LUIS MANZANO: MONSEÑOR STRAUBINGER REIVINDICADO (XIV)

Johann_StraubingerMONSEÑOR STRAUBINGER REIVINDICADO

VOLO, SPERO ET AUTEM EXTENDAM

(XIV)

Continúo con los temas discernidos del libro «La Iglesia Patrística y la Parusía», del Padre Florentino Alcañiz, traducción del latín por el Padre Leonardo Castellani (Ediciones Paulinas, Buenos Aires, 1962), de acuerdo con el detalle desplegado en la entrega anterior.

Estaba desarrollando el siguiente tema:

Tema 2: Ocurrencia del Reino Milenario y su profesión común por los Padres Apostólicos.

Había desarrollado la doctrina expresada por los Padres de la Iglesia hasta el Siglo IV, y continúo ahora con el siglo V; como esta es la época en que se produjo el giro de 180 grados en el pensamiento de los Santos Padres, a partir de los pronunciamientos de San Jerónimo y San Agustín, para estos escritores sagrados en particular he de transcribir completo lo que de ellos habla el Padre Alcañiz:

Capítulo Quinto (El Milenismo en el Siglo V), apartado I (San Jerónimo), páginas 259-274:

«San Jerónimo es tenido por el principal adversario del milenismo, ya que nadie se lanzó contra él más veces ni con más acritud; por lo cual conviene detenerse más en él y pesar con cuidado todos los lugares donde toca el tema.

Palabras de S. Jerónimo: sobre Zacarías

En su «Comentario sobre Zacarías», cap. XXIV, 9, dice:
«Y será el Señor rey sobre la tierra; en aquel día será el Señor uno, y su nombre uno solo»… Esta construcción de Jerusalén y el surgir de las aguas del centro suyo que fluyan hacia ambos mares, los Judíos y los Cristianos Judaizantes se lo prometen para los últimos tiempos; cuando de nuevo haya de practicarse la circuncisión, la inmolación de víctimas y todos los preceptos de la Ley Mosaica, para que no los judíos, cristianos; sino los cristianos se vuelvan judíos. Dicen que en aquel día, cuando Cristo sederá a reinar en una Jerusalén de oro y gemas, no habrá ídolos ni religiones diferentes, mas será Señor uno solo y retornará toda la tierra «a la soledad» —es decir a su antiguo estado… Pone los nombres de los lugares, y desde que sitio hasta que otro se edificará Jerusalén… y habitarán en ella, dice; y el anatema no será más; es decir, ningún temor de ataques enemigos ni pánico alguno, mas será habitada y regida Jerusalén en reposo y eterna paz».

«Esto lo sueñan a la letra los judíos; y nuestro kilastai (kiliastas o milenistas) que tienen ganas de oír de nuevo el «creced y multiplicaos y llenad la tierra» del Génesis; y en compenso de la breve continencia y breve ayuno desta vida, se prometen vacas y vientres; y faisanes y francolines, no jónicos sino judaicos de quienes realmente podría repetir el Señor: «No permanecerá mi espíritu en los hombres estos, porque carne son» (Génesis, VI, 5). (Traduzco débilmente por «vacas y vientres» un juego de palabras latinas que hoy en día sonarían muy indecentes: gran estilista es el Dálmata, pero bastante zafado). Porque la carne pugna contra el espíritu y el espíritu contra la carne (Gálatas V, 17). Y no nos opongan lo que en su Apocalipsis, capítulo XX, nos enseña Juan; porque eso hay que entenderlo espiritualmente. Mas nosotros interpretamos LA IGLESIA como la Jerusalén celeste, la cual caminando en carne no vive según la came; y cuya ciudadanía del cielo es».

Adviértanse dos cosas: primera, que aquí se habla de aquel milenismo que entiende las palabras de Zacarías en sentido crudamente literal, y encima estatuye «victimas y todos los preceptor de la Ley Mosaica» no menos que convites y tratos conyugales entre los resucitados; o sea, el milenismo más craso. Segundo, que esta doctrina según el Jerónimo no solamente por los judíos sino también por los cristianos «judaizantes» era propugnada —»nuestros kilastai» como los llama— afirmando así que había católicos milenistas carnales.

Dice después explicando el versillo 16 del mismo capítulo, a saber:
«Y todos los que quedaron de las gentes todas que vinieron contra Jerusalén, subirán cada año a adorar al rey Señor de los Ejércitos y a celebrar la fiesta de los Tabernáculos…» También esto los Judíos con quebrada ilusión se prometen en el reino de los mil años. Y aunque las familias de los egipcios no subirán… Todo esto que con rápida pluma recorro, los Judíos y los Judaizantes nuestros (no nuestros mientras judaícen) lo esperan en forma corporal por cierto; y prometiendo circuncisiones y tálamos en el imperio de los mil años, no sea se vaya a cumplir en ellos aquella maldición: «Maldita la estéril que no hace vástagos para Israel» (Is., XXXI, 9). Que si lo que dicen es verdad, todas las que el reino milenario encontrare vírgenes o bien incurrirán en la maldición de la esterilidad perpetua, o tendrán que casarse para evitar la maldición… » (M. L.,
XXV, 1535, 1538).

