MONS. WILLIAMSON VS. EL PADRE MÉRAMO: ¿SON VÁLIDOS LOS NUEVOS SACRAMENTOS?

¿SON VÁLIDOS LOS NUEVOS SACRAMENTOS?

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Monseñor Williamson

vs.

Padre Basilio Méramo

En su último Comentario Eleison, Nº 356, Monseñor Williamson escribe, una vez más, sobre la cuestión de la validez de los sacramentos de la «Iglesia Conciliar»:

La doctrina católica sobre la validez de los sacramentos es clara, pero los ritos sacramentales de la Neo-Iglesia parecen haber sido diseñados para conducir gradualmente a la invalidez (ver EC 121 del 31 oct. 2009).

Para completar su propia opinión, Monseñor Williamson envía, pues, a su Comentario Eleison Nº 121.

En realidad, fueron cinco los Comentarios consagrados a este tema; y levantaron una gran polémica.

Entre las numerosas críticas que merecieron esos Comentarios, Radio Cristiandad publicó las respuestas del Padre Basilio Méramo a cuatro de ellos.

Incluso si usted ya leyó todo ésto, vale la pena leerlo nuevamente, para darle a la opinión episcopal su verdadera dimensión y gravedad.

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Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 121

31 de Octubre de 2009

¿Obispos válidos?

Una notable confirmación de la posición equilibrada de la FSSPX sobre la validez de los sacramentos de la Nueva Iglesia, apareció la semana pasada en el combatiente boletín galo «Courrier de Tychique«. Según una «fuente confiable» parece que la masonería, antigua enemiga de la Iglesia, previó, en la Revolución Conciliar, invalidar los sacramentos católicos; no por la alteración de sus formas, que los harían inválidos ipso facto, sino más bien por una ambigüedad del rito en su conjunto, socavando a la larga la necesaria intención sacramental del Ministro.

La «fuente confiable» es un francés que escuchó de boca de un sacerdote anciano y venerable, lo que el cardenal Lienart le confesó en su lecho de muerte. Sin duda, temiendo el infierno, el cardenal pidió al sacerdote que revelara esto al mundo, y así lo liberó del sigilo sacramental de la confesión. El clérigo en adelante actuó discretamente en público, pero en privado era más abierto acerca de lo que el Cardenal le reveló sobre el plan de tres puntos de la Masonería para la destrucción de la Iglesia. Haya entrado o no en la masonería a la edad precoz de 17 años, el cardenal le prestó su máximo servicio cuando sólo dos días después de la apertura del Concilio Vaticano II desvió su rumbo, exigiendo irregularmente que los documentos Tradicionales cuidadosamente preparados se rechazasen por completo.

Según el cardenal, el primer objetivo de la masonería en el Concilio fue destruir la Santa Misa, alterando el rito de tal manera de debilitar a largo plazo la intención del celebrante de «hacer lo que hace la Iglesia». Poco a poco el rito iría induciendo a los sacerdotes y laicos a tomar la misa como un «memorial» o una «comida sagrada», en lugar de un sacrificio propiciatorio. El segundo objetivo era quebrar la sucesión apostólica, a través de un nuevo rito de ordenación que con el tiempo socavaría el poder de los obispos de conferir el Orden Sagrado, en primer lugar, por una nueva forma que no lo invalidaría automáticamente pero que fuera lo suficientemente ambigua como para sembrar la duda, y, sobre todo porque ese nuevo rito en su conjunto —también aquí— acabaría por diluir la intención sacramental del obispo consagrante. Esto tendría la ventaja de fracturar la sucesión apostólica tan suavemente que nadie se enterara. ¿No es esto exactamente lo que temen hoy en día muchos creyentes católicos?

Lo que sea que ocurra con la «fuente confiable», en cualquier caso los ritos actuales de la misa y de las consagraciones episcopales en la Nueva Iglesia, se corresponden exactamente con el plan masónico que dio a conocer el Cardenal. Desde que estos ritos se introdujeron a fines de los años 60 y principios de la década del 70, muchos católicos serios se han negado a creer que podrían ser utilizados válidamente. ¡Ay!, no son automáticamente inválidos (¡qué simple resultaría si así fuera!). ¡Son peores! Su forma sacramental es en apariencia suficientemente católica como para persuadir a más de un oficiante que se pueden utilizar válidamente, pero están diseñados en su conjunto para ser tan ambiguos y tan sujetos a una interpretación no católica, como para invalidar con el tiempo el sacramento, corrompiendo la intención de cualquier celebrante demasiado «obediente», o que vele y rece insuficientemente.

