RELOJ DE LA PASIÓN
O sea reflexiones afectuosas sobre los padecimientos
de nuestro Señor Jesucristo, por el bienaventurado obispo
SAN ALFONSO DE LIGORIO
***
CAPÍTULO VII.
***
Del amor que Jesús nos ha testificado sufriendo tantos menosprecios durante su pasión.
- Belarmino dice que los menosprecios y las ignominias causan más pena a las almas grandes que los padecimientos del cuerpo [Nobiles animi pluris faciunt ignominiam, quam dolores corporis.]. Con efecto, si estos afligen la carne, aquellos afligen el alma, cuya pena es tanto más grande, cuanto ella es más noble que el cuerpo. Pero ¿quién jamás hubiera podido imaginarse, que el más grande personaje del cielo y de la tierra, que el Hijo de Dios viniendo al mundo a hacerse hombre por amor a los hombres, había de ser tratado con tantos menosprecios e injurias, como si fuera el último y más vil de los mortales [Vidimus eum despectum, et novissimum virorum, Isai. LII. 2, 3.]? San Anselmo asegura que Jesucristo quiso sufrir tantas y tales afrentas, que ya no fuera posible ser más humillado que lo fue en su pasión [Ipse tantum se humiliavit ut ultra non posset.]. ¡Oh Rey del universo! Vos sois el mayor de todos los reyes; pero habéis querido ser más menospreciado que todos los hombres, para enseñarme a amar los menosprecios. Pues, ya que Vos habéis sacrificado vuestra honra por mi amor, yo quiero sufrir por vuestro amor todas las afrentas que se me hicieren.
- Pero, ¡y qué suerte de afrentas no ha sufrido el Salvador en su pasión! Él se vio afrentado hasta por sus mismos discípulos; uno de ellos le hizo traición y le vendió por treinta dineros; otro renegó de él por tres veces, protestando públicamente que no le conocía, y que se avergonzaba de haberlo antes conocido. Los demás discípulos, viéndolo preso y maniatado, huyen todos y le abandonan [Tunc discipuli relinquentes eum, omnes fugerunt. Marc. XIV, 50.] ¡Oh Jesús abandonado! ¿Quién, pues, tomarás vuestra defensa si desde el principio de vuestra prisión vuestros más caros amigos se alejan y os desamparan? Más ¡Oh Dios! esta afrenta no se acabó con vuestra pasión. ¡Cuántas almas hay que después de haberos seguido , después de haber recibido de Vos gracias multiplicadas y señales especiales de vuestro amor, impulsados por algún vil interés, o por respetos humanos, o por el amor de culpables placeres, llegan a seros ingratas y le abandonan! Quien se encuentre, pues, en el número de estos ingratos diga entre gemidos: ¡Ah mi tiernos Jesús! Perdonadme, yo no quiero abandonaros ya. Antes perder la vida y perderla mil veces, que perder vuestra gracia: ¡oh mi Dios, mi amor, mi todo!
- Ves aquí a Judas que, llegando con los soldados al huerto, se adelanta, abraza a su Maestro y le besa. Jesús le permite este beso; mas conociendo su pérfido designio no puede menos de quejársele a el mismo de esta negra traición, y decirle: Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre [Juda, osculo Filium hominis tradis? Luc. XXII, 48.]? En el mismo instante los insolentes ministros de su crimen se precipitan sobre Jesús, le atan las manos a la espalda, y le aprisionan como a un malhechor [Ministri Judaeorum comprehenderunt Jesum et ligaverunt eum. Joann. XXVIII, 12].
Cielos, ¡que es lo que veo! ¡Un Dios aprisionado! ¿Y por quién?, por los hombres, por unos gusanos de la tierra que el mismo ha criado. Ángeles del paraíso, ¿qué decís? y Vos, Jesús mío, ¿por qué os dejáis atar? ¿Qué tenéis Vos, pregunta san Bernardo, con las cadenas de los esclavos y de los criminales, Vos que sois el Santo de los santos, el Rey de los reyes y el Señor de los señores [O Rex regum, ó Dominus dominantium! quid tibi et vinculis? De Curvit. c. 4.]?