Se trata pues del milenismo craso, al cual profesan según Jerónimo «los judíos y los judaizantes nuestros, no nuestros mientras judaícen». Destas palabras parece colegirse Jerónimo incrimina de herejía a aquellos milenistas católicos que se rehúsa llamar «nuestros».

Sobre Joel

En el Comentario a Joel, escribe San Jerónimo sobre el III, vers. 7 y sig. que dicen : «He aquí que Yo los resucitaré del sitio donde los vendisteis. Y revolveré la retribución vuestra sobre la cabeza vuestra»

Dice el Santo: «Ellos, los Judíos, y nuestros judaizantes y los que se prometen un reino de mil años en el perímetro de Judea, y la Jerusalén de oro, la sangre de los sacrificios, con hijos y nietos y deleites increíbles, y puertas incrustadas de gemas preciosas —ellos este texto aplican a ese ilusorio Reino. Mas nosotros digamos que el Señor ya resucitó después de su encarnación; y resucita cada día y resucitará sin termino a los que el error multiforme habrá llevado cautivos» (M. L., XXV, 982).

Como se ve se trata otra vez del milenismo carnal atribuido por nuestro Doctor a los judíos y «nuestros judaizantes».

Sobre Isaías

Explicado Isaías L. IV, 11: «Yo extenderé por orden las piedras tuyas… » dice: `»Respondan los amantes de la letra que mata, los preparantes de exquisitos manjares de gula y lujuria durante mil años, cuyo dios es el vientre y cuya confusión glorificará a Dios (Filipenses III, 19) los que esperan segunda venida del Salvador en gloria terrena, y los niños de cien años y la injuria de la circuncisión, y la sangre de los sacrificios y el perdurable Sábado; los que dicen perversamente como Israel: Comamos y bebamos que mañana… reinaremos; RESPONDAN cuál es esta celeste Jerusalén de que aquí se dice : «Yo extenderé tus piedras por orden». (Sigue disertando profusamente sobre estas piedras, y al final dice:) Hemos ofendido la brevedad que es tan buena en todo. Nosotros que de ninguna manera buscamos en la tierra, como nuestros judíos y semijudíos, la ciudad de Dios, sabemos de sobra que ella está en el cielo, en el monte de Cristo» (M. L., XXIV, 522).

Otra vez milenismo craso de «nuestros semijudíos».

Sobre aquello otro de Isaías (LV, 2) : «Oíd, oyentes míos y comed el bien y se deleitará en la pingüez el alma vuestra…»; añade Jerónimo: «por tanto, no como los kilastai abundancia de riquezas se promete al alma, ni manjares delicados y pingüez corporal, faisanes y palominos, mosto y vino, belleza de mujeres y enjambres de hijos, sino a aquellas delicias a que el Señor nos invita místicamente diciendo : «Deléitate en el Señor y Él te dará las peticiones de su corazón» (Psalmo
XXXVI, 4).

De modo que San Jerónimo moteja siempre el milenismo craso, opinión que atribuye a bulto y carga cerrada a todos los milenistas. No menos que una docena de lugares más, idénticos a estos, podrían aducirse del Comentario de Isaías (XIX, 22; XXV, 1; XXXV, 3; LIV, 1; etc., etc.). A Jeremías (XXXI, 38). A Ezequiel (XXXVIII). A Oseas (II, 15). A Joel (III, 16), en su Epístola a Hebidia y su homilía sobre San Mateo XIX— en todos los cuales saltan alusiones breves al milenismo, con las mismas ideas precedentes.

«Nuestros judaizantes»

Como se ve San Jerónimo golpea acerbamente al milenismo craso que atribuye a los judíos y a los que llama continuamente «nuestros judaizantes» y «los semijudíos». ¿Quiénes son estos semijudíos? Pues son los Santos Padres que vimos hasta ahora y todos los fieles que los siguen. Como se ve por todas sus palabras, San Jerónimo suncha juntos a todos los milenistas católicos en un paco sin que nunca venga a sus mientes la distinción entre el milenismo carnal y espiritual. Lo cual para dejar fuera de duda, transcribiremos un párrafo del Com. a Ezequiel (XXXVI, — M. L., XXV, 338) harto explícito.

«Y como sería enojoso ahora perseguir largamente el dogma judaico y la beatitud del vientre y del paladar judaico, que codicia todo lo terreno y dice: comamos y bebamos, del cual el apóstol dijo: pasto del vientre y vientres para el pasto (I Corintios VI, 13),
brevemente pasemos al sentido espiritual, según el cual ya hemos interpretado gran parte de Isaías. Puesto que no esperamos la Jerusalén de oro y gemas de las fábulas judaicas, que ellos llaman «deutéroseis» (o sea, tradicionales) ni vamos a soportar la injuria de la circuncisión, ni sacrificar a Dios toros y borregos, ni dormir en ocio todo el Sábado. Lo cual prometen muchos de los nuestros, y principalmente el libro de Tertuliano intitulado… y Lactancio y Victorino Petabionense… y nuestro Severo… etc. Y entre los griegos juntaré al primero el último nombre con Ireneo y Apolinar…»

Más claro no es posible. San Jerónimo atribuye el milenismo craso que tanto lo irrita a los grandes Padres de la Iglesia Latina, desde Tertuliano a Sulpicio Severo, de los cuales menciona los principales. Y para que no haya resquicio de confusión enyunta al final el milenismo de San Ireneo con el grosero kiliasmo del hereje Apolinar.