Tales ritos, suficientemente válidos para que fueran aceptados por casi todos los católicos en el corto plazo, pero lo suficientemente ambiguos como para invalidar los sacramentos en el largo plazo, constituyen una trampa satánica sutil. Para no caer en esa maquinación, los católicos deben, por un lado, evitar todo contacto con estos ritos, pero por otro lado no deben desacreditar sus instintos de tono Católico con exageradas acusaciones teológicas que se apartan de la doctrina Católica. No siempre es un equilibrio fácil de mantener.

Kyrie eleison

Londres, Inglaterra

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Comentario del Padre Basilio Méramo

Breve respuesta

al Comentario Eleison Nº 121

de Monseñor Richard Williamson

Es lamentable que en su comentario sobre las Consagraciones Episcopales según el nuevo rito, se eluda prácticamente la cuestión crucial sobre la determinación inequívoca de la significación de todo Sacramento, puesto que los Sacramentos producen ex opere operato la Gracia que significan, con lo cual queda excluida la significación indeterminada o equívoca que está excluida de la definición sacramental.

Un rito no puede ser equívoco en la significación sacramental, pues no cumpliría la definición dada por la Iglesia, con lo cual un rito equívoco en la parte esencial contradice la definición de la Iglesia; y esto sin entrar en las intenciones de los ministros de hacer lo que la Iglesia exige.

Luego, reconocer una significación suficientemente ambigua o equívoca en lo esencial del rito, y afirmar a la vez que es válido sería una contradicción.

Esto parece que Mons. Williamson no lo considera o no lo quiere tener en cuenta, contentándose con hablar de «ritos suficientemente válidos» pero que a su vez «son suficientemente ambiguos»; cuando en realidad la definición de la Iglesia excluye un rito ambiguo, los ritos católicos por definición no pueden ser ambiguos en su significación sacramental.

Un sacramento válido tiene que ser determinado o inequívoco en su significación sacramental para ser válido.

En caso contrario, es inválido por la misma definición de la Iglesia, que así lo exige.

Padre Basilio Méramo

16 de noviembre de 2009

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Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 124

21 de Noviembre de 2009

Delincuencia sin igual I

Para destacar una vez más la delincuencia sin igual del Concilio Vaticano II (1962-1965), dos semanas no resultan demasiadas para responder a la objeción razonable de un lector al argumento del «Comentario Eleison» de hace tres semanas (31 de octubre). Dicho argumento sostenía que los ritos sacramentales de la Nueva Iglesia, introducidos como secuela del Concilio, son de tal naturaleza que a largo plazo invalidarán los sacramentos de la Iglesia, debido a que fueron diseñados para que a través de su ambigüedad puedan corroer la intención sacramental del Ministro (sea obispo, sacerdote o laico), sin la cual no puede haber sacramento.

El lector interpuso su objeción sobre la base de la enseñanza clásica de la Iglesia que dice que las fallas personales del Ministro sacramental, aún su falta de fe, pueden ser compensadas por la Fe de la Iglesia en cuyo nombre él está suministrando el sacramento (cf. Summa Theologiae, 3a, LXIV, 9 ad 1). Así —tomando un ejemplo clásico— un judío que no posee en lo más mínimo la Fe Católica puede, sin embargo, válidamente  bautizar a un amigo en su lecho de muerte, siempre y cuando el judío sepa que la Iglesia Católica realiza algo cuando bautiza, y tenga la intención de realizar esa misma cosa que la Iglesia realiza. Esta intención de hacer lo que la Iglesia hace, la demuestra al pronunciar las palabras y al llevar a cabo las acciones establecidas en el rito de la Iglesia para el sacramento del bautismo.

