Estimado Fabián:
Aquí le mando lo que pensaba Cornelio Alápide de la duración de este siglo, para que lo publique.
Un abrazo en Cristo.

FIN DE LOS TIEMPOS
Un impresionante comentario de 1623 sobre el tiempo del fin del mundo
Cornelio Alápide, en flamenco Van den Steen, del cual vamos a citar el comentario sobre el versículo 5 del capítulo 20 del Apocalipsis, nació en Bocholt (Limburgo) en Bélgica en 1567 y falleció en Roma en 1637.
Pasó 30 años de su vida para componer su celebérrimo comentario sobre todos los libros sagrados, salvo Job y los Salmos, a partir de los Santos Padres y doctores de la Iglesia, y apoyado además sobre un conocimiento muy amplio de nuestros autores, antiguos y modernos, religiosos y profanos.
«Según el sentido simbólico, ciertos autores observan que se menciona y repite por dos veces ‘mil años’ (vers. 4 y 5) durante los cuales los Mártires y los Santos reinarán con Jesucristo, a fin de significar que la Iglesia (militante) durará dos mil años así como el reino de Cristo en este siglo, y que después de este tiempo llegará el fin del mundo, así como el reino glorioso de Cristo y de los Santos en el cielo. Estiman en efecto, o más bien son numerosos aquellos que conjeturan que el mundo durará seis mil años, es decir cuatro mil años antes de Cristo, y dos mil años después, no exactamente, pero alrededor, más o menos. Se mencionan pues aquí mil años desde Cristo hasta el fin del mundo, que serán en realidad mil, no simplemente sino repetidos o dobles, así pues dos mil años.
A fin de demostrarlo, muchos dan razones convincentes. 1° Pues habiéndose hecho el mundo en seis días, subsistirá pues el mismo tiempo, a saber, seis mil años. En efecto, para Dios mil años son como un día, así como lo dicen San Pedro (II Petr. 3, 8) y el salmista (Ps. 89, 4). De donde el hecho que en el cap. I del Génesis, en el cual la creación y armonía del mundo se encuentran descritos, se trata de seis ‘aleph’, ahora bien, según la aritmética de los Hebreos ‘aleph’ expresa el número mil. Lo que quiere decir Dios ha criado el cielo y la tierra en seis días, esto es, para que duren seis mil años.
Esto se confirma: 1) Por el hecho que el séptimo día, a saber, el sábado, aquel en el cual Dios descansó de la obra de la Creación, significa el día de la bienaventurada quietud de los Santos en el cielo después de la resurrección general, como lo enseñan los Padres; en otras palabras, el séptimo milenario de la eternidad. Así de modo proporcionado y consecuente, los seis días de la Creación del mundo que preceden, representan los seis milenarios del tiempo y de este siglo, después de los cuales vendrá inmediatamente el sábado, esto es, el séptimo milenario de la eternidad. De donde, lo que expone San Cipriano (tract. De Exhort. Martyr. Cap. 11): ‘En la disposición divina, los siete primeros días, abrazan siete mil años’. 2) Los seis primeros padres del género humano, a saber, Adán, Set, Enós, Cainán, Mahalalel y Yared, murieron mientras el séptimo, Enoc, fue transportado vivo al Cielo: luego después de seis mil años en los cuales el trabajo y la muerte serán de rigor, vendrá el comienzo del reposo y de la vida inmortal, dice San Isidoro, citado por la Glosa del cap. V del Génesis. 3) En Génesis 6, 3, está estatuido, para la vida y la duración del hombre 120 años, que los autores exponiendo esto en sentido simbólico entienden simbólicamente, como significando los grandes años o años mosaicos, a saber, los de los jubileos, de tal suerte que cada uno encierra 50 años: estos 120 años mosaicos, encierran pues seis mil años comunes durante los cuales durará el mundo, así como la generación de los hombres. En efecto, 120 multiplicado por 50 da 6.000. 4) Porque San Juan consignando aquí (Apoc. cap. 20) la duración y el fin del mundo, menciona seis veces ‘mil años’ (vers. 2, 3, 4, 5, 6 y 7), como para insinuar que el mundo durará seis mil años. Pues por qué repetiría seis veces ‘mil años’ sin necesidad y lo mencionaría e insistiría seis veces seguidas, si no es para insinuar que después de seis mil años tendrá lugar el fin del mundo y el Apocalipsis de todas las cosas. (…)