Más si los hombres os cargan de cadenas, ¿por qué no las rompéis, y os libráis de los tormentos y de la muerte que estos hombres os preparan? Pero ya lo comprendo, no son, no, oh Maestro mío, esos cordeles los que os aprisionan, es solo el amor el que os cautiva y os fuerza a sufrir y morir por nosotros. ¡Oh amor divino! exclama san Lorenzo Justiniano, tú solo has podido aprisionar a un Dios y conducirle a la muerte por el amor de los nombres [O caritas! quam magnum est vinculum tuum, quo Deus ligari potuit! De Lig. Vit., c. 6. ].
- Mira, oh hombre, dice san Buenaventura, mira aquellos perros rabiosos que arrastran a Jesús, a este cordero mansísimo, que camina sin resistencia al matadero. Uno le coge, otro le ata, aquel le da empujones, este le hiere [Intuere, homo, canes illos trahentes, et agnum quasi ad victiman mansuetum sine resistentia sequí. Unus apprehendit, alius ligat, alius impellit, alius percutit. Medit.]. Condúcenle, pues, a nuestro dulce Salvador así maniatado, primero a la casa de Anás, y después a la de Caifás, donde Jesús, interrogado por este mal hombre acerca de sus discípulos y de su doctrina, responde que él nada había hablado en secreto, sino en público, y que los mismos que le cercaban sabían bien lo que había enseñado [Ego palam locutus sum: ecce hi sciunt quid dixerim ego. Joann. XVIII, 29, 21.].
Más a esta respuesta uno de los criados, tratándole de descortés y atrevido, le da una gran bofetada [Unus assistens ministrorum dedit alapam Jesu, dicens: sic respondes Pontifici? Joann. XVIII, 22.]. « ¡Oh Ángeles! exclama aquí san Gerónimo, ¿cómo calláis? ¿Hasta ese punto os ha asombrado y pasmado una tan grande paciencia [Angelí, quomodo siletis? Ad quid attonitos vos tenet tanta patientia? Hom. 81 in Joann.]? »
¡Ah mi buen Jesús! cómo, ¿una respuesta tan prudente y tan moderada parecía por ventura una afrenta tan grande en presencia de tantas gentes? El indigno pontífice, en vez de reprender a este atrevido criado por su insolencia, le alaba, o al menos se lo aprueba con señas. Y Vos, Señor, lo sufrís todo para expiar las afrentas que yo miserable he hecho con mis pecados a la divina Majestad. Jesús mío, yo os doy gracias por ello. Padre eterno, perdonadme por los méritos de Jesús.
- En seguida el inicuo Pontífice le pregunta bajo de juramento si era verdaderamente el Hijo de Dios [Adjuro te per Deum vivum, ut dicas nobis si tu es Christus Filius Dei. Matth. XXVI, 63.]. Jesús por respeto al nombre de Dios, afirma que así era; y rasgando entonces Caifás sus vestiduras, dice exclamando que ha blasfemado; y todos a la vez gritan que merecía la muerte[At illi respondentes, dixerunt: reus est mortis. Ibid.]. Sí, con razón, oh Jesús mío, os declaran digno de muerte, puesto que habéis querido encargaros de satisfacer por mí que merecía la muerte eterna. Más, si por vuestra muerte me habéis salvado la vida, justo es que yo emplee toda mi vida y aun la pierda por Vos si fuere menester. Sí, Jesús mío, yo no quiero vivir ya para mí, sino para Vos solo y para vuestro amor: venid en mi ayuda por vuestra gracia.
- Entonces le escupieron en la cara, y le dieron de bofetadas [Tunc expuerunt in facem ejus, et colaphis eum ceciderunt. Matth. XXVI, 67.] . Después de haberle juzgado digno de muerte, y mirándole desde entonces como un hombre condenado al suplicio y declarado infame, aquella canalla se ocupó toda la noche de maltratarle, dándole bofetadas, puntapiés, arrancándole la barba, y aun escupiéndole el semblante; y mofándose de él como de un falso profeta, le decían: Adivina, Cristo, quien te ha herido [Prophetiza nobis, Christe, quis te percussit? Ibid.].
Nuestro Salvado habíalo ya predicho todo esto por Isaías: Yo he entregado mi cuerpo a los que me herían, y mis mejillas a los que me abofeteaban, no he desviado la cara de los que me injuriaban y me llenaban de salivas [Corpus meum dedi percutientibus, et genas meas vellentibus; faciem meam non averti ab increpantibus et conspuentibus. Isai. L, 6.]