Por lo tanto, argumentaba nuestro lector, la Nueva Iglesia puede haber corrompido la fe del Ministro Católico, pero la Iglesia Eterna compensará cualquier carencia de su fe, y los sacramentos que él administre seguirán siendo válidos. En esta situación, la primera parte de la respuesta a la objeción es que si los ritos sacramentales de la Iglesia Conciliar atacaran únicamente la fe del Ministro, la objeción sería válida, pero si también socavan su intención sacramental, entonces no habrá sacramento alguno.

Otro ejemplo clásico debería dejar este asunto muy en claro. Para que el agua fluya a través de una tubería de metal, no importa si el conducto está hecho de oro o de plomo, pero para que el agua corra, la tubería necesita estar conectada a la llave del agua de algún modo. El agua es la gracia sacramental; la llave es la fuente principal de esa gracia, Dios per se. La tubería es la fuente instrumental, llamado el Ministro sacramental, a través de cuyas acciones la gracia del sacramento fluye desde Dios. El oro o el plomo representan la santidad o ruindad del Ministro. Por lo tanto, la validez del sacramento no depende de la fe personal o de la infidelidad del Ministro, pero sí depende de que él se conecte a la fuente principal de la gracia sacramental que es Dios.

Esta conexión la realiza precisamente por su intención de hacer lo que la Iglesia hace. Por medio de esa intención se pone como instrumento en las manos de Dios para que el Altísimo vierta la gracia sacramental a través de él.  Sin esa intención sacramental, él y su fe pueden ser de oro o de plomo, pero estará desconectado de la llave. Queda por demostrar, la semana entrante, cómo el Concilio Vaticano II fue diseñado y es apto para corromper no sólo la fe del Ministro, sino también cualquier intención sacramental que éste pudiera tener.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

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Comentario del Padre Basilio Méramo

Respuesta al Comentario Eleison 124

En su comentario Eleison nº 124 del 21 noviembre de 2009 el autor trata o pretende responder a la objeción de un lector que cuestionaba los ritos equívocos de la Nueva Iglesia post conciliar.

Es increíble que con su inteligencia británica, de supuesta superioridad intelectual, no distinga o no vea la diferencia entre intención y significación sacramental identificándolas, lo cual debería ser evidente para cualquier intelecto medianamente normal.

Es sorprendente que con apariencia de verdad y artilugio de razonamiento ponderado,  con todo el peso de su dignidad episcopal, se pretenda dar una respuesta eludiendo el punto fundamental, cual si se tratara de desviar el tiro del blanco, pues no es lo mismo hablar de la significación que de la intención. Si la intención del ministro puede ser afectada, es porque la significación del rito esencial (forma sacramental) ha sido afectada.

La objeción, apunta a la significación sacramental esencial, que no puede ser ni ambigua, ni equívoca, ni indeterminada, pues los ritos católicos deben producir ex opere operato la gracia que significan. Un rito ambiguo en su significación no puede producir ex opere operato la gracia que significa dada su ambigüedad.

Quede claro, la significación sacramental de la forma debe de ser determinada, inequívoca, es decir exclusiva y unívoca; no puede ser equívoca, imprecisa, ambigua, pues es evidente, que para cumplir la definición de todo sacramento, que dice que los sacramentos son signos sensibles que producen ex opere operato (por la acción misma realizada) la gracia que significan. La significación no puede ser ambigua ni equívoca pues tiene que significar determinadamente la gracia que debe producir, pues un rito equivoco por su misma equivocidad o ambigüedad no puede producir la gracia que debe estar determinada.

Claro está, que esto a su vez afecta la intención del ministro, al punto que si se rige por el texto de la fórmula y de su significación ambigua  no puede (al menos sin corrección o rectificación  explícita) significar la gracia que debe  producir un sacramento, equivoco en su significación; no puede producir ex opere operato la gracia que significa dada su misma ambigüedad; puesto que la significación al ser equivoca o ambigua no significa lo que debe de producir. La Iglesia no puede dar,  ni tener, ritos sacramentales ambiguos en su significación sacramental  para producir la gracia. En este orden queda excluida la ambigüedad o la equivocidad sacramental que atenta contra la definición misma de todo sacramento católico.

