Salvación de Lot

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Salvación de Lot

Luego dijeron los varones a Lot: «¿Tienes aquí todavía alguno? Sácalos a todos de aquí: los yernos, tus hijos y tus hijas, y todo cuanto tengas en la ciudad. Pues vamos a destruir este lugar, porque se ha hecho grande su clamor delante de Yahvé, y Yahvé nos ha enviado a exterminarla.»

Salió, pues, Lot y habló con sus yernos, desposados con sus hijas, diciendo: «Levantaos, salid de este lugar; porque Yahvé va a destruir la ciudad.» Mas era a los ojos de sus yernos como quien se burlaba.

Al rayar el alba, los ángeles apremiaron a Lot, diciendo: «Levántate, toma a tu mujer y a tus dos hijas que se hallan contigo, no sea que perezcas por la maldad de la ciudad.»

Y como él tardase, los varones lo asieron de la mano, y,
por compasión de Yahvé hacia él, también a su mujer y a sus dos hijas. Lo sacaron, pues, y lo pusieron fuera de la ciudad.

Y mientras los sacaban fuera, dijo uno: «Ponte a salvo, por tu vida. No mires atrás, ni te pares en ningún lugar de la Vega. Huye a la montaña, no sea que perezcas.»

Pero Lot les dijo: «No, por favor, Señor mío. Veo que tu siervo ha hallado gracia a tus ojos, y le has mostrado tan grande misericordia salvándome la vida; mas no puedo escapar a la montaña, sin riesgo de que me alcance la destrucción y la muerte. He ahí cerca esa ciudad donde podría refugiarme. Es tan pequeña. Con tu permiso huiré a ella —¿No es ella tan pequeña?— y vivirá mi alma.»

Le contestó: «Bien, te concedo también esta gracia de no destruir la ciudad de la cual hablas. Date prisa, refúgiate allá; pues nada podré hacer hasta que hayas entrado en ella.» Por eso fue llamada aquella ciudad Segor.

Nota: Segor significa en hebreo «pequeño». La ciudad se llamaba anteriormente Bela. Lot intercedió por ella, aduciendo su pequeñez. Tal es el privilegio de los pequeños.

Salía el sol sobre la tierra cuando Lot entraba en Segor.

Entonces Yahvé hizo llover sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego que venía de Yahvé, desde el cielo. Y destruyó aquellas ciudades, y toda la Vega, con todos los habitantes de las ciudades, hasta las plantas del suelo.

Mas la mujer de Lot
miró atrás y se convirtió en estatua de sal.

Nota: En Sabiduría X, 7 se lee que aún subsiste esa columna como «testimonio de un alma incrédula». De ahí se ve que el castigo de la mujer de Lot no fue por su curiosidad, sino por su apego a la ciudad maldita. En vez de mirar contenta hacia el nuevo destino que la bondad de Dios le deparaba, volvió a ella los ojos con añoranza, mostrando la verdad de la palabra de Jesús: «Allí donde está tu tesoro, allí también estará tu corazón». Dios le dio lo que deseaba, convirtiéndola en un pedazo de la misma ciudad que ella añoraba. Jesús alude a este ejemplo de apego al mundo en Lucas XVII, 31 y siguiente, donde habla de su segunda venida: «En aquel día, quien se encuentre sobre la azotea, y tenga sus cosas dentro de su casa, no baje a recogerlas; e igualmente, quien se encuentre en el campo, no se vuelva por las que dejó atrás. Acordaos de la mujer de Lot». Comentando estas palabras de Jesús, escribe Louis-Claude Fillion: «Así también el cristiano cuyo primer pensamiento, a la venida del Hijo del hombre, se fijare en la seguridad de sus bienes temporales, no sería digno del Reino de Dios». Santa Teresa toma a la mujer de Lot como figura de aquellas almas que, si no viene el mismo Señor a mandarlas se levanten, son incapaces de orientarse: «Si estas almas no procuran entender y remediar su gran miseria, quedarse han hechas estatuas de sal, por no volver la cabeza hacia sí» (Moradas, I, 1, 6).

Se levantó Abrahán muy de mañana y se fue al lugar donde había estado en pie delante de Yahvé. Miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la región de la Vega, y vio que de aquella tierra subía humo, como el humo de un horno. Así, pues, cuando Dios destruyó las ciudades de la Vega, se acordó de Abrahán y sacó a Lot de en medio de la ruina, al asolar las ciudades donde Lot habitaba.