Según san Gerónimo, dice el piadoso Taulero, no serán conocidas todas las penas y todos los insultos que Jesús sufrió en esta noche sino el día del juicio universal. San Agustín, hablando de las ignominias sufridas por Jesús, dice: Si esta medicina no llega a curar el orgullo, ignoro lo que le curará [Haec medicina si superbiam non curat, quid eam curet nescio. Dom. 2 Quadr. Serm. 1.] ¡Ah mi Jesús! ¿Cómo sois Vos tan humilde y yo tan orgulloso? Señor, ilustradme, hacedme conocer lo que Vos sois y lo que yo soy.
Entonces le escupieron en el semblante [Tunc expuerunt in faciem ejus. Matth. XXVI, 67.] ¡Le escupieron! ¡Oh Dios! ¡Que mayor ultraje que ser injuriado con esputos y salivas! El último de los escarnios, dice Orígenes es ser escupido [Ad extremam injuriam pertinet sputamenta accipere.] ¿En dónde se acostumbra escupir, sino en el lugar más sucio? ¿Y Vos, Jesús mío, sufrís que se os escupa en el rostro?
He aquí, pues, una turba inicua que os maltrata con bofetadas, que os ultraja con puntapiés, que os cubre de salivas la cara, que os hace todo cuanto quiere ¡y Vos no desplegáis los labios con amenazas ni reconvenciones! No por cierto, sino que como un cordero inocente, humilde y lleno de dulzura, lo sufre todo, aun sin quejarse, y todo lo ofrece a su Padre para alcanzarnos el perdón de nuestros pecados [Quasi agnuscoram tondente se obmustescet, et non aperiet os suum. Isai. LIII, 7.]
Meditando un día santa Gertrudis acerca de las ignominias hechas a Jesús durante su pasión, prorrumpió en alabanzas y bendiciones, y el Salvador se le manifestó tan contento de esto que se dignó darle amorosamente las más tierna gracias.
¡Ah! Maestro mío, objeto de tantos menosprecios. Vos sois el Rey del cielo, el Hijo del Altísimo; Vos no merecíais ser maltratado y ultrajado, sino adorado, amado y bendecido de todas las criaturas. Yo os adoro, yo os bendigo y doy gracias; yo os amo de todo mi corazón, y me arrepiento de haberos ofendido; ayudadme, tened piedad de mí.
- Llegada ya la mañana, los judíos conducen a Jesús delante de Pilato para hacerle condenar a muerte; mas Pilato lo declara inocente [Nihil invento causae in hoc homine. Luc. XXIII, 4.]. Y al fin de librarse de la importunidad de los judíos, que continuaban pidiendo la muerte del Salvador, lo remitió a Herodes. Herodes se gozó mucho de ver conducir a Jesucristo en su presencia, esperando que para librarse de la muerte haría delante de él alguno de los prodigios de que había oído hablar; por eso le hizo muchas preguntas. Pero como no quería librarse de la muerte, Jesús guarda el mayor silencio y nada le responde. Entonces este rey soberbio con toda su corte, le hizo experimentar muchos desprecios; y haciéndole poner una vestidura blanca, para demostrar que lo consideraba como un estúpido y un insensato, lo volvió a remitir a Pilato [Sprevit autem illum Herodes cum exercitu suo, et illusit indutum veste alba, et remisit at Pilatum. Luc. XXIII, 11.] El cardenal Hugo comenta así estas palabras: Burlándose de él como de un fatuo, le vistió con una túnica blanca [Illudens et quasi fatuo, induit veste alba.] y san Buenaventura: Le despreció como impotente, porque no hizo ningún milagro; como ignorante, porque no respondió ninguna palabra; como imbécil y estólido, porque no se defendió [Sprevit illum tanquam impotentem, quia signum non fecit; tanquam ignorantem, quia verbum non respondit; tanquam stolidum, quia se non defendit.]
¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh Verbo divino! Ya no es faltaba otra afrenta que la de ser tratado de loco y privado del sentido común. Tanto os estrechaba el deseo de nuestra salud que por nuestro amor no solo quisisteis exponeros a los oprobios, sino hartaros de ellos, como lo había profetizado Jeremías: Dará la mejilla al que la hiriere, será harto de oprobios [Dabit percutienti se maxillam, saturabitur opprobriis. Thren. III, 30.]. Pero Señor ¿Cómo podéis tener tanto amor a los hombres, de quienes no habéis recibido sino ingratitudes y menosprecios?