Los ritos ambiguos, en la significación esencial son falsos y vienen de la Nueva Iglesia post conciliar.

Como decía mi tío el cura, mente superior domina mente inferior, lo cual sería lo  mismo que decir que los argumentos tienen su peso en las razones en que se fundan, y no en quien los diga, aunque éste sea un Obispo y el otro un simple cura. De aquí el adagio «Amicus Plato sed magis amica veritas».

Padre Basilio Méramo

Córdoba – 30 de Noviembre de 2009

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Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 125

28 de Noviembre de 2009

Delincuencia sin igual II

En el «Comentario Eleison» de la semana pasada me comprometí a demostrar que el Vaticano II fue diseñado para invalidar los sacramentos de la Iglesia introduciendo ritos sacramentales cuya deliberada ambigüedad corrompería, en el largo plazo («después de 50 años«, decía el Cardenal Lienart en su lecho de muerte), la intención sacramental indispensable de los Ministros. Pero el Vaticano II tendrá que esperar hasta la semana próxima. Esta semana necesitamos analizar con detenimiento el mecanismo de la intención humana para poder entender que el Ministro sacramental necesita tener en su cabeza una idea fundamentalmente sana de lo que la Iglesia es y hace.

Cuando un ser humano tiene la intención de algo, o intenta alcanzar alguna meta, necesita primero tener en su cabeza la idea del objetivo que quiere lograr. De hecho, nadie puede perseguir una meta sin tener en principio la idea de ésta en su cabeza, y se puede perseguir tal objetivo solamente a través de la idea que se tiene del mismo. Pero las ideas dentro de la cabeza de cualquier ser humano, pueden o no corresponder a la realidad que impera fuera de su mente. Si su idea corresponde a la realidad, puede entonces alcanzar su meta. Si no corresponde, puede llevar a cabo su idea pero no alcanzará su objetivo.

Tomemos por ejemplo un padre de familia que tiene la intención de hacer felices a sus  hijos, pero cuya idea de cómo lograr esto consiste en relajar toda clase de disciplina en su casa. ¡Dios mío!, la indisciplina hace a los niños infelices, no felices; así es que cuando el papá relaja la disciplina, logra la relajación pero no la felicidad de los pequeños. Él llevó adelante su idea pero no alcanzó la realidad, porque su idea estaba desconectada de la realidad.

Ahora bien, para que un sacramento sea válido, el Ministro (obispo, sacerdote o laico) debe tener la intención de «hacer lo que la Iglesia hace«, como expliqué la semana pasada, de modo de lograr poner su acción instrumental bajo la acción primordial de Dios, única fuente de toda gracia sacramental; así es que antes de administrar el sacramento, tiene que tener una idea de lo que «la Iglesia hace«, lo que requiere una idea previa de lo que la Iglesia es. Por lo tanto, si sus ideas de lo que la Iglesia es y lo que la Iglesia hace no se corresponden con las realidades Católicas, ¿cómo puede tener la intención de hacer lo que la Iglesia verdadera hace?, y por lo tanto, ¿cómo puede administrar sacramentos verdaderos? Si por ejemplo este Ministro cree verdaderamente que la Iglesia es una clase de «Club para Creyentes Sentimentalistas«, o que la Misa es el picnic de esa comunidad y el Bautismo el rito de iniciación para pertenecer a ese Club, puede entonces alcanzar su objetivo de concretar el picnic o formalizar la iniciación, pero lo que realizará nunca será una Misa o un Bautismo Católico.

Ahora bien, uno podría objetar que un ministro de esa clase tiene la intención implícita de «hacer lo que la Iglesia hace y siempre ha hecho«, pero su Intención sacramental no resulta necesariamente válida. Por ejemplo, de acuerdo a la «hermenéutica de la continuidad» que reina hoy dentro de la Nueva Iglesia, no debe interpretarse ninguna ruptura entre la Iglesia Católica y la Nueva Iglesia, ni entre la Santa Misa y el picnic; ¡todo debe ser entendido como un desarrollo armónico! Así es que la voluntad de celebrar la Santa Misa descartando el picnic, o el propósito de disfrutar del picnic excluyendo a la Santa Misa, deben considerarse disposiciones que muestran la misma intención: supuestamente, ¡la de realizar «Misapicnics«!  ¡Dicha «hermenéutica» hace posible reconciliar cosas que son, en realidad, irreconciliables! Pero, ¿puede alguien que tenga esta «hermenéutica» en su cabeza, realizar sacramentos en realidad válidos? Como dicen los Yanquis, «¡Vaya uno a saber!»  Sólo Dios sabe.

