregado a la muerte por nosotros; y que el mismo que se entregaba para ser muerto, se entrega para ser comido.
En la Santa Misa, en las palabras de la Consagración, no se dicen las palabras que se entregará por vosotros. Santo Tomás enseña que esto es así puesto que la Sangre consagrada por separado representa claramente la Pasión de Cristo; por lo tanto, el efecto de la Pasión debía ser mencionado mejor en la consagración de la Sangre que en la consagración del Cuerpo, que es el que padeció.
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En aquel instante, hizo Dios otro milagro de su omnipotencia en los entendimientos y corazones de los discípulos, ilustrándolos con una lumbre extraordinaria, para que con viva fe certísimamente creyesen que lo que estaba debajo de aquella cubierta de pan era el mismo Cuerpo de su Maestro; y así, con la reverencia y amor que le tenían y con la grande admiración del nuevo milagro, le recibieron, por una parte temblando de respeto, y por otra gozándose con amor por recibirle dentro de su alma.
Gran dulzura y efectos maravillosos sintieron los Apóstoles en aquella primera comunión.
En efecto, conocieron la excelencia y dignidad infinita de aquel divino manjar. Sólo el desventurado Judas no halló sabor en esta comida porque la recibió sin fe, sin atención ni reverencia alguna.
¡Quién pudiera tener la fe y reverencia de San Pedro y el amor y caridad de San Juan, para recibir como ellos a Nuestro Señor!
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Acabada la Consagración y Comunión del Cuerpo, tomó Nuestro Señor en sus santas y venerables manos un cáliz lleno de vino, y pronunció sobre él estas palabras: Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que se derrama para vosotros. Y en virtud de estas palabras, el vino se convirtió en su Preciosísima Sangre.
Enseña el Concilio de Trento que la Iglesia Católica instituyó muchos siglos antes el Sagrado Canon, de tal suerte puro de todo error, que nada se contiene en él que no sepa sobremanera a cierta santidad y piedad, y que no levante a Dios la mente de los que ofrecen. Consta él, en efecto, ora de las palabras mismas del Señor, ora de tradiciones de los Apóstoles, y también de piadosas instituciones de santos Pontífices.
Las palabras de la Consagración del vino son estas: Este es el cáliz de mi sangre, Nuevo y Eterno Testamento, misterio de la fe, que será derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados.
Enseña Santo Tomás que todas estas palabras pertenecen a la esencia de la forma. Pero las primeras palabras: Este es el cáliz de mi sangre, significan precisamente la conversión del vino en la Sangre; y las palabras siguientes designan el poder de la Sangre derramada en la Pasión.
Se trata de un poder que se efectúa en este Sacramento y que se ordena a tres cosas:
La primera y principal, a alcanzar la vida eterna. Y para indicar esto dice: Nuevo y Eterno Testamento.
La segunda, a la justificación de la gracia, que es el fruto de la fe. Y para indicar esto se pone: misterio de fe.
Y tercera, para remover los obstáculos que impiden conseguir las dos cosas precedentes, o sea, remover los pecados. Y para indicar esto añade: que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.
Nuestro Señor Jesucristo dijo a los Apóstoles que su Sangre se derramaría por ellos y por muchos en remisión de los pecados.
Dijo, será derramada. Como ya dijimos más arriba, Jesucristo está por entero bajo cada una de las especies; y esto se ordena a representar su Pasión, en la que la Sangre fue separada de su Cuerpo. Por eso, en la forma de la Consagración de la Sangre, se menciona su derramamiento.
Dijo, será derramada por vosotros, para moverlos a compasión y dolor, y también a grande amor y agradecimiento, como quien dice: Mirad que os doy la misma Sangre que he de derramar con graves dolores, no por mi causa, sino por la vuestra y por vuestro remedio; compadeceos de Mí, que la derramo, y amadme, pues tanto os amo.
Lo mismo pudiera decir a cada uno: Esta es la Sangre que derramo por ti. Y así podemos pensar que lo dice por cada uno de nosotros.
Dijo también que será derramada por muchos; esto es, por todos les hombres del mundo, en cuanto a la suficiencia; y por muchos, en cuanto a la eficacia y fruto que de ella sacarán.
Finalmente, dijo que se derramará en remisión de los pecados, sin poner límite alguno ni en el número ni en la gravedad; porque no hay número tan crecido de pecados, ni pecado tan grave y abominable que por esta Sangre no se pueda perdonar.