¡Ay de mí! Que yo soy uno de aquellos hombres que os han hecho más ultrajes que Herodes. ¡Ah Jesús mío! No me castiguéis como a Herodes, privándome del dulce sonido de vuestra voz. Herodes no os reconocía por lo que sois, más yo os reconozco por mi Dios: Herodes no os amaba, pero yo os amo más que a mí mismo. ¡Ah! No me neguéis la voz de vuestras inspiraciones como por mis ofensas merezco. Decid que es lo que Vos queréis de mí, porque con vuestra gracia todo lo quiero hacer.
- Habiendo sido Jesús devuelto a Pilato, el gobernador lo presento al pueblo para saber a cuál de los dos quería que se librase en aquella Pascua, si a Jesús, o á Barrabás el homicida. Mas el pueblo gritó: no a este, sino a Barrabás [Non hunc, sed Barrabam. Joann. XVIII, 40.]. Entonces Pilato les dijo: ¿Qué haré, pues, de Jesús [Quid igitur faciam de Jesu? Matth. XXVII, 22.]? Ellos respondieron: Que sea crucificado [Crucifigatur.]. Pero, ¿qué mal ha hecho este inocente? Y ellos replicaron: Que sea crucificado [Crucifigatur. Matth. XXVII, 22.]. Más, ¡oh Dios! la mayor parte de los hombres continúa aun en el día diciendo: No a este, sino a Barrabás cuando prefieren un placer sensual, un punto de honor, un movimiento de cólera al mismo Jesús.
¡Ah mi divino Maestro! Vos sabéis muy bien que hubo un tiempo en que yo os he hecho la misma injuria, cuando os he pospuesto a mis malditos placeres. Jesús mío, perdonadme, que yo me arrepiento de lo pasado; en adelante quiero preferiros a Vos sobre otro cualquier bien; yo estoy resuelto a morir mil veces antes que separarme de Vos. Concededme una santa perseverancia, concededme vuestro amor.
- Más adelante hablaremos de los demás ultrajes que el Salvador tuvo que sufrir hasta que al fin murió en la cruz [Sustinuit crucem confusione contempta. Hebr. XII, 2.]. Por ahora, consideremos con cuánta exactitud se ha cumplido en nuestro Salvador lo que el Salmista había predicho de él; a saber, que en su pasión vendría a ser el oprobio de los hombres y el desecho de la plebe [Ego autem sum vermis, et non homo; opprobrium hominum, et abjectio plebis. Psalm. XXI, 7.]: que moriría cubierto de ignominia, ajusticiado por mano del verdugo, sobre un madero infame, y puesto como un malhechor entre dos ladrones [Et cum sceleratis reputato est. Isai. LIII, 12.]. ¡Oh Dios altísimo! exclama san Bernardo, ¡Vos el último de los hombres! ¡El omnipotente hecho miserable! la gloria de los Ángeles hecho oprobio de los hombres [O novissimum et altissimum! ó humilem et sublimen! O opprobrium hominum et gloriam angelorum!.]
- ¡Oh gracia! ¡Oh fuerza del amor de un Dios! continúa san Bernardo, ¿es así cómo el soberano Señor de todos los hombres viene a ser el último de todos ellos [O gratia! ó amoris vis! ita ne summus omnium imus factus est omnium?.]? ¿Y quién ha hecho esto? añade el Santo, es el amor que Dios tiene a los hombres [Quis hoc fecit? Amor.]. Dios ha hecho todo esto para mostrarnos cuánto nos ama, y para enseñarnos con su ejemplo a sufrir con paciencia los menosprecios y las injurias. Jesucristo ha padecido por vosotros, dice san Pedro, dejándoos su ejemplo, para que vosotros sigáis sus huellas [Christus passus est pro nobis, vohis relinquens exemplum, ut sequamini vestigia ejus. I Petr. 11, 21.]. Preguntado san Eleázaro por su esposa cómo hacía para sufrir con tanta resignación las injurias que se le hacían, respondió: Yo pongo la vista en Jesús menospreciado, y digo que las afrentas mías son nada en comparación de las que él, siendo Dios, ha querido sufrir por mí. ¡Ah Jesús mío! y yo ¿cómo en vista de un Dios tan deshonrado por mi amor, no podré sufrir el más pequeño menosprecio por vuestro amor? ¡Pecador y soberbio! ¿Y de dónde, divino Maestro mío, puede venirme este orgullo? ¡Ah! por los méritos de las afrentas que Vos habéis pasado por mí, dadme la gracia de que yo sufra con paciencia y con alegría las afrentas y las injurias. Yo os prometo en adelante con vuestra ayuda, de no dejarme llevar de ningún resentimiento, y de recibir con alegría todos los oprobios que puedan hacérseme. Yo, que he menospreciado a vuestra divina Majestad, y que he merecido los menosprecios del infierno, aun merecía seguramente otros mayores. Pero Vos, amabilísimo Redentor, me habéis hecho verdaderamente dulces y amables las afrentas, aceptando tantos menosprecios por mi amor. Además, propongo para agradaros, hacer todo el bien que pueda al que me menospreciare, o al menos decir bien y rogar por él. Y desde este momento os suplico colméis de gracias a todos aquellos de quienes he recibido alguna injuria. Yo os amo, bondad infinita, y quiero amaros siempre cuanto pudiere. Amen.