Se corrobora con el largo párrafo antimilenista del Prefacio al libro XXXVIII del Comentario a Isaías, que reza:

«No ignoro cuánta es entre humanos la diversidad de sentencias. No digo ya acerca del misterio de la Trinidad, cuya recta confesión significa desconcertar la ciencia, sino de otros dogmas de la Iglesia: el de la Resurrección, del futuro estado de las almas y la came humana, de las promesas de lo porvenir, cómo deban entenderse, y cómo debe interpretarse el Apocalipsis de Juan, el cual si lo entendemos literalmente, no queda más sino judaizar; mas si lo entendemos espiritualmente, como se debe, entonces nos hallamos en contradicción con muchos Antiguos, Tertuliano, Victorino y Lactancio, de los Latinos; y de los Griegos, omitiendo el resto, mentaré solamente al Obispo de Lion, Ireneo; contra el cual el elocuentísimo Dionisio, Pontífice de la Iglesia Alejandrina escribió un elegante libro.. —(error de Jerónimo; el libro no es contra Ireneo sino contra Nepote; y por lo demás, ninguno de los dos responde en su milenismo a la descripción que se sigue)— riéndose de la fábula de los mil años, de la Jerusalén de oro y gemas en la tierra, de la restauración del Templo, la sangre de los sacrificios, el descanso sabático, la injuria de la circuncisión, las nupcias, los partos, las crianzas de hijos, delicias de convites y tiranía sobre todos los gentiles; y encima guerras, ejércitos, triunfos, matanzas de los derrotados y la muerte del pecador de mil años…

«A cuyos dos volúmenes contestó Apolinar (milenista craso) al cual no solamente los secuaces de su secta han seguido, sino también de los nuestros «ingente multitud» (plurima multitudo)
de modo que ya voy viendo venir con ojos présagos la tempestad de rabia contra mí de muchos. A los cuales no envidio si aman tanto la tierra que desean lo terreno hasta en el Reino de Cristo; y después de la carga de comida y el relleno de la gula y el vientre, se ponen a buscar lo del bajo vientre» (M. L. XXIV, 627).

A todos los milenistas católicos atribuye pues Jerónimo el más crudo kiliasmo kerinthiano. (Como a un toro el trapo rojo, lo saca de quicios el solo nombre de sus adversarios. Esta inquina del Santo causa principal del abandono (hasta qué punto, más tarde veremos) del milenismo por San Agustín, deberá ser explicada históricamente. No se trata de una desas manías inocentes propiedad de todos los escritores. ¿Habrá hecho estragos el kiliasmo carnal entonces en las Iglesias conocidas por Jerónimo? ¿O será solamente el temperamento puritano y peleador del tempestuoso friulano?)

Grave objeción

Aquí San Jerónimo no dejaba de ver que se le alzaba una objeción grave: pues si a una mano tantos Padres y Doctores y aquella «ingente multitud» de fieles abrazaba el «milenismo judaico»; y a otra mano, esa doctrina era judaica, hay que decir que todos ellos cayeron en herejía. ¿Qué responde Jerónimo a este obvio reparo?

En el Comentario a Jeremías (XIX, 10) explicando aquellas palabras: «Y quebraréis la vasija… Así quebraré este pueblo y esta ciudad, como se quiebra un vaso de cerámica, que no se puede remendar», dice el Santo:
«Patentemente no habla de cautividad babilónica sino de la romana: ya que después de la babilónica se reconstruyó la ciudad, volvió el pueblo a Judea y las prístinas abundancias se renovaron. Pero después de la cautividad que le sobrevino bajo Vespasiano y Tito, y más tarde bajo Adriano, las ruinas de Jerusalén permanecerán hasta el fin del mundo; aunque es verdad que los Judíos creen en la restitución de una Jerusalén de oro y gemas, y de nuevo víctimas y holocaustos, y casamientos de los Santos y el Reino terreno de Cristo Salvador: cosas que, aunque no sigamos, no podemos empero condenar, porque muchos de los varones eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido, y a Dios se reserve la resolución» (M. L. XXIV, 801).

Esta solución enaltece la reverencia de Jerónimo hacia los Padres y Mártires; pero espanta que no ose «condenar» aquel milenismo grosero y judaico de que habla —aquí como doquiera. Pues admitir entre los Santos resucitados «nupcias, francachelas, relleno de panzas y circuncisión y sacrificio de toros» y lo demás que el Santo atribuye a los milenistas católicos ¿quién no ve que a orejas católicas rechina? Sin embargo, puesta la angostura en que el Santo Doctor se ha metido, la solución es un ten con ten pasable, sino muy airoso.