2° La segunda razón es semejante o similar. Ha habido en el mundo tres leyes y estados a saber: la ley de la naturaleza, la ley de Moisés, la ley de Cristo. Ahora bien, el tiempo de la ley natural que va desde Adán hasta Abraham (que recibió de Dios e instituyó la circuncisión que señala el comienzo y el signo distintivo de la ley mosaica), duró aproximadamente dos mil años. De nuevo el tiempo de la ley mosaica o de la circuncisión, duró igualmente dos mil años: es en efecto la duración precisa desde Abraham hasta el nacimiento de Cristo, como aparece en la tabla cronológica que he colocado antes de mi comentario sobre el Génesis. Por consiguiente la tercera ley o el tercer estado, a saber, la ley de la gracia y de Cristo, durará otro tanto, dicho de otro modo, alrededor de dos mil años; de suerte que el tiempo triple de esta ley triple, añadido conjuntamente, compone la duración de todo el curso del mundo, y durará seis mil años. También como signo y figura de esta duración (del tercer estado), Dios ordenó a Josué que, cuando la travesía del Jordán, el Arca estuviese distante del pueblo dos mil pasos (Jos. 3, 4) a fin de significar por esta descripción el tiempo de dos mil años durante los cuales estaría en vigor el bautismo, representado por la travesía de este río sagrado del Jordán; y los otros sacramentos; durante el cual no vemos más que de lejos el Arca y los misterios que están ocultos en ella, como un enigma y a través de un espejo, el Arca, a saber, la humanidad de Cristo y su divinidad oculta en ella, lo que tiene lugar desde ya hace 1.600 años; ella podrá contemplarse de cerca, a saber, cara a cara, en la tierra prometida, dicho de otra manera, en el cielo, una vez cumplidos los dos mil años (…).
Se sigue después que desde este tiempo hasta el Anticristo, al día del juicio, de la resurrección y de la gloria de los Bienaventurados, faltan cuatrocientos años, no de forma exacta, sino aproximada, durante los cuales el Evangelio debe ser predicado en China, en Tartaria, y en las otras regiones desconocidas de las Indias, para que se funden iglesias y que la religión de Cristo se establezca: y enseguida, esto cumplido, vendrá el fin del mundo y de todas las cosas, allí se acabará el Apocalipsis y todos sus misterios como lo insinúa aquí San Juan. Que el tiempo de la ley de Cristo no debe durar más, o al menos no mucho más, que el tiempo de la ley natural y el de la ley mosaica, se deduce del hecho que el tiempo de la ley de Cristo es llamado por los Profetas ‘el último’; y por San Juan en I Jn. 2, 18 ‘la última hora’, y por San Pablo en I Cor. 10, 11 ‘el fin de los siglos’. De donde lo que dicen San Pedro: ‘El fin de todas las cosas se aproxima’, (I Petr. 4, 7); y Santiago (5, 8): ‘El advenimiento del Señor está próximo’.
3° Pues aparece desde ahora que el mundo envejece, y tiende hacia su término y su fin. Como lo decía San Cipriano (ad Demetrianum): ‘(…)Tal es la sentencia dada respecto al mundo, tal es la ley de Dios, que todo lo que nace perezca, todo lo que crece envejezca, todo lo que es fuerte se debilite, todo lo que es grande disminuya, y después de haberse debilitado y disminuido, que todas las cosas tengan su fin’. (…) Esto se encuentra confirmado por el hecho que veamos el Evangelio predicado en China, en Japón, en las Indias y en países hasta aquí desconocidos y propagarse poco a poco a través del mundo entero. Por consiguiente, el fin del mundo se aproxima. Pues es la voz misma de Cristo que ha declarado: ‘Este Evangelio del reino será predicado por toda la tierra, en testimonio para todas las naciones; y entonces vendrá la consumación’, (Mt. 24, 14).
4° Esto se demuestra por argumentos de autoridad y por la tradición. En efecto concuerdan en esta creencia los cristianos, los hebreos, los paganos, los griegos y los latinos, hasta el punto que aparece como una vieja y universal tradición.
Así San Agustín (Ciudad de Dios, lib., 20 cap. 7) explicando estos mil años apocalípticos: ‘Mil años pueden entenderse de dos maneras: o bien que este acontecimiento se producirá en los últimos años, dicho de otra manera, durante el sexto milenario, como sexto día cuyas últimas etapas se desarrollan ahora; vendrá enseguida el sábado que no tendrá noche, en otros términos, el reposo de los Santos que no tendrá fin: según la manera de hablar que toma la parte por el todo, San Juan habría llamado mil años a la última parte que falta hasta el fin del siglo; donde seguramente ha empleado mil años para el conjunto de los años de este siglo, en vista a señalar el número perfecto, incluso la plenitud del tiempo’.