CAPÍTULO VIII.
Sobre la flagelación de Jesucristo.
- Entremos ya en el pretorio de Pilato, que ha llegado a convertirse este día en horrible teatro de las ignominias y de los dolores de Jesús: veamos cuán injusto, ignominioso y cruel fue el suplicio que en él se ejecutó el Salvador del mundo. Viendo Pilato que los judíos continuaban en sus conmociones y alborotos tumultuosos contra Jesús, este juez inicuo le condena a ser azotado [Tunc ergo apprehendi Pilatus Jesum et flagelavit. Joann XIX, 1]. El juez de iniquidad creyó que por este bárbaro medio le conciliaría la compasión de sus enemigos, y así le libraría de la muerte. Yo le haré, pues, castigar, dice, y le libertaré [Corripiam ergo illum, et dimittam. Luc XXIII, 22]. La flagelación era un castigo reservado solo para los esclavos. Así pues, dice san Bernardo, nuestro amable Redentor no solo quiso tomar la forma de un esclavo para sujetarse a la voluntad de otro, sino también la de un mal esclavo para ser castigado con azotes, y pagar de este modo la pena merecida por el hombre hecho esclavo del pecado [Non solum formam servi accipiens, ut subesset, sed etiam mali servi, ut vapularer, et servi peccati pœnam solveret.].
¡Oh Verdadero Hijo de Dios, oh grande amigo de mi alma! ¿Cómo Vos, Dios de una majestad infinita, habéis podido amar a un ser tan vil y tan ingrato como yo, hasta el punto de sujetaros a tantos padecimientos para librarme de las penas que me eran debidas? ¡Un Dios azotado! ¡Mucho más hay que admirarse de un Dios sufrir la más pequeña pena, que de ver aniquilar a todos los Ángeles y hombres! ¡Ah, Jesús mío! Perdonadme ahora las ofensas de que me he hecho culpable para con Vos, y castigadme después como os agrade.
- Llegado nuestro amable Salvador al pretorio, según revelación de santa Brígida, se desnuda el mismo de sus vestidos por mandados de los verdugos, abraza la columna, y después extiende sus manos para ser atado en ella. ¡Oh Dios! Ya comienza el cruel suplicio.
¡Oh Ángeles del cielo! venid a presenciar este doloroso espectáculo; y si no os es permitido librar a vuestro Rey del bárbaro ultraje que le preparan los hombres, venid por lo menos a llorar de compasión. Y tú, alma mía, imagínate que te hallas presente a este horrible suplicio de tu amantísimo Redentor. Mira como tu afligido Jesús sufre con la cabeza inclinada, los ojos fijos en la tierra, todo cubierto de vergüenza, aquel indigno tratamiento. He aquí que aquellos, bárbaros, como otros tantos perros rabiosos, se arrojan armados de látigos sobre la inocente víctima. ¿Ves? el uno hiere el pecho; el otro las espaldas; este los costados; aquel las piernas. Pero ¿qué digo? ni aun su sagrada cabeza ni su hermoso rostro son perdonados. ¡Ay de mí! Ya su sangre divina corre por todas partes: ya están llenas de sangre las disciplinas, las manos de los verdugos, la columna y hasta la misma tierra [Laeditur, totoque flagris corpore laniatur; nunc scapulas, nunc crura caedunt; vulnera vulneribus, ac plagas plagis recentibus addunt. S. Petr. Dam.].