Esta manera de pensar es la razón por la cual existe una confusión casi sin esperanza en la Iglesia de hoy. ¿Qué se necesitará para que los clérigos católicos vuelvan a ver a los gatos como gatos y no como perros, y a reconocer a los perros como perros y no como gatos? ¡Un cataclismo!

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

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Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 126

6 de Diciembre de 2009

Delincuencia sin igual III

Para que un sacramento Católico sea administrado válidamente, el Ministro debe tener la Intención «de hacer lo que la Iglesia hace» («Comentario Eleison» 124). Dicha Intención requiere que el Ministro tenga por lo menos una idea mínimamente correcta de lo que la Iglesia es y hace («Comentario Eleison» 125). Ahora solamente falta por mostrar que el Vaticano II debilitó dicha Intención corrompiendo esa idea, y de una forma como nunca antes fue corrompida en toda la historia de la Iglesia.

Eso es debido a que el Vaticano II fue la oficialización, o el reconocimiento oficial dentro de la misma Iglesia Católica, del humanismo anti-Católico que se remonta por lo menos al Renacimiento de los años 1400. Por siglos posteriormente, los sacerdotes Católicos que adoraban al único Dios verdadero se habían resistido fuertemente a sustituirlo por la adoración del hombre del mundo moderno, pero a medida que ese mundo, a través de 500 años se fue haciendo más y más pagano, dichos sacerdotes finalmente se rindieron en los ’60 del siglo pasado, y con el Vaticano II comenzaron a seguir al mundo moderno en lugar de guiarlo. Siempre habían existido dentro de la Iglesia seguidores del mundo, ¡pero nunca antes ese rumbo se había hecho oficial en la Iglesia Universal!

Sin embargo, los padres del Concilio no querían ni podían dar la espalda a la religión antigua de un solo tajo, en parte porque todavía creían en ella y en parte porque tenían que guardar las apariencias. Esta es la razón por la cual los documentos del Concilio se caracterizan por su ambigüedad, mezclando la religión de Dios en el lugar de Dios, con la religión del hombre en el lugar de Dios. Esta ambigüedad significa que los Católicos conservadores bien pueden apoyarse en los textos del Concilio para aseverar que el Vaticano II  no excluye la religión antigua, así como los Católicos progresistas pueden apoyarse en el espíritu implícito de esos mismos textos para aseverar que el Concilio estaba promoviendo la nueva religión; y con estos documentos, tanto los conservadores como los progresistas ¡tienen razón! Es así como la religión antigua aún estuvo presente en el Vaticano II, pero sus cimientos ya habían sido dañados, y desde entonces ha venido desapareciendo.

Una ambigüedad similar aqueja a los Ritos sacramentales «reescritos» bajo el espíritu del Concilio, asamblea que rendía tributo hacia el exterior a la religión de Dios, pero hacia su interior abrazaba ya la religión del hombre. La religión antigua aún puede subsistir ahí debido a que las Formas sacramentales (las palabras que son esenciales para su validez) no son, por regla, automáticamente inválidas, pero al mismo tiempo todos los Ritos que rodean dichas Formas se están deslizando hacia la nueva religión. Por lo tanto, debido a la presión suave pero feroz del mundo moderno para ubicar al hombre en el lugar de Dios, y dado que todos los Ministros sacramentales poseen nuestra pobre naturaleza humana, la cual, al sentirse bajo presión fácilmente se inclina hacia el camino menos difícil, se tiene como resultado que estos nuevos Ritos son hechos a la medida para debilitar eventualmente la Intención sacramental de los Ministros y, con ello, la validez de los sacramentos.