San Jerónimo en la explicación epistolar del Salmo 89 dirigida a Cipriano, de ese versículo: ‘Pues mil años son ante Vuestros ojos como el día precedente que acaba de pasar’, deduce que toda la duración del siglo presente será de seis mil años: ‘Me parece, que es a partir de este pasaje, que se tiene la costumbre de hablar de mil años por un día, de suerte que, considerando que el mundo se ha hecho en seis días, se cree que sólo subsistirá seis mil años y que enseguida vendrá el número septenario y octonario, en el cual tendrá lugar el verdadero sábado: de donde el hecho que es por las ocho bienaventuranzas que se han prometido las recompensas de las buenas obras’ . Insinúa también esto, en su comentario el capítulo IV de Miqueas.
Enseñan también esto expresamente: San Victorino, San Justino (Quaest. 71 ad Gentes), San Ireneo (lib.V, cap. ult.), Lactancio (lib.VII, cap. XIV), San Hilario (can. 17 in Matthaeum), San Rábano Mauro (in Deuter. lib. 1, cap. XI)). Entre los paganos esta tradición está también en vigor en Hydapses, Mercurio, Trimegisto y las Sybillas, según atestiguan Lactancio y Sixto de Siena.
Por otra parte, San Gaudencio Brixiano (trac. 10) afirma también expresamente: ‘Esperamos este día verdaderamente santo del séptimo milenario de años, que vendrá después de estos seis días, en otros términos, los seis mil años del siglo, habiendo acabado los cuales será el descanso de la verdadera santidad y de aquellos que habrán creído fielmente en la resurrección de Cristo. Pues ya no habrá más combates contra el diablo, que permanecerá entonces atado a los suplicios’.
Enseña asimismo, San Germán, Patriarca de Constantinopla, por la autoridad de los ilustres Padres Griegos San Cirilo, San Hipólito, etc. (lib. De Theoria rerum Eccl.) que, buscando la causa por la cual el Pontífice, bendiciendo al pueblo, levanta los dedos de modo a simbolizar el número 6.500, responde que el Pontífice bendice así al pueblo para manifestar que el advenimiento de Cristo para el Juicio ocurrirá el año 6.500 del mundo.
Así mismo enseñan San Isidoro, San Roberto Belarmino (De Rom. Pontíf., lib.3., cap. 3) y otros (…) entre los cuales San Cirilo y San Juan Crisóstomo.
Entre los hebreos piensan así Moisés de Gerunda, de gran autoridad en el pueblo hebreo, el rabino Isaac, (in Gen. Cap. 1) el rabino Elías, que los judíos celebran como un oráculo en el Talmud (tom. IV, tract.4), que está inscrito ‘Sanedrín’, es decir juicio: ‘El mundo durará 6.000 años y enseguida será destruido: hay dos mil años de vacío (de la ley natural), dos mil años de la ley Mosaica, los días del Mesías serán de dos mil años’.
(…) Esta sentencia (que no define ningún día, ni año con exactitud) en tanto que común, goza de una gran probabilidad. Ya que no podemos ciertamente definir nada cierto en la materia, porque esto depende de un secreto decreto de Dios, como está expresado por Cristo en Hechos 1, 7 (…) y Marc. 13, 32. No debemos pues entender este número de seis mil años de una forma aritmética y precisa, sino geométrica y moralmente, en este sentido que el mundo durará solamente seis milenarios de años, no más y no llegará pues al séptimo milenario (consumado) sino que acabará antes. En cuanto a saber cuántos años o decenas, incluso centenas de años habrá después del sexto milenario en la dirección (de la consumación) del séptimo milenario para llegar al fin del mundo, lo ignoramos. Nos basta saber que vivimos en el último milenario de años del mundo, cuánto habrá de tiempo en menos o en más, esto nos está oculto.
Se deduce de todo esto que nos acercamos mucho al fin del mundo, y que poco nos falta (…), lo que confirma el hecho que vemos el Evangelio casi predicado en el mundo entero (…); otro signo es la profecía de San Malaquías, Arzobispo de Irlanda, del cual San Bernardo escribió la vida; profecía citada por Arnaldo Wion en las ‘Crónicas de la Orden de San Benito’, en el ‘Árbol de la Vida’, lib. II, cap. XL al final, en la cual San Malaquías describe en su orden, por símbolos y emblemas, todos los Romanos Pontífices futuros desde su época hasta el fin del mundo (…).