¡Ah crueles! ¿a quién os parece que habéis apresado? ¡Deteneos, deteneos! sabed que estáis engañados: este hombre a quien atormentáis, es un inocente, es un santo; a mí, que soy el culpable; a mí, que soy el que ha pecado, es a quien son debidos los azotes y los suplicios. Pero ¡ay! vosotros no me escucháis. Padre eterno, ¿cómo podéis permitir esta grande injusticia? ¿Cómo podéis ver a vuestro muy amado Hijo sufrir así, y no socorrerle? Pues, ¿qué crimen ha cometido que por él merezca un castigo tan vergonzoso y tan cruel?
- Es por los pecados de mi pueblo que yo le he castigado [Propter scelus populi mei percussi eum. Isai. LIII, 8.]. Yo sé bien, dice el Padre eterno, que este mi Hijo es inocente; más puesto que se ha encargado de satisfacer a mi justicia por todos los pecados de los hombres, conviene que Yo le abandone al furor de sus enemigos. Así, ¡oh mi adorable Salvador! para expiar nuestros pecados, y especialmente los pecados de impureza, que son los más comunes entre los hombres, Vos habéis querido que se rasgara vuestra carne virginal; quién pues no exclamará con san Bernardo: ¡oh caridad inefable del Hijo de Dios para con los pecadores [O ineffabilem Filii Dei erga peccatores caritatem.]!
¡Oh Jesús azotado! yo os doy gracias por tanto amor, yo estoy penetrado de dolor, porque yo mismo con mis pecados he ayudado a azotaros. ¡Ah, cuántos años ha que yo deberla arder en el infierno! Pero ¿por qué me habéis esperado hasta aquí con tanta paciencia? Vos me habéis soportado tanto, a fin de que algún día, vencido por todos estos excesos de amor, llegara yo a amaros dejando el pecado. Mi amantísimo Redentor, yo no quiero resistir más a vuestro amor; yo quiero amaros en adelante todo cuanto pudiere; pero Vos conocéis mi debilidad, conocéis la perfidia de que me he hecho culpable para con Vos. Arrancad de mí todas las afecciones terrenas que me impiden el ser todo de Vos. Recordadme frecuentemente el amor que me habéis tenido, y la obligación en que estoy de amaros. Yo pongo toda mi esperanza en Vos, mi Dios, mi amor, mi todo.
- La sangre divina corre, exclama llorando san Buenaventura, los cardenales se añaden a los cardenales, las heridas a las heridas [Fluit regius sanguis, superaddítur livor super livoren, fractura super fracturam.]. Ya fluía de todas partes esta sangre divina, ya este cuerpo sagrado no era sino una llaga, y con todo aquellos furiosos no cesaban de añadir heridas, como lo había predicho el Profeta [Et super dolorem vulnerum meorum addiderunt. Psalm, LXVIII, 27.] Por último, los azotes no desgarraban ya solamente todas las partes del cuerpo, sino que arrancaban también grandes pedazos de carne que hacían saltar a lo lejos; y en fin las carnes fueron de tal suerte rasgadas que los huesos podían contarse [Concisa fuit caro ut ossa dinumerari possent. Cont. Loc. Cit.] . Cornelio Alápide (in cap. XXVIII Matth.) dice que en este tormento Jesucristo debía naturalmente morir; pero por su divina virtud quiso reservarse la vida, a fin de sufrir mayores penas aun por nuestro amor. Y antes que él había dicho lo mismo san Lorenzo Justiniano [Debuit plane mori, sed tamen se reservavit ad vitam, volens graviora perferre.]. ¡Ah dulce Maestro mío! ¡Bien merecíais un amor infinito! Vos no habéis padecido tanto sino para que yo os ame. No permitáis que en vez de amaros llegue jamás a ofenderos y a desagradaros. ¡Ay de mí! ¿Habrá por ventura un infierno particular para castigarme a mi suficientemente, si después de haber conocido el amor que me habéis tenido, todavía me condeno miserablemente, con desprecio de un Dios menospreciado, abofeteado y azotado por mí, y que además me ha perdonado con tanta bondad después de haberle ofendido yo tantas veces? ¡Ah, Jesús mío, no lo permitáis jamás! Porque, ¡Oh Dios! Este mismo amor y la paciencia de que habéis usado conmigo serian para mí en el infierno otro infierno todavía más espantoso.