La solución real

El que considere lo precedente verá fácil que la angostura en que se metió San Jerónimo, que lo lleva a dar una conciliación contradictoria, es del todo irreal. Bien puede «condenar» tranquilamente el kiliasmo craso sin empacharse en «los santos varones y mártires a quienes reverencia», pues ellos jamás lo tuvieron ni enseñaron, sino otro muy diverso; lo mismo que la «ingente multitud» de fieles. Pues como hemos visto en el decurso desta obrita los Padres Milenistas jamás sostuvieron la doctrina que Jerónimo les cuelga. Los matrimonios, los sacrificios, circuncisiones y demás pertenencias de la ley Judaica, ni a uno solo de los Padres milenistas ocurre atribuir a los santos resurrectos. Comida y bebida les conceden San Papías y San Ireneo; de ningún otro puede decirse lo mismo; al contrario muchos paladinamente lo excluyen.

No se puede creer que Jerónimo haya leído las obras de Padres Milenistas que nosotros ignoramos pues las obras de Ireneo y Lactancio que él leyó y expresamente alega, las poseemos íntegras; y allí no se enseña lo que el Santo Doctor alega; la obra de Tertuliano a que alude nominatim se ha perdido, pero nos queda otra posterior donde ni sombra de milenismo craso se halla, antes al contrario, el Africano insiste en las «delicias espirituales» de los Santos después de la resurrección. Finalmente existen otros testimonios del todo fidedignos, como el de Gennadio por ejemplo, en que lisa y llanamente y sin hervor oratorio se describen las notas peculiares del milenismo de cada uno de los Padres sin que aparezcan para nada las groserías que Jerónimo reseña, como se puede comprobar en lo hasta aquí dicho.

Disculpa de San Jerónimo

El error de San Jerónimo se explica fácil. Primeramente, Ireneo y Papías propinan comida y bebida (néctar y ambrosia a la helena) a los cuerpos gloriosos de donde con hipérbole oratoria quizás se pudo extender esa peregrina opinión restricta a todos los milenistas. El error acerca del matrimonio pudo ocasionarse porque los milenistas antiguos, de los «viadores» o mortales apenas se ocupan; de donde si no se lee muy atento, se puede asumir que no habrá viadores; y luego al leer acerca de la progenie y las nupcias —que pertenecen a los viadores— leerlas como de los resucitados.

En cuanto a la circuncisión y demás pamemas de la Ley Vieja, la ocasión pudo ser que no pocos milenistas al hablar de la Jerusalén reconstruida
añaden «tal como dice Ezequiel y Juan Apokaleta»; pero ocurre que luego de la reconstrucción de Jerusalén, el profeta Ezequiel se pone a hablar de los sacrificios de modo que puede ocurrir fácil en la mente de un lector la contaminación del capítulo de Jerusalén por el otro siguiente.

Lo de la Jerusalén de oro y pedrerías que obsesiona a San Jerónimo tiene su fundamento en que algunas palabras de algunos exégetas milenistas parecen tomadas en sentido material de las metáforas del Apocalipsis —en donde realmente no falta ni el oro ni la pedrería; por más que la mayor parte de los milenistas, o no hablan del caso, o vagamente afirman que Jerusalén será hecha por Dios, tal como Ezequiel y San Juan lo prometen sin meterse a determinar mucho si todo lo que allí se describe deberá tomarse literalmente o no.

A otra mano, dada la propalación del milenismo falsificado hecha por los heretizantes, no es de sorprender que muchos fieles simples devinieran confusos acerca de la distinción entre milenismo espiritual antiguo y su corrupción por Kerinthos y se contaminasen en mayor o menor grado. Por esta última causa estimamos haber sido útil a la Iglesia las acres sí que exageradas impugnaciones de San Jerónimo; no fuese que la versión carnal y judaica de los herejes que permeaba por todo, indujese en error a los fieles a causa de su semejanza y facilidad. Pues incluso los milenistas deben reconocer que esta versión fácil ponía en peligro inmediato a neófitos recién convertidos del Judaísmo, o embutidos de reminiscencias paganas.

Hay que conceder también a los milenistas que san Jerónimo por su autoridad entre los coevos y los posteriores escritores eclesiásticos fue causa de la subsiguiente mutación en la exégesis y la confusión que hasta lo presente reina —como veremos.