En esta profecía en efecto, después de Gregorio XV que dirige actualmente la Iglesia, se cuentan sólo 32 Romanos Pontífices, habiendo de ser el último Pedro el Romano. Ahora bien, si esta profecía es verídica y no quedan más que 32 Romanos Pontífices, quedan pues aproximadamente 200 años hasta el fin del mundo; pues como promedio se cuentan fácilmente 16 Pontífices por siglo, e incluso más; así desde San Pedro hasta hoy, es decir, hasta el año del Señor de 1623, se cuentan 238 Pontífices. Si se divide este número por el de los años del Señor, esto hace un promedio de siete años por Pontífice. Si transportamos este promedio al número 32 de los futuros Papas, se obtiene como tiempo de su sucesión y duración, 224 años. Si concedemos a cada uno 10 años, quedarían 320 años. Si doblamos el número siete, se obtiene, aproximadamente el número preciso de años que se necesitarían para alcanzar la consumación del sexto milenario del mundo, o sea 430 años.
Pensemos en esto y preparémonos al día del Señor como siendo muy próximo: no aferremos nuestro corazón a la tierra, no busquemos erigir aquí abajo palacios familiares que quizás no durarán apenas 200 años, pero construyamos moradas eternas en los cielos por la práctica de las virtudes. Transportemos todo nuestro espíritu a la edad futura; apliquémonos a estudiar, a pintar y a vivir en vista a la eternidad». (Cornelii a Lapide, Commentaria in Scripturam Sacram, t.XXI, Apocalypsis Sancti Joannis, ed. Ludovicus Vives, Parisiis 1863, cap. XX, 5, p.352-355).
Hay que señalar que Alápide, lamentable y equivocadamente, no distingue entre fin de los últimos tiempos apocalípticos, (relativos y relacionados con la Parusía) y el fin del mundo (relativo a la 2ª Resurrección y Juicio Final-Último).
Téngase presente este otro texto también de Cornelio Alápide que sin ser milenarista, admite que habrá de todos modos, un reino de Cristo sobre la tierra como muestra Cristino Morrondo, Canónigo lectoral de Jaén, en su magnífico libro «Catástrofe y Renovación» p. 215 en 1924: «Cornelio Alápide, Comentarios al Profeta Daniel, VII-27, aunque en variedad de lugares de su obra voluminosa hace incesantes reparos a los milenarios, pero se ve obligado ante la evidencia del texto sagrado a consignar sus convicciones diciendo: ‘Que el reino y la potestad y la grandeza del reino está debajo del cielo sea dado al pueblo de los Santos del Altísimo, cuyo reino es eterno y todos los reyes le servirán y obedecerán… yo digo que es cierto que vendrá este reinado de Cristo y de los Santos, y que este reinado no será solamente espiritual como el que ha tenido siempre en la tierra, ya cuando se ha perseguido a los Santos, ya cuando estuvo sujeto a persecuciones y trabajos, si no que este reinado será corporal y glorioso; es decir que los Santos, con sus cuerpos y sus almas han de reinar con Cristo en la tierra como reinarán eternamente en el cielo. Mas creo que ese reinado dará principio en la tierra en el momento de haber dado muerte al Anticristo, pues muerto éste y despojado de sus dominios, la Iglesia reinará en todo el universo y el redil lo compondrán judíos y gentiles, y después el Reino será trasladado al cielo por toda la eternidad’ «. Qué maravillosa síntesis sobre el milenarismo, afirmada por un no milenarista, pero sabio exégeta como Cornelio Alápide.
Se ve además claro, como durante ese reinado se operará la gran promesa escriturística de haber un solo rebaño bajo un sólo Pastor; y eso es el triunfo milenario de la Iglesia, que todos los anticristos y judaizantes repudian.
Vale recordar lo que San Pedro Apóstol y primer Papa dijo acerca de la Parusía, viendo en el resplandor de la Transfiguración, un reflejo de la gloria y majestad de Cristo en su Segunda Venida: «Porque no os hemos dado a conocer el poder y la Parusía de Nuestro Señor Jesucristo, según fábulas inventadas, sino como testigos oculares que fuimos de su majestad. Pues Él recibió de Dios Padre, honor y gloria cuando de la Gloria majestuosísima le fue enviada aquella voz: ‘Este es mi hijo amado en quien Yo me complazco’; y esta voz enviada del cielo la oímos nosotros, estando con Él en el monte santo» (II Ped. 1, 16-18).
Conviene, también, tener presente la advertencia contra los incrédulos de los últimos tiempos a los que se asimilan los antiapocalípticos: «Sabiendo ante todo que en los últimos días vendrán impostores burlones que, mientras viven según sus propias concupiscencias, dirán: ‘¿Dónde está la promesa de su Parusía?» (II Ped. 3, 3-4).
P. Basilio Méramo
Bogotá, 21 de Mayo de 2014