- Este suplicio de los azotes fue uno de los más crueles para nuestro Redentor, bien considerado que los verdugos que le azotaron fueron en gran número; porque según la revelación hecha a santa Magdalena de Pazis, no fueron aquellos menos de sesenta (In vita c. 6). Pues bien: incitados todos ellos por instigación de los demonios, y aún más por la de los sacerdotes, que temiendo que después de este tormento pondría Pilato en libertad al Salvador, como lo había prometido [Corripiam ergo illum et dimittam. Luc. XXIII, 22], se empeñaron en hacerle espirar bajo los azotes.
Además, todos los doctores convienen con san Buenaventura, en que aquellos malvados buscaron para esta ejecución los instrumentos más bárbaros, por manera que cada golpe hacia una llaga, como lo afirma san Anselmo, y las heridas llegaron a muchos millares; porque no le azotaron, como escribe el P. Graset, según la costumbre de los hebreos, a quienes el Señor había prohibido exceder del número de cuarenta golpes [Quadragenarium numerum non excedat, ne foede laceratus ante oculos tuos abeat frater tuus. Deut. XXV, 3.], sino según el uso de los romanos, que no tenían número fijo.
El mismo historiador Josefo, que vivió poco tiempo después de Nuestro Señor, refiere que Jesús fue tan cruelmente descarnado en la flagelación, que se le descubrieron las costillas; y esto mismo fue revelado a santa Brígida por la Santísima Virgen [Ego quæ astabam, vidi corpus ejus flagellatum usque ad costas, ita ut costæ ejus viderentur, et quod amarius erat, cum retraherentur flagella, carnes ipsius flagellis sulcabantur. Lib, I Revel. c. 10.]
A santa Teresa se le apareció Jesús azotado un día en la columna; y la santa quiso que un pintor se lo dibujara tan exactamente como ella lo había visto, y le dijo que sobre el costado izquierdo se representaba un gran pedazo de carne pendiente; más preguntándole el pintor enseguida en cual forma debía pintarlo, se volvió hacia el cuadro y halló el pedazo de carne ya formado (Cronc, dis: tom. 1, c. 14). ¡Oh mi amantísimo, mi adorable Jesús, cuanto habéis padecido por mi amor! ¡Ah, que tantos dolores, tanta sangre no sean perdidos para mí!
- Más por las Escrituras solas es fácil probar cuan inhumana fue la flagelación de Jesucristo. Y con efecto, ¿Por qué Pilatos después de los azotes lo mostró al pueblo diciendo: ¡Ecce homo, ved aquí el hombre! Sino porque nuestro Salvador estaba reducido a un estado tan lastimoso, que Pilato creyó que con solo verlo se moverían a compasión sus mismos enemigos, y no pedirían ya su muerte? ¿Por qué en el camino que Jesús anduvo después hasta el Calvario las hijas de Jerusalén le seguían llorando y lamentándose de él [Sequebatur autem illum multa turba populi et mulierum, quæ plangebant et lamentabantur eum. Luc. XXIII, 27.]? ¿acaso por qué estas mujeres se interesaban por él y le creía inocente? No, las mujeres ordinariamente participan de los sentimientos de sus maridos, y por eso ellas también quizás le juzgarían culpable; sino porque solo el ver a Jesús después de la flagelación movía a tanta compasión, que hasta se lamentaban los mismos que le aborrecían; véase porque las mujeres de Jerusalén dejaban correr las lágrimas de sus ojos, y arrojaban tan sentidos suspiros. ¿Por qué también en el camino le quitaron los judíos la cruz de los hombros, y la hicieron llevar al Cirineo, según la opinión más probable y tan claramente apoyada en el texto de san Mateo [Hunc angariaverunt ut tolleret crucem ejus. Matth. XXII, 32.] y de san Lucas [Et imposuerunt illi crucem portare post Jesum. Luc. XXVII, 26.]? ¿acaso porque ellos se compadecían de él y querían aligerar su pena? De ningún modo, porque estos hombres inicuos le aborrecían, y trataban de hacerle padecer todo cuanto pudieran. Pero, como dice el Beato Dionisio Cartujano, temían que se les muriera en el camino [Timebant ne moreretur in via. In cap. XXIII, Luc. ].
Veían que nuestro Salvador había perdido casi toda su sangre en la flagelación, y que estaba tan agotado de fuerzas que apenas podía sostenerse sobre sus pies, y andaba cayéndose en el camino bajo el peso de la cruz, por manera que a cada paso parecía estar, por decirlo así, en el momento de rendir la vida.