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Ahora cabe preguntarse: ¿Por qué instituyó Jesucristo este Sacramento en las dos especies de pan y vino?
La causa principal fue para significar lo que se realiza y realizar lo que se significa, a saber, que su Sangre preciosísima estuvo toda apartada de su Cuerpo en la Pasión, derramándola por nuestros pecados con dolores y tormentos gravísimos.
De este modo, cuando asistimos a la Santa Misa y vemos alzar la Hostia bendita y después el sacrosanto Cáliz, tenemos que acordarnos de esta separación tan dolorosa, pensando que en ese Cáliz está recogida toda la Sangre que Cristo Nuestro Señor derramó la noche y el día de su Pasión en cinco veces, es a saber: por el sudor, azotes, espinas, clavos y lanzada.
Pero, ¿por qué quiso Jesucristo quedarse con nosotros debajo de especies de pan y vino, más que debajo de otra cosa visible?
La primera fue para unirse con nosotros, no sólo espiritualmente en cuanto Dios, sino corporalmente en cuanto hombre, con la mayor unión que es posible; porque no hay cosa que más se junte con el hombre que el manjar y bebida; y como el amor es unitivo del que ama con la cosa amada, quiso nuestro amantísimo Jesús, no sólo quedarse cerca de nosotros, sino entrar dentro de nosotros, y con esta unión sacramental causar la unión espiritual de verdadero amor.
La segunda causa fue para significar que obraba dentro de nuestras almas todos los efectos que el pan y vino obran en los cuerpos, porque con su presencia y con la gracia que nos da este Sacramento nos sustenta, conserva y aumenta su vida espiritual; da fuerzas y alegra el corazón; y finalmente, nos hace semejantes a Sí, imprimiéndonos sus virtudes. Y por esto dijo: El que me come, vivirá eternamente.
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Finalmente, en este Santo día debemos recordar, meditar y agradecer la potestad que Nuestro Señor dio a sus Apóstoles para hacer lo mismo que Él había hecho; la misma que tienen ahora los sacerdotes para consagrar y ofrecer el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Cristo.
En efecto, Jesucristo, después de haber instituido este Santísimo Sacramento, dijo a sus Apóstoles: Haced esto en mi memoria.
Por estas palabras consta que les dio potestad de hacer lo mismo que Él había hecho, convirtiendo el pan en su Cuerpo y el vino en su Preciosísima Sangre, mandándoles, así a ellos como a los sacerdotes que les sucediesen en la dignidad sacerdotal, que hiciesen esto mismo en la forma que Él lo había hecho.
Jesucristo quiso, pues, dar poder sobre su verdadero Cuerpo y Sangre, no a los Ángeles del Cielo, sino a simples hombres, para que ellos, en su Nombre y representando su misma Persona, puedan con verdad decir sobre el pan: Esto es mi cuerpo, y sobre el cáliz: Este es el cáliz de mi sangre, y en virtud de estas palabras conviertan el pan en el Cuerpo y el vino en la Sangre de Cristo, como el mismo Señor los convirtió, con tanta muchedumbre de milagros que excede a los milagros de dar vista a ciegos, salud a enfermos y vida a muertos.
¡Inmensa es la humildad y la obediencia que Jesucristo Nuestro Señor muestra a la voz y palabra de los sacerdotes!; porque desde el Jueves Santo se obligó hasta el fin del mundo de venir a la voz del sacerdote cuando consagrase, sin dilación ni tardanza, en cualquier lugar y hora que lo hiciese, y aunque fuese malo y consagrase con dañada intención, pasando por todo esto por el bien de los escogidos.
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Una vez acabada la institución, Judas salió del Cenáculo, y Nuestro Señor dijo: Ahora es clarificado el Hijo del hombre, y Dios es clarificado en Él, y luego le clarificará.
Con la salida de Judas se daba principio a su Pasión, por la cual era glorificado, porque su gloria era morir por la gloria de su Padre; y Dios era glorificado en Él, y le glorificaría con milagros en la Pasión, y luego con la gloria de la Resurrección.
Así consideraba Cristo sus ignominias, pues las llamaba su gloria…
Así considera Dios las ignominias de los escogidos, pues se glorifica en ellas, y por ellas los glorifica y honra con suma gloria…
Debemos aprender a gloriarnos de padecer por Cristo, pues Cristo es glorificado en que nosotros padezcamos, y Él nos glorificará si padecemos.