(En suma, es palpable que tanto la literatura como la enseñanza popular era ambigua en todo este tiempo; y Kerinthos con Apolinar y otros cabecillas «judaizantes» habían introducido no poca confusión; lo mismo que hoy día por ejemplo la acción de los escritores protestantes y «naturalistas» en la literatura «cristiana».) (Castellani)

Una sentencia media

Para esclarecer del todo la mente de San Jerónimo en este asunto, séanos permitido reproducir todavía un trozo del ya mentado «Comentario sobre Isaías». Explicando el Santo Doctor el espléndido capítulo que comienza: «Levántate, ilumínate Jerusalén —Porque llega la luz tuya… » (LX) dice así:

«Los judíos y nuestros semijudíos, que esperan de los cielos la Jerusalén áurea y gemada y la pretenden por mil años reinante en el futuro; cuando todas las Gentes le rendirán servidumbre; y los camellos de Madián y de Efa, viniendo de Sabá, le conducirán incienso y oro; y todas las ovejas de Cedar y los borregos de Navajoth le serán arreados juntos… Y también de las islas, sobre todo de las nuevas de Tarsis (¿América?) volarán sus hijas como palomas, trayendo riquezas en oro y plata; y se reedificarán los muros de la Ciudad Santa, y sus puertas siempre abiertas… para el Templo nuevo, lleno de alegría sempiterna… y sus Príncipes en paz perpetua y sus Obispos rigiendo sus pueblos en la justicia (y prosigue glosando lo que en esos capítulos se describe eligiendo lo que es material y grueso)… Esto dicen ellos, que desean los deleites terrenos, la hermosura de las mujeres y la multitud de los hijos, cuyo dios es el vientre y cuya confusión será gloria de Dios (Filipenses III, 19); cuyos errores aquellos que con nombre cristiano los aceptan confiesan que son judíos o poco menos. Mas otros afirman que todas estas ventajas estaban prometidas materialmente a los Judíos, si hubiesen recibido a Aquel que les dijo: «Yo soy la luz del mundo…» (Juan VIII, 12). Pero nosotros es bien creamos todo eso se ha dicho alegóricamente de la Universal Iglesia… Mas hay quienes posponen todas estas cosas —que nosotros creemos después de la Primera Venida del Salvador en parte se han cumplido y la otra parte ha de cumplirse íntegramente— para un tiempo futuro innominado; cuando entrada en la Iglesia la plenitud de las Gentes, todo Israel sea redimido (Romanos XI). Sentencia que en modo alguno debemos reprobar, con tal que no se entienda carnalmente…»

Una nueva sentencia aparece pues aquí, que ya en tiempo de Jerónimo era sostenida; según la cual el capítulo LX de Isaías —y por ende todos los lugares paralelos que a él responden en todos los Profetas— debe llenarse después de la conversión de los Judíos que será en un futuro tiempo incierto.
Esta sentencia según Jerónimo no se debe reprobar con tal que se entienda «espiritualmente». Ahora bien, si memoramos únicamente dese capitulo las cosas que son espirituales netas, tenemos:

«Los gentiles vendrán hacia tu luz,

y reyes a ver el resplandor de tu nacimiento. (3)

Entonces lo verás, y te extasiarás;

palpitará tu corazón y se ensanchará;

pues te serán traídas las riquezas del mar;

y te llegarán los tesoros de los pueblos. (5)

Porque la nación y el reino

que no te sirvan, perecerán, (12)

Vendrán a ti, encorvados,

los hijos de los que te humillaron,

y se postrarán a las plantas de tus pies

todos los que te despreciaron; (14)

Por cuanto estuviste abandonada y aborrecida,

sin que nadie te frecuentase,

haré que seas la gloria de los siglos,

el gozo de todas las generaciones. (15)

No se oirá más hablar de violencia en tu tierra,

de desolación y ruina en tus confines; (18)

El pueblo tuyo

se compondrá solamente de justos

y heredarán para siempre la tierra; (21)

El más pequeño vendrá a ser mil,

y del más chico saldrá una nación poderosa.» (22)

Todo esto, patentemente significa un Reino de Cristo absolutamente universal en extensión, y en interna perfección esplendidísimo.

Por otra parte, según la exégesis de San Jerónimo y comunísima entre los Padres, la conversión
de los Judíos se obtendrá por la predicación de Elías, que será en tiempo del Anticristo.

Si pues Isaías describe el estado de la Universal Iglesia después de la conversión de Israel, síguese pues (de acuerdo a esta opinión) después del Anticristo no sobrevendrá inmediato el Juicio Final, sino más bien un Reino universal próspero y espléndido.

Esta opinión no es, según Jerónimo, «en modo alguno reprobable».

Sin embargo, él personalmente sostiene todo lo de Isaías LX «se cumplirá íntegramente» antes del Anticristo.

«Ingente multitud».

Finalmente por testimonio de San Jerónimo conocemos la opinión de otros acerca del milenismo. En el tiempo precedente «muchos antiguos» (Praef. In Is.) «muchos varones eclesiásticos y mártires» (In Jerem., XIX, 10) siguieron esta opinión según el Santo Doctor. Mas en su tiempo, o sea en el siglo V, «ingente multitud de los nuestros, de tal modo que ya estoy viendo venir la tempestad de rabia que se desatará contra mí.» (Praef. In Is.).

Destas últimas palabras se colige que muchísimos tenían el milenismo, y ciertamente con ánimo no muy tibio, si Jerónimo presagia que van a recibir sus impugnaciones (bastante rabiosas) con rabia.