Por eso, con el fin de conducirle vivo al monte Calvario y de verle morir en cruz, como ellos habían resuelto, para que su nombre quedara infamado por siempre: arranquémosle, decían según la predicción del Profeta [Eradamus eum de terra viventium, et nomen ejus non memoretur amplius. Jer. XI, 19.], arranquémosle de la tierra de los vivientes, y que su nombre quede olvidado para siempre; por eso obligaron a Simón Cirineo a llevar su cruz.
¡Ah Señor! ¡Cuán grande es mi gozo al ver lo que me habéis amado, y al saber que ahora mismo me conserváis el propio amor que me tuvisteis al tiempo de vuestra pasión! ¡Más también cuán grande es mi dolor al pensar que yo he ofendido tantas veces a un Dios tan bueno! Por los méritos de vuestra flagelación ¡Oh mi Jesús! Os pido perdón. Me arrepiento del pecado más que de todo otro mal, y estoy resuelto a morir antes que ofenderos jamás. Perdonadme todas las injurias que os he hecho, y concededme la gracia de amaros siempre en adelante.
- El profeta Isaías nos ha pintado más claramente que otro ninguno el estado lamentable a que muy de antemano veía reducido nuestro Redentor. Él dijo que por los tormentos de su pasión su carne santísima no solo sería desgarrada, sino destrozada o partida en pequeños pedazos [Ipse autem vulneratus est propter iniquitates nostras, attritus est propter scelera nostra. Isai. LIII, 5.]. Así que, el Padre eterno, continúa el mismo Profeta, para dar a su justicia una más cumplida satisfacción, y para hacer comprender a los hombres la suma deformidad del pecado, no quiso darse por satisfecho mientras no vio a su Hijo despedazado, y casi espirando con los azotes [Et Dominus voluit conterere eum in infirmitate. Isai. LIII, 10.]. De suerte que el sagrado cuerpo de Jesús debía llegar a ser, como el de un leproso herido de la mano de Dios, una sola llaga desde los pies a la cabeza [Et nos putavimus eum quasi leprosum et percussum a Deo. Ibid., 24.] ¡Oh Jesús todo cubierto de llagas! ¡Ved aquí el estado al que os han reducido nuestras iniquidades! ¡Oh buen Jesús, exclama san Bernardo, nosotros hemos pecado, y Vos sois el castigado [O bone Jesu! Nos peccavimus, et tu luis. S. Bern.]!. Para siempre sea bendecida vuestra inmensa caridad, y Vos mismo seáis amado como lo merecéis de todos los pecadores, y en particular de mí que os he menospreciado más que todos ellos.
- Jesús azotado se apareció un día a sor Victoria Angelini, y mostrándole su cuerpo todo rasgado, le dijo: Victoria, todas estas llagas solo demandan vuestro amor. Amemos, pues, al Esposo, dice amorosamente san Agustín, porque cuanto más desfigurado nos parece, tanto más digno se ha hecho del amor y ternura de la esposa [Amemus sponsum, et cuanto nobis deformis comendatur, tanto charior et tanto dulcior factus est sponsæ.]. Sí, mi dulce Salvador, yo os veo todo afeado y cubierto de llagas. Yo contemplo vuestro hermoso rostro; mas ¡oh Dios! Ya no me parece bello, sino horrible, cárdeno, y todo sucio de sangre y de salivas [Non este ei species, neque decor; et vidimus eum, et non erat aspectus. Isai. LIII, 2]. Pero también, cuanto más afeado os miro ¡oh Señor mío! Tanto más hermoso y más amable me parecéis. ¿Y qué otra cosa son con efecto todas estas llagas que os desfiguran, sino otras tantas señales de la ternura de vuestro amor?
Yo os amo, Jesús mío, cubierto de llagas y desgarrado por mí. Yo también quisiera verme desgarrado por Vos, como tantos mártires que tuvieron esa dicha. Más si al presento yo no puedo ofreceros ni llagas ni sangre, os ofrezco por lo menos todas las contradicciones que me sucedieren; y os ofrezco todo mi corazón, y quiero amaros lo más tiernamente que pudiere. ¿Y qué otra cosa debe amar en adelante mi alma con más ternura, sino a un Dios azotado y desangrado por mí? Yo os amo ¡oh Dios del amor! Yo os amo, bondad infinita. Yo os amo y no quiero cesar de decir en esta vida y en la otra: Yo os amo, yo os amo. Amen.