Católicos, mientras evitan ustedes los nuevos Ritos, mantengan el equilibrio de la verdad. No digan que estos Ritos son automáticamente inválidos; ni tampoco, porque puedan ser válidos, que son inofensivos. Aún si son válidos, debilitan la Fe. Con respecto a los sacerdotes que los utilizan, no digan que han perdido la Fe, ni que son inofensivos si los emplean. Estos Ministros pueden bien conservar la Fe, pero pueden correr el riesgo de dañarlos a ustedes si utilizan Ritos diseñados para debilitar su Fe. Busquen los Ritos antiguos y los sacerdotes que utilizan estos ritos. Al hacerlo estarán ayudando a salvar el honor de Dios, su verdadera Religión y muchas almas que están perdiéndose sin esa religión.

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

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Comentario del Padre Basilio Méramo

SOBRE EL COMENTARIO ELEISON Nº 126

DEL 6 DE DICIEMBRE DE 2009

Impertérrito, el autor de este comentario continúa su explicación, eludiendo (como siempre) el meollo del problema.

No quiere percatarse de que la significación sacramental del rito esencial (forma sacramental) de la Nueva Misa es ineficaz para producir la gracia que significa, como lo exige la definición de todo sacramento.

Es más, si el rito de la Nueva Misa puede afectar la intención del celebrante, es porque precisamente la significación sacramental ha sido adulterada por su misma equivocidad, la cual teológicamente debe ser por propia definición determinada para producir, como todo sacramento, ex opere operato, la gracia que significa.

Todo sacramento, por definición infalible, como signo sensible sagrado instituido por Cristo, debe producir (causar) la gracia (efecto) que significa.

Queda por la misma definición sacramental, excluida una significación equívoca, ambigua, indeterminada, pues ésta debe ser determinada, inequívoca, para cumplir la definición común a todo sacramento, sin la cual no hay tal.

Otra cosa es que el contexto que rodea la fórmula además no sea explícito para expresar la significación sacramental, contenido en la forma, y que esto a su vez afecte la intención del celebrante que está ya afectada por la misma significación equívoca que no significa unívoca y exclusivamente como sacramento (signo sensible sagrado) la gracia que debe producir ex opere operato (por la misma acción realizada).

Hay un vicio grave en la significación que anula (invalida) la confección del sacramento, pues la gracia del sacramento, no está suficientemente significada para ser producida como lo exige la definición de cada sacramento.

Hay un vicio en la significación que  impide la producción (causalidad) sacramental, por un defecto de significación.  No es que la intención del celebrante esté afectada por el contexto (que no explicita ni determina, excluyendo toda otra interpretación, que no sea la misma de la forma), sino que la misma forma sacramental es  por sí misma objetivamente insuficiente para producir (causar) una gracia que debe ser significada determinada e  inequívocamente.

Para producir la gracia sacramental, el sacramento como signo sensible sagrado debe significar esa gracia de modo preciso, determinado, de lo contrario no puede causar la gracia, pues no la significa.

Pensar que se produce o se puede producir la gracia sin significarla de modo preciso, determinado, es hacer de los sacramentos pura magia, esto es sin relación causal, sin relación de causa-efecto.  Si bien se mira, ésta sería la diferencia entre magia y sacramentos. Sin significación causal específica (determinada, inequívoca, precisa) los sacramentos quedan reducidos a pura magia, cual si se tratara del demonio y no de Dios.  Pretender que un sacramento produzca la gracia sin significarla debidamente es reducir el sacramento a pura magia, lo cual es típico del maligno.

Padre Basilio Méramo

14 de Diciembre de 2009 Bogotá D.C.

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Monseñor Williamson

Comentario Eleison Nº 127

12 de Diciembre de 2009

Calmando la confusión

Nos ha tomado tres ediciones de los «Comentarios Eleison» el poder desenmarañar por qué el presunto testimonio del Cardenal Lienart en su lecho de muerte («Comentario Eleison» 121) podría fácilmente considerarse verdadero, dado que corresponde exactamente a la manera por la cual la validez de los sacramentos Católicos ha sido  puesta en peligro por los ritos sacramentales conciliares que fueron introducidos después del Vaticano II  («Comentarios Eleison» 124, 125 y 126). Un amable crítico piensa que me he preocupado demasiado por defender la validez de los sacramentos conciliares, pero no quiero más exagerar su validez, tanto como su invalidez.