De lo dicho y otros muchos testimonios queda claro el error de algunos Antikiliastas (ver ejemplo Enciclopedia Espasa, articulo MILENARISMO) que afirman en el siglo V ya no quedaba ningún milenista

Capítulo Quinto (El Milenismo en el Siglo V), apartado II (San Agustín y San Casiano), sección A (San Agustín), páginas 275-280:

San Agustín milenista

«Hay que distinguir en San Agustín dos tramos; en el primero profesó el milenismo; en el segundo se retiró dél, sin condenarlo. La divisoria exacta de los dos tramos no se conoce; porque la fecha de sus escritos milenistas no consta; consta sí que en el año 426, donde data el libro XX de su Civitate Dei ya no enseña el milenismo. Cómo fue el milenismo de Agustín saltará de sus palabras: en un sermón titulado «de la Domínica de la Octava de Pascua«, dice el Santo:

«Este día octavo significa la nueva vida en el fin deste siglo, mas el séptimo significa el futuro descanso de los Santos en esta Tierra nuestra: ya que reinará el Señor con sus Santos en la Tierra, como predicen las Escrituras; y aquí mismo la nueva Iglesia, donde ninguno entrará injusto, estará separada y purgada de todo contagio malvado; lo cual significan los 153 pescados aquellos (Juan XXI, 11) de los cuales si mal no recuerdo antaño prediqué…

«Entonces la Iglesia aparecerá por primera vez en gran claridad y dignidad y justicia; no se usará embaucar ni mentir ni revestirse de piel de oveja. Vendrá pues el Señor, como está escrito, e iluminará lo escondido en las tinieblas y manifestará lo oculto de los corazones, y entonces a cada uno la alabanza será del Señor (I Corintios IV, 5). Los inicuos ende no estarán porque serán segregados. Entonces como la masa purgada aparecerá, como en la trilla, la multitud de los Santos, y así será repuesta en los horreos de la celeste eternidad. Pues como el trigo primero donde fue trillado allí se hacina; y el lugar donde la mies pasó a la trilladura para purgarse de la paja se hermosea con la dignidad de la masa purgada; puesto que vemos en el área después del cernido el montón de paja a una parte y el de trigo a la otra. Adonde se destinaba la paja ya lo sabemos, y cómo a los agrícolas el trigo hace alegría. Del modo pues que aparece en el área el trigo de la paja segregado, y habiendo hecho alegría aquella pos tantos trabajos depurada colina que yacía en la paja, que no aparecía cuando se trillaba; después es mandada al granero y en secreto sepultada— así en este siglo veis cómo se trilla este área mas la paja
talmente misturada al grano siempre, que difícilmente se distingue, porque aún no ha sido venteada. Así pues después del venteo del Juicio aparecerá la parva de los Santos fulgente en dignidad, poderosa en méritos y ostentando ante sí la misericordia de su Libertador. Y este será el Séptimo día».

«Como si dijéramos que el primer día en todo el tiempo deste ciclo es la época de Adán a Noé; el segundo de Noé a Abrahán; el tercero de Abrahán al Rey David; el cuarto de David a la transmigración babilónica; el quinto de la transmigración a la llegada de Cristo Jesús Señor Nuestro (Mateo II, 17). Desde la venida de Cristo marcha el sexto, en el sexto estamos. Y así como a imagen de Dios fue formado el hombre en la génesis en el sexto día (Génesis I, 26) así en este tiempo que es el sexto deste ciclo, nos renovamos en el bautismo para recibir la imagen de nuestro Modelador. Mas cuando pasare este sexto día, vendrá el descanso después de aquel venteo; y «sabatizarán» los santos y justos de Dios. Después del séptimo empero, cuando haya resplandecido en el área la dignidad de la mies, digo el fulgor del mérito de los Santos, iremos a aquella vida y aquel reposo de que está escrito «Lo que ojo no vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, esto tiene Dios preparado para los que le aman.» (I Corintios II, 9). Y así se retorna al origen. Pues así como pasados los siete días se llega al octavo que es a la vez primero, así terminadas y cumplidas las siete edades deste ciclo fugitivo, volvemos a aquella felicidad inmortal de la cual resbaló el hombre. Y por eso las octavas completan los misterios de nuestra infancia… » (Sermón 259, M. L. XXXVIII, 1197).»

Aquí, como se ve claro, se enseña el milenismo; un milenismo más aparentado a la Epístola de Barnabas que al libro del Apocalipsis, porque el reino de los Santos en la tierra, que después de aquel «venteo» o trilla comienza, no parece contener mortales viadores.

A la mera lectura se ve que ni rastro de crasitud contiene el milenismo del Agustín.

