De Ockham a Bergoglio

LA REVOLUCIÓN Y LA APOSTASÍA
GUILLERMO DE OCKHAM (1280-1349)
Separación entre razón y fe
¿Quien fue Guillermo de OCKHAM?
Un fraile. Un Franciscano, que en su tiempo fuera acusado de herejía y cuyas ideas fueron condenadas oportunamente. Excomulgado por su pensamiento, aunque posteriormente rehabilitado, luego de su muerte (para el asombro de quien escribe), por la Iglesia, Guillermo deambuló por Europa obteniendo la protección de la corte de Luis IV, a la sazón enfrentado con el Papa Juan XXII.
Sus ideas se convirtieron muy pronto en objeto de controversia. Tradicionalmente se ha considerado que fue convocado a Aviñón en 1324 por el Papa Juan XXII cuando estaba siendo acusado de herejía, y pasó cuatro años allí bajo arresto domiciliario mientras sus enseñanzas y escritos eran investigados, si bien ese episodio ha sido recientemente cuestionado.
De hecho, según parece, pudo haber sido enviado a Aviñón en 1324 para enseñar filosofía en la prestigiosa escuela franciscana, y allí sí ganarse enemigos entre sus competidores académicos, especialmente los seguidores de Santo Tomás de Aquino (que había sido canonizado por Juan XXII un año antes de la llegada de Ockham), alguno de los cuales habría acusado a Ockham de enseñar herejías.
Pero hay evidencias de que no fue hasta 1327 cuando fue realmente convocado ante el Papa para responder por los cargos presentados ante una comisión de expertos (sin representación franciscana), pero ningún arresto domiciliario siguió a este ejercicio, no emitiendo juicio alguno el Papa entonces. Algún tiempo después, del 9 de abril de 1328, como consecuencia de los vehementes pedidos de Miguel de Cesena, también de la Orden franciscana y proclive a sus ideas, Ockham estudió la controversia entre los franciscanos y el Papado sobre la doctrina de la pobreza apostólica, que se había convertido en principal para la doctrina franciscana, pero que era considerada dudosa y posiblemente herética tanto por el Papado como por los dominicos. Ockham concluyó que el Papa Juan XXII era un hereje, posición que defendió más tarde en su obra.
Antes de esperar al dictamen sobre la herejía u ortodoxia de su filosofía, Guillermo huyó de Aviñón el 26 de mayo de 1328; se dirigió a Pisa con Miguel de Cesena y otros frailes. Finalmente conseguirían la protección del emperador Luis IV de Baviera.
Luis IV de Baviera, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico entre 1328 y 1347, mantuvo un violento enfrentamiento con el Papa Juan XXII que llegó a excomulgarle. Luis llegó a declarar depuesto al Papa. Se hizo coronar emperador sin la presencia de Juan XXII en el año 1328 y logró la elección del antipapa Nicolás V. A pesar de ello, no pudo alcanzar sus objetivos frente al papado, como tampoco otras metas territoriales que le enfrentaron con parte de la nobleza germana.
Como puede verse se trataba de una época turbulenta.
En 1346 tuvo que hacer frente a la elección de Carlos IV como monarca alemán, pero no llegaron a tener un enfrentamiento armado porque Luis IV falleció accidentalmente el 11 de octubre de 1347 tras sufrir un golpe durante una cacería de osos.
Antes de su muerte había acogido en su corte a Marsilio de Padua, Guillermo de Ockham y Miguel de Cesena, grandes críticos de la Iglesia del momento y, sobre todo, del papado.
Tras su huida de la corte papal, Ockham fue excomulgado, aunque su pensamiento nunca fue oficialmente condenado.
Me permito decir aquí que la no condena oficial del pensamiento de Ockham atrajo enormes perjuicios posteriormente, puesto que es hasta hoy que esa omisión les ha permitido a infiltrados en la Iglesia continuar con su trabajo de zapa, apoyándose en muchas de las ideas revolucionarias de Ockham.
Guillermo pasó gran parte del resto de su vida escribiendo sobre asuntos políticos, incluyendo la autoridad y derechos de los poderes temporal y espiritual. Se convirtió en el líder de un pequeño grupo de disidentes franciscanos en la corte de Luis en 1342, tras la muerte de Miguel de Cesena.
