«LA ORACIÓN EN EL HUERTO»
Juan F. Cafferata.
***
***
Basta meditar un instante en las palabras de Jesús durante su breve oración del Huerto de Getsemaní, para sentir algo de la amargura que debió inundar su alma en aquella hora.
¡Amargura profunda, insondable! Mezcla de los crímenes, los pecados, las infamias, las apostasías, las cobardías, los delitos de todos los hombres, desde el pecado de Adán hasta el final de los tiempos. Carga abrumadora de iniquidad, que tomaba sobre sus hombros!
¡Amargura y tristeza infinitas, ante aquella pasión que se acercaba, con sus azotes, escarnios, salivazos, negaciones, falsos testimonios, abandonos, corona de espinas y muerte ignominiosa, la más dolorosa de las muertes!
¡Tormentos, desolación, todo caía sobre aquel Jesús, el más puro, el más sensible, el más delicado de los hombres. Verbo hecho carne por la salvación de la humanidad!
La inteligencia humana no es capaz de medir hasta dónde llegó el dolor de aquel Señor. Solo sus palabras dejan adivinar algo de lo que pasó por su alma de hombre y de Dios, ante el cáliz que había de beber hasta las heces.
El relato evangélico es de una angustia desoladora. “Entre tanto llegó Jesús con ellos – los discípulos – a una granja llamada Getsemaní y les dijo: sentaos aquí mientras Yo voy más allá y hago oración. Y llevando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo – Santiago y Juan – empezó a entristecerse y a angustiarse y les dijo entonces: mi alma siente angustias mortales; aguardad aquí y velad conmigo”.
“Y adelantándose algunos pasos se postró en tierra, caído sobre su rostro, orando y diciendo: Padre mío, si es posible no me hagas beber este cáliz; pero no obstante no se haga lo que Yo quiero sino lo que Tú”.
¡Qué dolor debió experimentar en ese instante, para que sintiera su alma aquellas angustias mortales!
“Volvió después con sus discípulos y los halló durmiendo y dijo a Pedro: ¿es posible que no hayáis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación. Que si bien el espíritu está pronto más la carne es flaca”.
¡Los suyos, sus amigos, sus discípulos, sus escogidos, dormidos mientras Él estaba triste hasta la muerte! Jesús los amonesta con bondad.
“Volvióse de nuevo por segunda vez y oró diciendo: Padre mío, si no puede pasar este cáliz sin que Yo lo beba, hágase tu Voluntad.
Dio después otra vuelta y encontrólos dormidos, porque sus ojos estaban cerrados (de sueño).
Y dejándolos se retiró aún a orar por tercera vez, repitiendo las mismas palabras”.
Después de aquella oración llegó su hora y el Hijo del Hombre fue entregado al poder de las tinieblas.