Milenismo espiritual y craso

Más tarde, en Ciudad de Dios libro XX, c. VII que Agustín escribió cuatro años antes de morir (426) retractó esta sentencia. Pues explicando el decantado vigésimo capítulo del Apocalipsis, que de las resurrecciones trata y el reino milenario, escribe el Santo:

«Algunos, por las palabras deste libro, conjeturaron ha de haber una primera resurrección corporal; y tocados sobre todo por ese número de mil años que allí se pone; como si hubiera de haber para los santos un «sabatismo» desa duración; es decir, una vacación santa después de los trabajos de seis mil años desde que el hombre fue creado, y por el reato de aquel magno pecado fue despedido del feliz paraíso a las penas desta mortalidad; y puesto que está escrito : «Un día ante el Señor como mil años; y mil años un día ante el Señor» (II Pedro
III, 8) cumplidos seis mil años como los seis días
se siga aquel como sábado en los mil años postrimeros; y para gozar deste Sábado resuciten los Santos… La cual doctrina sería pasable, si en aquel Sábado estatuyesen algunas delicias espirituales a venir para los Santos por la presencia de Dios. Pero cuando dicen que los tales resurrectos se entregarán a moderadísimos manjares carnales, tanto del comer como el beber, de modo que no sólo sobrepasan la decencia sino toda posible credulidad, esto sólo puede ser creído por hombres carnales. Mas los que son espirituales llaman a estos carnales kiliastai con termino griego; que yo traduciría Milenistas a la letra. Refutar a estos en detalle sería muy largo; mas bien cumple exponer con qué criterio deba la Escritura interpretarse».

Después el Santo expone los capítulos del Apocalipsis con criterio alegorista, poniendo los pies en las huellas del donatista Tyconio (como veremos en Apend. II) que fue el inventor deste criterio.

Netamente San Agustín distingue aquí ambos milenismos, carnal y espiritual; este que atribuye goces espirituales, el otro «inmoderadísimos jolgorios», tales como ni entre los paganos vigían, a los Santos resucitados; y su sentencia acerca de uno y otros es diferente; pues del segundo dice que «solo pueden creerlo los carnales»; del primero añade «que parece pasable… pues nosotros mismos lo profesamos un tiempo».

Además San Agustín nota que el nombre kiliastai o «milenistas» en su tiempo se daba solamente a los crasos; lo cual debe tenerse muy ante los ojos
para entender bien a los autores que escribieron en ese tiempo y los subsiguientes.

¿Por qué mudó sentencia?

Como vimos San Agustín abrazó primero la sentencia milenista, porque creíblemente era general entonces en la Iglesia africana, o casi general; ya que ningún antimilenista aparece allí y por contra muchos milenistas, como Tertuliano, Lactancio, y Commodiano; y además habla del milenismo talmente como de cuestión discutible.

¿Cuál fue la causa porque Agustín cambió su primera sentencia?

Con certidumbre no lo sabemos, porque él no lo dijo; conjeturamos que por doble causa:

Primera, por el peligro del milenismo carnal, que a causa de los escritos del Obispo Apolinar se extendía grandemente, arrastrando a muchos católicos a «judaizar» como decía Jerónimo.

Segunda, la autoridad del anciano Jerónimo.

Nos consta cuánta deferencia mostraba el joven Agustín a la exégesis del ermitaño de Palestina; ahora bien, varios años antes que el Africano escribiera la Ciudad de Dios, circulaban ya los comentarios a los Profetas, de Jerónimo; en el cual abundan las acerbas impugnaciones de todo milenismo, que en la mente de San Agustín no pudieron menos de influir muchísimo.

Podremos estar de acuerdo o no con esta interpretación que hace el Padre Alcañiz sobre la virazón de estos dos grandes Santos y Doctores (yo la comparto plenamente), pero no se puede negar que tiene un criterio certero y ajustado, que se deriva pulcramente de las propias palabras de ambos escritores, los que se apartaron del Milenarismo sin expresar condena alguna contra esa doctrina… lo mismo que también ha omitido hasta el presente el Magisterio Pontificio, que nunca anatematizó el Milenarismo bíblico. (Manzano)

Capítulo Sexto (Símbolos, Resumen de la Doctrina Patrística, Apéndices y Cuadro General), apartado I (Símbolos de la Fe), sección A (Credo Apostólico – Símbolo Atanasiano), páginas 295-301:

CREDO APOSTÓLICO

Milenistas

«Los milenistas arguyen así:

«En el Credo forma oriental se dice Cristo vendrá a juzgar a los vivos y los muertos, cuyo reino no tendrá fin. Ahora bien, si no se admite el Reino milenario, se trata del Reino de los Cielos, o sea, es la vida eterna. ¿Por qué añadir otro artículo que dice: «Creo en la vida eterna», o perdurable?

«En los «símbolos» cuya principal condición debe ser la brevedad, no son lícitas repeticiones superfluas.

«Además, aquellas palabras «juzgar a los vivos y los muertos» no parecen significar el Juicio Universal en el sentido de los alegoristas; porque este Juicio en el sentir de la Iglesia y todos los católicos tiene lugar después de la resurrección de la carne; y el Juicio del Credo de los Apóstoles está colocado antes; pues dice primeramente «vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos» y al final añade «y en la resurrección de la carne». Este orden del Credo va al revés de la doctrina alegorista.

«En cambio este orden coincide con la milenística; pues según esta, primeramente viene lo que dice San Pablo en II Timoteo IV, 1: «… juzgará a vivos y a muertos, tanto en su aparición como en su reino;… »; y al final deste Reino temporal, la resurrección general y el Juicio de todos; que quizás sea todo el período llamado Mil Años (sean cuantos fueren) y no un «día» solo (!) de 24 horas; pues «el día del Señor» en la Escritura no significa un día de 24 horas.

