Leyendo los comentarios que hizo cierto mitrado sobre el sedevacantismo y los sofismas utilizados para su irracional rechazo del mismo, ipso facto barrunté que sería más que probable que tal esperpento sería aplaudido por no pocos boy scouts, siempre aptos para dar la palmadita en la espalda al jefe , propio de los que confunden la lealtad con el «pelotilleo» y la adulación, especímenes que están a años-luz de distancia de los que, como el P. Méramo, tienen argumentos de peso más que sobrados para ridiculizar tamaña chapuza. Es por ello, que no he querido devanarme los sesos en demasía para hacer una crítica de este paupérrimo y deprimente comentario, pues ya que ni el trabajo, ni menos el personaje lo merecen, se me ha ocurrido echar mano de las fábulas de Tomás de Iriarte, para al mismo tiempo, poner una nota de humor en esta época de confusión y así dedicarle, jocosamente al susodicho, esta obra del inmortal Fabulista:
EL OSO, LA MONA Y EL CERDO

Un oso, con que la vida
se ganaba un piamontés,
la no muy bien aprendida
danza ensayaba en dos pies.
Queriendo hacer de persona,
dijo a una mona: «¿Qué tal?»
Era perita la mona,
y respondióle: «Muy mal».
«Yo creo», replicó el oso,
«que me haces poco favor.
Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?
¿no hago el paso con primor?».
Estaba el cerdo presente,
y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!
Bailarín más excelente
no se ha visto, ni verá!».
Echó el oso, al oír esto,
sus cuentas allá entre sí,
y con ademán modesto
hubo de exclamar así:
«Cuando me desaprobaba
la mona, llegué a dudar;
mas ya que el cerdo me alaba,
muy mal debo de bailar».
Guarde para su regalo
esta sentencia el autor:
si el sabio no aprueba, ¡malo!
si el necio aplaude, ¡peor!
Moraleja:
Nunca una obra se acredita tanto de mala, como cuando la aplauden los necios.