Murió el 9 de abril de 1349 en el convento franciscano de Munich, probablemente a causa de la peste negra. Fue rehabilitado póstumamente por la Iglesia oficial en 1359, en una inexplicable instancia ya que, como dijimos anteriormente su pensamiento debió haber sido condenado explícitamente. Ockham abrió el camino de la Revolución siendo el padre del Nominalismo.
La primera ruptura del pensamiento de Ockham respecto a toda la filosofía medieval es su defensa de la separación absoluta entre razón y fe. Ambas son, para Ockham, facultades distintas, y carece de sentido, según decía, pretender que existan verdades comunes o que puedan conocer un mismo ámbito de la realidad. Esta tesis se distancia, por tanto, de la propuesta tomista de las verdades comunes, o también del punto de vista agustiniano, que no encontraba la necesidad de separar razón y fe. El pensamiento de Ockham puede definirse y de hecho así lo fue, como una forma de agnosticismo fideísta.
Agnosticismo, en tanto que niega la capacidad de la razón para alcanzar las verdades de fe; y fideísta, en la medida en que propone que sólo por un acto de fe se puede acceder a este tipo de verdades. Enseñaba que sólo la fe puede llevarnos a admitir la existencia de Dios o la inmortalidad del alma. Como consecuencia, la existencia de Dios será, a juicio de Ockham, indemostrable. Ni las vías tomistas («a posteriori») ni el argumento ontológico («a priori») son demostrativos para Ockham. La existencia de Dios (al igual que al inmortalidad del alma o la ley ética natural) no son verdades a las que la razón pueda acceder por sí misma. Tales eran sus enseñanzas.
En el fondo, lo que está proponiendo Ockham es que la razón humana es mucho más limitada de lo que en un principio cabría esperar. Esta desconfianza respecto a la capacidad de la razón sitúa a Ockham dentro de la tradición empirista y es, además, plenamente coherente con su propuesta nominalista, que comentaremos más adelante.
Como consecuencia de la separación entre razón y fe, se rompe también la subordinación de la filosofía respecto de la teología. Ambas son ciencias distintas, decía, y no hay por qué condicionar los resultados de una a la otra. La filosofía comienza así a independizarse del dogma católico, que hasta ahora había venido fijando el marco teórico en el que podía desarrollarse su tarea, y tampoco va a tener como misión la defensa de los Dogmas, o la crítica de las herejías. Esto, evidentemente, es la condición necesaria para que en el renacimiento la filosofía desarrolle de un modo específico (y no subordinado a la teología) otros temas como la teoría del conocimiento, el pensamiento político, metodología de la ciencia, etc.
Precisamente, lo que está haciendo Ockham en cierto modo, es «liberar» a la razón humana de lo que podríamos llamar el imperativo teológico: la razón puede ya olvidarse de cuestiones teológicas que nunca podrá resolver, para empezar a ocuparse del mundo y sus problemas, de todo lo que nos rodea.
¿Acaso el lector encuentra dificultades en encontrar en el pensamiento de Guillermo de Ockham las bases de todo lo que hoy vemos plasmado, casi a diario, por la Iglesia Conciliar y por Jorge Mario Bergoglio?
Vienen a la mente tantísimas cosas que hemos visto en los últimos 50 años pero que, desde hace un año y medio, en virtud del desparpajo de Bergoglio, escuchamos repetidas hasta el hartazgo. Como en aquellas entrevistas o conferencias de prensa en las que Bergoglio les dice a los agnósticos, a los ateos, a los indiferentes, a los relativistas y a tutti quantti, palabras más, palabras menos, exactamente lo mismo que sostenía Ockham hace alrededor de 700 años.
No que sea Bergoglio el primero en poner en práctica las conclusiones del fraile franciscano, que entre otras cosas añoraba la simplicidad del cristianismo primitivo, su pobreza y sencillez, tanto como el modernismo en general lo hace desde sus comienzos hasta hoy en día. Ockham es una suerte de modernista «avant la lettre».