«También «juzgar» en la Escritura muchísimas veces significa «reinar», dado que los reyes antiguos eran simplemente el «Juez» que «daba a cada uno lo suyo» lo cual constituye la virtud de la Justicia. Cristo empero por su reino juntamente reinará y juzgará porque infligirá castigo al Anticristo y secuaces y a los justos resucitará y coronará; y después la Resurrección general y el Juicio Final no serán sino el acto final y finiquito de su Reino; y por eso rectamente en el Credo se puso al final.

«Según la sentencia contraria, el orden del Credo queda turbado y disonante, ya que pone primero lo que en la realidad de las cosas (según todos) suceder ha posteriormente.

«Tercio, añaden los milenistas, la frase «juzgar vivos y muertos» no tiene buen sentido en la sentencia contraria, pues si acaece pos la resurrección, no hay ya vivos que juzgar, siendo todos muertos… y revividos; o bien no hay muertos, como quieran.

«Mas si se quiere hacer significar «justos y pecadores» al inciso «vivos y muertos» surge el incómodo de que el modo de hablar por metáforas es máximamente ajeno a los símbolos, en donde se presume expresar los dogmas principales con la mayor brevedad, claridad y derechura.

«Mas en la sentencia milenista, esas palabras corren lo más bien: pues son juzgados los vivos, y son juzgados los muertos (o resucitados) en el Segundo Advenimiento; y por cierto en el orden que el Credo dice: pues primero se juzgan los vivos, puesto que el reinar y su implicación el juicio se ejercen sobre los vivientes; y después se juzgan los muertos por medio de la resurrección general.

«Mas después del Juicio Final será la vida eterna, la cual vida no es destrucción del Reino de Cristo sino compleción; de modo que en recto sentido el Reino Milenario no tendrá fin; lo que verifica las palabras del Credo: «cuyo Reino no tendrá fin».»

SÍMBOLO ATANASIANO

Milenistas

«Hablan así: este Credo probablemente pertenece a San Ambrosio, el cual fue milenista como sabemos; de donde cabe colegir que no redactó un Símbolo que condenara su propia doctrina. Considerado atentamente, es muy de notar que no tiene la palabra «in cujus adventu» sino el acusativo «ad cujus adventum» que es partícula de movimiento, en tanto que el IN con ablativo significa reposo o estado, como el castellano «en casa» y «a casa». Vigilantemente ha sido elegida la partícula AD para significar que la resurrección de todos no ha de tener lugar EN el preciso momento de la llegada de Cristo, sino que desde allí empieza A moverse; por todo aquel tiempo que con toda propiedad llamarse puede «Venida de Cristo» «…per adventum ipsius et regnum ejus», que dice San Pablo con otra partícula de duración.

«Segundo, aunque se coloque la partícula IN, nada seguiría contra el milenismo: pues el «Retorno de Cristo» y el «Día del Señor» son equivalentes en la Escritura; ahora «el día del Señor» según San Pedro (I Pedro III, 10) hablando de los últimos días, «es como mil años».

«Y es sabido que generalmente en las palabras de Cristo como en la de los antiguos Profetas las palabras «entonces, en aquel tiempo, en aquellos días, los tiempos… » deben leerse con suma cautela, pues con frecuencia expresan larguísimos lapsos de tiempo; como por ejemplo Joel en II, 28 con la expresión «en aquellos días» ayunta la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles con la Segundo Venida de Cristo.

«Ahora bien, como de los últimos eventos del mundo nada sepamos fuera de lo que la Escritura nos revela, todos los símbolos, oraciones y ritos que a eso se refieren, emprestan palabras de la Escritura; que por ende deben entenderse con la misma fuerza o sentido que en la Escritura poseen.

«Por tanto, del hecho que en algunos destos documentos se emplee la expresión «in adventu Ejus» deducir que entonces mismo será la resurrección y el Juicio, es rústico iletrado y debilísimo modo de argüir o discurrir; y contra muchísimos testimonios de las Sagradas Letras

Capítulo Sexto (Símbolos, Resumen de la Doctrina Patrística, Apéndices y Cuadro General), apartado II (Resumen de la Doctrina Patrística), páginas 303-308:

Siglo Primero

«En el siglo primero todos los testimonios que se refieren a los últimos días hablan milenísticamente: en este tiempo no aparece ningún antimilenismo.

(…)

Siglo Segundo

«San Papías abre el siglo atribuyendo la sentencia milenista a la tradición apostólica;… »

(…)

Siglo Tercero

«El milenismo halló en África suelo propicio; pues Tertuliano habla dél como de dogma común; no se encuentra entonces en esa región ni sombra de antimilenismo

Hasta aquí el Tema 2; continuaremos con los siguientes en la próxima entrega, de acuerdo con el detalle desplegado en la XIIIª entrega.

***

Hasta la próxima.

Luis Ricardo Manzano

Director Ejecutivo

Radio Cristiandad