Es evidente que ninguna persona razonable que ame la verdad, quiere hacer otra cosa que alinear su mente con la realidad, porque la verdad se define como «la adecuación entre la mente y la realidad«. Si una situación es negra, quiero llamarla negra. Si es blanca, diré que es blanca. Y si está conformada por una variada gama de grises, quiero que tome esa exacta tonalidad de gris en mi mente; ni un gris más oscuro ni más blanquecino que el que es en realidad.

Ahora, es cierto que cualquier sacramento que se haya administrado en la vida real habrá sido válido o inválido. No existen más matices entre válido e inválido, que las que hay entre estar embarazada o no estarlo. Pero si consideramos en su totalidad los sacramentos conciliares que se administran a través de la Nueva Iglesia, sólo podemos decir que algunos son válidos y algunos inválidos; todos ellos han sido puestos en una pendiente hacia la invalidez por la idea básica de los ritos conciliares de reemplazar la religión de Dios con la religión del hombre. Esta es la razón por la cual la Nueva Iglesia está en camino de desaparecer completamente y la razón por la que la FSSPX no puede, de ninguna manera, permitirse ser absorbida por aquella.

Pero ¿en qué punto exactamente de ese declive, un determinado sacerdote o grupo de sacerdotes, por ejemplo, ha perdido la idea de lo que la Iglesia es, a tal grado que ya no pueden tener más la intención de hacer lo que la Iglesia hace?  Solo Dios sabe. Bien podría ser que llegar a ese punto pueda exigir más que lo que sugerí en el «Comentario Eleison» 125; quizás tome menos, como sugiere nuestro crítico. Cualquiera que sea el caso, ya que solamente Dios puede tener la certeza de ello, yo no necesito saberlo. Solamente necesito tener en mi mente bien claro que los ritos conciliares han puesto a los Divinos Sacramentos en una pendiente que los aleja de Dios, y una vez que me sea evidente que están ayudando a destruir la Iglesia —porque para eso fueron diseñados— debo mantenerme alejado de tales ritos.

Mientras tanto, en cuanto a en qué punto exacto en la caída de la pendiente se encuentra éste o aquel sacerdote, o inclusive la Nueva Iglesia como un todo, aplicaré el gran principio de San Agustín: «En las cosas ciertas, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad.» Y como en un marco de certidumbres tal, dentro de la Nueva Iglesia no todo es Católico, ni todavía todo ha dejado de serlo, quiero otorgar a mis compañeros Católicos la misma libertad de juzgar las cosas inciertas como espero que ellos me lo permitan también. Madre de Dios, ¡obtén el rescate de la Iglesia!

Kyrie eleison.

Londres, Inglaterra

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Comentario del Padre Basilio Méramo

Replica al Comentario Eleison número 127

Eludir cuando no se puede combatir, parece ser la táctica del autor, en su comentario Eleison 127, cuando no se quiere abordar el tema, ni reconocer la impugnación teológica de lo que se le está haciendo ver, no le queda otra táctica que la de sepultar con artilugios la impugnación teológica, pues sigue no dándose por aludido, que una cosa es la intención del ministro y otra es la significación del rito de la nueva misa tal como ha sido elaborado y que no cumple con los requisitos de los sacramentos, que exigen sin error ni dudas, para ser sacramentos válidos, producir la gracia que significa y en esto no cabe ni equívocos ni dudas, se es o no se es, ser o no ser.

Pues un rito (formula sacramental) que no significa de modo univoco y determinado la gracia que significa, no cumple la definición infalible de la Iglesia que corresponde a los sacramentos.

El no querer entenderlo o verlo es signo de que no hay peor sordo que el que no quiere oír o el ciego que no quiere ver y esto es inadmisible en un teólogo.

Quizá eso también explique, por qué le falta el Kyrie y se queda solo con el eleison, al buen entendedor pocas palabras

Padre Basilio Méramo

Bogotá 28 de diciembre de 2009