Es en Ockham donde se inspirarán muchos renovadores. Es en este fraile heterodoxo, en sus ideas, en su nominalismo, en el que se apoyan hombres de la talla de Felicidad de Lammenais, Marc Sagnier (fundador del subversivo Le Sillón) e inclusive el pensamiento, ciertamente mucho más elaborado y consecuentemente más peligroso del neo-tomista Jacques Maritain.
La apelación de Guillermo de Ockham a la pobreza y su constante acusar a los Papas y a la Iglesia de haberse apartado de ella invocando para ellos la de la Iglesia primitiva, ¿acaso no encuentran su eco, remedado, reiterado aunque por supuesto repleto de falsedad y de una notable intención de agradar a las masas (intención que es muy bien manipulada por los medios masivos de comunicación) en un marco de repugnante demagogia?; en tal sentido, Bergoglio pone en marcha una tergiversación histórica y conceptual, claro que en un marco de disimulo, por supuesto. Del mismo modo hacen los demagogos modernos.
Para el común resulta casi imposible de percibir tal manera de actuar por el impecable barniz con que se encuentra revestido. Porque no hay que olvidar que todos los Papas Conciliares son protegidos por la impresionante trama elaborada con precisión admirable por un aparato que sienta sus reales en Roma, que muy bien ha aprendido del mundo aquellas artes y por el auxilio inestimable que le prestan los medios.
Pero, volvamos a Ockham.
Es en el nominalismo de Ockham donde se produce la ruptura y aparece el error descomunal de separar, de romper, proponiendo una definitiva separación entre lo que es denominado el «Dios de los filósofos» y el «Dios de la Revelación cristiana». Pues bien… esa ruptura se apoya en una distinción INEXISTENTE y FALSA.
San Agustín, San Anselmo (autor de la Prueba Ontológica para la demostración de la existencia de Dios) y posteriormente Santo Tomás procuraban todo lo contrario: demostrar la necesidad de que filosofía y teología, esto es La Razón y la Verdad Revelada, caminasen juntas, puesto que podían y debían hacerlo.
Y es en aquella ruptura donde se alimenta la Revolución que después de la concreción de distintos triunfos revolucionaros a lo largo de la moderna historia, llegó a la concreción del Concilio Vaticano II, que no es otra cosa, como ya se ha sido dicho muchas veces, que la Revolución dentro de la Iglesia… Revolución que no podía provocar otra cosa que la Apostasía de la Jerarquía eclesiástica, completa y total como la vemos hoy, el entenebrecimiento de las inteligencias y la disminución de La Verdad en todo el mundo.
La Iglesia ya no se encuentra hoy en las estructuras visibles, que permanecen erguidas pero vaciadas de substancia y rellenadas de un espíritu distinto. Ese espíritu, que no es otro que el del anticristo, pudo enseñorearse de todo el ámbito por la única y sencilla razón de que el Obstáculo fue retirado. Y eso comienza a suceder gracias al nominalismo de Ockham.
Porque esencialmente, del pensamiento de Ockham, principal fruto es permitir que la razón liberada de la Verdad estudie el mundo, la naturaleza, independizado de la teología, primer paso indispensable para el desarrollo de las ciencias, cortadas ya de la Verdad Revelada.
Al mismo tiempo que consideraba a la razón como una facultad de conocimiento muy limitada, Ockham estaba haciéndole un gran favor (dicen los revolucionarios), pues abría la posibilidad de que comenzara a enfrentarse a problemas en los que sí se puede avanzar gracias a la razón, como la estructura del Universo (Copérnico-Kepler-Galileo) o el movimiento de los cuerpos (Descartes-Newton…), o el mismo funcionamiento del cuerpo humano. A partir de la separación entre razón y fe propuesta por Ockham, ya no será Dios ni los dogmas religiosos el primer objeto de estudio de la razón, sino que ésta podrá centrar su mirada en la naturaleza, y en el ser humano mismo, lo que será una característica esencial en el Renacimiento y la Modernidad.
De hecho, a partir de ese pensamiento es que comienza el explosivo desarrollo de las denominadas ciencias empíricas.
Pero es conveniente prestar atención al enfoque principal: ya no será Dios ni la Verdad el objeto de estudio de la razón, sino EL SER HUMANO MISMO. EL HOMBRE.
Y EL HOMBRE separado de Dios, por consecuencias. El HOMBRE puesto en el lugar de Dios, finalmente, o mejor dicho, como corolario de ese impulso revolucionario.
Ese HOMBRE REVOLUCIONARIO es el anticristo. Tal el pensamiento del Padre Lacunza, al que adherimos.
Esto, no es otra cosa que el comienzo de la Revolución en el ámbito de las ideas. Al margen de la distintas herejías que desde muy temprano habían querido quebrantar a la Iglesia y desfigurar la Verdad, se inicia con Ockham el ataque contra el Orden Cristiano, contra el Imperio, contra el Principio de Autoridad, porque como consecuencia lógica e inevitable, tampoco puede, según las ideas de Ockham, la razón comprender el origen del Poder que deviene de Dios y por lo tanto tampoco se puede establecer las razones por las cuales, por ejemplo, la Monarquía sea superior a otras formas de gobierno, ergo, queda abierto el camino para las revoluciones políticas y sociales modernas y para la instauración de la democracia moderna.
La incapacidad de la razón, que predica Ockham, de alcanzar el conocimiento de la Verdad, torna difusas todas las cosas. Esa imposibilidad para determinar aquellas formas de gobierno mejores, abrirá la puerta a la subversión que poco tiempo después ensangrentará Europa y el mundo.
Porque otro de los efectos de la separación de razón y fe, será también la separación de la Iglesia respecto al Estado. Hasta el siglo XIV, el poder político estaba directamente relacionado con el poder religioso: todo aquel que ostentaba el poder sabía que ese poder provenía del Único Todopoderoso (a quien además debería rendir cuentas algún día del uso, bueno o malo, que hiciera del poder concedido) y por ello las autoridades políticas y las religiosas estaban íntimamente unidas en ese punto, mucho más allá de diferencias e incluso conflictos circunstanciales.
De hecho, la separación del poder político respecto al poder religioso será uno de los acontecimientos que marquen el cisma del cristianismo. Ockham será uno de los primeros filósofos que defenderán la necesidad de la separación de la Iglesia respecto al Estado.
Su comprometida defensa de la pobreza (uno de los valores centrales de la orden franciscana) le llevará a criticar también el privilegio y la posición de poder que la Iglesia había venido manteniendo a lo largo de toda la Edad Media. Este proceso, iniciado en el siglo XIV, culminará en el Renacimiento con la aparición de la política como una disciplina autónoma, hasta llegar a la actualidad… con los resultados bien conocidos por nosotros.
Y resulta que estos innovadores se quejan hoy de la corrupción de los políticos y de la política… ¿Qué otra cosa podría esperarse? Es por eso que sus «lamentaciones» son tan de confiar como el sudor del caballo… «En sudor de caballo, juramento de hombre y llanto de mujer, no hay que creer», dice un refrán popular… (sin ánimo de ofender a nadie claro está; en todo caso que le reclamen a lo que llama «sabiduría popular»).
La Iglesia Conciliar sigue todas y cada una de las ideas de Guillermo de Ockham, y aunque no lo hace de manera explícita, las pone en práctica indisimuladamente a cada paso… Total, ¿a quién llamarán la atención estas cuestiones hoy en día?, ¿cuántos prestarían atención a este asunto comprendiendo cabalmente la gravedad de sus implicancias?
Y… esa misma imposibilidad de lograr que muchos se detengan a analizar estas cuestiones, ¿no demuestra acaso qué tan avanzado está el proceso de aniquilación de la cristiandad?
«Quid est veritas?» Cantan los miles de millones de modernos practicantes del «pilatismo», haciéndole un gigantesco y universal coro a la apostasía de Bergoglio, mientras comparten el idolátrico culto al anticristo HOMBRE.
Ante nosotros, tenemos elocuente y dramática una realidad que, aunque profetizada por Nuestro Señor en el Sermón Escatológico, no por ello es menos terrible: La Verdad se está extinguiendo de la faz de la tierra y cada vez quedan menos hombres que lo comprendan.
De Ockham a Bergoglio…, para todo el que quiera ver el camino y las huellas del paso del Anticristo.
